Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Aventura] [A-T3] ¿Una nueva ofensiva?
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
En el interior de una mansión sombría, el aire estaba cargado de una tensión palpable. La sala principal, con sus paredes de piedra negra y un suelo de mármol frío, se extendía hasta una cristalera que daba a un jardín bien cuidado. La vegetación exuberante del exterior contrastaba con la atmósfera opresiva del interior. Hombres y mujeres, vestidos con ropajes modestos y algunos con grilletes en los tobillos, trabajaban en el jardín, cuidando las plantas con esmero bajo la vigilancia de los guardias. El jardín estaba lleno de flores exóticas y árboles frondosos, creando una escena de aparente calma que contrastaba con la tensión dentro de la mansión. En el centro de la sala, una figura alta y musculosa permanecía envuelta en la penumbra, su rostro oculto en la oscuridad, aunque su presencia imponente y el eco grave de su voz revelaban un carácter severo y experimentado.

De repente, el silencio sepulcral fue interrumpido por el sonido característico de un Den Den Mushi. Un repetido “purupurpupurup” resonó en la sala, mientras la figura en las sombras se movía con una lentitud calculada hacia el caracol de comunicación. La voz del hombre de blanco emergió a través del Den Den Mushi, transmitida emitiendo un sonido de profundidad marítima de fondo, con un ligero crujido de madera y un suave mecer en las aguas cercanas. Aunque el entorno del barco no ofrecía mucho lujo, el tono de la voz era firme pero notablemente nervioso.

Señor, hemos logrado sabotear el tren como se ordenó. Sin embargo, durante la operación, fuimos interrumpidos por un grupo de marines. No pudimos completar nuestra misión según lo planeado en su totalidad... señor—

La figura en la penumbra se detuvo, su presencia proyectando una sombra aún más inquietante. Aunque su rostro permanecía oculto, el tono de su voz era firme y cargado de una amenaza latente.

¿Interrumpidos por marines? — La voz grave retumbó en la sala  No toleraré ninguna incompetencia. La misión debía ser completada sin fallos. Si es necesario, no dudaré en tomar tu vida para asegurar que esto no vuelva a suceder... ¿Está lo suficientemente claro, señor Stracciatella?

El hombre de blanco, visiblemente afectado por la amenaza, tragó saliva y asintió con una mezcla de respeto y preocupación. El miedo palpable en el ambiente parecía intensificarse ante la inminente decisión de la figura sombría, cuya sombra se cernía como una amenaza constante sobre su subordinado.
Con un último parpadeo del Den Den Mushi, la figura en las sombras se volvió hacia el jardín. La escena del exterior, con sus prados bien cuidados y las figuras trabajando con diligencia, contrastaba con la atmósfera pesada del interior. La oscuridad envolvía nuevamente a la figura en un manto impenetrable, mientras el eco de su promesa resonaba en el aire, marcando el inicio de una nueva fase en su siniestro plan.




El sol estaba en su punto más alto cuando la división marine se reunió en la explanada de la base naval. Ray, con su cabello plateado ondeando al viento y sus ojos de un azul penetrante, lideraba el grupo con una elegancia natural. Su mirada escudriñaba a los presentes, como si cada uno de ellos pudiera ocultar secretos profundos.
Atlas, con su cabello rubio rebelde y una cicatriz que cruzaba su ojo derecho, estaba ligeramente inclinado hacia adelante, atento a las instrucciones. A pesar de su apariencia ruda, su expresión mostraba una amabilidad sutil, aunque su porte imponente no dejaba de generar respeto entre sus compañeros.
Takahiro, el imponente gigante con cabello verdoso, se situaba a un costado, su torso expuesto como de costumbre, lo que atraía miradas curiosas y divertidas de sus compañeros. Su estatura masiva y su apariencia única le conferían una presencia inconfundible en cualquier grupo.
Por otro lado, Camille, destacando con sus cuernos rojos y su altura imponente, se erguía con una postura firme. Su uniforme de la Marina estaba diseñado para acomodar sus cuernos, y los vendajes que cubrían su pecho ondeaban ligeramente. Su figura esbelta y su mirada incisiva añadían un toque intimidante a su ya prominente presencia.

Mientras el grupo se reunía en la explanada bajo el sol ardiente, un hombre extraño apareció repentinamente en el horizonte. Se trataba de un mensajero apresurado, vestido con ropajes desordenados y manchados de barro, que corría hacia ellos con un aire de desesperación. Su apariencia contrastaba fuertemente con el orden de los marines de la base, y su urgencia era palpable.

Al acercarse, el mensajero, con su rostro sudoroso y su aliento entrecortado, gritó:
¡Urgente! ¡La estación del tren ha sido atacada! Necesitan prepararse para una posible segunda ofensiva. ¡El enemigo podría estar planeando algo aún más grande!— dijo con voz entrecortada, aun tambaleándose.

El mensajero continuó, cayendo al suelo de agotamiento mientras con el hilo de voz que le quedaba musitaba en el tono más audible posible:
Hay indicios de que el ataque no era solo un sabotaje aislado. Podría haber una coordinación más amplia. ¡Ayuden!
La advertencia del mensajero elevó la tensión en el aire, al equipo a reorganizarse rápidamente y prepararse para enfrentar una posible crisis inminente. La calma de la explanada se transformó en una escena de acción y vigilancia mientras el grupo se movilizaba para responder a la nueva amenaza.


¿Qué les depararía a nuestro equipo de Marines favorito?

OFF
#1
Atlas
Nowhere | Fénix
Personaje
Pues sí, se había formado una curiosa reunión de bichos raros. Unos y otros hablaban mientras yo los miraba, saltando de las facciones de uno al rostro de otro. Miraba con cierto aire solemne en los ojos, pero en mi cabeza sólo podía cuestionarme cuántos astros se tenían que alinear para que semejante panda de especímenes fuese a parar al mismo sitio y que encima se llevase bien. Era todo un misterio, desde luego.

Al margen de eso, en la mente de todos pesaba aún lo acontecido en los astilleros. En la de Ray, Taka y la mía, porque no dejaba de ser a nosotros a quien se nos había escapado ese condenado sujeto. En la de los demás, porque les habíamos hecho partícipes de lo sucedido y, al menos yo, no había dudado en compartir mis frustraciones. Sí, se nos había escurrido entre los dedos como chocolate fundido; espeso, lento, pero sin ser capaz de detener su lenta caída entre los dedos a pesar de estar presenciándola.

Efectivamente, era una sensación desagradable como pocas la que nos había quedado después del evento del gigantesco tren. Todos nos habíamos prometido, algunos a sí mismos y otros en voz alta para que todos lo oyesen, que si nos volvíamos a topar con esos tipos no tendrían la misma suerte. Y, como si algún ser superior hubiese estado escuchando nuestras súplicas y nuestros lamentos, aquel marine apareció corriendo desde el otro lado de la explanada.

Presentaba un aspecto lamentable; algo así como Masao cuando nadie se acordaba de decirle que se tenía que acicalar un poco cada día antes de salir de los barracones. Estaba cubierto de barro y suciedad, como Taka cuando desaparecía misteriosamente durante unos días para hacer a saber qué. Mirada a su alrededor, en cierto modo aturdido y desconcertado, como Ray cuando se abstraía unos segundos, se perdía y no era capaz de decidir qué camino debía tomar para llegar a su destino. Jadeaba con fuerza, rendido, como Camille al concluir una de sus arduas jornadas de entrenamiento. Y exhibía una mirada desolada, como Octojin el día que le conocimos.

Pues sí, todo se había truncado en un abrir y cerrar de ojos. Lo que parecía haber sido una incursión fallida sin más —que, de hecho, lo había sido pero sin el sin más—, apuntaba a no haber sido más que un primer paso dentro de una operación mucho más compleja. Al menos de eso informaba el uniformado que, agotado y exhausto, se había desplomado frente a nuestras narices. Resultaba llamativo que de entre todas las personas que había en la base del G-31, muchas de ellas mucho más poderosas que nosotros —o al menos con más rango—, hubiese ido a buscarnos precisamente a nosotros. Claro que, por otro lado, habíamos formado parte del primer enfrentamiento que había tenido lugar con esos tipos. Tal vez eso influyese. Por otro lado, había que ser ciego para no darse cuenta de que en nuestro grupo, tan particular como distanciado de la mayoría de los demás —no por decisión propia, eso sí—, había algo diferente. No sé si mejor o peor, pero distinto. Ninguno de los que nos habíamos juntado seguía a rajatabla los cánones establecidos en las bases, pero por otro lado destacábamos en la mayoría de ocasiones sobre los demás... Tanto para lo bueno como para lo malo.

Bueno, a lo mejor simplemente éramos las primeras personas con las que se había topado y se había aferrado a nosotros para poder soltar su mensaje para, por fin, descansar. Efectivamente, en cuanto terminó de hablar con nosotros su rostro aterrizó sobre la explanada. Su cuerpo se quedó quieto con excepción de un leve movimiento de su caja torácica que indicaba que aún respiraba. ¿Había realizado todo el trayecto corriendo a máxima velocidad?

En cualquier caso, no estábamos solos en la zona y no fuimos los únicos que escucharon las palabras del mensajero. El murmullo que nació rápidamente progresó a un incomprensible estruendo con el que se daba la voz de alarma.

—Nos vemos en la puerta, ¿no? —pregunté retóricamente al tiempo que me dirigía a toda velocidad a la zona de los barracones a coger las cosas. Tras equiparme con todo lo que necesitaba, me dirigí a toda velocidad al acceso a la base del G-31 y, junto a los demás, nos pusimos rumbo a la zona conflictiva. En esa nueva ocasión no podrían escapar de nosotros.
Datos e inventario

#2
Ray
Kuroi Ya
Personaje


Pese a que habían pasado ya varias jornadas desde el incidente de los astilleros, a Ray le resultaba del todo imposible quitarse lo sucedido de la cabeza. Habían estado tan cerca... Su enemigo había comenzado ya a mostrar signos de agotamiento y sus dos secuaces estaban casi derrotados, pero aún así habían logrado escapar ante sus narices sin que pudieran hacer nada por evitarlo. La amenaza de hacer saltar todo aquel sitio por los aires al mínimo movimiento, con la probable gran cantidad de víctimas que eso habría conllevado, les había disuadido de intentar impedir la huida de aquellos delincuentes.

Si tan solo fueran un poco más fuertes... El joven marine no podía evitar culparse por lo ocurrido. Al fin y al cabo él fue quien tomó el papel de avanzadilla en la exploración del lugar al detectar una posible intrusión, y fue quien se encontró cara a cara contra aquel tipo de traje blanco. Todo lo que aquel delincuente hiciera en adelante era su responsabilidad, pues no había tenido el poder suficiente para llevarle ante la justicia. O al menos él lo sentía así.

Se encontraba en la explanada central del Cuartel General junto a Taka, Camille y Atlas cuando un hombre se les aproximó corriendo a gran velocidad. Su rostro denotaba a la vez cansancio y premura. Cuando se hubo acercado a ellos lo suficiente detuvo su avance y, entre jadeos, les informó de que al parecer la estación de tren había sido atacada de nuevo y se les requería para acudir a protegerla con la mayor brevedad posible.

Sin tiempo que perder dada la urgencia que les había transmitido el mensajero el peliblanco se dirigió lo más rápido que fue capaz hacia la salida del Cuartel y, posteriormente, hacia la localización donde se les necesitaba.

En su cabeza se agolpaban los pensamientos hasta el punto de apenas poder escuchar a ninguno de ellos. Desde qué motivos podían haber llevado a alguien a lanzar un ataque a plena luz del día sabiendo la respuesta que eso provocaría por parte de la Marina hasta quiénes serian los perpetradores. Pero por encima de todo un ferviente deseo: que el responsable de todo aquello fuera el hombre del traje blanco. Ardía en deseos de enfrentarse de nuevo a él y, está vez sí, pararle los pies de una vez por todas.

Inventario
#3
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Personaje


Camille tenía el gesto torcido aquel día. Cualquiera que la conociera podría pensar que era por el calor, motivo por el que aquel día había decidido dejar su camisa abierta y exponer su torso vendado. El verano era una estación insufrible para la oni, que parecía carecer de aguante alguno en lo que a las altas temperaturas respectaba. Sudaba con facilidad y su humor se torcía a la mínima durante aquellos meses, pero esta no era la razón de su ceño fruncido. El verdadero motivo que la atribulaba era una pura y genuina preocupación por sus compañeros. No había estado presente durante los hechos de aquella noche, pero pese a los evidentes remordimientos y culpabilidad que les afligía no dudaron en informarla de lo sucedido. Hasta el memo de Takahiro, cuya existencia tendía a carecer de importancia en el día a día de la recluta, le suscitaba cierta empatía. Solo por esta vez.

Nunca se le habían dado bien las conversaciones, mucho menos los vínculos emocionales entre las personas. Por grande que fuera en tamaño, siempre se había sentido muy pequeña en cualquier situación social que se le plantease, o al menos así era en aquellas que nada tenían que ver con su deber en la Marina. Interrogar, intimidar, tranquilizar a los civiles e incluso tratar de imponer orden eran cosas que hacía con relativa naturalidad; elevar los ánimos de la tropa era otro cantar. Guardaba silencio mientras trataba de buscar las palabras que pudieran ser de ayuda, pero era plenamente consciente de que ante la frustración de un fracaso poco había que hacer. Solo el tiempo o una nueva oportunidad para redimirse curaban ese tipo de heridas, de modo que guardó un silencio solemne junto a ellos: no intervendría en su dolor, pero estaba junto a ellos.

Sus dedos tamborileaban en la empuñadura de su enorme odachi y su mirada se perdía en la vaina de esta, distraída. Era una buena espada que aún no sabía si se había ganado portar, pero no podía rechazar un regalo de la capitana. Tan solo deseaba darle un uso digno de su brigada. Sus ojos rojos se alzaron al escuchar el griterío que se aproximaba, sintiendo cómo los músculos de su espalda se tensaban con la reacción de sus compañeros.

«Esta vez son nuestros», se habría aventurado a decirle al grupo, pero en su lugar guardó silencio y las palabras se quedaron en sus pensamientos. No necesitaba decirles algo como eso. Ya sabían lo que tenían que hacer.

Camille se apresuró una vez recibieron el aviso y el resto de su grupo empezó a moverse, corriendo tan rápido como podía —que no era mucho en comparación con las capacidades atléticas de sus compañeros— para presentarse en el lugar indicado lo más rápido posible. ¿En su mente? Un tenue rencor del que no se había dado cuenta hasta el momento: un deseo por vengar el dolor de sus compañeros y verles triunfar en aquella ocasión.

Equipo y Resumen
#4
Takahiro
La saeta verde
Personaje


Aquel día comenzó como cualquier otra mañana en el cuartel de la marina del G-31 para Takahiro. Se despertó con muy poco margen para ir a desayunar, pero le encantaba superar sus récords personales. Se fue directo hacia las duchas, dándose un rápido baño de agua fría para despertarse del todo. Volvió a los barracones y se puso sus ropajes no oficiales y se fue a la cantina. Faltaba un minuto para que dejaran de servir comida, pero fue suficiente para que le echaran un par de huevos, un trozo de pan medio quema y un café amargo y salado. Todo estaba mal en ese menú, pero tampoco podía quejarse.

—Cada día el café esta más malo —comentó, con cara de asco tras dar su primer sorbo—. Creo que me boicotean por llegar siempre con la hora justa. No es normal que esté salado —se quejó de nuevo, dando otro sorbo.

Tenía tiempo libre en la base, algo que agradecía con toda su alma. Era raro cuando no tenían que estar entrenando, cumpliendo misiones absurdas o, simplemente, siendo reñido por el recién ascendido Shawn, quien se había ido de la isla para una misión de suma importancia, según sus palabras; aunque lo más probable es que estuviera rellenando formularios y papeles en alguna otra base para continuar ascendiendo sin hacer nada relevante. 

—¿Cuánto tiempo se supone que estaba nuestro amigo fuera de la isla? —preguntó, mientras su vista se posaba en las nuevas reclutas que estaban por la base.

Lo cierto era que las nuevas incorporaciones tenían un potencial oculto que le gustaba. Sin embargo, teniendo a la gigantona allí, era poco probable que consiguiera conseguir novia. Siempre que intentaba algo con alguna soltaba algún comentario que le dejaba por los suelos. Era verdaderamente irritante. ¿El lado positivo? Que con esa actitud tampoco se le acercaría ningún sujeto decente. «Mal de otros, consuelo de tontos», se decía, mientras la miraba de reojo con tirria.

Fue en ese momento de tranquilidad, cuando alguien se acercó corriendo hasta ellos. Estaba completamente sudado, con la ropa muy manchada. Respiraba de manera intermitente, como si acabase de terminar una media maratón y no pudiera sostenerse en pie.

—¿Qué te ocurre?

La respuesta que recibió dejó al peliverde completamente perplejo. Su mente evocó la cara del hombre del traje blanco que controlaba el chocolate y a los dos tiradores que dejaron en evidencias sus carencias como marine. Alguien había vuelto a atacar la estación de tren, aunque esa vez se habían dejado de sutilidades y habían dejado testigos.

—El modus operandi es distinto —les dijo a sus compañeros con cierta preocupación, mientras se dirigían a toda velocidad hacia la estación—. Aquella vez lo hicieron de noche, sin testigos potenciales, y ahora lo han hecho de día. ¿Será el mismo tipo? ¿O acaso será otro grupo terrorista?

Equipo y Datos

#5
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
En el cuartel G-31, el eco de la reciente misión fallida en los astilleros resuena con una intensidad que no puede ignorarse. Camille, aunque no estuvo presente durante el incidente, siente profundamente el peso de la culpa y la angustia de sus compañeros. Su carácter reservado y la dificultad para manejar sus emociones no la detienen; el ferviente deseo de redención la impulsa a unirse a la nueva misión con determinación, decidida a enmendar el error que aún les persigue.

Mientras tanto, Takahiro comienza su día con una rutina que aparenta despreocupación. Sin embargo, bajo su actitud relajada, se oculta una creciente preocupación. La noticia del nuevo ataque a la estación de tren, realizado a plena luz del día, lo lleva a prepararse con una seriedad que contrasta con su habitual desdén. A pesar de su fachada de calma, entiende la gravedad de la situación y se enfrenta al desafío con una determinación renovada.

El peso de la culpa recae especialmente sobre Ray, quien lideró la fallida incursión en los astilleros. La decisión de permitir la fuga del enemigo para evitar una explosión masiva lo atormenta. Con la noticia del nuevo ataque, ve en ello una oportunidad para redimirse. Su deseo de corregir el error y capturar finalmente al hombre del traje blanco lo motiva a actuar con una intensidad que refleja su dolor y arrepentimiento.

Atlas, el observador introspectivo del grupo, contempla a sus compañeros con una mezcla de asombro y reflexión. Para él, este equipo de "bichos raros" ha formado una unidad inesperada, destacando por sus diferencias pero también por su cohesión. La llegada de un mensajero exhausto con noticias del ataque lo impulsa a prepararse rápidamente. Se pregunta por qué, entre todos los marines, les ha tocado nuevamente enfrentarse a esta amenaza, y se dispone a actuar con la misma determinación que caracteriza su visión del grupo.

Con la incertidumbre de un nuevo ataque y el cambio en el modus operandi de los supuestos perpetradores, el equipo se moviliza con rapidez. Unidos por el deseo de corregir sus errores pasados y demostrar que no permitirán que los criminales escapen de nuevo, el grupo se enfrenta al desafío con una resolución firme, decidido a redimir el fracaso que aún les persigue...

El día que comenzó con la promesa de normalidad en el cuartel G-31 se tornó en un caos inesperado cuando el grupo de marines se acercó a la estación de tren en construcción. Desde una distancia prudencial en la que nuestros héroes se encontraban al encaminarse a la posición de la estación, la primera señal de que algo estaba gravemente mal era una espesa columna de humo negro que se alzaba en el cielo, difuminando brevemente el sol y tiñendo el horizonte de un gris preocupante. A medida que se acercaban, el sonido del fuego se hacía evidente, aunque parecía más aparatoso de lo que en realidad mostraba.

Al llegar a la escena del desastre, la magnitud del incendio se desplegaba con vasta urgencia. Las llamas se alzaban como lenguas infernales, lamiendo las paredes de lo que era una obra en progreso. La estación, que había estado en pleno proceso de construcción, era ahora horno. Aunque la fiereza del fuego, por suerte, aún no había afectado a sus vigas y columnas pétreas, pero sí había afectado a la parte de madera de las vigas.

En el caos, la gente huía en desbandada. Los trabajadores de la construcción, que antes habían estado concentrados en sus tareas, ahora corrían en todas direcciones, su horror era evidente en los rostros manchados de hollín y sudor. Algunos se tambaleaban, aturdidos y desorientados, sus gritos desesperados eran ahogados por el estruendo del incendio. Las familias que vivían cerca también estaban en movimiento, llevando consigo lo poco que podían salvar mientras las llamas se acercaban a sus hogares. Mientras, un equipo de valientes bomberos improvisados trataron de calmar las llamas con mucho esmero. 

Entre la multitud que huía, había rostros de asombro y desconcierto. Un grupo de trabajadores se paró momentáneamente, mirando incrédulos cómo las llamas devoraban su lugar de trabajo. Sus miradas vacías reflejaban una mezcla de incredulidad y desesperación. No podían comprender cómo algo que había comenzado como un incidente aislado se había transformado en un infernal desastre que consumía todo a su alrededor. Un hombre, con la cara sucia y quemada por el humo, trataba de entender el alcance del daño, su expresión de asombro reemplazada por una tristeza palpable a medida que el fuego se aplacaba.

Algunos habitantes del área, que habían llegado a la estación para ver el incendio, también se unieron a la multitud en pánico. Sus movimientos eran lentos y vacilantes, un contraste doloroso con la velocidad frenética de la gente que corría a su alrededor.

La escena era una amalgama de caos, miedo y desesperanza. Las mangueras de los bomberos improvisados lograban alcanzar el corazón del incendio a duras penas, y el calor era más que palpable. La estación de tren, que había sido un símbolo de progreso y desarrollo, se transformaba en una ruina que enviaba un claro mensaje a la ciudad.

El humo, denso y negro, creaba una atmósfera opresiva y angustiante. La gente se movía en un frenesí, algunos gritando órdenes o advertencias, mientras otros simplemente corrían, impulsados por el instinto de supervivencia. La confusión reinaba en cada rincón, y la sensación de impotencia era palpable. La escena se transformaba en un cuadro apocalíptico, donde las llamas y el humo dominaban el paisaje y la desesperación de los evacuados pintaba un retrato de caos humano.

Entre ellos, si se prestaba atención se podía observar algunos de los civiles que buscaban cierta cobertura en los rincones más oscuros...

Unos minutos más tarde, ante la atenta mirada de nuestro equipo, llegaba un destacamento de marines con rifle en mano y con un capitán al frente, comenzando a dar órdenes por doquier para cercar el perímetro, mientras algunas figuras estratégicamente se alejaban con disimulo.

Capitán Marine



OFF
#6
Ray
Kuroi Ya
Los cuatro jóvenes marines se dirigieron con celeridad hacia el lugar del supuesto incidente. A juzgar por los rostros de sus compañeros, Ray sabía que tanto a Takahiro como a Atlas les atormentaba lo sucedido previamente allí tanto como a él. Y Camille, a la que habían contado con pelos y señales lo ocurrido, parecía ser movida por la misma urgencia y necesidad de hacer bien las cosas que ellos tres. Podían ser indisciplinados y tener unas ideas bastante particulares sobre cómo debía funcionar la Marina, pero desde luego si algo no se les podía achacar era que no fueran los primeros en dejarse la piel para cumplir con su deber cuando este llamaba a la puerta.

La escena que se encontraron al llegar a las proximidades de los astilleros era digna de una película. Una columna de denso humo de color azabache se elevaba hacia el cielo justo encima del lugar donde se había estado construyendo el tren. El edificio ardía con una intensidad que dejaba a muy a las claras que aquello había sido obra de alguien y no producido de forma natural. El caos se había adueñado de la zona, y la gente corría sin ton ni son presa del pánico. No había duda, los saboteadores habían vuelto a actuar, y esta vez a plena luz del día.

Los bomberos intentaban luchar contra el incendio de forma completamente infructuosa, casi a la desesperada. Los gritos inundaban el ambiente casi tanto como la negra humareda que emitía el edificio. La situación requería sin duda de la actuación de cuantas personas estuvieran en condiciones de ayudar.

El joven, siempre alerta, no pudo evitar darse cuenta de que algunas personas parecían extrañamente tranquilas en mitad del caos, y se alejaban del lugar disimuladamente como tratando de pasar desapercibidas. Desde luego eso olía mal.

Un destacamento de compañeros marines se les acercó entonces, comandados por un capitán. Alguien de rango superior a ellos y que, sin duda, asumiría el mando de la operación. Sin embargo había cosas que no podían esperar a que se organizarán, así que Ray decidió tomar la iniciativa antes de que llegaran a su posición.

- Chicos, ¿qué os parece si nos dividimos? - Preguntó a sus compañeros. Les miró entonces a los ojos uno a uno. La confianza mutua que existía entre los cuatro hacia que no hubiera mejores compañeros con los que contar. Tener con ellos también a Octojin y Masao habría estado bien, pero al menos cuatro de los seis podían trabajar juntos en aquella crisis.

- Atlas, intenta acercarte al edificio en llamas a ver si ves algo. Camille, trata de organizar a los civiles para que no se produzcan bajas en la huida. Taka, habla con el capitán para ver cuál es su plan y qué espera de nosotros o si nos da libertad de movimientos como unidad. Yo voy a encargarme de vigilar a los tipos que parecen estar intentando escapar de aquí sigilosamente. Mucha suerte chicos. Vamos a por ellos.

Una vez terminó de exponer su estrategia dejó que su cuerpo comenzase a mirar hasta transformarse en un ser mezcla entre persona y zángano. Desplegó sus alas y comenzó a volar de forma silenciosa, intentando no hacer el más mínimo ruido y sin ascender demasiado, ya que no quería meterse en mitad de la columna de humo e intoxicarse.

Trató de seguir a alguno de los tipos que habían llamado su atención por la aparente calma con la que se movían y por dar la sensación de que buscaban esconderse y desaparecer. Si podía intentaría situarse en una posición que le permitiera abalanzarse sobre él antes de que se diese cuenta de que estaba ahí.

Resumen


A tener en cuenta
#7
Takahiro
La saeta verde
Todo era un absoluto caos.

Los cuatro novicios de la marina del gobierno mundial no tardaron mucho en vislumbrar desde la lejanía como una columna de humo, tan negro como la misma turba, que ascendía rápidamente en línea vertical hacia el cielo, difuminándose al superar una altura determinada. Aquella humareda se podía ver desde cualquier punto de la isla, por lo que el desorden y la anarquía iba a inundar la isla más pronto que tarde.

—Esto va a ponerse muy feo —comentó el peliverde, haciendo uso de su excelente velocidad para aminorar el ritmo y llegar cuanto antes a la escena del delito.

A medida que se iba acercando, la temperatura aumentaba considerablemente, haciendo que hubiera personas que se fueran de allí sin mirar hacia atrás. Los bomberos, ayudado por marines y algunos valientes ciudadanos, usaban mangueras para intentar sofocar el fuego, pero parecía insuficiente. En aquel momento, Takahiro no sabía que hacer. Quería ayudar a mitigar el fuego, también quería socorrer a las personas que estaban intentando marcharse de allí. Durante un breve instante se quedó en blanco, sin saber que hacer, sumido en un bucle de pensamientos que le impedían reaccionar.

No fue hasta que la aterciopelada voz de Ray que le hizo volver a la realidad.

—¿Perdona? —musitó el espadachín, golpeándose la cara justo después para espabilarse—. Sí. Me parece bien —le contestó.

El plan de acción que había ideado Ray en un santiamén estaba claro: el rubio iba a inspeccionar los alrededores de la edificación en llamas, en busca de…, en busca de algo. La grandullona se iba a encargar de organizar la salida de los civiles de la zona de peligro e intentar que ninguno de ellos se hiciera el héroe y pereciera en el intento. Por otro lado, Ray iba a vigilar el comportamiento sospechoso de unos individuos que se encontraban extrañamente tranquilos. Mientras que él, iba a hacer uso de su labia y encanto natural para hablar con el oficial que parecía estar a cargo de todo, no muy lejos de su posición.


—¡A sus órdenes, mi sargento! —le dijo, tratando de aliviar la tensión del ambiente con su gracia natura y despreocupación natural. Sin embargo, el gesto de su cara lo delataba. Estaba muy preocupado por la situación en la que estaban metidos. Algo seguía oliéndole raro ahí, y no era el humo. Finalmente, dijo unas palabras—: Tened cuidado, ¿vale? Que de héroes está lleno el cementerio —comentó—. En serio, no hagáis nada que pueda poneros en peligro. Tú tampoco, intento mal hecho de ser humano —le dijo a la Oni.

Tras ello, se dio media vuelta y se fue caminando rápidamente hacia el lugar en el que estaba el oficial de la marina. Por sus ropajes, parecidos a los de la capitana Montpellier, debía ser un capitán o un comodoro. Se encontraba haciendo varios ademanes con las manos, dando órdenes por doquier a los marines que iban con él. Una vez estuvo lo suficientemente cerca hizo el saludo militar y se presentó.

—¡Sargento Takahiro Kenshin a su servicio, señor! —exclamó en voz alta, haciendo el saludo marine lo más correcto posible. Una vez las presentaciones estuvieran hechas, las cuales serían algo más o menos rápido, continuaría hablando con el capitán. Le contaría las acciones que habían tomado el resto de sus compañeros, haciendo hincapié en los individuos que estaba vigilando Ray—. ¿Cuál es el plan de acción? —preguntaría, para luego hacerle saber sus impresiones—: Hay algo que me huele a chamusquina, capitán. Yo estuve presente en el último intento de atentado y fue muy distinto. Era de noche, a una hora en la que nadie decente estaba en la calle, como si su plan fuera hacerlo de forma sutil y sin testigos. Pero esta vez es diferente. Ha sido a plena luz del día, casi en hora punta, causando mucho ruido, demasiado caos… —su tono de voz se tornó algo más reflexivo—. Como si quisieran que empleáramos nuestros recursos y volcáramos toda nuestra atención en este —continuaría diciendo, alzando la mirada, haciendo un leve ademán con la mano para acariciarse la barbilla—. ¿Hay algo más oculto en la isla que alguien como yo no debiera saber? —preguntaría.
#8
Atlas
Nowhere | Fénix
Por si no lo habéis leído ya un par de veces, que ya sé que sí, el panorama era desolador. El incendio de una estructura de semejante calibre e importancia, asociada además a los rumores que habían proliferado en toda la isla a causa del secretismo que había rodeado al edificio, era el caldo de cultivo perfecto para que se hubiese montado semejante caos en la zona. No eran pocos los curiosos que, a pesar de no vivir en la zona, se habían acercado a curiosear. El problema de meter las narices donde a uno no le llaman es que, cuando huele mal, todo el mundo quiere quitar la nariz del medio. El incendio estaba resultando muy difícil de controlar, era evidente, y los curiosos se habían unido a las filas de los vecinos que huían en desbandada con lo que podían transportar consigo.

Os habéis enterado, ¿no? Desolador. Bromas aparte —porque qué sería de la vida si no intentásemos extraer un poco de humor del drama humano más absoluto—, lo cierto era que la situación era verdaderamente dramática. Tanto que se había movilizado a un nada desdeñable número de efectivos para cercar la zona, evacuar organizadamente a los civiles y establecer un perímetro seguro.

Por su parte, Ray no tardó en comenzar a repartir instrucciones a los miembros del escuadrón. Todo en orden, pero parecía que nadie en la cuenta de que no poseíamos Den Den Mushis propios —eso era algo que, por otro lado, tendríamos que solucionar más pronto que tarde— y que no teníamos cómo comunicarnos entre nosotros en caso de separarnos. Fue por ello que, en cuanto supe cuál sería mi función inicial en aquella operación, pedí permiso para separarme de la reunión y dirigirme a la zona en la que el destacamento estaba montando el centro de mando.

—Hola, soy el soldado raso Mosegusa —dije al tiempo que me cuadraba ante el primer mando que vi—. Mi escuadrón y yo estamos a punto de desplegarnos por la zona y no disponemos de Den Den Mushis con los que comunicarnos para mantenernos informados de nuestra situación. Me gustaría saber si nos podrían prestar algunos dispositivos, señor.

Me los dejase o no, volvería con el grupo antes de que nos separásemos para acometes nuestras labores, buscando así distribuirlos entre todos. De cualquier modo, lo verdaderamente relevante era inspeccionar la zona del incendio. Desconocía si el rumor era cierto o no, pero siempre me habían dicho que quienes prendían fuego por el gusto de ver arder gustaban en volver a la zona una vez el caos se había instaurado para comprobar su obra. Todo hacía pensar que quien había iniciado aquel incendio no era un pirómano, sino alguien que tenía un objetivo mucho más concreto. Aun así, no perdía nada por intentarlo.

Manteniendo una distancia de seguridad con las lenguas de fuego que manaban del interior y procurando dejar a los bomberos trabajar con comodidad, recorrí el perímetro mirando alternativamente a cuantas personas veía cerca y a las propias llamas. Dudaba que éstas me permitiesen ver nada en el interior, pero uno nunca sabía. En cualquier caso, me aseguré de abarcar toda la zona y llegar a inspeccionar la parte de los astilleros en reconstrucción —y ahora en llamas— que lindaba directamente con el mar. En la incursión anterior un bote había sido la ruta de acceso escogida por los asaltantes para infiltrarse sin llamar la atención. ¿Quién decía que no podían haber empleado una estrategia similar? Sonaba poco probable, pero no por ello había que dejar de tenerlo en mente.

Resumen
#9
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Igual es que no ha quedado lo suficientemente claro, pero por si acaso... «Desolador» es el adjetivo que mejor define el panorama con el que se encontró el grupo al llegar a la estación junto a los astilleros. El humo ascendía imponente, un presagio evidente de lo que había ocurrido allí. Todo estaba hecho un desastre: las llamas se extendían devorando todo aquello con lo que entraban en contacto mientras eran combatidas a duras penas por el improvisado equipo de bomberos, la gente corría de un lado para otro sin ton ni son intentando buscar refugio y, para colmo, los ciudadanos que vivían en las proximidades o que se encontraban ya por allí habían decidido satisfacer su curiosidad acercándose al lugar. Como si no fuera suficiente con la cantidad de personas que ya trabajaban allí.

Pese al caos que se había formado, la aguda mirada de Camille no obvió la presencia de aquellos individuos que destacaban entre la multitud no por el ruido que hacían, sino por la calma y disimulo con el que se desplazaban. Parecía no haber sido la única en darse cuenta de aquellas presencias, puesto que Ray se apresuró en dar indicaciones y trazar un plan de acción a seguir lo antes posible. Lo hizo con una diligencia y presteza que sorprendió a la oni. De la noche a la mañana, prácticamente todos los recién llegados habían conseguido avanzar en la jerarquía y recibir algunos ascensos. En el peliblanco los motivos eran más que evidentes y estaba haciendo gala de ellos ejerciendo sus nuevas funciones como sargento. No era algo que le importase especialmente: Camille nunca había sido una persona envidiosa o con una ambición tóxica; lejos de molestarse porque sus compañeros la hubieran superado en rango, estaba más cerca del orgullo que del enfado. El único que igual sí que le molestaba había sido el de Takahiro. ¿Cómo demonios había conseguido un ascenso ese imbécil? El día que compartió la noticia con ellos —es decir, el día que vino a restregárselo a ella— casi le da una neura.

Cierra la bocaza y ponte a trabajar, aborto de alga —respondió con resquemor al peliverde tras su faltada.

La mujer asintió finalmente ante las palabras de Ray y se dispuso a cumplir sus órdenes. Tan solo le dedicó un leve vistazo al contingente de marines que se aproximaba, liderados por un capitán que no era Beatrice. Si Taka se iba a ocupar de hablar con ellos, ella no necesitaba perder ni un segundo en aplazar lo que debía hacer.

Apretó un poco los dientes a medida que se fue acercando a la zona del incendio. Si el calor que hacía esos días ya era de por sí insoportable para la oni, el que producían las llamas tan solo intensificaba la desagradable sensación de agobio e incomodidad. No tardó en ponerse a sudar como un pollo, y eso que iba con la camisa desabotonada. Su altura en aquella situación era otro impedimento, y es que el humo siempre iba hacia arriba. Procurando evitar intoxicarse, se desanudó el pañuelo azul reglamentario que llevaba en el brazo y se lo ajustó para cubrirse nariz y boca, intentando combatir así el humo. Alzó la voz con firmeza y una confianza que rara vez mostraba... salvo cuando estaba de servicio, claro.

¡Un poco de tranquilidad! —rugió, haciendo notar su presencia en el lugar que, por otro lado, no era algo muy difícil—. ¡Vamos a evacuar de forma ordenada la zona, que todos se dirijan hacia la avenida con calma! ¡Tenemos tiempo de sobra, pero que nadie se duerma, deprisa y con diligencia! —Apoyó sus indicaciones con gestos de sus brazos, indicando la dirección y señalando hacia la zona por la que empezaba a desplegarse el recién llegado pelotón de marines. Después de esto se giró hacia los curiosos—-. ¡Y como vea a alguien husmeando lo que no debe me aseguraré personalmente de que se pase la noche de hoy en el calabozo! ¡¿Me he explicado con claridad?! ¡No obstaculicéis el trabajo de la Marina! Nosotros nos encargamos.

Sus palabras hacia los cotillas fueron mucho más imponentes que hacia quienes estaban evacuando la zona, aunque en todas ellas había un cierto componente de autoridad, quizá incluso un poco intimidante. Ser una oni tenía sus ventajas, después de todo. Después dirigió la mirada hacia los marines que habían llegado y trató de llamar la atención de alguno de ellos.

¡No me vendrían mal unas manos extra! —pidió, volviendo de nuevo su atención después a los civiles que iban y venían, tratando de guiarlos como buenamente pudo.

Resumen
#10


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