Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Aventura] [T3] [Aventura] ¡De camino a Oykot!
Airgid Vanaidiam
Metalhead
35 de Verano, 19:43 de la tarde, año 724


La tarde se desplegaba con una serenidad casi idílica a bordo de La Alborada, el revolucionario navío que surcaba el inmenso mar del East Blue. Las olas mecían suavemente la embarcación, creando un ritmo tranquilo, como el balanceo de una cuna. De vuelta hacia el... ¿reino? de Oykot, los tonos cálidos del sol decoraban y pintaban las enormes y esponjosas nubes que lo coronaban mientras este descendía cada vez más en el cielo, dando una lenta bienvenida a la noche. Era pleno verano, por lo que los días se hacían más largos, caracterizados por el calor y las altas temperaturas, pero ahí, en medio del mar abierto, la brisa no solo era más fuerte de lo normal, sino también ligeramente más fría. Un descanso después de las temperaturas selváticas de Momobami, la isla de la que procedían. Las aguas del East Blue eran limpias y tranquilas, con un azul profundo que casi parecía un espejo del cielo, interrumpido aquí y allá por destellos de espuma que desaparecían tan rápido como aparecían. No era un azul perfecto, no cristalino, pero lo suficiente para inspirar una calma que pocos mares lograban transmitir. Además, las aguas seguían tibias después de todo el calor recibido por el día, al menos en la zona más superficial.

La ocasión era perfecta para que los integrantes del barco aprovecharan la tranquilidad antes de la tormenta, antes de que las aventuras y los problemas volvieran a atosigarles al atracar de nuevo en Oykot. Todo indicaba que esa paz no duraría para siempre, pero era precisamente eso lo que lo hacía tan especial: una breve pausa entre un día lleno de expectativas y un mañana lleno de incertidumbres. Al Escuadrón Ulykke, como se habían proclamado hace poco el grupo de revolucionarios, les habían llegado diferentes rumores provenientes de Oykot, lo suficientemente jugosos como para decidir volver tras lo sucedido con los balleneros. El mundo estaba cambiando más rápido de lo que nadie podía llegar a pensar, y la revolución había puesto el ojo en la isla, y en ellos. A la imaginación quedaba lo que pudieran llegar a encontrarse una vez llegaran. Pero eso era un problema para el mañana. No para el ahora.

Cada integrante del navío se dedicaba a lo suyo, en solitario o en compañía, tratando de aprovechar lo que quedaba aún de día o por otro lado, dedicándose a descansar. El navío continuaba con su delicado balanceo, cuando, de repente, un banco de peces chocaron directamente contra la madera sumergida de La Alborada. Eran tan numeroso y nadaban con tal velocidad, que el barco, aún a pesar de su tamaño, se revolvió bruscamente de un lado para otro, alertando a todos los que viajaban en su interior de que algo había turbado su rumbo. Aquello no era algo normal en los peces, chocar de esa forma contra un barco. Era como si... se hubieran asustado, como si estuvieran huyendo de algo con tal prisa que ni siquiera les importó tropezar de aquella forma con la madera. Pero, ¿de qué se trataría?

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Aventura




Personaje


Airgid se encontraba aprovechando las últimas horas, o mejor dicho, minutos de sol para entrenar un poco antes de la cena. Tanto ella como Ragnheidr habían acudido a la cubierta del barco con sus pesas con el objetivo de compartir aquel momento juntos, ya que ambos eran tan dados a ese tipo de rutina. Airgid ya había entrenado por la mañana, siempre prefería hacerlo a esa hora, pero la verdad es que cuando veía a Ragnheidr entrenar, le entraban las ganas por el cuerpo y no podía resistirse a pensar, "¿por qué no lo estoy haciendo yo también?", así que rápidamente se apuntaba al bombardeo. La rubia era una mujer que ya se encontraba bastante en forma cuando vivía en Kilombo, cuando aún no se había reencontrado con el vikingo, pero tras unas cuantas semanas ya en su compañía, se notaba incluso más fuerte que antes. Con los músculos más marcados, sobre todo los del muslo, después de tanto moverse de aquí para allá. El buccaneer la inspiraba a continuar dando lo mejor de sí misma, a seguir avanzando, seguir mejorando.

Pero en una de estas que se encontraba realizando una serie de sentadillas, de repente, la rubia comenzó a sentirse mal. Muy mal. Una sensación de náuseas repentinas aparecieron en ella en un click, de un momento para otro. Al principio, trató de pasarlas por algo, pero se dio cuenta de que no podía ignorarlo sin más. De que tenía que salir pitando al baño. Dejó la pesa caer con algo de brutalidad sobre la madera. — ¡Ahora vengo! — No le dio tiempo a explicarse mucho más, tuvo que echar "pie" en polvorosa y adentrarse en el navío para buscar la intimidad del cuarto de baño.

Fue ahí, sentada frente al váter, preparada por si necesitaba vomitar, cuando notó el golpe del barco y la violencia con la que se movió. Se contuvo, realmente preocupada por lo que había provocado tal terremoto. Y se moría de ganas por salir a comprobarlo, pero... se encontraba demasiado mal. ¿Por qué? ¿Era algo que había comido? Nunca antes le había sentado mal nada que Ragnheidr le hubiera preparado.

VYD

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#1
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn se desperezó al sentir la brisa de la tarde golpeando su rostro mientras el sol apenas empezaba a descender sobre el horizonte. Las aguas del East Blue estaban tranquilas, meciendo suavemente a La Alborada mientras avanzaba con determinación hacia su destino. El gigante había despertado temprano, como era costumbre, buscando aprovechar las ultimas horas del día, cuando el aire era más fresco y el mar emanaba un aroma que solo podía describirse como libertad. Caminó descalzo por la cubierta, sintiendo el leve calor del sol matutino sobre su piel mientras se quitaba la camisa con un movimiento ágil, dejando al descubierto su torso esculpido, una colección de músculos tensos y cicatrices marcadas. Respiró hondo, dejando que la brisa salada llenara sus pulmones. El olor a mar, mezclado con la tibieza del sol en el horizonte, tenía algo de especial esa mañana, como si prometiera un día lleno de energía. Se pasó una mano por el cabello despeinado y dejó caer la camisa en un banco cercano antes de dirigirse hacia las pesas. Allí estaban, las pesas de 150 kilos, preparadas como siempre. Ragn las tomó con facilidad, el metal frío en sus manos contrastando con la calidez de la mañana. Comenzó su rutina, levantándolas con movimientos fluidos y precisos, como si no pesaran más que un saco de arena. Sus músculos se tensaban y relajaban al ritmo del ejercicio, el eco metálico de las pesas al golpear el suelo rompiendo la quietud matutina. El sol ascendía lentamente, bañando a Ragn en tonos dorados mientras sus ojos se fijaban en el horizonte, casi meditando mientras entrenaba. Lejos de la agitación de la guerra y los conflictos, este momento le pertenecía. El balanceo constante de La Alborada bajo sus pies le daba una extraña sensación de estabilidad en medio de la inmensidad del mar. El sudor comenzaba a formarse en su piel, pero el aire fresco y la brisa constante lo mantenían en una agradable comunión con su entorno.

De reojo, notó a Airgid a su lado, siguiendo la rutina como todos los días. Ultimamente estaba más extraña, más débil. Pero las mujeres pasaban por momentos así varias veces al mes, así que medio que entendía esos bajones. De todos modos era inconcebible para el que abandonara el entreno por un dolorcillo natural. Aceptó con la cabeza cuando salió volando. Qué le vamos hacer. Ragn volvió a centrar su atención en las pesas, aumentando el ritmo. Su cuerpo respondía con fuerza, agradecido por el esfuerzo, mientras su mente vagaba libre entre recuerdos y planes futuros. Sin embargo, justo cuando bajaba las pesas al suelo por última vez, algo perturbó la quietud. Un estruendo sordo resonó en el casco de La Alborada, seguido por un fuerte movimiento que hizo que el barco se balanceara de un lado a otro. Ragn, con su equilibrio natural, apenas se tambaleó, pero el ruido fue suficiente para sacarlo de su concentración. Dejó caer las pesas con un estruendo metálico, frunciendo el ceño mientras se incorporaba completamente. Caminó hacia la borda, sus pasos firmes resonando sobre la madera. El agua alrededor del navío bullía con actividad. Un banco de peces había chocado contra el casco seguramente. Ragn observó con atención, sus ojos acostumbrados al peligro buscando algo fuera de lugar en el horizonte o bajo las aguas. No era normal que los peces se comportaran así, huyendo de algo con tal urgencia que no les importaba el navío que se interponía en su camino.

¡¡UMI!! — Gritó, colocando sus manos como un megáfono. Umibozu era el terror de los mares, si algo venía de ese lugar, el lo encontraría. El gigante apretó los dientes, mientras el sol de la mañana bañaba la escena con su luz. Lo que fuera que había movilizado el barco seguía ahí, seguro.

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#2
Umibozu
El Naufragio
El día estaba concluyendo. Había sido un día tranquilo, de esos que en los que no pasa nada, pero que resultan tremendamente fructíferos. Esos días en los que uno podía permitirse simplemente estar. Hablar con los tuyos, reírse, mirar el vasto océano y zambullirse en su interior, respirar el salitre y sentirlo llenar los pulmones o dejar que el agua salada inundase las branquias. Uno de esos días en los que, aún sin un combate de por medio, el cuerpo se fortalecía con el descanso tras una actividad de baja intensidad que lo activase, aunque el jefe del escuadrón revolucionario pasara las horas y los días levantando peso. Estaba seguro que algún día terminaría por alzar el barco. El vikingo era una persona curiosa y sanamente competitiva, lo que no solía ser habitual. A los torneos de pesca se había sumado Timsy. El también soñaba con cazar un rey marino algún día. Ese había sido el motivo por el cual me había atacado al vernos después de tantos años. Apenas hacía una semana que nos habíamos reencontrado. Todavía sentía la euforia y la incredulidad en mis escamas. También sentía ese vacío que se te queda en el cuerpo cuando has dedicado la mitad de tu vida a un objetivo y por fin lo encuentras. Otro sentimiento empezaba a nacer, el de cuidar de todos los miembros del escuadrón, aunque de un modo distinto, pues todos y cada uno de ellos eran suficientemente capaces de cuidarse por sí mismos. Cuidar y defender a los más débiles. Compensar la injusticia que el Gobierno Mundial traía a las gentes de los mares. Cercenar los brazos y pilares que lo sustentaban. Grande había sido mi sorpresa al descubrir que Timsy también se había alistado en las filas del Ejército Revolucionario hacía tan solo unos días. No podía dejar de asombrarme cuan caprichosos eran los designios de las corrientes. Simplemente sonreí.

Con la mirada puesta en el horizonte de proa, nadaba detrás de La Alborada. Lo hacía a una distancia prudencial para evitar que mis brazadas moviesen en demasía el barco. Todos disfrutábamos de una agradable tranquilidad esa tarde, por lo que decidí respetarla, al menos hasta que el mar nos la arrebatase. Nadar tranquilamente, además, me dejaba en el punto exacto de preparación para actuar rápidamente contra cualquier contra tiempo. A diferencia de los humanos, para mí nadar era tan natural como para ellos caminar, por lo que si bien para ellos nadar una gran distancia en mar abierto era una ardua tarea, para mí no era más que un paseo. Una forma de estirar los músculos y activarlos. No tenía la velocidad de una sirena, pero tampoco tenía su tamaño. De vez en cuando me sumergía y volvía a salir a la superficie. Cuando me encontraba sumergido, las membranas del cuello que se expandían y contraían con voluntad propia parecían quejarse. La densidad del agua era superior a la del aire y parecían haberse acostumbrado a golpear como velas furiosas al viento. Debajo del agua, no había ningún sonido, ni tampoco esa violencia al impacto. Todo era más natural, como no podía ser al encontrarse en su elemento. Distraído en mis pensamientos, pensaba encenderme la pipa para fumar algo de hierba seca de alga, escuché un grito de una voz familiar. No me había percatado de la enorme masa de peces que se acercaba contra el barco hasta impactar contra él. Tampoco de las alteraciones en la superficie marina que dejaba a su paso. En mi defensa diré que al estar detrás de La Alborada, no podía verla. No hizo falta el grito de Rag para alertarme, pues el movimiento antinatural del barco ya lo había hecho. Me sumergí y entonces lo vi. Un gran banco de peces huía despavorido de algo y había arremetido contra el navío en su huida. Sonreí. Después un poco de ejercicio, nada mejor que un tentempié. Sin pensarlo dos veces, nadé raudo hacia la masa de peces, con las fauces abiertas para devorar a todos cuantos cayeran en su interior. Si íbamos a tener fiesta, que me pillase con el estómago lleno.
Personaje

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VyD

Técnicas

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#3
Asradi
Völva
Personaje

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Volvían a Oykot después de las temperaturas húmedas de la selva de Momobami. La Alborada avanzaba tranquilamente a través del enorme mar azul que se desplegaba ante ellos. Asradi, ese día, se había levantado temprano para aprovechar las horas de luz. Durante las primeras dos horas, desde el amanecer, se había encerrado en su zona de trabajo para terminar de crear algunos antídotos nuevos con los que llevaba trabajando días atrás Pero luego se había motivado y había estado tomando notas y experimentando con otras cosas más peligrosas. Había conseguido veneno de pez globo, y ahora estaba intentando hacer mezclas menos éticas. Con un poco de suerte, y paciencia, pronto podría crear medicinas más potentes que mantuviesen a salvo a los suyos, cuando fuese necesario. Y, de paso, toxinas para quien quisiera tocarles las narices. Escuchó, en ese tiempo, también el sonido de pasos en el exterior. Por lo pesados que eran y la cadencia, supuso que era Ragn dirigiéndose a entrenar a cubierta, como solía hacer todas las mañanas. Luego otros más cortos, pero no menos activos o imponentes: Airgid. No les dió importancia, era la rutina de siempre, así que volvió a lo suyo durante el resto del día.

Asradi solo elevó ligeramente la vista, frotándose un tanto los ojos cuando decidió que ya era suficiente por ese día. Necesitaba destensar los músculos, así que se dirigió a cubierta y, en cuanto el sol del atardecer le dió en el cuerpo, de manera tan cálida y agradable, se desperezó estirando los brazos con una sonrisa. El día era perfecto. Y tenía hambre. Un aperitivo matutino no le vendría nada mal, así también dejaba fluir un poco la adrenalina en la caza. Aunque estaba habituándose, para bien, a las delicias culinarias del capitán del escuadrón. Pero una sirena nunca debía olvidar sus principios en ese sentido. Mucho menos una sirena tiburón. Con unos cuantos saltitos, se aproximó a la borda. No escuchó a Airgid corretear hacia el interior, con aparente urgencia, porque justo se había lanzado al agua con un chapoteo. Se dejó hundir unos cuantos metros, hasta que su cola comenzó a moverse con la fuerza que le caracterizaba debajo del agua. A lo lejos, no demasiado, vió al grandullón e imponente Umi, al cual le hizo una seña y le sonrió.

Incluso se atrevió a bucear un poco a su alrededor, antes de volver a alejarse, en un gesto casi juguetón. Un gesto que cambió de repente cuando tomó más distancia. Su mirada se afiló, poniéndose en fase depredador. Podía escuchar la algarabía de un cardumen de peces dirigiéndose hacia donde ellos estaban.

¡Comida a domicilio! Maravilloso.

Pero la sonrisa que se había dibujado en la faz de la sirena, se fue tan rápido como el cardumen de peces, enloquecido por algún motivo, se fue directamente contra el barco. Literalmente chocando contra el casco del mismo, lo que hizo que Asradi parpadease. Vale que había peces más idiotas que otros, pero... No hasta ese punto. Miró hacia La Alborada y vió como se tambaleaba debido al golpe.

¿Qué ha sido eso? — Murmuró medio para sí. — ¡Oye, esa mitad era mía! — Aunque protestó de inmediato cuando vió como Umibozu se zampaba, tan pancho, la gran mayoría de peces. Igual eso no era lo extraño. Por inercia Asradi se quedó mirando hacia la dirección en la que habían venido.

¿Los habría espantado algún otro depredador? Pero ahora mismo el más grande por la zona, que viese, era Umi. Y, aún así, era la primera vez que veía un comportamiento similar.

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Virtudes y Defectos

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#4
Ubben Sangrenegra
Loki
Personaje

La mañana había comenzado de manera inusualmente tranquila para el bribón de ojos dorados. El sol brillaba con una intensamente, más la brisa marina lo tornaba algo realmente acogedor. El viento soplaba en una dirección favorable y el mar, por una vez, parecía estar de su lado. Era un cambio drástico de la habitual hostilidad que enfrentaba en sus viajes. Por primera vez en años, la suerte parecía haber decidido sonreírle... Desde Kilombo hasta Okyot, de Okyot al Baratie y, más recientemente, hacia Motomami, su ruta había transcurrido sin contratiempos. Aquella buena racha lo tenía casi desconcertado, como si el mundo estuviera guardando algo para desequilibrarlo. 

Ubben, sin embargo, no era alguien que desperdiciara la oportunidad de relajarse, no ahora al menos que estaba en confianza y con gente competente. Había comenzado el día con sus ejercicios matutinos, una rutina simple pero eficaz que mantenía su cuerpo ágil y alerta. Luego, con la ligereza que le daba la calma del mar, había acudido a Rag para pedir algo de comida. Así fue como el peliblanco terminó saboreando un pollo salteado con verduras. El sabor le arrancó un fugaz gesto de satisfacción, el maldito rubio pegaba fuerte, era divertido y además cocinaba bien... Entendía perfectametnte a Airgid en ese momento. Terminado el desayuno, Ubben decidió revisar el rumbo de la tartana. La carta de navegación debía estar en orden, y el viento seguía a su favor.

El día avanzó y nuevamente el peliblanco se dirigía a la cabina de navegación, luego de despertar de una corta siesta, con un cigarrillo en la boca y rascandose la cabeza. Con un bostezo despreocupado, abrió la puerta de la cabina de navegación. Pero justo cuando daba un paso hacia dentro, el barco se sacudió violentamente. El impacto lo tomó completamente desprevenido, y su cuerpo chocó contra el marco de la puerta, haciéndolo soltar una maldición entre dientes mientras intentaba recuperar el equilibrio. El timón giró descontrolado, y por un momento, la embarcación parecía haberse convertido en una hoja arrastrada por una corriente invisible. Ubben gruñó mientras se sujetaba hombro izquierdo, el golpe aún pulsando en su hombro que si bien había sanado del balazo recibido en Okyot de vez en cuando seguía doliendo. Desde fuera, escuchó el grito de Rag, llamando a Umi. Su instinto lo llevó de inmediato al timón, que logró estabilizar con movimientos rápidos, aunque no sin cierta dificultad. Una vez corregido el rumbo, salió tambaleándose a la cubierta, su ceño fruncido reflejando una mezcla de dolor y confusión. 

¿Qué mierda acaba de pasar?— preguntó al aire, buscando con la mirada al rubio. Allí estaba Rag, su figura imponente como siempre, con una expresión que no ayudaba a calmar la creciente preocupación de Ubben. Entrecerró los ojos, intentando leer la situación mientras se acercaba a la borda. Sus ojos dorados captaron el movimiento bajo las aguas, una sombra masiva que se desplazaba y junto a ella, una más pequeña y mucho más veloz.  —¿Bajó el dúo pescado?— preguntó, con la voz cargada de una preocupación que apenas lograba disimular. 

Era evidente que Umi y Asradi, habían descendido al mar en respuesta al extraño fenómeno. Ubben se inclinó sobre la borda, tratando de descifrar lo que estaba viendo. La sombra grande, claramente era Umibozu y la sombra más pequeña, Asradi. Mientras observaba restos de peces comenzaron a flotar y un poco de sangre se vislumbro en el mar —Si eso fue un banco de peces...— murmuró Ubben, mientras su voz perdiéndose en el sonido del mar —¿De qué demonios están escapando?— mirando en dirección desde donde recibieron el golpe de los peces.

La posibilidad de que no fueran simples peces lo hizo tensar la mandíbula. El mar tenía demasiados secretos, demasiados monstruos escondidos bajo su superficie. Y aunque la suerte parecía haber estado de su lado hasta ahora, no podía evitar sentir que su buena racha estaba a punto de terminar.  Su mano se movió instintivamente hacia las agujas que llevaba escondidas en su chaqueta, un gesto automático que lo tranquilizaba. Miró a Rag de nuevo, esta vez con más seriedad. —No me gusta esto...— Dijo mientras sus dedos de su mano libre comenzaban a digitarse contra su pulgar, y su pierna se movía ansiosamente en el lugar, taconeando suavemente. Mantuvo su atención fija en el agua, su mente maquinando posibles escenarios y cómo salir de ellos si las cosas empeoraban; sin embargo le preocupaba que la sirena y Umi estuviesen a merced de lo que sea que hizo escapar a los peces.


Resumen
Relevantes
#5
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Bajo las atolondradas aguas, una buena parte de los pececillos que habían chocado, desafortunadamente, contra el barco, se encontraron de frente con las enormes fauces de Umibozu. Sin poder hacer nada frente a tal horrible destino, más de la mitad del banco fueron engullidos por el wotan, mientras que los pobres restantes chocaban contra su cuerpo, tratando de huir, solo para encontrarse de frente con la sirena tiburón, Asradi. Desde luego, eran una presa fácil después de que el choque contra la madera de La Alborada les desubicase y atontase por completo, así que no opusieron demasiada resistencia al apetito de los dos seres marinos.

Todos los miembros del barco se habían alarmado por tal tremendo golpe. Ubben se acercó a la posición de Ragnheidr, tratando de averigüar que acababa de ocurrir, incluso llevando las manos a sus armas, y es que aquello no le olía nada bien. Airgid, por otro lado, parecía demasiado indispuesta como para salir a reunirse con sus compañeros, aunque la curiosidad también la asolaba. Y por último, Ragnheidr liberó tal grito, colocando las manos como si de un megáfono se tratase, que no solo alertó a Umibozu. Sino también a alguien más que no se encontraba demasiado lejos.

La sirena, mitad humana y mitad salamandra, nadaba de un lado para otro, con velocidad pero con precisión. Se encontraba en mitad de una cacería, y es que Albert le había pedido que pescara algunos boqueroncitos con los que poder preparar una de sus comidas. No es que le hiciera especial gracia ser una mandada, que le ordenasen lo que tenía que hacer, pero... lo cierto es que disfrutaba de aquellos momentos en el agua como la que más, así que simplemente, sin decir nada, se lanzó al mar desde la cubierta. Eso sí, sin olvidarse de poner una de sus malas caras, como de costumbre. Fue ella la que, en un movimiento desafortunado, espantó a más peces de los que atrapó, lanzándolos directamente contra La Alborada. Por lo que no se encontraba demasiado lejos, y escuchó el grito de Ragnheidr retumbar por la superficie del agua. En ese momento, dejó todo lo que estaba haciendo para asomar ligeramente la cabeza, ver lo que ocurría.

Sus ojos azules encontraron rápidamente el gran barco que se aproximaba a su posición, lo que ya la alarmó. Uno nunca sabía qué clase de personas se podía encontrar en medio del mar, y aquel navío no parecía pertenecer a comerciantes, precisamente. Descendió de nuevo, fijándose ahora en la enorme sombra que Umibozu proyectaba en la lejanía. ¿Qué clase de ser era ese? Por un momento pensó en regresar a su barco, en alertar a sus compañeros, pero realmente no estaba segura de que fueran una amenaza. Así que, tomando el den den mushi entre sus afiladas uñas, por si las moscas, se acercó un poquito hacia la ubicación de Umibozu y Asradi. Trató de ser silenciosa, y de no ir de frente como si estuviera loca, sino buscar un ángulo y unas rocas que la hicieran camuflarse lo suficiente como para pasar desapercibida. Y en aquel momento, tras aproximarse sigilosamente, pudo verlo con claridad. Aquella monstruosidad, Umibozu, era una de las nuevas cabezas con recompensa. El pecho se le aceleró, dándose ahora cuenta de que la otra sombra que le acompañaba, más pequeña, se trataba de otra sirena como ella, una que también tenía un cartel de recompensa. La joven, tratando de que no la vieran, salió una última vez a la superficie, solo para activar su den den mushi. — Kovacs... — Habló en susurros. — Me he encontrado con los revolucionarios, los de Oykot... no sé si están todos, pero... — Al otro lado del caracol, respondió una voz más grave. — ¿Cómo? Regresa aquí ahora mismo, Netary, ¿te han visto? — Preguntó con preocupación. — No, no lo creo, al menos... voy para allá... he visto al Naufragio... es aún más grande de lo que nos contaron... — Se le notó cierta... picardía en la voz. — Ni se te ocurra, soldado, vuelve inmediatamente, es una órden. Corto. — Le corrigió su aparente líder. La joven puso los ojos en blanco, guardando el den den mushi de nuevo, dispuesta a hacerle caso. Qué remedio.

A una distancia algo menos a un kilómetro desde La Alborada, se encontraba el impoluto barco de la Marina. El suboficial, Kovacs, acababa de recibir el aviso de Netary, unas palabras que todos los integrantes del navío escucharon, pillándoles en mitad de la cena. Albert dejó la comida y tomó rápidamente su catalejo, buscando el barco de los revolucionarios en la distancia. Sully parecía despreocupado, terminando de zamparse el último trozo de pollo de su plato, sentado en la cubierta. Chenai parpadeó un par de veces, tan asombrada que incluso había dejado de masticar. — Los veo. — Soltó Albert, señalando hacia la dirección. Se veía pequeño, aún bastante pequeño, pero sí, un barco se dirigía hacia ellos. Chenai terminó de tragar el trozo que saboreaba, para poder levantarse de su asiento y hablar con firmeza y claridad. — ¿Cómo procedemos, suboficial? — En sus ojos se notaba el brillo de las ganas por batirse en combate con un desafío tan enorme, y sus tres compañeros dirigieron la mirada a Kovacs, casi igual de expectantes que ella. — No lo sé, Chenai. ¿Qué se hace con los criminales buscados? — La oni sonrió, casi podía notar su espada en su cintura bailar de la emoción. — ¡Se les lleva ante la justicia! — La joven salió corriendo, comprobando rápidamente que estaba equipada con todo lo necesario para un combate. Sully la siguió, un poco más tranquilo, al igual que Albert. — Sí, la justicia es importante, pero escuchadme bien. No quiero acciones temerarias, no quiero que actuéis sin pensar ni por separado. Somos un equipo, tomamos decisiones en conjunto y nos cuidamos los unos a los otros. Vuestros compañeros son lo más importante, así que sed prácticos, mantened la cabeza fría, y por último... — — No os preocupéis por mí. — Le interrumpieron tanto Chenai como Sully, tomándole el pelo después de habérselo escuchado decir tantas veces. Albert no dijo nada, pero les acompañó con un gesto de cabeza. — Vale, ya veo que me repito más que el ajo, pero me alegro que se os haya quedado grabado. Preparaos bien. — Concluyó, con una sonrisilla, antes de girarse a observar la dirección del barco que se aproximaba. Esperando a que Netary apareciera.

¿Has escuchado a Netary? ¡Ha dicho que el Naufragio es aún más grande de lo que pensábamos! — Mencionó Chenai, ajustándose la armadura. — ¿Y los Libertadores de Oykot, entonces, cómo serán? — Se preguntó Sully, realmente intrigado por si todos los rumores eran ciertos o si se quedarían cortos. — Ni idea, pero al parecer uno de ellos es una sirena. Sería la única que conozco, después de Netary. — Le respondió la oni, emocionada. — Espero que no tenga su mala leche... — Soltó Sully por lo bajo, desatando una risilla entre ambos, aprovechando que la susodicha no se encontraba ahí para lanzarles una mirada de asco.

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Indicaciones

NPCs
#6
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
La sombra del maldito Umibozu lo cubría todo ante los ojos de Ragn. El vikingo, que ya estaba despojado de cualquier atadura (sin camisa, ni zapatos) solo con su pantalón largo, estaba subido justo al último trozo de madera. Un mal paso y caería al agua, sin embargo confiaba tanto en su agilidad, que permaneció allí, de brazos cruzados, contemplando la sombra bajo el mar de sus dos compañeros acuaticos.

Sí, la imagen de Umi era terriblemente dantesca, pero Asradi se movía tan veloz que casi parecía un cohete. — ¡Airgid se estarrr perdiendo esto! — Gritó, riendo al final de su frase. ¿Quién no disfrutaba de ver algo así? el ajetreo en el mar fue la consecuencia de algunos movimientos en La Alboreda. El último apareció, Ubben, siempre atento de todo lo que sucedía. — Sí, se lanssarrron al mar para verrr que poderrr ser. — Le miró de reojo. Estaba tenso, la tensión de no entender qué sucedía. Cómo no entenderlo. Por suerte para Ragn esa incertidumbre muchas veces se tornaba divertido.

Mientras Ubben "el héroe" hablaba, el Buccanner divisó a la lejanía un barco. O por lo menos es lo que parecía, tampoco tenía las capacidades oculares necesarias para distinguirlo. — Algo se hasserca. — Comentó con un tono más serio. Sus cabellos se movían gracias a los aires helados que cruzaban al mar, aquel olor ... Le recordaba a batallas en el oceano. Barcos chocando entre si, piratas abordando a enemigos ... Casi que estaba oliendo los problemas. — ¿Irrr? — Le propuso a su compañero. Las piernas de Ragn, sin esperar confirmación, se tornaron de un gasecillo morado que lo elevaron un par de palmos del suelo. — Poderrr llevar. No poderrr dejar que los peses se lleven toda la diverrsión. — Volvió a sonreír. Sí, era muy risueño el hombre.

Su cuerpo siguió elevándose, esperando que Ubben saltara a sus brazos como una damisela en apuros. El vikingo se estaba acostumbrando y de qué manera a portar sobre sus extremidades a los compañeros. Salvo a Umi, por claras razones. — ¡¡Airgiiiid!! — Gritó. A este paso se lo perdería todo.

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#7
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid podía escuchar todo el revuelo que se estaba ocasionando en cubierta, muriéndose de ganas por saber qué era lo que ocurría. La mujer resultaba ser tremendamente curiosa por naturaleza, y el hecho de que todos se hubieran reunido allí, solo le generaba más expectación. Pero se encontraba demasiado mal, de momento al menos. Joder, que coraje tan grande, encontrarse así en ese instante después de estar todo el día más o menos bien.

Escuchó incluso la voz de Ragnheidr llamándola. — ¡Ya v-! — No fue capaz de terminar la frase. Un impulso la obligó a reclinar de nuevo la cabeza al váter, y ahora sí, vomitar una buena parte de su última comida. Aquello, de nuevo, era terriblemente extraño. Pocas eran las veces que Airgid había sufrido una indigestión de tal calibre, ni siquiera cuando se emborrachaba mucho le daba por vomitar. Uf, que sensación tan horrible. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo mientras descansaba, haciéndose un buen moño en la cabeza. Al cabo de unos minutos, parecía encontrarse mejor, así que se lavó bien la cara -y la boca- y salió del baño como una bala.

A pesar de tener todo el cuerpo revuelto y extraño, seguía siendo una masa de nervios y de emoción, así que trató de mantenerse positiva e ignorar un poco el malestar que sentía. — ¿¡Qué pasa!? — Preguntó nada más llegar a la cubierta del barco. Vio que Umi y Asradi se encontraban en el agua, pero lo hacían tan a menudo que no sabía si era por pura costumbre o porque estaban tratando de averigüar lo que había chocado contra el barco. Observó a Ubben, notando fácilmente la tensión de su postura corporal. Ragnheidr a su lado parecía la otra cara de la moneda, risueño, tranquilo, incluso animado.

¿Sabéis qué ha sido eso? — Se acercó instintivamente al vikingo, y es que se encontraba tan mal que el cuerpo le pedía encontrar refugio en su enorme y protectora figura. Al parecer habían sido... ¿peces? Qué raro. Pero lo más extraño es que el rubio parecía haber visto algo en la lejanía, aunque no pudo discernir del todo de qué se trataba. La verdad es que todo olía a problemas. Viendo cómo Ragn comenzó a levitar gracias a su gas, la rubia hizo lo propio, atrayendo hacia sí misma una buena cantidad de metal que había reunido y que guardaba estratégicamente en el interior de La Alborada. Usó un poco de ese metal para formar una plancha en la que poder sentarse, mientras mantenía el resto levitando a su alrededor. En estas que también aprovechó para tomar un par de latitas de refresco. Quizás la ayudaban a encontrarse mejor, quién sabe, su relación con las bebidas gaseosas era desde luego especial. — ¿Vamos entonces? — Gracias al propio poder de su magnetismo, podía hacer volar aquella tabla de metal mientras ella misma se encontraba encima. Una manera bastante útil de moverse sin mucho esfuerzo, la verdad.



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VYD

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#8


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