¿Sabías que…?
... existe una tribu Lunarian en una isla del East Blue.
[Común] [Comercio] Donde nacen las oportunidades
Silver D. Syxel
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El puerto de Loguetown bullía de actividad, como era costumbre en esta ciudad que servía de cruce para aventureros, comerciantes y marines por igual. Las aguas estaban repletas de barcos de todo tipo, desde pequeñas embarcaciones mercantes hasta imponentes galeones que atracaban con precisión en los muelles. Entre ellos, el Hope destacaba de manera discreta pero inconfundible. Su diseño robusto hablaba de un barco preparado para los desafíos del mar, mientras sus velas ondeaban suavemente al ritmo de la brisa. Aunque para muchos solo sería un navío más, había quienes ya les conocían y sabían que ese barco traía consigo negocios... y oportunidades.

En cuanto el Hope quedó asegurado en su lugar, la tripulación comenzó a moverse con eficacia. Balagus, el contramaestre, dirigía las operaciones de descarga con su imponente presencia. Sus órdenes resonaban por encima del bullicio, y los trabajadores portuarios no tardaron en seguir sus instrucciones, intimidados tanto por su tamaño como por los rumores que rodeaban al gigante tatuado. En la parte superior del muelle, Silver observaba todo con una calma calculada, apoyado despreocupadamente contra un barril lleno de mercancías. Su porte confiado y su sonrisa ladeada eran suficientes para transmitir que todo estaba bajo control, incluso cuando la actividad parecía caótica. A su lado, el pequeño Spack saltaba de un barril a otro, causando las típicas pequeñas travesuras que arrancaban risas o miradas de reproche.

La tripulación no había perdido tiempo en establecer un pequeño espacio para el comercio. Cajas, barriles y baúles habían sido cuidadosamente organizados en un improvisado puesto a la sombra de un toldo. Las mercancías que traían consistían en armas, herramientas y provisiones que podían interesar tanto a aventureros como a mercaderes locales. Para los que no sabían quién era Syxel, el puesto no era más que un comercio ambulante. Pero para aquellos que habían oído los rumores, era mucho más. El capitán del Hope ya era un rostro familiar en Loguetown gracias a su reputación como comerciante astuto, y algunos susurraban que sus contactos en el Inframundo le permitían obtener mercancías que pocos podían ofrecer.

Más allá del bullicio del puerto, Airok, la intendente de la tripulación, ya se había adentrado en la ciudad. Sus pasos eran rápidos y eficientes, con la intención de gestionar recursos y buscar nuevas oportunidades. Mientras tanto, Marvolath, el médico, permanecía en el muelle. El capitán le había pedido que le ayudase con algunas gestiones mientras Airok estaba ocupada. Y a pesar de su actitud reservada, su mera presencia añadía un aire de profesionalidad a las actividades del grupo.

A medida que el día avanzaba, los curiosos empezaron a acercarse al improvisado puesto comercial. Algunos eran mercaderes locales interesados en las mercancías, otros aventureros que buscaban provisiones, y unos pocos simplemente transeúntes atraídos por la actividad. Silver los observaba a todos con atención, evaluando posibles compradores o aliados. En un lugar como Loguetown era crucial mantener un perfil lo suficientemente bajo como para no atraer miradas indeseadas, pero lo suficientemente atractivo para captar negocios lucrativos. Era un delicado equilibrio, pero uno que la tripulación del Hope sabía manejar con maestría.

Información e instrucciones
#1
Asradi
Völva
Revisó una, dos y hasta tres veces la bolsa de cuero donde llevaba ciertos elementos que Silver le había encargado tras haberse comunicado por Den Den Mushi. Siempre era bueno tener no solo compradores, sino también conocidos que fuesen buena gente. Y sí, se trataba de un pirata, pero el tipo era majo. Aunque no había conocido al resto de su tripulación por ahora. Fuese como fuese, ahora había llegado a Loguetown por simples negocios. Un intercambio con el que, esperaba, ambas partes estuviesen satisfechas. Una sonrisa enorme brotó en los labios de Asradi de tan solo imaginarlo. Se había esmerado en aquellas notas y libros rudimentarios, pero sabía que tenían una calidad bastante aceptable al precio que tenían. Y, además, no podía entregarle algo de menor calidad a Silver.

¡Ey, cuanto tiempo! — Saludó con una sonrisa aun tanto más suave ahora, mientras acortaba distancias hasta llegar al puesto que estaba bajo la confortable sombra de un toldo.

La sirena contempló a Silver con una mezcla de confianza y algo de picardía. Con un movimiento fluido, y cuidadoso, dejó el zurrón sobre una de las cajas que servían a modo de mostrador.

Traje lo que me pediste. — Comentó, acercándole los útiles y permitiéndole revisar si quería o lo veía necesario.

En el interior había, efectivamente, varios documentos que había recopilado con su conocimiento durante sus viajes.
#2
Lobo Jackson
Moonwalker
Tras un intenso paseo por las profundidades del East Blue en el espléndido submarino revolucionario, "The Peace", Lobo Jackson desembarcó en Loguetown a la luz del atardecer.

Con un salto quíntuple mortal aprovechando el rebote boyante del submarino, el mink realizó varias volteretas en el aire hasta alcanzar el muelle de la popular ciudad. A sus espaldas portaba una caja de metal cuadriculada hermosamente cincelada con motivos mitológicos cuyo contenido permanecía oculto bajo el mayor de los secretismos. Lobo Jackson podía ser tremendamente vanidoso, pero lo que tenía de presumido también lo tenía de meticuloso.

[Imagen: PandoraBox.png]
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Recorrió el muelle en dirección a un barco particularmente llamativo entre todos los que estaban atracados en el puerto. Uno cuyas velas reconoció en seguida, a pesar de encontrarse algo oculto entre los galeones de mayor tamaño. La sutileza era algo que el mink había ido aprendiendo poco a poco gracias a viajar al abrigo del submarino, aunque no era para nada el estilo del futuro rey del pop.
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Se acercó hasta el pequeño tenderete, donde el mostrador estaba repleto de cosas interesantes para todo tipo de negocios. Incluso había algún que otro juguete para alegrar al niño de a pie que quería acercarse a conocer a una tripulación tan variopinta como la de aquel barco tan singular.

Pronto reconoció al hombre al que había ido a buscar. Su tez morena y su aire jovial resultaban inconfundibles, pero sobre todo, aquella mirada repleta de energía que parecía competir con la de ojos ambarinos del mink. Lobo Jackson se acercó con unos pasos de baile al estilo funky, dando pequeños saltitos con los pies hasta que alcanzó el puesto comercial que regentaba el capitán del barco.
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- ¡Buenas-gara! Me alegra verte, compañero-gara. - Saludó el mink con un gesto de su mano. - Tengo algo que creo que te va a gustar-gara. Y dime, ¿tienes lo que te pedí-gara?
#3
Octojin
El terror blanco
El chirrido de la grúa al moverse lentamente por el puerto de Loguetown resonaba como música para los oídos de Octojin. Desde lo alto, sobre el puente de control del inmenso vehículo que transportaba un majestuoso indiaman, el tiburón contemplaba cómo la nave descendía lentamente hacia el agua. El sol del mediodía arrancaba destellos de las impecables maderas barnizadas y las velas blanquísimas del barco. Para Octojin, aquella nave no era solo un encargo; era una obra de arte flotante, una prueba tangible de lo que el esfuerzo combinado de la ingeniería y la pasión podían lograr.

Había sido un camino increíblemente corto en cuanto a metros pero largo en cuanto a tiempo. Del astillero al muelle donde descendió el barco no habían más de quinientos metros, pero la grúa había tardado como cuatro horas en mover aquella cantidad de peso que era el barco. Pero cualquier mimo era poco para aquella obra de arte.

Al llegar al muelle, la grúa se detuvo con un último y solemne crujido. Octojin saltó al suelo con agilidad, a pesar de su imponente tamaño, y se quedó unos instantes mirando el indiaman ya amarrado al muelle. La línea perfecta de su casco, los intrincados detalles en la popa y el mascarón de proa, tallado con una precisión exquisita, lo tenían completamente fascinado. No es porque fuera suyo, que también, pero era una auténtica obra de arte tallado por los mejores carpinteros de la isla.

—Es una belleza —murmuró para sí mismo, permitiéndose un momento de orgullo antes de girar hacia el barco y acercarse para inspeccionarlo más de cerca.

Se detuvo junto a la proa, admirando el mascarón tallado con precisión, una figura que parecía a punto de cobrar vida bajo los rayos del sol. La madera barnizada brillaba como un espejo, reflejando las olas que rompían suavemente contra el muelle. Era un trabajo que no solo destacaba por su funcionalidad, sino también por su estética. Cada pulgada de aquel barco hablaba de dedicación y excelencia. Y es que tenía bien claro que era el mejor en lo suyo.

No tardó mucho tiempo en ver a Silver a lo lejos. Hacía tiempo que no se veían… ¿Dónde quedaron aquellas aventuras juntos? Cuando estuvo relativamente cerca, el tiburón alzó la mano y me dio un abrazo cálido.

—¡Flipé cuando recibí este encargo! —le dijo, con una sonrisa de oreja a oreja— Mira qué joya. Con esto cualquiera puede ir donde quiera a toda velocidad.

Octojin palmeó el costado del indiaman con una de sus enormes manos, produciendo un sonido sordo que resonó como una campana. Era un momento de satisfacción genuina, el tipo de momento que hacía que todos los esfuerzos valieran la pena. Lo hizo para que Silver viera que no había escatimado en materiales, aunque no tenía claro que lo hubiese entendido así.

Sabía que este era solo el primero de varios barcos encargados, pero había algo especial en esta nave en particular. Había trabajado duro para asegurarse de que cada detalle estuviera perfectamente alineado con lo que el comprador había pedido, desde el diseño del casco reforzado hasta las velas diseñadas para resistir los vientos más salvajes. A fin de cuentas, el primero era el más importante. Si estaba perfecto, Silver depositaría su confianza en él, de lo contrario, anularía el trato.

—Y los demás están en camino —dijo en voz alta, casi como si necesitara oírlo para creerlo del todo. Había algo emocionante en la idea de ver toda una flota de barcos construidos con el mismo nivel de cuidado y atención al detalle. Pero este, el primero, siempre tendría un lugar especial en su memoria.

No pudo evitar preguntarse qué haría su cliente con una flota completa de indiaman. La idea lo hacía sonreír, imaginando aventuras épicas en alta mar, batallas contra piratas o incluso la exploración de tierras desconocidas.

—¿Una armada? ¿Un negocio mercante? —se preguntó, cruzándose de brazos mientras seguía admirando la nave—. O tal vez algo completamente loco, como un país flotante. Sea lo que sea, espero que me invites al menos a una copa cuando lo consiga.

El tiburón subió al barco por la pasarela, decidido a revisar cada rincón una última vez antes de entregar la nave, invitando a su comprador, su amigo Silver, a verlo con él. El interior no tenía desperdicio. La bodega, amplia y bien organizada, estaba diseñada para maximizar el espacio sin comprometer la estabilidad del barco. Las cabinas eran cómodas, pero funcionales, con un diseño que mezclaba lo práctico con lo estético. La cubierta, por su parte, estaba equipada con cañones y otros elementos que hacían del indiaman no solo una nave de transporte, sino también un barco capaz de defenderse en caso de peligro. ¿De qué valía la rapidez si no se podía defender?

Cada detalle era un recordatorio del arduo trabajo que había llevado a cabo junto a su equipo para cumplir con las especificaciones exactas del encargo. Octojin era un constructor de barcos por profesión, y su experiencia con naves de todo tipo y su amor por el mar le habían dado una habilidad innata para entender lo que hacía falta en un buen barco.

—Esto dominará las olas, seguro —dijo con una sonrisa mientras regresaba a la cubierta principal.

Antes de abandonar el barco, el escualo se detuvo junto al mástil principal, alzó la vista y observó cómo las velas colgaban con elegancia. Era un símbolo de potencial, una promesa de velocidad y libertad en alta mar. Un excelente recuerdo de que todo era posible en la vida.

De regreso al muelle, echó un último vistazo al indiaman desde la distancia. Había algo profundamente satisfactorio en ver la culminación de un proyecto como aquel, y saber que estaba destinado a grandes cosas. Su único límite era el que le quisieran poner.

—Espero que seas tratado como te mereces, amigo —murmuró, dirigiéndose al barco como si pudiera escucharlo—. Porque estás hecho para la grandeza.

Con una última sonrisa, Octojin se giró y comenzó a caminar hacia proa, saltando al suelo desde ahí y esperando cerrar el trato con Silver. Aquel era el primero de muchos.
#4
Marvolath
-
Cuando Silver le pidió ayuda para llevar las cuentas y el inventario de la improvisada tienda que quería abrir en el puerto de Loguetown había esperado un día tranquilo, registrando algunas compras y ventas de bagatelas que el capitán hubiese conseguido con su labia. Por ello, había dispuesto cojines en el espacio de debajo del mostrador, donde tendría fácil acceso al dinero y artículos de pequeño tamaño en caso de ser necesarios, y donde podría pasar el día leyendo cómodamente.

Anotar ventas y compras, facilitar y recoger dinero o artículos, y la lectura de libros que conocía de memoria comenzaron a hacer mella en él, y poco a poco se fue quedando dormido. Una voz que llamaba al capitán por su nombre lo despertó. Intrigado, el kobito asomó la cabeza por el mostrador. La primera sorpresa fue encontrar a una sirena, una vista poco habitual. La segunda, los documentos que, al parecer, había encargado Silver, quién sabía cuando. Para alegría de Marvolath, las sorpresas no quedaron ahí, y poco después un submarino y un mink trajeron un artículo tan llamativo como ellos mismos; y un... ¿tiburón? más grande incluso que Balagus traía un navío, grande como pocos.

Saludó con una mezcla de sorpresa y cortesía a cada uno de los conocidos de Silver antes de volver a su cómodo sillón, a registrar las nuevas compras. La boca de Silver ya les había metido en algún que otro lío, pero había que admitir que sabía llamar al dinero.
#5
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El bullicio en el puerto alcanzó un nuevo nivel cuando una sombra colosal eclipsó momentáneamente el puesto de comercio del Hope. Los murmullos se propagaron entre los curiosos, mientras una figura imponente avanzaba entre la multitud como un rompehielos a través de las olas. Ragn se hacía presente, cargando un enorme barril en un hombro y un enorme saco lleno de misteriosos aromas en el otro. Su figura era impresionante. Su cuerpo esculpido en piedra y su cabello, recogido en una trenza aún más larga, parecía danzar con cada uno de sus pasos. Vestía ropas típicas de su tierra, con pieles gruesas que parecían fuera de lugar bajo el sol de Loguetown. Sin embargo, lo que más destacaba eran los artefactos de cocina que llevaba atados a su cinturón, desde cuchillos forjados artesanalmente hasta cucharones tan grandes como un brazo humano. Ragn se detuvo frente al puesto del Hope y colocó el barril en el suelo con un golpe que resonó como un tambor en el muelle. La gente alrededor se quedó en silencio un instante, hasta que una voz grave y potente rompió la tensión

¡Hoy es vuestrrrro día de suerrrte! — Anunció, con su voz proyectándose como un cuerno de guerra. — ¡Prrresentarrr los mejores saborrres del norte! Platos de hérrroes! —Levantó una de sus enormes manos, mostrando una cicatriz que cruzaba su palma, como si incluso la cocina fuese una batalla para él. Ragn iba vestido con un poncho eterno que cubría su rostro. Desde que tenía wanted, era más comedido.
¿Y qué exactamente traes, gigante? —Preguntó un añaado muchacho, con una sonrisa que ocultaba tanto su curiosidad como su cautela. Ragn soltó una carcajada que hizo temblar las cajas cercanas antes de inclinarse hacia el barril y abrirlo de un tirón. Un vapor cálido y fragante emergió, envolviendo el puesto en un aroma a carne especiada y hierbas exóticas. —¡Esto! ¡Qué esperrar! —Gritó, sacando un gran plato que parecía tallado de madera de algún árbol mítico. Sobre él, reposaba un asado rebosante de jugos, acompañado de raíces caramelizadas y una salsa oscura que goteaba como lava.

La llegada de Ragn al puesto del Hope no solo añadió un espectáculo al ya bullicioso puerto, sino que marcó el inicio de lo que prometía ser una colaboración lucrativa y deliciosa para todos los involucrados. La escena se transformó rápidamente en un festín improvisado. Ragn, satisfecho por haber captado la atención del puesto, empezó a desempacar más de sus delicias, cada una con una historia que resonaba tanto como los golpes de su barril. Primero, sacó una bandeja de madera tallada en forma de escudo vikingo, cubierta de "Pan de Hierro", un tipo de pan denso y oscuro que, según el vikingo, podía mantenerse fresco durante semanas y era infundido con hierbas del norte que ayudaban a resistir el frío más cruel. Luego, extrajo una olla cubierta que desprendía un aroma peculiar. Al abrirla, reveló una mezcla burbujeante conocida como "Estofado de Kraken". Era un guiso espeso y oscuro, lleno de tentáculos tiernos y patatas doradas, nadando en un caldo especiado con un toque de algas ahumadas. Uno de los platos especiales. En otro recipiente había algo que llamó "Caramelo del Norte", un dulce inesperado en su repertorio. Eran pequeños bloques de miel solidificada con nueces trituradas y frutos secos, envueltos en hojas de abedul. Los platos y el olor espectacular no cesaron de traer la atención de los clientes.

Finalmente, para coronar la presentación, Ragn mostró su obra maestra: una enorme pierna de cordero asada, cubierta con un glaseado que parecía brillar bajo el sol del puerto. Llamaba a esta maravilla "Manjar de Valhalla", asegurando que el secreto estaba en una mezcla de especias tan rara que solo él conocía el origen de cada ingrediente. El puerto de Loguetown se llenó de los aromas intensos y exóticos de las comidas de Ragn. Incluso los más escépticos no pudieron resistirse a acercarse. El festín continuó mientras el vikingo, con su presencia arrolladora, no solo vendía sus platillos, sino también una experiencia, convirtiendo el puesto en el epicentro de una tarde memorable en el bullicioso puerto.
#6
Takahiro
La saeta verde
Se encontraba en Loguetown, deambulando en busca de un hombre con el que hacer negocios. No le habían dicho nada más, pero que en cuanto diera con él lo sabría. Sin embargo, después de caminar por el puerto de la ciudad durante casi una hora, el peliverde se sentó para contemplar el maravilloso atardecer que estaba sucediendo. Takahiro estaba enamorado profundamente de aquel momento del día desde que era niño. Ver con sus ojos como el sol parece que esta siendo engullido por el mar, mientras el cielo se va tiñendo de distintos colores era algo impresionante. En lo más alto del cielo podía apreciarse un muy intenso, seguido de un rosáceo que dejaba paso a una tonalidad mas anaranjada y, finalmente, con los últimos rayos de sol un intenso amarillo que iba desapareciendo con los minutos.

Una vez el sol cayó, las farolas de la ciudad se encendieron todas de golpe, perfectamente cronometradas. Tras eso, con una bolsa a su espalda, continuó caminando en busca de aquel hombre. Le habían dicho que era moreno, pero eso tan solo descartaba a menos del cincuenta por ciento de la isla, así que también le dijeron que tenía un mono. Así que tenía que buscar al hombre que poseyera un primate como mascota. Deambulo durante un rato más, sin éxito alguno. Takahiro estaba cansado de dar vuelta, pero entonces lo vio en la lejanía y sin pensarlo se acercó a él.

—Oye, monete —le dijo—. ¿Es tu capitán el comerciante al que busco?

El mono le miró y rápidamente se fue con un hombre, cuya descripción correspondía a la que le habían dicho; moreno, con un mono y una espada. Tampoco es que hubieran sido muy detallada la descripción. Tras ello, con la mano apoyada en la empuñadura de su espada lo miró fijamente y sonrió.

—¡Buenas tardes! —saludó con alegría—. ¿O debería decir noches? —continuó diciendo—. ¿Eres tú el comerciante del que hablan todos? Te he traído un par de cosas que te pueden interesar…

De la bolsa sacó la extraña fruta que le llevaba acompañando durante meses. Algunos decían que era valiosa, pero él nunca se había atrevido a comerla. Confiando plenamente en aquel hombre se la lanzó para que la cogiera y la examinara, tras ello se quitó del cinturón su wakizashi, bautizada como Tenshi (ángel) por el propio Takahiro.

—¿Te interesa?

Tras la respuesta afirmativa del hombre, cuyo nombre resultó ser Silver, le dio la mano como signo de respeto y trato cerrado y se marchó de allí con la sensación de haber hecho una buena transacción.

—Con esto podré saldar la deuda que tengo con Atlas —susurraba para si mismo, mientras volvía a la base del G-31, pensando el que le sonaba la cara de aquel sujeto.
#7
Galhard
Gal
El puerto de Loguetown era un hervidero de actividad cuando Galhard se abrió paso entre la multitud. Vestía su uniforme de marine, pero en esta ocasión su intención no era imponer autoridad, sino cerrar un trato que llevaba tiempo planeando. Los rumores sobre el Hope y su capitán, Silver Syxel, lo habían llevado hasta allí. Necesitaba vender unos mapas y una triple log pose que, en las manos adecuadas, podían convertirse en herramientas valiosas.

Al acercarse al puesto improvisado que la tripulación del Hope había montado, Galhard observó cómo el ajetreo se desenvolvía con precisión. La tripulación del barco era eficiente, y los curiosos se acercaban con cautela y curiosidad. Entre ellos, distinguió al capitán, un hombre que exudaba confianza mientras supervisaba las actividades desde un punto estratégico.

Galhard se detuvo a unos pasos de distancia, evaluando el ambiente antes de dar el siguiente paso. Con un saludo cortés y un tono claro que pudiera ser escuchado por encima del bullicio, se dirigió al capitán.

—Buenas tardes. Usted debe ser Silver Syxel, el mercader del cual hablan ¿me equivoco? —dijo, manteniendo un tono amigable pero profesional.

Esperó a que Silver respondiera antes de continuar, consciente de que la cortesía era clave en este tipo de encuentros. Cuando el comerciante confirmó su identidad, Galhard dio un paso más cerca, abriendo una pequeña bolsa de tela que llevaba consigo. Dentro se encontraba un pergamino cuidadosamente enrollado y una caja que protegía la triple log pose.

—Traigo algo que podría interesarle. —Desenrolló uno de los mapas con cuidado, mostrando los detalles con precisión —Mapas actualizados de los Blues. Trazados por navegantes experimentados y revisados personalmente para garantizar su exactitud. Además, esta triple log pose, en perfectas condiciones. Estoy seguro de que un hombre con su experiencia sabrá el valor de estas herramientas.—

Colocó los objetos sobre una de las cajas del puesto, dejando que fueran visibles, pero manteniéndose cerca para protegerlos. Era evidente que no buscaba impresionar con palabras innecesarias, sino permitir que los objetos hablaran por sí mismos.

—No estoy aquí para imponer condiciones, sino para negociar. Usted sabe tanto como yo que los mares son impredecibles, y una información confiable puede ser la diferencia entre el éxito y el desastre. Estoy dispuesto a escuchar su oferta.—

Galhard cruzó los brazos, manteniéndose erguido pero relajado. Había aprendido que la paciencia era una virtud en este tipo de intercambios. Miró alrededor, asegurándose de que la multitud no se volviera un obstáculo para la transacción, mientras dejaba claro que estaba listo para escuchar cualquier propuesta.

—No tengo un número fijo en mente, pero confío en que podamos llegar a un acuerdo que beneficie a ambos. ¿Qué le parece? —finalizó, su mirada fija en Silver, con la seguridad de alguien que sabía que estaba ofreciendo algo de valor.
#8
Drake Longspan
[...]

Drake Longspan se pasea por la tienda como si fuera el mismísimo dueño del lugar. Su enorme figura llena el espacio, y su voz grave, cargada de confianza y algo de descaro, retumba en las paredes. Entre sus pasos relajados y su sonrisa segura, deja claro que no está allí para recibir un "no" como respuesta. Con un movimiento calculado, golpea suavemente el mostrador con la palma abierta, llamando la atención de quien esté al frente. Su presencia es inconfundible.

¡Buenas! Espero que tengas tiempo, porque estás a punto de escuchar la mejor oferta que se ha presentado en esta maldita isla. Ven, acércate, y escucha con atención.

El chico de los brazos largos se inclina un poco hacia adelante, mostrando en su sonrisa ese aire de vendedor que sabe que está ganando la partida antes de empezar, o de autónomo desesperado. Dejando caer un boceto que se estira conforme cae sobre la remesa.

[Imagen: L5qL84W.jpeg]

—  Te traigo un submarino. Sí, sí, un maldito submarino. Pero no cualquiera, no. Es la joya del océano, la máquina más avanzada que vas a ver en toda tu vida. Y lo mejor de todo… — hace una pausa teatral, levantando un dedo como si estuviera a punto de revelar un gran secreto — ...lo vendo por solo sesenta millones de berries.

Drake Longspan guiñó uno de sus ojos rojos como rubíes.

Ahora, sé lo que estás pensando. "¿Por qué tan barato? ¿Qué tiene de malo?" Pues nada, colega, absolutamente nada. Ese submarino está en mejor estado que tu salud después de una buena noche de sake. Capaz de sumergirse a profundidades que ningún otro puede igualar, con espacio suficiente para que tú, tus colegas, y hasta una banda de músicos en vivo lo disfruten. Y la cara del submarino… — señala hacia un lado, como si el navío estuviera ahí mismo — ...¿Has visto algo más simpático? Se te olvidan hasta los problemas cuando te montas en él. Lo llamo el Smiling Seal.

El carpintero del Pais de Kano forzó una sonrisa de oreja a oreja intentando imitar sin éxito a su propia creación.

Mira, no te voy a vender cuentos. ¿Podría quedármelo yo? Claro que sí, y estaría por ahí pescando reyes marinos y explorando ruinas en el fondo del mar. Pero no vine aquí a pasearme por Loguetown para volverme egoísta. Vine a darte la oportunidad de tu vida. — Le da un golpe suave al mostrador, como si con eso sellara la oferta. — Sesenta millones, ni un berry más ni uno menos. Es un regalo, de verdad. Si no lo compras tú, allá tú, pero cuando lo veas surcar los mares con otro tipo al mando, vas a recordar este día con lágrimas en los ojos.

Drake se cruza de brazos casi abrazándose a si mismo como un pulpo, esperando la respuesta, mientras su postura erguida y su sonrisa confiada dejan claro que, al menos en su mente, el trato ya está cerrado.
#9
Rocket Raccoon
Rocket
Oportunidades, oportunidades por todas partes. Últimamente, me había estado involucrando mucho en este mundillo del comercio y los berries, del sucio, asqueroso y necesario dinero. Porque sí, admitámoslo, el dinero puede comprar muchas cosas, incluso un poco de esa efímera felicidad que todos buscamos. Sin embargo, mi objetivo iba más allá de la felicidad personal: estaba buscando una fuente de ingresos para la causa. Algo sostenible, algo con lo que pudiera marcar una diferencia. Fabricar cosas se me daba bien, y, con una tripulación que también era hábil en esas artes, el potencial estaba ahí.

Por eso ahora me encontraban caminando entre las concurridas calles de Loguetown. Este lugar, que de algún modo había sido el punto de partida de mi viaje, también parecía ser el epicentro de todas esas conexiones “fortuitas” que el comercio suele ofrecer. Mi destino era el mercadillo cercano al puerto. Un lugar lleno de vida, voces regateando, olores de comida callejera y un caos que solo una ciudad portuaria puede ofrecer.

El objetivo del día tenía nombre: Silver. Un comerciante que, según me contaba Dharkel, estaba ganando cierta reputación en esta zona. Para mi suerte, era un amigo cercano de mi nuevo socio de batallas, lo que hacía este encuentro mucho menos frío y más prometedor. Pero, claro, había un pequeño problema: Silver era un nombre tan común en el Mar del Este como “Marinero” en un puerto. Sin contar que, en esta ciudad en particular, el apellido/nombre parecía reproducirse como si lo regalasen en el mercado negro.

Afortunadamente, Dharkel no era de los que dejaban las cosas al azar. Me había descrito su apariencia con suficiente detalle como para que pudiera identificarlo incluso entre un centenar de "Silvers". Según lo que me dijo, su tiendita era un pequeño paraíso de la versatilidad: armamento, víveres, productos médicos, y quién sabe qué más escondía entre sus estantes. Un comerciante así no era solo un buen contacto: era oro puro para lo que tenía en mente. Ahora solo me quedaba encontrarlo. Y, con algo de suerte, quizás esta búsqueda me llevaría más lejos de lo que esperaba.

-Vengo de parte de Dharkel, tengo muchas cosas en mente y no sé cómo manejarlas del todo. Joder eh. Verás, soy bueno haciendo cosas con las manos, tanto grandes como pequeñas. Y necesito a alguien que sepa como encontrarle el mejor precio a esos artículos. Joder eh.-
#10


Salto de foro:


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