Hay rumores sobre…
... una plaga de ratas infectadas por un extraño virus en el Refugio de Goat.
[Diario] Lo que la vida nos depara
Angelo
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38 de Verano del año 723, Vodka Shore, Tequila Wolf.


Lo que en un principio había traído consigo una gran emoción y unas expectativas altísimas, con el paso de los días se había convertido en todo un suplicio. Debían llevar en alta mar desde hacía poco más de una semana pero, lejos de tratarse de una travesía apacible, la condición de su papel durante el viaje a bordo del Intrépido les había acarreado multitud de molestias. Para empezar, se habían colado de polizones en aquel barco mercante, lo que evidentemente les imposibilitaba moverse de un lado para otro de la nave con libertad. De hecho, durante los primeros días, se habían pasado la mayor parte del tiempo agarrotándose en el interior de cajas y barriles, inmóviles durante horas sin hacer el más mínimo ruido o movimiento. Salían de noche, cuando la tripulación dormía y la oscuridad les daba cobijo para poder estirarse un poco y robar algo de comida con la que llenar sus estómagos. Angelo aún recordaba los veintidós chasquidos que habían producido los huesos de sus brazos, piernas y espalda en el momento en que al fin pudo estirarlos.

Por supuesto, esta situación no era deseable para ninguno de los dos prófugos de Jaya que, hasta el moño de estar escondidos en espacios tan claustrofóbicos como podían llegar a ser sus escondrijos, empezaron a tomarse más libertades y a correr mayores riesgos en los días venideros. Aun así, la nave en la que viajan no era lo que viene a ser grande, por lo que ser atrapados por la tripulación parecía tan solo una cuestión de tiempo. Tampoco es que importase. Angelo prefería liarse a hostias con toda la tripulación antes que volver a pasar un minuto más metido en un puto barril. Cualquiera diría, de hecho, que sería él a quien descubriesen en primer lugar, aunque el peliverde estaba seguro de que la culpa había sido de Iris.

Su sister podía ser mucho más cauta y racional que él la mayoría de las veces, pero había un factor que determinaba los límites que la solarian era capaz de aguantar. La sutileza se le terminaba en el momento en el que se le acababan los cigarrillos y, al ritmo que la peliblanca se los fundía, no tardó en llegar. Habían terminado discutiendo, intentando decidir si había sido culpa de que Iris saliera a buscar una cajetilla de tabaco entre las pertenencias de la tripulación, o si había sido culpa de Angelo por ir a por un tentempié nocturno y haber terminado atizando a un grumete que se lo encontró con las manos en la masa. El pobrecillo había acabado dentro de la nevera y, por supuesto, al día siguiente se lo encontraron sus compañeros. Pero, ¡eh! ¡No estaba muerto! Quizá hubiera estado al borde de hacerlo tras sufrir de hipotermia, pero no la había espichado. Todo un récord. El caso es que, tras este suceso y percatarse de que las reservas de comida y tabaco habían empezado a disminuir drásticamente, tan solo fue cuestión de tiempo que el capitán entendiera que había alguien más en el barco. Un par de polizones con los que no contaban. Tampoco importó mucho; Angelo hasta agradeció que se pispasen de una vez.

—Bueno chavales, la cosa va así —empezó a decirles Angelo, tirando por la borda a uno de los comerciantes sin muchos miramientos—. Si queréis llegar de una pieza a donde sea que estuvierais yendo, vais a llevarnos a mi sister y a mí a un puerto seguro. No tengo ni puta idea de en qué mar estamos, pero si queréis conservar todos vuestros miembros más os vale dejarnos lejos de cualquier cuartel de la Marina. ¿Es o no? —Les echó un vistazo y todos asintieron entre asustados y a regañadientes tras haber visto de lo que era capaz la pareja—. Cojonudo. Pues arreando.

Sin necesidad de seguir escondiéndose, el trayecto que les quedaba hasta Tequila Wolf —el destino de aquel barco mercante— se les hizo mucho más ameno. Toda la tripulación parecía trabajar con mucha más motivación ante la amenaza inminente de muerte, e incluso Iris estaba de mejor humor y había olvidado lo del chaval en la nevera una vez requisaron todas las cajetillas de tabaco. Días después divisarían una de las islas del archipiélago, Vodka Shore, que sería el primer trozo de tierra firme del East Blue que pisarían en su vida. Un sitio que prometía ser interesante solo por llamarse así, o eso pensaba él.

—Vamos a dejaros atados para que os estéis quietecitos hasta que alguien os encuentre, ¿vale? No queremos que nos delatéis y manden a alguien a buscarnos. Sería un puto coñazo, ¿eh? —preguntó, dándole una, dos y hasta tres palmadas en el hombro al capitán del barco.

Y, dicho eso, le había pedido a su sister que le echase una mano con las mordazas y las ataduras. Una vez acabaron, se sacó un moco y se lo pegó en la frente al capitán, que se puso a revolverse y a mirarle con asco. Ante la inquisitiva mirada de Iris, él se limitó a decir que se trataba de un «seguro de vida». Se pertrecharon con lo que encontraron de utilidad, pillaron el dinero de los pobres desgraciados que les habían llevado hasta allí y se dispusieron a ver dónde demonios estaban. Vodka Shore parecía rebosar de vida y actividad, con montones de edificios llenos de luces y carteles por todas partes.

—Fua, sister, ¿no te pica como de emoción la entrepierna? Este sitio parece lleno de posibilidades. ¿Damos una vuelta o qué?

Y, casi sin esperar respuesta, empezó a caminar para alejarse de los muelles esperando que su compañera le siguiera. A los pocos metros recorridos, el barco del que se habían bajado tan solo hacía un par de minutos estalló por los aires.
#1
Iris
La bala blanca
Viajar de polizón era incomodo pero hacerlo con alguien que ocupaba literalmente todo tu espacio personal lo era aún más. Además se sumaba su precipitada huida de Jaya en la cual no habían podido zarpar con el barco debían tomar — mucho más grande que aquel— porque a Angelo le había dado por irse a lo grande, explotando su lugar de trabajo, con su jefe y todo dentro. Así que Iris se las había tenido que apañar para buscar una opción que les sirviera en un tiempo récord. Y allí estaban, apretujados detrás de unos barriles. 

Las cosas no habían ido tan mal al principio, se escabullían durante la noche para poder conseguir algo de comida y Iris tenía su bien más preciado bajo control: la nicotina. Pero eso había durado poco, no calculó muy bien cuantas cajetillas de tabaco necesitaba y al segundo día ya veía como empezaba a escasear. Poco a poco fue llegando la ansiedad y con ella dejó de ser todo lo cuidadosa que había sido en un principio. Asaltaba con más frecuencia las pertenencias de los marineros y rebuscaba entre ellas para encontrar un mísero piti que llevarse a los labios. 

Y ella nunca lo admitiría ante Angelo pero que les pillaran había sido total y completamente su culpa: Eran las doce de la noche y llevaba tres —TRES— horas sin fumar y sin encontrar una cajetilla de tabaco, había buscado en todos lados, en la cocina, en los vestuarios, incluso había mirado detrás de las letrinas para ver si alguien se lo había dejado mientras cagaba. Pero nada, ni un rastro.
 
—Eh, tu, despierta— Iris le dio unos golpecitos en la cara con su pistola al marinero. — ¿Dónde tienes el tabaco?

Se había colado en su cuarto mientras dormía pretendiendo darle un sustito y que le soltara la información que necesitaba. Sólo eso. El chaval — Pues no tendría más de veinte años— le dio las llaves del almacén sin dudarlo. ¡Puta! que ofertón. Había ido buscando oro y encontró diamantes.  

—Muchas gracias, hombre! Ah... ¿La pistola?— Se fijó en que el chico no paraba de mirarla de reojo— No te preocupes no está cargada, mira. 

Un tiro resonó por la sala, seguido del alarido del marinero lo que probablemente habría despertado a todos sus compañeros. Iris contempló ensimismada como una mancha roja de sangre donde debían estar los testículos del chaval. 

—Hostia... En toda la huevada. Vaya putadon... Lo siento de veras tío, no era mi intención. Bueno que me voy antes de que me pillen, ¡Muchas gracias por la llave, cuídate!

Después de eso y de que Angelo metiera en la nevera a otro marinero decidieron actuar: un par de amenazas y listo, todo iba como la seda. Los tripulantes no dudaron en hacerles caso, quizás la amenaza constante de que te metieran un tiro en las pelotas o de que te tirarán por la borda servía para algo. Aún así Iris no se quitaba la sensación de culpa con el pobre chico, así que un día se pasó por su camarote, en cuanto le vio su cara se puso pálida.  

— Joder tío, es que me sabe fatal lo de tu manguera... ¿Tienes novia? — Timmy, pues así se llamaba, asintió con la cabeza— buah, pobrecilla, espero que sepas usar bien tus otras cualidades ahora que tu cimbrel esta KO. Y dime ¿Tenéis hijos? ¿No? Joder, Timmy, me sabe fatal. ¿Sabes que? te daremos un churumbel de Angelo. Va, no me mires así, si los tiene por doquier. Si nos volvemos a ver recuérdamelo ¿Vale?. Anda que te mejores. 

Así sí. Ahora ya se sentía mucho mejor.

No tardaron mucho más en llegar a su destino y después de atar, amordazar y observar como Angelo le pegaba un moco, que puto asco, al capitán en la frente se bajaron de aquel navío. Iris respiró profundamente mientras seguía a su amigo, ah... el olor a alcohol, pota y meado. Aquello era como estar en casa.

—No, Angelo, si te pica la entrepierna es que estás cachondo.

Al cabo de unos metros el barco explotó detras suyo, ojalá Timmy estuviera bien... Pero tampoco le preocupaba mucho así que pasó un brazo por los hombros de su amigo y mientras se encendía el último cigarro que le quedaba exclamó:

—¡Vamos a pegarnos una buena cogorza!
#2
Angelo
-
Fragmentos del barco mercante habían salido volando en todas direcciones tras estallar, lo que hizo que algunos trozos humeantes de madera y chapa cayeran no muy lejos de la pareja, rebotando varias veces entre el alarmado gentío. La gente del puerto no parecía haber reparado siquiera en que la solarian y el lunarian habían salido apenas unos minutos antes de ahí, más preocupados por aplacar las llamas y buscar supervivientes que otra cosa. Sí, con toda seguridad, su llegada había sido mucho más escandalosa de lo que habían planeado, pero también les estaba sirviendo como distracción para que nadie pusiera sus miradas sobre ellos.

—¿Cachondo? —Se rascó el paquete, aprovechando en el proceso para recolocársela y ajustarse mejor el pantalón—. Bueno, es posible, pero... ¿Cómo no voy a estarlo? Hemos salido de una puta vez de esa isla roñosa. —Angelo ensanchó sus labios en una sonrisa, rodeando la cadera de su compinche al tiempo que ella le pasaba el brazo por los hombros—. No solo vamos a pillarnos una cogorza, es que vamos a pillarnos LA cogorza. Esto hay que celebrarlo.

Existían muchas cosas que se les daban mal a los dos. Se discretos era una de ellas —como se habían asegurado de demostrar—, pero también estaban la delicadeza, los barcos, la amabilidad, la paciencia y un sinfín de defectos. Sin embargo, algo de lo que podían sentirse muy orgullosos era de su facilidad para dejar el pasado atrás y enfocarse en todo lo que tenían delante. Habían sido unos años difíciles, por no decir que toda su vida desde la infancia fue una lucha por la supervivencia en la que, muchas veces, habían acabado vapuleados y a merced de otros más fuertes. Pero eso estaba a punto de cambiar. Es más, se habían asegurado de cambiarlo desde el primer momento en que pusieron un pie en el barco de los pobres mercaderes. Eran libres al fin: libres de ataduras; de relaciones abusivas bajo el mando de jefes ineptos; de deudas imposibles de saldar y de vivir con las nudilleras o una pistola bajo la almohada. Bueno, quizá eso último aún tuvieran que seguir haciéndolo, pero sería solo por las consecuencias de sus propias decisiones, no por lo que la vida les había impuesto.

Miró de reojo a Iris, buscando sus ojos más allá de las gafas de sol de ambos, y sin provocación alguna se echó a reír como llevaba mucho tiempo sin hacerlo.

—No es que me apetezca ser la voz de la razón, pero creo que antes de nada deberíamos averiguar de qué palo va este sitio. Parece bastante animado, ¿no? —Se quedó observando los alrededores durante unos dos o tres segundos, el tiempo que le llevó darse cuenta de lo que había dicho—. Sí, sí, lo sé. No estoy enfermo, ¿vale? Pero no sé, supongo que ser padre por vigésimo tercera vez te hace madurar un poco. ¿Crees que Jenny le pondrá mi nombre al churumbel? O Angela si sale niña. Bueno, supongo que nunca lo sabremos.

¿Por dónde iba? Estaba seguro de que estaba diciendo algo sumamente importante antes de divagar pero, como siempre le ocurría, su ímpetu le hacía saltar de un tema a otro sin ton ni son, lo que a menudo provocaba que perdiera el hilo de la conversación. En fin, si no se acordaba sería porque no era tan importante. Se encogió de hombros.

—Bueno, supongo que también puede esperar —terminó diciendo, encogiéndose de hombros—. Vamos a ver dónde podemos pillar algo de papeo. La comida de esta gente era una putísima mierda, la verdad. ¿Quién coño les enseñó a cocinar? —Suspiró, negando con indignación. Una que no sentía realmente—. Ahora tenemos un buen puñado de berries, así que habrá que agenciarse algo bueno.

Casi sin esperar respuesta, y también sin soltarla, Angelo fue tirando de ella para explorar las calles cercanas.

Vodka Shore estaba rebosante de vida. Había gente aquí y allá, deambulando entre una cantidad que —habría jurado— parecía infinita de locales y negocios. Había de todo: bares y restaurantes, tiendas de souvenirs, hoteles, tiendas de ropa, joyerías..., en definitiva, un buen puñado de sitios en los que pegar un palo bastante lucrativo. Pero eso tendría que esperar: aún no se habían quedado sin blanca y, antes de liarla en un sitio nuevo, primero tendrían que llenar el buche. Su mirada iba saltando de un lugar para otro, hasta que finalmente se fijó en un sitio que contaba con terraza. Una terraza abarrotada de gente que vestía con ropa mucho más cara que la de ellos. Un sitio con clase, lo ideal para ellos. Además, los platos y tapas que ponían en la terraza, si bien eran pequeños, tenían una pinta como para repetir dos, tres y hasta cuatro veces.

Le dio una palmada a Iris más abajo de lo que debía con alegría, riéndose después y adelantándose un par de pasos.

—Creo que este sitio puede cundirnos. Lo que no hay es mesas libres —observó, rascándose el mentón—. ¿Qué hacemos, sister?

Esa pregunta iba cargada de segundas intenciones, unas que solo buscaban incitar a su amiga a cometer alguna «travesura».
#3
Iris
La bala blanca
Por fin estaban lejos de aquella isla de mierda. Iris siguió el ritmo que Angelo había decidido marcar mirando con cara de asco como su amigo se recolocaba el paquete delante suya. 

— La verdad es que a veces me pregunto como consigues ligar tanto. Quiero decir... tu encanto brilla por su ausencia. 

Aunque a veces se pasara de sincera con su amigo ella le debía todo lo que tenía. Si no hubiera sido por él, por sus ganas de vivir y de salir del antro del que venían Iris probablemente hubiera acabado con su vida hacía muchísimo tiempo. Pero por fin habían llegado a nuevo puerto, a una nueva oportunidad para redimirse —a quien queremos engañar estos dos no saben lo que es la redención— y ser libres. Y punto. Era lo único que le importaba ahora mismo a Iris, desmelenarse y descubrir lo que la vida les traería a partir de ahora. Al fin y al cabo siempre eran ellos dos contra todo el mundo. 

La peliblanca miró de reojo, alzando una ceja con curiosidad, a Angelo. 

—¿Tu? ¿la voz de la razón? ¿tienes fiebre? — Aunque el chico ya había respondido esa pregunta — No creo que la Jenny sea lo que te haga asentar la cabeza... Además esa no sabrá hacer de madre ni nada, seguro que lo da en adopción. 

Iris siguió caminando, rodeada por los brazos de Angelo, observando aquella ciudad: rebosaba vida e invitaba a nuevos comienzos y no pudo evitar fantasear en abrir un negocio allí, algo legal y humilde, alejarse de toda esa mala vida que llevaban: como una pequeña pastelería...

Que a su vez funcionara como tapadera de un negocio de drogas. Eso es. si conseguía dinero suficiente podría lograr aquel pequeño sueño. Un azote del peliverde sacó a Iris de sus ensoñaciones sobre sus planes de futuro; el peliverde ya había decidido que lo siguiente que harían sería comer en aquel restaurante pijo. La chica miró con tristeza al bar que había justo al lado donde una camarera sacaba una bandeja con cuatro jarras de cerveza y unas tapitas acompañándolas. 

—Ten cuidado donde tocas Angelo, no vayas a descubrir lo que es una mujer de verdad — El cabrón le había dado con fuerza. —Pero muy bien. Déjamelo a mi. 

Estaba de buen humor y le apetecía montar un pollo así que tiró el cigarro, que casualmente cayó en una papelera la cual segundos después empezaría a arder, se bajó la cremallera del top acentuando su escote, se recolocó las pechugas y se dirigió a la puerta del restaurante. 

Le había costado años perfeccionar esta tecnica, a ella le gustaba llamarla "todos los hombres son unos mentirosos". Constaba de tres pasos: 

Primero: Encontrar a una parejita, preferiblemente de cuarentones, que pudieran estar pasando por una crisis. Bingo! Iris se fijó en un hombre y una mujer que removían la comida de su plato de un lado a otro con cara de pocos amigos. Con una sonrisa se acercó a ellos lo que activaba el 

Segundo: Llorar. Era lo que más le había costado pero de donde ella venía aprender a llorar era tan necesario como respirar. Así que se acercó tambaleante a la mesa y, con todas sus fuerzas, le propinó una bofetada a aquel hombre. 

—¡CÓMO TE ATREVES!— parecía una desquiciada —¡DESPUÉS DE TODO LO QUE HE HECHO POR TI! Y TE VAS CON ESTA... ESTA... PELANDRUSCA. ¿Es que no te importa dejarme sola con tus tres hijos...? Después de tanto tiempo. Y PENSAR QUE YO ERA LA OTRA.

Y así llegaba al tercer y ultimo paso: disfrutar del caos que había creado. Observó como la mujer patidifusa se levantaba mientras le gritaba que lo sabía, que sabía que no había cambiado nada y que como se atrevía a hacerle pasar por esto otra vez. Nunca fallaba, es que todos los hombres eran iguales. Se levantaron apresuradamente en lo que aprovechó Iris para sentarse y hacerle un gesto a la camarera, con los ojos aún llenos de lagrimas. 

—Cárgalo todo a su cuenta ¿quieres? ese imbécil me ha destrozado la vida...

La chica asintió con una mirada cómplice y en cuanto se fue se secó las lagrimas, se reajustó el escote y le hizo un gesto con la mano a Angelo para que se acercara, guiñándole un ojo.
#4
Angelo
-
«¿Descubrir lo que es una mujer de verdad?». La pregunta retumbó en la mente de Angelo, que desvió la mirada hacia Iris con una ceja alzada en señal de confusión. Él sabía perfectamente lo que era una mujer de verdad, algo de lo que daba fe su historial amoroso. Bueno, llamarlo amoroso podía sonar muy presuntuoso, porque lo cierto es que se dieron muy pocos casos que el peliverde considerase tan importantes como para usar esa palabra. De hecho, ahora que lo pensaba, ¿Había alguno? No eran pocos los churumbeles que había dejado como legado de su cariño sueltos por Jaya, por no hablar de los empotramientos tan cariñosos que disfrutó con algún que otro muchacho. Eso sí, todas sus relaciones eran una prueba fehaciente de su clarísima falta de responsabilidad emocional. ¿O no? ¿No era bonito haber dejado a la mayor parte de sus parejas sexuales con un recuerdo para toda la vida en forma de mocoso meón y cagón? Un regalo que evitaría que se olvidaran de él durante toda su vida. ¡Pocas cosas había más bonitas que eso!

Salvo, tal vez, su sister y él mismo. Ellos dos sí que eran un buen par de homenajes a la belleza, cualidades que no dudaban en aprovechar a su favor. Concretando un poco, Iris había desarrollado con el paso de los años no solo un cuerpo tan voluptuoso como peligroso, sino que además se había esmerado en aprender a sacarle provecho. Angelo lo definía como el arte de engatusar a los hombres, aunque lo cierto era que le sacaba partido de muchas otras formas. Y justo ese día, por primera vez ante las buenas gentes del East Blue, iba a hacer gala de ello.

—Cuento contigo, sister —le dijo, esbozando una sonrisilla mientras veía cómo se contoneaba camino a una de las mesas del restaurante, en la cual se encontraba una pareja entrada en años que bien parecían marido y mujer por el odio y repulsión que expresaban en sus miradas.

Sin comerlo ni beberlo, con una técnica cuidadosamente estudiada, Iris les montó un pollo monumental. El bofetón que se llevó el caballero resonó a lo largo de la plaza en la que se encontraban. El pobre desgraciado se llevó la mano a la mejilla y se quedó mirando a la peliblanca medio encogido, entre asustado y confuso, sin ser consciente realmente de lo que se le estaba viniendo encima. A veces, la inventiva de la que era capaz de hacer gala su compañera causaba auténtico pavor en Angelo. Era el tipo de mujer que, si así lo quería, podía arruinarte la vida en tan solo un instante. Tan solo necesitaba un motivo lo suficientemente importante —no era muy complicado tampoco— que le ameritase el esfuerzo. Esa misma jugada, la de la amante secreta con tres hijos, le había sacado de más de un marrón a él mismo. Eso sí, la muy guarra siempre se aseguraba de aprovecha el momento del bofetón y gozárselo con ganas. El lunarian sintió la necesidad de acariciarse la mejilla, recordando alguna de las que había recibido él.

En menos de lo que se tarda en decir «Movidote», Iris se había librado del —no tan— respetable matrimonio y se disponía a agenciarse uno de los asientos de la mesa. Aún metida en el papel, le pidió a una de las camareras que se encontraba por allí disfrutando de la escena que le cargase todo al caballero. Claro, ¿cómo no lo había pensado antes? Que tuvieran dinero no quería decir que no pudieran estafar a algún pardillo para ahorrarse gastos innecesarios. «Joder, pero qué buena que es la hijaputa».

En cuanto su amiga le hizo la hizo la señal, Angelo se acercó con calma y tomó asiento justo en frente de ella, riéndose un poco.

—Sigues conservando tu toque, ¿eh? Casi me ha dado pena el pobre desgraciado. —Echó un vistazo hacia donde se había ido la camarera y luego volvió la vista a la mesa, viendo que aún había allí un par de cartas. O lo que supuso que serían las cartas. Parecía que no les había dado tiempo siquiera a pedirse algo más que un par de tés—. Bueno, pues si paga la casa...

Echó mano a una de las cartas y la abrió para echar un vistazo. Parecía que había un poco de aquello y un poco de lo otro, con una buena variedad de esas otras cosas. Sí, ajá. Perfecto. No había ni una puta imagen de los platos que servían. ¿Pero quién coño hacía una carta sin ofrecer un ejemplo visual de lo que se podía preparar allí? No tenía nada que ver con que no tuviera ni puta idea de lo que ponía ahí, por supuesto; era tan solo una cuestión del cuidado de su puta clientela. Se levantó las gafas de sol para mirar directamente el trozo de cartón, disimulando que no entendía nada de nada. Tras dos o tres segundos, alzó la mirada hacia Iris y soltó la carta sobre la mesa.

—Bueno, me fio de tu criterio. Ya que has conseguido que nos inviten, te dejo escoger a ti —y le sonrió con desparpajo, sabiendo tan bien como ella que el motivo real de ello era otro completamente diferente. Si aquel fuera el bar que frecuentaban en Jaya, o uno más al uso al menos, no le haría falta leer una estúpida carta para saber qué pedir.

La camarera volvió al rato con una bandeja, recogiendo las tazas que habían dejado allí sus anteriores clientes y dejando a un lado un pañuelo. La muchacha le sonrió a la peliblanca.

—Tome señorita, para que no manche usted el suyo. ¿Quieren que les tome nota de las bebidas?

—Pues sí, estaría bien. —La muchacha pareció percatarse de la presencia de Angelo en ese preciso momento y se quedó mirándole con sorpresa y confusión a partes iguales—. ¿Tenéis ron?

—Eh... sí, creo que nos queda alguna botella en la...

—Pues una botella para mí, guapa —y le dio una sonora palmada en el brazo que por poco la descuajeringa y derriba sobre el suelo.

Aún descompuesta, se quedó mirando a Iris como si esperase algún tipo de respuesta.

—¿...y usted, señorita?
#5
Iris
La bala blanca
— La duda ofende Angelo, son muchos años de práctica. 

Iris observó la carta, con cierta curiosidad, todo lo que había allí valía más de lo que ella o Angelo habrían juntar en su vida y, aunque si que supiera leer, no tenia ni puta idea de lo que significaban esos platos: "¿Deconstrucción de tortilla?"  "¿Esferificaciones de caviar?" "¿Un puto secreto con Foie gras y reducción de Pedro Ximenez?" Dónde coño le había llevado Angelo. Menos mal que no pagaba ella. 

—Muchas gracias, cielo— le contestó Iris mientras le cogía el pañuelo a la camarera. 

Vio entonces como su maravilloso plan empezaba a hacer aguas, puesto que Angelo estaba Angeling y la camarera le miró con cara de espanto — normal— cuando este le pidió una botella de Ron. Y el cabrón se la bebería a morro, como si le conociera. 

—A mi ponme una botella del mejor vino que tengas, porfavor— Una amable sonrisa se dibujó en la cara de la peliblanca— Y perdona a mi hermano... ha venido a animarme en cuanto se ha enterado de todo el Drama, es... el especialito de la familia. Pero hay que quererle.  

Culminó aquella mentira con unas palmaditas en la mano de su amigo mientras pedía lo más caro de la carta para comer. La camarera asintió tomándoles nota para proceder a irse momentos después. Iris aprovechó esos segundos para mirar como el sol se escondía tras el mar, tiñiendo las nubes de escarlata. Notó como un nudo en la garganta se le formaba. 

—Por fin somos libres, ¿Eh?— Apretó la mano del lunarian, la cual no había llegado a soltar en ningún momento— Nos ha costado lo suyo. Pero a partir de ahora... todo irá a mejor. 

Una sonrisa se había dibujado en los labios de la chica, transmitiendo la paz interior que sentía en ese momento. Parpadeó varias veces para quitarse las lágrimas que habían empezado a formarse en sus ojos cuando la camarera trajo la bebida y unos minúsculos platillos, anda mira que bien, tenían tapillas y todo. Cogió la botella de vino y la alzó proponiéndole un Brindis a su amigo. 

— Por lo que la vida nos depare. — Sonrió como nunca antes se había permitido hacerlo y le metió un buen trago a la botella, tragándose casi la mitad de un golpe. Se secó la comisura de los labios con el dorso de la mano y alcanzó a probar una de aquellas cosas raras que le habían traído. —Esto sabe a puta mierda.
#6


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