Octojin
El terror blanco
20-11-2024, 10:36 AM
Las tareas parecen ser cada vez más complejas en cuanto a que te dejan solo continuamente. Quizá tienen cierto recelo de ti, o puede que simplemente quieran que fracases, no lo sé. La cosa es que sientes que lo único que hacen tus compañeros es vigilar que los piratas no huyan. Y no parecen que vayan a hacerlo igualmente.
Cuando finalmente das con el falso suelo tras tus cortes, un pequeño compartimento queda al descubierto. El espacio es estrecho y oscuro, y el hedor que emana de allí te golpea como una bofetada golpea a un hijo. Dentro encuentras al intérprete: un hombre delgado, con la ropa hecha jirones y un aspecto claramente lamentable. Desde luego no está en sus mejores días. Apenas tiene fuerzas para moverse y parece completamente desorientado, aunque sus ojos reflejan una mezcla de alivio y recelo al verte.
Los reclutas que te acompañan actúan rápidamente ante tus gestos. Uno de ellos le pasa una cantimplora con agua, que el hombre bebe con desesperación, mientras otro corre a buscar algo de comida. Cuando empieza a comer, lo hace con tal avidez que casi parece olvidar que está rodeado de marines armados. Desde luego no parece que estar en esa situación le importe mucho, y no es para menos, ¿cuántos días habrá pasado allí?
Pronto, dos reclutas más llegan para encargarse de él. Lo levantan con cuidado, casi como si fuera una figura frágil, y lo llevan a la cubierta para darle un baño improvisado y cambiar sus harapos por ropa limpia. Aquello no parece molestar al tipo, que sigue comiendo el pan que le han dado. El contraste entre su estado inicial y el resultado final es impresionante, aunque sigue pareciendo débil y afectado por su tiempo en cautiverio.
Vaya lujo no ser recluta, ¿verdad? De lo contrario te verías ahí, lavando a un hombre que se ha orinado y ha estado días encerrado, con el hedor que desprende. Pero no, tú eres Alférez, y puedes, desde la lejanía, mirar y dar órdenes. Menudo lujo.
Cuando finalmente está presentable, aunque todavía algo tembloroso, los reclutas lo traen de vuelta hacia ti. Está esposado, aunque su debilidad hace que el gesto parezca innecesario. Su voz es suave, apenas audible, como si cada palabra le costara un gran esfuerzo.
—No sé... no sé cuántos días llevo ahí abajo... —te dice, parpadeando lentamente mientras sus ojos se ajustan a la luz del sol. Parece dolerle incluso el acto de mirar a su alrededor, lo que indica que probablemente ha estado en la oscuridad durante varios días. Los reclutas lo sostienen con firmeza, pero no hay señales de resistencia en su parte.
Cuando logra continuar, lo hace en un tono aún más bajo, como si temiera gastar lo poco que le queda de energía:
—Loguetown era... una parada corta. Solo íbamos a aprovisionarnos... pero todo se torció. Empezaron a discutir, no sé bien por qué —Hace una pausa, tosiendo ligeramente antes de proseguir—. Llevo con ellos unos meses. Era intérprete en la asociación de mudos... pero no quería viajar con ellos. Me raptaron. El capitán dijo que necesitaban a alguien como yo para poder comunicarse con el mundo exterior. Y me llevó con ellos.
Su voz se quiebra un poco al hablar del capitán, como si el recuerdo le provocara una mezcla de miedo y rabia. Probablemente más miedo que rabia en ese momento.
—No sé dónde está ahora... —continúa— Pero si ha huido, no habrá ido solo. No tiene ni idea de navegación. Siempre dependía de la tripulación para eso. Y para otras muchas cosas, claro.
Vaya vaya... Así que parece que no está solo. Las piezas comienzan a encajar: un capitán que raptó al intérprete para mantener operativa a su banda, un grupo de mudos que, pese a su condición, decidió lanzarse al mar, y un conflicto que probablemente llevó al caos en su última parada. ¿Será muy común que las bandas se fragmenten entre ellas? Desde luego así no hace falta la marina. El caso es que hay más preguntas que respuestas, especialmente sobre el paradero del capitán y la espada desaparecida.
—¿El cargamento de espadas? No tengo ni idea de dónde salió —te dice mientras vuelve a toser, ahora escupiendo algo de sangre cerca tuya, gesto tras el cual te pide perdón con la mano diestra—. Lo único... Lo único que sé es que estaba obsesionado con una de las espadas. Decía que... Que era la mejor que había visto.
El intérprete alza la mirada hacia ti, esperando algún tipo de juicio. Parece agotado, tanto física como emocionalmente, pero no muestra signos de resistencia. Su disposición a hablar podría ser clave para resolver el misterio que rodea a esta peculiar banda de piratas.
¿Qué harás con esta información? El destino del intérprete, así como el de los demás miembros de la banda Mutis, está en tus manos. Y mientras más piezas del rompecabezas encajas, más claro parece que este no es un caso común de piratería.
Cuando finalmente das con el falso suelo tras tus cortes, un pequeño compartimento queda al descubierto. El espacio es estrecho y oscuro, y el hedor que emana de allí te golpea como una bofetada golpea a un hijo. Dentro encuentras al intérprete: un hombre delgado, con la ropa hecha jirones y un aspecto claramente lamentable. Desde luego no está en sus mejores días. Apenas tiene fuerzas para moverse y parece completamente desorientado, aunque sus ojos reflejan una mezcla de alivio y recelo al verte.
Los reclutas que te acompañan actúan rápidamente ante tus gestos. Uno de ellos le pasa una cantimplora con agua, que el hombre bebe con desesperación, mientras otro corre a buscar algo de comida. Cuando empieza a comer, lo hace con tal avidez que casi parece olvidar que está rodeado de marines armados. Desde luego no parece que estar en esa situación le importe mucho, y no es para menos, ¿cuántos días habrá pasado allí?
Pronto, dos reclutas más llegan para encargarse de él. Lo levantan con cuidado, casi como si fuera una figura frágil, y lo llevan a la cubierta para darle un baño improvisado y cambiar sus harapos por ropa limpia. Aquello no parece molestar al tipo, que sigue comiendo el pan que le han dado. El contraste entre su estado inicial y el resultado final es impresionante, aunque sigue pareciendo débil y afectado por su tiempo en cautiverio.
Vaya lujo no ser recluta, ¿verdad? De lo contrario te verías ahí, lavando a un hombre que se ha orinado y ha estado días encerrado, con el hedor que desprende. Pero no, tú eres Alférez, y puedes, desde la lejanía, mirar y dar órdenes. Menudo lujo.
Cuando finalmente está presentable, aunque todavía algo tembloroso, los reclutas lo traen de vuelta hacia ti. Está esposado, aunque su debilidad hace que el gesto parezca innecesario. Su voz es suave, apenas audible, como si cada palabra le costara un gran esfuerzo.
—No sé... no sé cuántos días llevo ahí abajo... —te dice, parpadeando lentamente mientras sus ojos se ajustan a la luz del sol. Parece dolerle incluso el acto de mirar a su alrededor, lo que indica que probablemente ha estado en la oscuridad durante varios días. Los reclutas lo sostienen con firmeza, pero no hay señales de resistencia en su parte.
Cuando logra continuar, lo hace en un tono aún más bajo, como si temiera gastar lo poco que le queda de energía:
—Loguetown era... una parada corta. Solo íbamos a aprovisionarnos... pero todo se torció. Empezaron a discutir, no sé bien por qué —Hace una pausa, tosiendo ligeramente antes de proseguir—. Llevo con ellos unos meses. Era intérprete en la asociación de mudos... pero no quería viajar con ellos. Me raptaron. El capitán dijo que necesitaban a alguien como yo para poder comunicarse con el mundo exterior. Y me llevó con ellos.
Su voz se quiebra un poco al hablar del capitán, como si el recuerdo le provocara una mezcla de miedo y rabia. Probablemente más miedo que rabia en ese momento.
—No sé dónde está ahora... —continúa— Pero si ha huido, no habrá ido solo. No tiene ni idea de navegación. Siempre dependía de la tripulación para eso. Y para otras muchas cosas, claro.
Vaya vaya... Así que parece que no está solo. Las piezas comienzan a encajar: un capitán que raptó al intérprete para mantener operativa a su banda, un grupo de mudos que, pese a su condición, decidió lanzarse al mar, y un conflicto que probablemente llevó al caos en su última parada. ¿Será muy común que las bandas se fragmenten entre ellas? Desde luego así no hace falta la marina. El caso es que hay más preguntas que respuestas, especialmente sobre el paradero del capitán y la espada desaparecida.
—¿El cargamento de espadas? No tengo ni idea de dónde salió —te dice mientras vuelve a toser, ahora escupiendo algo de sangre cerca tuya, gesto tras el cual te pide perdón con la mano diestra—. Lo único... Lo único que sé es que estaba obsesionado con una de las espadas. Decía que... Que era la mejor que había visto.
El intérprete alza la mirada hacia ti, esperando algún tipo de juicio. Parece agotado, tanto física como emocionalmente, pero no muestra signos de resistencia. Su disposición a hablar podría ser clave para resolver el misterio que rodea a esta peculiar banda de piratas.
¿Qué harás con esta información? El destino del intérprete, así como el de los demás miembros de la banda Mutis, está en tus manos. Y mientras más piezas del rompecabezas encajas, más claro parece que este no es un caso común de piratería.