Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Aventura] [T6] Requiem por un Rey
Silver D. Syxel
-
Pueblo de Rostock, Isla Kilombo
Día 57, Verano del año 724

La tranquilidad del pueblo de Rostock se había quebrado. Lo que había sido un bullicioso puerto de trabajadores y comerciantes se había transformado en un lugar marcado por el temor. Las calles que normalmente resonaban con risas y gritos de pescadores regateando sus mercancías ahora estaban llenas de susurros nerviosos. Derian Markov, desde su llegada, había comenzado a imponer su sombra sobre la isla, pero algo había cambiado en los últimos días.

El eco de la muerte y la desaparición del pequeño grupo de contrabandistas que había eliminado semanas atrás parecía haber desatado una cadena de eventos inesperados. En los callejones oscuros y las tabernas mal iluminadas, los rumores corrían como fuego. Nuevas caras habían llegado al puerto; hombres de aspecto peligroso, marcados por cicatrices y una mirada que hablaba de una vida de violencia. Aunque no se ocultaban completamente, operaban con cautela, buscando algo... o alguien. Era cuestión de tiempo antes de que estas sombras chocaran contra el conde.

Aquella noche, el aire era pesado, y un viento inquietante soplaba desde los acantilados hacia el puerto. En la lejanía, el faro parpadeaba, como un guardián agotado. Los barcos amarrados se balanceaban con las olas, sus velas ondeando como estandartes en la penumbra. Desde la taberna del puerto, conocida como "El Ancla del Ahogado", se escuchaba un alboroto poco habitual. Las risas roncas, el ruido de jarras chocando y el eco de órdenes dadas con autoridad llenaban el ambiente. Los habituales del lugar parecían haber desaparecido, dejando el espacio ocupado por los recién llegados.

La taberna no era un lugar extraño para Derian. Había usado su atmósfera cargada para recoger información anteriormente, y esta noche no sería diferente. Sin embargo, el sonido del interior hablaba de una presencia que no había conocido hasta ahora. Algo o alguien había tomado control del lugar.



En un callejón cercano, la silueta de un hombre encapuchado se mantenía en las sombras. Su postura nerviosa y los constantes giros de su cabeza revelaban su temor. Cada pocos segundos, miraba hacia la entrada de la taberna, como si esperara encontrar el momento adecuado para actuar. Sin embargo, su propia inseguridad lo mantenía inmóvil.

—Debe saberlo... antes de que sea demasiado tarde... —musitó para sí mismo, con una voz entrecortada. Apretó los puños, tomó una respiración profunda y dio un paso adelante, antes de detenerse de nuevo, vacilante.



Dentro de la taberna, las sombras parecían moverse con vida propia. Un grupo de hombres, con miradas frías y cicatrices visibles, estaba reunido alrededor de una mesa central. Uno de ellos, un hombre corpulento con un chaleco oscuro y una barba entrecana, destacaba por su presencia. Los demás lo miraban con atención mientras hablaba, dejando claro que tenía autoridad sobre ellos. Sobre la mesa descansaba una pistola ornamentada y un cuchillo cuya hoja brillaba tenuemente bajo la luz de las lámparas.

Había tensión en el aire, y el mensaje de los ocupantes del lugar era claro: estaban ahí para reclamar algo. Pero si ese algo era el control del puerto, una advertencia para los lugareños, o algo más... aún estaba por descubrirse.



Información
#1
Derian Markov
Lord Markov
La oscuridad se cernía sobre las calles de Rostock, solo contestada por las luces de unas pocas casas y tabernas, por el destello lejano del faro y por la reina de la noche. La luna gibosa estaba acercándose a su plenitud y, en pocos días, habría luna llena. La plateada luz, el silencio de las calles y el lejano rumor del mar componían una escena de tenebrosa solemnidad. El escenario perfecto sobre el que la sinfonía final debería ser compuesta. Lo que había iniciado con la muerte de los contrabandistas y continuado con los asesinatos de tres noches atrás debía finalizar. Se acercaba el tercer acto de aquella historia.

Como en otras noches, el conde acababa de saciar su sed. Entre sus brazos se retorcía otro cuerpo anónimo, incapaz de gritar o emitir más sonidos que los gorgoteos ahogados de una garganta degollada y un pulmón ahogado en sangre. Derian bebió ávidamente y soltó un suspiro de alivio. Dejó caer el cuerpo al suelo y sacó un pañuelo de lino con el que limpiarse la cara y las manos. Usó también su cantimplora para humedecerlo y se aseó con cuidado y diligencia. Al salir de detrás de la tienda cerrada en que acababa de darse su macabro festín, guardó el pañuelo en el bolsillo de su gabardina. La luz de la luna iluminó su armadura plateada y la hizo destellar.

Eran noche peligrosas. Lo bastante como para que todo el mundo estuviese encerrado en sus casas, descontando unos pocos atrevidos y gente con intenciones oscuras. Tanto como para que el propio Derian hubiese optado por caminar abiertamente vestido con la Coraza Pálida, la armadura de batalla del líder de la casa Markov. Sabía que algo había cambiado en las últimas noches. Forasteros de aspecto curtido recorrían ahora incansablemente el pueblo en busca de algo que al conde se le escapaba, pero sospechaba que podía tener que ver con su incursión en la cueva. La reacción que había esperado se había producido y era solo cuestión de tiempo que el choque se produjera.

Al llegar junto al Ancla del Ahogado, se detuvo y frunció el ceño. El noble estaba en tensión, con la mano derecha a medio camino del mango de Gheara. En un primer vistazo, el exterior de la taberna parecía igual que siempre. La luz de la lumbre y las velas atravesando los cristales, el rumor de las conversaciones... sin embargo, Derian podía escuchar más que eso. En el silencio de la noche, las sutiles diferencias en los sonidos del interior no se escapaban a su agudo oído. No había risas, el tono de voz de todos era moderado. Esos detalles eran suficientes para hacerle vacilar. Aquel local era la clase de sitio donde los marineros descargaban su tensión tras una dura jornada de trabajo. Aquello no se sentía natural.

Sus ojos captaron el movimiento en la callejuela. Alguien se ocultaba en las sombras. Fingiendo no haberlo visto, Derian siguió caminando y comenzó a rodear la tasca por el lado contrario. En el momento en que estuvo cerca de las ventanas y fuera de la vista de la extraña figura, se agachó para no ser detectado desde el interior de la taberna. Mientras se movía tratando de no hacer ruido, alzó la cabeza lo justo para echar un vistazo al interior desde la esquina de una ventana. Como había sospechado, había un comité de bienvenida. Y teniendo en cuenta su costumbre de frecuentar aquel local, tenía una idea bastante concreta de a quién esperaban. Volvió a ocultarse sin fijarse en los detalles, pues no quería ser descubierto aún, continuando en su lugar su recorrido. Llegó finalmente a la parte posterior de la callejuela y vio la espalda del extraño. Parecía inquieto, como si estuviese esperando a alguien. Se aproximó a él desde su espalda, evitando las ventanas de nuevo y susurró, con voz suave - Una buena hora para otear desde las sombras, aunque probablemente te iría mejor con ropas más oscuras o una luna menos llena. Dime, ¿qué o a quién esperas con tanta intensidad? Tal vez pueda... ayudarte.

Personaje

V&D e inventario
#2
Silver D. Syxel
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Pueblo de Rostock, Isla Kilombo
Noche del día 57, Verano del año 724

El hombre encapuchado dio un respingo al escuchar la voz de Derian surgiendo de las sombras. Su cuerpo, ya tenso, se volvió con brusquedad, y su rostro, medio oculto bajo una capucha deshilachada, reveló a un hombre joven de cabello oscuro, piel pálida y ojos hundidos. Era delgado, casi escuálido, y su expresión de nerviosismo lo hacía parecer aún más vulnerable de lo que ya era. Dio un paso atrás de forma instintiva al enfrentarse a la imponente figura del conde, pero no tardó en darse cuenta de que no tenía muchas opciones.

—E-espera, por favor… no quiero problemas… —comenzó a murmurar, mientras sus ojos evaluaban rápidamente a Derian. La luz de la luna plateada iluminó brevemente las líneas de sudor que corrían por su frente.

El encapuchado tragó saliva y se llevó las manos temblorosas al pecho, como si intentara calmarse. Al parecer, reunir el valor para hablar no era tarea sencilla. Finalmente, alzó la vista, encontrando la mirada fría y penetrante del noble.

—Sé quién eres… muchos lo saben. —Su voz aún era un murmullo, pero su tono cargado de urgencia lo hacía claro. Una pequeña pausa le permitió tragar saliva antes de continuar—. No soy tu enemigo, mi señor. Estoy aquí porque… porque quiero advertirte.

Una risa nerviosa escapó de sus labios, y miró de reojo hacia la taberna, como si esperara que alguien saliera de ella en cualquier momento.

—Los hombres de dentro… no son como los otros. No son como los contrabandistas o traficantes habituales. —Hizo una pausa, apretando los puños mientras su respiración se aceleraba—. Ellos… no olvidan. Nunca olvidan. Y han venido buscando venganza, no solo por los suyos, sino para cumplir las órdenes de alguien mucho más peligroso. Alguien que no perdona las… interferencias.

El encapuchado dio un paso hacia atrás nuevamente, su mirada desviándose al suelo por un momento antes de volver a la figura imponente del conde.

—Por favor, tienes que creerme. Si sigues… si entras ahí… —Su voz se quebró por un momento, pero el miedo en sus ojos no disminuyó—. Solo quiero advertirte: no subestimes a su líder. Si lo haces, este lugar será tu tumba.



Dentro de la taberna, las conversaciones habían cesado de manera abrupta. En su lugar, el aire estaba cargado de una calma inquietante. El hombre corpulento, sentado en la mesa central, se inclinaba hacia adelante, jugueteando con el cuchillo que descansaba sobre la madera. Sus ojos exploraban la sala con calma, pero había algo en su mirada que sugería una vigilancia constante. La atmósfera era tensa, casi insoportable.

Uno de los hombres que lo acompañaban se levantó, dirigiéndose hacia la barra con una actitud casi indiferente. Pero al hacerlo, su mano descansaba sobre el pomo de una espada corta. El tabernero, un hombre mayor con un bigote espeso, intentaba mantener una expresión neutral mientras servía lo que parecían ser órdenes de una ronda más.

Los murmullos eran escasos, y los demás ocupantes de la taberna evitaban miradas directas. Aunque los recién llegados no habían iniciado ningún conflicto abierto, su mera presencia era suficiente para silenciar a los habituales.

De repente, el hombre corpulento levantó la vista hacia las ventanas, como si hubiera sentido algo. Sus labios formaron una mueca que podía ser interpretada como una sonrisa… o una advertencia. Sin decir una palabra, asintió ligeramente hacia uno de sus hombres, un gesto casi imperceptible que parecía ser una orden.

El ambiente estaba al borde del estallido, y bastaría una chispa para que el caos se desatara.
#3


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