Hay rumores sobre…
... que existe un circuito termal en las Islas Gecko. Aunque también se dice que no es para todos los bolsillos.
[Diario] Game of Yayos
Arthur Soriz
Gramps
[Imagen: AQTnlBE.png]
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31 de verano ; 17:35pm
año 724

La sala de recreación de la base G-23 era un lugar sencillo pero funcional. Con mesas y sillas de madera robusta, un par de tableros de ajedrez olvidados en una esquina, y una vieja pero confiable radio reproduciendo música que llenaba el ambiente con una sensación reconfortante y quizás un poco anticuada. Una pequeña ventana enrejada permitía que la brisa salada del océano se colara de vez en cuando, arrastrando con ella el sonido lejano de las olas chocando contra el puerto.

Casi al centro de la sala, sentado con una postura tan recta como un mástil de barco, estaba Arthur. Su musculoso y enorme cuerpo parecía ocupar más espacio del que realmente necesitaba y sus manos, grandes y curtidas por años de trabajo y entrenamiento descansaban sobre una mesa donde un juego de dominó estaba ya preparado. Las fichas puestas boca abajo prontas para ser revueltas y repartidas de forma adecuada entre los futuros participantes de ese duelo entre titanes que esperaba se llevase a cabo pronto; no quería partir a casa sin jugar al menos una sola vez.

Arthur observaba la puerta con paciencia, sus ojos brillando bajo las luces parpadeantes del techo. No esperaba mucho de los jóvenes reclutas que compartían la base con él; sabía bien que la mayoría prefería juegos más ruidosos y rápidos.

"No entienden lo bello del dominó." —pensó, mientras repiqueteaba sus dedos sobre la mesa, el sonido resonando como un tambor de guerra marcando un ritmo pausado.

El viejo Marine dejó escapar un suspiro leve, mezcla de resignación y esperanza. El reloj en la pared marcaba el paso del tiempo, pero Arthur no se inmutaba. Para él, esta espera formaba parte del ritual. Cada movimiento en el juego de dominó debía ser calculado y certero, como un buen golpe en combate, y el oponente debía ser digno de ese honor.

Confiaba en que tarde o temprano aparecería algún valiente dispuesto a desafiarlo. Mientras tanto... la brisa del mar, el eco de la música y el sonido del tamborileo de sus dedos eran lo único que rompían el monótono silencio en aquella sala.
#1
Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
Me levanté algo aturdido de la siesta tras la comida de ese día, cuando decidí dar un paseo por la base para destensar los músculos. A mi edad, le había cogido el gusto desde que me trasladé a Isla Kilombo a echarme un rato, me resultaban bastante agotadores los turnos en los que había que emplearse aunque fueran plenamente de vigilancia u otras labores relativas al mantenimiento de la base.

Ignoraba donde estaba en ese momento Huetali, le había perdido la pista a la joven ese día, aunque sabía que también libraba en el turno de tarde, no había ni rastro de ella por los pasillos ni las salas, ni de su entusiasta caminar ni de su griterío. Pero al fin y al cabo, también me gustaba estos ratos de soledad y calma que tanto se habían perturbado con la llegada de mi ahijada a la base, en ocasiones, recuerdo su hogar y Cozia, aquella caverna, aquella vieja, aquel monstruo y también a su hermano Hacket, ¿podríamos volver algún día?, solo el futuro sabe que tipo de caprichos nos tiene preparados.

Mi paso templado dictaba mi disfrute por el sosiego por aquellos pasillos, hasta que cruzándolos, me dispuse a percibir una melodía radiofónica que no provenía de muy lejos. Me acerqué hasta lo que parecía una sala, confirmando que desde la misma provenía aquel tono, me asomé curioso, y en la misma, pude comprobar como entre tantos otros elementos, un viejo marine aguardaba sentado y parecía esperar a alguien. La austera sala aparentaba ser una habitación dedicada al ocio y al pasatiempo, en sus esquinas, otras mesas con tableros de casillas blancas y negras se agolpaban, pero sin duda, lo que más destacaba de la misma era aquel rudo tipo.

Me acerqué con la espalda erguida y las manos hacia atrás con sus dedos entrelazados, me acerqué hasta su mesa y pude cerciorarme de un conjunto de fichas sobre esta que se encontraban boca abajo. Si la memoria no me jugaba una mala pasada, tenían toda la pinta de ser fichas de dominó, en el templo, pasaba las horas tallándolas y jugando con los hermanos, ¿desde cuándo el cuartel tenía?

- Caballero... Soy el alférez Lovecraft, ¿está esperando a alguien? -

Hice una breve pausa antes de presentarme, y acompañé mi nombre con una reverencia respetuosa hacia el mismo viejo marine. Estaba de pie en frente suya, su postura reflexiva me inquietaba para bien.

- Veo que tiene preparada las fichas para iniciar una partida de dominó, en mis buenos años, las tallaba cuando estas manos aún eran más jóvenes, tenían menos arrugas y más destreza, ahora quizá solo sirva para jugarlas... ¿le apetece si no es indiscreción? -

Le pregunté con educación, no quería causarle ningún tipo de conveniente si ya estaba esperando a un adversario, pero al verle allí con las fichas, de mi interior se avivó cierta ilusión por volver a retomar aquel viejo juego del templo.
#2
Arthur Soriz
Gramps
El sonido de unos pasos seguros y ciertamente firmes resonando contra el suelo interrumpió la tranquila monotonía de la sala. Levanté la mirada, curioso por identificar al recién llegado. Allí estaba un hombre mayor, cuya edad se reflejaba en las arrugas marcadas en su rostro, pero también en la serenidad de su mirada. Su mirada recorrió la sala hasta detenerse en mi mesa y en las fichas de dominó dispuestas cuidadosamente sobre la mesa, boca abajo... dejando el secreto del azar a disposición de quien quisiera sentarse. Hubo algo en su forma de observar... en cómo evaluaba la escena que me llamó la atención. No era la mirada apresurada de los jóvenes que pasaban por aquí sin interés... sino una calma deliberada, como si estuviera sopesando si valía la pena quedarse.

Lo observé con detenimiento. No todos los días se presentaba alguien así, y menos aún con el porte que traía este hombre. Había algo en su postura, en su semblante, que me resultaba familiar, como si compartiéramos la misma fibra de disciplina y respeto por las cosas bien hechas.

Cuando se presentó, mi mirar se puso en sus ojos y casi de inmediato al escuchar su rango eché la silla en la que estaba sentado atrás, y me levanté de golpe. Con un característico saludo Marine respetuoso, hablé.
¡Señor, sí señor! Es un verdadero placer, alférez Lovecraft. — dije para luego sin tardanza presentarme. — Soy el recluta de tercera Soriz, señor.

Noté su reverencia, algo que me agarró por sorpresa pero no por ello me desagradó. De hecho, hacía que bajara un poco la guardia y por ende abandonara un poco esa tensión que cualquier recluta podría llegar a tener con alguien superior; aún con mis años, respetaba los rangos. El alférez habló con una voz grave pero calmada, preguntándome si podía unirse o si estaba esperando a alguien.

Me volví a sentar.

Tomé aire y, sin apuro, me incliné ligeramente hacia atrás en la silla. No respondí de inmediato. Lo observé un momento más, dejando que la pausa hablara por mí. Este no era cualquier recluta Marine; se notaba que había visto tanto del mundo como yo, tal vez más.

Con un leve movimiento de la mano, señalé la silla frente a mí. Si este hombre estaba dispuesto a sentarse, a demostrar que entendía el valor del juego, entonces sería bienvenido. No todos saben apreciar el arte del dominó, pero algo me decía que este alférez era diferente, que los años que cargaba encima, como yo, le daban la capacidad de apreciar las pequeñas cosas.

Acomodé las fichas sobre la mesa, preparando el terreno. Había esperado toda la tarde por un oponente digno, y parecía que, al fin, el destino había respondido.

Que nuestra edad no sea un impedimento para disfrutar de este juego.

Extendí esas palabras como una invitación para olvidarnos de nuestra vejez, y jugar sin tapujos.

Tomé las fichas que me correspondían con el cuidado que merecían estas, hechas de marfil. Se veían talladas a mano, viejas pero bien cuidadas. Y la declaración de "hostilidades" comenzó, con la primera ficha que puse en mesa... el doble seis. La partida sería simple, sin puntos, mano rápida y a quien se le terminaran las fichas primero.

La concentración se vio de inmediato en mi mirada, más mi rostro expresaba la serenidad de alguien que tan solo charla con un viejo amigo.
#3
Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
La buena disposición del hombre pronto me sorprendió para bien, por su apariencia, me gustó percibir que otros ejemplares de mi quinta también se enlistaban en La Marina sin tener en cuenta la edad, solo el espíritu, pues era este el que prevalecía ante todo lo que se levantaba en el mundo. Una buena sintonía se estableció en la sala con el hasta ahora desconocido tipo, Soriz se hacía llamar contemplando su rango con el mismo, por lo que intuí que tendría un nombre de pila y lo que nombró era su apellido, tal y como mandan los cánones de presentación más formales dentro de un escenario marcial, sin embargo, quería relajar los humos y ahora desquitarme de los honores y cargos que ostentara.

- Ah! Descanse recluta, el placer también es mío... me alegra ver gente de otra pasta por aquí entre tanta nueva generación. -

Con calma, tomé la parte superior del respaldo de la silla que por deducción me tocaba para sentarme frente a Soriz. Mis ojos se deslizaron hasta las fichas, las veía pulidas y aparentemente suaves, con acabados ligeramente desgastados en sus esquinas que daban a entender el buen material del que estaban hechas o el poco tiempo que llevaban usándose. Tiré hacia atrás para tomar asiento, y acto seguido cuadré mi posición arrimándome hasta el filo de la mesa.

- Bien dicho... empecemos. -

Le contesté de forma agradable, con serenidad y sosiego, como el que pone toda su atención en la cata de un té añejo y disfruta del tiempo tomándolo sin prisa. Tomé mis fichas correspondientes, al tacto, pude al fin intentar suponer de que material estaban hechas. Eran livianas pero rígidas, de un aspecto blanquecino que solo el paso de los años teñía de un efecto envejecido que las embellecía, pero no lograba aún saber de que estaban fabricadas.

Obviando eso, me concentré viendo las que por suerte me habían tocado, las levanté apoyándolas sobre uno de sus costados laterales donde la base para erguirlas era mayor, y una a una, fui viendo los valores que el destino me había asignado con ellas. Para mi sorpresa, Soriz se adelantó, no había terminado de terminar de levantar todas cuando el seis doble apareció desde la margen de mi adversario. Esbocé una sonrisa sutil, viendo las que me tocaron por el alzar, tomé sin dudar una de ellas mientras terminaba de levantar las restantes con la otra mano.

Con un toque leve de la yema del dedo pulgar, empujé la ficha que tenía elegida, esta cayó boca arriba y sus valores se vieron, el 5/6. Con el mismo dedo, lo llevé hasta unirlo con el 6, y ahora era el turno del recluta, el cual tenía ambas opciones, jugar al 5 o seguir jugando al 6.
#4
Arthur Soriz
Gramps
Con cuidado tomé la ficha 2/5 entre mis dedos dejando que su aspereza acariciara mis duros dedos ligeramente, de a momentos parecía una fugaz danza entre sus falanges... pero para no hacerle esperar la apoyé sobre la mesa con un leve sonido seco, colocándola al lado del 5 que el alférez Lovecraft había jugado momentos antes. El movimiento era sencillo... pero en el fondo cada jugada contenía un matiz de estrategia, un pequeño indicio del carácter y la intención de quien la hacía, acompañado de una gentil sonrisa plasmada en mi rostro.

Mientras ajustaba la ficha con la yema de los dedos, mis ojos pasaron fugazmente a las que quedaban en mi reserva. Era demasiado pronto para sacar conclusiones, pero ya comenzaba a formar un panorama de cómo podría desarrollarse la partida. La luz del sol que entraba por una de las ventanas parecía reflejarse en la superficie pulida de las fichas, resaltando las muescas y pequeños desgastes que el tiempo y repetido uso había dejado en ellas.

Miré a mi compañero de juego mientras evaluaba su próxima jugada. Tenía una calma que me resultaba familiar, la calma que solamente alguien de nuestros tiempos podría llegar a mostrar ante las cosas simples de la vida. Me acomodé un poco más en mi silla relajando la postura mientras tamborileaba ligeramente los dedos sobre la superficie de la mesa. No era solo el juego lo que me intrigaba... también estaba interesado en el hombre frente a mí, otro "veterano de vida" que como yo había elegido la Marina para hacerla parte de su vida, quizás no solamente como un trabajo pero también con un propósito más altruista; eso esperaba al menos.

Es curioso, ¿sabe? —comenté con un tono más relajado, dejando que las palabras fluyeran naturalmente con el suave carraspeo que mi garganta añeja conllevaba ya por naturaleza—. Uno no suele encontrar a hombres de nuestra generación por aquí, al menos no en posiciones activas. Dígame... si no le ofende que le pregunte, ¿hace cuánto tiempo está en la Marina?

Mi pregunta no era solo un intento por romper el hielo... realmente tenía curiosidad. Era fácil encontrar marines jóvenes llenos de energía y ganas de comerse el mundo, pero los que compartían nuestra experiencia eran una rareza por estos lados del mundo. Mientras esperaba su respuesta, no quité mi mirada de mis fichas, acariciando cada borde ligeramente redondeado de estas... inspeccionando de cierto modo cada número, cada infinita posibilidad meditando la siguiente jugada que podría llevar a decidir quién saldría victorioso de esa habitación.

Aproveché el momento para continuar, apreciando el silencio pero también queriendo conocer más de este hombre que, a mi vista, podía ver como un igual a pesar de su mayor rango militar. — Siempre me ha dado lástima el hecho de que las nuevas generaciones no sepan apreciar una buena partida de dominó.

Mis palabras llevaron consigo una pequeña risa, apenas un murmullo que escapó de mis labios cuarteados en arrugas y pequeñas cicatrices.

¿Y qué hay de otros compañeros? —añadí con un genuino interés—. ¿Se encuentran por aquí más marines que compartan este tipo de pasatiempos? Es raro hallar a alguien que no esté atrapado en los hábitos de la juventud o en las carreras por ascender y dejar los cuatro mares atrás...

Mientras hablaba, dejé reposar mis manos sobre la mesa, un gesto deliberadamente abierto. Un buen juego de dominó tiene su encanto... especialmente cuando hay algo más que estrategia en la mesa. Lo dije con una sonrisa que buscaba reflejar el respeto que sentía por aquel hombre y, al mismo tiempo, el deseo de entablar una camaradería que fuera más allá de las formalidades militares, poco a poco abandonando las cordialidades extremas.
#5


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