Hay rumores sobre…
... que una banda pirata vegana, y otra de maestros pizzeros están enfrentados en el East Blue.
[Aventura] [T1] Hooligans
Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
Pueblo de Rostock, Isla Kilombo, Día 5 de Verano del  Año 724



El sol de la tarde bañaba las calles empedradas de Rostock con su cálida luz, pero la atmósfera estaba lejos de ser tranquila. Desde el mercado hasta las casas del pueblo, se escuchaban murmullos y quejas, mientras un grupo de aldeanos comentaba con evidente frustración los recientes eventos. Al parecer, una pequeña banda de niños había estado causando problemas en el pueblo durante los últimos días. Pintadas en las paredes, frutas desaparecidas de los estantes del mercado y sustos innecesarios a los aldeanos eran solo algunas de las muchas travesuras que habían desatado una ola de quejas. Los Herdman, conocidos por ser seis hermanos tan inseparables como impredecibles, parecían disfrutar de su infame reputación entre los aldeanos, quienes ya no sabían cómo lidiar con ellos.
 
Aquí entras tú, nuestro grandioso protagonista. Después de toda una vida dedicada al servicio en tu pueblo natal, probablemente no era la primera vez que escuchabas hablar de los Herdman ni la primera vez que lidiabas con niños problemáticos. Por eso, confío en que eventualmente podrás resolver el caso de los Herdman. Si decidías caminar por las calles de Rostock en el día de hoy, podrías notar tres escenas que destacaban entre todo el caos y la incertidumbre de los locales al esperar el próximo movimiento de los Herdman.
 
Cerca del mercado, un hombre mayor con un delantal lleno de manchas de frutas contaba su inventario con un ceño fruncido. El aroma a frutas frescas se mezclaba con el leve olor agrio de las que ya habían pasado su mejor momento, mientras el hombre seguía murmurando con frustración y anotando números en un pequeño cuaderno. De vez en cuando levantaba la mirada, como si esperara que algo o alguien apareciera de la nada.
 
A unos metros de distancia, una anciana estaba encaramada sobre un pequeño taburete, con una brocha en la mano y un cubo de pintura crema a sus pies. Con movimientos lentos y algo temblorosamente torpes, intentaba cubrir un grafiti que se extendía por casi toda la pared exterior de su casa. Sencillamente se veía a leguas que no tenía la energía ni la agilidad para terminar la tarea sola.
 
Un poco más lejos, en un callejón, tres niños de no más de nueve años estaban acurrucados contra una pared, sus ojos grandes y llenos de lágrimas. Por la expresión en sus rostros, podías ver un miedo profundo, como si el simple hecho de moverse o alejarse el uno del otro fuera suficiente para hacerles colapsar.
 
Claro, podrías optar por ignorar estas escenas y buscar algo más por tu cuenta. Quizás haya otra pista que te lleve a entender mejor la situación o incluso a encontrar a los posibles responsables de las travesuras. ¿Dónde comenzará nuestro noble marine su investigación? El destino del día de hoy está en tus manos.

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#1
Arthur Soriz
Gramps
El caliente sol de la tarde iluminaba las calles de Rostock mientras avanzaba por el pueblo... mis botas resonando contra los adoquines sintiendo el abrasador calor veraniego que se aferraba a mi cuerpo con una capa fina de sudor brotando de mis poros. Mis ojos se fijaron en una anciana inclinada sobre un taburete, con una brocha temblorosa en la mano y un balde de pintura a sus pies. La pared frente a ella, cubierta por un grafiti descuidado, parecía un desafío mucho mayor del que debería estar enfrentando sola.

Me acerqué... inclinándome un poco para no intimidarla con mi presencia.

No se preocupe, señora —le dije con la voz firme pero amigable—. En cuanto termine un asunto aquí en el mercado, regresaré para ayudarla con esa pared. No tiene por qué lidiar con esto sola.

Me aseguré de que entendiera que mi promesa no cayera a oídos sordos e incrédulos, quería que supiera que hablaba con total sinceridad... quería ayudarle cuanto antes. Le sonreí, antes de enderezarme y continuar hacia el mercado. Los murmullos de los aldeanos se desvanecían detrás de mí reemplazados por el bullicio característico de los puestos. Mis pasos me llevaron directo al frutero que parecía bastante concentrado anotando cosas en su desgastada libreta. El mercado resonaba en una cacofonía con el típico ruido de voces, pasos y algún que otro regateo, pero mi atención estaba completamente enfocada en el frutero frente a mí.

Buenas tardes —dije, mi voz grave cortando el murmullo del lugar sin necesidad de elevarse—. Soy Arthur Soriz, marine en servicio. Estoy investigando los recientes incidentes en el pueblo. Necesito que me ayude con algunos detalles.

Hice una pausa corta en mi hablar, dándole tiempo para que procesara mis palabras y me pusiera atención antes de continuar. Mi tono era firme, pero no agresivo. Esto no era un interrogatorio... no todavía al menos.

¿Ha notado algo fuera de lo común estos últimos días? Tal vez haya visto el último lugar al que se dirigieron los Herdman si están seguros que eran ellos... aunque a juzgar por el grafiti y todo el caos causado... no me cabría duda que fueran ellos.

Mis ojos se movieron con discreción sobre el desorden de su puesto, tomando nota de las frutas faltantes y las marcas de suciedad en las cajas.

También me gustaría saber si su mercadería ha sido afectada por este último ataque de los Herdman, así buscaré que sea recompensado adecuadamente.

Mi voz se volvió un poco más grave, cargada de una seriedad que esperaba transmitir mi compromiso con resolver el problema entre manos. Ya había sido suficiente de 'bromas' por parte de los Herdman, había que cortar de cuajo la rebeldía cuando eran jóvenes o terminarían volviéndose un problema inevitable. Mientras hablaba me crucé de brazos... esperando con paciencia su respuesta. Las pistas siempre estaban en los detalles... y sabía que un comerciante como él, que vivía del movimiento del mercado, tenía un ojo entrenado para notar lo que otros pasaban por alto.

Personaje

virtudes y defectos

inventario
#2
Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
La señora sintió un leve susto al verse obstruida por la sombra de tu gran tamaño, sin embargo, se convirtió en un sentimiento reconfortante y calmado inmediatamente al escuchar tu voz y voltearte a ver. Sonrió a modo de agradecimiento sincero, dándote una palmada en el hombro con la mano que sostenía la brocha. Sí, podía alcanzar tu hombro gracias al taburete. — Gracias, querido, pero una anciana como yo debe ser capaz de encargarse de sus problemas sobre todo si son causados por unos niños traviesos. — Su tono era dulce, como el de cualquier abuela obstinada que siempre se negaba a las ayudas, pero que, si en algún momento le ofrecías la ayuda directa en lugar de prometer volver, tampoco se negaría a pasarte la brocha. No obstante, ten pendiente que cada palabra era igual a una palmada. Sin duda, habría que llevar ese uniforme a la tintorería o comprar uno nuevo.
 
Ya con el señor de las frutas en el mercado, nuevamente tu sombra delataba tu presencia, pero tu voz te anunciaba antes de que siquiera pudiera mirarte a los ojos. El frutero continuó trabajando con frustración, anotando cosas en su libreta y contando frutas una y otra vez. Estaba en fase de negación, pero no ignoraba tus palabras. Luego de que terminaras de hablarle, el frutero levantó la vista con una mezcla de frustración y cansancio en el rostro, cerrando su libreta de golpe y dejando escapar un suspiro largo antes de responderte.
 
Ah, los Herdman... siempre están por aquí. Corretean, tocan todo, y antes de que te des cuenta, ya te falta algo. Seguro se llevaron un par de plátanos y tal vez un mango. ¿Qué puedo hacer? Esos chicos corren como liebres, y no voy a andar persiguiéndolos. — Sacudió la cabeza, señalando las cajas con frutas a medio vaciar. El hombre hizo una pausa, frotándose la barbilla mientras miraba hacia un callejón cercano. — Ahora que lo mencionas, vi a los dos más pequeños rondando por ahí hace un rato, pero no estoy seguro de dónde fueron. Quizás intentaban asustar a alguien más, esos traviesos siempre tienen algo entre manos. — Antes de que pudieras responder, un grito agudo, corto pero lleno de pánico, rompió el bullicio del mercado. Venía desde una calle cercana, acompañado por el sonido de pasos apresurados.
 
El frutero se estremeció, murmurando algo sobre cómo las cosas iban de mal en peor. Sin embargo, sabías que el tiempo apremia, y cada segundo que pasaba podía marcar la diferencia. ¿Qué decidirás, noble protector de Rostock? ¿Seguirás investigando el mercado? ¿Ignorarás el alboroto para cumplir tu promesa con la anciana? ¿Irás tras el grito? ¿O acaso tienes una mejor idea? Estoy ansioso por ver cómo desarrollas esta historia.
#3
Arthur Soriz
Gramps
Me incliné ligeramente hacia el frutero buscando no solo que me escuchara, sino que entendiera que hablaba en serio. Mi voz salió firme, pero no agresiva; la de un hombre que sabía qué significaba lidiar con injusticias. Me negaba rotundamente a quedarme de brazos cruzados en especial por el hecho de que los Herdman estaban aterrorizando de forma cada vez más constante a los pueblerinos; eso no podía suceder conmigo presente. Ya había sido suficiente de ese pequeño reinado de terror de estos rebeldes sin causa.

No se preocupe, caballero... —dije, señalando las cajas de frutas a medio vaciar—. Los Herdman no van a seguir abusando de ustedes. Me encargaré de esto personalmente y les prometo que esos chicos aprenderán que Rostock no es lugar para hacer lo que les plazca.

Noté en el frutero una obvia mezcla de resignación y esperanza. Era evidente que las palabras no bastarían para calmar su frustración acumulada, pero sabía que acciones contundentes sí lo harían. Añadí entonces a mis palabras anteriores, golpeando firmemente mi puño contra la palma de la otra mano.

Este pueblo merece paz. Nadie debería temer perder lo que le cuesta tanto trabajo conseguir.

Fue entonces que mi cuerpo se heló y mi piel se puso de gallina en un escalofrío que recorrió toda mi espalda. El grito resonó como un campanazo en medio del mercado, cortando el bullicio y clavándose en mi pecho. Cuando lo escuché mi cuerpo se tensó de inmediato y una corriente de adrenalina recorrió mis venas haciendo que mi vista se desviara hacia un lado en dirección al origen de ese grito. El tiempo parecía ralentizarse por un instante, suficiente para que mi mente procesara lo esencial... un grito como ese no era algo que pudiera ignorar. Mucho menos si cabía la posibilidad de que alguien estuviera en serio peligro por las estupideces que esos rebeldes podían llegar a hacer con tal de reírse de la desgracia ajena.

Sin decir una palabra más giré sobre mis talones y me lancé a correr hacia el origen del sonido. Cada paso que daba hacía retumbar las losas del mercado debido a mi colosal tamaño mientras apartaba a los curiosos que no se atrevían a moverse por estar casi que estupefactos por lo que estaba ocurriendo.

¡Con permiso! — alcancé a exclamar en algún momento, más por reflejo que por cortesía. Cada segundo contaba y era de vital importancia, ya habría tiempo después para pedir disculpas; ahora debía actuar cuanto antes.

No podía permitir que algo peor sucediera. La vida me había enseñado que los problemas pequeños pueden convertirse en tragedias si uno se queda quieto demasiado tiempo. Aunque la escena aún era un misterio... mi mente ya se preparaba para lo peor, era mejor prevenir que lamentar. Apreté los dientes y endurecí el ritmo, sintiendo cómo mis botas golpeaban el suelo con tal fuerza que si estuviera en el puerto ya las maderas se quebrarían debajo de mi.

"Por favor, que solo sea otra broma de mal gusto de estos niños..." — pensé mientras doblaba la esquina que me llevaría al origen del grito. Mi vista se afinó, buscando cualquier movimiento extraño, cualquier señal de peligro. Era mi deber, y más que eso, mi instinto. Solo esperaba que lo que encontrara allí no fuera algo que se fuera a quedar grabado en mi mente por el resto de mis días.

resumen
#4
Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
Al girar la esquina, tus ojos se toparon con una escena que, aunque no era lo que temías, tampoco era fácil de ignorar. En el callejón, encontraste a los tres niños que hubieras notado antes si decidías interactuar con ellos al inicio, estos seguían acurrucados contra la pared, aún más asustados que antes, con sus pequeños cuerpos temblando como hojas ante el viento. Frente a ellos, como pequeños traviesos, estaban dos figuras que destacaban por su actitud descarada y su aspecto desaliñado.
 
Eran Gladiola y Olivo, los más jóvenes de los infames Herdman. Gladiola, de apenas 7 años, se plantaba con las manos en la cintura, una postura que parecía intentar imitar la autoridad de un adulto, aunque sus pequeñas manos todavía mostraban restos de pintura fresca. A su lado, Olivo, de 8 años, sostenía un plátano maduro con un mordisco reciente, mientras se lamía los labios manchados de mango como si no tuviera una preocupación en el mundo. La suciedad en sus ropas y sus caras hablaba por sí sola: eran niños de acción, aunque su idea de "acción" claramente no encajaba con la definición común. Gladiola llevaba un vestido manchado de tierra y pintura, con un zapato desatado que parecía haberse olvidado de ajustarse, mientras Olivo lucía una camisa que claramente había visto mejores días, con un agujero en el codo y manchas por doquier. ¿Algunas vez habían utilizado o lavado esas ropas? Dudo mucho que su madre se preocupara por ellos, pues esta dormía todo el día y salía toda la noche, nadie la veía, de hecho hasta se rumoraba que cuando el padre de los chicos murió, ella escapó de sus hijos por el desastre en el que se habian convertido.
 
Las carcajadas de Olivo resonaron en el callejón mientras señalaba a los niños acurrucados. — ¡Les dije que era verdad! ¡Si no nos dan lo que queremos, el monstruo del callejón los va a atrapar! — exclamó, sus palabras apenas contenían una carcajada. — ¡Sí! ¡Y luego va a venir por sus familias también! — añadió Gladiola, agitando las manos como si intentara dramatizar su relato. Pero su teatralidad quedó un poco opacada por el pedazo de mango que colgaba de su mentón.
 
Cuando se dieron cuenta de tu presencia, sus risas se apagaron de inmediato. Los ojos de Gladiola se abrieron como platos y Olivo tragó saliva de golpe, aún con el plátano en la mano. La tensión era palpable, aunque sus manos temblorosas traicionaban cualquier intento de mostrarse valientes. En cambio, uno de los niños acurrucados comenzó a sollozar suavemente, pero al notar tu imponente figura y cómo Gladiola y Olivo parecían paralizados ante tu presencia, sus lágrimas comenzaron a secarse. Los otros dos intercambiaron miradas de alivio, como si finalmente sintieran que estaban a salvo. Gladiola y Olivo, por su parte, parecían estar debatiendo internamente si quedarse a intentar defenderse o echar a correr como lo habían hecho tras todas sus travesuras, podrías notar el nerviosismo en su lenguaje corporal y tanto la incertidumbre como sorpresa en sus rostros. Era evidente que estos pequeños traviesos no habían calculado las consecuencias de sus actos, pero ahora estaban frente a alguien que no iba a dejar que se salieran con la suya tan fácilmente.
 
Habías encontrado a los responsables de las últimas travesuras. Las pruebas estaban allí: las manos sucias de pintura, los restos de mango en sus caras, y los plátanos robados que aún sostenían. Ahora la pregunta era: ¿cómo procederías con los más jóvenes de los Herdman? ¿Les darías una lección en el acto? ¿Intentarías calmarlos y hablar con ellos? ¿O quizás encontrarías una forma más creativa de manejar la situación? Esto no era solo un caso de travesuras infantiles; era una oportunidad para romper un ciclo antes de que fuera demasiado tarde, probablemente el destino de estos niños dependía de este encuentro, así que Arthur Soriz... ¿Qué harás? Estoy ansioso por ver cómo resuelves esta situación, noble protector de Rostock.
#5
Arthur Soriz
Gramps
Al girar la esquina me encontré con la escena que, aunque no era la peor que imaginé, lamentablemente me dejó con una sensación amarga. Los pequeños acurrucados contra la pared no necesitaban decir nada para que entendiera su miedo. Frente a ellos se encontraban los hermanos Gladiola y Olivo Herdman, apenas unos niños, se plantaban con esa arrogancia infantil que intenta ocultar la inseguridad y mala educación que sus mayores les habían inculcado desde un comienzo; una lástima. Sus ropas desgastadas, las manchas de fruta en sus caras y manos y las risas ahogadas que habían desaparecido al verme confirmaban que estaba ante los responsables de las travesuras recientes.

Me acerqué despacio dejando que el sonido de mis pasos pesados llenara el callejón. Cada movimiento estaba calculado, no solo para imponer mi presencia siendo un hombre de casi tres metros de alto, sino también para darles tiempo de pensar. Vi cómo los ojos de Gladiola se agrandaban, cómo Olivo tragaba saliva, aún con las manos temblorosas manchadas de pintura y fruta.

Vaya, vaya —dije, deteniéndome a unos pasos de ellos—. Aquí están los famosos Herdman. He oído mucho de ustedes... pero viendo esta escena, la verdad es que un poco decepcionado me siento... ¿Es esto lo mejor que pueden hacer?

Los observé fijamente, mi voz grave y serena como un martillo golpeando el yunque, cayendo con todo el peso de la ley que ahora recaía sobre sus hombros. Tenía el derecho de usar un poco de mano dura con tal de ponerlos en su lugar. Los niños acurrucados, sollozando aún, me miraron con una mezcla de alivio y asombro... y eso me dio más razones para actuar con firmeza.

Asustar a otros niños, robar frutas del mercado, pintar paredes que no son suyas... —hice una pausa, dejando que mis palabras pesaran en el aire—. ¿De verdad creen que esto es algo de lo que estar orgullosos?

Ambos me miraron, como si estuvieran calculando si tenían alguna posibilidad de escapar. No se movieron.

Escuchen, hermanos Herdman. Lo que están haciendo no es astucia, ni rebeldía... ni siquiera diversión. Es desperdicio. Desperdicio de su tiempo, de sus talentos y de su oportunidad de ser algo mejor. Porque déjenme decirles algo... si siguen por este camino, solo habrá dos destinos para ustedes. Uno es terminar en la cárcel. El otro, algo peor.

Dejé que las palabras calaran en su cabeza, que cayeran en cuenta a qué me refería exactamente con "algo peor", ¿Qué podría ser peor que estar en la cárcel? Pues obviamente la muerte... y aunque no se los fuera a decir directamente. Crucé los brazos mientras mi mirada se endurecía. No necesitaba gritar ni amenazar, solo asegurarme de que entendieran que esto no era un juego. Y no estaba bromeando, no estaba haciendo amenazas vacías ni mucho menos mintiendo con tal de intimidarles, no tenía problemas con llevarlos ante la autoridad de la isla para que aprendieran su lección... una noche en el calabozo seguramente los haría recapacitar.

Pero hay otra opción —continué, bajando ligeramente el tono aunque sin perder la autoridad—. Este pueblo necesita manos dispuestas a trabajar. Necesita personas que entiendan el valor de construir, no de destruir. No tienen que ser Marines si no quieren. No necesitan uniformes ni medallas para ser alguien. Lo único que necesitan es decidir que quieren ser algo mejor que esto.

Hice un gesto hacia los niños que seguían temblando.

Ellos no necesitan monstruos del callejón... necesitan héroes. Y ustedes, por pequeños que sean, tienen el poder de ser eso. ¿Por qué no empiezan hoy?

Me agaché un poco, buscando sus miradas directamente.

Les voy a dar una oportunidad. Pero va a ser a mi manera. Van a venir conmigo, van a disculparse con los que han lastimado y a partir de ahora van a trabajar para este pueblo. Limpiarán las paredes que ensuciaron, ayudarán a los que necesitan una mano, y demostrarán que pueden ser mejores. Si lo hacen no solo me tendrán a mí de su lado... sino también al pueblo entero.

Me levanté, volviendo a imponer mi colosal altura.

Es su decisión. Pero les advierto... si vuelvo a encontrarme con algo como esto, no será una charla lo que reciban. Será mucho peor...

Esperé por la respuesta de ambos, mostrando que no me iría de allí hasta saber qué pensaban hacer. Era decisión de estos darse por vencidos o terminar en peor situación de la que ya estaban. Ahora ya no era solamente el pueblo intentando lidiar con ellos, era un Marine hecho y derecho que los estaba intentando corregir de forma tal que no volvieran a sus viejas costumbres nada más me diera media vuelta.

resumen
#6
Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
El callejón quedó en completo silencio tras las últimas palabras de Arthur. Gladiola y Olivo permanecieron inmóviles, como si el peso de sus propias travesuras y las consecuencias de sus actos se hubieran materializado frente a ellos. Sus rostros, todavía marcados por manchas de mango y tierra, reflejaban algo más que nerviosismo. Era como si, por primera vez, estuvieran mirando un espejo que les mostraba no solo lo que eran, sino también lo que podían ser.
 
Gladiola, la más pequeña pero aparentemente la más decidida, fue la primera en reaccionar. Sus ojos, grandes y llenos de un brillo inusual, se levantaron lentamente para encontrarse con los de Arthur. Sus labios temblaron, y por un momento pareció que iba a soltar una de esas frases descaradas con las que solía salir airosa de cualquier problema. Pero esta vez, no lo hizo. En cambio, bajó la cabeza, sus pequeñas manos apretando los restos de pintura que aún quedaban en sus dedos. — ¿Podemos... de verdad... ser héroes? — murmuró, casi en un susurro que apenas se escuchó por encima del viento que corría entre los edificios mientras sus ojos reflejaban que era la primera vez que alguien le brindaba lo más cercano a un cumplido.
 
Olivo, que hasta ese momento había estado mirando fijamente el suelo, soltó un largo suspiro. Su postura se relajó ligeramente, y el plátano que aún sostenía cayó al suelo con un suave golpe. Levantó la mirada hacia Arthur, sus ojos llenos de algo que no era miedo, sino una mezcla de curiosidad y esperanza. — Mamá y todos en el pueblo siempre dicen que somos un desastre... que no servimos para nada. Pero... no sé... tal vez, si tú crees que podemos... tal vez podamos intentar... ya sabes, ser mejores. — Murmuró Olivo, rascándose la nuca con torpeza y dibujando una leve sonrisa llena de inseguridad e inocencia.
 
Los tres niños acurrucados, que hasta ese momento no habían dicho una palabra, intercambiaron miradas. Uno de ellos, el mayor, se atrevió a hablar, su voz aún temblorosa, pero con un tono de agradecimiento. — Si ellos... si ellos son héroes... tal vez podamos jugar juntos algún día, ¿no? —dijo, sus palabras saliendo como una pequeña chispa de reconciliación, como si esperara a que el marine les diera una aprobación, aunque claro, ningún niño quisiera jugar con los asquerosos y revoltosos Herdman, solo lo decía por dejarse llevar de la emotividad del momento y salvar su propio pellejo.
 
El momento, aunque pequeño, tenía un peso inmenso. No iba a ser fácil para Gladiola y Olivo cambiar de la noche a la mañana, pero las semillas estaban plantadas. Ahora sabían que podían elegir un camino diferente, uno que no estuviera definido por las etiquetas que otros les habían impuesto. Arthur, con su imponente figura y su voz firme pero llena de compasión, había logrado algo que nadie más había intentado; mostrarles que tenían un valor que iba más allá de sus errores. Quizás, en el futuro, esos mismos niños que ahora se tambaleaban entre la travesura y la redención podrían convertirse en aliados inesperados para este noble marine que, con sus palabras, había hecho más que imponer justicia: les había mostrado que también podían ser algo mejor
 
Los Herdman, por primera vez, no eran los monstruos del callejón ni los revoltosos del pueblo. Y aunque fuera solo por ese día, Gladiola y Olivo se llevarían a casa una idea nueva en sus mentes... que tal vez, solo tal vez, podían ser algo más que los malos de la historia.

¡Felicidades, Arthur! No será fácil domarlos del todo, pero al menos has logrado calmar a los más jóvenes de los hermanos Herdman por un día. Si realmente quieres que se disculpen y te acompañen eres libre de rolear como vas y lo haces con ellos. Pero, si no vas con ellos pues ten pendiente que te engañarán, dirán que lo harán y simplemente volverán a casa, aunque con una semilla sembrada en su psiquis, que lejos de ser una Pop Green, podrá crecer con el mantenimiento adecuado. En cualquier caso, la historia con los seis hermanos Herdman esta muy lejos de terminar, espero con ansias el desenlace en tus aventuras por venir.

off
#7
Arthur Soriz
Gramps
Por un momento el callejón quedó atrapado en un silencio denso... casi sepulcral y reverente como si incluso el viento hubiera decidido quedarse quieto para escuchar. Miré a Gladiola y Olivo, dos pequeños cuyas travesuras eran una sombra de lo que realmente eran... niños buscando su lugar en un mundo que lamentablemente no les había dado muchas oportunidades. Pero mis palabras no eran solo para ellos. Eran para ese vacío que los había moldeado, para ese pueblo que los había señalado sin tenderles una mano.

Respiré hondo, dejando que el eco de mi voz se apagara en sus cabezas antes de hablar de nuevo. Me agaché buscando igualar su altura... no para intimidarlos, sino para que sintieran que había alguien dispuesto a mirarlos a los ojos sin juzgarles.

Sí, pueden ser héroes —repetí... esta vez más despacio, dejando que cada palabra se asentara como una semilla recién plantada en terreno fértil, con la posibilidad de criar así un futuro brillante para esos niños—. Pero un héroe no se define por cómo empieza su historia, sino por cómo decide cambiarla.

Vi cómo Gladiola bajaba la mirada, sus manos apretando con fuerza la tela de su vestido manchado. Sus pequeños hombros temblaban apenas y por un segundo creí que iba a echarse a llorar. Pero no lo hizo. En cambio, levantó la cabeza, sus ojos brillando con algo que no podía ser otra cosa que esperanza.

Olivo por su parte soltó un suspiro largo, como si hubiera estado cargando un peso invisible durante años. Se rascó la cabeza, dejando caer el plátano olvidado al suelo.

¿Qué tenemos que hacer? —preguntó casi un murmullo, aún con un orgullo imbatible mezclado con algo de vergüenza por la culpa que sentían, pero ahí estaba... la chispa que quería despertar en ellos desde que escuché de ellos por primera vez. No era mucho, pero era un comienzo. Me levanté despacio cruzando los brazos sobre el pecho mientras los miraba con severidad, pero también con una pequeña sonrisa que suavizaba mis palabras.

Primero, van a disculparse con los niños —dije, inclinando la cabeza hacia los pequeños que aún estaban acurrucados contra la pared. Sus rostros... antes llenos de miedo, ahora mostraban una mezcla de alivio y curiosidad—. Luego, me van a acompañar al mercado. Tienen mucho que arreglar allí. Y después… veremos si realmente tienen lo necesario para ser algo más simples rufianes sin causa.

Gladiola y Olivo intercambiaron una mirada. No dijeron nada pero sus pequeños pasos, aunque vacilantes, los llevaron hacia los niños acurrucados. Gladiola murmuró algo que no alcancé a escuchar, pero el cambio en la postura de los tres niños me bastó para saber que había sido una disculpa. Olivo por su parte soltó un tímido "lo siento" antes de mirarme, esperando instrucciones.

Bien. Ahora, vamos. El frutero tiene una lista larga de quejas y no pienso hacer todo el trabajo por ustedes. —les dije comenzando a caminar hacia la salida del callejón. A mis espaldas, escuché sus pasos, más firmes ahora. No sabía cuánto tiempo tomaría romper el ciclo en el que estaban atrapados. No sabía si lo lograrían. Pero había algo en ese momento, en esos pequeños pasos, que me decía que el esfuerzo valía la pena.

Mientras salíamos del callejón, miré al cielo. Las nubes grises que antes habían oscurecido el día parecían abrirse un poco, dejando pasar un rayo de luz que iluminaba el camino hacia el mercado.

"Un paso a la vez" — pensé. Gladiola y Olivo no se convertirían en héroes de la noche a la mañana, pero si hoy lograban entender que podían ser algo más, entonces Rostock y su gente habrían ganado mucho más que un día sin travesuras. Y tras haber solucionado el problema del frutero, los miré nuevamente con una expresión más calma a vistas de que estaban dispuestos a cooperar, fuera tan solo para dejarme tranquilo a mi y que a futuro no los molestara en sus travesuras o porque de verdad con honestidad querían mejorar para bien.

Ahora van a disculparse con la señora a quien le pintaron su pared. Luego van a ayudarla a terminar el trabajo. Se van a manchar las manos, y no con grafitis... sino con trabajo real, trabajo de verdad.

Olivo alzó la cabeza, confundido... pero más curioso que desafiante. — ¿Ayudarla a pintar? —preguntó, como si nunca hubiera considerado esa posibilidad en su vida.

Así es. Y después de eso van a devolver lo que robaron y si algo ya no se puede devolver, van a ofrecer su ayuda. Cargar cajas, limpiar frutas, lo que sea que la gente del mercado precise.

Ambos niños intercambiaron miradas nerviosas. Podía ver el miedo en sus ojos, miedo de salir de su zona de confort, de enfrentarse a las consecuencias. Pero también vi algo más... una pequeña chispa de felicidad, como si por primera vez alguien les estuviera mostrando un camino que no estaba lleno de sombras.

Les di la espalda y comencé a caminar en dirección a donde estaba aquella señora.

Vamos. No hay tiempo que perder.

Los pasos vacilantes detrás de mí confirmaron que me seguían. No era una marcha triunfal, pero tampoco un retroceso. Gladiola y Olivo eran un proyecto en ciernes, y sabía que los cambios no llegarían de la noche a la mañana. Pero había aprendido a lo largo de los años que a veces solo necesitas plantar una semilla y tener la paciencia de regarla para verla crecer.

Los llevé sin tardanza hacia la anciana que aún trabajaba en la pared. Su pequeña figura seguía subida en el taburete, esforzándose con una brocha vieja para cubrir los restos de pintura. Me acerqué, dejando que mi sombra la envolviera una vez más.

Señora, estos dos tienen algo que decirle. — dije yo. Mi tono fue más amable que severo pero dejaba claro que no había espacio para excusas.

Gladiola y Olivo se detuvieron, mirándola como si estuvieran frente a un juez. La anciana los observó con el ceño fruncido, aunque su mirada estaba lejos de ser cruel. Gladiola fue la primera en hablar, con voz temblorosa.

L-lo sentimos... no debimos pintar su pared.
Olivo se frotó la nuca, incómodo, pero logró añadir. — Vamos a ayudarla a terminar.

La anciana dejó escapar un suspiro, pero era uno de alivio más que de frustración. Bajó del taburete con cuidado y les pasó la brocha.
Bueno, chicos. Es hora de que aprendan cómo se pinta de verdad.

Mientras los veía trabajar sentí una mezcla de orgullo y esperanza. Claro, aún quedaba mucho camino por recorrer. Gladiola y Olivo tendrían recaídas, cometerían errores. Pero ese momento, con las manos sucias de pintura y un leve atisbo de responsabilidad en sus ojos, era un buen comienzo. Aún faltaban el resto de sus hermanos, que probablemente eran capaces de causar problemas peores que estos dos, pero como dicho antes...

Un paso a la vez.

Y en cuanto a mí, mi trabajo apenas empezaba. Rostock necesitaba a alguien que creyera en su gente, incluso en los Herdman. Y yo no iba a fallarles.
#8


Salto de foro:


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