¿Sabías que…?
... Garp declaró que se había comido 842 donas sin dormir ni descansar porque estaba tratando de batir un récord mundial. ¿Podrás superarlo?
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[Aventura] ¡La consideración es una debilidad! [T2]
Irina Volkov
Witch Eye
Ares, el callejón se ha convertido en un espacio opresivo donde el único sonido es el gotear de la sangre desde tus nudilleras. El eco de cada plic se siente como un martillazo en el tambor del miedo de ese hombre que apenas logra mantenerse de pie frente a ti. Sabes que lo está intentando, que quiere aparentar valentía, pero puedes leer con claridad cada temblor en sus extremidades, cada esfuerzo por mantener los ojos abiertos frente a ti. No lo logra. Su mirada viaja, nerviosa, entre tus ojos y los cuerpos abatidos de sus compañeros, con la esperanza de encontrar algún tipo de redención en medio de la brutal escena. Sientes un extraño apetito ... Puedes percibir, casi físicamente, el hedor de su sudor mezclándose con la pestilencia del callejón. Es un olor acre, cargado de adrenalina y derrota. Su respiración es errática, cada jadeo parece una súplica silenciosa para que lo dejes ir, pero también sabes que el miedo lo mantiene pegado al suelo, incapaz de moverse. En su mente, cualquier paso en falso podría ser su último. Cuando avanzas hacia él, aunque tus movimientos no son rápidos, sientes cómo su cuerpo se estremece. Está tan asustado que apenas puede sostenerse. Sus manos, que había levantado como un gesto de rendición, tiemblan con tal fuerza que podrían partirse por sí solas. No te dice nada, pero la súplica está clara en su mirada. "Por favor, no me hagas daño."

Sabes que no necesita hablar para que todo lo que siente esté a flor de piel. El miedo a morir, la culpa por haber sido capturado, el arrepentimiento que probablemente no es más que un recurso desesperado para salvarse. Su fragilidad está expuesta frente a ti, y puedes casi saborear el poder que tienes sobre él. Es más que físico, es psicológico, es absoluto. Mientras lo miras, puedes sentir cómo la tensión en el ambiente sube aún más. Sus piernas parecen a punto de ceder bajo el peso de su propio pavor. No se atreve a moverse, pero tampoco puede quedarse quieto. Los ojos le brillan con lágrimas que no se atreve a dejar caer. No por dignidad, porque esa la perdió en cuanto sus compañeros cayeron, sino porque sabe que cualquier signo de debilidad podría ser la chispa que termine por desencadenar tu furia. Ares, hay algo casi teatral en el momento. El contraste entre tu calma controlada y el caos que vive ese hombre internamente crea un espacio donde solo una voz domina: la tuya. No importa que no hables, tus acciones, tu presencia, lo dicen todo. Puedes sentir cómo su mente corre a mil por hora, intentando encontrar una salida, un pretexto, algo que pueda salvarlo. Pero no encuentra nada. Cuando te inclinas un poco hacia él, acercándote lo suficiente como para que sienta la amenaza de tu proximidad, el hombre finalmente empieza a hablar. Su voz es quebrada, apenas un murmullo que parece tener miedo de romper el silencio del callejón.

—¡No, por favor! Yo no quería… no era mi idea... Ellos me obligaron. Fue cosa de ellos, lo juro. —Puedes escuchar la desesperación en su tono. Está inventando excusas, intentando deslindarse de sus propios actos. Pero también puedes percibir algo más, miedo, no solo hacia ti, sino hacia algo más grande. Sus palabras se entrecortan, y es evidente que no solo teme lo que puedas hacerle. Hay algo más. Algo que lo aterra al mismo nivel o incluso más. El tipo comienza a hablar más rápido, como si quisiera soltar todo antes de que decidas que ha tenido suficiente tiempo. Te dice que estaban trabajando para alguien, un nombre que murmura casi en un susurro por miedo a que incluso en este rincón olvidado alguien más pueda escucharlo. “Vin lLa Dobladora.” Ese nombre tiene peso en su voz, un peso que viene cargado de terror y desesperanza. —¡Solo nos pidieron que cuidáramos la mercancía! ¡No sabíamos lo que había dentro, te lo juro! —Grita de repente, como si la intensidad de su declaración pudiera convencerte. Sin embargo, Ares, puedes sentir cómo su miedo se intensifica. Está mintiendo. No del todo, pero sí lo suficiente como para que se note. Probablemente sabía más de lo que admite, o tal vez incluso era parte del trato desde el principio.

La mención de "mercancía" te llama la atención. Puedes sentir un leve cambio en el ambiente, una chispa de interés que no habías considerado antes. Esto no es solo un grupo de matones buscando pelea o buscando a quién robar. Hay algo más en juego aquí. Puedes verlo en los ojos del hombre, en la manera en que evita tu mirada cuando menciona el nombre de Vin. Hay algo más grande detrás de esto. Mientras procesas la información, puedes sentir cómo el hombre frente a ti se retuerce bajo tu escrutinio. Está completamente expuesto, sin nada que lo proteja de lo que venga después. Pero su desesperación lo lleva a seguir hablando, a suplicar, a derramar palabras sin pensar. —¡Por favor, no me mates! ¡No diré nada a nadie, lo juro! ¡Puedo desaparecer de aquí, dejar todo! —Las palabras se le atropellan en la garganta, y puedes notar que su desesperación llega a un punto crítico. Sientes que está a nada de romperse por completo, de derrumbarse frente a ti. En el fondo, sabes que él ya te pertenece en ese momento. Su voluntad está destruida, su espíritu aplastado. No hay nada que pueda hacer para cambiar el resultado de lo que está sucediendo aquí. Pero también sabes que la información que guarda puede ser valiosa, que este no es el final del camino. Es solo el comienzo. Ares, el poder que tienes sobre él no es solo físico. Es mental, absoluto. Sabes que, en este momento, puedes moldearlo a tu antojo. Pero también sabes que detrás de sus palabras se ocultan verdades a medias, secretos que podrían llevarte a algo mucho más importante.

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#11
Ares Brotoloigos
El amalgama de aromas en ese callejón era una mezcla nauseabunda y casi afrodisíaca. Porque el mal olor de la zona había quedado parcialmente opacado por el aroma a terror y desesperación de aquel tipo. El único que se aferraba a un intento para preservar su vida, porque su dignidad ya había sido apaleada de la manera más vil y certera. Las manos de Ares, poco a poco, iban manipulando las nudilleras de sus garras, retirándolas de dicho lugar y volviendolas a colgar de su cinturón, aún a pesar de que todavía tuviesen restos de sangre. Eso no pareció importarle lo más mínimo al diablos. La mirada rojiza del susodicho se posó, durante un par de segundos breves, sobre los otros dos hombres que había noqueado al principio. Eses, ahora mismo, le importaban poco y nada. Pero el otro estaba empezando a cantar.

Y qué canto más bonito.

Así que era eso, había una red por detrás. Una mercancía. Eses tres solo eran la carnaza para algo mayor. Ares se relamió levemente los dientes, pensativo, mientras el otro seguía soltando perlas y perlas, cada vez más amedrentado. Sin mediar palabra, el diablos dió unos cuantos pasos hacia el frente, pero ignoró vilmente los lamentos e intentos de piedad del tipo. Con varios golpes brutales, terminando así con la vida de los pobres desgraciados. Solo se escuchó el crujir de los huesos rotos y algo más cercenándose, junto con un gruñido de satisfacción del diablos. Algo de sangre le había terminado salpicando el rostro, pero no parecía muy molesto por tal hecho.

Los perros callejeros y las ratas darían buena cuenta de ese par. Era el único destino que se merecían.

En cuanto a ti... — Acto seguido se giró, con un tono oscuro y se aproximó al que quedaba. — Vamos a tener una charla en los calabozos.

Podría matarlo ahí ahora que había soltado la mitad de la sopa, como quien decía. Pero todavía necesitaba más información, por lo que no le quedaba más remedio que dejarle vivo. Y, en todo caso, informar a su susperiores de la situación.

Vin, La Dobladora.

Memorizó el nombre en lo que le asestaba un brutal puñetazo al tipo en el estómago. Suficiente como para dejarle sin aire y luego agarrarlo para arrastrarlo fuera del callejón, como un mero despojo.

Ares no era muy afín a dejar el trabajo a medias, pero si había algo peor era ser sometido a un interrogatorio. No estaba seguro de si se lo permitirían a él o no, pero le metería el suficiente miedo en el cuerpo para que cantase cual canario en una poza de agua. No solo eso, sino que lo pasearía así de camino al Cuartel General.

Un simple aviso para que, los maleantes que estuviesen mirando, supiesen que así era como iban a terminar si seguían delinquiendo en Loguetown.

Nota


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#12
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