¿Sabías que…?
Si muero aquí, será porque no estaba destinado a llegar más lejos.
[Autonarrada] [Autonarrada T2] West Side Story
Drake Longspan
[...]
Loguetown, Verano del año 717.

El sonido del metal tintineando contra la madera resonaba en la habitación donde Drake Longspan se encontraba sentado, con la cabeza baja y las manos envueltas en vendas improvisadas. Su cuerpo dolía en cada centímetro, pero lo que más le pesaba no eran las heridas físicas, sino el aire tenso que llenaba la pequeña casa. Frente a él, sus padres observaban las monedas que había colocado sobre la mesa. Su padre, con la mirada apagada y los hombros encorvados pese a mantener un aspecto rudo, parecía más viejo de lo que realmente era. Su madre, pálida y débil, rompió el silencio con una voz ronca.

Drake... — comenzó, pero se detuvo. No había palabras para expresar lo que sentía.

Sabían de dónde provenía ese dinero. Drake tampoco había intentado ocultarlo. Él les miró con una mezcla de desafío y arrepentimiento, pero no dijo nada. El peso de las decisiones recaía en todos, y la necesidad de medicinas y alimentos se había vuelto una urgencia que no podía ser ignorada.

Sin embargo, la calma tensa no duró mucho. Un golpe fuerte en la puerta rompió la quietud, seguido por una voz grave y autoritaria.

¡Drake Longspan! ¡Sabemos que estás aquí!

El corazón de el adolescente dio un vuelco. Se levantó de inmediato, colocándose entre sus padres y la entrada. Las apuestas en las peleas clandestinas nunca habían sido un negocio limpio, y lo que había ganado esa noche había sido suficiente para pagar las deudas momentáneas, pero también para atraer atención no deseada. Las palabras del hombre detrás de la puerta eran claras: estaban aquí por él.

Lo peor de todo, es qué reconoció la voz.

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¡Abre la maldita puerta o la tiraremos abajo! — gritó otra voz, esta vez más agresiva.

Drake Longspan miró a su padre, que le devolvió una mirada cargada de desesperación. No había tiempo para pensar. Su madre intentó levantarse de la cama, pero su cuerpo debilitado no se lo permitió. Su padre, con un gesto rápido, recogió un viejo saco de tela y comenzó a meter las pocas pertenencias que tenían.

No podemos quedarnos aquí, Drake. Nos irán detrás a todos — dijo con voz firme, aunque rota por la ansiedad.

El joven Drake asintió, apretando los puños. Sabía que tenían razón. No había forma de enfrentarse a los hombres que estaban al otro lado de la puerta. Eran muchos, y él estaba solo. La única opción era escapar. Pero ¿hacia dónde? Su mente trabajaba a toda velocidad mientras ayudaba a sus padres a empacar lo esencial. El padre parecía meditativo, creando un mapa mental del East Blue que dibujaba en su mente, y solo un nombre surgía como posibilidad: Isla Kilombo.

Hay un barco que zarpa al amanecer — dijo en voz baja, como si temiera que los hombres pudieran escucharle a través de las paredes — Está en el muelle oeste. Podemos abordarlo y alejarnos de aquí.

Su padre asintió, cargando a su madre en brazos mientras Drake Longspan tomaba el saco con sus pertenencias. El golpe en la puerta se volvió más insistente, y finalmente escucharon el crujir de la madera. Estaban intentando derribarla.

Sin más tiempo que perder, salieron por la parte trasera de la casa, moviéndose en silencio por las estrechas callejuelas que Drake conocía como la palma de su mano. La noche estaba cerrada, y las sombras les ofrecían un refugio temporal.

El camino hacia el puerto era largo y peligroso. A cada esquina, el muchacho podía sentir el peso de las miradas furtivas y los pasos apresurados de los matones que los buscaban. Su madre tosía débilmente, y su padre intentaba apaciguarla mientras avanzaban. Drake caminaba al frente, con sus ojos escaneando cada rincón, sus nudillos aún doloridos y con manchas de sangre, listos para luchar si era necesario.

Para morir ahí mismo si era necesario.

Cuando finalmente llegaron al puerto, el horizonte comenzaba a teñirse de un tenue gris. El amanecer estaba cerca, pero también lo estaban sus perseguidores. Entre las sombras, un grupo de hombres se acercaba rápidamente, sus voces elevándose con amenazas.

¡Allí están! ¡No los dejen escapar!

El corazón del adolescente brazos largos se aceleró. Giró hacia sus padres, viendo los ojos de su padre ardiendo con una determinación feroz. Su padre, colocó cuidadosamente a su esposa en los brazos de Drake Longspan, el cuál con mucho esfuerzo, logro sostenerla.

Suban al barco. Yo los distraeré.

¡No digas tonterías! — respondió el chico, intentando avanzar hacia él.

¡Haz lo que digo! — gritó el padre, con su voz llena de urgencia.

Sin esperar respuesta, aquella figura se giró hacia el grupo de hombres y comenzó a correr hacia ellos, alejándolos del muelle donde el barco mercante ya preparaba sus velas. Su figura fornida y sus movimientos rápidos lo convirtieron en un blanco difícil de alcanzar, y aunque el miedo le oprimía el pecho, no permitió que eso le detuviera, por su familia. Lanzó un par de golpes a los primeros hombres que intentaron alcanzarlo, usando su conocimiento del Hasshoken en el Pais de Kano para mantenerse fuera de su alcance.

Mientras tanto, Drake Longspan y su madre lograron subir al barco, donde un marinero, al ver la situación, les ayudó a ocultarse. El padre, viendo que su distracción había funcionado, realizó un último movimiento arriesgado: se deslizó por una pila de cajas, dejándolas caer tras de sí para bloquear el paso de sus perseguidores. Luego, corrió hacia el barco y saltó a bordo en el último momento, sus pies apenas tocando la cubierta antes de que el navío comenzara a alejarse del puerto.

Desde la seguridad de la distancia, pudo ver a los hombres gritando en el muelle, sus rostros deformados por la ira. Drake se dejó caer llorando sobre la cubierta, viendo como su padre jadeaba, con el cuerpo dolorido, sangre en la cara y el corazón latiendo como un tambor desbocado. Si ya de por si su cuerpo se encontraba en un estado deplorable, la situación no había hecho más que empeorar para él. Aún así, tras verle llorar, su padre se acercó a él, colocándole una mano en el hombro.

Lo logramos, hijo. Lo logramos.

El chico asintió, aunque no se sentía victorioso. Sabía que esto era solo el comienzo de una nueva vida, una llena de incertidumbre y peligros. Mientras el barco se alejaba de Loguetown, con rumbo hacia Isla Kilombo, sintió la necesidad de jurar que nunca volvería a permitir que su familia estuviera en peligro por su culpa.
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