Alguien dijo una vez...
Rajoy D. Mariano
"Es el Gorosei el que elige al Moderador, y es el Moderador el que quiere que sean los Gorosei el Moderador"
Tema cerrado 
[Aventura] [T4] Enseña las zarpas, Teruyoshi
Octojin
El terror blanco
La taberna bulle de vida. Un par de mesas se vacían a tu alrededor mientras el tabernero va repartiendo platos cargados de carne y humeantes sopas. Te has ganado el derecho a estar aquí, a relajarte y recibir miradas de asombro y respeto. Más de uno te observa con disimulo, curioso por esa fama que has acumulado recientemente. Pero, claro, no te conformas con algo tan insulso como una mirada de reojo. Tú quieres más. No solo una cena, sino también algo de aventura, algo que desafíe tu instinto y, por qué no, algo de gloria. La vida es eso, ¿no?

Mientras te relajas y das un mordisco a un jugoso trozo de carne al que te han invitado, tus oídos captan una conversación de dos tipos en la barra. Uno de ellos, un hombre corpulento con el brazo vendado, sorbe una cerveza espumosa mientras el otro, de aspecto más enjuto y con una cicatriz en el pómulo, se inclina hacia él y le murmura con un aire conspirativo.

—Dicen que en el Diente Oeste buscan rivales —murmura el de la cicatriz—. Kenji está desesperado porque su alumno, Ryu, necesita entrenar antes de la gran competición. Parece que quiere medirse con alguien de nivel. Al final ningún alumno es rival para él, y buscan cómo hacer que siga creciendo.

El tipo corpulento asiente, chasqueando la lengua.

—Ese chaval es un animal, pero se le nota la falta de experiencia. Creo que ahora estaban trabajando la estrategia, dicen que es su punto débil. Un combate con alguien bueno podría hacerle bien... pero me temo que nadie de por aquí tiene agallas para enfrentarse a él.

Las palabras rebotan en tu mente, y un sentimiento familiar se apodera de ti: la curiosidad y la emoción de un buen combate. Seguro que lo has oído en algún momento. El dojo en el Diente Oeste, se dedica al Taekwondo, así que quizá pudiera ser una buena opción. ¿Te imaginas la velocidad de sus patadas? ¿La fuerza en esos golpes certeros? Sin duda sería algo interesante, ¿no?

Sin embargo, mientras te lo piensas, algo más capta tu atención. En el tablón de anuncios de la taberna, entre carteles de recompensas y avisos de eventos, hay una cantidad inusual de letreros de "Fuera Piratas". En algunos de esos carteles puedes leer sobre rumores de un asentamiento pirata al norte de la isla, en el que, por lo visto, hay una buena cantidad de tipos excéntricos y, en su mayoría, gente poco fiable.

¿Fuera piratas? No parece ser una frase genérica, puesto que has visto gente con pintas de pirata en la propia taberna. Parece ser algo más concentrado en un área de la isla. La presencia de los piratas parece ser una preocupación para los habitantes, aunque la relación entre el asentamiento y la villa parece complicada. ¿Serán realmente peligrosos o solo otra panda de idiotas buscando un rincón de descanso?

Dos opciones empiezan a formarse en tu cabeza. Podrías dirigirte al Diente Oeste, presentar tus credenciales y retar a Ryu Hughes, el prodigio del Taekwondo, ganándote respeto y, quién sabe, quizás algo más si el maestro del dojo se fija en ti. O bien podrías dirigirte al norte y desentrañar lo que pasa con esos piratas que parece que son odiados por allí.

Sin duda, te esperan dos caminos, y ambos parecen más interesantes que cualquier plato en esta taberna. ¿Qué me dices?

Holaaa
#1
Teruyoshi
Teru
El mink paseaba su mirada rasgada de un lado a otro de la taberna, disfrutando de la buena acogida que tenía por parte de los comensales mientras se deleitaba con los últimos bocados de un buen trozo de carne que le habían invitado. Estaba sentado a solas en una de las mesas de la sala,  donde todavía reposaban platos y vasos vacíos como testigos del buen atracón que se había dado. Gracias a su victoria sobre las bestias salvajes que amenazaban la mercancía de los lugareños, había conseguido que los habitantes de la villa ya no lo vieran como un simple extranjero más. Ahora incluso lo miraban con interés y curiosidad. Cómo debía ser.

Las orejas puntiagudas del mink se alzaron de inmediato tras captar algo, girándose hacia la conversación que parecía más interesante de forma automática. Estaban adiestradas, tras años de práctica, para estar siempre atentas a los chismes más jugosos. Si había algo que le gustara más al mink que una buena comida o una buena pelea… era un buen salseo, por lo que en cuanto sus oídos felinos detectaron una conversación que combinaba las dos cosas, no dudó un segundo y se puso en movimiento.

Teruyoshi se levantó de su mesa con su peculiar gracia felina, como si todo cuanto pisara fuera suyo. Dejó el hueso en uno de los platos vacíos, impoluto tras el exhaustivo repaso que le había dado, y avanzó entre el gentío directo a la salida mientras las palabras de aquellos tipos aún resonaban en su cabeza. Teruyoshi ya tenía ganas de encontrarse con el tal Kenji y Ryu. Hasta ahora, no se había topado con nadie en esta villa que mereciera la pena y ya era hora que eso cambiase… sino iba a terminar sintiéndose muy decepcionado con la fama del lugar.

Lo más imponente que había encontrado hasta ahora era el anciano Kato, del que no había vuelto a saber nada tras cumplir la tarea que le encomendó, y con la madre del pequeño Sunōfurēku… de la que sabía aún menos. Ese pequeño tigre siempre tendría un hueco en su corazón felino, pero rápidamente desechó aquellos pensamientos. No era momento de sentimentalismos, sino de acción.

Por el camino, Teruyoshi dedicó saludos con su habitual confianza a aquellos que se paraban a mirarlo. Incluso dio un par de palmaditas en la espalda a uno a modo de saludo… aunque fue solo una excusa para limpiarse la zarpa de forma disimulada en la chaqueta del tipo. Parecía ensimismado leyendo uno de los muchos carteles que había colgado por todo el local, a los cuales el mink gato no les prestó un mínimo de atención, ya que Teruyoshi no entendía ni papa de lo que ponía ahí. Teruyoshi nunca había aprendido a leer y no iba a molestarse en preguntarlo.

Normalmente, recurría a alguna de sus habituales triquiñuelas para averiguar qué ponía en esas cosas, pero en este momento su atención estaba centrada en algo mucho más interesante que unos sucios papelajos lleno de garabatos. Al fin tenía una oportunidad para codearse con los luchadores de la isla, por lo que no tenía tiempo que perder en aquellas minucias.

- Veamos… y ahora a porrr el colmillo - dijo en un murmullo, clavando la mirada en la imponente montaña que se alzaba en la lejanía, mientras se pasaba una zarpa por la oreja de forma inconsciente tras darle un pequeño lametón.

Teruyoshi estaba emocionado ante la perspectiva de un buen combate y su cuerpo así lo manifestaba. Pequeños síntomas o delataban, como sus pupilas, normalmente rasgadas, estaban ahora dilatadas de pura emoción, al igual que podía observarse como su cola se movía dando tumbos de un lado a otro de forma brusca. Si alguien se hubiese detenido a observarlo, incluso habría notado cómo una fina capa de relámpagos cruzaban su pelaje azabache, formando a la vista una especie de mini tormenta que acompañaba cada uno de sus movimientos, ya que se puso a realizar unos cuantos estiramientos a modo calentamiento antes de empezar su camino.

- Seguro que esta vez merece la pena - pensó mientras comenzaba a trotar por las calles, emocionado por la sensación de una nueva aventura, en dirección a su nuevo objetivo.

Cosas varias
#2
Octojin
El terror blanco
Parece que has tomado una decisión. Aunque a decir verdad, tras oír la primera opción, todos sabíamos que ibas a ir en ese camino. El camino de la gloria, lo podríamos llamar, aunque claro, luego tiene que hacer justicia al nombre, pero de eso ya te encargas tú.

Abandonas la taberna con la confianza que solo un mink de tu calibre puede exudar. El aire fresco de la noche te golpea el rostro mientras te alejas del bullicio y las luces cálidas del interior. El camino hacia el Diente Oeste se abre frente a ti, un largo sendero que se extiende bajo un cielo salpicado de estrellas. A tu alrededor, todo parece tranquilo, casi demasiado.

No sé yo si es la mejor idea ir de noche. Pero qué sabré yo, solo soy un humilde narrador. Las farolas alumbran las zonas cercanas a la taberna, como si hiciesen de flechas que apuntan a ella, llamando la atención de cualquiera que pase por allí. Sin embargo, por el resto de la zona, la luz es algo más pobre.

A medida que avanzas, el sonido de tus pasos sobre el suelo de tierra se mezcla con el canto distante de grillos y el murmullo suave del río que bordea parte de la ruta en la lejanía. Hay una tenue luz, insuficiente para ver con claridad, pero suficiente para que no te tropieces con las piedras del camino, que por otro lado, son varias. La calma resulta extraña, pero no del todo incómoda. Lo único bueno es que te permite concentrarte en lo que realmente importa: llegar al dojo y demostrar tu valía. Seguramente tengas tiempo de pensar qué dirás y cómo. Aunque claro, quizá estamos dando por hecho que vamos a llegar.

No tardas mucho en notar que el trayecto será más complicado de lo que imaginabas. Aunque el sendero está despejado y la vegetación se retira hacia los bordes, el camino es largo. A cada paso, las montañas parecen alzarse más altas y distantes, casi burlándose de ti. El Diente Oeste está mucho más lejos de lo que habías calculado, y el esfuerzo que requerirá alcanzarlo comienza a hacerse evidente. 

Sigues el camino, pero pronto tus sentidos felinos te ponen en alerta. El aire parece cargado de algo que no puedes identificar al principio. Tus orejas se mueven con un ligero temblor, buscando captar sonidos fuera de lugar, y tu nariz detecta un olor peculiar: almizcle, tierra húmeda y algo más… una presencia. 

Miras a tu alrededor, ralentizando el paso. En la penumbra, más allá de los árboles que flanquean el sendero, puedes distinguir formas moviéndose entre los arbustos. Ojos que reflejan la luz de la luna te observan desde la distancia. Una manada de bestias se encuentra cerca, aunque por ahora no muestran intención de acercarse. Alguna que otra criatura asoma un hocico curioso, pero mantienen la distancia. 

Qué tensión, de repente. Las criaturas son grandes, de aspecto robusto y musculoso, probablemente depredadores. Aunque no parecen interesadas en ti por el momento, sabes que podrían cambiar de opinión en cualquier momento. Esto te lleva a detenerte en una bifurcación del camino. 

A tu derecha, el sendero bordea el río. Es más largo y serpenteante, pero parece relativamente seguro. El agua actúa como un límite natural que las bestias probablemente evitarán. A tu izquierda, el camino directo te lleva hacia las montañas, pero pasa peligrosamente cerca de la zona donde los animales parecen haberse reunido. No hay duda de que será más rápido, pero también más arriesgado. 

Tus ojos felinos brillan en la oscuridad. Me imagino que podrás tomarte unos segundos para tomar una decisión. Una que marcará el resto de tu travesía. ¿Bordearás el río y te tomarás el camino largo pero seguro, o te aventurarás por el sendero directo, arriesgándote a llamar la atención de las bestias? Es tu instinto quien tendrá la última palabra.
#3
Teruyoshi
Teru
43 de Verano, Año 724

El gato trotaba por la oscuridad como si viajara con una antigua nakama. El mink siempre se había sentido abrazado por las sombras, seguro a su amparo, por lo que caminar entre las mismas lo hacía sentirse casi más seguro que hacerlo a plena luz del día. Quizás era debido a sus raíces felinas, siempre empujándolo a tener hábitos nocturnos, o simplemente por la confianza que le otorgaba su pelaje azabache, que lo transformaba prácticamente en una sombra viviente cada vez que se deslizaba entre ellas.

A cada paso que daba en dirección a la montaña bajo el cielo estrellado, se deleitaba imaginando su combate con el joven Ryu. En su mente dibujaba como sería el enfrentamiento con el luchador, pensando en las distintas maneras en las que lo derrotaría… porque claro, en la cabeza del orgulloso felino no cabía la posibilidad de perder ante un aprendiz. Desde que había pisado este lugar había esperado una oportunidad así, por lo que nada más escuchar la noticia se había dejado llevar por sus impulsos, para variar, y se había lanzado a la aventura sin pensar mucho en el tema… Un error que no tardó en jugarle una mala pasada.

- Crrreí que tarrrdaría menos - confesó en voz alta cuando tras un rato al trote apenas había recortado distancias con el Diente Oeste. - Pero no perrrderé antes de empezarrr - prosiguió, dándose ánimos para continuar avanzando. La obstinación era parte del carácter del mink, por lo que no iba a rendirse ante el primer imprevisto. No era su estilo.

Siguió avanzando por el sendero, acompañado únicamente del sonido de su respiración y el canto de los grillos, hasta que comenzó a notar algo extraño en el ambiente. Al principio, el mink pensó que al final el tedio de seguir viendo el Diente Oeste igual de lejos que cuando había empezado su viaje podía ser el causante. Después de todo, los cambios drásticos de humor no eran tan raros en él. Solía moverse por impulsos y no era inusual que se aburriera de algo que tan solo hacía unos instantes lo emocionaba. Sin embargo, no tardó en darse cuenta que era otra cosa. Había algo en el aire, algo que despertaba sus instintos más animales, alertando a Teruyoshi de que algo no andaba bien.

El mink se centró en sus sentidos, escudriñando con sumo cuidado sus alrededores. Cuando el aire varió de dirección y llevó hasta él el inconfundible aroma de un animal salvaje. Teruyoshi, quien se había criado junto a su padre cazando bestias como supervivencia y entrenamiento, reconoció de inmediato aquel olor a almizcle. Fue la primera señal que le avisó que no estaba solo. El mink se detuvo en el camino, buscando el amparo de las sombras mientras sus ojos analizaban con sumo cuidado los alrededores, intentando localizar aquello que había despertado sus instintos.

- Cabrrrones - pensó al notar que la espesura estaba plagada de animales.

Teruyoshi en cualquier otra situación no hubiese dudado en demostrarle a aquellas bestias quién era el verdadero rey del lugar, sin embargo, para desgracia de su entretenimiento, sabía que no podía perder energías en un combate innecesario. Si quería llegar a su encuentro con el tal Ryu en plenas condiciones no podía arriesgarse a terminar malherido por un grupo de bestias, por lo que tras reprimir sus ganas de patear culos, comenzó a pensar en cómo atravesar la zona sin alertar a las bestias.

Primero pensó en pasar usando su excelentes dotes de sigilo, aunque rápidamente descartó la idea. Si se tratara de humanos en lugar de bestias, no habría duda de que podría pasar desapercibido, pero aquellas bestias, dados sus hábitos nocturnos, seguramente se desenvolvían bien durante la noche. Lo más probable era que sus sentidos estuvieran afinados para ello y Teruyoshi venía apestando a un montón de olores humanos que lo alertarían, por lo que si no quería perder el tiempo luchando contra ellas en este momento, menos aún deseaba verse abordado por la espalda cuando menos lo esperara. Tenía que idear otra cosa.

- ¿Y si los distrrraigo con algo? - pensó mientras realizaba su característico gesto de lamerse la zarpa y pasársela por la oreja.

Miró a su alrededor, buscando algo que pudiera usar. Quizás una piedra lo suficientemente grande como para lanzarla y crear un reclamo que le permitiera a él pasar a toda velocidad. Su rapidez no era ninguna nimiedad, pero justo cuando consideraba esta opción, se presentó ante él otra posibilidad diferente.

A su derecha, un nuevo sendero se abría paso. Era mucho más estrecho y tortuoso, bordeando el río que pasaba por la zona. El mink en un inicio también descartó esa idea, ya que a pesar de que la zona parecía mucho más tranquila que el camino que debía de tomar, tampoco se podía fiar. Las fuentes de agua potable solían ser zona de caza para depredadores. Prácticamente todos los animales necesitaban pasar por una zona así tarde o temprano, por lo que no había nada que asegurara al mink su paso por ahí sin problemas… ¿o sí?

Si bien su razonamiento anterior era válido, pronto se dio cuenta de que no se había fijado bien en la disposición del sendero. No había visto que podía usar el agua como una barrera natural frente aquella manada de bestias. Si bien, algunas quizás podrían cruzar el trecho de un salto, tal como él mismo sería capaz de hacer, pero al menos el río le daría un margen de reacción si le atacaban desde ese lado… sin embargo, eso no quitaba que pudiese haber otro grupo distinto de bestias en ese lado y verse acorralado igualmente.

El hilo de pensamiento comenzaba a abrumarlo. Ninguna opción parecía completamente buena ni correcta, y esa indecisión le estaba causando un dolor de cabeza de la leche. Finalmente, decidió dejar de pensar y actuar. Tanto comerse la cabeza sin resolución solo estaba haciéndole perder un tiempo valioso, algo que no quería permitirse. Se negaba.

- Prrrobemos porrr ahí - se decidió dirigiéndose finalmente hacia el camino estrecho, confiando en que el río le proporcionaría al menos algo de cobertura.

Decidido a no perder más tiempo, reanudó la marcha desviándose de su camino inicial, aunque avanzando con mayor cautela. El aviso que le había dado el entorno le dejó claro que no debía volver a cometer el mismo error. Hecho que intentaría fervientemente… al menos mientras se acordase.

- Espero que no sea mucho más largo - fue su último pensamiento mientras marchaba una vez más bajo el cielo estrellado.

Resumen
#4
Octojin
El terror blanco
Bueno, parece que ya has tomado una decisión. La verdad es que te ha costado, eh. Menos mal que solo te he puesto dos caminos, en el momento que te meta en un scape room te peta la cabeza.

Ahora en serio, has tomado la decisión más sensata. Te adentras en el sendero que bordea el río, confiando en que su murmullo constante y la frescura del agua te mantendrán en un entorno relativamente seguro. Es más largo, sí, pero no se puede tener todo en la vida. Tus zarpas pisan el suelo cubierto de hojas secas con una delicadeza que parece innata, mientras el río serpentea a tu lado, reflejando los destellos plateados de la luna. La corriente es suave, casi melódica, y crea una armonía con los grillos que llenan el aire con su canto nocturno. Desde luego, es un sonido ideal para dormir, en mitad de la naturaleza y formando parte de ella. Pero no hemos venido a eso, desgraciadamente.

A medida que avanzas, el paisaje cambia ligeramente. La vegetación se hace más densa en algunos tramos, con raíces que sobresalen como trampas naturales que acechan a los más despistados. Por fortuna, tu agilidad felina y tu estado alerta es suficiente como para evadirlas y pasar como si nada. Qué envidia de esa agilidad felina, la verdad, conozco a algún tiburón al que le vendría bastante bien. Las sombras de los árboles producto de la luz de la luna se extienden sobre el agua, proyectando formas que se deforman y retuercen con el movimiento del río. Un par de luciérnagas se cruzan en tu camino, con sus diminutas luces parpadeando como si fueran estrellas fugaces a nivel del suelo. Joder, qué bonito está siendo todo, yo me quedaría embobado y me distraería con cada cosa que ocurre.

Tu paso es sigiloso, casi imperceptible, mientras mantienes las orejas en constante movimiento. Estás alerta, pero no hay señales de peligro inminente, pero claro, no sabes si será un espejismo de lo que realmente vaya a ocurrir. De hecho, a lo lejos, junto a la orilla, divisas una figura pequeña y redondeada. Al acercarte con cautela, distingues a un pequeño tejón dormido, acurrucado entre unas raíces que parecen abrazarlo. Su respiración es tranquila, y sus movimientos apenas perceptibles cuando el aire frío de la noche lo obliga a acomodarse mejor. Debe estar en el séptimo sueño, y tan cómodo que ni se da cuenta de tu presencia. Es bastante adorable, para qué mentirnos.

Pero un simple tejón no puede hacer que desistas de tu avance, ¿verdad? Así que sigues avanzando con el sigilo que te caracteriza, moviéndote con gracia entre las ramas bajas y los arbustos que en ocasiones parecen querer entorpecer tu paso. Cada tanto, el sonido de un pez saltando rompe el silencio del río, y seguramente la inercia del sonido haga que observes el agua como si una parte de ti quisiera zambullirse en ella, pero el tiempo apremia.

El camino se alarga más de lo que esperabas, pero es algo que sabías al tomar esta decisión. A veces, en la vida, conviene tomar el camino largo pero seguro. Aunque nunca se sabe si es cien por cien seguro... El cielo, aún oscuro, parece teñido por un leve resplandor que anuncia el amanecer en unas pocas horas. Tienes la suerte de que tus ojos se ajustan con facilidad a la penumbra, y aunque seguramente no sientas miedo, hay algo en el silencio que te mantiene en guardia en todo momento. Un crujido a tu izquierda te pone tenso, pero solo es una rama que se ha partido bajo el peso de alguna criatura pequeña. Quizá un zorro nocturno, que desaparece entre los matorrales antes de que puedas distinguirlo bien. De cualquier manera, no parece que sea una amenaza y, desde tu posición, ya le has perdido el rastro. Sin duda es interesante la cantidad de animalejos que aparecen por la noche.

Tras lo que parecen treinta minutos de marcha constante, comienzas a notar un cambio en el terreno. El sendero se eleva gradualmente, llevándote hacia una colina que domina el área y desde la que crees que tendrás una vista mejor de todo lo que te rodea. A medida que asciendes, el río se convierte en un murmullo distante, y el aire fresco de la noche se vuelve más frío y seco. Ya nada lo cubre, así que empezarás a sentir algo de frío, sin duda. Tus patas se afirman en el suelo, ahora más firme, mientras alcanzas la cima y el dojo aparece ante tus ojos.

Por fin. Lo que cuesta llegar al maldito dojo. Pero ahí está, luciendo majestuoso ante ti. El Diente Oeste es imponente incluso bajo la tenue luz de las estrellas. Desde lo alto de la colina, puedes apreciar la construcción que, aunque sencilla, tiene un aura de disciplina y tradición. El dojo está rodeado por una hilera de troncos perfectamente alineados, iluminados apenas por la suave luz de unas lámparas de aceite, probablemente puestas ahí para ahuyentar a las bestias que decidiesen romper los propios troncos o acercarse al dojo. Los troncos parecen dispuestos para ejercicios de entrenamiento; cada uno tiene marcas de golpes y cortes que atestiguan los años de uso constante. Vaya, no parece una mala manera de entrenar, ¿verdad?

El edificio principal está hecho de madera oscura y tiene un tejado que se curva hacia arriba en los extremos, dándole un aire tradicional que combina perfectamente con el entorno montañoso. La verdad es que es bastante sorprendente cómo el dojo puede parecer una fuente de disciplina con tan solo mirarlo. Una brisa fresca recorre el área, haciendo crujir levemente las ramas de los árboles que rodean la estructura. Todo está sumido en una quietud casi abrumadora, el tipo de silencio que solo se encuentra en la noche profunda.

A ojo, calculas que faltan dos o tres horas para el amanecer. Hace algo de frío, y tienes muchas opciones para invertir ese par de horas hasta que la gente salga del dojo. Podrías aprovechar ese tiempo para descansar, pero algo en tu interior te dice que no sería mala idea explorar un poco también. Tal vez inspeccionar el dojo desde fuera, buscar señales de actividad reciente o incluso probar esos troncos de entrenamiento para calentar antes de tu encuentro con alguno de los aprendices. Tienes muchas opciones, así que elige sabiamente la que más te apetezca.

Por otro lado, podrías simplemente quedarte allí, en silencio, disfrutando de la vista. Desde la cima de la colina, el paisaje se extiende como un lienzo oscuro salpicado de luces distantes, y el sonido del río, aunque lejano, sigue siendo un recordatorio de tu recorrido hasta aquí.

La noche te pertenece por ahora. ¿Cómo prefieres aprovecharla?

Contenido Oculto
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#5
Teruyoshi
Teru
Teruyoshi caminaba con decisión por el sendero que había escogido, acompañado por el ruido amortiguado de sus zarpas al pisar la vegetación que lo rodeaba. Esta formaba un pequeño compás dentro del canto de los grillos, que no cesaban en su tarea de entonar una suave canción para su aventura. Todo en su conjunto invitaban al mink a tumbarse junto al rumor del río y descansar tranquilamente bajo el manto estrellado, pero Teruyoshi estaba enfocado en su tarea y no se dejó hechizar por el entorno.

Tras un rato de camino, la vegetación a su alrededor comenzó a cambiar, haciéndose más frondosa a cada paso que daba y transformando lo que había iniciado como un camino llano en uno lleno de pequeños obstáculos por aquí y por allá… aunque por suerte, nada que no pudiera sortear con facilidad gracias a su habilidad felina. Teruyoshi estaba acostumbrado a deambular por terrenos similares, por lo que, con un poco de atención, pudo atravesar aquel entramado de raíces sin problemas, mientras era acompañado por un grupo de libélulas que pululaban a su alrededor con la clara intención de desviarlo de su camino. Seguramente, si el mink no hubiese estado tan ansioso por librar un combate en condiciones, ya se hubiese dejado llevar por el espectáculo de luces. Era difícil no fijarse en aquella danza que formaba figuras luminosas apenas visibles durante un instante, como si fuesen pequeños fuegos fatuos que bailaban al son de la canción que proporcionaban los grillos. Una pena no poder disfrutar más de ello.

El mink siguió avanzando hasta que se topó con una pequeña figura que lo alertó por un instante, haciéndolo detener su marcha para observar detenidamente de qué se trataba. Cuando su vista terminó de acostumbrarse a las sombras, comprobó que el pequeño bulto que se resguardaba bajo el cobijo de una agrupación de raíces no era otra cosa que un lindo tejón, dormido plácidamente sin temor alguno. El animal se encontraba tan profundamente dormido que ni siquiera se percató de la presencia de Teruyoshi, quien continuó su marcha tras haberse detenido unos instantes a ver dormir al pequeño animal que descansaba acunado por el chapoteo de los peces en el río. Verlo tan tranquilo casi conseguía darle la suficiente envidia como para emularlo y echarse junto a él, pero una vez más se centró en el objetivo que tenía en mente en un intento de no distraerse por el camino. Si algo podía poner en peligro el propósito del mink, era su propia curiosidad y tendencia a aburrirse rápidamente de lo que hacía… aunque nunca lo suficientemente aburrido como para mojarse sin motivo. El mink odiaba mojarse.

- Céntrrrate, estúpido - se recriminó mientras se obligaba a avanzar. - Ya tendrrrás tiempo para descansarrr y hacer lo que quieras cuando llegues a tu objetivo - se repetía cada vez que algo amenazaba con distraerlo… lo cual sucedió varias veces más durante el camino. Incluso se llevó un pequeño susto cuando algo crujió repentinamente no muy lejos de donde estaba, causando que diese un pequeño brinco a la par que se le erizaba el vello de la nuca.

- Puto bicho - maldijo en silencio a la vil alimaña que lo hubiera asustado.

A pesar de su aparente facilidad para avanzar por el terreno, algo estaba incomodando al mink durante todo su viaje. Por más que pensaba en ello, no lograba discernir qué era, por lo que simplemente avanzó confiando en que aquella sensación desaparecería al alcanzar su objetivo… menudo iluso.

Todavía tuvieron que pasar varios minutos más de camino antes de que Teruyoshi por fin iniciara el ascenso final del camino. Dejó atrás el río y el sendero, tan llenos de distracciones, y empezó a subir el último tramo de aquel eterno viaje, acompañado del atenazante frío que acosaba al mink a cada paso.

- Puta vida, crrreía que no llegaba nunca - pensó, sin terminar de creérselo, cuando el dojo que venía buscando apareció ante sus ojos.

Teruyoshi aguardó unos instantes para empaparse de la belleza del lugar, deleitándose con la nobleza que manaba de la estructura de madera rodeada por una hilera de árboles con evidentes señas de haber sido golpeados innumerables veces. Había algo en aquella construcción que transmitía una sensación de solemnidad, embriagando a Teruyoshi, quien no dudó en acercarse poco a poco para poder observar más de cerca el lugar que tanto lo atraía.

El mink se acercó a los árboles y acarició la corteza castigada por los aprendices de lugar, sintiendo en sus propios músculos el esfuerzo que cada persona que allí entrenaba había puesto para dejar una de esas marcas. El gato negro valoraba el duro esfuerzo por mejorar, por lo que realizó un gesto con la cabeza a modo de reverencia por todos aquellos que alguna vez hubieran golpeado uno de esos árboles con ganas de ser más fuertes.

Se sintió muy tentado a golpear uno él mismo. Quería sentirse parte de aquel lugar y dejar su impronta, pero dado que se encontraba en mitad de la madrugada, no quería montar ningún escándalo. Ya tendría tiempo de llamar la atención, por lo que tras dejar atrás sus ganas de probar sus fuerzas contra uno de aquellos troncos, decidió que lo mejor sería marcharse de allí y volver a la colina que tanto le había costado alcanzar. Si quería empezar con buen pie su relación con la gente del dojo, era importante dar una buena primera impresión y no quería que lo pillaran husmeando como un vulgar ladrón a la primera de cambio. Además, el mink llevaba caminando casi toda la noche y le vendría bien descansar un rato antes de buscar al tal Ryu.

Quedaban apenas unas pocas horas antes de que amaneciera, así que Teruyoshi buscó un sitio donde no corriera mucha corriente, lejos del camino y de cualquier sitio que pareciese transitado. Allí se tumbó a mirar a las estrellas, dejando que el sueño lo venciera mientras volvía a imaginarse como sería su encuentro al día siguiente con el aprendiz estrella del dojo.

- Mañana serás mío - fue su último pensamiento antes de quedarse dormido aguardando el amanecer.

Cuando amaneciese, el mink se espabilaría realizando unos cuantos estiramientos matutinos para desengrasar el cuerpo y buscaría entre sus pertenencias hasta dar con una de las comidas que siempre llevaba consigo. Era importante empezar el día con el estómago lleno, por lo que una vez hecho su pequeña rutina y habiendo desayunado, se encaminó de nuevo al dojo esperando encontrarse a alguien despierto.

Resumen
#6
Octojin
El terror blanco
Tras el camino, te acomodas en un claro junto a la colina, donde las copas de los árboles te ofrecen cobijo y el murmullo distante del río acompaña la quietud de la noche. La hierba bajo tu cuerpo es fresca, y aunque tu naturaleza inquieta te invita a explorar más o golpear esos troncos del dojo que tanto llamaron tu atención, el cansancio de la jornada comienza a hacer mella. Y quizá sea la decisión más sensata, el descansar antes de una gran batalla, o lo que al menos se presupone como tal, es una gran decisión. Te acomodas, apoyando la cabeza sobre tu brazo cruzado mientras contemplas el cielo estrellado. Es hora de descansar y de reponer fuerzas para lo que se viene.

El cansancio te vence poco a poco, como una manta que te envuelve. Antes de que te des cuenta, tus párpados se cierran, y la tensión acumulada en tus músculos se disipa. Tu respiración se hace más lenta, más profunda, mientras el mundo exterior se funde en el silencio de tus sueños. Quién sabe qué habrás hecho durante esa noche en tu mente, pero el caso es que consigues dormir muy plácidamente.

El descanso es profundo y reparador. El frío de la madrugada apenas te afecta gracias a la buena posición encontrada, y cuando los primeros destellos del amanecer comienzan a teñir el horizonte, despiertas sintiéndote renovado. Un bostezo se escapa de tus labios mientras te desperezas, estirando cada músculo de tu cuerpo con movimientos perezosos pero satisfactorios. Tu cola, que había permanecido enroscada durante tu sueño, se balancea ahora con energía renovada. Sientes que podrías enfrentarte a cualquier cosa… incluso a un prodigio como Ryu Hughes. Ahora mismo, en ese estado, no conoces un rival digno. Te puedes comer el mundo, si así lo desearas.

Te tomas unos minutos para disfrutar del amanecer mientras devoras una de las provisiones que llevas contigo. El sabor simple pero reconfortante de la comida te llena de energía, y pronto estás de nuevo en pie, dispuesto a encarar el día.

Te diriges hacia el dojo con pasos decididos, y justo cuando levantas la zarpa para golpear la puerta principal, esta se abre de manera inesperada. Un joven aprendiz, vestido con un sencillo uniforme blanco, te observa con curiosidad antes de esbozar una leve sonrisa y hacerte un gesto para que pases. Parece que te estaban esperando. O a cualquier otro aspirante. La cosa es que no te ponen ninguna objeción y son bastante amables contigo.

Si decides adentrarte en el dojo, sentirás la madera crujir bajo tus pies. La iluminación es tenue pero suficiente para revelar el cuidado con el que está construido el lugar. El interior está impecable, con un diseño que refleja la disciplina y la dedicación de quienes lo habitan, la que es probablemente su principal virtud. Te conducen hasta un salón amplio donde un grupo de personas se encuentra sentados en mesas bajas. Algunos alumnos, vestidos con sus uniformes, están tomando té en silencio, mientras otros conversan en voz baja. Puedes distinguir claramente a los aprendices que viven en el dojo por su postura y aire concentrado, de los profesores, que están bastante más serenos y distendidos.

Te ofrecen un lugar junto a una de las mesas, y aunque las costumbres locales pueden no ser lo tuyo, debes tener en cuenta que quizá adaptarse en este momento esa la mejor opción. No creo que les siente muy bien que les niegues un detalle como ese. Te pedirán que te arrodilles como los demás, y te ofrecerán una taza de té como la de los demás. Si la tomas, pronto notarás que el sabor es amargo pero reconfortante y que te da una idea de la rutina en este lugar: disciplina, serenidad, y quizás algo de rigidez. 

La conversación en la sala cesa de repente cuando una figura entra al salón. Ryu Hughes. El joven prodigio del dojo camina con la seguridad de alguien que conoce su valor. Ese es el rival al que te vas a enfrentar, o al menos en teoría. Su cabello negro recogido en una coleta se balancea ligeramente mientras avanza hacia ti. Su presencia no es imponente en tamaño, pero sí en actitud. Tiene un porte tranquilo, pero sus movimientos son precisos, casi calculados. Desde luego no es la primera vez que la gente se le queda mirando, e incluso parece gustarle. Sin siquiera cruzar palabra, ya entiendes por qué es considerado la promesa del lugar. Desde luego su actitud, al igual que sus gestos, son prometedores.

Ryu


Ryu te observa de arriba abajo, mientras sus ojos negros te escrutan con interés, antes de sentarse a tu lado. La sala, ahora en completo silencio, parece esperar su aprobación antes de continuar. El propio silencio hace que el ambiente sea tenso durante un breve instante.

—Así que un aspirante que pretende luchar conmigo —dice, con una sonrisa que no terminas de descifrar. Su tono no es arrogante, pero hay una confianza en sus palabras que roza la soberbia—. Y dime, ¿qué te ha hecho venir hasta aquí? ¿Por qué este dojo?

Sus ojos no se apartan de los tuyos mientras espera tu respuesta. La sala permanece en silencio, con todos los presentes atentos al intercambio. Es un desafío, aunque por ahora solo verbal. Sientes que este es el primer paso para demostrar tu valía, no solo ante él, sino también ante todos los que te observan.

La pregunta flota en el aire, y sabes que tu respuesta marcará la pauta de lo que está por venir. ¿Qué dirás? ¿Cómo convencerás a Ryu Hughes de que vales la pena como oponente?

Cosas
#7
Teruyoshi
Teru
Teruyoshi, tras su corta visita a las inmediaciones del dojo, volvió tras sus pasos a la colina en busca de un lugar ameno en el que descansar. El gato negro no era especialmente quisquilloso a la hora de coger el sueño. Estaba más que acostumbrado a dormir al raso o subido a los árboles cuando era necesario, pero, por suerte para él, encontró un lugar de lo más apetecible en el que no tendría que dormir con piedras clavándose en su trasero.

Un pequeño claro se encontraba frente a él, a escasos metros de la cima de la colina, donde el mink se echó a descansar mientras pensaba en el combate que tendría al día siguiente, puesto que al gato, en ningún momento, se le había pasado por la cabeza que no se diera. - Si el maestro del joven busca a alguien que haga morrrder el polvo a su muchacho… ¿Quién mejorrr que yo? - fue su último pensamiento antes de que sus párpados finalmente se cerraran, dejándose llevar por el cansancio del trayecto.

La noche transcurrió sin problemas para Teruyoshi, quien pasó lo que quedaba de noche acompañado por uno de sus peculiares sueños. En esta ocasión, durante el mismo, se había visto así mismo en un mundo donde todo estaba hecho de ovillos. Desde las personas hasta las montañas. Todo era un ovillo. Incluso se topó con lo que él creía que era una versión ovillada de Ryu con lal que Teruyoshi estuvo jugueteando… y de ahí que el gato negro amaneciera haciendo gestos raros con las zarpas en el aire, mientras un hilillo de baba escapaba de su hocico entreabierto.

Una vez despierto, el mink se tomó unos minutos en realizar sus estiramientos matutinos. Hacer algo de ejercicio no solo ayudaba al gato a desentumecer el cuerpo, sino que también le valía para despejar su mente aún nublada por los ecos del reciente sueño. El mink necesitaba estar lo más fresco y listo posible, así que le dedicó el tiempo que se merecía al calentamiento antes de pasar a saciar el estómago, que comenzaba a quejarse pidiendo su ración mañanera.

Teruyoshi rebuscó con energías renovadas entre sus pertenencias, a la caza de uno de los Sashimis que había preparado el día anterior. El mink no sabía si se trataba del calentamiento o del sueñecito reparador, pero, fuese cual fuese el motivo, cuando el gato terminó de comerse el plato que llevaba consigo, sintió que era capaz de partir todos y cada uno de los árboles de entrenamiento que había visto la noche anterior como si fuesen simples ramitas. Ya solo le faltaba acicalarse el pelaje y estaría listo para afrontar cualquier reto que le deparara el día .

El gato tras terminar su rutina matutina de limpieza y entrenamiento se encaminó hacia el dojo, sintiéndose más renovado y poderoso que nunca, como si cada centímetro de tierra que pisaba se transformara en su propiedad. Caminaba con esa gracia característica de su raza, destilando una seguridad que rozaba el pavoneo. Ese día nada podía detenerlo… o al menos eso pensaba él.

Se adentró en los terrenos del dojo, atravesando la barrera de árboles y dirigiéndose directamente hacia la puerta principal de la estructura de madera, con clara intención de golpearla. Sin embargo, esta se abrió como por arte de magia antes de que sus nudillos llegaran a rozarla siquiera. Al bajar la vista, el mink se topó con lo que parecía un aprendiz,
quien le dio paso como si estuvieran esperándolo.

- Así es cómo me tenían que rrrecibirrr siemprrre - pensó el gato mientras guiñaba un ojo al joven antes de adentrarse en el lugar.

En cuanto puso un pie en el interior del edificio, Teruyoshi se sintió embriagado por la atmósfera que transmitía aquel lugar. Todo estaba construido y cuidado con sumo detalle, destilando una fuerte sensación de disciplina que al mink le hizo recordar a su padre. El progenitor de Teruyoshi había sido un guerrero formidable. Siempre duro en los entrenamientos que tenían y con un carácter de hierro que permitía pocos errores.

El mink avanzó siguiendo al joven aprendiz, acompañado por el sonido que hacían sus pasos al caminar por el entarimado suelo, hasta que alcanzaron un amplio salón que parecían utilizar como zona de descanso. Avanzó confiado, girando sus orejas de un lado a otro en su habitual rutina de escaneo de rumores, a la par que echaba un vistazo en un intento de discernir la situación del lugar.

Las pupilas verticales del gato rápidamente se fijaron en la zona del fondo, donde parecían sentarse los maestros del dojo, con quienes Teruyoshi quería tratar. El mink había imaginado que tendría que buscar primero al tal Kenji para pedir permiso para retar a su alumno. Durante el poco tiempo que llevaba en Shimotsuki, había aprendido que sus habitantes se movían por un sistema de honor muy ligado a la posición jerárquica, así que paseó su mirada entre ellos intentando adivinar quién era… o al menos esa era su intención hasta que el aprendiz que lo había guiado hasta allí le ofreció un asiento en una de las mesas cortando sus pensamientos.

El mink era más que consciente de que lo estaban juzgando desde el primer instante en el que había puesto una zarpa en lugar, así que decidió seguir sus normas por el momento. Si algo había aprendido de su padre, un mink orgulloso y disciplinado donde los hubiera, era que aquel tipo de personas tenían un pensamiento muy estrecho de miras y todo lo que se escapara de su fina línea de moral sería juzgado.

- Que comience el juego - pensó divertido mientras adoptaba una postura similar a la del resto.

Una vez arrodillado, le ofrecieron una taza con lo que parecía ser té, que el mink aceptó con un leve inclinamiento de cabeza. Teruyoshi miró el líquido parduzco con evidente curiosidad. Como ávido cocinero, siempre atento a aprender nuevas recetas o descubrir ingredientes que acoplar a sus propias creaciones, no dudó en realizar un chequeo gastronómico a la bebida antes de llevársela a la boca. Si notaba algo extraño, simplemente fingiría beber.

- Uffff, esto te pone como una moto - pensaría, aguantando una mueca por el amargor, en cuanto las notas amargas inundasen su paladar si es que llegaba a probar la bebida.

Entonces llegó el silencio. Las conversaciones se fueron apagando una a una, como si las hubieran desactivado con un interruptor. Por un instante, el mink pensó que había ofendido a la sala de alguna manera y que él era el causante de aquel extraño mutismo, pero entonces vio el motivo real que lo había causado. Un joven, con paso decidido y prácticamente calculado, entró en la sala captando la atención de todo el mundo de la estancia, como si fuera una llama rodeada de polillas.

Antes de que el joven se acercara con sus preguntas, Teruyoshi ya se imaginaba que debía de tratarse del aprendiz estrella del dojo. Solo alguien que estaba en boca de todo el mundo podía causar un revuelo así a su alrededor con su mera presencia, por lo que cuando este se dirigió a Teruyoshi ya se hacía más o menos una idea de que este iba a ser su contrincante… y si no, parecía querer serlo. Desde la perspectiva del mink, el humano con aquellas palabras ya había querido comenzar su combate, quizás no físicamente, pero sí midiéndolo e intentando intimidarlo en un terreno donde claramente se sentía cómodo.

- ¿La verrrdad? - preguntó Teruyoshi, con un tono tranquilo pero cargado de malicia, mientras sus pupilas, clavadas en Ryu, se contraían en finas líneas que acentuaban sus rasgos felinos. - Crrreo que habladurías sin sentido - continuó rápidamente, sin dejarlo contestar a la pregunta. Se puso en pie para verlo desde arriba y prosiguió hablando. - Venía buscando un rrreto… - dijo mientras doblaba ligeramente la cintura para ponerse a su altura a la par que bajaba poco a poco la voz - pero crrreo que terrrminé topándome con un rrratón con plumas de pavo rrreal - susurró en un hilo de voz tras acercarse a su oreja, con un tono que transmitía aburrimiento, asegurándose que solo él lo escuchara.

El mink no temía en aceptar un reto, fuera cual fuese, por lo que si el joven quería empezar luchando con la lengua, así lo haría. Quizás ese joven no lo supiera, ni siquiera el propio Teruyoshi en ese momento era consciente de ello tampoco, pero esa lengua felina suya, prácticamente bífida en ocasiones por lo venenosas que eran sus palabras, podía ocasionar hasta la muerte de sus personas más cercanas. Así que el gato negro no dudó y se defendió del ataque verbal con otro, buscando herir el orgullo del joven para que este perdiera los papeles y así no tener ni que retarlo directamente, confiando en que alguien tan acostumbrado a sentirse superior al resto no fuese a recibir bien el mismo en sus propias carnes. Tras sus palabras, el mink recuperó la postura y se quedó mirándolo fijamente con una media sonrisa asomada a los labios, mientras se preparaba para cualquier reacción por parte de Ryu.

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Cosas
#8
Octojin
El terror blanco
Vaya, así que decides jugar la carta del provocador... No está mal tirada, la verdad. Ves cómo los demás están totalmente expectantes ante este giro de guion. Seguramente nadie se esperaba que ibas a acertarte tanto para susurrarle algo y que iban a dejar de ser testigos de algo así. Alguno incluso te maldice por ello. Quieras que no, el chisme mueve el mundo, y lo sabes.

Ryu no responde de inmediato. Su semblante cambia ligeramente, perdiendo la chispa despreocupada de antes y adquiriendo un matiz más serio, casi como si tus palabras hubieran reconfigurado su enfoque. No le han herido, o al menos no está dejando ver eso, ya que no hay indicios de molestia evidente en su rostro; parece más calculador que ofendido. Te observa durante unos instantes, evaluándote en silencio, como si tratara de descifrar tus intenciones reales tras tus provocaciones. Porque me imagino que es una provocación que busca algo y no está vacía, ¿no? En cualquier caso, parece no averiguarlo. O sí, su semblante ahora mismo es como si estuviese jugando al poker.

Sin decir una palabra, Ryu se da la vuelta y hace un par de señas a un hombre que está de pie detrás de él. Murmura algo y puedes notar como ese primer gesto es el primero de unos cuantos más que le siguen. Los gestos son breves pero cargados de intención, como si estuvieran organizando algo que ya tenían planeado. El tipo asiente y desaparece en una de las habitaciones contiguas, dejándote a solas con Ryu y el resto de los presentes.

Finalmente, el joven prodigio vuelve a mirarte, pero esta vez sus ojos no contienen rastro alguno de burla o desprecio. Lo que ves en ellos es simple y claro: concentración. Está en un mood completamente diferente ahora mismo. Le has hecho tomarse esto más enserio de lo que probablemente se lo tomaría. Así que imagino que los dos saldréis ganando.

—Basta de palabras —declara su voz firme, pero sin rastro de agresividad—. Hablaremos en el campo de batalla.

Sin esperar tu respuesta, Ryu se dirige hacia la puerta por la que ambos habíais entrado minutos antes. Sus movimientos son fluidos, casi coreográficos, como si cada paso formara parte de una rutina que ha repetido un millón de veces. Algunos de los presentes te hacen gestos invitándote a seguirle, pasando de nuevo por el pasillo principal y saliendo al exterior. La luz del día, aunque tenue, comienza a bañar el dojo con un brillo dorado que realza cada detalle de la estructura. Es un momento perfecto para tener una intensa pelea. Ojalá que dure mucho y los dos podáis dar el máximo de cada uno. Solo así, ambos ganéis, aunque claro, siempre tiene que haber alguien que gane dos veces, ¿no? Tanto el combate como la experiencia de pelear contra su rival.

Ryu bordea el dojo con seguridad, guiándote hasta una zona abierta que parece ser el epicentro de todas las batallas de entrenamiento. Es un rectángulo amplio, rodeado de césped bien cuidado y delimitado por postes de madera que marcan claramente los límites del terreno. Cerca, puedes ver varios troncos desgastados y otros elementos que deduces forman parte de los ejercicios habituales de los aprendices. Aquellos que deberían empezar en breve pero algo te dice que no lo harán. Probablemente sea más interesante ver una intensa pelea que entrenar como todos los días.

No pasan más de unos segundos antes de que el lugar comience a llenarse de espectadores. Algunos estudiantes y maestros, alertados quizás por las señales de Ryu, se agrupan en silencio alrededor del rectángulo, formando un cordón de ojos expectantes. Sus expresiones oscilan entre la curiosidad y la emoción contenida, como si tu presencia en este enfrentamiento añadiera un nuevo matiz de interés a su rutina habitual.

Ryu entra al campo y comienza a realizar algunos estiramientos con una naturalidad que denota años de práctica. Sus movimientos son precisos y controlados, y la fluidez con la que los hace es hasta elegante. Cada flexión y giro es un recordatorio de la fuerza contenida en su cuerpo. Una vez listo, se coloca en el centro del terreno y te hace un gesto con la mano.

—Adelante —te dice, adoptando una postura relajada pero claramente defensiva—. Empieza tú, a ver si se te da igual de bien que faltar.

El círculo de espectadores se mantiene en silencio absoluto, expectantes. El escenario está listo, y las palabras han quedado atrás. Ahora, es el momento de demostrar quién tiene más derecho a estar en este dojo. ¿Cómo responderás?
Contenido Oculto
#9
Teruyoshi
Teru
Teruyoshi sintió una profunda satisfacción al ver cómo el semblante de la estrella del dojo cambiaba tras escuchar sus palabras, consiguiendo que aquel joven volviera a mirarlo. Sus ojos parecían destilar un nuevo toque calculador, como si fuera la primera vez que realmente veía al mink que tenía frente a él.

- Así me gusta - pensó Teruyoshi, complacido consigo mismo, mientras dejaba escapar un ronroneo de pura satisfacción. El mink se dejó estudiar con tranquilidad. Había nacido para que la gente rindiera pleitesía ante su magnificencia, por lo que portaba con orgullo aquel don que el dios de los mink le había otorgado.

- Mira bien, porrrque este lindo gatito va a serrr quien patee tu trrrasero - siguió para sí mismo, mientras hinchaba el pecho orgulloso, y volvía a hacer su característico tic, cómo si la evaluación de aquel joven no tuviera la menor importancia para él.

Sin previo aviso, el joven dio la espalda al mink y se puso a hacer señas al hombre que lo acompañaba. Tras intercambiar unos cuantos gestos con Ryu, este se marchó de la estancia. Al mink aquello le pareció sospechoso, así que grabó a fuego en su memoria el aspecto del hombre antes de que desapareciera por la sala contigua. Teruyoshi, desconfiado por naturaleza, se cercioró de no olvidar a aquel hombre por si se le ocurría alguna sucia treta. Si el orgullo era una de sus características… el rencor no lo era menos.

Tras esa breve escena, Ryu volvió a centrar su atención en Teruyoshi, pero con actitud renovada. La seriedad del joven, sumada al movimiento del hombre, puso ligeramente en alerta al mink, quien simplemente sonrió ante las palabras del pelinegro. Como bien había dicho, de nada valía seguir hablando allí. El mink sabía que alargar la situación no le aportaría nada ahora mismo. Ya había conseguido lo que quería, arrastrar al joven a su terreno.

Antes de seguirlo hacia el exterior, Teruyoshi se giró hacia la mesa del fondo, donde había intuido que se encontraban las personas importantes de la sala, y realizó un saludo respetuoso. La idea inicial era luchar con aquel joven, pero Teruyoshi sabía que a quien debía de sorprender era a sus maestros si de verdad quería aprender o conseguir algo importante en este lugar.

- Veamos qué tienes prrreparado - pensó el mink mientras caminaba con paso confiado, atento a cualquier movimiento, mientras sus orejas retomaban su habitual tarea de estar siempre al acecho.

Una vez en el exterior, Teruyoshi inhaló profundamente una bocanada de aire fresco. El día había amanecido con la promesa de propiciar algo glorioso y el gato estaba deseando complacerlo. Siguió a Ryu a través de los campos de entrenamiento. Parecía que el joven quería asegurarse de que todos los presentes presenciaran la pelea, pues procuró pasar delante de cada aprendiz o maestro que encontraba. Con cada paso, la comitiva crecía, así como los murmullos de los curiosos que se congregaban a su alrededor.

En apenas unos minutos llegaron a una zona amplia delimitada por postes, claramente preparada para realizar combates de prácticas. El espació no tardó en llenarse de ojos curiosos, ansiosos por ver un buen combate.

El mink emuló a su contrincante y entró en el cuadrilátero. Gracias a que había madrugado y ya había realizado su rutina de calentamiento, no necesitaba hacer lo mismo que el joven. Teruyoshi ya estaba más que listo para el combate, pero decidió usar ese detalle a su favor. Seguramente, su contrincante asumiría que tenía delante a un novato bocazas o alguien que no se tomaba en serio la pelea y que era un bocazas sin más. El mink esperaba que esa falsa impresión hiciera confiarse al joven y no lo tomara en serio.

Teruyoshi encaró a su contrincante, acercándose hasta quedar a unos cinco metros de él, y se dispuso a adoptar una pose aparentemente relajada, mostrando esa actitud entremezclada de superioridad y pasotismo que tan bien lo caracterizaba. El gato confiaba en su capacidad de reacción, su estilo de combate se centraba básicamente en eso. Como cazador, siempre estaba atento a la mínima abertura, dispuesto a moverse acorde al ritmo de su presa.

- ¿Acaso buscas una excusa para cuando te haga morrrderrr el polvo, pichonzuelo? - respondió el mink con una sonrisa burlona, buscando provocar a su adversario. Seguramente, el joven esperaba que Teruyoshi hiciera el primer movimiento para ponerlo a prueba y medir así sus cualidades, pero el gato tenía otros planes. No iba a dudar en usar cualquier recurso a su alcance, como siempre.

- Si lo prrrefieres puedes rrrendirrrte directamente… Así evitarás acabarrr porrr los suelos delante de tu gente - añadió, mientras una burla se dibujaba en su mirada.

El mink quería que el tipo hiciera el primer movimiento, por lo que a pesar de mostrar aquella actitud despreocupada, estaba completamente preparado para actuar cuando este se moviera. Quizás el joven quería que las palabras quedaran atrás… pero para alguien con una lengua tan afilada y viperina como Teruyoshi, eso no era tan sencillo. Si quería que el mink cerrara la boca, tendría que hacerlo él mismo.
#10
Tema cerrado 


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