Hay rumores sobre…
... que existe una isla del East Blue donde una tribu rinde culto a un volcán.
[Autonarrada] Un día en Cozia [T2]
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Día 46/49 de verano

Ragn despertó con la boca seca y un dolor punzante en la sien. Un aire salobre le llenaba los pulmones mientras el rugido distante del mar lo arrancaba de su confusión. Abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la luz tenue que se filtraba entre unas nubes pesadas y grises. La playa donde yacía era inhóspita: un horizonte de arena pálida y pedruscos manchados de algas se extendía a su alrededor. A lo lejos, las olas rompían contra unas rocas negras, escupiendo espuma blanca que se desvanecía en el viento. Con esfuerzo, se incorporó, palpándose el cuerpo para asegurarse de que seguía entero. Su ropa estaba empapada y sucia, pero no encontraba heridas graves. Sin embargo, no recordaba cómo había llegado hasta allí. Más allá de un sentimiento de urgencia, su memoria era un lienzo en blanco. Su corazón tamborileaba en el pecho, pero no había ni rastro de nadie más en esa costa desolada. Determinó que no podía quedarse ahí. Algo en el aire, tal vez el frío, tal vez la sensación de soledad abrumadora, lo empujó a moverse. Detrás de la playa, una extensión rocosa se desplegaba como un manto interminable de piedra grisácea. No era una opción particularmente alentadora, pero tampoco tenía otra alternativa.

Comenzó a caminar.

La llanura de piedra que Ragn enfrentó era monótona, casi hipnótica en su uniformidad. La superficie era irregular, llena de grietas, bultos y depresiones que lo obligaban a mirar constantemente sus pasos. Fragmentos de roca negra sobresalían aquí y allá como dientes rotos. El viento soplaba sin descanso, arrastrando consigo un eco distante, casi como un murmullo que se desvanecía antes de poder ser comprendido. A medida que avanzaba, Ragn notó que el paisaje tenía una frialdad particular, no solo por la temperatura, sino por una especie de silencio ensordecedor que el viento no lograba romper. No había árboles, ni hierba, ni signos evidentes de vida. Pero entonces lo vio: un rastro de huellas que cruzaba el suelo pedregoso. Al acercarse, se dio cuenta de que no eran humanas. Eran grandes, con marcas profundas que sugerían garras. Quizá un animal grande había pasado por allí, aunque las huellas parecían viejas, medio erosionadas por el viento. El hambre comenzó a morderlo con fuerza después de unas horas de caminar. Su estómago rugía, y las piernas le pesaban como si fueran de plomo. Fue entonces cuando, a lo lejos, divisó algo que rompió la monotonía del terreno: una figura que se movía lentamente. Entrecerró los ojos y avanzó con cautela, asegurándose de no hacer ruido. A medida que se acercaba, distinguió lo que era: una criatura grande, parecida a un ciervo pero con una cornamenta que se curvaba hacia atrás como espirales de piedra. Su pelaje era grisáceo y deslucido, camuflándose perfectamente con el paisaje.

Ragn sintió una mezcla de alivio y ansiedad. Ese animal podía ser su salvación, pero también significaba peligro. Si lograba atraparlo, tendría comida; si no, él mismo podía terminar herido o peor. Miró a su alrededor, buscando algo que pudiera usar como arma. Encontró un fragmento largo de roca afilada y lo empuñó con firmeza. Su plan era improvisado y arriesgado, pero no había lugar para la duda.

Acechó a la criatura, manteniéndose contra el viento para evitar que lo detectara. Los minutos se alargaron mientras se acercaba lentamente, con cada paso calculado para no hacer ruido. Finalmente, cuando estuvo a una distancia que consideró adecuada, cargó contra el animal con un grito desesperado. La bestia reaccionó con un bramido profundo y giró, intentando defenderse con sus cuernos. Ragn apenas esquivó un golpe que podría haberle partido las costillas. Lanzó la piedra afilada hacia el costado del animal y sintió la resistencia de la carne al perforarla. La criatura chilló y pateó, pero Ragn no se detuvo. Usó toda su fuerza para hundir el arma improvisada una y otra vez hasta que el animal cayó pesadamente al suelo. El silencio regresó, roto solo por la respiración jadeante de Ragn. Miró sus manos ensangrentadas, luego al animal inmóvil, y una oleada de alivio lo envolvió. No era un cazador, ni un guerrero, pero había sobrevivido. Pasaron horas mientras despellejaba a la criatura con torpeza y encendía una pequeña hoguera usando pedernal que había encontrado entre las rocas. El sabor de la carne asada, aunque simple y algo amargo, le devolvió las fuerzas. Esa noche, sentado junto al fuego y con el viento ululando a su alrededor, sintió una calma extraña. Estaba solo, perdido en un mundo de roca y viento, pero vivo.

Al día siguiente, reanudó su marcha. Ahora llevaba consigo parte de la carne envuelta en un trozo del pellejo del animal, un botín que aligeraba un poco la incertidumbre de su travesía. Sin embargo, cuanto más caminaba, más evidente se volvía que este lugar era más vasto y hostil de lo que había imaginado. A veces encontraba formaciones rocosas que parecían esculturas erosionadas por siglos de viento, otras veces cruzaba pequeños cañones donde el eco de sus propios pasos lo hacía sentir observado. Pero nunca veía a nadie. Era como si este paisaje existiera fuera del tiempo, un lugar condenado a la soledad eterna. En uno de esos cañones, descubrió algo que llamó su atención: una serie de marcas talladas en las paredes de piedra. No eran naturales; parecían grabados deliberados, aunque estaban desgastados por el tiempo. Ragn pasó la mano por las líneas, tratando de descifrar su significado. Había figuras que parecían representar animales y otras más abstractas, como espirales o estrellas. Era la primera evidencia de que alguna vez hubo otras personas en este lugar, aunque no tenía forma de saber cuándo. Ese descubrimiento lo llenó de preguntas, pero también de una sensación de pequeñez. Estaba caminando sobre las huellas de otros, de vidas que habían pasado y desaparecido, y no sabía si él correría la misma suerte. A pesar de todo, siguió adelante. No tenía otro objetivo que moverse, con la esperanza de que eventualmente encontraría algo: una salida, una señal, alguien.

El tercer día fue el más difícil. El terreno comenzó a inclinarse, y las grietas en las rocas se hicieron más profundas y traicioneras. Algunas parecían abrirse como fauces hambrientas, obligándolo a rodearlas o a saltar con cuidado para no quedar atrapado. Sin embargo, tras horas de esfuerzo y determinación, divisó en la distancia una estructura que contrastaba con la monotonía del paisaje: una casa solitaria construida con piedra y madera envejecida. La esperanza lo impulsó a acelerar el paso. Cuando llegó, sus enormes pies resonaron en el porche de madera, agrietándolo bajo su peso. Ragn, un imponente vikingo de cinco metros de altura, no dudó. Con un solo movimiento de su brazo musculoso, reventó la puerta de la casa, que cedió con un estruendo. El interior era oscuro y rústico, con una familia acurrucada en una esquina, aterrorizada por la figura gigantesca que acababa de irrumpir. Ragn no les dirigió la palabra. Sin una mirada a los atemorizados habitantes, avanzó hacia la cocina, sus pasos haciendo temblar el suelo. Abrió un armario y encontró pan y carne seca. Sin ceremonias, se sirvió la comida y comenzó a comer en silencio, ignorando los jadeos y murmullos de los presentes.

#1
Moderador Doflamingo
Joker
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Usuario Ragnheidr Grosdttir
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#2


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