Hay rumores sobre…
... que en una isla del East Blue puedes asistir a una función cirquense.
[Aventura] [T1] Holiday Capuchin
Arthur Soriz
Gramps
[ · · · ]

1 de Invierno
Año 724

La brisa helada recorre las calles de Loguetown... donde las festividades del primer día de Invierno llenan de vida casi cada rincón. Los tejados están cubiertos de nieve, las guirnaldas cuelgan en cascadas desde los balcones y los faroles lucen coronas de pino decoradas con cintas rojas y doradas. Sin embargo al llegar a la plaza central notas algo extraño... es el único lugar que carece del brillo característico de la temporada. Las luces, los adornos e incluso el imponente árbol navideño que debería presidir el centro de la plaza están ausentes.

Los rumores dicen que un grupo de jóvenes se ha robado todo, pero que la Marina ya se está encargando de esto por lo que no hay nada de lo que preocuparse... o al menos eso dicen. Aunque la falta de decoraciones no ha mermado el bullicio normal de un lugar tan mercantil como lo es Loguetown. Comerciantes ofrecen bebidas calientes y dulces, niños corretean con las mejillas enrojecidas por el frío y los vendedores discuten en voz alta sobre quiénes pudieron ser los responsables del robo.

En medio del ajetreo una figura excéntrica se abre paso con paso firme. Es un hombre de abrigo largo y sombrero alto... con una barba oscura que comienza a blanquear. Sus movimientos son apresurados, y sus ojos parecen buscar algo con una mezcla de ansiedad y determinación.

¿Lo han visto? —pregunta con urgencia a un grupo de vendedores—. Es blanco, pequeño, y lleva un chaleco rojo.

La respuesta llega en forma de resoplidos y miradas confusas, pero el hombre insiste. Mientras se dirige a otro puesto, un comerciante que vende frutas secas te explica aunque siquiera le hayas preguntado. Tan solo corriste con la suerte de estar cerca de él presenciando este suceso.

Ese tipo anda buscando a su mono. Parece que se le escapó esta mañana.

La historia se desenvuelve rápido. El hombre, un extranjero de aspecto peculiar, perdió a su mascota... un mono albino llamado Chibi, mientras descargaban mercancías en el puerto. Desde entonces el pequeño animal ha causado revuelo en la ciudad robando frutas, dulces e incluso un par de guirnaldas que habían quedado en las pocas tiendas cercanas a la plaza.

¡Ese condenado mono me robó un lazo dorado que iba en la estrella del árbol! —grita una mujer robusta desde un puesto de telas—. Si lo atrapan, deberían encerrarlo.

A pesar de las quejas no todos parecen molestos. Algunos niños cuentan historias fascinadas de cómo vieron a Chibi balanceándose entre las vigas de una taberna o deslizándose por una cuerda con una galleta de jengibre en la mano. Otros aseguran que el pequeño ladrón no es tan malo como dicen, e incluso mencionan que lo vieron repartiendo algunos dulces robados entre otros animales.

El extranjero se acerca nuevamente esta vez más desesperado.

Por favor, si alguien lo ve, díganmelo de inmediato. Es un animal valioso... muy raro. No puedo dejar que siga suelto por ahí.

La nieve comienza a caer en copos suaves mientras la historia se vuelve cada vez más compleja. Encontrar a Chibi parece ser una tarea sencilla al principio... rastrear sus travesuras por la ciudad, reunir pistas y devolverlo a su dueño. Pero con cada detalle nuevo, la decisión inicial se complica. ¿Seguirías el rastro de este pequeño mono albino para poder devolvérselo al hombre por tu cuenta con la promesa de quizás recibir una merecida recompensa, o irías por otro camino por tu cuenta tal vez quedándote con el mono para ti?

O tal vez perderías el tiempo y dejarías que otro se lleve el reconocimiento por devolverle el mono a su dueño.
#1
Horus
El Sol
Personaje

Aunque mi visita a Loguetown será muy efímera, no descarto volver. Lo cierto es que es una ciudad encantadora y muy animada. Claro que, la época en la que nos encontramos puede contribuir a esa atmósfera y sensaciones. Pero, incluso si fuera solo por la festividad, no en todas las islas se vive la Navidad de una forma tan intensa. Esto solo es posible realmente en una gran ciudad y eje mercantil como es Loguetown. La verdad es que me resulta un fastidio tener que estar tan poco tiempo aquí; seguro que podría haber sacado algún buen negocio. Sin embargo, decidí atrasar demasiado mi viaje a Loguetown, aunque tampoco es que haya estado perdiendo el tiempo. Esa promesa de un viaje experimental e innovador hacia el North Blue me sedujo en exceso.

Aunque no toda la ciudad lucía el mismo aspecto. Es curioso cómo la plaza central estaba tan desolada y triste en comparación con las otras calles y zonas comerciales tan elegantes. Se suponía que un grupo de maleantes había robado los adornos y la Marina ya estaba en su búsqueda. Era algo que me llamaba la atención, porque robar todo eso solo podía traducirse en un odio hacia la festividad y el deseo de boicotearla. Venderlo sería demasiado extraño, ya que sería fácil seguirle el rastro. La gente reconocería los adornos si aparecieran en otra zona. Además, no era algo que uno pudiera guardar en cualquier lugar. Es decir, desaparecieron muchas decoraciones, luces y un gran árbol. Eso no lo escondes debajo de la alfombra. Pero tampoco estábamos hablando de una ciudad pequeña, precisamente. Por muchas vueltas que le diera, sin encontrar alguna pista más consistente, esto era una tarea de peinar terreno. Y para eso, los números y efectivos de la Marina eran más eficaces.

Contemplaba esa triste escena apoyado en un puesto de frutas de la zona. En un primer instante, el vendedor me miraba fijamente con una mezcla de duda, por si era un ladrón esperando un despiste, o si me decidía a comprar de una vez. Fue entonces cuando un hombre, que pasó cerca algo nervioso e histérico, nos llamó la atención. Era claramente extranjero, aunque yo también lo era, y parecía estar buscando algo bastante desesperado. Sin necesidad de moverme de mi posición, simplemente permaneciendo estoico, apoyado en la estructura de aquel puesto, el frutero, sin venir mucho al cuento, comenzó a contarme la historia de ese hombre. No lo culpo; su trabajo es de cara al público y está obligado a conversar para atraer clientes. Sin duda, eso le dio con los años un perfil hablador, y debía haberle estado siendo duro verme tanto rato al lado de su puesto sin saber qué decirme para no espantar a un posible cliente.

No es necesario que entremos en muchos detalles sobre la historia del mono, que ya todos sabíamos. Pero sin duda, esa era una pequeña subtrama que me motivaba un poco más a moverme que la desaparición de los adornos navideños. Al fin y al cabo, los adornos eran algo público; encontrar a los culpables, como mucho, me daría un agradecimiento por parte de la Marina y alguna muestra de aprecio de los comerciantes de la plaza. Pero aquel mono, supuestamente valioso y perdido, era algo más interesante. Su dueño sí podría ofrecer una recompensa más atractiva. Y lo cierto es que estoy muy mal de fondos.

Finalmente, me separé del puesto de frutas, dejando atrás al desilusionado frutero. Los pasos sobre la nieve reciente se sentían fríos. Mi ropa no era la más adecuada para enfrentar el clima, pero ¿qué le vamos a hacer? Vengo de un lugar muy cálido, no es lo mío este clima. Opté por no preguntar ni sacar información de la gente de la plaza. Si valoramos la reputación de aquel mono, de saber algo, algunos comerciantes ya se lo habrían cargado. Dada la insistencia preguntando y moviéndose por la zona del dueño, este terreno ya estaba más que peinado. Y puesto que el objetivo era obtener una recompensa, había que pensar y actuar rápido. Si la nieve seguía acumulándose con las horas, sería más difícil encontrar un mono blanco. Después de todo, el chaleco rojo que mencionaba el hombre ya podría haberlo perdido.

Como mínimo, el animal no estaría cerca de morirse de hambre, ya que había robado comida a los comerciantes y parecía verse atraído por ciertas decoraciones brillantes. Así que lo mejor era buscarlo por una zona donde no hubieran saqueado todos los adornos, pero no muy alejada. Si causó tantos problemas en esta zona, es que no debía estar muy lejos. Si contaba con comida y estaba robando objetos, sin duda debía tener algún refugio o nido para guardar las cosas.

Comencé a trepar la fachada de un edificio aprovechando los salientes y las ventanas con cierta agilidad. Por suerte, no es que tenga precisamente una mala forma física. Fui subiendo con buena movilidad hasta alcanzar el tejado, donde la nieve completamente virgen se acumulaba. Los monos son animales que saben trepar muy bien, lo llevan en sus genes y suelen tener sus hogares en las copas de los árboles. Y aunque no era una ciudad especialmente verde, Loguetown no carecía de lugares altos. De hecho, las alturas parecían ser la vía de escape idónea para un pequeño ladrón. Aquí arriba, había una ventaja adicional que empecé a buscar inmediatamente mientras me desplazaba con tranquilidad por los tejados. La nieve aquí era pura y virgen; nadie la había pisado. A lo sumo, algunas aves se posaron en las cornisas dejando sus garras grabadas, pero por el resto, estaba intacta, a diferencia de la nieve pisoteada de las calles tan transitadas. Es decir, ese manto blanco era un lienzo que tarde o temprano revelaría algún rastro que pudiera seguir.
#2
Arthur Soriz
Gramps
Algunas personas comienzan a verte raro cuando se dan cuenta de lo que estás haciendo. No es tanto como para llamar la atención de las autoridades porque tampoco es que estés haciendo algo indebido per se... pero sí que les resulta sumamente extraño. Rápidamente te pierden de vista, o tal vez pierden el interés y siguen con sus asuntos.

Desde tu posición en lo alto del tejado sientes el frío del invierno calando más fuerte en tus huesos con la brisa que sopla allí arriba. La vista sin embargo compensa el esfuerzo. Desde allí arriba Loguetown se despliega como un lienzo invernal... calles animadas, tejados cubiertos de nieve y una red de luces y guirnaldas que forman un mosaico festivo. Las decoraciones se extienden como una red que envuelve la ciudad desde los balcones de las casas hasta los escaparates de las tiendas.

Pero por supuesto la plaza central destaca por su desolación. Desde arriba la falta de adornos se hace aún más evidente... un espacio vacío, falto de la alegría y el esplendor que envuelven el resto de las calles. Su ausencia parece un golpe directo a la atmósfera navideña, sin embargo eso no ha detenido a los vendedores que continúan ofreciendo sus productos... y a los visitantes que se mueven de puesto en puesto en busca de algo que mitigue el frío o que les ayude a prepararse para el Festival de las Estrellas.

Puedes distinguir un bullicio en los alrededores del mercado. Los tenderetes de madera están decorados con coronas de pino y pequeños detalles dorados que contrastan con el gris blanquecino de la nieve acumulada. Los vendedores alzan la voz para atraer clientes y los aromas de castañas asadas, especias y chocolate caliente se mezclan con el aire helado. Más allá de la plaza las calles se curvan en una maraña de caminos que serpentean hacia diferentes zonas de la ciudad. Algunos puntos altos como las torres del puerto o las vigas de los almacenes podrían haber servido de refugio para tu objetivo.

Los primeros minutos pasan sin novedades. El viento sopla más fuerte a esta altura y la nieve que cae con suavidad pero de manera constante comienza a cubrir cualquier rastro que pudiera haberse dejado. Cada tanto tienes que sacudirte un poco para evitar que el frío entorpezca tus movimientos. Observas atentamente cada rincón desde tu posición ventajosa, escaneando los tejados cercanos en busca de algo que delate el paradero del mono. Pero todo parece en calma como si la nieve hubiera borrado cualquier evidencia de sus movimientos.

Entonces, algo llama tu atención. A un par de tejados de distancia justo donde dos chimeneas se alzan como torres gemelas notas algo fuera de lugar... cáscaras de fruta tiradas al azar, el amarillo brillante de un plátano destacando sobre el blanco inmaculado de la nieve. Aunque las pisadas se mezclan con las de las aves lugareñas, encuentras algo curioso... huellas más pequeñas, más ligeras, que podrían pertenecer a un animal del tamaño de un mono.

Te desplazas cuidadosamente por los tejados siguiendo el rastro con cautela. Las cáscaras están esparcidas, como si hubieran sido dejadas en medio de una prisa por devorar el contenido. A medida que avanzas encuentras más señales... una manzana mordida a medias, el envoltorio arrugado de lo que parece un dulce. Es un rastro desordenado pero claro. Todo apunta a que estás en el camino correcto, aunque por ahora no hay señales del pequeño mono perdido.

La sensación de estar cerca te motiva a continuar. La ciudad se extiende bajo tus pies ajena a tu investigación. Por ahora parece que Loguetown se mueve al ritmo de su propia música navideña, mientras tú sigues las pistas de este curioso pequeño primate. Todo apunta a que se dirige a la zona de almacenes de Loguetown.
#3
Horus
El Sol
La vista desde las alturas era, sin lugar a dudas, espectacular. La ciudad tenía vida propia; las luces cambiaban frente a mis ojos, formando patrones lumínicos que seguían su ritmo como si fueran las pulsaciones de un ser vivo. El bullicio que aún se oía en las ajetreadas calles y las voces de los comerciantes sonaban como una melodía, como la respiración de aquel magnífico organismo que era Loguetown. Un deleite sin igual para los ojos de cualquiera que albergara en su interior un mínimo de buen gusto y sensibilidad.

Pero no todo en la vida es un camino de rosas, o eso dicen. El primer soplido del gélido viento invernal fue como una puñalada que recorrió todo mi ser, desde la cabeza hasta los pies. El frío abajo ya era palpable, pero en las calles los edificios actuaban como una barrera artificial contra las corrientes gélidas, mientras que la gente y el movimiento constante de la misma liberaban una cierta calidez que combatía las inclemencias climáticas del ambiente. Pero allí arriba, estaba solo. Tal vez era la mejor forma de obtener una pista sobre el pequeño simio, pero al mismo tiempo podía resultar en una hipotermia mortal. Lo cual solo significaba que debía apurarme.

Exhalé una profunda respiración que dejó ver el blanco rastro de mi aliento, casi como si mi alma emprendiera el camino al más allá. A pesar de que la nieve me era desconocida, no era tan difícil moverme con celeridad por ella. Al fin y al cabo, la arena del desierto también era muy fina y resbaladiza en ocasiones; solo debía moverme con una presencia y cautela similar. Esto era para mí una carrera contra el tiempo. Aunque tanto la nieve como la arena eran útiles para seguir un rastro, eran igualmente efímeras, rastros muy fáciles de quedar sedimentados bajo la propia naturaleza. Si por lo menos no estuviera nevando, todo esto sería un lienzo de pistas que perdurarían un buen tiempo.

Lamentablemente, mi búsqueda no estaba siendo fructífera, salvo que buscara un buen catarro, claro está. Aunque fuera fácil encontrar algún rastro si me daba prisa, seguía siendo una ciudad grande y él un animal muy pequeño. No descartaba la posibilidad de que nunca más se pudiera dar con el animal; era posible incluso que otro animal se lo hubiera zamparado, dadas las diferencias de tamaño. Pero yo no perdía la fe. Ese animal era mi oportunidad de comer algo caliente y tener un techo bajo el que estar.

Finalmente, di con algo similar a una pista: los restos de un festín. Los animales, por lo general, no son muy limpios a la hora de comer, pero esos restos seguramente eran del pequeño simio. Porque al fin y al cabo, solo un primate podría tener manos para pelar la fruta o desenvolver un dulce; las aves habrían roto el envoltorio y la piel con sus garras. Aparte de que coincidía con los robos a los comercios.

Me apresuré a seguir el rastro y las huellas que lo acompañaban antes de que la nieve lo cubriera todo. Mis pasos me condujeron hacia una zona con múltiples almacenes de Loguetown. Bueno, no me parecía extraño; en un sitio como ese se podría encontrar refugio y, según el almacén, también comida. Aparte, múltiples almacenes no debían tener un uso muy habitual, sumado a que era una zona mucho menos transitada que las concurridas y comerciales calles, lo que proporcionaba un entorno de cierta tranquilidad. Sí, sin duda, los animales también querían y buscaban un entorno de calma y tranquilidad.

Y llegados a este punto, solo quedaba buscar dónde había establecido su nido el pequeño condenado. Aunque tenía ganas de bajarme de los tejados y dejar de ser azotado por aquellos vientos invernales, que susurraban un título literario que jamás vería la luz, me puse en marcha. Seguía buscando pisadas para ver si daba con un rastro hasta su refugio, pero en cada tejado en el que me encontraba, me descolgaba de él, aferrándome a la cornisa para quedar boca abajo y echar un vistazo al interior de los almacenes a través de alguna suerte de ventana alta, tragaluz o claraboya. Es raro que un almacén esté completamente a oscuras, sin nada de luz natural, aunque para prevenir robos, casi todas las entradas de luz suelen estar en la parte alta del muro. Mi idea era buscar en el interior de los almacenes alguna señal del pequeño simio o, al mismo bicho, como tal.
#4
Arthur Soriz
Gramps
Desde tu posición en las alturas sigues revisando los tejados y las calles en busca de pistas más claras. Las cáscaras de fruta, las pequeñas huellas y los restos dispersos por el que piensas ha sido el monito capuchino se han convertido en migajas en el camino guiándote por anchas y largas de Loguetown. Lo bueno es que entre toda esa monotonía desde las alturas puedes escuchar y divisar el espíritu navideño de la gente. El cómo hablan, intercambian regalos incluso cuando siquiera es Navidad. Se nota que incluso en tiempos difíciles el ímpetu de la gente en sentir que todo está bien es más fuerte que las adversidades que puedan tener.

Cada detalle parece empujarte un paso más cerca de tu objetivo pero aún falta la pieza clave del rompecabezas... el paradero exacto del mono capuchino.

Mientras te mueves el frío muerde con fuerza haciendo que tus mejillas y nariz ardan, incluso las orejas... y la nieve acumulada hace que tus pasos no se sientan tan seguros como gustarías; el inminente peligro de resbalar y caer. Para tu buena fortuna la monotonía invernal de la investigación que llevas a cabo cede cuando detectas algo diferente... unas huellas recientes que se adentran en un callejón estrecho. Desde tu punto de ventaja observas que el rastro lleva hacia una zona menos transitada donde los almacenes dominan el paisaje con sus estructuras imponentes y desvencijadas.

Justo cuando piensas que el rastro podría haberse desvanecido una figura llama tu atención entre la multitud que se mueve por las calles abajo. Una pequeña niña de cabello corto de color blanco camina apresurada esquivando a la gente que se le cruza con movimientos ágiles. Aunque apenas puedes distinguirla entre el bullicio algo en su comportamiento parece inusual.

Lleva algo en brazos envuelto en lo que parece una manta gruesa. Al principio su postura y cómo lo sostiene recuerdan a alguien cargando a un bebé pero hay algo extraño en su andar. Es demasiado ligera... demasiado rápida para estar cargando el peso de un niño de ese tamaño. A medida que te esfuerzas por seguirla con la mirada sus movimientos cobran más urgencia casi como si supiera que alguien la observa.

La sigues con los ojos hasta que su figura se detiene frente a un almacén más apartado del resto. Puedes ver que este edificio está en un clarísimo estado de abandono. Polvo acumulado, telarañas por todos lados y un aire de desuso que lo hace parecer el escondite perfecto. La pequeña niña se adentra rápidamente en el lugar desapareciendo tras la puerta destartalada que se cierra con un crujido agónico, como si en cualquier momento se fuera a caer a pedazos con su chapa oxidada y vigas de madera podridas.

La forma en que llevaba aquel bulto, su prisa por entrar en un lugar apartado y el contexto del monito desaparecido en la zona... todo parece encajar. Puede que hayas encontrado el escondite no solo del mono capuchino, sino también a alguien más involucrado en este peculiar misterio.

Las opciones son claras, la decisión es tuya.
#5
Horus
El Sol
Podía palpar la festividad perfectamente en el ambiente con tan solo caminar por aquellos tejados. La panorámica que esa posición elevada me daba de la ciudad era, sin duda, muy agradable. Con tan solo un golpe de vista se contemplaban infinidad de calles, las luces, la gente festejando, las risas, algunos cantando los clásicos villancicos. Era un ambiente muy agradable de contemplar. Esta época tiende a sacar lo mejor de las personas, llenar sus corazones de esperanza y avivar sus deseos para el año venidero. Un buen momento para distraerse de las preocupaciones y problemas, así como plantear cómo afrontarlos con esperanza. Una época de preparación y determinación para intentar afrontar el cambio de año, que se solía relacionar con un cambio de objetivos y metas.

Otro año ya pasó, aunque ya casi terminó.
¡El evento acaba de salir y el cofre van de pedir!

Ver a la gente tan animada y alegre me llenaba el espíritu. Incluso con ese frío azotador que amenazaba con helar hasta que se me cayeran las orejas y la nariz, no podía evitar dejarme llevar un poco por el ambiente y canturrear como un susurro unos versos de las canciones que tanto se cantan en esa época. El júbilo navideño me calentaba el espíritu, aunque no pudiera hacerlo con el cuerpo. Mi mente me engañaba un poco, dándome esa falsa sensación de calidez. Aunque escuché que también es un síntoma de congelamiento.

Santa Klaus los va a juzgar, un carbón les va a dar,
Y si aún así piden cofre, no se pongan a llorar.
¡HEY!

Aunque tarareaba en un tono bajo, principalmente para no gastar aliento en vano, dejaba escapar las suaves notas con el vaho gélido que desprendía mi respiración. Comencé a seguir la búsqueda y el rastreo del pequeño simio, moviéndome al ritmo de la cancióncita. Con su clásica exclamación final, se me escapaba algún brinco que por poco hacía que me resbalara. Pero eso me fue un golpe de suerte. El resbalón me dejó encarado a un callejón algo menos transitado, donde me fijé en una muchacha que corría todo lo rápido que podía, cargando a una suerte de bebé en sus brazos envuelto en unas sábanas. Pero algo no cuadraba entre el paquete, el peso que debería tener y lo fácil que la niña lo cargaba.

Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
Esta noche de alegría carbón tú tendrás, ¡HEY!

Estaba claro que no cargaba un niño. Una joven tan pequeña nunca podría cargar un bebé de ese tamaño con tanta facilidad. Y sería bastante irresponsable moverse de una forma tan agitada y frenética cargando un bebé. Cualquier paso en falso, a ese ritmo, lanzaría al bebé por los aires. Sin duda, algo un poco desagradable que ocurriría y preferiría no tener que contemplar. Como si mi canto alcanzara a la niña en forma de un susurro incomprensible pero atemorizante, esta aceleró su paso y, con algunos desvíos, se adentró en un almacén abandonado.

Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
A Santa Klaus tu decepcionas, ¿Cuándo cambiarás?

Si la niña no era sospechosa ya, ahora se metía, cargando una especie de bebé, en un almacén desolado y perdido de la mano de Dios, donde nadie esperaría encontrarse otra cosa que no fueran ratas, vagabundos o algún posible ladrón de adornos navideños. Simplemente observé desde las alturas cómo la niña se esforzaba en cerrar la oxidada puerta, algo que no le costó mucho, lo cual indicaba que era una puerta endeble. Las piezas iban encajando en mi cabeza. Era mejor actuar y equivocarse que hacerse el tonto.

Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
Esta noche de alegría carbón tú tendrás, ¡HEY!

En el interior de aquel almacén, mi cantar comenzó a hacerse escuchar como un eco conforme me aproximaba a él. Era una advertencia, un canto aterrador tal vez, aunque yo intentaba ponerle mi mejor empeño. Ese cántico resonaba en forma de eco por la distribución del lugar, haciendo difícil saber de dónde procedía con precisión. Hasta el punto del "¡HEY!", el cual era icónico en ese villancico, y se hizo bien notoria mi presencia en la puerta del almacén, con la misma abierta, con mi figura apoyada, calmada y serena, en el marco de la puerta abierta de par en par, la cual abrí con sumo cuidado tras ver cómo sonaba con la chica para no hacer ruido al abrirla.

Ding Dong Dang, Ding Dong Dang, ¿cofres pedirás?
A Santa Klaus tu decepcionas, ¿Cuándo cambiarás?
¡HEY!

Aun ya habiendo revelado mi presencia y siendo completamente visible para cualquiera en ese almacén, yo sabía que ya estaba en el último verso del cantar. Así que opté por hacer esperar un poco, creando suspense mientras recitaba el último verso, con mi silueta en la entrada iluminada a contraluz por los destellos y brillos de la luna y la festividad que venían del exterior.

— Buenas noches, señorita. Hay un hombre corriendo desesperado por las calles buscando a su gran amigo. Es un monito pequeño y de cabello blanco, muy adorable al parecer. El hombre no creo que descanse hasta encontrarlo, incluso si para ello debe pasar toda la noche por las calles bajo la nieve. Dime, señorita, ¿crees que me puedes ayudar a encontrar a su amigo? — le diría a la niña con una amplia sonrisa en mi rostro.

Extra
#6
Arthur Soriz
Gramps
Desde la oscuridad del almacén observas cómo la niña emerge bajo la tenue luz que se filtra por las grietas de las paredes y el marco de la puerta. Sus pasos son cautelosos y aunque tu voz suena tranquila ella te mira con desconfianza. Ves entre sus pequeños brazos un bulto cubierto por mantas, como si estuviera protegiendo algo sumamente preciado... como si tu mera presencia fuera una amenaza para ella y aquello que guarda.

El pequeño capuchino asoma la cabeza entre las mantas. Sus orejas tiemblan ligeramente y emite un suave chillido. No parece asustado ni inquieto por ti... lo que por un momento relaja a la niña. Sin embargo su mirada sigue fija en ti como si intentara descifrar tus intenciones. Cuando mencionas al hombre que busca desesperadamente al mono sus brazos se tensan alrededor del animal y sus ojos brillan con una mezcla de temor y desdén, aunque no hacia ti sino más bien a la persona que te ha hecho este encargo.

¡No! —exclama de repente con firmeza mientras sacude la cabeza.

Respira profundamente antes de continuar, sus palabras salen rápidas... cargadas de indignación.

¡No voy a devolverlo! El monito no quiere volver con él. Dice que lo maltrata... que le grita, que lo golpea… —vacila por un instante como si recordar aquello fuera demasiado para su pequeña voz—. Lo usa como un juguetito para ganar dinero. ¿Eso es justo?

Sus ojos se fijan en ti desafiantes. Da un paso hacia adelante y con cuidado aparta las mantas que cubren al pequeño animal. Entonces lo ves, las cicatrices en su espalda... pequeñas líneas marcadas que cruzan su piel bajo el fino pelaje blanco. Señales de un pasado doloroso ocultas hasta ese momento.

¡Mira lo que le hizo! —exclamó su voz ahora más suave pero cargada de desesperación—. Ha estado haciendo travesuras porque no quiere volver con él. Aquí en Loguetown es feliz. Se divierte con otros animalitos y yo lo cuidaré bien.

Su determinación es palpable pero entonces mete la mano en uno de sus bolsillos. Lo que saca quizás te agarra un poco desprevenido... una pequeña bolsita de cuero que parece estar desgastada por el uso. La abre con cuidado y saca unas pocas monedas. Te las ofrece sin titubear, sus ojos fijos en los tuyos, cargados de súplica.

Esto es todo lo que tengo pero tómalo. Por favor… no te lo lleves. —su voz tiembla, no de miedo sino de emoción—. Él no quiere volver. Yo no quiero que se vaya. Es mi amigo y lo protegeré.

El monito como si entendiera sus palabras, emite un suave sonido y se acurruca más contra ella. Su pequeño rostro que había estado oculto ahora muestra una mezcla de tranquilidad y confianza, como si aquel frágil refugio fuera todo lo que necesita.

Te quedas ahí, observando la escena. Las piezas encajan poco a poco en tu mente. Este mono albino no es especial para su dueño por algún vínculo afectivo... es especial porque le genera dinero. No es un compañero sino una herramienta. Ahora la responsabilidad recae sobre ti. ¿Sigues adelante con la tarea que te encomendaron ignorando lo que acabas de presenciar? ¿O haces lo que consideras correcto, lo que crees que haría alguien con un verdadero sentido de justicia?

En ese momento el silencio parece llenar el almacén. Todo está en tus manos.

niña y monito

off
#7
Horus
El Sol
En esos momentos, tenía el control de la situación, salvo que la niña fuera demasiado espabilada y, por alguna razón, que no vería muy responsable por parte de sus padres, conociera alguna salida más de ese almacén. Aparentemente solo había una salida y yo me encontraba frente a ella, cubriéndola con tranquilidad. La niña comprendía esa situación y se dejó ver sin oponer resistencia. Por lo menos, no lo hizo hasta que mencioné el plan de devolver al pequeño mono con su dueño. Eso alteró un poco a la pequeña y la llevó a ponerse a la defensiva, comenzando a suplicarme por no devolver al pequeño monito a su dueño, al parecer un maltratador.

— A ver, déjame ver — le dije en un tono calmado.

Me aproximé a los dos, sin tocar directamente al mono para que la niña no pensara que quería quitárselo, agachándome en cuclillas hasta ponerme a su altura, pudiendo observar bien las cicatrices y heridas que el pequeño mono tenía en la espalda. Esto, sin duda, era un fastidio. Ahora que sabía esto, me sentía muy culpable, como un trozo de mierda por haber estado a punto de hacer lo que iba a hacer. Tal fue lo lamentable de mi situación, que hasta la niña me dio el poco dinero que tenía para intentar convencerme de no devolver el animal a su dueño.

Qué lamentable debía verme desde fuera, acorralando así a una pobre niña pequeña y su nuevo amiguito peludo. Entonces, sin dudarlo ni un momento, llevé mi mano hacia la suya, con la que me ofrecía el dinero. Pero en lugar de tomarlo, rodeé mi mano con la suya y le cerré la palma para que sujetara bien y con firmeza ese dinero. Estaba claro lo que tenía que hacer en este caso y no necesitaba el dinero de una niña para hacer lo correcto.

— Será mejor que guardes ese dinero, señorita. Si vas a cuidar al pequeño animalito, deberás comprarle comida, sobre todo para que deje de hacer tantas travesuras — le sonreí ampliamente mientras decía estas palabras.

Tras afianzar el dinero en su mano, deslicé mi otra mano hacia la cabeza de la niña, acariciándola, en señal de que estaba siendo una buena chica y que podía estar tranquila. Luego, deslicé la misma mano hacia el pequeño mono blanco, acariciando con cuidado su pequeña cabeza. Después me incorporé un poco con el fin de ponerle punto final a esta situación.

— Y deberás hacerte responsable de él, no puedes dejar que campe a sus anchas sin control. Eso dará problemas a los comerciantes y alguno furioso podría hacerle daño — notaría un poco más de seriedad en mi voz en ese momento.

Es cierto que, visto lo visto, prefería que el mono no volviera con su dueño original. Pero si el animal seguía comportándose tan libremente como la niña le estaba dejando, terminarían en problemas. Tal vez el mono abatido por algún comerciante furioso que le arrojara algo, y ella culpada de utilizar al mono para robar si se intentaba hacer responsable del animal y sus travesuras iban demasiado lejos.

— Será mejor que lo lleves a casa y cuentes lo que le ha pasado. Allí podrás cuidarlo mejor. Además, no creo que sea muy buena idea que una jovencita como tú merodee sola por un sitio como este tan tarde, cada vez que lo quieras esconder — volví a mi tono amable.

Era cierto que no era una buena idea que una niña tan pequeña anduviera sola por almacenes abandonados como ese. Cualquier día se toparía con algún vagabundo o algo peor. Era mejor que avisara en casa de la situación y sus padres pudieran ponerle una solución al asunto.

— Venga, abriga bien al pequeño y vuelve con él a casa. Te acompañaré para asegurarme de que no pasa nada si te cruzas con su dueño — una vez más mi tono era amigable.

Me fui acercando a la puerta del almacén, mientras le tendía la mano a la pequeña para que me siguiera y dejara ese oscuro y decrépito lugar, llevándola de nuevo hacia la luz y la alegría de la Navidad. Era mejor que le planteara a sus padres la situación del pequeño mono. Si tenían un mínimo de corazón, no se opondrían a que lo cuidara. Y si lo podía tener en casa, a buen recaudo y cuidado, sus travesuras disminuirían.

— Y dime, ¿cómo se llama el pequeño? — concluí mientras avanzábamos.
#8
Moderador Doflamingo
Joker
¡RECOMPENSAS POR AVENTURA T1 ENTREGADAS!


Usuario Horus
  • Berries: -3.500.000 -> -3.000.000 (+500.000)
  • Experiencia: 130.00 -> 160.00 (+30)
  • Nikas: 2 -> 7 (+5)
  • Reputación: +10 Reputación Positiva

Narrador Arthur Soriz
  • Berries: 5.150.000 -> 5.400.000 (+250.000)
  • Experiencia: 1165.00 -> 1195.00 (+30)
  • Nikas: 40 -> 46 (+6)
  • Cofres: +Cofre Decente

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#9


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