Hay rumores sobre…
... que en una isla del East Blue, hay un prometedor bardo tratando de forjarse una reputación. ¿Hasta dónde llegará?
[Aventura] ¿Donde está Umibozu? [T1]
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Día 1 de invierno.


El frío era un peso que se sentía hasta en los huesos. Cada aliento que exhalabas era un suspiro blanco que se perdía en el aire gélido. La ciudad principal de Kilombo te recibió con un cielo gris y calles cubiertas de nieve sucia. Las fachadas de los edificios eran austeras, gastadas por los años y las inclemencias del tiempo. Todo parecía teñido de un tono deslucido, como si la ciudad misma hubiera aprendido a ser discreta para no llamar la atención de los ojos que la vigilaban desde las alturas. Habías llegado en el primer tren de la mañana. El vagón estaba helado, pero los pasajeros, silenciosos y envueltos en capas de lana y cuero, parecían acostumbrados al rigor del invierno. Apenas pusiste un pie en la estación, el ajetreo te envolvió: comerciantes moviendo cajas, soldados patrullando con sus rifles al hombro, y un vendedor ambulante que intentaba ganar unas monedas con café caliente servido en frascos viejos. En tu mente, solo una frase resonaba: "Bar Tempestad, Barrio Viejo, cerca del puente de piedra." Las palabras de Umibozu no solo eran una guía; eran un recordatorio de que tu llegada no era casual. Él te necesitaba.

El camino al Barrio Viejo fue largo. Pasas por calles estrechas donde las sombras parecían alargarse más de lo normal. Los rostros de los pocos que caminaban por allí eran duros, marcados por el hambre y el frío, y sus miradas se clavaban en tí con curiosidad, pero también con recelo. Era evidente que eras un extraño, y los extraños no pasaban desapercibidos en Kilombo. Finalmente, llegas al puente de piedra. El río bajo él estaba parcialmente congelado, y el sonido del agua que se abría paso entre las placas de hielo era casi un susurro. Frente a tí, a pocos pasos del puente, ves el letrero gastado del Bar Tempestad. La madera estaba astillada, y las letras pintadas a mano apenas eran legibles bajo el polvo de años y la escarcha del invierno. La entrada era un portal estrecho, y desde fuera podías escuchar el murmullo de conversaciones apagadas y el ocasional tintineo de vasos. Al entrar, el calor te golpeó como una bofetada, y con él, el olor a humo de tabaco y a sopa barata. El lugar estaba iluminado por un par de lámparas de aceite, y las paredes estaban cubiertas de viejos carteles revolucionarios y fotografías descoloridas. Había unas pocas mesas, todas ocupadas por hombres y mujeres con rostros cansados pero llenos de determinación. Es raro ¿Aquí cabe Umibozu? la ultima vez que lo viste seguía siendo un monstruo marino de más de quince metros.

Antes de que pudiera acercarme a nadie, un hombre corpulento, con un abrigo largo y un gorro de lana, se levantó de una de las esquinas y caminó hacia mí. Sus ojos eran oscuros y profundos, y llevaba en la mano una hoja de papel doblada.

—¿Sasurai? —Preguntó con voz ronca un tipo. — Eres justo como la descripción que él me dió de ti, tiene gracia jajaja. — Era un tipo bastante normal, de barba poblada y de buen comer. ¿Sería amigo de Umi? —Umibozu me pidió que te la entregara. —Dijo, sin más palabras, antes de regresar a su rincón. Abres la nota con cuidado, tus manos temblando, quizá por el frío, quizá por la expectación. Las palabras de Umibozu, escritas con caligrafía apresurada, me recordaron que el invierno en Kilombo no era solo una estación. Era una condición del alma, una prueba para los que se atrevían a luchar.

Cita:El viento del invierno sopla fuerte en Kilombo, y el frío no perdona ni a los más valientes-lurk. Has llegado en el momento justo, cuando las brasas de la revolución empiezan a arder bajo la nieve-lurk.

Nos encontramos en tiempos oscuros, hermano. Las sombras del régimen cubren cada rincón de esta ciudad, pero en el corazón de la tempestad siempre hay un fuego dispuesto a iluminar-lurk. Te necesito. La revolución te necesita-lurk.

Busca el Bar Tempestad en el Barrio Viejo, cerca del puente de piedra que cruza el río helado-lurk. Pregunta por "La Tormenta". Ellos te guiarán hasta mí-lurk.

El pueblo nos reclama, Sasurai. Es hora de que las espinas se levanten contra la mano que oprime-lurk.

Con fe en la causa.

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#1
Sasurai
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El frío era un peñazo. La gente se empeñaba en buscar descripciones poéticas y románticas de lo que era el invierno y el frío, pero la realidad era esa, que era un peñazo. Al menos Sasurai lo tenía clarísimo, el verano era mejor. La gente llevaba menos ropa, tenía más ganas de cachondeo, había más luz, mojarse era divertido, y así un sinfín de cosas. Cuando bajaban las temperaturas las personas se convertían en bolas de lana y algodón, a menudo de un gris anodino, y siempre estaban serias o resoplando. Además el viento helado era malo para la piel, y para alguien que confiaba en comer y dormir caliente gracias a su belleza la mitad del tiempo, eso era un verdadero incordio.

Aún con todo, allí estaba. El músico hacía lo posible por combatir el desanimo, vistiendo un abrigo y un sombrero de lana azul eléctrico junto con unos guantes y unas botas amarillos. Debajo del abrigo iba más sencillo, con unos pantalones negros gruesos y una camisa blanca, pues había que mantener la elegancia si entraba en un sitio donde dar un concierto. Por supuesto no era que tuviese acordado un concierto, ni que nadie se lo hubiese pedido, pero para el pelirrojo ponerse a tocar servía para todo: para intentar ganar dinero, para ligar, para pasar un rato en que no tuviese nada que hacer. Incluso había estado intentando ver cómo funcionaba para luchar, ahora que se juntaba con gente peligrosa.

Y hablando de gente peligrosa, por eso estaba ahora en Kilombo, pelándose de frío mientras intentaba llegar al Bar Tempestad, Barrio Viejo, cerca del puente de piedra. A decir verdad el treintañero no había comprado por ahora toda esa historia de la revolución, la lucha armada y otros conceptos que sonaban a acortar considerablemente su esperanza de vida, pero Umibozu y Timsy le habían caído bien, y habían estado viajando juntos y compartiendo comida, así que si el grandullón decía que lo necesitaba lo menos que podía hacer era ir a ver para qué. Aunque por más que lo pensaba no se le ocurría para qué podía necesitarle. El wotan era una bestia gigante, capaz de cualquier cosa, y si necesitaba un par de manos pequeñas y entrar en algún sitio tamaño humano el pequeñín siempre iba con él.

Como fuese, Sasurai recorrió el camino hasta el lugar indicado, encogiendo los hombros para protegerse del frío y evitando a la gente en lo posible. Si bien había curiosidad en sus ojos también veía recelo, y no tenía ganas de potenciales problemas. Además, con ese frío no podía tocar el violín, y tampoco llevaba suficiente comida como para andar compartiendo, así que no veía qué podía ofrecerles.

Finalmente el músico consiguió encontrar el local. Un bar de aspecto bastante cascado y donde apostaría a que Umibozu no cabía. Bueno, a lo mejor le había dejado una pista. Esbozando una sonrisa e imaginándose metido en una aventura de espías, el hombre empujó la puerta, recibiendo un chorro de aire caliente y olores que casi lo manda de vuelta afuera. Habituándose al local, el pelirrojo se abrió el abrigo y se sacó el gorro, sacudiendo la cabeza para lucir su melena mientras daba un pequeño vistazo alrededor. No tuvo tiempo apenas de identificar a nadie hacia quien ir cuando alguien se encaminó hacia él. Tenía sentido, siendo el recién llegado, así que simplemente sonrió con amabilidad a la figura que se acercaba.

Asintiendo y recogiendo la carta, aunque sin poder evitar enarcar una ceja ante el comentario de que era "justo como la descripción" y la risa, el bardo se quitó los guantes y se los guardó en un bolsillo, desplegando el papel para ver qué se contaba el grandullón y qué era lo que esperaba de él.

Bla, bla, bla. Aunque mantenía el rostro concentrado, consciente de que la gente del local debía de ser afín a su compañero, Sasurai no podía evitar que todo el palabreo revolucionario le diese un poco de pereza. Seguía sin tener claro si tenía ganas de meterse en líos revolucionarios, pero a parte de todo eso en la nota había información útil: preguntar por "La Tormenta". Además, siendo amigo del wotan y sabiendo esa contraseña, razonó el músico, seguramente podía conseguir que las brasas de la revolución le diesen un trozo de pan y un plato de sopa aunque fuese. Con esta idea en mente se acercaría a la barra. Como siempre caminaba con aire casi teatral, como si fuese el dueño del local y el resto estuviesen allí porque él les había dejado entrar. Una vez llegase apoyaría el codo la superficie y mostraría su mejor sonrisa a quien le atendiese.

- Buenos días. Me gustaría beber y comer algo, con este frío el cuerpo pide algo calentito - Diría para empezar la conversación, tratando de ver si alguien parecía estar pendiente de él y cómo era la reacción. Si parecía seguro añadiría: - Me han dicho que pregunte por "La Tormenta". - Y remataría guiñándole un ojo de manera nada sutil y, en caso de que su interlocutora fuese una mujer atractiva, rozando en lo obsceno.

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#2
Ragnheidr Grosdttir
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El bar Tempestad no era un lugar para sutilezas, y eso quedaba claro en cuanto dejas caer las primeras palabras en la barra. Detrás del mostrador, una mujer robusta de cabello corto y oscuro, atado con una cinta roja, alzó la mirada hacia ti mientras limpiaba un vaso con un trapo. Sus ojos, de un gris que recordaba al cielo encapotado de Kilombo, te observaron con una mezcla de curiosidad y desdén, como si ya hubiese visto de todo en su vida y un bardo pelirrojo vestido de colores chillones no fuese nada especialmente digno de su atención. Pero cuando dejas caer la frase clave, “La Tormenta”, algo en su expresión cambió. —Aquí todos buscan calentarse, amigo —Dijo ella, con una voz grave y rasposa, producto seguramente de años en un ambiente cargado de tabaco y peleas nocturnas. Luego, haciendo un gesto casi imperceptible hacia una de las mesas en el rincón más oscuro del bar, añadió. — Pero si buscas respuestas, habla con "Pájaro Negro". Si es que logras que te escuche.— El apodo te puede parecer curioso, no puedes evitar sonreír mientras sigues la dirección indicada con la mirada. En la penumbra del rincón señalado se encontraba un hombre de aspecto peculiar. llevaba un abrigo largo de cuero negro que parecía haber visto mejores días, con plumas negras adornando las hombreras. Su cabello, largo y canoso, estaba recogido en una coleta alta, y sus ojos, de un verde brillante, parecían analizar cada rincón del lugar sin realmente posar su atención en nada en particular. Sobre la mesa frente a él había un cuaderno abierto y una pluma que jugaba entre sus dedos, girando con destreza mientras bebía algo oscuro de un vaso bajo.

Pájaro Negro alzó la mirada hacia ti, deteniéndose un instante en tu rostro, como si estuviera midiendo cada línea de tu expresión. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad inquietante, como si pudieran leer más de lo que querías mostrar. La pluma que giraba entre sus dedos cesó de moverse, y con un gesto casi perezoso, cerró el cuaderno frente a él. No dijo nada, pero hizo un leve movimiento con la mano hacia la silla que estaba al otro lado de la mesa, invitándote a sentarte. El silencio que siguió no era casual; parecía que esperaba que tomaras la iniciativa. Pero su mirada no flaqueó ni por un segundo, escrutándote como si cada detalle de tu apariencia pudiera decirle algo valioso. En la penumbra, las plumas negras de sus hombreras parecían parte de una sombra más grande, un aura que envolvía a un hombre acostumbrado a operar en las grietas de la ciudad. Finalmente, habló con una voz grave y calmada, un tono que no necesitaba elevarse para transmitir autoridad. —¿Sabes por qué Umibozu confía en ti? —Preguntó, con su tono enigmático, como si no esperara realmente una respuesta. A medida que hablaba, sus dedos tamborileaban sobre la mesa, un gesto que parecía involuntario pero calculado al mismo tiempo. — Ese grandullón no da pasos en falso. Si estás aquí, algo debes tener que ofrecer.

El hombre se inclinó ligeramente hacia adelante, su expresión endureciéndose un poco. —Hay un evento en el puerto en dos días —Continuó.— Algo que está moviendo más que barcos y cargamentos. Pulpos colosales. ¿Sabías que algunos wotan en el North Blue los usan como transporte? Esos bichos pueden llevar barcos enteros bajo el hielo, esquivando las rutas habituales, navegando donde nadie más puede. Uno de esos grupos llegará aquí, al puerto de Kilombo. Y no vienen por turismo.— La pausa que siguió fue deliberada, dejando que sus palabras calaran. Había algo en su tono que sugería más de lo que decía, pero sus ojos no se apartaron de los tuyos, como si esperara algún signo de interés o, tal vez, de duda. Sin embargo, no te dio tiempo a preguntar antes de seguir. —Llevan armas, provisiones… y algo más. Algo que ni siquiera los míos saben con certeza. —El hombre señaló su cuaderno cerrado con un dedo largo y huesudo.— Pero lo que sí sé es que no somos los únicos que esperamos. Los marines también lo sabe. Habrá soldados, trampas, caos. Y el pueblo cuenta con que ese cargamento llegue a las manos correctas.

Se recostó en su silla, cruzando los brazos mientras te miraba con algo parecido a un desafío. —Si Umibozu te envió, supongo que cree que puedes aportar algo. Así que dime, muchacho: ¿estás aquí para mirar, o para hacer algo útil?— La pregunta flotó en el aire, y aunque no hubo agresividad en sus palabras, había una presión implícita en ellas. Como si "Pájaro Negro" estuviera probando algo en ti, esperando ver si eras el tipo de persona que valía la pena o si solo eras otro músico perdido buscando un techo caliente por la noche.
#3
Sasurai
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Contra todo pronostico, o al menos contra las expectativas de Sasurai, parecía que su encanto no iba a funcionar en ese bar. La mirada fría y desdeñosa le dejaba claro que le preocupaba poco lo que quisiese o lo que viniese a ofrecer. Por suerte, y en eso suponía que tenía que dar gracias a Umibozu aunque fuese a regañadientes, tenía la frase secreta que le había dejado, y eso sí funcionó. De haber sabido lo que desencadenaba seguramente el músico se hubiese dado la vuelta y se hubiese marchado a buscar un local más alegre, pero no lo sabía, y siempre le había podido la curiosidad.

En cualquier caso el servicio le estaba pareciendo algo decepcionante. Viendo que le daban nuevas indicaciones pero no comida, el pelirrojo buscó en el bolsillo izquierdo de la chaqueta y sacó una bolsita de cacahuetes. La abrió, aspiró el aroma con gusto y empezó a picar distraídamente mientras seguía con el paripé. Sonriendo y haciendo una pequeña reverencia hacia la barra, se dispuso a ir a hablar con su nuevo contacto.

- Hablaré con el Pájaro Loco. Y soy músico callejero, si algo se es hacerme escuchar -

Dicho esto le guiñó un ojo a modo de despedida, no dejando caer su acto de tipo atrevido y extravagante por mucho que le respondiesen con indiferencia, y se encaminó hacia el rincón que le habían señalado. Ante la mirada intensa se limitaría a sonreír, sin dejar de comer cacahuetes, y esperar a que le ofreciese sentarse. Asintiendo ante el leve gesto, iría hasta la silla indicada y apoyaría allí su trasero. Pese a que no sabía dónde se estaba metiendo, y a que el ambiente estaba entre lo neutral y lo hostil, su actitud seguiría siendo tranquila y desenfadada, sentándose como si estuviese en el comedor de su casa. Si tuviese casa, claro.

Entonces el tal Pájaro Negro se lanzó con su discurso. El músico iba tomando nota mental, fijándose en los detalles. Primero con la nota y ahora con esto, fuesen conscientes de ello o no, a los revolucionarios parecía gustarles tanto la teatralidad como a él. La diferencia es que él lo hacía por el espectáculo, para divertir, y ellos para intentar crear un aire de misterio e inflamar las emociones de quien los visitase. Si le preguntabas al pelirrojo, le parecía más noble su caso. Una cosa era manipular a alguien para conseguir cosas gratis o para acostarse con ella, y otra muy distinta para que se uniesen a algún tipo de comando clandestino y acabasen muertos por ahí.

Finalmente el hombre del pelo canoso terminaría de hablar. En ese punto el treintañero se puso serio, incorporándose en la silla y apoyando los codos en la mesa. Incluso dejó el paquete de cacahuetes en la mesa y se sacudió los dedos en el pantalón antes de adoptar su posición final.

- Vamos a ver. A Umibozu supongo que le debí de caer bien. Hemos viajado juntos. Se tocar música y cocinar... yo qué se. Más que eso le tendrás que preguntar a él. Pero en cualquier caso la pregunta no es si tengo algo que ofrecer, sino si quiero ofrecerlo. Puedo crear una distracción como nadie. Puedo usar mi encanto y mi aspecto inofensivo para convencer a la gente o para colarme en sitios. Y puedo hacer un salteado de pollo que igual hasta sacaba una sonrisa a alguno de los presentes. - En ese punto haría una pequeña pausa, no tanto por dramatismo como para respirar, aunque aprovecharía para continuar con un tono más calmado, ya que había empezado sonando algo mosqueado. 
- La verdadera pregunta es, ¿qué queréis de mi? ¿Y cómo de peligroso va a ser? No te lo tomes a mal. Vuestra causa suena a algo que vale la pena, de verdad, los marines son unos gilipollas y el pueblo merece mejores condiciones. Pero "soldados, trampas y caos" suena a acabar muerto en una fosa común, y yo aún tengo intención de vivir muchos años. -

Dejando claro que él también podía soltar un discursito, ahora había que ver cómo proseguía la cosa. Desde luego Sasurai no era simplemente un músico perdido buscando techo, entre otras cosas porque no era tan idiota como para perderse y acabar en ese antro, con la de sitios con un público más fácil que había en la ciudad. Tampoco era un joven inocente dispuesto a dar la vida por la causa sin pedir nada a cambio ni hacer preguntas. Y así, la verdadera pregunta, el juego al que realmente estaban jugando, era averiguar si el músico era alguien con quien los revolucionarios podían llegar a un acuerdo.

Otra duda que surgía en su mente, y que empezaba a preocuparle, era hasta que punto seguir con Umibozu y el resto requería que se metiese en estos líos. Lo cierto era que había estado bastante tiempo solo, sin permanecer con nadie más de un par de días, y le estaba gustando esto de tener compañeros más o menos permanentes.

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#4
Ragnheidr Grosdttir
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El Pájaro Negro dejó caer una sonrisa apenas perceptible, como si la actitud de Sasurai lo hubiera entretenido, aunque solo fuera un poco. Dejó la pluma en el cuaderno y entrelazó los dedos sobre la mesa, inclinándose levemente hacia adelante. El aire de misterio que lo envolvía parecía deliberado, un rasgo cultivado a lo largo de años de tratar con hombres peligrosos y situaciones aún más peligrosas. —Lo cierto, Sasurai, es que no todos tienen la sensatez de hacer esas preguntas. Muchos llegan aquí con más fuego en el pecho que sentido común, listos para saltar a cualquier trampa que les pongamos con tal de “servir a la causa” —Dijo, con un leve tono burlón en sus palabras. Hizo una pausa, como si estuviera evaluando algo en el rostro del músico antes de continuar.— No tú, claro. Tú pareces alguien que sabe cuidar de su propio pellejo. Me gusta eso.— El hombre deslizó una mano hacia su vaso, dándole un pequeño sorbo antes de reanudar. —Para ser honesto, lo que queremos de ti es tan sencillo como complicado. Umibozu no es alguien que confíe fácilmente, pero si estás aquí, significa que algo ha visto en ti, algo que cree valioso. —Negó suavemente con la cabeza, como si aún no entendiera completamente al wotan.— Ahora, en cuanto a peligro… Bueno, amigo, no puedo garantizarte que no vayas a terminar en una fosa común si decides quedarte. Kilombo no es un lugar amable. Pero lo que puedo garantizarte es que, si trabajas con nosotros, tendrás una oportunidad de marcar la diferencia. Y, quién sabe, quizás hasta sobrevivir para disfrutar de los frutos.

Lo que queremos de ti. — Continuó. — Es lo mismo que queremos de cualquiera que decida unirse a la causa: habilidad, ingenio y, sobre todo, valor. Esta revolución no la ganaremos con soldados mejor entrenados ni con armas más grandes. La ganaremos con mentes rápidas y manos dispuestas a adaptarse. Y tú, Sasurai, pareces tener talento para moverte en los márgenes, para encontrar la manera de estar en el lugar correcto en el momento justo.— Parecía que estaba halagando tus talentos y sobre todo, que tenía mucha pasión en las palabras que decía. Pájaro Negro se reclinó en la silla, dejando espacio para que Sasurai procesara sus palabras. Después de unos segundos, levantó una ceja, como si le hubiera llegado una idea repentina. —Dices que no estás seguro de querer ofrecer tu ayuda, ¿no? Bueno, permíteme ponerlo de otra forma. ¿Y si te digo que, en el puerto, dentro de dos días, tendremos una operación que no solo podría ser clave para nuestra causa, sino que también es algo que seguramente nunca has visto? —Dejó caer las palabras con cuidado, calibrando la reacción de Sasurai. Luego se inclinó hacia adelante, su voz bajando casi a un susurro. — Se trata de los Pulpos Gigantes.

La mención de los pulpos captaría seguramente tu atención, como si esa palabra en particular hubiera encendido algo en tu mente. El hombre de las plumas negras sonrió, satisfecho de haber tocado la tecla adecuada. —Sí, criaturas tan grandes como barcos pequeños. Los marines han estado bloqueando nuestras rutas de escape por mar, pero esos pulpos… Son nuestra clave para atravesar el North Blue y llevar suministros donde más se necesitan. Se están entrenando para ser algo más que transporte; serán aliados, compañeros. Pero el entrenamiento no está completo, y los marines ya están husmeando en el puerto. Si los encuentran antes de que estén listos, adiós a nuestra ventaja. Tú viajaras con un escuadrón muy particular ... — Esupiró, como si tan solo recordar su nombre le trajera malos recuerdos. — El escuadrón Escuadrón Ulykke, donde milita Umibozu, liderado por el oficial Ragnheidr Grosdttir. — Su tono se endureció, y los dedos tamborilearon suavemente en la mesa, marcando el ritmo de la gravedad de la situación. —Ahí es donde entras tú, Sasurai. No necesitamos que tomes un rifle y vayas a pelear, no todavía. Pero alguien con tu… carisma, tu habilidad para distraer y moverte desapercibido, podría ser invaluable. Necesitamos que seas nuestros ojos y oídos en el puerto, que mantengas a los marines entretenidos o los desvíes si es necesario. Es un juego de ingenio más que de fuerza, y tienes la pinta de ser alguien que disfruta de esos juegos.— Finalmente, Pájaro Negro se enderezó, cruzando los brazos mientras sus ojos se clavaban en Sasurai, más serios ahora.

Piensa en ello. Dos días. Si decides venir, te encontraremos en el muelle oeste al amanecer. Y si no… Bueno, entonces espero que encuentres otro camino que te mantenga vivo y lejos de problemas. Pero déjame decirte algo, amigo: hay pocas cosas en este mundo tan satisfactorias como saber que, cuando importaba, hiciste algo que realmente marcó la diferencia.— El hombre recogió su pluma y volvió a girarla entre los dedos, dando por terminada la conversación. Sin embargo, sus ojos seguían fijos en Sasurai, esperando ver cómo respondería el bardo a la oferta que acababa de poner sobre la mesa.
#5
Sasurai
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Viendo que quizá podían entenderse después de todo, y que no parecía haberse metido en peligro, o al menos no de manera inmediata, Sasurai empezó a relajarse un poco. El tal Pájaro Negro parecía sincero, pese a que obviamente parte de su presencia fuese un personaje que interpretaba, y también parecía dispuesto a negociar o adaptarse a lo que el pelirrojo estuviese dispuesto a ofrecer. Si eso era señal de inteligencia o de desesperación era difícil de evaluar en ese punto, pero con la información que tenía hasta ahora valía la pena al menos seguir escuchando.

El músico iría asintiendo y escuchando a su interlocutor, tomando nota mental de los detalles que le parecían interesantes. Era la segunda vez que mencionaba que Umibozu no confiaba fácilmente, y de una forma que daba a entender que esa confianza le abría puertas. ¿Significaba eso que el wotan era alguien importante en la organización? ¿Un pez gordo? En esa reflexión no podría evitar esbozar una sonrisa, pensando que debía recordar la broma para cuando lo viese. Por el momento, no obstante, no había tiempo para bromas ni comentarios, pues el hombre del pelo gris seguía hablando, y se acercaba a la parte interesante, donde le explicaba qué querían de él.

A priori no sonaba mal. Su habilidad e ingenio estaban habitualmente desperdiciados en cualquier tontería que se le ocurriese para sacar unas monedas o conseguir comida, así que tal vez era el momento de darles mejor uso. Lo del valor sonaba una vez más a ponerse en peligro y acabar muerto, pero bueno, tampoco hacía falta quedarse trabado en los detalles. Estas reflexiones estaban a punto de dar igual, ya que la conversación iba a dar un giro hacia los Pulpos Gigantes. ¿Cómo iba a rechazar una oportunidad de involucrarse en eso? Sonaba más interesante que nada de lo que había hecho en su vida, y además al parecer implicaba seguir viajando con Umibozu y compañía.

Ocultando el hecho de que estaba ya más que convencido para participar, el bardo se desperezaría teatralmente, poniendo los codos en la mesa y echando el cuerpo hacia adelante, esbozando una sonrisa. Durante el discurso se le habían acabado los cacahuetes, así que era el momento del plato principal, que además llevaba pidiendo desde que había llegado.

- Todo lo que comentas suena interesante, pero nunca tomo decisiones con el estómago vacío. ¿Qué tiene que hacer uno para que le den algo de comer aquí? - Diría esto y haría una pausa, mirando alrededor, como esperando a que llegase la comida.
- Si hace falta puedo pagar... creo. - Añadiría mientras empezaba a palparse los bolsillos de la chaqueta y el pantalón en busca de algunas monedas.

En lo que a él respectaba el trato estaba prácticamente cerrado, sobretodo porque por el momento solo requería viajar gratis, acompañar a gente a la que pensaba acompañar de todos modos, y visitar nuevos lugares donde con suerte habría comida interesante. No obstante, lo tenían claro si creían que se iba a marchar sin comer algo caliente después de haber venido hasta el dichoso bar, así que por ahora iba a alargar la "negociación" un poco más.

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#6
Ragnheidr Grosdttir
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El Pájaro Negro ladeó la cabeza, estudiándote con esa mirada penetrante, como si intentara desentrañar los secretos que llevas a cuestas. Sus ojos verdes parecían brillar incluso en la penumbra del bar, observándote con la calma calculadora de un depredador. Durante un segundo, crees notar que las comisuras de sus labios se curvan levemente, pero la posible sonrisa desaparece antes de que puedas confirmarlo. Finalmente, hace un gesto casi perezoso con la mano hacia la barra, como si tuviera un poder tácito sobre los ritmos del lugar. —El estómago vacío no es buen consejero, tienes razón —comenta, su tono neutro contrasta con la intensidad de su mirada, que no te suelta ni por un instante.— Aunque no hace falta que pagues. Lo tuyo aquí ya lo ha cubierto Umibozu. Es un tipo práctico y, por lo visto, te considera un buen… recurso. La elección de la palabra "recurso" queda flotando en el aire, pesada como una losa, pero antes de que puedas procesarla del todo, una figura surge del rincón detrás de la barra. Es una mujer entrada en años, con el rostro curtido por el trabajo y el carácter. Lleva un delantal manchado de aceite y harina, y su cabello gris, atado en un moño apretado, parece rebelarse en mechones que se escapan a ambos lados de su cabeza.

Se acerca a la mesa con pasos firmes, cargando un cuenco humeante que desprende un aroma especiado. Una hogaza de pan oscuro, de corteza gruesa y crujiente, descansa al lado del plato. Sin mirarte demasiado, deja el cuenco frente a ti con un gesto seco, casi brusco, y una voz rasposa: —Sopa de rabo de buey. No hay lujos aquí, pero calienta los huesos.— La camarera se aleja con la misma eficiencia desprovista de ceremonia. El vapor de la sopa asciende, envolviéndote con su aroma cálido, y el gruñido leve de tu estómago te recuerda por qué aceptaste venir a este rincón olvidado del mundo en primer lugar. —Come. Mientras tanto, escucha. —El Pájaro Negro se inclina hacia adelante, apoyando los codos en la mesa y entrelazando las manos. Su pluma, negra y brillante como el plumaje de un cuervo, no deja de girar entre sus dedos, como si tuviera vida propia.— El evento en el puerto será dentro de dos días. Allí es donde empieza todo. La mercancía de los pulpos llegará esa noche, y el puerto estará lleno de agentes y "curiosos".— Pulpos gigantes. Es imposible que tus cejas no se levanten ante esas palabras. La imagen mental de algo así —bestias enormes arrastrando barcos enteros como si fueran juguetes— te resulta absurda e intrigante a partes iguales. Mientras sorbes la sopa con cuidado, aún demasiado caliente, sientes cómo el calor te recorre desde el pecho hasta las yemas de los dedos.

Son bestias inmensas, entrenadas para cargar barcos enteros y trasladarlos sin necesidad de amarras ni grúas. —Continúa el hombre, su voz ahora más baja, casi susurrante, como si el propio aire del bar pudiera estar escuchando.— Algo tan raro que despierta demasiado interés. Por eso los necesitamos. Para el viaje hacia el North Blue.— El aroma de la sopa te reconforta, pero las palabras del Pájaro Negro te mantienen alerta. Miras el cuenco, como buscando respuestas en los reflejos del caldo oscuro. La mención de un "caos" en el puerto y la idea de escapar en un barco clandestino no te tranquilizan, pero tampoco logran disuadirte. —Ese puerto será un caos. Los soldados estarán buscando revolucionarios, espías, contrabandistas… Y ahí es donde tú entras.— Levantas la mirada del cuenco, dejando el pan a un lado. La sopa ya ha empezado a cumplir su función, llenándote de una calidez que choca con la tensión creciente de la conversación. —Distracción. Música, teatro, lo que se te dé mejor. Tienes un aire único, y, sinceramente, no pareces una amenaza. Mientras ellos se fijan en ti, nosotros trabajaremos. Una vez que logremos lo que necesitamos, te subes al barco con nosotros. Llegarás al North Blue, sano y salvo.

El hombre se reclina hacia atrás, cruzando los brazos y observándote con un interés renovado. Es como si cada palabra hubiese sido cuidadosamente elegida para tentarte, pero también para dejar claro que la elección final es tuya. La sopa está casi terminada cuando por fin decides responder, el peso de sus palabras rondando tu mente como un eco persistente. Tomas un trozo del pan, sintiendo su textura densa y rugosa bajo tus dedos, y lo llevas a la boca. Masticas despacio, permitiéndote saborear el momento antes de abrir la boca. "Bueno, al menos saben aprovechar mis talentos." La frase cruza tu mente mientras juegas con la cuchara entre tus dedos. Aunque ya sabes lo que vas a decir, dejas que el silencio se alargue un poco más.El Pájaro Negro no parece apurado. Su postura relajada, sus ojos aún clavados en ti, te dejan claro que está acostumbrado a esperar. Quizás sea parte del juego. Te limpias las migas de los labios con el dorso de la mano antes de dejar el pan a un lado.

El trato está prácticamente cerrado en tu mente, pero antes de aceptarlo, disfrutas un poco más de esa sensación de control, de estar marcando tú el ritmo. Porque si algo queda claro en esta mesa, es que aunque te necesitan, también están probando hasta dónde pueden confiar en ti. Vaya noche. Pero, al menos, la sopa ha estado bastante buena.
#7
Sasurai
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Virtudes y defectos

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Sasurai mostraría una amplia sonrisa cuando finalmente le trajesen algo de comer, más aún porque era gratis. No le pasó por alto que mencionase que lo consideraban un recurso, no una persona o un amigo. Tal vez le acabase trayendo problemas, pero por ahora esa consideración le estaba proporcionando beneficios sin que él tuviese que dar gran cosa a cambio, así que ya le iba bien. En cualquier caso no tuvo mucho tiempo para darle vueltas, pues una camarera no tardó en aparecer trayendo un buen plato caliente, acompañado además de pan bien oscuro y crujiente.

- La comida no necesita lujo, necesita alimentar, y esto tiene pinta de ser bien contundente. Muchas gracias -

Respondería al comentario de la mujer, aunque ya se estuviese marchando. En primer lugar no le gustaba que nadie menospreciase la comida, y el comentario sobre la falta de lujo le sonaba como si creyese que esa comida era peor que la de otro sitio. En segundo lugar, seguía en su papel de ser amable con todo el mundo por muy hoscos y escuetos que fuesen con él.

Ante la "orden" de comer y escuchar haría un teatral saludo militar, obedeciendo de inmediato, tomando la cuchara en la mano derecha y un trozo de pan en la izquierda, y empezando a disfrutar del guiso. Su atención iría oscilando entre la explicación del Pájaro Negro y la comida, aunque se esforzaría en enterarse de lo que el hombre le explicaba, aunque al menos en parte se estaba repitiendo. Pulpos gigantes, de aquí dos días. Mercancía, agentes y "curiosos", que por el tono posiblemente fuesen más agentes de paisano, o piratas, o a saber qué. Nada bueno, seguramente, si sentía la necesidad de nombrarlos.

Al menos el objetivo empezaba a estar claro. Distraer al público general, ya fuese marine o no, y luego subirse a un barco rumbo al North Blue. No era que al músico se le hubiese perdido nada en concreto allí, claro, pero sonaba interesante, y esperaba encontrar nuevos platos y deliciosos ingredientes.

Sin prisa pero sin pausa, disfrutando también del silencio y de tener tiempo para observar el ambiente del local y a su interlocutor, el pelirrojo seguiría comiendo mientras fingía sopesar las palabras del hombre del pelo gris. Lo cierto era que ya estaba decidido, seguramente dejándose llevar por su lado temerario e insensato. Todo lo que le había explicado parecía interesante, el riesgo parecía razonable, y la gente de la organización que había conocido hasta ahora le gustaba.

Después de terminar de comer, siguiendo con su ademán pausado, el treintañero se limpiaría la boca con el dorso de la mano. Inspirando hondo y expirando con satisfacción, se estiraría y sonreiría una vez más, dirigiéndose por última vez al otro hombre.

- Qué narices, hemos venido a jugar. -

Tras decir esto se levantaría y se encaminaría hacia la puerta, parándose justo antes de salir para mirar atrás, fijando su mirada en el Pájaro Negro.

- ¡Muchas gracias por la sopa! Si me preguntan por ahí yo no os conozco, pero avisadme la próxima vez que necesitéis un entretenimiento musical - Diría de nuevo en tono sobre actuado, rematando la frase con un guiño.

Hecho esto, sin esperar respuesta ni nada más de los presentes, se pondría el gorro y los guantes y abriría la puerta. Faltaban un par de días y hasta entonces no tenía nada que hacer, así que era el momento de dos cosas. Por el lado del trabajo, de intentar reconocer un poco la zona, por si las cosas se torcían saber hacia donde correr. Por el lado del placer, pensaba visitar los bares y restaurantes más agradables y descubrir qué tal podía ganarse la vida un músico ambulante en Kilombo. Y bueno... si la música no funcionaba siempre quedaba la seducción.

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