Hay rumores sobre…
... una isla del East Blue donde existen dos escuelas de combate enfrentadas. Estas escuelas hacen especial referencia a dos personajes de la obra original.
[Autonarrada] [T2] Pasos Silenciosos en Tierras Hediondas
Fon Due
Dancing Dragon
Dia 10 de Verano, Año 724.
East Blue, Isla Organ, Llanuras Hediondas.
 


Después de la exitosa fabricación del barco para los Crimson Crusaders y la obtención de herramientas para lograr este cometido, fui convocado a una nueva misión. Esta vez, Lykos consideró conveniente que se dirigiera a las Llanuras Hediondas, conocidas por ser casi inhóspito, y un suelo de propiedades elásticas, que emite vapor, un brillo rojizo.

Según las investigaciones que habíamos hecho anteriormente, dicho suelo mantiene una temperatura superior a los 50º. Debido a estas condiciones extremas, la supervivencia de cualquier forma de vida es extremadamente difícil.

Además, según la información que había logrado recopilar Lykos, un grupo de bandidos se ha establecido en las ruinas de un antiguo poblado, estando el centro de estas en los restos de un palacio. En el centro del páramo se encuentra un enorme cráter, rodeado de ruinas de un antiguo palacio, saqueado por los habitantes.
Finalmente, nos habían llegado informes de que el cráter emite sonidos inquietantes, y quienes se han aventurado allí han experimentado un terror abrumador, con algunos desmayándose o incluso muriendo de un ataque al corazón.

La misión era bastante clara. Tendría que atravesar el desierto, llegar a las Llanuras Hediondas, evitar el cráter a toda costa, localizar al grupo de bandidos y tomar tantos datos fueran posibles sobre aquella organización sin ser detectado.

Una misión perfecta para un tonttata.

Mientras me preparaba para la misión, la descripción de las Llanuras Hediondas resonaba en mi mente como un tambor sordo el cual resonaba cada que pasaba saliva a causa de la pastilla de menta que tenía en mi boca. No eran los bandidos lo que me inquietaba, sino el lugar mismo. El solo imaginar un suelo que escupe vapor rojizo como una olla hirviendo era suficiente para mantener mi atención completamente enfocada. Pero sabía que esta era una misión hecha para alguien de mi tamaño y habilidades: entrar y salir sin dejar rastro, como un susurro en el viento.

Antes de partir, Lykos me entregó un equipo especialmente diseñado para soportar el calor extremo. Un atuendo hecho de capas superpuestas de un material ligero pero reflectante, con bordes de costura reforzada. Parecía una pequeña armadura brillante que relucía al sol, y aunque era funcional, no podía evitar sentirme algo ridículo. En mi pecho llevaba una pequeña cantimplora sellada herméticamente, con una mezcla especial de agua y sales minerales que me ayudarían a mantenerme hidratado bajo aquellas condiciones infernales.

Una vez listo, me despedí de mis nakamas y abordé un transporte que me dejó al borde del páramo. Desde allí, las Llanuras Hediondas se desplegaban como un horizonte maldito, donde el aire se ondulaba y distorsionaba la vista a causa del calor. Cada paso sobre ese terreno se sentía extraño, como si caminara sobre una alfombra blanda que trataba de atraparme. A lo lejos, veía columnas de vapor elevándose como fantasmas al cielo, envolviendo las ruinas del antiguo poblado en un manto casi impenetrable.

Sabía que debía ser rápido y silencioso. Avanzaba a ras del suelo, utilizando cada roca o pequeña elevación como cobertura. Mientras me acercaba al centro del páramo, el olor metálico del vapor se volvía cada vez más intenso, mezclado con un dejo de azufre que hacía que mi nariz se arrugara involuntariamente.
Finalmente, alcancé la periferia del antiguo poblado. Las ruinas eran un espectáculo inquietante: estructuras retorcidas por el tiempo, cubiertas de un polvo rojizo que brillaba débilmente bajo la luz del sol. Escuché el murmullo de voces provenientes del centro, cerca del palacio. Los bandidos estaban allí, tal como lo había previsto la información que habíamos obtenido.

Desde mi posición, pude observar el improvisado campamento que habían montado dentro de lo que alguna vez fue una sala de audiencias. Era evidente que no solo buscaban refugio; las armas apiladas y los baúles llenos de provisiones indicaban que planeaban quedarse un buen tiempo. Sin embargo, algo más captó mi atención: un mapa extendido sobre una mesa tosca, con marcas que señalaban el cráter y otras áreas del páramo. ¿Qué estarían buscando?

El verdadero desafío era acercarme lo suficiente como para obtener detalles sin ser descubierto. Mis instintos me decían que había algo más detrás de su presencia en este lugar, algo más grande que simples saqueos. El cráter, con sus sonidos inquietantes, parecía estar en el centro de sus intereses.

Tomé un momento para ajustar mi respiración, mi cuerpo pegado a la tierra ardiente. En mis manos llevaba mi cuaderno, listo para anotar cada detalle. Era hora de entrar al campamento y descubrir los secretos que ocultaban aquellos bandidos.

Desde mi posición elevada sobre un muro derruido cubierto de polvo rojizo, el campamento de los bandidos se desplegaba como un tablero de ajedrez en desorden. Había unas quince personas en total, hombres y mujeres, vestidos con ropa que, aunque maltratada por el calor y el tiempo, era funcional: camisas ligeras de tonos terrosos, pantalones cortos y botas gastadas que sugerían largas jornadas en terrenos inhóspitos. Algunos llevaban sombreros anchos improvisados con pedazos de tela o cuero para protegerse del sol abrasador.

El centro del campamento era una amplia mesa de madera rústica, con el mapa que había avistado antes extendido sobre ella, sujeto en las esquinas por cuchillos clavados. Alrededor de la mesa, tres figuras discutían en un tono bajo pero intenso. Una de ellas, un hombre alto y musculoso con una cicatriz que le cruzaba la frente, parecía ser el líder. Su voz grave resonaba con autoridad mientras señalaba diferentes puntos del mapa con un dedo calloso.

En los bordes del campamento, había otras estructuras improvisadas: un cobertizo de lona desgastada que servía como almacén, donde pude contar al menos una docena de cajas de madera apiladas. En una de ellas, mal cerrada, asomaban rifles de cañón largo. Al lado del cobertizo, dos bandidos estaban ocupados afilando cuchillos y machetes sobre piedras lisas, mientras charlaban en voz baja. Su conversación era banal, sobre la falta de agua potable y lo mucho que extrañaban el ron, pero me hizo entender algo crucial: estaban cómodos aquí. Esto no era un campamento temporal; planeaban quedarse.

Me moví con cuidado, aprovechando las sombras que proyectaban las ruinas. Mi tamaño y habilidad para moverme sin ser visto eran mis mayores ventajas. Deslicé mi cuerpo entre las grietas de una pared semiderruida y me acerqué al almacén. Desde allí, pude ver con más claridad el contenido de las cajas: además de las armas, había municiones, frascos de vidrio con líquidos oscuros que parecían explosivos improvisados, y sacos pequeños con algo que podría ser pólvora o algún tipo de mineral recolectado del páramo.

El calor era insoportable, pero me obligué a mantener la calma. Necesitaba tomar notas rápidamente. Abrí mi cuaderno y empecé a dibujar un croquis del campamento. El mapa, la cantidad de bandidos, las armas... Cada detalle contaba.

Me deslicé hacia el área donde el líder y sus dos acompañantes discutían. Desde mi posición, apenas un par de metros bajo ellos, podía escuchar parte de su conversación gracias a mis sentidos aumentados.

“Si logramos perforar más cerca del cráter, encontraremos lo que buscamos” – dijo el líder, golpeando la mesa con un puño cerrado.

“¿Y cómo planeas que alguien lo haga?” – respondió una mujer de cabello corto y expresión severa. “Los últimos dos que enviamos no regresaron, y los demás tienen miedo incluso de acercarse a esa cosa.”

“Cobardes, eso es lo que son.” – gruñó el líder, antes de señalar con el dedo un punto cercano al borde del cráter. “Si no lo hacemos nosotros, otros lo harán. Este lugar es un tesoro esperando ser reclamado.”

¿Qué buscaban? ¿Qué podía haber en ese cráter que valiera la pena arriesgar tantas vidas? Las respuestas estaban ahí, pero no podía quedarme mucho más tiempo. Cada segundo que pasaba incrementaba el riesgo de ser descubierto.

Mientras me retiraba sigilosamente, un ruido repentino me detuvo en seco. Uno de los bandidos se había levantado de la mesa y caminaba hacia donde yo estaba escondido. Contuve la respiración, presionándome contra la pared caliente de una ruina, mientras sus pasos se acercaban cada vez más. El corazón me martilleaba en el pecho, pero confié en mi pequeño tamaño y mi habilidad para pasar desapercibido.

Finalmente, después de unos segundos que parecieron horas, el bandido se desvió hacia un punto más allá, aparentemente sin sospechar nada. Solté un suspiro silencioso y aproveché la oportunidad para retroceder rápidamente hacia una posición segura.

Mi misión estaba lejos de terminar, pero había logrado recopilar información crucial: los bandidos buscaban algo en el cráter, algo que consideraban un "tesoro". Era imperativo reportar esto a Lykos. Pero primero, debía salir del campamento con vida.

El campamento se iba desdibujando tras de mí mientras retrocedía con cautela, ocultándome entre los escombros de las ruinas. Mi cuerpo ligero y ágil me permitía moverme sin hacer ruido, pero cada paso era una lucha contra el calor sofocante que se acumulaba en el aire. A mi alrededor, el paisaje de las Llanuras Hediondas cobraba vida con una hostilidad que parecía casi consciente.

El suelo bajo mis pies emitía un crujido tenue, como si respondiera a mi peso con resentimiento. Su superficie elástica se hundía ligeramente con cada pisada, y por momentos sentía cómo una capa pegajosa intentaba adherirse a mis botas. El vapor rojizo que ascendía en columnas sinuosas llenaba el aire de un hedor metálico y agrio, quemando ligeramente mis fosas nasales. Cada tanto, una ráfaga de viento caliente barría el páramo, llevando consigo el zumbido de insectos que habían evolucionado para soportar las condiciones extremas.

Un sonido sutil llamó mi atención: un siseo bajo, apenas audible, que provenía del suelo cercano. Me detuve, manteniendo mi cuerpo tan inmóvil como una roca, y observé cómo una grieta se formaba lentamente a unos pocos metros de mí. Desde la abertura emergió un chorro de vapor que silbó como una olla de presión, proyectando un brillo carmesí que parecía iluminar la tierra misma. No podía permitirme quedarme allí; cualquier distracción podría ser fatal.

Avancé con cautela hacia una formación rocosa que había identificado como punto de referencia antes de entrar al campamento. Las piedras eran negras y angulosas, salpicadas de un polvo rojizo que les daba un aspecto casi irreal. Cada tanto, me detenía para asegurarme de que no me seguían. A la distancia, podía escuchar los ecos de las voces de los bandidos, pero el calor y el vapor distorsionaban el sonido, haciéndolo parecer como si proviniera de todas partes y de ninguna al mismo tiempo.

El cráter, aunque distante, seguía siendo un elemento perturbador en el horizonte. A pesar de no poder verlo directamente debido a la niebla rojiza, su presencia se sentía, como si el suelo mismo palpitara con una energía oscura. Cada tanto, un sonido grave y gutural emergía del cráter, como el rugido de una bestia inmensa y dormida. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda a pesar del calor. No era un lugar donde quisiera quedarme más tiempo del necesario.

El último tramo antes de salir de las Llanuras Hediondas fue quizás el más difícil. El suelo se volvía cada vez más inestable, y mis movimientos generaban ondas en la superficie, como si caminara sobre un estanque sólido. El aire estaba tan cargado de vapor que mi visión se redujo a unos pocos metros. Pero finalmente, tras lo que me pareció una eternidad, llegué a la linde del páramo.

La temperatura comenzó a descender gradualmente, y el aire, aunque todavía caliente, era mucho más respirable. Me detuve un momento para recuperar el aliento y revisar mis notas. El cuaderno estaba intacto, con las observaciones y el croquis que había hecho del campamento. Era información valiosa, pero no podía evitar sentir que no era suficiente. Había algo en ese cráter que los bandidos buscaban desesperadamente, y esa incógnita me perseguiría hasta que lograra desentrañarla.
Con un último vistazo hacia las Llanuras Hediondas, empecé mi camino de regreso hacia el punto de encuentro con Lykos. El paisaje hostil quedaba atrás, pero su presencia seguía viva en mi mente, como una sombra que se alargaba con cada paso que daba.

Ya en la zona menos hostil del desierto, me metí una pastilla de menta a la boca para saborear el dulce aroma de una misión exitosa.
 

 
Resumen

Aclaración
#1
Moderador Doflamingo
Joker
¡RECOMPENSAS POR AUTONARRADA T2 ENTREGADAS!


Usuario Fon Due
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#2


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