Hay rumores sobre…
... una isla que aparece y desaparece en el horizonte, muchos la han intentado buscar atraídos por rumores y mitos sobre riquezas ocultas en ella, pero nunca nadie ha estado en ella, o ha vuelto para contarlo...
[Aventura] [T1] Brisita Navideña
Arthur Soriz
Gramps
[Imagen: C6mrvXB.png]

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2 de Invierno
Año 724

El aire fresco de la mañana se mezcla con el cálido aroma de los pasteles navideños que flotan en el aire mientras recorres las calles de Loguetown. Afortunadamente para ti parece ser que has llegado en el momento más perfecto de la temporada. Es el 2 de Invierno, el día en que la ciudad se viste de gala para el Festival de las Estrellas. Las casas y tiendas están adornadas con guirnaldas y cintas rojas, las ventanas brillan con luces coloridas y el sonido de villancicos flotan por todo el lugar. La nieve cae suavemente desde el cielo gris cubriendo todo con una capa blanca que hace brillar aún más las luces de las decoraciones.

Todo tiene un aura tan maravillosa y navideña que parece sacado de un cuento.

La plaza central está llena de gente por doquier... niños correteando con rostros sonrojados por el frío, familias paseando entre los puestos de comida y bebidas calientes, y comerciantes vendiendo todo tipo de productos navideños. Sin lugar a dudas se nota la atmósfera de alegría y unidad. Más aún que el día anterior al parecer la Marina había sido capaz de recuperar las decoraciones que habían robado para la plaza central.

La ciudad está viva con el espíritu de la temporada pero incluso en los momentos más festivos siempre hay un rincón sombrío que necesita ser atendido.

Caminas por una calle adoquinada del Distrito Sur, disfrutando de la tranquilidad que da la belleza invernal de Loguetown. La nieve cruje bajo tus botas y el aire fresco te hace sentir alerta, revitalizada por el frío. Justo al doblar una esquina te detienes ante una pequeña tienda que parece sacada de un cuento de Navidad... "Dulces de la Abuela Marisa".

La tienda es pintoresca, con un techo de tejas cubiertas de nieve y una vitrina repleta de dulces decorados con colores festivos. Una gran campanita de cobre cuelga sobre la puerta anunciando la llegada de cualquier visitante. El escaparate está lleno de galletas de jengibre en forma de estrellas, mantecadas de nuez cubiertas con azúcar glass, y panes de chocolate. El aire dentro de la tienda huele a azúcar caramelizada y especias... una mezcla acogedora que te hace pensar en la calidez de la Navidad.

Pero algo no está bien. Cuando miras por la ventana puedes ver que la tienda parece un desastre. Las luces que cuelgan en el interior parpadean de manera intermitente y algo parece moverse dentro más allá de las estanterías de dulces. Al acercarte un poco más, puedes escuchar el murmullo de una voz anciana, llena de desesperación.

¡Ay, no puede ser! ¡No puede ser, no ahora! —exclama la voz—. ¡Mis preciosos dulces! ¿Qué voy a hacer? ¡Ah, no! ¡No, no!

Es una mujer mayor con el cabello encanecido recogido en un moño desordenado y un delantal manchado de harina. Estaba en cuclillas, levantando un saco de azúcar que se ha derramado por el suelo, mientras en las esquinas de la tienda pequeños roedores corretean con rapidez. La anciana, visiblemente cansada, frunce el ceño y parece atrapada en su propia desesperación.

Al escuchar tu paso cerca de la puerta ella te mira con ojos llenos de súplica, como si la esperanza se le hubiera agotado. Se pone de pie con esfuerzo, apoyándose en un mostrador cubierto de harina y azúcar.

¡Oh, joven! —te llama, el tono de su voz es una mezcla de alivio y angustia—. ¡Qué bien que estás aquí! Perdona mi desorden, pero estos... estos roedores están destruyendo toda mi tienda. He intentado todo lo que puedo, pero no me dan tregua. ¡Mis dulces navideños, mi mercancía! Este festival es lo más importante para mí y si esto no se soluciona no sé qué haré. ¡Ayúdame, por favor!

La tienda, usualmente tan ordenada, ahora está llena de caos... cajas de azúcar rotas, galletas quebradas y los frascos de mermelada derramados en el suelo creando charcos pegajosos que atraen aún más a los roedores. Los pequeños animales se mueven entre las estanterías, destrozando todo lo que encuentran, como si supieran que la tienda está en su punto más vulnerable.

La Abuela Marisa te mira con preocupación, sus manos arrugadas apretando su delantal mientras señala las pequeñas huellas en la nieve que se han dejado los roedores al entrar por la puerta trasera.

Los he intentado espantar, pero son demasiados... Y es que justo hoy con todos los turistas en la ciudad, mis dulces son el alma del festival. ¿Cómo puedo ofrecerlos si todo está arruinado?

El sonido de una campanilla hace que los roedores se dispersan momentáneamente, pero la escena sigue siendo un caos. Los ojos de la anciana, llenos de angustia te observan fijamente... esperando una respuesta. El Festival de las Estrellas en Loguetown está en su punto más alto y si la tienda no recupera su ritmo podría perder mucho más que la oportunidad de vender por hoy.

Donatella, ¿decidirás ayudar a la abuela? ¿Lo harás por el espíritu navideño, por el sentido de justicia o tal vez por el simple deseo de enfrentarte a este pequeño caos con tu propia habilidad? Las opciones están abiertas, y la ciudad, al igual que la tienda, espera la solución a este pequeño desastre.


off
#1
Donatella Pavone
La Garra de Pavone
Loguetown, Día 2 de Invierno, Año 724


 
El aire helado de Loguetown le resultaba extrañamente reconfortante, a pesar del frío que calaba en su piel, Donatella Pavone no podía evitar dejarse llevar por la atmósfera de la ciudad. Las luces festivas que colgaban de los postes y las ventanillas de exhibición llenas de colores cálidos despertaban en ella una sensación de nostalgia. Este año iba a ser su primera Navidad lejos del Imperio Pavone, lejos de los banquetes familiares, las decoraciones grandiosas y los rituales de su hogar. Sin embargo, había algo en Loguetown, en su simplicidad y calidez, que le recordaba por qué esta época siempre había sido su favorita.
 
Mientras caminaba por el Distrito Sur, sus ojos ámbar se detuvieron en los detalles de la ciudad. La nieve crujía bajo sus botas, y los villancicos que se filtraban desde algún rincón parecían darle un ritmo pausado y calmado a su andar. Esta mañana no estaba aquí para buscar desesperadamente pistas sobre su hermano o su guardia real. Hoy, había decidido tomarse un momento para respirar, para despejar su mente antes de partir al Mar del Norte al día siguiente.
 
Se permitió detenerse frente a un pequeño puesto de pasteles, el aroma dulce y cálido de los mantecados le recordó las tradiciones de su familia. " Es un momento de dar y recibir. " Pensó en aquella frase que su madre solía repetirle cada invierno, enseñándole que la grandeza no solo estaba en recibir, sino en compartir. Fue entonces cuando, al doblar una esquina, su atención se fijó en una pequeña tienda con un letrero que decía "Dulces de la Abuela Marisa".
 
La tienda parecía sacada de un cuento de Navidad. Tenía guirnaldas colgando de las ventanas, un escaparate repleto de galletas decoradas y la campanilla de cobre que tintineaba débilmente con el viento. Sin embargo, algo no estaba bien. Donatella se acercó al escaparate y notó el caos en el interior; azúcar derramada, dulces destrozados y pequeños roedores correteando entre los estantes. Al observar más de cerca, vio a una anciana tratando de recoger un saco de azúcar con manos temblorosas, su rostro marcado por el cansancio y la frustración.
 
La desesperación en la voz de la abuela Marisa cuando pidió ayuda resonó profundamente en Donatella. Durante un momento, consideró seguir adelante, después de todo, tenía mucho en mente con sus preparativos, las dudas sobre si debía partir al Mar del Norte sin haber encontrado a su hermano o a sus guardias. Pero la mirada suplicante de la anciana la detuvo, recordándole que esta época del año no era solo para pensar en uno mismo. Donatella empujó suavemente la puerta y la campanilla tintineó, anunciando su entrada. Al ver que la anciana alzaba la vista con algo de esperanza, la cazarrecompensas dejó escapar un suspiro suave. — Parece que ha tenido un día complicado, señora. — Su voz era firme pero no carecía de calidez, un equilibrio que había aprendido a dominar con los años tratando con sus plebeyos.
 
La anciana comenzó a explicarle la situación con un torrente de palabras, señalando a los roedores y los destrozos mientras apretaba su delantal con manos temblorosas. Donatella escuchó con paciencia, asintiendo de vez en cuando. Cuando la mujer terminó, Donatella dejó caer suavemente su capa, revelando sus guantes decorados con grabados de plumas de pavo real. — Es la temporada de dar, ¿no es así? Déjeme encargarme de estos intrusos. Y después, quizás podamos recuperar algo del orden en este lugar. ¿Por dónde puedo comenzar o soy libre de utilizar mis métodos? — Comentó con un leve destello en los ojos mientras chasqueaba sus dedos y luego comenzaba a enrollarse las mangas de su abrigo.
 
Sin esperar respuesta, Donatella comenzó a inspeccionar el lugar. Los roedores eran pequeños y rápidos, pero no más rápidos que los reflejos de alguien como ella. Mientras analizaba las rutas de escape de los pequeños invasores, sus pensamientos vagaban brevemente hacia el Imperio Pavone. Allí, esta época estaba llena de música, banquetes y la compañía de su familia. Aunque el ambiente de Loguetown era más modesto, le resultaba extrañamente acogedor. Quizás, pensó, ayudar a la anciana sería su forma de traer un poco de esa calidez familiar a este rincón del East Blue.
 
Aunque su mente seguía ocupada con preguntas sin respuesta, por un momento, el caos de la tienda le dio un propósito distinto, uno que no estaba ligado a su misión ni a sus responsabilidades como heredera o cazarrecompensas. Ayudar a alguien más, aunque fuera en algo tan simple como espantar a unos roedores, le ofrecía un respiro inesperado. Y así, mientras la nieve seguía cayendo suavemente sobre Loguetown, Donatella encontró en aquella pequeña tienda un recordatorio de lo que realmente significaba esta época, no solo dar y recibir, sino también encontrar momentos de conexión, incluso en medio de la incertidumbre y el caos.

Personaje
 
Virtudes y Defectos
 
Inventario
#2
Arthur Soriz
Gramps
La abuela Marisa al escuchar tu ofrecimiento parece enderezarse un poco más. Su cansancio es evidente pero en sus ojos hay un destello renovado de esperanza porque al fin alguien se ha ofrecido a ayudarle. Desde temprano en la madrugada ha estado intentando solucionar este problema y lo único que ha hecho la gente ha sido seguir de largo... con la excusa de que están apurados o no saben qué hacer... vamos, que en pocas palabras no quieren ensuciarse las manos con ratones.

Sus manos ásperas y marcadas por años de trabajo en la cocina se cruzan frente a su delantal mientras te mira con gratitud. El eco de tus palabras parece reverberar en el pequeño espacio, llenándolo de algo que casi podrías llamar alivio.

Oh, querida, muchas gracias, de verdad... —dice su voz entrecortada, casi como si las emociones se mezclaran en su garganta—. No sabes cuánto significa para mí.

Se toma un momento para respirar profundamente... sus ojos recorren el caos a su alrededor observando el desastre que los pequeños roedores han dejado. Azúcar esparcida, migajas de galletas trituradas en los rincones, huellas diminutas marcadas en el suelo polvoriento... Cada rincón de la tienda tiene señales de que por allí han pasado esos traviesos ratones. A pesar de ello notas algo en su expresión... un aire de nostalgia, quizás incluso cariño, por aquellos que ahora la atormentan.

Mira... sé que son un dolor de cabeza, pero… —Marisa deja escapar un suspiro profundo mientras mira hacia una esquina donde una pequeña criatura se asoma tímidamente, antes de desaparecer entre las sombras—. Son tan pequeñas, tan frágiles. Incluso cuando destrozan todo no puedo evitar pensar que solo están buscando sobrevivir. Pobrecillas…

Sus palabras te sorprenden un poco considerando el desastre que tienes ante ti. Pero el tono en su voz es suave y cálido, te recuerda a una abuela que no puede evitar preocuparse incluso por los más traviesos de sus nietos.

Si puedes, espántalas. Ahuyéntalas de aquí sin lastimarlas, ¿de acuerdo? No creo que mi corazón pueda con algo más hoy —te dice con una sonrisa que trata de ser valiente... aunque la preocupación todavía se refleja en sus ojos.

Con un gesto tembloroso te señala hacia la alacena. Es un armario enorme de madera desgastada, con pintura blanca desconchada que revela vetas de madera oscura debajo; honestamente parece más una gran habitación que otra cosa. Los grabados de flores en relieve tienen un aire melancólico, como si hubieran visto mejores días. Sin embargo lo que hay detrás de esa puerta guarda la clave del problema.

Es ahí donde guardo toda mi materia prima —explica mientras sus manos se apretujan nerviosamente sobre su delantal—. Harina, azúcar, chispas de chocolate... Todo lo que necesito para los dulces del festival. Pero esas criaturas lo han tomado como su refugio.

Marisa se acerca a la puerta... vacilante, y se detiene justo antes de tocar el pestillo, como si temiera lo que pudiera encontrar al abrirla. Te mira por un momento, antes de hablar.

Lo dejo en tus manos, mi niña. Tómate tu tiempo, haz lo que tengas que hacer pero por favor, ten cuidado. Ellas son rápidas y siempre encuentran una forma de escapar.

El crujir de la nieve en tus botas queda reemplazado por el sonido de tus pasos sobre el suelo de madera. La tienda se siente extrañamente silenciosa salvo por el leve tintineo de la campanilla de la puerta que sigue danzando con el viento exterior. La luz de las guirnaldas se refleja en el suelo cubierto de harina y azúcar añadiendo un aire casi mágico al lugar... como si la tienda luchara por mantener su espíritu festivo pese al caos.

A veces me pregunto si no tienen una especie de líder, ¿sabes? Como si fueran más inteligentes de lo que parecen. Pero quizás solo estoy siendo tonta...

Ella sacude la cabeza suavemente y te sonríe con un leve encogimiento de hombros como disculpándose por divagar. A tu alrededor el aroma de azúcar y especias parece intensificarse, estás a punto de adentrarte a lo que para aquellos pequeños roedores es un paraíso terrenal.

Tómate tu tiempo, querida. Estoy aquí si necesitas algo.

Con eso dicho se retira unos pasos, dándote el espacio necesario para proceder como consideres mejor. Te observa desde la distancia... sus manos inquietas jugueteando con el borde del delantal, como si estuviera contenida entre la esperanza de que todo se resuelva y la preocupación de que su tienda, su pequeño refugio en el mundo, pueda perderse si no se logra solucionar el problema.
#3
Donatella Pavone
La Garra de Pavone
La súplica en los ojos de la abuela Marisa fue suficiente para que Donatella se enderezara, reafirmando su decisión de ayudar con más convicción aún. La mezcla de nostalgia y cariño en las palabras de la anciana le recordó la calidez de los relatos navideños de su hogar. Era imposible no sentir respeto por alguien que, incluso en medio del caos, podía encontrar compasión en los más pequeños detalles. —No se preocupe, señora. Haré lo que pueda para que estas pequeñas criaturas se marchen sin causar más daño. — Dijo Donatella con una ligera sonrisa, mientras ajustaba sus guantes decorados y continuaba analizando con su vista y olfato la tienda.
 
Se acercó con pasos silenciosos a la alacena de madera, apreciando los grabados antiguos en sus relieves. Era un mueble hermoso, aunque ahora parecía ser la guarida principal de la invasión de los pequeños roedores. Con cuidado, deslizó los dedos por el pestillo, sintiendo la textura rugosa de la madera envejecida bajo sus dedos y el azote en las paredes internas. “Es su refugio.” Pensó, recordando las palabras de la señora con cierta melancolía, tratando de determinar la mejor manera de actuar. Tal vez, en su búsqueda desesperada de comida y calor, los roedores simplemente habían encontrado en esta alacena un paraíso navideño que no querían abandonar.
 
Con un movimiento firme pero suave, abrió la puerta de la alacena. Un crujido prolongado acompañó la apertura, revelando un pequeño caos de harina esparcida, sacos mordisqueados y diminutas huellas marcadas en el polvo dulce. Los roedores se agitaron, corriendo de un lado a otro al notar la apertura de la entrada a manos de Donatella. — Tranquilos... — Susurró, manteniendo su voz baja y pausada para no asustarlos más de lo necesario. Agachándose levemente, se tomó un momento para observarlos. Había más de los que esperaba, y algunos parecían más pequeños de lo que había imaginado, apenas crías.
 
Respiró hondo y luego sonrió para sí misma. Sabía exactamente lo que debía hacer. Rápidamente, tomó todo lo que le funcionara, desde estantes hasta bandejas, colocándolos estratégicamente para crear un pasillo que llevaría a los ratones hacia la puerta trasera de la tienda. Luego, con movimientos calculados, comenzó a hacer pequeños ruidos chasqueando los dedos con la mano izquierda, imitando el sonido de nueces chocando entre sí, algo que, recordaba, solía atraer la curiosidad de las ardillas en su tierra natal. Los roedores, desconcertados al principio, comenzaron a seguir el sonido, sus diminutas narices moviéndose con curiosidad. Aunque claro, su haz bajo la manga era ir dejando dulces y cualquier comestible de interés como un rastro en el laberinto de los roedores.
 
Eso es... sigan el camino. —Murmuró mientras guiaba a los pequeños intrusos, abriendo con cuidado la puerta trasera para dejarlos salir al callejón nevado. El aire frío entró en la tienda, haciendo que el olor a azúcar y especias pareciera aún más intenso. Uno a uno, los roedores fueron saliendo, hasta que la alacena quedó prácticamente vacía. Solo uno permaneció atrás, una pequeña cría que parecía demasiado débil para seguir al resto.
 
Donatella se acercó lentamente y, con cuidado, tomó un paño limpio de la estantería y lo envolvió suavemente alrededor del pequeño animal. — No puedes quedarte aquí, pequeño. — Susurró mientras lo llevaba afuera y lo dejaba junto a los demás, asegurándose de que estuviera bien arropado en un rincón cálido junto a una pila de virutas de madera.
 
Cerró la puerta trasera y se giró hacia la señora, sacudió un poco sus guantes para limpiar los restos de harina y se permitió esbozar una sonrisa triunfal. — La tienda es suya nuevamente, abuela. — Declaró, con un tono suave pero seguro. — No se preocupe por deberme un favor ni nada, verla sonreír sería un pago más que suficiente. — Respondió Donatella con sinceridad, aunque su mirada se desviara un instante hacia el ventanal, donde la nieve seguía cayendo suavemente. El espíritu navideño no solo estaba en los adornos y los villancicos, sino en momentos como este, donde la generosidad se convertía en el mejor regalo. — Aunque le recomiendo hacer una especie de contención o crearles un refugio a los roedores fuera de su tienda, es un peligro para usted tenerlos dentro sin mencionar que pueden dañar la imagen de su local. — Su tono serio y firme no carecía de gentileza y sinceridad, mientras recorría la tienda reacomodando los estantes y objetos que utilizó, lanzando alguna que otra mirada a los lados buscando asegurarse de que ningún roedor se haya quedado atrás.
#4
Arthur Soriz
Gramps
La tienda parecía sumirse en una quietud extraña como si al fin, el caos que había estado presente por horas hubiera terminado definitivamente. Sin embargo la paz que había logrado establecerse en el interior se rompió como una burbuja que estalla en el aire. Los roedores que por un instante parecían haberse retirado o simplemente dejado de ser visibles, reaparecieron uno tras otro, y comenzaron a agolparse frente a la ventana de la fachada frontal mirando al interior del local. Había algo en su presencia, algo tan sencillo, que su aparición pareció tan natural como si hubieran estado esperándote a ti o a la señora Marisa para darles una respuesta.

A través de la cristalera empañada por el frío exterior, los pequeños animalitos se alinearon uno tras otro, con sus ojitos brillando con una mezcla de hambre y frío. Estaban ahí de pie observando con anhelo el interior donde el calor y los aromas dulces se mantenían intactos, como una promesa inalcanzable. El brillo en sus ojos parecía comunicar una súplica silenciosa... un llamado sordo que resonaba en la misma quietud de la tienda.

Había algo casi humano en su mirada, un toque de desesperación que no se podía ignorar. Parecían pequeños y frágiles al igual que la misma Marisa. A medida que uno a uno se acomodaban en el cristal, la señora que se encontraba justo a tu lado no pudo evitar suspirar, un suspiro que parecía contener todo el peso de una vida entera de compasión y sacrificio.

El aire estaba impregnado de un sentimiento compartido, casi tangible, como si las palabras ya no fueran necesarias. Miró a los ratones... luego a ti, y habló en un susurro tan bajo que casi se perdió en la atmósfera cargada de dulzura y complicidad.

Ay, querida... ¿Crees que estarán bien? —la duda en su voz era profunda, cargada con la nostalgia de una mujer que había vivido mucho y había aprendido a encontrar belleza en los lugares menos esperados. Su mirada se desvió hacia los roedores una vez más como si temiera que se desvanecieran si les daba la espalda. Estaba claro que el dilema no solo era sobre la tienda ni sobre los ratones sino también sobre su propio corazón, dividido entre el deseo de ofrecerles refugio y el miedo que siempre la había acompañado cuando se trataba de esos pequeños invasores.

Marisa siguió observando a los roedores con una mezcla de ternura y desconcierto, como si pudiera ver más allá de su pequeño tamaño, como si esos animales tuviesen historias que contar que quizás nunca entendería. Sin embargo había algo en su voz que te hizo sentir que su corazón se debatía, luchaba entre la empatía y el miedo, entre lo que ella deseaba hacer y lo que sentía que debía hacer.

Últimamente, he notado que parecen... ayudar —dijo, sus palabras saliendo con una mezcla de sorpresa y aceptación, como si las ideas que había tenido sobre los ratones no fueran del todo correctas—. Han estado agregando algo a los dulces, un toque diferente... más especias, más azúcar, algo que no había intentado antes, pero... que ha hecho que algunas de las recetas salgan mejor. No sé si es por accidente o si realmente saben lo que están haciendo, pero... —pausó, como si diera a las criaturas una dignidad que nunca antes les había dado—. Tal vez no sean tan malos, después de todo.

Tuviste la sensación de que sus palabras eran una justificación que venía del alma, una especie de reconciliación con un caos que nunca quiso entender del todo. Su mirada volvió a los ratones, a esos pequeños seres que seguían ahí mirando el calor de la tienda desde el frío invernal observando con una mezcla de curiosidad y deseo.

Pero rápidamente su rostro se tornó serio, una sombra de preocupación cruzó su rostro y una nueva ola de inseguridad la invadió. Se llevó las manos al delantal, apretándolo como si intentara retener algo invisible que se le escapaba entre los dedos.

Pero yo... no puedo soportar tenerlos cerca, querida. Me asustan demasiado —admitió, su voz temblando apenas como si confesara algo que la avergonzaba profundamente. Una pena cálida y amarga se reflejó en sus ojos y de repente esa mujer que parecía tan fuerte, tan dispuesta a luchar por su tienda se mostró vulnerable, más humana que nunca—. Cada vez que se acercan, cada vez que escucho esos pequeños ruidos me pongo nerviosa, zapateo y tiro todo por miedo. Yo... no puedo controlarme. Me da miedo que un día se me escapen y se escondan donde no pueda encontrarlos. Y además... si siguen aquí, con lo que esto podría significar para la tienda... ¿Qué haremos?

Sus palabras parecían salir atropelladas y por un momento la imagen de la mujer frágil y pequeña parecía completamente ajena a la que había estado en pie, luchando por su negocio hasta ahora. Se mostraba vulnerable y afectada, como si la solución a este caos no fuera tan simple como ahuyentar a los ratones o ignorarlos. Finalmente, después de un largo suspiro, Marisa te miró directamente a los ojos. Su corazón estaba dividido entre el miedo y la compasión. Y en su voz la pregunta no era solo para ti, sino también para ella misma.

¿Tienes alguna idea, querida? —preguntó como si te viera como la única posible salvadora de una situación que se sentía demasiado grande para ella. — No quiero hacerle daño a los ratones. Pero no sé qué hacer... Estoy tan perdida. Lo último que quiero es que ellos se queden fuera, pero... tampoco puedo sacarme el miedo que les tengo.

Marisa finalmente se permitió dejar escapar un suspiro de frustración, y se pasó una mano arrugada por la frente, como si las decisiones que había estado tomando durante tanto tiempo ya la hubieran agotado. Pero en medio de todo eso, el que parecía ser el líder de ese grupo de ratones parecía saltar, brincar incluso frente a la ventana de la fachada. Como si fuesen entrenados para hacer lo que se les decía, los ratones empezaron a agruparse, trepando uno encima del otro como si fueran pequeños acróbatas.

Iban formando letras, pero el mensaje fue más que obvio... Luego de unos cuantos minutos, se formaron dos palabras.

"Queremos ayudar."
#5
Donatella Pavone
La Garra de Pavone
Donatella observó en silencio cómo los ratones se alineaban frente a la ventana, sus diminutos cuerpos temblando levemente bajo el frío, pero con ojos brillantes que hablaban de algo más profundo que una simple búsqueda de calor y comida. La imagen en conjunto con los comentarios de la abuela Marisa era casi surrealista, y cuando vio cómo se agrupaban para formar esas dos palabras en específico el desconcierto la atravesó por completo.
 
Se quedó inmóvil por un instante, escuchando con atención cada palabra de la abuela Marisa. La mezcla de temor y ternura en su voz hizo que algo dentro de Donatella se removiera, recordándole que la fortaleza y la vulnerabilidad podían coexistir en la misma persona. — Lo entiendo... No es fácil aceptar lo desconocido, mucho menos cuando puede parecer una amenaza. — Dijo suavemente, volviendo su mirada hacia la anciana y esbozando una pequeña sonrisa de empatía, como si la misma Garra de Pavone tuviese algo que le hiciera identificarse en ese momento.
 
Sus ojos regresaron a la cristalera, observando al grupo de roedores con una mezcla de escepticismo y curiosidad. La situación era tan atípica que incluso ella, con toda su experiencia, se sentía desafiada sin tener muy claro cómo responder. Se inclinó levemente hacia Marisa, con la voz cargada de serenidad. — Si realmente quieren ayudar, entonces tal vez podamos darles una oportunidad... pero bajo nuestras reglas. — Mencionó con una sonrisa cálida, comenzando a caminar lentamente hacia la puerta, como si quisiera asegurarse de no romper la conexión que se había creado con los pequeños visitantes, o ayudantes. Abrió apenas una rendija, permitiendo que el aire frío entrara y despeinara algunos mechones de su cabello.
 
Escuchen... — Murmuró con un tono firme pero calmado tras un largo suspiro. — Si quieren quedarse, tendrán que demostrarlo. La abuela Marisa no puede seguir preocupándose por cada ruido, y yo no permitiré que su negocio corra peligro. —  Volvió la vista hacia la anciana y le guiñó un ojo con complicidad, como si le dijera sin palabras que todo estaba bajo control. Luego, retomó su atención en los ratones. — Si pueden mantener la tienda en orden y evitar cualquier daño... quizás podamos encontrar un modo de convivir, al menos durante esta temporada. Pero deberán seguir todos los lineamientos, incluyendo de higiene. — Tras dejarle la puerta ligeramente abierta, Donatella respiró hondo y se volvió hacia Marisa.
 
Si esto funciona, podríamos incluso crear una historia que atraiga más clientes, ¿no lo cree? O hasta utilizarlos como gancho para darle más publicidad a su dulcería. — Dijo con un tono más ligero, esperando arrancarle al menos una sonrisa. Se acercó y tomó con cuidado las manos de la señora. — Pero si algo sale mal, si en algún momento te hacen sentir insegura, los pondremos a salvo en otro sitio. Esta tienda es tu refugio, y tienes derecho a sentirte tranquila en ella. — Culminó con un tono esperanzador mientras la nieve caía suavemente en el exterior. Donatella observó cómo los ratones parecían prestar atención, como si comprendieran la importancia de sus palabras.
 
Finalmente, la heredera del Imperio Pavone se enderezó con la misma elegancia y firmeza de siempre, ajustándose los guantes. — Bien... veremos si la Navidad también puede traer milagros inesperados. — Murmuró para si misma, esperando tanto la respuesta de los ratones en cuanto a accionar como las posibles respuestas de la señora.
#6
Arthur Soriz
Gramps
Marisa comprende lo que le estás diciendo, pero a pesar de esto se nota que su fobia es más fuerte que ella... al menos de momento. Pero todos sabemos que incluso la fobia más fuerte puede ser superada con esmero... con dedicación. Al principio parece inmersa en sus propios pensamientos, como si estuviera luchando contra algo que ha llevado dentro durante mucho tiempo. Luego lentamente levanta la mirada y ves en sus ojos algo que reconoces de inmediato. Es decisión, a progresar... a no quedarse estancada perdida en el temor inexplicable.

No sé qué decir... — dice, su voz apenas un susurro cargada de emoción. — Siempre he tenido... una especie de fobia a los ratones. —su confesión es un hilo frágil de palabras, casi que se le quiebra la voz pero puede proseguir... no va a llorar. — Me aterran esos ruiditos, cómo se mueven tan rápido. Es como si todo se me viniera encima y no puedo controlarlo. — hace una pausa, sus ojos buscando los tuyos... buscando comprensión. — Pero nunca quise hacerles daño...

A medida que habla notas cómo su cuerpo comienza a relajarse, como si finalmente hubiera encontrado una manera de liberar el peso que llevaba sobre sus hombros. — Si hay una manera de que podamos coexistir, que ellos puedan ayudar y yo no tenga que sentirme tan asustada... — una chispa de emoción se enciende en sus ojos y de repente su rostro se ilumina. — ¡Podríamos hacer pequeñas aperturas en las paredes! — señala con entusiasmo de un lado al otro del local, sus gestos llenos de una nueva energía. — Con barandillas para que caminen, como pequeños caminos solo para ellos. Así no tendrían que estar en el suelo y yo... podría acostumbrarme a verlos sin sentir tanto miedo.

La emoción en su voz es palpable y su sonrisa es tan amplia que ilumina toda la habitación. — ¡Sería maravilloso! Podrían tener su espacio y yoel mío. Y, quién sabe, tal vez incluso puedan seguir ayudando con esas recetas mágicas que parecen conocer. — ríe suavemente, su risa una melodía de alivio y esperanza.

Marisa toma tus manos entre las suyas y sientes el calor de su gratitud en su apretón. — Gracias, de verdad... muchísimas gracias. No solo por ayudarme a encontrar una solución, sino por hacerme sentir que no estoy sola en esto. — su voz se quiebra ligeramente, pero el brillo en sus ojos te dice que estas lágrimas son de alegría, no de tristeza. Con un gesto cariñoso saca un termito y te ofrece una taza de chocolate caliente, su sonrisa tan cálida como la bebida que te da. — Es de mis reservas secretas, para ocasiones especiales como esta. — luego te entrega una caja de galletitas de jengibre, una de las pocas que ha logrado salvar del caos. — Y estas... bueno, pensé que después de todo este alboroto te vendría bien un dulce.

Mientras aceptas su regalo miras hacia la ventana y ves a los ratones. Están ahí formando un corazón con sus pequeños cuerpos, saltando de alegría como si comprendieran la magnitud de lo que acaba de suceder. Marisa sonríe, sus ojos brillando con lágrimas de felicidad. — Mira eso, — susurra, su voz llena de asombro y ternura. — Es como si ellos también supieran que todo estará bien.

La tienda que hace poco era un lugar de caos y temor ahora se siente como un refugio digno de ser considerado una tiendita de confitería. El aire se llena de la calidez del chocolate, el aroma de las galletas y la promesa de una coexistencia pacífica. Afuera, la nieve sigue cayendo suavemente mientras el espíritu navideño envuelve cada rincón del local, confirmando que a veces los milagros llegan en las formas más inesperadas.
#7
Donatella Pavone
La Garra de Pavone
Donatella escuchó cada palabra de la señora con una mezcla de atención y calidez. La confesión de la anciana era un recordatorio de que incluso los más fuertes tienen batallas internas que librar. La Garra de Pavone sostuvo con firmeza las manos de la abuela mientras asentía con suavidad. — Todos tenemos nuestros miedos, señora. Pero lo importante es no dejar que nos definan. Y hoy has dado un gran paso. — Su voz era firme y gentil a la vez, buscaba reforzar la nueva decisión que la anciana había tomado.
  
La idea de los caminos elevados para los ratones hizo que los labios de Donatella se curvaran en una sonrisa genuina. — Me parece una idea maravillosa. Incluso podría decorarlos para que sean parte del encanto de la tienda. — Su mirada se posó por un instante en el local, imaginando las pequeñas pasarelas de madera y las barandillas con detalles festivos. La tienda podría convertirse en algo único, un lugar que mezclara dulzura y magia navideña en cada rincón con unos asistentes únicos y especiales.
 
Cuando Marisa le ofreció la taza de chocolate caliente, Donatella aceptó con gratitud, sintiendo el calor reconfortante que subía desde sus manos hasta su pecho. — Muchas gracias... este es exactamente el tipo de regalo que hace falta en días como este. — Dijo antes de tomar un sorbo, cerrando los ojos un instante para disfrutar del sabor dulce y la calidez. La caja de galletitas de jengibre la hizo soltar una pequeña risa, recordando los banquetes navideños de su tierra natal. — Las guardaré como un recordatorio de este día. Aunque dudo que me duren mucho tiempo. — Bromeó con un guiño de complicidad.
 
Al mirar hacia los ratones que ahora estaban formando un corazón con sus diminutos cuerpos, Donatella sintió una punzada de ternura. La escena parecía sacada de un cuento navideño, los pequeños saltos de alegría de los roedores hacían que el aire se llenara de un espíritu festivo aún más cálido. — Parece que todos estamos listos para este nuevo comienzo. — Murmuró, sus ojos reflejando la suave luz de las guirnaldas que adornaban la tienda.
 
Se giró hacia la dueña del local y le dedicó una última sonrisa antes de dejar la taza sobre el mostrador. — Recuerde, esta tienda es tu refugio, pero también es un hogar para la alegría. Hoy has demostrado que el miedo no tiene por qué ganarte. Estoy segura de que tus dulces serán más mágicos que nunca con esta historia detrás. — El aire estaba cargado con el aroma del chocolate y las galletas recién horneadas, envolviendo la tienda con un abrazo invisible. Afuera, la nieve seguía cayendo con suavidad, cubriendo las calles de Loguetown con un manto blanco que parecía confirmar que, a veces, los milagros ocurren en los momentos menos esperados.
 
Con un último ajuste de su abrigo y un vistazo al cálido refugio que ahora era la tienda, Donatella se dirigió hacia la puerta. — Hasta pronto, señora. — Dijo con voz serena mientras abría la puerta y dejaba que la brisa helada la envolviera al salir. — Que tengas un feliz resto del invierno y una feliz Navidad. — Y con esas palabras, La Garra de Pavone volvió a sumergirse en las nevadas calles de Loguetown, llevando consigo la certeza de que incluso los corazones más asustados pueden encontrar consuelo cuando se les da la oportunidad de confiar.
#8
Moderador X Drake
Bandera Roja
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Donatella Pavone
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Arthur Soriz
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#9


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