Hay rumores sobre…
...un hombre con las alas arrancadas que una vez intentó seducir a un elegante gigante y fue rechazado... ¡Pobrecito!
[B-Pasado] [ Muken vs Samaka] Un Aviso en el Diario.
Muken
Veritas
Un joven adolescente de pelo negro y largo, lleno de energía, balancea una mochila de color gris mientras camina por un pequeño sendero rodeado de diferente fauna y flora. Vistiendo ropa deportiva y llevando una escopeta en la espalda el joven observa y captura las distintas imágenes del paisaje que se extendía ante él. No tardó mucho en llegar a una fortaleza que se encontraba a las afuera de la ciudad. -boom- -bang- bang- -boom- ecos de fuertes disparos se hacían presente en el lugar, algo que estremecería a cualquier civil normal. Al acercarse a la puerta principal un hombre de carácter serio se acercar al joven -identificación por favor. -, el chico sin ningún problema saco sus documentos los cuales al terminar de ser revisados fueron entregados. -Pase. –

El interior estaba bastante concurrido y todos portaban armas, este era un pequeño paraíso para Muken el cual se sentía en familia. Al acercarse al mostrador es recibido por Billy, un hombre montaña, con una musculatura descomunal que hace que sus ropas parezcan estar a punto de reventar. Su piel, curtida por el sol y el salitre, está surcada por cicatrices que cuentan historias de batallas y aventuras. Su voz es un trueno que impone respeto, pero su corazón es noble, suele llevar una gran escopeta a la espalda y un pañuelo rojo atado alrededor de la cabeza. Su mirada es penetrante y transmite una sensación de calma y seguridad. -Te estaba esperando Muken- colocando hojas en la mesa – Hoy te toca la línea 4, no olvides de limpiar al terminar. – asintiendo con la cabeza se aleja del mostrador.

Línea 4, tras colocar una hoja en el gancho esta se aleja unos 15 metros, una vez en posición Muken coloca su escopeta sobre una mesa a su izquierda, de la mochila saca partes de un rifle que empieza armar para luego colocar en la mesa y finalmente una pistola. El olor de la pólvora se hacia presente en el ambiente -Disparar a puntos fijos hará que me oxide, debo buscar con quien practicar o me volveré un inútil con armas. – tras terminar su hora Muken se acerca al mostrador en busca de ayuda de Billy, él cual le aconsejo mandar un mensaje por el diario para conseguir un compañero de entrenamiento, si conseguía uno él le prestaría el salón de entrenamiento 2.

Salón de Entrenamiento

La idea parecía buena y Muken estaba necesitando un compañero con quien entrenar urgentemente, por lo que, al salir de la Fortaleza, este se dirigió hacia la imprenta de diario local donde con emoción subió un mensaje en la parte social del diario, tal vez con algo de suerte conseguía con quien entrenar.

Mensaje


Al día siguiente con el diario entregado en La Fortaleza, Billy que se encontraba con Muken, logra leer el mensaje escrito por el chico y sin intentar aguantar un segundo este se echo a reír por lo leído. -Niño como subes un mensaje como este, es realmente malo. - con una libreta en la mano -En realidad no sabia como escribir el mensaje por lo que deje a alguien mas a cargo, así que no molestes viejo. - -si logras conseguir un compañero será un milagro te lo aseguro.- -entonces iré por el milagro, no molestes.- tras sus ultimas palabras Muken se dirigió al salón de entrenamiento a espera a quien alguien conteste su mensaje.
#1
Jigoro Kano
El pequeño
Jigoro 
disfrutaba uno de sus primeros días francos en semanas, con actitudes relajada caminaba por las calles de Loguetown con paso firme, observando todo a su alrededor con la mirada analítica que había desarrollado tras años de servicio. El bullicio de la ciudad lo mantenía alerta, pero también lo hacía sentir en casa. 

Mientras paseaba, un quiosco de periódicos llamó su atención. No solía interesarse en las noticias, pero algo en la sección de avisos personales le hizo detenerse. Un mensaje resaltaba sobre los demás:

"Hola, mi nombre es Muken y me encanta entrenar mi estilo Veritas, pero a veces se echa de menos la energía de un compañero. Si tú también buscas alguien con quien entrenar y pasar un buen rato, ¡Búscame! Podemos establecer nuestros propios objetivos y ritmos. Te espero en LA FORTALEZA, ubicada en ------. Pregunta por Billy, él sabrá dónde estoy."

Jigoro frunció el ceño, pensando en la oportunidad que esto podría representar. Entrenar con alguien que practicara un estilo diferente al suyo podría ofrecerle nuevas perspectivas y desafíos, justo lo que necesitaba para seguir fortaleciendo su camino en el judo. Decidido, arrancó la página del periódico y la guardó en su bolsillo. Tenía un destino en mente.

La Fortaleza estaba en las afueras de la ciudad, un lugar imponente que parecía un bastión dedicado al entrenamiento y la disciplina. Al llegar, un guardia le pidió su identificación antes de permitirle el paso. Jigoro, sin decir una palabra de más, entregó sus papeles, los recuperó rápidamente y siguió su camino al interior del lugar.

Dentro, el ambiente era intenso; el sonido de entrenamientos resonaba en cada esquina. La mezcla de pólvora, sudor y esfuerzo impregnaba el aire. Jigoro se detuvo brevemente, observando a los hombres y mujeres a su alrededor, antes de acercarse a un robusto hombre que se encontraba detrás de un mostrador. Recordó el nombre del contacto mencionado en el aviso.

—¿Billy? —preguntó con su voz grave y firme.

El hombre levantó la vista, asintiendo con un gesto. Jigoro no añadió más, simplemente mostró el recorte del periódico. Billy, comprendiendo de inmediato, señaló hacia una puerta al fondo del recinto.

Jigoro agradeció con una ligera inclinación de cabeza y se dirigió hacia el salón de entrenamiento indicado. Al entrar, el lugar estaba vacío salvo por un muchacho joven que parecía concentrado en sus ejercicios. Sin decir nada, Jigoro observó el espacio y comenzó a prepararse. Se quitó la capa y la dejó cuidadosamente a un lado, asegurándose de que no interfiriera con sus movimientos.

El entrenamiento era algo sagrado para Jigoro, un tiempo en el que podía desconectar del mundo exterior y enfocarse únicamente en perfeccionar su cuerpo y mente. Empezó con estiramientos básicos, manteniendo la calma y control en cada movimiento. Sentía que el entrenamiento con este joven podría ser interesante, una oportunidad de probar su judo contra un estilo que no conocía. Aunque no sabía mucho sobre el tal Muken, estaba dispuesto a descubrirlo a través del combate.

Después de unos minutos, Jigoro estaba listo. Con los músculos tensos y la mente enfocada, se puso en pie y lanzó una mirada decidida al joven.

—Estoy aquí para entrenar, —murmuró para sí mismo, recordando que el verdadero aprendizaje venía del desafío. Estaba listo para lo que vendría.
#2
Muken
Veritas
Estando frente a una mesa de madera, Muken observa con atención a sus bebes mientras comía unos onigiris. Las hermanas Vaiolet (sus dos pistolas), al gran Sebastián (su escopeta) y a Winchester (su Arma de tirador). El Joven tirador se encontraba bastante feliz ya que su mensaje en el diario tuvo sus frutos, pues no tardo en conseguir un compañero para el entrenamiento. Este era un hombre de gran edad, con una altura de 160cm, aunque tiene una complexión bastante musculosa y robusta la cual lo hacía ver genial. Su piel curtida y su rostro severo están adornados por una barba negra espesa, contrastando con su prominente bigote blanco que cae sobre su labio superior. A pesar de su edad, su cuerpo es una impresionante exhibición de fuerza, con músculos marcados y definidos que resaltan cada vez que se mueve y sus manos grandes y callosas reflejan sus años de entrenamiento.

Muken le señala a Jigoro una nota que le dejo cerca de la entrada -Por temas de seguridad cambiare mis balas de plomo por balas de goma. Aunque el proyectil no te atraviese el dolor será intenso así que si quieres usar alguna protección extra no hay drama. – si observaba hacia un costado Jigoroo podría ver ropa especial para entrenamiento, la cual mitigaría el dolor (Esta ropa no da ventajas o desventaja, es más por tema de rol, al yo usar armas de fuego). Mientras su compañero se estiraba Muken tomando un caramelo de su bolsillo, este procede a desenvolverlo y luego lo llevo a boca.

Gracias por venir. – comento, mientras se colocaba sus armas. Winchester estaba colgada en su espalda como siempre, las hermanas Vaiolet protegidas como siempre en la cintura colocadas suavemente es sus estuches, mientras que el gran Sebastián estaba entre las manos del joven tirador, cargado y listo para causar daño.

Colocándose a 15 metros de Jigoro, Muken le muestra una moneda, cuando esta tocara el suelo la pelea comenzaría.

Personaje

Rasgos y Pasivas

resumen
#3
Muken
Veritas
AVISO


Muken sentía que cada inhalación era una lucha. Sus pulmones, como fuelles oxidados, luchaban por expandirse. La opresión en el pecho se intensificaba con cada latido frenético de su corazón. Era como si una manada de caballos salvajes galopara dentro de su tórax, sacudiendo sus costillas como si fueran jaulas. La moneda, una vez un simple objeto metálico, ahora era el centro de su universo. Girando y girando, desafiando la gravedad, parecía burlarse de su angustia. Con cada vuelta, se aferraba a la esperanza de que pudiera detenerse, que la incertidumbre que representaba se disipara. Pero la moneda seguía girando, un recordatorio constante de lo precaria que era su situación. Recordó las palabras de su abuelo: -Todo lo que vuela tarde o temprano tiene que caer-

El cronómetro marcaba 1.33 segundos. Un instante eterno para Muken, quien, con la precisión de un cirujano, encajó la culata del Winchester en su hombro. Su ojo, entrenado para la caza, se posó en la silueta de su adversario. Dos disparos rápidos y certeros, como latigazos, se dirigieron a las piernas. Seguidamente, un par más, con la misma precisión, impactaron en el centro del pecho. Y para rematar, un disparo certero a la cabeza. Las balas de goma, diseñadas para incapacitar sin causar daño permanente, zumbaron en el aire, perforando el blanco con un sonido sordo. Muken había ejecutado la secuencia con una eficiencia mecánica, cada movimiento calculado y preciso.

Con la fluidez de un bailarín, Muken cambió el pesado Winchester por la esbelta Sebastián. El rifle de largo alcance cedió su lugar a la escopeta, un arma diseñada para distancias medias, pero que en sus manos se convertía en una extensión de su cuerpo. Saltando hacia adelante, zigzagueando como una serpiente, esquivó hábilmente cualquier posible contraataque. La arena crujió bajo sus botas mientras se desplazaba, dejando una estela de polvo a su paso. Con cada salto, acortaba la distancia que lo separaba de su adversario. Cuando estuvo a tiro, encajó la culata de la escopeta en su hombro y disparó dos veces. Los cartuchos de perdigones de sal estallaron contra el cuerpo del oponente, una lluvia de cristales que lo obligó a retroceder.

Con un movimiento fluido y casi mecánico, Muken abandonó la Sebastián, dejando que la escopeta cayera a un lado. Sus dedos, rápidos como rayos, se aferraron a las empuñaduras de las hermanas Violet, dos pequeñas pistolas gemelas que descansaban en sus muslos. Estirando los brazos, alineó cuidadosamente las miras, convirtiendo su cuerpo en una extensión de las armas. Doce disparos salieron disparados en una rápida sucesión, una lluvia de balas convergiendo en un único punto: el pecho de su adversario.

Un intenso calor le abrasó las manos, como si las hubiera sumergido en aceite hirviendo. El dolor era tan agudo que un grito ahogado escapó de sus labios. Las hermanas Violet, ahora inservibles, cayeron al suelo con un tintineo metálico. La respiración de Muken se convirtió en un jadeo convulso, su pecho subía y bajaba con violencia. Su respiración era un soplo irregular, como un fuelle desgastado. Con voz débil, pero firme, invocó el estilo Veritas. La técnica, exigente y compleja, requería una fuerza y una resistencia que aún no había desarrollado por completo. Sus músculos se contrajeron, tensándose hasta el límite, y luego se relajaron con un temblor incontrolable. Cayó de rodillas, agotado pero satisfecho.

Muken se arrastró por el suelo polvoriento, dejando un rastro de sangre que contrastaba con la pálida luz del atardecer. Su cuerpo, adolorido y exhausto, le recordaba con cada latido la intensidad de la batalla. Alcanzó a ver a su compañero, tendido en el suelo, su respiración débil y entrecortada. Un escalofrío recorrió su espalda. La imagen de su amigo, pálido y vulnerable, era una puñalada en su corazón. -Carajos creo que lo mate. – pensó el joven tirador preocupado por la situación del anciano. Se arrodilló a su lado, apoyando la cabeza en sus rodillas. Observó con horror las heridas de su compañero: un corte profundo en el brazo, una mancha oscura ensangrentando su camisa en el pecho. El miedo se apoderó de él, un miedo frío y paralizante. -¿Podría salvarlo? ¿abre llegado demasiado tarde? - Recordó las palabras de su Abuelo: "Un guerrero no solo lucha, sino que también protege". Y en ese momento, comprendió el verdadero significado de esas palabras. No podía permitirse el lujo de rendirse. Tenía que hacer algo, por lo que empezó a gritar ayuda, esperando que algún encargado escuchara sus suplicas.

El eco de los disparos aún resonaba en el gimnasio, pero Muken solo podía oír el latido frenético de su corazón. Junto a él, el anciano yacía inmóvil, su rostro pálido y su respiración superficial. Un sudor frío le empapó la espalda. Había ido demasiado lejos. El encargado, un hombre corpulento con una mirada severa, irrumpió en la escena. Su rostro se endureció al ver al anciano en ese estado. Sin perder un segundo, se arrodilló y examinó las heridas del hombre. Muken observaba, paralizado por el miedo y la culpa.

—¡Maldita sea! —exclamó el encargado, su voz resonando en el espacio vacío. Con movimientos rápidos y precisos, empezó a atender al anciano. Muken quiso acercarse, pero el encargado lo detuvo con un gesto.
—Tú, aléjate —gruñó, sin apartar la vista del herido.

Muken se sintió pequeño e insignificante. Había puesto en peligro la vida de alguien. ¿Y todo por qué? Por un simple entrenamiento. Las horas pasaron y para la suerte del joven todo había salido bien, el anciano se llegó a levantar como si nada y se retiró del lugar, mientras que el joven tirador fue regañado por el duelo del establecimiento.
#4


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