¿Sabías que…?
... existe una isla en el East Blue donde el Sherif es la ley.
[Aventura] [T3] Suffer
Arthur Soriz
Gramps
[ · · · ]

5 de Invierno
Año 724


El barco desciende lentamente hacia la costa, sus maderas crujientes y su estructura dañada por la tormenta que los dejó tambaleando más de lo que te gustaría recordar. El pulpo volador que los trago hasta aquí está agotado, con los tentáculos retorcidos y rasgados por los vientos violentos, casi irreconocible. La criatura jadea en el agua mientras el mar sigue golpeando la orilla con fuerza... los últimos vestigios de la tormenta cansó tanto al pulpo que probablemente perezca en el correr de la tarde. A pesar de todo el puerto de Isla Tortuga se perfila ante ti como una promesa, la luz opaca del día reflejándose en los restos fosilizados de una tortuga marina gigante cuyos huesos sirven como columna vertebral para la isla.

Tu mirada se fija en el horizonte. La tierra aunque acogedora por fin, no lo es de la manera que esperabas. La ciudad de Champa, el núcleo de la isla, es todo lo contrario a un refugio seguro. Aquí no hay paz ni una tregua en la guerra constante por el poder. El puerto está lleno de vida, sí, pero una vida violenta y desordenada. Gente tropieza por las calles polvorientas, algunos borrachos... otros peleando por los restos de un botín, algunos simplemente caídos al suelo inconscientes o muertos. El aire está cargado de tensión, de gritos, de amenazas vacías que se lanzan entre apuestas y desafíos. Las calles son un campo de batalla donde los más fuertes imponen su voluntad y la ley del más fuerte se respira en cada rincón. Aquí no hay reglas... solo un espacio donde sobrevivir es el verdadero reto.

Isis y Anubis también sienten la atmósfera pesada que envuelve la isla. Isis sobrevuela con cautela, su mirada fija en los movimientos de la multitud que se agita como un enjambre descontrolado. En sus ojos una chispa de desconfianza y preparación. Anubis por su parte camina a tu lado, inquieto los ojos atentos, el cuerpo tenso como un resorte listo para saltar. Sabe que este lugar no es como los demás y te lo demuestra al hacer una pausa, olfateando el aire salado y cargado de tensión reconociendo los riesgos.

El puerto se despliega ante ti con toda su crudeza. El polvo levanta nubes mientras las olas rompen contra las rocas y los huesos gigantescos, haciendo eco del rugido del mar. El puerto está lleno de piratas y bandidos, cada uno con una historia que ocultar, cada uno con algo que ganar o perder. Algunos son hombres de mar, curtidos por las batallas... otros son más cercanos a animales salvajes, sin más educación que la ley de la supervivencia. Aquí eres un extraño, un forastero. Las miradas se dirigen hacia ti. Te observan como si fueras una presa fácil, como si no hubieras aprendido aún la regla más importante... aquí, solo los fuertes sobreviven. Un par de tipos borrachos tropiezan y caen casi sobre ti, sus caras mugrientas llenas de desafío pero te ignoran tan rápido como te miran. No eres su problema... por ahora.

Tienes en mente los rumores sobre estos supuestos "Tribulantes" y sabes que hay algo profundo en esta isla, algo oculto en sus entrañas. Pero eso no te facilita el camino. La ciudad de Champa te lo deja claro. Aquí nada es fácil y todo tiene un precio. La ciudad parece haberse tragado a aquellos que como tú llegaron con intenciones normales en su cabeza. Los rumores hablan de gente que vive en las profundidades, en los rincones más olvidados de la isla. Los Tribulantes, guardadores de secretos tan viejos como la misma isla. Pero ¿cómo llegar a ellos sin ser devorado por el caos que parece estar tomando forma frente a ti?

El puerto está lleno de gente con la mirada fija en lo que pueden ganar o perder. Cada paso que das es vigilado, cada movimiento que haces podría atraer la atención equivocada. Y sin embargo el camino está abierto ante ti.

¿Qué harás?

¿Preguntarás de inmediato buscando respuestas de los primeros que encuentres? La ciudad está llena de rumores, y muchos intentarán venderte información, pero ¿cuál es su precio? ¿Cuántos tratarán de manipularte o engañarte? Sabes que aquí las palabras tienen más filo que una espada y pueden cortarte igual de profundo.

¿Te tomarás tu tiempo observando a los piratas, dejando que la isla te revele poco a poco sus secretos mientras pasas desapercibido entre las sombras de las tabernas y los rincones oscuros? ¿O tal vez prefieres entrar en un bar, mezclarte con los borrachos y las apuestas buscando alguna pista entre las risas forzadas y las peleas? Aquí todo parece estar a la venta pero también todo puede volverse en tu contra si no eres cuidadoso.

O tal vez simplemente te quedarás quieto, esperando, observando las reacciones de la gente a tu alrededor. No hay prisa pero el tiempo aquí es elástico y peligroso. Cada minuto en la ciudad es una oportunidad perdida o una amenaza que se aproxima.

La isla con sus colinas de huesos y su ruido ensordecedor está a tu disposición, pero a un precio que solo los más astutos pueden pagar. Horus, ¿qué camino tomarás?

off
#1
Horus
El Sol
Personaje


Aquella tormenta fue francamente aterradora; fue un verdadero milagro sobrevivir a eso. Las fuerzas elementales se juntaron en una lucha titánica en nuestra contra. Nuestra única salvación fue el valeroso pulpo gigante, que luchó con todas sus fuerzas para protegernos a todos y lograr aterrizar en una costa, aunque fuera una desconocida y remota, muy alejada del destino previsto en un principio. Pero las consecuencias de ese heroico aterrizaje fueron muy severas para el octópodo, que tenía pocas posibilidades de sobrevivir. Por fortuna, mis compañeros y yo logramos sobrevivir contra todo pronóstico; otros viajeros que venían del East Blue no habían tenido tanta suerte. Esto, sin duda alguna, no era un buen arranque para la compañía de zepelines Pulpo.

— Anaka, me gustaría que ayudaras al pulpo. Haz todo lo que puedas por él; no me gustaría que nuestro salvador pereciera — le pediría a su compañera.

— No sé si podré hacer mucho; la medicina no es lo mío, pero veré qué puedo hacer — me respondería.

— Al menos a ti puedes entenderlo y sabrás qué necesita, o por lo menos, en el peor de los casos, oirás sus últimas palabras. Pero no lo pienso permitir. Yo me acercaré al puerto que se ve a lo lejos y trataré de obtener información en la ciudad y algunos recursos — continuaría.

Ubicarnos en este punto del North Blue era importante; era imperioso saber en qué isla nos encontrábamos y cuál era la situación de la misma. En segundo lugar, había que conseguir víveres y algunos suministros, con suerte, una posada decente en la que establecernos. Y finalmente, me gustaría encontrar a alguien que pudiera ayudar al octópodo. Pero había algo más en lo que pensar mientras comenzaba a avanzar hacia el lugar con Anubis e Isis.

— Anubis, mejor quédate con Anaka, por si necesita ayuda o protección. Isis, a ti te necesito para reconocer la ciudad e isla — le diría a mis queridos compañeros.

No sabía en qué lugar me encontraba. Era mejor no dejar a Anaka sola, y tenía plena confianza en Anubis para proteger a su querida navegante. Mientras tanto, me tocaba a mí el papel de adentrarme en aquella tétrica ciudad erguida en el cadáver de una gigantesca tortuga. Aunque bueno, el propio esqueleto era la totalidad de la isla, aunque yo, para ese momento, aún no me había dado cuenta de eso. La vista aérea mientras llegábamos en pulpo no fue lo suficientemente cortés como para fijarse bien en el lugar.

Y cuando llegué a la ciudad, la situación no podía ser peor. Estábamos en una maldita isla sin ley, poblada por piratas y criminales, por donde quiera que mirara. Eso era, sin duda, lo peor que nos podría haber pasado. Y nunca había dado tantas gracias a los dioses de haber dejado fuera de la ciudad, alejada de toda esta gente, a Anaka; aunque no me dejaba tranquilo que estuviera sola. Una sirena, una isla llena de piratas y contrabandistas, sin duda era una presa demasiado fácil para los traficantes de personas. No podía demorarme demasiado en volver con ella y buscar un sitio en el que refugiarnos, pero tampoco podía regresar tan pronto con las manos vacías.

Por fortuna, ser el único hijo adoptado de tres hermanos me enseñó a pasar desapercibido y a escuchar bien lo que la gente susurraba y decía en ocasiones. Eso me permitió conocer esos pequeños detalles superficiales sobre el estado de la isla. Que en esta ciudad había un delicado equilibrio de poder entre varias bandas y organizaciones. Que esto era el cadáver de una tortuga gigante; por lo menos, esperaba que fuera eso. Si no, me preocuparía cierta jerga que había en el lugar. Y lo que sin duda más me cautivó, fue que en la isla aún quedaba un asentamiento de los nativos originales de la misma y, al parecer, eran los únicos que conocían el acceso a ciertas ruinas antiguas. Evidentemente, eso era con lo que había soñado toda mi vida: unas ruinas olvidadas y perdidas. Aunque, si algunos las ocultaban, tan perdidas no estaban, pero la promesa de lo desconocido era tentadora.

Por ahora, la búsqueda superficial de información había ido bien. Sabía que estábamos en peligro si cometíamos errores, que no habría, por ahora, nadie que nos diera una mano, y que había una aventura al acecho, siempre que lográramos que no nos mataran. Envié a Isis a sobrevolar la zona para reconocer el terreno, tanto de la ciudad como de las inmediaciones por el caparazón de la roca, en busca de algún otro asentamiento o alguna cueva en la que pudiéramos refugiarnos en las proximidades. El plan original era buscar una posada, pero no pensaba llevar a Anaka a esta ciudad de mierda; por poco yo daría demasiado el cante, y eso que no había venido alardeando.

Por suerte, contaba con todo el dinero que había estado ahorrando para la llegada al North Blue: meses de trabajos y suplicios en el East Blue, escapando de la gente a la que le debía dinero para poder conservar mis ahorritos. El East Blue, por el momento, fue una época de transición para acumular un poco de capital. Ahora era mi momento de utilizarlo como era debido para ir en busca de una leyenda. Y albergaba demasiado interés en los "Tribulantes", al margen de que fueran los custodios de las ruinas que habían robado completamente mi atención; parecían ser la única población local que no estaría buscada por las fuerzas del orden y no intentarían matarse entre ellos mismos. Me gustaría poder ver si me dejaban alojarme entre ellos mientras estuviera por la isla y rehuir un poco el peligro de Champa.

— No, no; sin duda ese precio es inaceptable. Rebájame veinte mil y me llevaré dos en lugar de una — regatearía a un vendedor.

Aunque no iba alardeando, el tiempo me apresuraba, así que iría al grano en busca de hacer mis compras, como un par de Den Den Mushi que estaba comprando en una tienda. Por suerte, también tenían caracoles normales, puesto que a simple vista ya saltaban algunos, bien visibles, para encriptar llamadas y que no pudieran ser pinchadas con facilidad por la Marina. Mis años de comerciante, mientras me buscaba la vida por el mar, me llevaron a siempre intentar regatear. Por suerte, desprendía una confianza y seguridad al hablar que facilitaban algunas cosas. No obstante, un don a la hora de regatear era saber intuir hasta qué punto era aceptable hacerlo para la otra parte sin que se ofendiera o molestara. En esta isla, eso era muy importante; si eres alguien que va desperdiciando el dinero sin intentar regatear lo más mínimo, te volverás un blanco fácil de asaltantes porque deducirán que el dinero no es un problema para ti; mientras que si intentas abusar de una transacción, el vendedor puede ofenderse y tal vez te apuñalen por pasarte de listo. Esto último solo se suele aplicar en los barrios bajos o clandestinos, que es donde más cuidado se debe tener; por lo normal, si te pasas de listo, te mandan a paseo.

— ¿Y has oído hablar sobre el asentamiento de esos Tribulantes? ¿Por qué zona de la isla se encuentran? — pregunta directa.

Una vez alcanzado un trato en lo que me entregaba mi mercancía, aprovechaba el flujo de conversación y verborragia que suele haber en una compra y venta con regateo y buscaba las respuestas a mis dudas u objetivos. Así es como ya había obtenido parte de la información general del lugar mientras compraba la ropa para el frío y el material de navegación para Anaka. Pero ahora me interesaba entrar más en materia y buscar la esencia de lo que quería.

— O tal vez conozca algún lugar en el que alguien pueda escuchar lo que quiere oír a un módico precio — insinuaría finalmente.

Ya había oído que la información y rumores en este lugar se comercian como cualquier otra mercancía. Algo normal, la información es poder, de eso no había ninguna duda. Y yo quería entrar en ese negocio, sin duda.

Información
#2
Arthur Soriz
Gramps
El aire de Champa es denso, cargado con el olor del salitre mezclado con el humo de tabaco barato y una pizca de podredumbre que parece venir de todas partes y de ninguna a la vez, es un lugar de mala muerte por donde quiera que mires... tal vez esos rumores que escuchaste y esos informes jugosos no eran nada más que eso... cuentos de niños. Las calles son un caos de madera podrida, piedra gastada y tierra húmeda, donde los pasos resuenan como un eco hueco entre los murmullos de los habitantes. Apenas cruzas el mercado sientes las miradas furtivas fijarse en ti casi de inmediato, como si cada par de ojos tratara de calcular cuánto vales y cuán fácil sería despojarte de lo que llevas encima.

Cada vendedor al que te le acercas la verdad es que no parece interesado en ti, tan solo en tu dinero. Y si no tienes nada que comprar, entonces ellos no tienen nada que decirte. Se nota a leguas que no confían en la gente que ya de por si es de Tortuga, mucho menos en los extranjeros como tú por lo que esa pesadez se hace notar.

Te podrías pasar una eternidad preguntando, que el resultado casi siempre es el mismo.

¿Tribulantes? —repite como si tener la palabra en su boca fuera en sí una ofensa. Finalmente levanta la vista hacia ti con una expresión que mezcla incredulidad y algo más cercano al desagrado—. ¿Qué clase de idiotez estás diciendo?

Antes de que puedas responder, suelta el paño que estaba doblando con un movimiento brusco y sacude la cabeza.

Escucha, aquí no tenemos tiempo para cuentos de niños. Si estás buscando algo para comprar, hazlo rápido. Si no... sigue caminando antes de que te abran la cabeza al medio como una sandía.

La forma en que te lo dice deja claro que no siente preocupación por ti, sino por lo que podría ocurrir si alguien más escucha esa conversación. Sus ojos se desvían hacia los lados como si buscaran asegurarse de que nadie esté demasiado cerca. El mensaje es claro... no insistas. Mientras sigues avanzando los murmullos del mercado parecen ganar volumen a tu alrededor. No es que todos hablen de ti, pero el ambiente está cargado de una atención incómoda, como si tu presencia y tus preguntas estuvieran provocando ondas en un charco de aguas oscuras.

Cerca de un puesto de frutas el vendedor te recibe con una mirada cansada y un gesto para que te acerques. Su mercancía, apilada en cajas improvisadas, no luce especialmente fresca pero es suficiente para atraer a otros compradores. Sin embargo en cuanto mencionas la palabra "Tribulantes", su semblante cambia.

Tribulantes... —dice, alzando una ceja. Luego suelta una carcajada seca que no alcanza a ser auténtica—. ¡Claro, claro! Y yo soy el rey del North Blue.

Sus ojos te miran con una mezcla de burla y advertencia... como si estuvieras pisando terreno peligroso.

Déjate de tonterías, extranjero. Aquí no estamos para cuentos ni leyendas. Compra algo o sigue tu camino.

No tienes tiempo de responder antes de que se vuelva hacia otro cliente... dejándote en un limbo incómodo entre su indiferencia y el mismo desdén con el que te han estado tratando desde el primer segundo que pusiste pie en tierra firme. Es evidente que no tiene intención de continuar la conversación y cualquier intento por tu parte solo serviría para empeorar las cosas.

En otro rincón del mercado encuentras un puesto de especias atendido por una mujer joven con el cabello trenzado y decorado con cuentas de madera. En cuanto cruzas su mirada, te sonríe con un gesto que parece hospitalario pero tiene un filo que te pone en guardia. Se nota que esa hospitalidad tal vez es solamente marcada por tu belleza o carisma natural.

¿Buscas algo especial? —pregunta sosteniendo un pequeño frasco con un polvo brillante de color naranja.

Cuando sueltas tu pregunta sobre los Tribulantes en la conversación, su sonrisa se congela brevemente antes de transformarse en algo que parece rozar la burla.

Vaya, vaya, ¿Tribulantes? Pensé que solo los niños creían en esas cosas. —su tono es dulce, casi juguetón, pero sus ojos tienen un brillo irónico que no pasa desapercibido. Comienza a mover los frascos de un lado a otro como si tu pregunta no tuviera más relevancia que el polvo que se acumula en los estantes. — Si quieres historias de abuelitas, mejor pregunta en una taberna. Aquí solo vendemos especias. —deja caer un frasco en la mesa frente a ti con un ruido que parece deliberadamente brusco—. Son cincuenta mil. Y no hay descuento para soñadores.

Mientras intentas calibrar su actitud notas que los clientes cercanos te miran de reojo, algunos con curiosidad... otros con expresiones más difíciles de interpretar. Es evidente que tu insistencia en el tema está atrayendo atención, aunque no del tipo que desearías.

Más adelante encuentras a un vendedor de herramientas que parece dispuesto a hablar más, pero no sin un precio. Cada vez que mencionas los Tribulantes su tono se vuelve más frío y su postura más cerrada. Cuando intentas regatear por algún artículo, descubres que el precio ha subido inexplicablemente desde la última vez que lo mencionaste.

Aquí las cosas tienen un costo, amigo. Y las preguntas tontas lo hacen subir.

Por más que lo intentas cada respuesta que recibes es una barrera más. Las mujeres que encuentras son algo más receptivas pero incluso ellas parecen más interesadas en tu bolsillo que en ayudarte de verdad. Una de ellas, con una sonrisa encantadora, se ríe suavemente mientras juega con un mechón de su cabello.

Puede que sepa en qué taberna puedas averiguar algo, lindo. Pero deberás pagar~ —dice, guiñándote un ojo. Pero hay algo en su tono que deja claro que no te toma en serio y preferiría que le pagaras por una hora en la cama que por preguntas que ellos consideran tontas o problemáticas. El patrón se repite una y otra vez. Las respuestas son esquivas y las palabras cargadas de burla o advertencia.

La ciudad parece conspirar en tu contra, como si cada esquina estuviera diseñada para empujarte hacia la frustración. Pero queda en ti seguir insistiendo... tal vez tengas suerte, o termines con la cabeza abierta cual coco contra una roca.

off
#3
Horus
El Sol
Por ahora, esta ciudad estaba resultando un asco. Esperaba mucho más de una isla habitada por piratas, los supuestos soñadores del mar. Aquellos que, a pesar de saltarse la ley y hacer fechorías, buscaban tesoros a lo largo del océano, dejados atrás por antiguos piratas y civilizaciones. Aunque solo fuera en busca de la fortuna, la búsqueda de tesoros era una de las cosas que consideraba que podía llegar a tener en común con esa gente que se esparcía en el mar sembrando el terror. Por lo menos, les daba esa pequeña esperanza de que no estaban tan perdidos en la vida, puesto que, al menos, eran soñadores que buscaban y creían en los tesoros; más no parecía ser el caso en esta isla.

Aun con todo, había logrado completar mis compras satisfactoriamente. No es que tuviera muchísimas cosas que comprar por ahora, y tampoco quería gastar demasiado públicamente. Aparte, dada la reputación que me estaba ganando por preguntar, no es que los precios estuvieran siendo los mejores del mundo. Una cosa era que hubiera hecho unos ahorros para emprender la aventura por el mar del Norte, y otra muy diferente era que quisiera ser estafado malgastando mi dinero con precios desorbitados. Así que era hora de detener las compras y buscar un nuevo enfoque en la recopilación de información.

Pero la verdad es que estaba algo decepcionado. Esta era una isla de piratas, como bien había dicho; los piratas, en mi entendimiento, eran soñadores que se lanzaban al mar a robar y saquear, pero también a la libertad y la aventura. Lo cual cambió mi perspectiva de esta isla: no era una isla de auténticos piratas, sino una isla de perdedores que se habían reunido en sus sueños y ambiciones y se conformaron con atrincherarse aquí, escondidos, porque fracasaron en la Grand Line. Es decir, una isla de derrotados que habían perdido todo sueño y esperanza.

— Bueno, supongo que para vivir aquí hay que abandonar todo sueño y ambición — diría mientras me retiraba.

Era consciente de que, conforme fui preguntando y deambulando por el mercado, había atraído la atención de algunas personas, pero la verdad no me importó decir eso en voz alta, porque era lo que genuinamente sentía. Una profunda desilusión hacia lo poco que respetaba de la piratería. Para mí, los piratas eran aventureros que quebraban la ley; si estas personas abandonaron sus sueños, solo eran vulgares criminales que tenían miedo de abandonar su refugio para quedar a merced de la Marina.

Opté por enfocarme un rato en mi estrategia original, ignorando las miradas malintencionadas o amenazantes. No me dejaría intimidar por esas pequeñeces. Simplemente me mantendría en silencio, completamente decepcionado, escuchando las voces a mi alrededor, los rumores y los susurros. Yo llegué a esta isla sin saber absolutamente nada de la misma ni de su gente; todo lo que había ido averiguando había sido a través de escuchar, sin necesidad de preguntar. Mi error fue justo cuando comencé a preguntar por lo único que me llamó la atención de los susurros. Era una pena que no considerara que fuera algo tan poco habitual; si no, me habría esforzado en recordar las caras de aquellos a los que escuché hablar de los Tribulantes. Para unos pocos, cuatro gatos que habían hablado sin tapujos del tema, los dejé escapar. Era el momento de volver a caminar, integrándome en la ciudad como un fantasma que solo observa y escucha.

Opté por moverme por las tabernas del lugar; allí era donde se hablaba más fácilmente de algunos temas. El alcohol ayudaba mucho a la gente a no controlar su tono y a que se les soltara la lengua. Aparte de que eran lugares de encuentro para negociar y apalabrar algún trapicheo en los rincones, con el alcohol por las mesas, generalmente porque también eran sitios en los que normalmente alguna de las partes contaba con muchos allegados que le podrían ayudar si algo salía mal en el trato.

— Una jarra de ron — dije, simple y sutil.

Iba pasando un rato en diferentes tabernas, conforme fuera viendo qué tal andaba el ambiente. Si notaba el ambiente muy muerto, silencioso y desganado, sencillamente buscaría otra tras terminarme mi copa. Si, por el contrario, el ambiente era más animado y juerguista, alargaría mi trago para parar la oreja.

Y bueno, si sacar información de esa ciudad sin sueños fallaba, sencillamente seguiría los pasos de mis predecesores. Sabía que, en teoría, esos Tribulantes se ocultaban por la isla. No es como que tuviera que buscarlos por todo el mar; solo tendría que volver para establecer un refugio y empezar a buscar por la isla. Justo como tenía en esos momentos haciendo a Isis.
#4
Arthur Soriz
Gramps
El bullicio de la taberna te rodea como un mar embravecido poco tiempo después que te sirven esa jarra de ron, empujándote de un lado a otro mientras más gente se agolpa en el estrecho espacio. El aire es espeso... cargado con el aroma del ron derramado, el sudor de cuerpos que probablemente llevan semanas sin un buen baño y la madera vieja que cruje bajo el peso del jolgorio. Las conversaciones son apenas audibles sobre la música, los gritos de personas con mucho alcohol corriéndole en las venas y el ocasional sonido de jarras chocando o incluso rompiéndose en el calor del momento. Llega a ser incluso incómodo.

En cada esquina hay rostros iluminados por el parpadeo de las lámparas de aceite, expresiones de alegría desenfrenada o de furia contenida. Es el caos que esperabas de una taberna en un lugar de mala muerte como este.

Se te hace difícil mantenerte de pie, alguno que otro intenta arrancarte la jarra de ron de tus manos pero un simple empujón hace que trastabillen y se pierdan entre la mar de gente en el lugar... seguramente para nunca más ser vistos. La taberna rápidamente se ha vuelto una vorágine de emociones y acciones que parecen estar a punto de estallar en cualquier momento como si fuese a armarse una guerra dentro de esas cuatro paredes. Los gritos de desafío de gente con ganas de pelear o simplemente hacerse ver se mezclan con el sonido del metal y la madera, creando una cacofonía que llena cada rincón.

Entonces, lo ves.

En una esquina apartado de la multitud que se agita de un lado al otro está él. Un hombre que a simple vista podría parecer insignificante en comparación con el ruido y la vitalidad a su alrededor, por mera casualidad o tal vez cosa del destino lograste verlo entre la gente. Pero hay algo en él que despierta tu curiosidad y es frustrante el no saber qué exactamente. De entre toda la gente que podría haber cautivado tu atención mientras se iban metiendo en la taberna, ese es el único que te convence del todo. No es un anciano decrépito pero su postura, la forma en que sostiene su jarra con una mano firme aunque ligeramente temblorosa, habla de años de experiencia... de una vida marcada por los altibajos del mar.

El parche en su ojo izquierdo es lo primero que notas, un símbolo que grita historias de batallas pasadas, de peligros enfrentados y cicatrices llevadas antaño con orgullo, pero que ahora parecen no significar nada para él. Su cabello peinado hacia atrás brilla con un lustre aceitoso, quizás del salitre o de un descuido ya premeditado. La barba descuidada que cubre su rostro añade a esa apariencia rugosa, haciendo que te preguntes qué secretos podría estar ocultando detrás de esa mirada cansada.

Es su ojo visible el que mira a la nada... más allá de las personas allí presentes, pero cuando su mirada se cruza con la tuya las comisuras de sus labios parece casi curvarse en una mueca que quiere parecer una sonrisa. Pero pronto, su ver se desvía hacia otro lado y su cara vuelve a tener esa soltura cansada. Su mirada es una de alguien que ha visto más de lo que debería, que ha soportado más de lo que parece posible. Hay un cansancio en él, uno que no puedes evitar notar... como si el peso de los años y de las experiencias se reflejara en cada línea de su rostro. No busca compañía, no participa en las festividades. Se limita a observar, a ser un testigo silencioso del caos que lo rodea.

Cada sorbo de su jarra es lento... taciturno, como si estuviera bebiendo más por costumbre que por placer. Está allí físicamente, pero su mente parece estar en otro lugar, quizás en un tiempo pasado... en memorias que lo asedian con la misma insistencia que el ruido de la taberna.

A pesar de todo hay algo en él que te invita a acercarte.

No es una llamada abierta ni una señal evidente sino una sensación, una corazonada de que este hombre tiene algo que contar, algo que podría cambiar tu perspectiva o responder preguntas que hasta ahora no han hallado respuestas. Y mientras el bullicio de la taberna continúa tu mirada se mantiene fija en él, en ese pirata que lleva el peso de los mares en sus ojos.

Pero es por tan solo medio segundo que lo pierdes de vista, y cuando quieres darte cuenta... ya ni sentado está en esa esquina. Puedes mirar desesperadamente a tus alrededores, intentando abrirte paso entre la gente, incluso gritar... pero será en vano, tu voz pasa desapercibida entre los gritos de todos los demás. Tal vez la suerte esté de tu lado este día, porque entre la multitud ves algunas personas que se mueven como abriendo paso a otro que se mueve entre ellos... en dirección a la puerta de la taberna.

La figura logra salir, por lo que tendrás que apurarte si quieres seguirle el ritmo y no perderlo de vista... para quizás nunca más volver a verlo.

apariencia del viejo
#5
Horus
El Sol
Llegué sin problemas a la primera taberna. La gente en el mercado me había mirado mal y me estaban poniendo el ojo encima, pero al cambiar de sector y desplazarme hacia los bares y tabernas lejos de la zona comercial, volví a pasar desapercibido, o eso me parecía. Supongo que el cambio de territorio influyó en gran medida en que eso ocurriera; era normal que la gente estuviera agrupada por zonas y dominios de bandas en una ciudad sin ley. Pero no me hubiera importado mucho estar en el punto de mira de ellos; habría sido problema de ellos estar obsesionados conmigo por hacer inocentes preguntas. Tal vez por eso me veían como un blanco fácil, considerándome un ingenuo.

Como era de esperar en un lugar como este, en la primera ya encontré una taberna concurrida y muy alocada. La verdad, no sé en qué momento me planteé que podría encontrar una taberna con escasa clientela y vacía, como si esto fuera una ciudad normal. Al fin y al cabo, este era un lugar sin ley donde la gente prácticamente solo debía querer beber y festejar sin parar. El hedor del lugar indicaba que se limpiaba poco y que los allí presentes ensuciaban mucho. Aun así, estaba bien con esa situación.

Solo pedí un modesto trago de ron, una bebida común y abundante en ese lugar, puesto que con solo oler el local se notaba mucho su aroma. Apoyaría mi espalda en la barra mientras observaba un poco el lugar y las mesas. Casi todas las mesas estaban llenas a rebosar, incluso con gente sentada sobre la mesa, casi sin dejar espacio en la misma. Mucha gente permanecía en pie festejando o bailando, impulsados por el alcohol que habían consumido en exceso. Pero ese entorno era justo el que buscaba: el juergista, el beodo, el de la lengua suelta producto del alcohol.

No obstante, lo que me llamó más la atención fue justo el sujeto que rompía esa atmósfera. El hombre solitario en un rincón, portando una jarra de algo que apenas parecía interesarle, con un porte triste y desdén. Sus ojos decían que había pasado por muchos inviernos, mientras que su actitud indicaba que no habían sido precisamente buenos con él. No entendía qué parte de él me estaba llamando la atención, pero supongo que era su contrastada actitud y semblante en comparación con los del resto del lugar. Algo me impulsaba a querer conversar con él; lo estaba observando con atención y me dio la sensación de que él se percató de ello.

En cuanto lo perdí de vista por un momento debido al movimiento de los parroquianos del lugar, ya no estaba en su mesa. Que tuviera esa urgencia por irse en cuanto se dio cuenta de que lo había observado me llamó aún más la atención. Por suerte, la gente del antro comenzó a moverse de tal forma que mi campo visual pudo dar con él, moviéndose hacia la entrada. Entonces me apresuré hacia la misma, siguiéndole el paso. En el camino, como ya no me interesaba mi copa, la dejé en la primera mano libre que encontré, la cual la tomó como si nada y, aunque no lo vería, la bebería pensando que había conseguido hurtármela sin que me diera cuenta. Que la disfrute.

Si el hombre se había intimidado por mi presencia, era poco recomendable asaltarlo nada más salir del local. Así que optaría por seguirle el paso con cierta distancia, buscando ver a dónde iba y, si en algún momento se asentaba en algún lugar, ya me plantearía acercarme para hablar con él.
#6
Arthur Soriz
Gramps
Sales de la taberna, de nuevo a las calles de Chamba cruzándote por medio de gente que te mira mal, que en cualquier momento se te echan encima para robarte todo... pero por suerte de momento no has ofendido a nadie, incluso con todas las preguntas sobre los Tribulantes que hiciste, agradece que no terminaste con cinco puñaladas por la espalda, honestamente.

Sigues al viejo pirata a través de callejones estrechos, se nota que los conoce todos como si fueran la palma de su mano. A veces lo pierdes de vista pero él en cambio parece esperarte, como si quisiera efectivamente que le sigas el paso y no seguirá avanzando hasta que continúes el camino que te está marcando. Además de que por donde te lleva parece que el olor a heces, orina, alcohol y vómitos se hace más fuerte; lo está haciendo por gusto y te das cuenta de inmediato por la ligera sonrisa que se marca en su cara cuando gira su cabeza y te mira por encima de su hombro derecho.

Cada paso que das te acerca más a ese hombre, pero cuando sientes que estás a punto de alcanzarlo... de nuevo se adelanta, se cuela entre la gente, logrando de nuevo agrandar esa distancia entre los dos. Las luces de las farolas son escasas apenas iluminando los caminos retorcidos que parecen no llevar a ningún lado en particular. La humedad empapa cada pared, y de vez en cuando escuchas el sonido del agua goteando desde un desagüe o una tubería rota.

A pesar de su aparente edad sus pasos son firmes y su figura se mueve con una agilidad sorprendente para alguien que se ve como si estuviera al final de su vida. Ya ni molesta en mirar hacia atrás para ver si lo sigues, confiando en que tu curiosidad hará el trabajo. El camino que traza es casi un juego, un reto implícito que te invita a seguir explorando, a descubrir qué hay al final de esta persecución silenciosa. Finalmente los callejones se abren a una parte de la ciudad menos transitada. Frente a ti se extiende un viejo muelle de madera, gastado por el tiempo y las mareas.

El océano se extiende más allá, su superficie agitada solo por las olas que rompen suavemente contra los pilares corroídos. Es un lugar olvidado, tal vez un lugar de resguardo para este 'buen hombre'.

El viejo pirata se sienta al borde del muelle, sus piernas colgando despreocupadamente sobre el agua. Su mirada cansada se encuentra con la tuya por un momento antes de que sus labios se curven en una sonrisa ligera. Te hace un gesto con la mano, invitándote a sentarte a su lado.

Ven, siéntate un rato. — dice, su voz áspera pero acogedora. — Me aburrí de hacerte corretear por la ciudad. Ya estoy viejo para esos juegos.

Desde su abrigo saca una botella de ron. El corcho es atrapado entre sus dientes y lo escupe al mar sin darle mayor importancia. Se lleva la botella a los labios y toma un largo trago, el líquido ámbar brillando a la luz del sol. Después de un momento de silencio donde parece que el mar es el único testigo de la conversación que van a tener el viejo se vuelve hacia ti, su ojo visible echándote una mirada de pies a cabeza fugaz, antes de volver a hablarte.

Entonces... dime, niño. — dice para después darle un trago a la botella de ron. Carraspea un poco antes de seguir. — ¿Qué quieres saber? — pregunta con lo que parece ser honesta curiosidad. — ¿Qué es lo que buscas? ¿Qué quieres?
#7
Horus
El Sol
Habría logrado atravesar la muralla de beodos que se acumulaban en medio de la taberna, bebiendo como locos y bailando a causa del elevado nivel de alcohol que llevaban en su organismo. Pero logré pasar entre ellos sin ningún problema hasta alcanzar el exterior del lugar, volviendo a estar en medio de la ciudad. Las personas seguían siendo un amasijo de ojos incisivos y afilados que se clavaban en mí, analizando si me conocían, si era una presa fácil o si era algún objetivo jugoso o sustancial. Pero, por fortuna, no encajaba en ninguna de esas categorías para ellos; mi comportamiento no ameritaba que buscara problemas con nadie, y lejos de esta zona de la ciudad habían quedado mis incómodas preguntas para los habitantes del lugar. Ahora me faltaba lo más importante: poder seguir el ritmo a ese hombre que se intentaba alejar por las calles, aunque no tan rápido como para eludir mi vista.

En ese momento, empezó una extraña dinámica entre ese anciano pirata y yo. Él se había percatado claramente de mis pasos siguiéndole a una distancia prudencial, pero comenzó a moverse de forma esquiva por los callejones y calles de esa ciudad tan turbia, desordenada y caótica, las cuales quedaba claro que conocía como la palma de su mano. Yo solo lograba seguirle el paso a duras penas, casi como si se estuviera conteniendo en algunos puntos para que pudiera alcanzarlo y así seguir riéndose de mí conforme notaba cómo me quedaba atrás de él a cierta distancia, siendo incapaz de alcanzarle con mis pasos. Había una diferencia clara entre nuestras edades y formas físicas, pero no parecía reflejarse realmente; cada paso que recortaba no era por mi superioridad atlética, sino por sus propias intenciones y falsos despistes. Se llegaba a sentir frustrante en algunos momentos; no entendía por qué me estaba guiando por esos lares o por qué quería dejarse atrapar, pero al mismo tiempo hacerlo difícil.

Fue entonces cuando comencé a entender que era una persona mayor con claros rasgos de haber sido abandonado por todos sus compañeros y amigos a lo largo de los años. En esos momentos, el hombre estaba buscando entretenimiento que le devolviera un poco de diversión y alegría en su vida a costa de un joven ingenuo y forastero, el cual era fácil de engañar y llevar por donde quisiera, con la seguridad de que no podría investigarlo como es debido, dada la naturaleza del lugar y de las personas que habitan en él. Notaba cómo era literalmente divertido para él contemplarme poner muecas raras cuando me planteaba tener que adentrarme en ciertos callejones que claramente debían ser los urinarios públicos de aquel lugar, o en algún tramo pude escuchar un aroma inconfundible de pescado podrido, producto del abandono de pescados en la vía pública, que evidentemente contribuían a empeorar la imagen y carácter de aquel lugar, volviéndolo mucho más sucio y maltrecho con el paso del tiempo, casi como si desearan no volver a tener ningún invitado.

Aunque no sabía qué me deparaba el destino, fui notando cómo los pasos del hombre se calmaban conforme nos alejábamos de las personas y zonas concurridas, hasta alcanzar un viejo y destartalado muelle que había por la zona. Él permanecía en aquel muelle, sentado con las piernas colgando, pero completamente tranquilo y relajado, siendo el mar casi la única cosa medianamente potable que podríamos encontrar en esta tierra, aparte del alcohol. Entonces se me hizo fácil aceptar la invitación del hombre, que evidentemente ya estaba exhausto y cansado de huir de tanto ajetreo de la ciudad y de jugar con ese joven de cabellos morados que era yo mismo. Sin dudarlo mucho, me dejé caer a su lado en el mismo muelle, con el fin de relajarme de la persecución a su lado, mientras cruzaba mis piernas, a diferencia de él, que las dejaba colgando allí mientras sacaba su vieja botella de ron, la cual comenzó a beber sin más. Esto me extrañó bastante, puesto que no parecía muy interesado en la del bar, al menos no en el alcohol que servían; tal vez era muy barato en comparación y su calidad se había ido a la mierda.

— Si le soy sincero, busco muchas cosas, más de las que ambos podamos imaginar juntos — le respondería al hombre.

Me dedicaba a mantener la mirada perdida en la inmensidad oceánica, mientras me balanceaba un poco a los lados, entretenido repasando en mi cabeza las letras de alguna canción que haya escuchado durante estos días. Sin embargo, no planeaba ponerme a cantar, porque eso podría molestar al viejo.

— Aunque, para ser precisos, ahora estoy en búsqueda de una quimera que los piratas acobardados de esta isla parecen haber dejado atrás en el olvido junto con sus sueños; una lástima, a mi criterio. Esperaba mucho más de una isla de piratas. Al fin y al cabo, aunque un pirata sea un criminal, también es un soñador que va al mar en busca de tesoros y promesas de aventuras. Pero supongo que esos piratas zarparon hace mucho y ahora solo quedan en esta isla criminales que no quieren salir para no ser blancos de la marina — solté con algo de fluidez — Ahora mismo, mi blanco está en la leyenda de los Tribulantes, aunque no parece que la gente quiera hablar mucho del tema. Dígame, ¿usted cree en ellos o también me considera un loco? — le lanzaría esa pregunta al aire.

No me importaba que eso fuera un sueño imposible o la fantasía de alguien hace muchos años que perduró como un leve rumor del cual no se quería hablar en la isla. Pero, para variar, no me importaba en lo más mínimo la opinión de algunos idiotas que habían abandonado sus sueños.

— La verdad es que tengo claro que, aunque no obtenga una pista de ellos en la ciudad, saldré a investigar la isla por mi cuenta en busca de alguna pista. Al fin y al cabo, un aventurero debe encontrar y enfrentar las exploraciones por su cuenta, no simplemente esperar que le den todo hecho — finalizaría, esperando su respuesta.
#8
Arthur Soriz
Gramps
El viejo pirata se queda en silencio dándote la chance de explicar el por qué lo seguiste hasta aquí, de decirle qué es lo que realmente buscas en esa isla porque seguramente ya te ha estado siguiendo el rastro desde antes... o la voz se ha corrido de que estuviste haciendo más preguntas de las que deberías, a gente que no le ha gustado para nada la mención sobre los Tribulantes. Las olas chocan suavemente contra los pilares del muelle y una brisa salada acaricia los cabellos desordenados del anciano. Lentamente inclina su cabeza hacia un lado como si estuviera sopesando un recuerdo distante o un pensamiento que no debería haberse cruzado por su cabeza. Su rostro curtido por el sol y el tiempo muestra su cansancio... no físico, pero sí de la vida misma..

Los Tribulantes… — repite para si mismo, dejando que la palabra se deslice de su lengua como un susurro arcano. — Pocos saben realmente de ellos, o de lo que buscan. Algunos creen que son fantasmas del mar... que surcan las aguas eternamente en busca de algo que perdieron. Otros dicen que son los últimos guardianes de un secreto tan antiguo como el mundo mismo.

Hace una pausa, su mirada fija en el horizonte. El sol está poco a poco comenzando a descender en dirección al horizonte, tiñendo el cielo de un dorado profundo y el agua de un azul más oscuro. La luz juega sobre su rostro, resaltando las arrugas que cuentan historias de días pasados y noches en vela.

Se dice que el líder de los Tribulantes, un tal capitán Ætherius... encontró un mapa trazado en las estrellas mismas, un camino hacia un tesoro que ningún hombre ha visto jamás. Pero claro, ¿qué es un tesoro? — ríe suavemente al hablar con gran elocuencia, casi como si esas historias parecieran ensayadas con años de antelación. Una risa que parece contener tanto sabiduría como burla. — Para algunos es oro y joyas. Para otros es poder o conocimiento. Pero para los Tribulantes… su tesoro era algo más, algo intangible. Algo que no se puede pesar ni medir.

El viejo pirata entrelaza sus dedos dejando que sus manos descansen sobre su abdomen mientras se recuesta un poco más. Pareciera que en cualquier momento se cae de espaldas. Tan solo es interrumpido por el ocasional trago largo que le da a su botella de ron a la cual se escucha le queda poco por el ángulo que usa al empinarla sobre su boca.

Recuerdo haber oído sobre un lugar en esta isla. Un lugar que solo se revela a aquellos que son dignos o tal vez a aquellos que están desesperados. Dicen que los Tribulantes dejaron allí un fragmento de su historia, grabado en los huesos y cantado por el viento. Pero por supuesto nadie ha regresado para contarlo. — abre su único ojo lentamente, mirándote de reojo. — O tal vez nadie quiere que se sepa la verdad.

Lleva una mano a su abrigo, sacando de su bolsillo una brújula antigua y gastada. La abre lentamente revelando una aguja que parece girar sin rumbo, como si estuviera buscando algo más allá del alcance de los mortales.

Esta brújula… me la dio un hombre que decía haber navegado con los Tribulantes. Juraba que esta aguja nunca señalaba al norte, sino al deseo más profundo de quien la sostiene. — cierra la brújula con un chasquido seco, metiéndola de nuevo en su abrigo. — ¿Quién sabe si será cierto, no?

El anciano se empina una última vez la botella de ron, dándose cuenta que no quedan ni gotas dispuestas a hidratar su garganta vieja y reseca. Suspira con letargo antes de tirar la botella a un lado y mirarte de reojo una vez más.

Pero ya he hablado demasiado, niño — dice aparentando cansancio, incluso llegando a carraspear su garganta mientras una sonrisa ladeada asoma bajo su barba canosa. —. Si realmente quieres saber más, si deseas escuchar lo que aún guardo en mi memoria… necesitaré otra botella de ron. Mi lengua se suelta mejor cuando está bien humedecida.

Con un gesto de su mano, señala hacia el camino que lleva de vuelta a la ciudad, un laberinto de calles y sombras. Su mirada parece decirte que confíes, que estará allí para cuando vuelvas de comprar el ron. Además, ¿qué apuro puede tener un viejo que ya lo ha vivido todo, y no tiene nada que perder?
#9
Horus
El Sol
Por fortuna, en aquella isla quedaba por lo menos una persona con ganas de hablar de ciertas cosas que a los demás parecía molestarles o no importarles. Casi me intentan matar por intentar hablar de ese tema con la gente de la isla; por lo menos podía notar su sed de sangre clavándose sobre mí cuando lo hice. Eso fue lo que más me tentó e intrigó del asunto. Normalmente había encontrado a gente que no le gustaban las leyendas porque lo consideraban cosas de críos, pero era eso, una mofa o burla hacia ellos. Me llamaba poderosamente la atención que no quisieran hablar del tema, dieran largas o incluso se molestaran por ello, casi como si fuera un tabú hablar de ello. Pero si era un tema mal visto o prohibido, ¿por qué era así?

Fue entonces cuando el hombre con su botella de ron comenzó a hablar. Yo me mostraba muy entusiasmado con el discurso del hombre; sin duda era algo maravilloso que alguien hablara de leyendas y rumores, de cosas que había oído por allí, de afirmar que alguien había estado con los Tribulantes. Eso era maravilloso: la exploración en su máxima expresión y fulgor. El ir enlazando los rumores, cuentos, cantares y escritos para buscar los puntos en común, hallar la verdad en el mito y, con eso, trazar el camino hasta la verdad que tanto ansiaba buscar. No podía evitar repicar mis pies mientras escuchaba sus palabras, agitando inquieto de la emoción, sin poder contener mi sonrisa de la alegría y el júbilo que estaba experimentando en esos momentos.

Por ahora ya tenía varias pistas reunidas. Los Tribulantes son una antigua tripulación pirata con un capitán llamado Ætherius; por como se habla de ellos, vivieron hace ya un buen tiempo, ergo, ya habían muerto o solo quedaban sus descendientes protegiendo lo que habían encontrado. Me intrigaba lo que podía significar un tesoro para esa gente, pero yo no buscaba algo tan superficial como un tesoro material; yo buscaba la aventura, el viaje y el conocimiento. En mi cabeza estaba anotando todo lo que el hombre me daba, siendo bien recibido como un santo grial de información. Más tarde, en cuanto me separara de aquel hombre, tomaría nota de todo lo que me había contado.

— Avanzando por partes, sin duda para mí los tesoros también son algo muy subjetivo para las personas. Me temo que para la mayor parte de la gente de esta isla un tesoro es simplemente oro y joyas, pero yo busco más que eso; para mí, los tesoros son todo aquello que nuestros ancestros dejaron atrás: su conocimiento, su cultura, las ruinas de sus civilizaciones y todo lo que pudiera aprender de ellos investigando — le diría emocionado.

Era imposible que no se notara reflejada en mí toda la emoción y determinación en mi búsqueda de lo que aquel hombre me estaba contando. Mi júbilo era incontenible y debía tener una cara muy estúpida en esos momentos reflejada en mi rostro. Tal vez ese hombre me había estado engañando para reírse de mí y se inventó todo lo que me había dicho a modo de entretenimiento, siendo su enfoque del joven soñador más como un objeto de mofa que un objeto de agresividad como el resto de la isla. Pero algo muy dentro de mí me indicaba que claramente podía confiar en aquel hombre.

— Grabado en huesos y cantado por el viento... Debe referirse a las "Colinas de Huesos" que hay en esta isla; podría ser un buen punto de partida para buscar pistas e información de ese lugar — comentaré de forma perspicaz.

Era mi hipótesis; me cuadraba esa inhóspita zona de la isla de la que había oído hablar para un lugar secreto, peligroso dada la orografía del terreno, y encajaba con la forma en la que el hombre había escuchado que habían dejado las pistas de aquello que buscaban proteger. Y si bien no era realmente que la ubicación del lugar secreto estuviera allí, por lo menos podría encontrar una pista con la cual ir hilando una ruta hacia los Tribulantes.

— Esa brújula suena a algo muy fascinante, pero veo que para saber más debo poner de mi parte... Bien, una buena conversación requiere algo con lo que humedecer la garganta. ¡Enseguida vuelvo! — le diría levantándome — Dado que quiere un buen trago de ron y está sosteniendo esa brújula, ¿me puede indicar hacia dónde apunta? Eso significará que el ron que más pueda desear se encuentra en esa dirección — le preguntaría muy animado.

Ni remotamente me mostraba incrédulo ante esa brújula; es más, me parecía un objeto verídico. No es la primera vez que uno escucha sobre artefactos secretos del mar con propiedades misteriosas. Aunque no sé si yo querría utilizar uno de esos objetos de forma permanente; imagina un dispositivo que siempre te lleve al final de tu objetivo de forma directa, sin disfrutar de los pequeños desvíos en el camino. Sería algo un poco aburrido a mi criterio.

Cuando el hombre me diera una indicación, pondría rumbo hacia esa dirección de la isla en búsqueda de alguna tienda de licores o taberna que se encontrara en esa ruta recta; al fin y al cabo, una brújula apuntará al lugar exacto. Mientras me alejaba del hombre, confiado en que me esperara, iría apuntando en mi libreta las cosas que me había dicho, rellenando las notas del diario del North Blue que estaba empezando en esos momentos. Antes de alejarme demasiado de la zona, haría un silbido hacia los cielos para llamar a Isis; tardaría un par de minutos en llegar y no tendría ni que mediar palabra con ella, solo hacer un gesto con mi mano diestra, con la que sujetaba la pluma, haciendo un giro a mi lado e indicándole que diera vueltas por la zona vigilando. Si el gesto hubiera sido sobre mi cabeza, le habría indicado que vigilara a mi alrededor. Pero me dirigí en la ruta de la brújula y finalmente compraría la primera botella de ron que encontrara en la línea recta que trazara la brújula, tratando de adivinar cuál podría ser el ron que le gustara al hombre.
#10


Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 1 invitado(s)