Takezo D. Ryuu
Musashi Miyamoto
12-01-2025, 07:45 PM
(Última modificación: 12-01-2025, 07:54 PM por Takezo D. Ryuu.)
Reino Okyot — Otoño
Día 17 - Año 407
Día 17 - Año 407
No tengo un nombre para mí condición, si es que puedo clasificarla como una; desde pequeño siempre tuve dificultad para soñar, como si simplemente fuese una habilidad con la que no tuve suerte de traer a este mundo, algo que nunca nació de mi subconsciente y que no podía entender por más horas del día que le dedique, tal vez era la falta de un horario de sueño regular, pues me veía tanto tiempo entrenando con mi padre que el horario de sueño lo observaba totalmente corto e incapaz en tiempo para hacerme entrar en ese estado onírico que la mayoría encontraba en su descanso, no importa si me encontrase realmente agotado, no podía soñar, y en un punto de mi peculiar crianza decidí dejar de intentar y conformarme con mi aparente maldición. Oh bueno, eso fue hasta ese día, ese día en que el por fin soñé.
Tengo una memoria clara, o por lo menos lo suficiente como para entablar el relato. Era un día lluvioso, mejor dicho totalmente tormentoso, como era de esperar eso no fue capaz de detener a los entrenamientos de mi padre, y las tres de la mañana mi cuerpo ya estaba corriendo totalmente empapado por las colinas a las afueras del Reino Okyot. Realmente estaba harto de toda esa vida de entrenamiento que ahora ya mayor puedo ver y agradecer de mejor manera, estaba harto del comportamiento de mi padre después de la muerte de mi madre y como me instruía en aquella nociva rutina de entrenamiento con la excusa de volverme un hombre preparado y fuerte espadachín. ~ ¿Yo decidí alguna vez que quería ser un espadachín? ~ La respuesta corta a esa pregunta llena furia era un rotundo — No — En mi vida se me dió esa oportunidad de decidir, estaba encadenado a los sueños de mi padre, tanto que me había privado de la oportunidad de poder ver los míos.
La oscuridad de la madrugada tan solo levemente iluminada por un cielo lleno de rayos y destellos de la tormenta iban a servir de techo en una improvisada habitación, puesto que tan solo unos pasos más llenos de impotencia y rabia mi cuerpo cayó como costal de papas totalmente dormido, no sé si fue el cansancio acumulado de días de entrenamiento sin descanso, nunca había sucedido, nunca volvió a suceder, pero ese día no solo dormí sino que también logré conciliar aquel estado onírico.
— Uhg! Lo lamento papá, me tropecé con una rama y caí pero ya puedo continu-... Papá? — Me encontraba en total oscuridad, siendo tan solo iluminado el lugar donde se posaban mis pies, como si fuese un actor de ópera en su número estelar. — Donde carajos estoy? — Rascaba mi nuca para comenzar a caminar lentamente y con duda en aquella oscuridad, aunque me estaba alejando de aquel pequeño punto iluminado no parecía envolverme en un una ciega oscuridad, es difícil de explicar pero aún en total oscuras y privado de ese sentido no me encontraba perdido, me sentía orientado por mi propia decisión de alejarme de aquel pequeño espacio de luz en el única presión de mi voluntad, hasta que derrepente era yo quien estaba brillando y ya no me encontraba totalmente a oscuras.
Era una luz tenue, pero mi sentido de la orientación se reafirmó de sobremanera, lo que me permitió seguir caminando por aquel espacio — De verdad, debo encontrar una salida o papá se va a molestar conmigo — Seguía pensado en mí padre y en castigo que iba a recibir sino seguía entrenando y sometiendo mi pequeño cuerpo a ese calvario — No tienes que preocuparte, aquí no está papá — Una voz que parecía venir de algún lugar de aquella oscuridad se hizo presente, era débil, femenina, pero sumamente familiar — Y-yo... Hay alguien ahí? — Se podía ver algo de miedo en mi expresión y tono de voz, sin embargo no podía quedarme sin saber quién había dicho eso — Te estoy esperando, por favor, encuéntrame — Fue mi respuesta y lo último que pude escuchar de aquella voz, fue poco, pero lo suficiente para motivarme ahora a comenzar a correr por aquella oscuridad solo con el objetivo de encontrar el origen de la voz, sin importar el castigo que podría recibir de mi padre.
La carrera fue larga y ciertamente la sentí en línea recta, por lo menos la primera vez, ya que la segunda vez que pasé por aquel pequeño punto de luz en donde desperté, comencé a darme cuenta de que no estaba avanzado sino que más bien estaba corriendo en círculos una, y otra, y otra vez; un sin sentido, un objetivo que no podía alcanzar, pero a donde llegué o más bien, el llegó a mí. Dentro de la octava vuelta y con cierto cansancio decidí parar en aquel punto, con los ojos cerrados me dediqué a controlar mi respiración y tomar aire para seguir corriendo, sin embargo y al abrir los ojos había una extraña puerta turquesa con la palabra libertad escrita en lo que parecía ser sangre — Me encontraste — Escuché detrás de aquella puerta, me levanté y coloque mi mano en la manija, y suspiré muy profundamente preparado para abrir.
— Ese no es el lugar en donde perteneces, Takezo — Escuché detrás de mí, volteando y observando a mi padre del otro lado y junto a una puerta sin nombre — En aquel lugar no hay nada para ti — El abrió su puerta y me dejó ver una vida con la espada, volviéndome un maestro y siguiendo con un legado. Aún con la mano en la manija rogaba por escuchar algo de mi puerta, algo que fuese una motivación para no ir con mi padre, sin embargo solo obtuve silencio absoluto. Le di la espalda a mi padre y ante su mirada de odio abrí la puerta de la libertad, no veía nada, no había nada seguro más que solo oscuridad y aún así pasé y cerré la puerta.
El fuerte destello de un rayo iluminó mis ojos dejando ver nuevamente a mi padre lleno de una expresión de desaprobación — Crees que estas son horas de dormir?? No! Estas lejos de la hora del descanso — Me tomo del kimono mientras yo solo lo observaba con un ojo abierto producto de mi notable sueño — Acaso quieres ser el mejor espadachín del mundo? — Lo dijo molesto y en señal de reproche a mi comportamiento, no realmente como una pregunta; abrí mi ojos y respondí — Si quiero — me solté, le di la espalda y comencé a correr, ya qué por fin, había tomado una decisión.