Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
Tema cerrado 
[Aventura] Los vestigios de la bruja [T3]
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El aire dentro de la cueva cambió sutilmente cuando Marian dio un paso más hacia el pasaje oscuro. Las runas, que hasta entonces pulsaban con un ritmo irregular, comenzaron a brillar más intensamente, como si el espacio estuviera reaccionando a su presencia. Las paredes parecían respirar, exhalando un tenue vapor gris que se filtraba entre las grietas, serpenteando con un movimiento que no podía ser natural. Este gas comenzó a llenar lentamente la sala, rodeándolo como si buscara algo. No atacaba, al menos no de forma inmediata, pero su presencia se sentía invasiva, como un peso invisible que se aferraba al cuerpo y la mente. La mujer, que hasta ese momento había permanecido en silencio, dejó escapar un suspiro. Sus ojos, profundos como un abismo, parecían medir cada palabra de Marian, como si las pesara en una balanza invisible. Finalmente, habló con una voz tranquila, casi maternal, que contrastaba con el ambiente opresivo. —Todos han pagado costos, Marian. Pero no todos saben si el precio que pagaron fue suficiente. Este lugar… —señaló las runas con un movimiento casi imperceptible de su cabeza— ...es un juez severo. Y lo que busca no es lo que llevas en tus manos, sino lo que cargas dentro.

El vapor se arremolinaba alrededor de sus pies, moviéndose como si estuviera vivo, y comenzó a subir lentamente. En el aire flotaban susurros, pero aún no se distinguían claramente. Las sombras proyectadas por las runas bailaban en las paredes, dibujando formas que parecían figuras humanas distorsionadas, como si el lugar quisiera que las observara detenidamente. Ante sus palabras, la mujer ladeó la cabeza con una leve sonrisa, sin apartar la mirada de Marian. —¿Quieres escuchar a este lugar? —preguntó, con un tono cargado de cierta ironía.— Pues cuidado con lo que deseas. Escuchar no es siempre comprender. Y a veces, lo que escuchas no es lo que quieres oír.

A medida que el gas ascendía, Marian podía notar que el aire se volvía más denso, dificultando ligeramente la respiración. No era un veneno que atacara de inmediato, pero la pesadez del ambiente comenzaba a colarse en cada rincón del espacio, y quizás también dentro de su mente. Las runas en las paredes parecían latir con más fuerza, emitiendo un brillo que se reflejaba en las pupilas de la mujer, haciéndolas parecer aún más profundas y enigmáticas. El pasaje oscuro frente a él seguía esperándolo, como la boca de una bestia abierta. Desde algún lugar dentro de esa oscuridad, una figura parecía moverse, pero era imposible distinguir su forma exacta. Los susurros a su alrededor comenzaron a tomar fuerza, fragmentos de palabras en idiomas extraños, mezclados con frases que podrían ser familiares si se escuchaban lo suficiente. La mujer dio un paso al frente, acercándose apenas lo suficiente como para que su voz sonara clara por encima de los ecos del lugar. —Si el gas te quebranta, si las voces te confunden, entonces este no era tu camino. Pero si logras avanzar, Marian, este lugar revelará algo que ningún hombre puede alcanzar sin sacrificio. No te pregunta quién eres. Te pregunta quién quieres ser después de pasar por aquí.

Un leve movimiento de su mano, como si quisiera disipar las palabras en el aire, dejó claro que la elección seguía siendo suya. El gas comenzaba a ser más espeso, y las figuras proyectadas en las paredes se movían con más rapidez, como si algo en la cueva estuviera acelerando. La mujer se quedó quieta, observándolo mientras el entorno a su alrededor parecía tomar vida propia. Sus palabras, sin embargo, seguían resonando en el aire. Ahora dependía de Marian cómo respondería al desafío del lugar.
#11
Marian
Marian
Marian se quedó inmóvil, sintiendo cómo el peso del lugar, del gas, de los susurros y de las sombras se aferraba a él, procurando desgarrar su interior. Podía percibir el juicio de aquella cueva, de las runas que palpitaban como corazones en sus últimos latidos, y de la mujer, cuya presencia resultaba tan inquebrantable como el mismo espacio. Respiró profundamente, relamiendo las grietas de sus labios, dejando que el aire denso llenara sus pulmones, como si quisiera probar la voluntad de aquel lugar y mostrarle que no se quebraría tan fácilmente. Que se sobrepondría.

¿Quién quiero ser?” repitió en voz baja, como si las palabras de la mujer hubieran tocado alguna pieza en su interior. Una risa amarga escapó de sus labios, reverberando ligeramente en la cámara. “Es curioso que este lugar quiera preguntarme eso. No he venido a buscar redención o respuestas trascendentales. Estoy aquí para cumplir una misión y, quizá ahora...”, dejó de murmurar de forma cortante. Quizá ahora, más allá de su objetivo oficial, quería descubrir qué estaba sucediendo. Qué escondía aquella mujer y, lo más importante, qué se escondía detrás de su existencia.

Marian avanzó un paso más hacia el pasaje, dejando que el gas lo envolviera completamente. Como si estuviese rindiendo de alguna manera. Su cuerpo parecía tensarse con cada movimiento, pero sus ojos seguían fijos en la oscuridad, desafiándola. “Este lugar puede observarme todo lo que quiera. Le daré eso... si es lo que desea”. Estaba descubriendo partes de él que desconocía por completo. ¿De dónde surgía aquel valor, aquella aparente rivalidad?

Apoyó el bastón en el suelo con un golpe seco, como un tambor que anunciaba su determinación. El eco del impacto se extendió por la cámara, haciéndolo sonar como una declaración de guerra. Marian alzó la vista, enfrentándose tanto a las runas como a la mujer. “¿Sabes lo que llevo dentro? Culpa, rabia, dolor, fe. Estos juegos infantiles son una carga que puedo soportar”.

Los susurros parecieron intensificarse, como si respondieran a sus palabras. La cueva latía con fuerza, el aire se volvía más pesado, pero él no cedió. Alzó el bastón, apoyándolo sobre su hombro, mientras sus ojos buscaban los de la mujer. “Así que adelante. Que este lugar me muestre lo que tiene. Que me revele sus secretos, sus horrores, sus verdades. No voy a retroceder. No voy a quebrarme”. 

Finalmente, dio otro paso hacia el pasaje, su voz resonaba con una intensidad cada vez más fuerte que parecía desafiar a la propia cueva. Sonrió de lado, con la ferocidad de alguien que ha aceptado el peso de su destino. “La respuesta es sencilla: seguiré siendo Marian”. Y, sin esperar respuesta, avanzó hacia la oscuridad, dejando que el peso del lugar se enfrentara a su voluntad inquebrantable.

En aquella vorágine de emociones y cadena de sucesos peculiares, por denominarlos de alguna manera, los pensamientos de Marian comenzaron a fluir a la misma velocidad que el gas que lo envolvía. Y las voces no dejaron ni un minuto de silencio. De pronto, su cabeza era el escenario de una actuación de ecos que se sobreponían uno tras otro. "Los Dracul... mi fe... ¿Estoy realmente donde quiero estar? Y si...", suspiraba tenuemente. "Y si... simplemente estoy cumpliendo órdenes, alejadas de mi fe... y poniendo fin a otras creencias...", recordó su misión anterior. "Similares a la mía...". Ahora, su cabeza era un mar de dudas. Y su lealtad podía estar en juego.
#12
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Mientras Marian avanzaba, el gas se arremolinaba a su alrededor, apretándose contra su cuerpo como si intentara entrar bajo su piel. Las runas en las paredes dejaron de latir de manera uniforme y comenzaron a parpadear al azar, como si algo estuviera alterando el equilibrio del lugar. Las voces en el aire se volvieron más claras, ya no meros susurros sin sentido, sino palabras que parecían dirigidas directamente a él. Palabras que no debían conocerse. “¿Crees que Marian es suficiente?” La frase surgió de entre los ecos, pronunciada por una voz que sonaba igual a la suya, pero distorsionada, cargada de un matiz de burla. “¿Crees que fe y rabia te protegerán de lo que este lugar exige?”De las sombras comenzaron a emerger formas difusas, figuras apenas definidas que parecían hechas del propio gas. No eran sólidas, pero sus movimientos eran inquietantemente humanos. Una de ellas se detuvo frente a Marian, creciendo en tamaño hasta que lo superó en altura, inclinándose hacia él. Aunque no tenía rostro, Marian pudo sentir que lo miraba, que escudriñaba dentro de él. La figura alzó una mano vaporosa y señaló hacia su pecho, donde un calor repentino pareció brotar, como si algo estuviera intentando despertar en su interior. Otra voz surgió, femenina esta vez, susurrando al oído de Marian con una suavidad que era casi peor que el tono burlón de la primera. “No estás aquí por fe. Estás aquí porque no sabes quién eres. Estás aquí porque te has perdido. La misión que tanto clamas cumplir es solo un escudo. Un pretexto para no enfrentarte a lo que temes de ti mismo.” Las figuras comenzaron a moverse a su alrededor, sus formas cambiantes proyectando sombras inquietantes en las paredes de la cueva. Algunas parecían imitar sus propios movimientos, reflejándolo como un espejo distorsionado, mientras que otras se quedaban quietas, observando. El gas se hacía más denso, entrando por cada respiración y haciendo que el aire pareciera más pesado, como si cada paso exigiera un esfuerzo titánico.

Entonces, una tercera voz, profunda y resonante, habló desde el pasaje oscuro que tenía delante. Esta voz no imitaba ni susurraba; era un rugido contenido, un trueno disfrazado de palabras. “Si sigues adelante, Marian, debes dejar algo atrás. Un precio. Un sacrificio. ¿Qué estás dispuesto a perder para ser quien dices ser?” El suelo tembló levemente bajo sus pies, y las runas volvieron a latir al unísono, pero esta vez con un tono más sombrío. Una de las figuras señaló hacia el altar en el centro de la sala, donde las sombras comenzaban a formarse en algo más tangible. Algo esperaba allí, como si fuera una ofrenda. O una elección. Las palabras finales flotaron en el aire, desvaneciéndose lentamente pero no dejando lugar a dudas. “Esta no es una cuestión de voluntad. Esta es una cuestión de verdad. ¿La enfrentarás o te consumirá?” El silencio volvió, pero no era un silencio tranquilo. Era un silencio expectante, cargado, como si el mismo lugar estuviera conteniendo el aliento. La decisión estaba ante él, y las sombras parecían esperar.

Cuando abres los ojos, te das cuenta de que no estás en el mismo lugar. Te encuentras en una especie de habitación de piedras, como una cueva. Estás tirado sobre una cama, con los brazos y las piernas atados por cadenas de metal. Hay un reloj de arena justo a tu lado y tu piel parece estar deshidratada, como si llevaras ahí varios días y es que ... Han pasado varios días. Aquel gas que te hacía ver cosas extraordinarias, terminó por tumbarte. ¿Realmente ese lugar y esa mujer que buscas, son tan especiales? sabes, porque no eres estúpido, que el poder de algunas akumas rivalizaban con la magia, con esas cosas imposibles de que ocurran ... Pero lo vivido en esa cueva escapaba a la comprensión. Escuchas pasos, de unos tacones. Abren la puerta metálica de tu habitación y depositan una jarra de un líquido rojizo sobre la mesita al lado de tu cama. — Oh vaya, si ya estás despierto. Se lo diré a la gran ama ... — Practicamente lo susurró. La puerta metálica se cerró de golpe, dejando tras de sí un eco prolongado que retumbó por la cueva como una risa burlona. Cada grano que caía parecía retumbar en tu mente, como si marcara no solo el tiempo que llevabas allí, sino el tiempo que te quedaba. Tus manos, encadenadas al marco de la cama, podrían tirar con fuerza, pero las cadenas apenas se moverían. No era solo el metal; había algo más, algo que hacía que aquellas ataduras fueran irrompibles. Era como si el lugar mismo estuviera impidiéndole escapar.



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#13
Marian
Marian
Marian parpadeó lentamente, sintiendo cómo el peso del tiempo perdido y de las cadenas se mezclaba con una sensación de vacío abrumador en su interior. Su garganta estaba seca, como si el aire mismo hubiera drenado la humedad de su cuerpo, y cada movimiento de sus muñecas encadenadas hacía que el metal le recordara su vulnerabilidad actual. A pesar de todo, su mente, aún confusa, comenzaba a reconstruir los fragmentos de lo que había ocurrido. Las voces, las sombras, el gas… ¿Habían sido reales o un producto de la cueva, de algo más profundo? ¿O de alguien más?

Su mirada, visiblemente cansada, se posó en el reloj de arena. Cada grano que caía parecía ser una burla, un recordatorio del tiempo que había perdido mientras estaba atrapado en su propio subconsciente o en las ilusiones de aquel lugar. Dos días. Dos días perdido. Dos días sin avanzar. Un calor de rabia contenida comenzó a crecer en su pecho, pero fue rápidamente apagado por el agotamiento que pesaba sobre él. Su cuerpo no estaba en condiciones de sostener su furia, la rabia que sentía. “Nunca esperaría sentir una emoción tan humana... con esta intensidad...”, murmuraba, con una voz débil y carente de poderío. Pese a la fragilidad de la situación, Marian procuraba encontrar un punto de equilibrio, un motivo lo suficientemente fuerte como para mantener su mente atenta a su alrededor, expectante, como de costumbre, a cada movimiento que sucediese. “Imagino que todo vale como estudio…”, tosió un par de veces. Su garganta parecía un desierto ahora mismo.

El sonido de la puerta metálica resonó en su memoria, y su mirada se movió hacia la jarra con el líquido rojizo que habían dejado a su lado. ¿Sangre? ¿Vino? ¿Un veneno disfrazado de alivio? No tenía forma de saberlo, pero el ardor en su estómago vacío y la sequedad de su boca le recordaron que, independientemente de los riesgos, necesitaba algo que lo sostuviera. Especialmente si aquello era la sustancia carmesí que él tanto ansiaba. Así, Marian probó la fuerza de las cadenas con un tirón decidido, sintiendo cómo el metal mordía su piel. No cedieron, ni siquiera un poco. Gruñó bajo, más por frustración que por dolor, antes de relajarse contra la cama. "Bien jugado," murmuró, su voz áspera, apenas audible. "Parece que este lugar sabe cómo doblegar un cuerpo. Pero mi alma… todavía puede dar mucho juego", sonrió. Dejó escapar alguna carcajada de forma inconsciente. Sus ojos se cerraron por un instante, respirando profundamente mientras intentaba reunir las pocas fuerzas que le quedaban. Hambre, sed, cansancio... todo eso era físico. Y el cuerpo podía recuperarse. Lo que importaba ahora era no dejar que el peso de la situación se colara en su mente. Había estado en lugares peores, enfrentado cosas peores. Esto no sería su final. No aquí, no ahora. ¿Había logrado abandonar la trivialidad de los Dracul para ver cómo su vida acaba entre cuatro cadenas?

¿La gran ama, eh?” murmuró para sí mismo, mientras recordaba las palabras de quien había entrado. La presencia femenina, la mención de alguien poderoso que parecía regir este lugar… ¿Sería la misma mujer de la cueva? ¿La misma que lo había llevado hasta este punto? ¿La tan esperada Bruja? O tal vez era otra figura, alguien aún más peligrosa. O peligroso. En cualquier caso, Marian sabía que pronto tendría respuestas. Y si no se las daban, estaba decidido a obtenerlas él mismo. Si es que podía. Se inclinó hacia la jarra, estirando los brazos encadenados tanto como las ataduras le permitían. Era un movimiento incómodo, pero consiguió inclinarla lo justo para que unas gotas del líquido cayeran sobre sus labios resecos. Sabía que estaba tomando un riesgo, pero no tenía muchas opciones. El líquido era amargo, con un regusto metálico que le hizo apretar los dientes. No era vino, y definitivamente no era agua. Pero tampoco lo mató de inmediato. “Supongo que todavía no soy un sacrificio,” masculló con una leve sonrisa irónica, apoyando la cabeza contra la piedra fría.

Su mente trabajaba, aunque fuera a medias, intentando descifrar su siguiente paso. Necesitaba fuerzas, necesitaba claridad. Pero, sobre todo, necesitaba deshacerse de aquellas cadenas. ¿Cómo? Sólo el tiempo le ayudaría a descubrirlo. Se concentró en la puerta, recordando los pasos que había escuchado. Tacones. Ligereza. Quienquiera que fuese, no parecía alguien físicamente imponente. Si lograba que volviera y se acercara lo suficiente... tal vez podría hacer algo. Tal vez no podía romper las cadenas, pero aún tenía su voluntad y su astucia. "¡Eh!", gritó, con una voz rasposa que resonaba en la habitación. Hizo una pausa, luchando contra la sequedad en su garganta antes de continuar. "¿Eso es todo? ¿Me dejan aquí a morir de hambre y sed mientras la ‘gran ama’ juega a los misterios?”, intentaba obtener respuesta. “Es evidente la intermediación de poderes ajenos a lo humano”, dijo, en clara referencia a las frutas del diablo. Como explorador y aprendiz de arqueólogo, esto era una prueba irrefutable. “Invitadla, que hable conmigo. Que deje que el gas que me ha traído hasta aquí tome forma y se encare conmigo. Que me diga quién soy, si es que acaso se conoce a ella misma”.  Estaba cansado, no sólo físicamente, sino también a nivel psicológico. Cansado de que su fe estuviese en tela de juicio. Cansado de que sus palabras fuesen constantemente puestas en duda. Al menos, que se atreviese a confrontarlo de manera directa. Su grito se desvaneció en el aire, dejando el eco de sus palabras flotando en el silencio expectante de la habitación. Sabía que estaba arriesgándose, pero no tenía nada que perder. Y si algo había aprendido en su vida, era que la mejor manera de recuperar el control era hacer que el enemigo cometiera el primer error.

Esperó. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente permanecía alerta, observando la puerta, el reloj, las sombras. Lo que fuera que viniera a continuación, Marian estaba listo para enfrentarlo. Porque, a pesar de todo, aún estaba en pie. Aunque no literalmente.
#14
Ragnheidr Grosdttir
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La espera no duró mucho. Apenas unos minutos después de que sus palabras se desvanecieran en el aire, el sonido de unos pasos volvió a llenar la habitación. Pero esta vez eran diferentes. Más pesados, firmes, decididos. Marian giró la cabeza hacia la puerta metálica, observando cómo esta se abría lentamente con un chirrido agudo que perforó el silencio. La figura que apareció no era la misma que había entrado antes. Era un hombre corpulento, vestido con ropajes oscuros que parecían más funcionales que ceremoniales. Tenía el rostro cubierto parcialmente por una capucha, y en su cintura colgaba un arma que Marian identificó de inmediato,un arma blanca, larga, tal vez una lanza desarmada. Sin embargo, su expresión —visiblemente tensa y marcada por la fatiga— le dijo a Marian que no era solo un verdugo más. Este hombre parecía estar cargando algo más pesado que sus propias armas. El hombre se acercó rápidamente, con un movimiento hábil que contrastaba con su gran tamaño. Se detuvo al lado de la cama, y sin decir una palabra, sacó una llave metálica y comenzó a desbloquear las cadenas que sujetaban a Marian. El tintineo del metal resonó con cada movimiento, y Marian no pudo evitar levantar una ceja, desconfiado. — No te muevas demasiado rápido. Tus músculos deben estar entumecidos, y lo último que necesitamos es que te desplomes justo ahora. — La voz del hombre era grave, pero había algo en su tono que transmitía urgencia, no amenaza. El hombre terminó de liberar las últimas ataduras y dio un paso atrás, como si quisiera mantener algo de distancia entre ambos. Sus ojos oscuros buscaron los de Marian por un instante antes de responder.

Mi nombre no importa, no lo preguntes. Lo que importa es que si te quedas aquí, no vivirás para encontrar tus respuestas. — Su voz bajó ligeramente, como si temiera que alguien estuviera escuchando. — La gran ama no toma prisioneros por compasión. Lo que ocurrió aquí, lo que tú viste en esa cueva... no fue casualidad. Es parte de algo más grande. Algo que ya ha cobrado cientos de vidas.— Suspiró. El hombre te miró y cruzó los brazos, como si tratara de encontrar la mejor forma de explicar algo que ni siquiera él entendía del todo. — Este lugar... y la fe que sostiene a quienes lo protegen... ha cobrado más víctimas de las que puedo contar. Muchos han venido buscando respuestas, justicia, o incluso poder. Pero la mayoría han encontrado muerte. Las sombras que viste, las voces, los susurros... todo eso es parte de algo que ya no se puede controlar. Y ahora tú estás en medio de ello. — El hombre que había liberado las cadenas de Marian permaneció de pie junto a la cama, observándolo con atención. La tensión en su cuerpo era evidente, como si esperara algún movimiento impredecible o una reacción inesperada. Su mirada se desvió momentáneamente hacia la jarra con el líquido rojizo antes de volver al rostro de Marian. Afuera, el eco de pasos lejanos resonaba débilmente, un recordatorio de que no estaban solos en aquel lugar.

El hombre dio un paso hacia la puerta, cerrándola parcialmente detrás de él, pero manteniéndola entreabierta para vigilar. Las luces de las antorchas en las paredes titilaban, proyectando sombras alargadas que bailaban en las superficies de piedra húmeda. La atmósfera del lugar era opresiva, cargada de un silencio que parecía contener secretos demasiado oscuros para ser pronunciados en voz alta. Con un gesto rápido, el hombre señaló hacia un rincón oscuro de la habitación, donde una abertura estrecha, apenas visible entre las rocas, parecía conducir a un pasadizo secundario. Dio instrucciones claras, con voz baja pero firme, indicando que aquel era el camino que debía tomar si quería salir de allí. Explicó que ese túnel lo llevaría a una pequeña cámara oculta donde podría esconderse y recuperarse. Advirtió que el lugar estaba protegido por un mecanismo de cierre improvisado, pero seguro. El hombre añadió, casi en un susurro, que debía quedarse allí hasta que la situación se calmara. Insistió en que no intentara avanzar más profundo en el complejo y que, si quería sobrevivir, necesitaba pedir ayuda. La naturaleza de aquel lugar y de quienes lo habitaban no dejaba espacio para la imprudencia. Al mencionar a los muertos, el rostro del hombre adoptó una expresión sombría. Explicó que aquellos que habían llegado allí antes de Marian lo hicieron bajo la promesa de respuestas o de algo que buscaban desesperadamente, pero que la mayoría solo encontró la muerte. La fe que sostenía aquel lugar, dijo, no era más que una máscara que ocultaba la verdadera naturaleza de lo que estaba ocurriendo.

Sin decir más, se volvió hacia la puerta, dejándola abierta por completo. Miró por última vez en dirección a Marian antes de desaparecer por el pasillo. El eco de sus pasos se desvaneció rápidamente, dejando la habitación sumida nuevamente en un silencio inquietante. Las sombras en las paredes continuaban moviéndose, como si el lugar mismo estuviera vivo, observando. El tiempo seguía corriendo en el reloj de arena, marcando cada segundo con una precisión implacable. En el aire persistía la sensación de que algo más estaba acechando, esperando.


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#15
Marian
Marian
Marian permaneció inmóvil por un instante, sentado al borde de la cama, frotándose las muñecas donde las cadenas habían dejado marcas rojizas en su piel. Las palabras del hombre todavía resonaban en su mente como un eco interminable, tanto como el silencio que inundaba aquel lugar: “Algo que ya ha cobrado cientos de vidas… Tú también estás en medio de ello”. Se pasó una mano por el rostro, sintiendo el peso de la fatiga, la sed y el hambre, pero también algo más. Una carga invisible, algo que no terminaba de comprender. Este lugar no solo jugaba con su cuerpo, sino también con su espíritu, como si deseara despojarlo de todo lo que creía ser. Cada palabra, cada susurro, parecía ir directo a desafiar las creencias que siempre le habían atado a este mundo terrenal. La duda que lo asolaba era inmensa, pero podía reducirse a un claro y simple “¿por qué?”.

Su mirada se dirigió al rincón oscuro que el hombre había señalado. La abertura parecía más un agujero que un túnel, un pasadizo tallado a la fuerza en las rocas que conformaban las paredes que lo encerraban. Algo en su profundidad parecía llamarlo, como si el mismo aire de aquel lugar lo instara a moverse, a huir. Pero Marian no era alguien que simplemente escapara. Siempre había sido un buscador, un explorador que prefería enfrentar lo desconocido antes que darle la espalda. Esa era una de las tantas partes que conformaban su identidad. Explorar. Indagar. La curiosidad. Sin embargo, esta vez, las palabras del extraño hombre lo habían dejado con una duda persistente: ¿Era esto algo que realmente podía enfrentar? ¿O estaba atrapado en algo más grande que él mismo, un juego en el que no era más que una pieza prescindible?

Se puso de pie con esfuerzo, sus piernas temblaban y se tambaleaban débilmente bajo el peso de su propio cuerpo. Una oleada de vértigo lo golpeó, teniendo que apoyarse contra la pared de piedra para no caer. El frío del material se filtró a través de su piel, despertándolo ligeramente del letargo en el que había estado envuelto. Cerró los ojos y respiró hondo, dejando que el aire viciado de la habitación llenara sus pulmones. Cada inhalación era como una lucha, pero también un recordatorio de que todavía estaba vivo. Y mientras estuviera vivo, aún podía decidir... ¿no?

Miró la jarra con el líquido rojizo. No era vino, ni agua, ni algo que pudiera identificar, pero en ese momento, poco importaba. Marian la tomó con ambas manos y bebió con avidez, ignorando el sabor metálico y la textura viscosa que segundos después se revolverían en su estómago. Sintió cómo el líquido bajaba por su garganta, dejando un rastro de calor que, aunque desagradable, le devolvió algo de fuerza. Aunque no mucha. No podía permitirse el lujo de rechazar lo poco que se le ofrecía, incluso si eso significaba jugar bajo las reglas de aquel lugar. Al final, su vida siempre se había tratado de eso, de adaptarse y aceptar la realidad que se le había impuesto. Su vida no había sido marcada por la fe por decisión propia, sino por haber socializado en un entorno que la practicaba y la veneraba. Las creencias y dogmas que ahora veía como suyos no eran más que vestigios de un pasado carente de libertad. Aunque él todavía no era consciente de esto.

Finalmente, se dirigiría hacia el pasadizo. No dudó demasiado, incluso a pesar de la extraña apariencia y palabras de aquel hombre que se había desvanecido como el gas que lo envolviera minutos, horas o días antes. Él no lo sabía. Sus pasos eran lentos, cautelosos, y cada crujido de las piedras bajo sus pies parecía amplificarse en el silencio. Las sombras en las paredes seguían moviéndose, pero Marian ya no las miraba con temor. De hecho, se detuvo un momento para observarlas, como si buscara entenderlas. “¿Qué sois?” murmuró, casi como si fuese un susurro. No esperaba una respuesta, pero en su mente, las palabras del extraño seguían cobrando forma: “La fe aquí no es más que una máscara”, pronunciaba para sí mismo mientras continuaba su avanzada. Esa idea lo perseguía. Marian había dedicado su vida a buscar la verdad en las ruinas, en los restos de civilizaciones pasadas. Pero aquí, en este lugar, la verdad no parecía estar escrita en piedra ni tallada en las runas que lo rodeaban. Era algo vivo, algo que se retorcía entre las sombras y los ecos, algo que lo desafiaba a mirarse a sí mismo. Tal vez eso era lo que más le aterraba: que este lugar no fuera un enemigo externo, sino un espejo que reflejaba lo que él más temía enfrentar. ¿Acaso el juego de la Bruja, probablemente un ente inexistente llegados a este punto, era tan sólo un punto de inflexión en su vida? ¿Una prueba que desafiaba toda creencia a la que tantos años se había aferrado?

Mientras avanzaba por el túnel, el aire se volvía más pesado, como si el mismo espacio lo empujara hacia atrás, desafiándolo a continuar. El pasadizo era estrecho, y en algunos puntos tuvo que agacharse para pasar. Su tamaño dificultaba esta tarea; pues un diablo como él no era alguien especialmente diminuto. Sus manos rozaban las paredes, sintiendo las imperfecciones de la roca, la humedad que se filtraba por las grietas. Era un recordatorio de lo tangible, de lo real, en contraste con las sombras y las voces que lo habían atormentado. Marian se aferraba a esas sensaciones, usándolas como un ancla para no perderse en sus propios pensamientos. Finalmente, llegaría a la pequeña cámara que el hombre había mencionado. Era un espacio apenas más amplio que el pasadizo, con una antorcha parpadeante en una esquina y un montón de telas viejas que parecían haber sido usadas como improvisado lecho. Marian se dejó caer sobre ellas, sintiendo cómo su cuerpo protestaba con cada movimiento. Cerró los ojos por un momento, dejando que la oscuridad lo envolviera, aunque su mente continuaba trabajando, intentando desentrañar el misterio de aquel lugar.

Las palabras del hombre, las sombras, las voces... Todo parecía apuntar a algo más grande, algo que iba más allá de su comprensión inmediata. Pero había algo que sabía con certeza: este lugar no lo dejaría ir tan fácilmente. Era como si el mismo aire estuviera cargado de intenciones, como si las paredes lo observaran, esperando su próxima decisión. Marian sabía que no podía quedarse allí por mucho tiempo. Recuperar fuerzas era una necesidad, pero la verdadera batalla no sería contra el hambre o el cansancio, sino contra el peso de las preguntas que lo asediaban. Contra él mismo, incluso. Y contra todo lo que había construído.

Se obligó a recordar por qué había venido aquí en primer lugar. La mujer. La misión. La promesa de algo más grande que él mismo. Pero ahora, esas razones parecían tan lejanas, tan irrelevantes frente a lo que este lugar le ofrecía: un enfrentamiento con su propia esencia, con las preguntas que siempre había evitado. ¿Quién era él, realmente? ¿Un explorador? ¿Un glotón que ansía respuestas? ¿Un Dracul? ¿O simplemente alguien perdido, buscando en el mundo lo que no podía encontrar en sí mismo? Marian sabía que no podía responder a esas preguntas en este momento. Pero también sabía que no podía ignorarlas. Este lugar, con todo su misterio y peligro, era una prueba, no solo de su fuerza física, sino de su capacidad para enfrentar la verdad, por dolorosa que fuera o fuese. Y aunque no tenía todas las respuestas, había algo en su interior que se negaba a rendirse, algo que lo impulsaba a seguir adelante, incluso cuando todo parecía en su contra.

Se levantó lentamente, apoyándose en la pared para estabilizarse. En este momento recordó su tan preciado bastón, que no lo había abandonado en ningún momento, pero que él no había recordado hasta este momento. Lo agarró con fuerza, apoyándose sobre él. Miró hacia la abertura por donde había llegado y luego hacia la otra pared, donde un nuevo túnel se adentraba en la oscuridad. Sabía que el hombre le había advertido que no avanzara más, que se quedara allí y esperara. Pero Marian no era alguien que simplemente esperara. Era un Dracul, un explorador, un hombre anclado a una fe irrefutable. Y aunque las sombras lo acecharan y las voces intentaran despojarlo de su fe, había algo que siempre lo había definido: su voluntad de avanzar, de enfrentar lo desconocido, de buscar la verdad, sin importar el coste. Con paso ciertamente vacilante, aunque decidido, Marian se adentró en el nuevo túnel. Su cuerpo estaba débil, su mente agotada, pero su espíritu seguía ardiendo. Este lugar podía intentar consumirlo, pero él no se dejaría vencer. Porque Marian no era solo un hombre perdido en las sombras. Era alguien dispuesto a enfrentarlas, a desafiar lo que fuera necesario para encontrar lo que buscaba, incluso si eso significaba enfrentarse a sí mismo.

Con la luz de la antorcha parpadeando a sus espaldas, Marian desapareció en la oscuridad, dejando atrás la cámara y las advertencias del hombre. El aire se volvió más frío, las sombras más densas, pero él siguió avanzando. Porque aunque no sabía lo que le esperaba al final, sabía que este viaje no se trataba solo de respuestas, sino de transformación. De reciclaje. De transitar mundos desconocidos. Y Marian estaba dispuesto a pagar el precio, porque eso era lo que significaba vivir: enfrentar lo desconocido, un paso a la vez.

Suspiró. Suspiró varias veces, antes de sentenciarse a sí mismo. “Amén”, gritó, lo más alto que pudo.
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Moderador y señor Pink
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