Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Aventura] [T6] El poder de un Jarl
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragnheidr se detiene un instante, percibiendo el cambio en el aire antes de avanzar más. Su mirada se endurece, fija en la dirección de aquella presencia debilitada pero poderosa que siente a lo lejos. A su lado, Airgid nota su pausa y el ligero cambio en su postura, tan sutil que cualquier otro no lo habría detectado. —Hay alguien — Susurra, lo suficiente para que solo Airgid lo escuche. Su tono es bajo, serio, casi grave.— No está lejos. Es fuerte, pero... está mal. Herido.— Ragn se gira hacia ella un momento, dejando claro con sus ojos la preocupación que empieza a formarse en él. A pesar de su experiencia, algo en esta sensación le pone en guardia más de lo habitual. Sabe que en esta isla nada será simple. —Vamos ... — Añade, respondiendo al gesto de confianza que Airgid le ofreció antes. Esta vez, es él quien toma su mano, apretándola brevemente, con fuerza, como si con ese contacto quisiera asegurarle que está con ella, pase lo que pase. Su mirada se suaviza por un instante.— Quédate cerca. Y si algo no te cuadra, protege a los niños. Yo me encargaré de esto. — Con eso dicho, vuelve a fijar su atención al frente, guiando el camino con pasos más cautelosos.

Al llegar al lugar donde la mujer está apoyada contra el árbol, Ragnheidr se detiene en seco. Sus ojos, que al principio habían evaluado a la mujer y su estado, ahora se alzan hacia las ramas más altas de los árboles. La bandada de cuervos, con sus plumas negras y ojos brillantes, no parece natural. No es solo la manera en que lo miran, como si tuvieran más inteligencia de la que deberían, sino la presencia que emanan, como si fueran algo más que simples aves. Por un instante recordó a su padre y el uso de esos animales que tenía ... El vikingo entrecierra los ojos, su mandíbula se tensa. Nota un escalofrío que no tiene nada que ver con el frío de la nieve. Da un paso hacia adelante, esta vez mirando directamente a los cuervos, como si tratara de medir su amenaza. No baja la guardia, manteniendo su haki de observación activo, intentando captar cualquier anomalía o cambio en las intenciones de esas criaturas. Su instinto le dice que algo más grande está en juego aquí, y que no puede ignorar a esos cuervos, ni lo que podrían significar.

Una vez llegados a la ubicación ... Ragnheidr da un paso adelante con cuidado, levantando una mano abierta en un gesto de calma, pero su mirada no pierde ese brillo firme y determinado que siempre lo ha caracterizado. Sus músculos se tensan por la preparación, aunque su postura no es agresiva. Sabe perfectamente que una lanza en manos de alguien como ella, incluso herida, podría ser letal si no mide bien sus palabras o movimientos. —Soy Ragnheidr. Y ella es Airgid. — Comenta con voz grave, clara, pero sin rastro de hostilidad. — Soy viajero de tierras lejanas. No buscamos pelea. Aunque no se si estás en condiciones para darla.— Hace una pausa, evaluando sus palabras, y desvía ligeramente la mirada hacia los cuervos en las ramas. Su haki de observación sigue activo, escudriñando cualquier otra presencia que pudiera estar al acecho. Pero vuelve a centrarse en la mujer, consciente de que su atención no puede tambalearse ahora. —Parece que no estás en condiciones de enfrentarte a nadie. ¿Tan fuerte era la otra persona? —Dice con un tono más neutral pero intentando sonar algo irónico, aunque no carente de cierta preocupación genuina.— Podemos ofrecerte ayuda.— Miró por un segundo a Airgid, una mirada que decía "¿Es buena idea, no?"

Ragn no da un paso más, manteniendo una distancia prudente, pero su presencia es imponente, como una montaña que se planta firme ante el temporal. Sus ojos azulados brillan como el hielo bajo la luz invernal, reflejando una combinación de fuerza y compasión. —Decide rápido, porque no estoy seguro de que esos cuervos sean solo espectadores. —El vikingo lanza una rápida mirada hacia las aves antes de volver a centrar su atención en la mujer. Es directo, pero no deja de lado una pizca de humanidad. Aunque su voz suene dura, la decisión de tender una mano está ahí, esperando su respuesta.



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#11
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Mira que había campo abierto y multitud de montañas en Skjoldheim, y justo tuvieron que encontrar la que tenía un rastro misterioso de sangre en el suelo. Aún así, decidieron seguir avanzando, porque eran aventureros y porque el peligro nunca les había frenado antes. Aquel lugar era diferente a las otras islas que había visitado Airgid anteriormente, desprendía un aura especial, y si de verdad querían adentrarse un poco más en la magia de la zona, tenían que correr algunos riesgos. Resultaba curiosa esa mezcla de emociones dentro de Airgid, pues por un lado se sentía tremendamente segura, no solo por estar acompañada de Ragnheidr, sino de su propio poder, de su propia fuerza. Sin embargo, por el otro lado, sus hijos estaban con ella, y eran tan pequeños, tan frágiles... si les pasaba cualquier cosa, jamás se lo perdonaría.

Continuaron avanzando con cierta cautela, hasta escuchar el aviso de Ragn. Notó la presencia de alguien, aún lejana y herida. Solo una persona... puede que le hubiera atacado algún animal, o que hubiera tenido un accidente en aquel terreno rocoso y escarpado. Airgid se sintió más tranquila, más cuando Ragn la tomó de la mano, apretándola en complicidad por un momento. — Eso haré. — Contestó con una sonrisa. Puede que estuvieran preocupándose demasiado, aún no habían encontrado nada que resultara excesivamente alarmante, y todo parecía tener una explicación lógica y sencilla. Lo que si hizo Airgid mientras volvían a avanzar, aproximándose cada vez más a aquella presencia, fue activar el poder de su fruta del diablo. En principio, trataría de sentir la presencia del metal a su alrededor. Estaba el metal que ella misma llevaba encima, pues se había acostumbrado a siempre llenar sus bolsillos con trozos más pequeños, además de que llevaba sus propias herramientas en la mochila. Pero trató de concentrarse más en el metal que pudiera haber en el terreno, cualquier tipo de veta metálica que se encontrara incrustada en el interior del suelo o de la montaña. El metal no solo le servía a Airgid para atacar, sino también para defender, y era lo que más le interesaba en ese momento.

Entonces la encontraron. Se trataba de una mujer, malherida, apoyada contra el ancho tronco de un árbol. Mientras la observaba con detenimiento, Airgid protegió a Lilyd en su pecho, colocándola en medio de sus dos hermanos en aquella tela ajustada al tronco que usaba para portar a los bebés con más comodidad. Eso le dejaría las manos libres si tenía que actuar, cosa que ya empezó a hacer. Mientras Ragnheidr se dedicaba a hablar con ella, Airgid observó los cuervos a su alrededor. Parece que Ragn también se había dado cuenta de que esos animales no estaban actuando con normalidad. Cada isla era un misterio, y puede que en Skjoldheim, las aves fueran más agresivas de lo común, no tenían forma de saberlo, pero no le olía demasiado bien. Así que no le quedó otra que activar ella también su haki de observación, no con la intención de ver algo más allá de Ragnheidr, sino porque si la atacaban a ella directamente, así podría reaccionar mejor.

Ragnheidr la miró, ella se la devolvió, primero a él, y luego a la mujer herida, posando sus ojos en ella. Estaba realmente mal. — Llevamos vendas y algo para curarte las heridas. ¿Quién te atacó? ¿Cómo te llamas? — De momento, no se acercó, pues sospechaba de ella y de los detonantes por los que pudiera encontrarse en aquella situación. En caso de haber detectado algunas vetas de metal, la intención de Airgid sería atraerlas hacia ella, todas las que pudiera encontrar, cuantas más mejor.



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#12
Octojin
El terror blanco
El bosque sigue siendo un lugar misterioso mientras avanzáis con cautela, las ramas de los árboles crujen bajo el peso de la nieve, y el aire parece contener la respiración. El rastro de sangre os había llevado hasta aquí, pero lo que habéis encontrado supera las expectativas de cualquier simple accidente. La mujer, a pesar de su estado deplorable, exuda una fuerza que no pasa desapercibida. Airgid, mientras evalúas su presencia, no tardas en darte cuenta de que, incluso debilitada, podría ser una amenaza seria si se enfrentase a vosotros. Su mirada, fría y calculadora, no pierde de vista ni un solo movimiento vuestro.

A tu alrededor, el metal no da muchas sorpresas. Están vuestras armas, la lanza de la mujer y un par de objetos metálicos pequeños tirados en la nieve cerca de su posición, posiblemente equipo que se le haya caído en el combate. El resto del área parece limpio, sin vetas de metal en el suelo o algo más que puedas aprovechar fácilmente. Esto deja claro que cualquier apoyo adicional vendrá de vuestra habilidad y no de lo que el entorno pueda ofrecer.

Astrid os evalúa en silencio durante unos segundos que se sienten eternos. Finalmente, mueve su lanza con una destreza que no parece compatible con su estado. La gira en el aire con sorprendente agilidad, creando un par de círculos antes de golpear la nieve con el mango. El sonido que genera es profundo, casi como un eco que se expande por la zona. Los cuervos, que hasta ahora habían permanecido en un silencio inquietante, alzan el vuelo al unísono, creando una visión casi surrealista. Sus sombras atraviesan el suelo nevado mientras se dirigen hacia el monte, desapareciendo entre los árboles como un presagio oscuro.

—Soy Astrid "La Tormenta" Halvorsdottir —dice finalmente con voz grave y cargada de autoridad. Aunque debilitada, su tono no deja lugar a dudas sobre quién es en esta escena. Su lanza, aunque ya no os apunta directamente, permanece en posición de guardia, como si estuviera preparada para cualquier eventualidad.

Sus ojos, ahora con un color más natural tras aquel fugaz destello blanco, se fijan en Ragn. —El rival era una bestia —La palabra "bestia" no suena como un simple animal. Hay algo más en su tono, algo que insinúa un desafío mucho mayor de lo que parece. —. Frené su entrada al poblado, aunque ahora no me puedo mover. —Un jadeo interrumpe su explicación, y frunce el ceño mientras intenta incorporarse, pero su cuerpo no coopera. 

Astrid mira a Airgid, notando cómo llevas a los niños sujetos con la tela y cómo tus manos están libres, evaluando cada detalle con la mirada de alguien acostumbrado a analizar rápidamente su entorno.

—Haced lo que podáis con esas vendas que lleváis —su tono, aunque algo cortante, está cargado de urgencia —. Hay más gente en peligro. Si nos hubieran hecho caso... —Deja la frase en el aire, como si las palabras pesaran demasiado para ser dichas en este momento.

De repente, parece darse cuenta de que está hablando con desconocidos. Endereza su postura lo mejor que puede, apoyando su espalda contra el tronco del árbol y tensando los músculos de su brazo para sujetar su lanza con más firmeza. Su mirada se endurece, pero no se torna agresiva. 

—Si sois aventureros, me imagino que no podréis decir que no a cazar una bestia, ¿verdad? —comenta con un deje irónico en la voz. — No es una normal, ya os lo adelanto. Si me ayudáis a incorporarme, yo misma os guiaré hacia mis aliados. Pero... hay que avisar al Jarl. Necesitaremos refuerzos. ¿Habéis pasado por el Salón de Hrothgard? Hoy se reunían... 

Su propuesta queda flotando en el aire mientras vuelve a recostarse contra el árbol, visiblemente agotada. A pesar de su estado, la determinación en sus palabras y su mirada deja claro que no aceptará una negativa fácilmente. Los cuervos ya no están, pero su presencia aún parece resonar en la atmósfera, como si algo de ellos hubiera quedado impregnado en el lugar. 

El aire se siente más frío, más pesado. Cada decisión que toméis aquí podría marcar la diferencia entre contener esta amenaza o permitir que algo peor suceda. Astrid espera vuestra respuesta, aunque sus ojos parpadean de agotamiento, como si cada segundo fuera una lucha para mantenerse consciente. El bosque os observa en silencio, y el monte al que los cuervos han volado parece llamaros con un eco lejano.
#13
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn observó a la mujer mientras ella hablaba, con sus ojos clavados en los suyos, analizando cada palabra que pronunciaba. El nombre Astrid "La Tormenta" le arrancó una media sonrisa casi imperceptible, una que escondió tras un gesto aparentemente distraído mientras acomodaba el hacha que llevaba colgada del cinturón. Había algo en el destino que parecía siempre empujarle hacia las tormentas, ya fueran reales o metafóricas, y la ironía no se le escapaba. El Rompetormentas y La Tormenta en el mismo lugar... vaya coincidencia. Aunque no lo mostró abiertamente, la presencia de Astrid despertó en él un respeto instintivo, ese que se siente ante un igual. No era simplemente una guerrera poderosa; era alguien que, incluso al borde del colapso, irradiaba autoridad y determinación. Sin embargo, eso no le hizo olvidar que estaban en terreno peligroso, y que cualquier movimiento en falso podría costar caro, especialmente con los niños presentes. Su mente estaba tan enfocada en ella y en el entorno, que apenas se dio cuenta de que Airgid también se había mantenido completamente alerta, en perfecta sincronía con él. Cuando Astrid mencionó al Jarl y el Salón de Hrothgard, Ragn sintió una chispa de emoción recorrerle el cuerpo. No lo dejó entrever, pero internamente, se encendió un fuego que solo la idea de encontrarse cara a cara con una figura tan imponente podía provocar. Un Jarl digno de convocar a tantas presencias poderosas… eso es algo que tenía que ver con sus propios ojos. Era un impulso visceral, una necesidad de enfrentarse a lo desconocido y demostrar su valía, un deseo tan profundo que parecía grabado en su sangre.

A pesar de la urgencia de la situación, la escena de los cuervos, el ambiente cargado de tensión y el frío del bosque parecían amplificar el peso de cada palabra de Astrid. Y aunque su mirada volvió a la mujer frente a él, su mente ya imaginaba lo que podría esperarlos en ese Salón: guerreros dignos, aliados y rivales por igual, un lugar donde cada paso podría cambiar el curso de sus vidas. Pero primero… esta tormenta debía ser atendida. Y eso implicaba cazar a la bestia. Ragn apretó su mano en torno al hacha, sintiendo su peso familiar. Había una bestia que necesitaba ser enfrentada, y el destino parecía haberlos llevado directamente hacia ella. Con una mezcla de pragmatismo y determinación, volvió su atención completamente a Astrid, sabiendo que cada decisión tomada ahora era un paso más hacia el próximo desafío que tanto anhelaba. Ragn respiró hondo, dejando que el aire helado del bosque llenara sus pulmones. Sus pensamientos eran como el crujir de la nieve bajo sus botas, constantes, firmes, avanzando sin detenerse hacia lo que sabía que debía hacer. La imagen de Astrid recostada contra el árbol, cubierta de sangre pero aún sosteniendo su lanza como si en cualquier momento pudiera levantarse para enfrentarse a un enemigo, le resultaba extrañamente inspiradora. — Necesitaba un motivo para entrar en ese castillo. Y esto suena a motivo suficiente. ¿Tienes algún cargo importante entre ellos? — Con un movimiento casi inconsciente, volvió a apretar el hacha en su cinturón. El frío del metal contra su mano le recordó que estaba vivo, que había cosas por hacer, enemigos por enfrentar y un destino que cumplir. Pero no podía evitar pensar en las palabras de Astrid, sobre la bestia y el Jarl. La mención del Salón de Hrothgard y las poderosas presencias que lo llenaban encendieron un fuego interno que no podía ignorar. Allí, probablemente, encontraría algo que había estado buscando sin saberlo, un reto, un objetivo, y tal vez un camino más claro hacia lo que realmente era ser Ragn el Rompetormentas.

No había duda en su mente de que aceptarían ayudarla, y no solo porque estaba gravemente herida o porque la amenaza de la bestia pendía sobre sus cabezas. Esto iba más allá. Era una oportunidad de demostrar que ellos, como familia, podían superar cualquier cosa que se les pusiera enfrente. Incluso algo que había puesto de rodillas a una guerrera tan imponente como Astrid. Sin embargo, Ragn sabía que no podía dejarse llevar por sus propios impulsos. Miró de reojo a Airgid, viendo cómo ella seguía manteniendo su vigilancia activa, con los niños bien protegidos contra su pecho. Era un recordatorio constante de que no estaba solo, de que sus decisiones afectaban no solo su propio destino, sino el de todos los que viajaban con él. Incluso en medio de sus propios deseos ardientes, debía priorizar la seguridad de los demás. Sus ojos volvieron a Astrid, observando cómo el cansancio parecía querer arrastrarla al sueño eterno, pero su espíritu seguía luchando. Se inclinó levemente hacia ella, lo suficiente para que solo ella pudiera escuchar sus palabras, aunque su voz era lo suficientemente firme como para que resonaran en el aire helado del bosque. —Te ayudaremos. No porque nos lo pidas, sino porque esa bestia no tiene lugar en este bosque, y porque si quieres volver al Salón de Hrothgard, no puedes hacerlo sola. Nosotros nos aseguraremos de que llegues allí. —Sus palabras no eran una oferta, sino una declaración. Algo inamovible, como la nieve en esa montaña. Ragn le daría la espalda a la forastera, centrándose ahora en su mujer. — ¿Te quedas tú o me quedo yo? — Fue directo. Uno debía quedarse y el otro ir en busca de los vikingos para dar el aviso, ni Airgid ni Ragn eran médicos, necesitaban alguien que pudiera atenderla de verdad.

Mientras tanto, el rubio sacó del interior de su ropaje un trozo de pollo que estaba ya más congelado que su puta madre. El frío es lo que tenía, además, iba necesitando cocinar de nuevo una oleada de polloz preparados para los viajes, por que solo le quedaba ese y otro más y el sabor era ya espantoso. Pero le quitaba el hambre (mentira)


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#14
Airgid Vanaidiam
Metalhead
No parecía que fuera a tener suerte encontrando nada de metal en aquella montaña. El suspiro de frustración de Airgid fue breve, teniéndose que conformar con lo que llevaba encima solamente. No le hacía demasiada gracia, pero a peores situaciones se habían tenido que enfrentar. Dejó de prestar atención a los campos magnéticos que sentía a su alrededor y se concentró de nuevo en la mujer, que a ratos, le devolvía la mirada a Airgid. Se presentó como Astrid "La Tormenta", e instintivamente, miró de reojo a Ragn. Él hizo un gesto disimulado, pero ambos sabían la extraña casualidad que acababa de darse. No dijo nada al respecto, así que ella tampoco lo hizo.

Mencionó entonces que su estado se debía al ataque de una bestia, y dijo esa palabra con un tono especial, dejando intuir en los revolucionarios que no debía tratarse de un animal normal. Airgid solo podía imaginarse qué tipo de fauna podía poblar aquellas montañas. Un pensamiento que la emocionaba y le ponía los pelos de punta al mismo tiempo. En su pecho, cada uno de los niños centraba su atención en una cosa diferente. Harold parecía ensimismado con la brillante lanza de Astrid, mientras Gunnr observaba a su padre con fijación, y Lilyd seguía perdida en la montaña. Notó cómo Astrid se fijaba en ellos por un momento, aunque rápidamente paso a seguir explicándoles la situación.

Es ruda como una piedra, aferrándose a su lanza con desconfianza, pero entonces les ofrece tomar parte en la cacería del animal. No solos, la mujer forma parte de un grupo con el que planea volver a reunirse, pero antes de eso, ofrece la idea de ir avisar al Jarl, de buscar refuerzos. Airgid miró a Ragnheidr a su costado, notando rápidamente la emoción en su cuerpo de vikingo. Poder colaborar con el que era un rango importante en la isla no era cualquier tontería. Incluso Airgid sentía cierta curiosidad por conocerle, tanto a él como a las personas poderosas con las que se había reunido aquella mañana.

La bandada de cuervos había desaparecido, y mientras Ragn se inclinaba para hablar con Astrid, ella mantuvo su haki de observación bien atento. Quizás centrándose más en las energías más leves, más provenientes de animales que de personas. Pero no había nada que destacara. Al volver a ponerse en pie, Ragnheidr se dirigió a ella con decisión, preguntándole directamente qué es lo que quería hacer. Airgid miró primero a Astrid, la condición en la que se encontraba. Era dura, aguantaría con un poco de atención médica sin problemas, ¿cuántos años tenía? Parecía joven. Luego miró a Ragn. — Yo me quedaré, usaré el botiquín que llevo encima y la ayudaré. Ve tú a hablar con el Jarl. — Esbozó entonces una sonrisilla ladeada, juguetona. — Algo me dice que os entenderéis mejor. — Y que se le notaba que tenía ganas de entrar en aquel Salón.

Una vez Ragn se hubiera marchado, Airgid se acercó a Astrid, ignorando la lanza que aún sujetaba con fiereza entre sus manos. Sin decir nada, se arrodilló frente a ella y sacó la mochila de su espalda. Estaba a reventar, por cierto, y la abrió sobre la nieve. Sacó sus dos armas, ya preparándose para lo que se avecinaba; el botiquín que planeaba usar para tratar, aunque fuera de forma un poco torpe, las heridas de Astrid; su den den mushi, por si tenía que contactar con Ragn en algún momento, y el plato que el vikingo le había preparado aquella mañana, antes de salir. — No soy médico, pero creo que algo podré hacer con el botiquín. Ven, enséñame las heridas. — El olor de la comida de Ragn les llegó rápidamente, abriéndoles el estómago, al menos el de ella y los niños. Pero eran demasiado pequeños como para zamparse eso. — ¿Quieres un poco? Te sentirás mejor. — Le ofreció a Astrid, acercándole algo de comida antes de comerse ella uno de esos trozos de pescado, marisco y arroz. Si la mujer accedía a dejarla actuar sobre sus heridas, Airgid se pondría a ello sin problema, desinfectando y vendando lo necesario. — Quería preguntarte algo. Acabamos de llegar a isla, pero no hemos dejado de sentir desde que pusimos el pie en tierra firme, que hay una... energía mística en esta isla. ¿Se debe a algo en especial? — Se moría de curiosidad, y en parte no se esperaba una respuesta clara, pero sí quizás algo los mitos de las gentes de Skjoldheim, sobre sus creencias, su religión. ¿Sería parecia a la de Ragn? No lo esperaba, porque él ya le dejó entrever alguna vez que entre los suyos era considerado casi un pagano. Pero nunca quedaba de más preguntar, cuando era de forma sincera. Una vez hubo terminado con las heridas, sacó unos biberones que se dispuso a repartir entre los pequeños, dejando a Harold a la espera. — Tengo que fabricarme un tercer brazo. — Mencionó en voz baja, solo para ella.



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#15
Octojin
El terror blanco
El aire en el bosque se siente más denso mientras Astrid os observa con un semblante serio y evaluador. Antes de que puedas alejarte, Ragn, la mujer extiende su mano y te agarra del brazo con firmeza, aunque sus movimientos aún muestran signos de debilidad.

—Espera. Necesitarás algo para entrar ahí —la mujer cierra los ojos por un instante, como si se concentrara, y alza la mano que antes te había sujetado.

Tras ese momento de quietud, Astrid abre los ojos y, con movimientos lentos pero decididos, se quita la capa. Lo que revela bajo ella te sorprende: en su espalda lleva un carcaj lleno de flechas, pero no hay rastro de ningún arco. Aún así, no es el carcaj lo que llama la atención, sino las flechas en su interior. Saca una, y lo primero que notas es su diseño inusual. Las grandes plumas negras que la adornan parecen hechas para cortar el viento con precisión, y la punta, de una piedra negra opaca, tiene un brillo tenue pero ominoso. No es kairoseki, pero su textura y color sugieren algo igualmente raro, quizá una piedra única de la isla.

—Llévala contigo. —Te entrega la flecha mientras sus ojos se clavan en los tuyos, y por un momento parece medirte con la mirada.

En ese instante, un cuervo baja desde las alturas y se posa en el hombro de Astrid. La mujer le lanza una mirada fija, y, como si le diera una orden silenciosa, el ave alza el vuelo nuevamente y va a posarse sobre tu hombro, Ragn. Su peso apenas se siente, pero su presencia es inconfundible.

—Con la flecha y el cuervo, te dejarán pasar. No te preocupes, no te picará si no le provocas. Di que vas de parte de Astrid y que es una urgencia —Su tono es firme, como si no hubiera espacio para dudar de sus palabras.

Tras esas instrucciones, Astrid se reclina de nuevo contra el árbol mientras tú, Ragn, comienzas tu camino hacia el Salón de Hrothgard. El camino no te costará mucho, es exactamente el mismo que habéis hecho hace un momento.



El Salón de Hrothgard se alza majestuoso frente a ti, flanqueado por dos enormes puertas de roble. Los grabados en las puertas representan lobos y dragones en una danza épica, cada detalle parece contar una historia que escapa al tiempo. Sobre la entrada, un gigantesco escudo, símbolo del Jarl, cuelga como emblema de protección. Dos guardias, altos y de complexión robusta, custodian la entrada. Sus ojos se agrandan al verte acercarte con el cuervo sobre tu hombro y la flecha en tu mano.

—¿Qué diablos significa esto? —murmura uno de ellos, visiblemente sorprendido, mientras el otro se pone tenso, como si considerara intervenir.

Sin necesidad de que digas una palabra, ambos parecen captar la gravedad de la situación. Te miran de arriba abajo, y uno de ellos asiente lentamente antes de abrir las puertas.

—Adelante. —El mismo guardia te escolta hacia el interior, aunque no deja de lanzarte miradas cautelosas.

Dentro, la vastedad del salón te envuelve. Es una sala rectangular con techos altísimos sostenidos por pilares decorados con runas que parecen brillar tenuemente bajo la luz de las antorchas. A lo largo de las paredes cuelgan cuadros y tapices, cada uno representando escenas de batallas gloriosas y gestas heroicas. El ambiente está cargado de voces graves, conversaciones entre guerreros y líderes que llenan la sala con un murmullo constante.

Sin embargo, seguramente tu atención se centre en el trono al fondo. Una plataforma elevada sostiene un asiento imponente de madera y cuero, decorado con motivos de cuervos. Estos, símbolos del conocimiento y la vigilancia, parecen observarte desde la estructura misma del trono. Sentada en él está una mujer que, incluso entre tanta imponencia, destaca con creces.

Jarl Freydis Skaldottir


El Jarl, Freydis. Su figura alta y musculosa irradia autoridad. Su cabello rojo fuego, trenzado con precisión, contrasta con la dureza de su armadura de cuero reforzado. La capa de piel de lobo que lleva sobre los hombros parece un recordatorio constante de su posición y poder.

Cuando entras, Freydis alza la vista y, al verte, hace una seña con la mano. Las conversaciones cesan al instante, y todos los presentes giran la cabeza hacia ti. Sin mediar palabra, Freydis se levanta y avanza hacia ti con pasos decididos, sus ojos grises rápidamente se clavan en los tuyos.

—¿Astrid? ¿Le ha pasado algo? —pregunta en cuanto está lo suficientemente cerca, su voz es firme pero contiene un matiz de preocupación.

Antes de que puedas responder, te hace un gesto para que la sigas. Junto al escolta, te lleva a una sala más pequeña, lejos del bullicio principal, donde te mira expectante, como si tus palabras fueran a definir el curso de lo que está por venir.



Mientras tanto, Airgid permanece en el claro con Astrid. La guerrera asiente brevemente mientras sacas el botiquín y te preparas para tratar sus heridas. Se desabrocha la armadura con movimientos firmes, revelando una herida profunda en el costado. Aunque queda casi en ropa interior, no muestra signos de incomodidad por el frío; su piel curtida parece inmune al clima hostil de la isla. Puedes ver innumerables contusiones por todo el cuerpo, pero sin lugar a dudas la mayor herida está ahí. Quizá en las piernas tenga alguna más, pero al haberse quitado las botas, quizá no le molesta.

—Eres eficiente —comenta mientras empiezas a limpiar y vendar la herida. Aunque su rostro apenas refleja dolor, puedes notar el leve temblor de sus músculos tensos por el esfuerzo de mantenerse estoica.

Cuando le ofreces comida, la acepta sin dudar. Mordisquea con rapidez, como si cada segundo contara, y te lanza una sonrisa que, aunque cansada, tiene un toque de gratitud.

Ante tu pregunta sobre la energía de la isla, su expresión cambia ligeramente, como si hubiese esperado que mencionaras algo así.

—Skjoldheim está llena de misticismo. Los dioses, las leyendas, todo está aquí —Hace un gesto hacia las runas de su atuendo y los tatuajes que cubren partes de su piel —. Creemos en honrarlos con ofrendas, y las runas están dedicadas a ellos. Quizá por eso los de fuera sentís lo que nosotros llevamos en la sangre. Yo no vivo en el centro de Skjoldheim, sino en un asentamiento a las afueras, así que no comparto todas las costumbres que hay en esta isla. Sin embargo, yo también noto ese misticismo.

Una vez tratada y alimentada, Astrid se pone en pie, tambaleándose ligeramente, pero con más energía que antes. Mira hacia el monte y señala con un dedo firme.

—Debemos ir ahí. Los míos están en peligro. Comunícate con tu compañero y vayamos. O espérale aquí mientras yo voy, pero no tenemos tiempo que perder. Deben estar en peligro.

Su idea es clara, incluso cuando su cuerpo todavía muestra signos de debilidad. El tiempo empieza a ser un problema, y la decisión de actuar está ahora en tus manos.
#16
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn ladeó una sonrisa ante la respuesta de Airgid, dejando escapar una breve risa por lo bajo. No era un hombre que se tomara a sí mismo demasiado en serio, pero esa observación tenía un toque de verdad que no podía ignorar. La idea de encontrarse con el Jarl y aquellos guerreros poderosos, de sentir ese ambiente cargado de energía, lo atraía como un imán. Además, si Astrid tenía razón, la amenaza que enfrentaban requería algo más que la fuerza bruta. Necesitarían estrategia, aliados, y tal vez una que otra sorpresa. Aunque si eso era verdad ... Quizás la rubia hubiera sido mejor opción. —Tienes las manos demasiado bonitas para ir, ¿eh?—le dijo con una chispa en la mirada, mientras ajustaba el cinturón que sujetaba algunos objetos y se colocaba sus temibles guantes. — Está bien, haré que el Jarl nos escuche. Si esto es tan grave como parece, no se quedará de brazos cruzados.— Se inclinó levemente hacia ella, bajando la voz. —Cuida de ella. Y no te fíes de esos cuervos, no me fio ... Si algo va mal, lo sabré. —Comentó abiertamente, para que incluso la mujer tirada en el suelo pudiera escucharlo. Era su manera de tranquilizar a Airgid, aunque no lo necesitaba, de hacerle saber que aunque se separaran, no iba a perder de vista la situación. El vínculo entre ambos era algo que iba más allá de las palabras, y Ragn sabía que ella se encargaría de Astrid y los niños sin problemas. Se enderezó, y su rostro se iluminó con esa mezcla de emoción y determinación que lo definía tan bien. —Bueno, pues me voy a hacer amigos nuevos. Asegúrate de que Astrid siga entera cuando vuelva.—Bromeó, aunque el tono grave de la situación no le era ajeno. Con una última mirada a los niños y a Airgid, Ragn se giró hacia el camino, hacia el monte y el Salón de Hrothgard.

Ragn observó la flecha por unos segundos mientras la giraba entre sus dedos, apreciando los detalles de su diseño. No entendía del todo la naturaleza de aquel material, pero podía sentir que no era una flecha cualquiera. Había algo en ella, una presencia casi viva, como si llevase consigo un fragmento del propio bosque o de la voluntad de Astrid. Sus ojos subieron de la flecha al cuervo que ahora descansaba en su hombro. Su mirada era penetrante, más inteligente de lo que habría esperado, y por un instante sintió que lo estudiaba de la misma manera en que él lo estaba haciendo. Los recuerdos de su padre en Elbaf ... Los cuervos ... Fueron inmediatos. — Entendido —dijo finalmente, con un tono que mezclaba seriedad y confianza. No era su costumbre recibir encargos tan ceremoniosos, pero no iba a defraudar. Guardó la flecha con cuidado en la parte interna de su cinturón, asegurándose de que no se perdiera en el trayecto. Luego, lanzó una última mirada a Astrid, que parecía ya resignada a depender de ellos por el momento.— No te preocupes, Astrid "La Tormenta", haré que tu mensaje llegue. — El cuervo en su hombro graznó ligeramente, como si respondiera por ella. Ragn soltó una breve carcajada, ajustando la mochila en su espalda mientras se giraba hacia Airgid para darle un beso antes de partir. Luego, sin más dilación, empezó a caminar hacia el sendero que llevaba al Salón de Hrothgard. El peso del cuervo sobre su hombro no le molestaba; al contrario, era como llevar un pedazo del bosque consigo, una conexión directa con el enigma de aquella isla. El viento helado acariciaba su rostro mientras sus pasos resonaban sobre la nieve. En el fondo, no podía evitar sonreír al pensar en lo que estaba por venir. Un Jarl, guerreros poderosos y un salón repleto de historias. Sí, aquello era exactamente el tipo de aventura que lo había llevado a los mares.

Ragn avanzó por el sendero helado, con el cuervo en su hombro y la flecha negra. Cada paso crujía en la nieve, rompiendo el silencio opresivo del bosque. Aunque el paisaje era sereno, la tensión en el aire no desaparecía. Había algo extraño de la flecha en su diseño, algo que parecía tener más historia de la que Astrid había compartido. Al acercarse al Salón de Hrothgard, las puertas de madera labrada capturaron su atención. Los grabados de lobos y dragones parecían moverse ligeramente bajo la luz del sol, como si estuvieran vivos en un duelo eterno. No pudo evitar detenerse un segundo para observarlas antes de seguir avanzando. Cuando los guardias lo vieron llegar, sus reacciones fueron tan visibles como sus palabras. La sorpresa en sus ojos fue casi divertida para Ragn, aunque no lo demostró. Al escuchar el comentario del primero, su ceja derecha se alzó apenas un poco, y una sonrisa apenas perceptible tironeó la comisura de sus labios. "¿Qué diablos significa esto?", decían los ojos del guardia tanto como su voz. Sin embargo, Ragn no dijo nada. Simplemente alzó la flecha para que la vieran mejor, dejando que la presencia del cuervo en su hombro hablara por sí misma. Su postura firme y su mirada directa no dejaban dudas de que no estaba allí por voluntad propia, sino por una causa mayor. Cuando uno de ellos finalmente asintió y abrió las puertas, Ragn inclinó ligeramente la cabeza en señal de reconocimiento, casi burlón, como si quisiera decir: "Eso pensaba". Pasó junto a ellos con la flecha en mano y el cuervo aún bien asentado, sin mirar atrás. Al cruzar las puertas y encontrarse con la magnitud del Salón de Hrothgard, incluso Ragn tuvo que admitir que el lugar era impresionante. El run run constante de las conversaciones, la decoración intrincada y la presencia de guerreros y líderes por igual... todo emanaba una energía que hacía latir más rápido el corazón. Pero no era nada comparado con el aura que Freydis proyectaba desde el trono. Cada paso que daba hacia ella estaba cargado de expectativa. La determinación en su andar no menguó, aunque en su interior, una chispa de emoción creció al ver al Jarl en toda su imponencia. Freydis no solo irradiaba poder, sino una presencia que no permitía dudas. Cuando lo llamó para que hablara, su voz y postura confirmaron lo que Ragn ya había asumido, esta mujer no toleraba rodeos ni tonterías.Su momento había llegado, y Ragn sabía bien cómo dejar una impresión.

El vikingo depositó sobre las manos de la mujer la flecha que tenía. — No está bien. Una bestia la ha atacado y está en peligro. Ella me lo entregó para que pudiera acceder a vosotros. — La mirada de Ragn chocó contra la de la mujer. — Por lo visto no os gusta mucho la gente extranjera, ¿no? — Preguntó, olvidando por un instante el por qué estaba allí. Necesitaba satisfacer también sus dudas. — Esto es como Elbaf pero en miniatura ... — Susurró, mirando los detalles de la habitación. ¿Miniatura? Skjoldheim era un bicharraco de isla, ¿como debía ser Elbaf?
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#17
Airgid Vanaidiam
Metalhead
La respuesta de Ragn le sacó una de sus enormes y características sonrisas a la rubia. Que continuara mencionando lo de sus manos era tan tonto... pero le encantaba, se sentía de nuevo como aquella chica que atendía las heridas de un desconocido en la puerta de su casa, sin saber que acabaría convirtiéndose en el amor de su vida. — Y que seguramente me perdería por el camino. — No muchas veces le daba problemas su mala orientación, pues para explorar, por ejemplo, tampoco es que requiriera de mucha. Pero como tuviera que poner rumbo ella sola al poblado... igual llegaba dos horas más tarde, después de dar unas cuantas e innecesarias vueltas. Antes de emprender el camino, Ragnheidr se inclinó sobre Airgid, dedicándole unas palabras en el oído para que solo ella las escuchara. Airgid disimuló su gesto con un abrazo cariñoso, para que, por si acaso, Astrid no sospechara de que estaban murmurando, sino que compartían un momento tierno antes de la partida del buccaneer. Sí, al parecer el tampoco se había fiado mucho de los cuervos, algo en el comportamiento de aquellos animales resultaba inquietante, al menos para un par de extranjeros como ellos. Quizás en Skjoldheim fueran normales... quién sabe. — Estaremos bien. — Aunque algo desconfiada, a Airgid le gustaba mantenerse positiva ante cualquier adversidad.

Se separaron, Astrid le entregó la flecha y le dejó un cuervo a Ragn con el que al parecer le facilitarían la entrada al Salón de Hrothgard. A Airgid le llamó especialmente la atención la punta de aquella flecha. Ella se dedicaba a la creación de las armas y de diferentes inventos en general, había tratado con todo tipo de metales, ayudándose con su fruta para encontrarlo y utilizarlo. Incluso conocía el kairoseki. Pero ese... material, no le sonaba de absolutamente nada. El rostro de Airgid reflejó la admiración en aquel momento, y deseó ser ella la que portara la flecha para poder observarla mejor. Pero eso tendría que esperar. Con todo listo, el vikingo puso marcha de nuevo hacia el poblado. Los bebés se le quedaron mirando unos segundos, con unas expresiones en sus caras de verdadera intriga y curiosidad, ¿por qué se iba? — Tranquilos, no tardará mucho. — Estaba claro que no la entendían, pero igualmente, a Airgid le gustaba hablarles, que fueran haciéndose a las palabras. Tendrían que estudiar mucho en el futuro... seguro que Ragnheidr se empeña en enseñarles su idioma natal.

Airgid se dedicó entonces a tratar a Astrid, sentándose junto a ella, incluso sacando algo de comer y compartiéndolo con la guerrera. Los humanos a veces somos como los animales, si conservamos el apetito, es que tan mal no debemos estar. Así que se alegró de ver cómo tomaba la comida con ganas. Estaba ya dedicándose a dar los respectivos biberones —porque lo de sacarse las tetas delante de una desconocida guerrera en mitad del campo pues... como que no— cuando Astrid compartió con ella un poco más del misticismo de la isla. Le mostró las runas de sus ropajes, los tatuajes de su piel, y le confirmó que honraban a varios dioses. Y algo muy curioso, y es que al parecer, las costumbres o las leyendas no son las mismas entre las tribus de las afueras de la isla con las del pueblo central de Skjoldheim. ¿Tan grande era la isla como para desarrollar diferentes vertientes incluso dentro de la misma religión? La rubia sonrió, se la notaba intrigada, con un brillito en los ojos mientras escuchaba a Astrid hablar.

Se moría por preguntarle ahora acerca de la flecha, pero antes de que pudiera abrir la boca, Astrid comenzó a ponerse en pie. Airgid la miró fijamente, terminando de darle el biberón a Harold. Señaló hacia el monte, indicándole la dirección en la que se encontraba su grupo. Tenía intención de poner rumbo cuanto antes, y Airgid no pensó en dejarla sola, aunque ella lo sugiriese. Guardó los biberones vacíos en la mochila, así como el recipiente de la comida. — No irás sola. — Sacó una lata de refresco, guardándola en el pantalón para tenerla más a mano, pues empezaba a notar el gusanillo por darle un buen trago. Y ahora sí, estaba lista para partir. Se puso en pie y se echó la mochila a la espalda, cargando sus armas sobre su hombro y con los bebés en el pecho. Parecía un puto tanque llena de cosas por cada sitio que mirases, sin olvidar que cargaba incluso bombas en los bolsillos de los pantalones, además de chatarra. Pero era fuerte, llevar todo eso no le costaba. — Vamos a por los tuyos. — Puso rumbo justo después de ella, caminando a su lado a la vez que tomaba el den den mushi con la diestra, pues con la zurda se dedicaba a darles palmaditas a los niños en la espalda, para que eructaran después de comer. Sí, era muy bonito ser madre. — Ragn, ¿me escuchas? He puesto rumbo con Astrid para reunirnos con su grupo, en dirección al monte. Nos encontraremos mediante el haki. — No dijo nada más, pero mantuvo el den den mushi en su mano, por si Ragn le respondía.



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VYD

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#18
Octojin
El terror blanco
Ragn, cuando le entregas la flecha y explicas lo sucedido con Astrid al Jarl, su expresión cambia visiblemente. El suspiro que escapa de sus labios está cargado de frustración. Es como si supiera que eso podía pasar, o al menos eso puedes percibir. Su gesto no es de una entera sorpresa, si no más bien de una pequeña maldición.

—A veces odio estas reuniones. Hacer entrar a razón a tantas familias es tan difícil... —murmura. Sin embargo, su rostro se endurece al escuchar sobre el peligro que enfrentan Astrid y los demás.

Su semblante se tuerce un poco cuando sueltas eso de que no les parece gustar mucho los forasteros. Sin embargo, te deja hablar hasta que acabas haciendo la comparación de la isla con tu natal Elbaf.

—No habéis venido en el mejor momento. La isla está tensa, por diversos motivos. Pero eso podemos discutirlo después. Si Astrid está en peligro, no será la única. —Freydis se pone en marcha, dejando clara su autoridad.

Con un gesto que detiene todas las conversaciones, declara el final de la reunión. Le ha bastado subirse a su trono, hacer un par de movimientos y alzar la mirada, ojeando a todo aquél dentro de la sala.

—Esta reunión acaba aquí. Necesito que reunáis a todos vuestros guerreros disponibles. Astrid y los demás han sido heridos por la bestia del monte. Bjorn, organiza un plan, nadie como tú conoce cada esquina de esta isla. Todos hacia el monte, la batalla nos espera. 

Bjorn


Los guerreros se dispersan rápidamente, dejando el salón casi vacío. Freydis se acerca a ti con determinación. 

—Llévame con Astrid. Debemos actuar rápido. 



Airgid, mientras tanto, sigues el ritmo frenético de Astrid. La guerrera, a pesar de sus heridas, se mueve con una agilidad y una determinación que dejan claro por qué es tan respetada. La naturaleza y ella parecen ser uno, mezclándose la mujer con cada rincón de ésta. Su capacidad para rastrear es impresionante: huele la sangre, examina las pisadas y se detiene solo el tiempo necesario para ajustar su dirección hacia el monte.

En un momento, te agarra del brazo con una expresión seria. 

—Mis aliados están aquí. Sus presencias son débiles... La bestia está cerca también —Su mirada se fija en el monte, y su voz baja casi a un susurro. —. Si nos separamos en algún momento, busca a Ingrid y Vidar.

Ingrid

Vidar


Tu haki de observación confirma dos presencias débiles más arriba, claramente heridas. Sin embargo, el monte emana una amenaza que no puedes ignorar. La bestia está cerca, aunque no puedes precisar su ubicación exacta. Pero tanto las pisadas como las presencias débiles de los aliados de Astrid te hacen ver que debe estar por ahí.

Astrid no pierde el tiempo. Sigue adelante, con el instinto de un depredador buscando a su manada, y tú mantienes el paso. Aunque cargada con los niños y el equipo, tu paso es algo más lento, aunque no flaquea.

Mientras esperas respuesta de Ragn, Astrid sigue guiando el camino, su postura es tensa y su mirada está alerta ante cualquier movimiento. La batalla se siente cada vez más cercana, y aunque no puedes ver a la bestia aún, sabes que está esperando su momento. La tensión en el aire es tan densa como la nieve que cubre el terreno.

Cosas
#19
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn sintió el peso del den den mushi en su bolsillo como si fuese una piedra incómoda en el zapato. Mientras Freydis esperaba, sus ojos como un halcón clavados en él, sacó el comunicador con movimientos tensos, sin poder evitar que un chispazo de frustración cruzara su rostro. "Siempre en el peor momento..." pensó. Odiaba al maldito caracol. Con el cuervo aún en su hombro y la flecha firmemente sujeta, llevó el den den mushi a su oído, la mandíbula apretada mientras la voz de Airgid llenaba el silencio de la pequeña sala. La escuchó en completo silencio, tratando de no delatar con sus expresiones lo mucho que la situación le incomodaba. Mientras ella hablaba sobre Astrid, el monte, y su intención de moverse hacia el grupo, algo en su pecho se encogió, la distancia, la tensión, y el hecho de no poder estar ahí para asegurarse de que estuvieran seguros. Esa sensación de impotencia le carcomía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Apretó el den den mushi en su mano mientras sus ojos se desviaban por un instante hacia Freydis, quien aguardaba, claramente esperando que este intercambio terminara rápido.

¡No os mováis! — respondió finalmente. — ¡No sabes que hay por ahí, Airgid! — Ragn apretó tanto el den den mushi que estuvo a punto de partirlo. — Airgid ... Nuestros hijos ... — Terminó por susurrar. había sido por momentos cortante, pero dejando espacio para que ella entendiera que había captado todo. Guardó el comunicador con un movimiento rápido, girando de inmediato la atención hacia la Jarl. En ese momento, todo lo relacionado con el mensaje de Airgid parecía desvanecerse ante la imponente presencia de Freydis. El Jarl, la situación en la isla, y las piezas del enigma que debía resolver eran ahora su prioridad absoluta. Ragn se mantuvo en silencio mientras la Jarl procesaba la información. Podía notar el peso de las decisiones en sus hombros, un peso que él mismo conocía, aunque en una escala mucho menor. La reacción de Freydis a su comparación con Elbaf le pareció intrigante, como si le hubiera tocado un nervio que ella no estaba dispuesta a mostrar del todo. No obstante, cuando ella tomó las riendas, quedaba claro por qué era respetada y temida.

Observó con admiración contenida cómo el salón entero obedecía a su comando. Cada guerrero que salía parecía cargado de propósito, y aunque el ambiente estaba impregnado de urgencia, no había caos, solo disciplina. Esa estructura le recordaba a la forma en que se organizaban las fuerzas en su tierra natal. Cuando Freydis se le acercó con esa determinación en los ojos, Ragn sostuvo su mirada sin vacilar. —Mi familia me necesita. Vámonos. —dijo con firmeza, dándole un asentimiento leve antes de girarse hacia las puertas del salón. Su mente estaba ya a varios pasos por delante, visualizando cómo se desarrollaría la situación en el monte. No quería ni pensarlo ... ¿Para qué cosas necesitas un maldito ejército? mejor no pensarlo ... Mientras caminaban hacia la salida, sacó el den den mushi de nuevo, sus dedos grandes manipulándolo con cierta torpeza. Pulsó para comunicarse con Airgid, la imagen de su compañera avanzando por terreno hostil clavándose en su mente. —No sé si puedes escucharme, pero vamos para allá. Intentad no desviaros mucho del lugar en el que estábamos, así será más fácil encontraros. —le dijo con rapidez al recibir señal, con un tono bajo pero lo suficientemente claro para que ella captara la urgencia. Al guardar el comunicador, apretó los dientes. No le gustaba esta sensación de estar dividido, pero ahora no había espacio para vacilar. Al final del día, confiaba en ella tanto como en sí mismo, y en ese pensamiento halló algo de consuelo mientras seguía a Freydis hacia lo que parecía una batalla inminente.

El camino se hace largo. Se hace largo porque lo más importante para Ragn espera en el otro lado. La diferencia es que viene con mucho ejército, lo cual da cierto temor. Al llegar al lugar donde deberían estar ambas y sus hijos, no están. ¿Lo más preocupante? Que el haki tampoco las siente cerca. Las alarmas saltan, ¿dónde tendrían que estar para que el haki no las alcanzara? Una sensación de frustración le invade, pero dura poco. Había aprendido a dominar esos momentos en Cozia ... Así que se colocó de rodillas en la nieve y cerró los ojos. Su respiración acelerada aminoró y al abrirlos encontró unas huellas no muy lejos de ahí.

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#20


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