Ed Contróy
Camaleón Escarlata
16-01-2025, 07:56 PM
La taberna de Skjoldheim, conocida como El Cuerno Frío, era un lugar tan áspero y desolado como el propio clima de la isla. El crujir de la madera bajo el peso de las botas mojadas, el leve vaho que salía de las bocas al hablar, y el eterno olor a alcohol barato y pescado ahumado componían un ambiente que no invitaba al confort, pero sí a transacciones en las sombras. Contróy ocupaba una mesa en la esquina más oscura de la taberna. Su figura, envuelta en un abrigo negro con capucha que ocultaba gran parte de su rostro, parecía una extensión natural de la penumbra que lo rodeaba. Estaba encorvado sobre la mesa, una mano sosteniendo su frente como si su cráneo estuviera a punto de partirse en dos. Jaqueca. La maldita jaqueca de la abstinencia. El dolor era como una garra invisible que le rasgaba los pensamientos, dejando al descubierto su necesidad: Empisexsi.
Le dolía más la cabeza de solo pensar que ese contacto aún no aparecía. El estúpido bastardo llegaba tarde, y él odiaba esperar. Con cada minuto que pasaba, la presión detrás de sus ojos rojos aumentaba, y los latidos en sus sienes se sentían como golpes de tambor. Quería clavarse las uñas en la cara, pero, en lugar de eso, tamborileaba los dedos en la madera de la mesa, un ritmo irregular que delataba su creciente ansiedad. Miraba a los demás clientes como si estuviera evaluándolos, aunque en realidad solo buscaba algo que lo distrajera del dolor. Pero sus ojos rojos —esos orbes intensos que parecían dos gotas de sangre suspendidas en la oscuridad— hacían que la mayoría apartara la mirada en cuanto se cruzaban con la suya. Contróy lo notaba, y eso lo irritaba aún más. ¿Era tan difícil soportar una mirada? Cobardes. En una de las mesas cercanas, un par de hombres robustos reían a carcajadas mientras golpeaban sus tarros de cerveza contra la madera. Su ruido le taladraba el cerebro. Contróy entrecerró los ojos, con un leve tic en la comisura de sus labios, y murmuró para sí mismo —Divertirse es de idiotas... —su voz sonó rasposa, apenas audible.
El camarero, un hombre viejo con barba cubierta de escarcha, pasó cerca con una mirada inquisitiva. Contróy levantó una ceja, irónico, y en voz baja le lanzó una de sus frases envenenadas —No me mires así, abuelo. No planeo robar tus míseras monedas. Solo espero a alguien que no tiene reloj.— El camarero bufó y siguió su camino, refunfuñando algo sobre "forasteros extraños". La espera se hacía interminable, y el dolor en su cabeza empezaba a transformarse en algo más oscuro. Su humor, ya de por sí volátil, estaba a punto de explotar. Sentía la necesidad de hacer algo, cualquier cosa, para aliviar la presión. Por un segundo, su mirada se fijó en una lámpara de aceite que colgaba del techo, imaginando qué pasaría si la derribara de un disparo. ¿Caos? ¿Fuego? ¿Gritos? La idea le arrancó una sonrisa torcida. —Demasiado obvio... —Susurró , desechando la idea. Finalmente, la puerta de la taberna se abrió, dejando entrar una ráfaga de aire helado y a un hombre encapuchado. El recién llegado escaneó la habitación y sus ojos se encontraron con los de Contróy. No había error posible. Era el contacto. —Ya era hora... —susurró para sí mismo, mientras se recostaba en la silla, tratando de aparentar calma, aunque su corazón latía con fuerza, impulsado por la expectativa de lo que estaba a punto de recibir.
El hombre se acercó lentamente, y mientras lo hacía, Contróy sintió cómo la irritación comenzaba a desvanecerse, reemplazada por una anticipación que, por un instante, hizo que olvidara el martilleo constante en su cabeza. Empisexsi estaba cerca, y eso significaba que pronto todo volvería a estar "bien". O al menos, lo más cerca posible de eso.
Le dolía más la cabeza de solo pensar que ese contacto aún no aparecía. El estúpido bastardo llegaba tarde, y él odiaba esperar. Con cada minuto que pasaba, la presión detrás de sus ojos rojos aumentaba, y los latidos en sus sienes se sentían como golpes de tambor. Quería clavarse las uñas en la cara, pero, en lugar de eso, tamborileaba los dedos en la madera de la mesa, un ritmo irregular que delataba su creciente ansiedad. Miraba a los demás clientes como si estuviera evaluándolos, aunque en realidad solo buscaba algo que lo distrajera del dolor. Pero sus ojos rojos —esos orbes intensos que parecían dos gotas de sangre suspendidas en la oscuridad— hacían que la mayoría apartara la mirada en cuanto se cruzaban con la suya. Contróy lo notaba, y eso lo irritaba aún más. ¿Era tan difícil soportar una mirada? Cobardes. En una de las mesas cercanas, un par de hombres robustos reían a carcajadas mientras golpeaban sus tarros de cerveza contra la madera. Su ruido le taladraba el cerebro. Contróy entrecerró los ojos, con un leve tic en la comisura de sus labios, y murmuró para sí mismo —Divertirse es de idiotas... —su voz sonó rasposa, apenas audible.
El camarero, un hombre viejo con barba cubierta de escarcha, pasó cerca con una mirada inquisitiva. Contróy levantó una ceja, irónico, y en voz baja le lanzó una de sus frases envenenadas —No me mires así, abuelo. No planeo robar tus míseras monedas. Solo espero a alguien que no tiene reloj.— El camarero bufó y siguió su camino, refunfuñando algo sobre "forasteros extraños". La espera se hacía interminable, y el dolor en su cabeza empezaba a transformarse en algo más oscuro. Su humor, ya de por sí volátil, estaba a punto de explotar. Sentía la necesidad de hacer algo, cualquier cosa, para aliviar la presión. Por un segundo, su mirada se fijó en una lámpara de aceite que colgaba del techo, imaginando qué pasaría si la derribara de un disparo. ¿Caos? ¿Fuego? ¿Gritos? La idea le arrancó una sonrisa torcida. —Demasiado obvio... —Susurró , desechando la idea. Finalmente, la puerta de la taberna se abrió, dejando entrar una ráfaga de aire helado y a un hombre encapuchado. El recién llegado escaneó la habitación y sus ojos se encontraron con los de Contróy. No había error posible. Era el contacto. —Ya era hora... —susurró para sí mismo, mientras se recostaba en la silla, tratando de aparentar calma, aunque su corazón latía con fuerza, impulsado por la expectativa de lo que estaba a punto de recibir.
El hombre se acercó lentamente, y mientras lo hacía, Contróy sintió cómo la irritación comenzaba a desvanecerse, reemplazada por una anticipación que, por un instante, hizo que olvidara el martilleo constante en su cabeza. Empisexsi estaba cerca, y eso significaba que pronto todo volvería a estar "bien". O al menos, lo más cerca posible de eso.