Alexander D.Vinci
PlayBoy
25-01-2025, 10:41 PM
(Última modificación: 25-01-2025, 10:44 PM por Alexander D.Vinci.)
Llevaba ya varios días en esta isla, cada uno marcado por un clima cada vez más lúgubre. La lluvia gris, el cielo sin estrellas por las noches, el viento que gritaba como alma en pena contra las paredes de las tabernas. Si en un inicio mi llegada tuvo el propósito práctico de buscar pistas sobre criminales de poca monta, con el pasar del tiempo se transformó en un estado de espera brumoso, como si la isla misma me hubiese apresado en su amargura. AAAA. me estaba aburriendo... Había escuchado que un pirata menor, un forajido de escasa reputación que respondía al nombre de Garett “el jabalí” que aparentemente se ocultaba en algún rincón de Rudra, y que su cabeza valía una recompensa discreta pero suficiente para mis planes inmediatos. Sin embargo, mis días se transformaron en una sucesión de caminatas por callejuelas fétidas, preguntas mal recibidas y noches sin sueño… o noches que, de pronto, se veían interrumpidas por un colapso involuntario.
El día en que recibí la primera pista concreta sobre Garett fue, asimismo, el día más feliz que recuerdo en Rudra. Desde la la mañana, el cielo se había cubierto de nubes espesas; ni un solo rayo de sol osó atravesarlas. A eso de media mañana, me encontraba en la taberna principal, un lugar lúgubre de madera añeja, donde las vigas carcomidas daban la impresión de que el techo se desplomaría en cualquier momento. Allí, entre murmullos temblorosos y copas baratas, un hombre de mirada huidiza me habló de un almacén abandonado cerca del muelle, un rincón donde los contrabandistas solían reunirse y beber a deshoras.
Su voz era rasposa, como si cada palabra que emitiera raspase contra sus cuerdas vocales:
-Dicen… -empezó, bebiendo un sorbo para aclarar la garganta-, dicen que ese tal jabalí se deja ver por allí al anochecer, cuando las ratas salen de los agujeros. Si vas a buscarlo, no vayas solo. Ese hombre puede ser de bajo rango, pero sus puños son tan duros como su cabeza.
No respondió cuando intenté sacarle más información. Simplemente bajó la mirada y se marchó, dejando unas monedas sobre la mesa para pagar su cerveza. Sus pasos resonaron con un eco apagado contra las tablas, y el portazo final retumbó como un trueno en mi mente, parecía.. ocupado, como si fuera un fantasma, vaya rarito tronqui.
La lluvia no cesó en todo el día eso si, por lo que las calles se convirtieron en un fangal resbaladizo al final. Tomé mis cosas. Mi chaqueta larga de cuero oscuro, mis notas y las pequeñas herramientas que guardaba en los bolsillos y me encaminé al muelle con tranquilidad sabes, sin querer llamar demasiado la atención, que luego seguro que algún cotilla venía a buscarme o algo.
A medida que avanzaba, el olor de la calle se mezclaba con la pestilencia de pescado en descomposición. Los muros cercanos al puerto estaban desgastados, con grafitis indescifrables y avisos viejos de “SE BUSCA” puestos unos sobre otros, testimonio del paso de incontables forajidos. La brisa marina traía consigo un coro siniestro de gaviotas que chillaban desesperadas, revoloteando en busca de alimento. Finalmente, encontré el supuesto almacén despues de un montón de horas buscando, ya estaba hasta empezando a cansarme. Era una construcción de piedra ennegrecida por la humedad y repleta de moho, las ventanas estaban tapadas por tablones rotos y la puerta principal estaba carcomida, a medio sostenerse en sus tornillos... pero bueno, era claro que eso no iba a durar demasiado, la verdad. Cuando crucé el umbral, mis pies pisaron charcos en el interior, y la oscuridad se cernió sobre mí. Con sigilo, avancé encendiendo la pequeña linterna que llevaba escondida. Las paredes se hallaban cubiertas de un musgo verdoso y de manchas que no deseaba identificar. El silencio pesaba más que un lastre. Solo se oía el goteo rítmico y monótono de la lluvia colándose por las grietas del techo.
Intenté caminar sin hacer ruido, en busca de rastros que delataran la presencia de ocupantes. Hallé cajones rotos, botellas vacías, pedazos de cuerda y un hedor particular: un aroma agrio y metálico, entre sangre seca y algo más indefinible. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, ¿era emoción o era miedo? no se, probablemente la primera. Fue entonces cuando me sorprendió el primer ataque de sueño de la noche. Un súbito mareo me invadió, y la linterna tembló en mi mano; sentí como mis párpados empezaban a cerrarse, pesados como rocas. Luché por mantenerme en pie, pellizcándome el brazo (el de carne) con fuerza. Aspiré hondo el aire cargado de humedad y logré, a duras penas, sobreponerme. Aún así, mis ojos se nublaron, y me vi obligado a apoyarme contra la pared, jadeando, los latidos del corazón retumbando en mis en mi cabeza como unos tambores en el desfilo del orgullo de Momoiro.
-No… ahora no illo… -murmuré, intentando convencer a mi cerebro de que se mantuviera alerta.
Pese a todo lo que estaba sintiendo en ese momento, continué la búsqueda, cada paso más cauteloso eso sí. Crucé un pasillo estrecho donde el eco de mis pisadas parecía multiplicarse. Me condujo a una especie de trastienda. Allí descubrí un revoltijo de cajas amontonadas, y en una de ellas, un montón de trapos ensangrentados. Alcé la linterna con la mano izquierda y, con la derecha, simplemente agarra un cacho de metal que me podría comer si sugiera algún improviso, un ruido seco rompió el silencio. Parecía el sonido de un pie que patea una madera suelta. Contuve la respiración, notando como el frio metal de las punteras de mis botas tenían ganas de echarse un bailecito
El día en que recibí la primera pista concreta sobre Garett fue, asimismo, el día más feliz que recuerdo en Rudra. Desde la la mañana, el cielo se había cubierto de nubes espesas; ni un solo rayo de sol osó atravesarlas. A eso de media mañana, me encontraba en la taberna principal, un lugar lúgubre de madera añeja, donde las vigas carcomidas daban la impresión de que el techo se desplomaría en cualquier momento. Allí, entre murmullos temblorosos y copas baratas, un hombre de mirada huidiza me habló de un almacén abandonado cerca del muelle, un rincón donde los contrabandistas solían reunirse y beber a deshoras.
Su voz era rasposa, como si cada palabra que emitiera raspase contra sus cuerdas vocales:
-Dicen… -empezó, bebiendo un sorbo para aclarar la garganta-, dicen que ese tal jabalí se deja ver por allí al anochecer, cuando las ratas salen de los agujeros. Si vas a buscarlo, no vayas solo. Ese hombre puede ser de bajo rango, pero sus puños son tan duros como su cabeza.
No respondió cuando intenté sacarle más información. Simplemente bajó la mirada y se marchó, dejando unas monedas sobre la mesa para pagar su cerveza. Sus pasos resonaron con un eco apagado contra las tablas, y el portazo final retumbó como un trueno en mi mente, parecía.. ocupado, como si fuera un fantasma, vaya rarito tronqui.
La lluvia no cesó en todo el día eso si, por lo que las calles se convirtieron en un fangal resbaladizo al final. Tomé mis cosas. Mi chaqueta larga de cuero oscuro, mis notas y las pequeñas herramientas que guardaba en los bolsillos y me encaminé al muelle con tranquilidad sabes, sin querer llamar demasiado la atención, que luego seguro que algún cotilla venía a buscarme o algo.
A medida que avanzaba, el olor de la calle se mezclaba con la pestilencia de pescado en descomposición. Los muros cercanos al puerto estaban desgastados, con grafitis indescifrables y avisos viejos de “SE BUSCA” puestos unos sobre otros, testimonio del paso de incontables forajidos. La brisa marina traía consigo un coro siniestro de gaviotas que chillaban desesperadas, revoloteando en busca de alimento. Finalmente, encontré el supuesto almacén despues de un montón de horas buscando, ya estaba hasta empezando a cansarme. Era una construcción de piedra ennegrecida por la humedad y repleta de moho, las ventanas estaban tapadas por tablones rotos y la puerta principal estaba carcomida, a medio sostenerse en sus tornillos... pero bueno, era claro que eso no iba a durar demasiado, la verdad. Cuando crucé el umbral, mis pies pisaron charcos en el interior, y la oscuridad se cernió sobre mí. Con sigilo, avancé encendiendo la pequeña linterna que llevaba escondida. Las paredes se hallaban cubiertas de un musgo verdoso y de manchas que no deseaba identificar. El silencio pesaba más que un lastre. Solo se oía el goteo rítmico y monótono de la lluvia colándose por las grietas del techo.
Intenté caminar sin hacer ruido, en busca de rastros que delataran la presencia de ocupantes. Hallé cajones rotos, botellas vacías, pedazos de cuerda y un hedor particular: un aroma agrio y metálico, entre sangre seca y algo más indefinible. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, ¿era emoción o era miedo? no se, probablemente la primera. Fue entonces cuando me sorprendió el primer ataque de sueño de la noche. Un súbito mareo me invadió, y la linterna tembló en mi mano; sentí como mis párpados empezaban a cerrarse, pesados como rocas. Luché por mantenerme en pie, pellizcándome el brazo (el de carne) con fuerza. Aspiré hondo el aire cargado de humedad y logré, a duras penas, sobreponerme. Aún así, mis ojos se nublaron, y me vi obligado a apoyarme contra la pared, jadeando, los latidos del corazón retumbando en mis en mi cabeza como unos tambores en el desfilo del orgullo de Momoiro.
-No… ahora no illo… -murmuré, intentando convencer a mi cerebro de que se mantuviera alerta.
Pese a todo lo que estaba sintiendo en ese momento, continué la búsqueda, cada paso más cauteloso eso sí. Crucé un pasillo estrecho donde el eco de mis pisadas parecía multiplicarse. Me condujo a una especie de trastienda. Allí descubrí un revoltijo de cajas amontonadas, y en una de ellas, un montón de trapos ensangrentados. Alcé la linterna con la mano izquierda y, con la derecha, simplemente agarra un cacho de metal que me podría comer si sugiera algún improviso, un ruido seco rompió el silencio. Parecía el sonido de un pie que patea una madera suelta. Contuve la respiración, notando como el frio metal de las punteras de mis botas tenían ganas de echarse un bailecito