¿Sabías que…?
... existe una tribu Lunarian en una isla del East Blue.
[Común] La coca es carísima
Ed Contróy
Camaleón Escarlata
Día 4 de invierno ...

La taberna de Skjoldheim, conocida como El Cuerno Frío, era un lugar tan áspero y desolado como el propio clima de la isla. El crujir de la madera bajo el peso de las botas mojadas, el leve vaho que salía de las bocas al hablar, y el eterno olor a alcohol barato y pescado ahumado componían un ambiente que no invitaba al confort, pero sí a transacciones en las sombras. Contróy ocupaba una mesa en la esquina más oscura de la taberna. Su figura, envuelta en un abrigo negro con capucha que ocultaba gran parte de su rostro, parecía una extensión natural de la penumbra que lo rodeaba. Estaba encorvado sobre la mesa, una mano sosteniendo su frente como si su cráneo estuviera a punto de partirse en dos. Jaqueca. La maldita jaqueca de la abstinencia. El dolor era como una garra invisible que le rasgaba los pensamientos, dejando al descubierto su necesidad: Empisexsi.

Le dolía más la cabeza de solo pensar que ese contacto aún no aparecía. El estúpido bastardo llegaba tarde, y él odiaba esperar. Con cada minuto que pasaba, la presión detrás de sus ojos rojos aumentaba, y los latidos en sus sienes se sentían como golpes de tambor. Quería clavarse las uñas en la cara, pero, en lugar de eso, tamborileaba los dedos en la madera de la mesa, un ritmo irregular que delataba su creciente ansiedad. Miraba a los demás clientes como si estuviera evaluándolos, aunque en realidad solo buscaba algo que lo distrajera del dolor. Pero sus ojos rojos —esos orbes intensos que parecían dos gotas de sangre suspendidas en la oscuridad— hacían que la mayoría apartara la mirada en cuanto se cruzaban con la suya. Contróy lo notaba, y eso lo irritaba aún más. ¿Era tan difícil soportar una mirada? Cobardes. En una de las mesas cercanas, un par de hombres robustos reían a carcajadas mientras golpeaban sus tarros de cerveza contra la madera. Su ruido le taladraba el cerebro. Contróy entrecerró los ojos, con un leve tic en la comisura de sus labios, y murmuró para sí mismo —Divertirse es de idiotas... —su voz sonó rasposa, apenas audible.

El camarero, un hombre viejo con barba cubierta de escarcha, pasó cerca con una mirada inquisitiva. Contróy levantó una ceja, irónico, y en voz baja le lanzó una de sus frases envenenadas —No me mires así, abuelo. No planeo robar tus míseras monedas. Solo espero a alguien que no tiene reloj.— El camarero bufó y siguió su camino, refunfuñando algo sobre "forasteros extraños". La espera se hacía interminable, y el dolor en su cabeza empezaba a transformarse en algo más oscuro. Su humor, ya de por sí volátil, estaba a punto de explotar. Sentía la necesidad de hacer algo, cualquier cosa, para aliviar la presión. Por un segundo, su mirada se fijó en una lámpara de aceite que colgaba del techo, imaginando qué pasaría si la derribara de un disparo. ¿Caos? ¿Fuego? ¿Gritos? La idea le arrancó una sonrisa torcida. —Demasiado obvio... —Susurró , desechando la idea. Finalmente, la puerta de la taberna se abrió, dejando entrar una ráfaga de aire helado y a un hombre encapuchado. El recién llegado escaneó la habitación y sus ojos se encontraron con los de Contróy. No había error posible. Era el contacto. —Ya era hora... —susurró para sí mismo, mientras se recostaba en la silla, tratando de aparentar calma, aunque su corazón latía con fuerza, impulsado por la expectativa de lo que estaba a punto de recibir.

El hombre se acercó lentamente, y mientras lo hacía, Contróy sintió cómo la irritación comenzaba a desvanecerse, reemplazada por una anticipación que, por un instante, hizo que olvidara el martilleo constante en su cabeza. Empisexsi estaba cerca, y eso significaba que pronto todo volvería a estar "bien". O al menos, lo más cerca posible de eso.
#1
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid entró al Cuerno Frío con pasos deliberados, como si cada movimiento estuviera calculado con precisión. La tormenta de afuera rugía con fuerza, y al abrir la puerta, el aire helado irrumpió en el local, acompañado por un polvo de nieve que hizo titilar las lámparas de aceite. Su figura era alta y esbelta, pero envuelta en una capa grisácea que la hacía parecer una sombra más en la penumbra de la taberna. Cada paso resonaba en las tablas del suelo, llamando la atención de los más observadores. No porque fuera ruidoso, sino porque su andar transmitía algo inusual. El eco metálico que se entremezclaba con el crujido de la madera era un recordatorio de su pierna mecánica, cubierta por la tela de la capa, pero imposible de ocultar del todo. Tampoco es como si quiera enmascararlo, se sentía orgullosa de la fuerza de su nueva pierna, del trabajo que hizo fabricándola. Bajo la capucha, unos ojos del color de la miel recorrieron el lugar con cuidado, aunque sin detenerse en nadie demasiado tiempo, tratando de no establecer un contacto indeseado. Y porque tenía un propósito claro, una búsqueda que no permitía distracciones.

Avanzó por el salón, sin prisa, aunque tampoco se detenía a esquivar a nadie. Su capa rozó las mesas más cercanas, dejando gotas de nieve derretida en la madera, pero nadie le dio demasiada importancia, era algo que debía pasar con suficiente frecuencia como para no resultar molesto. Cuando llegó a la mesa de Contróy, Airgid no tomó asiento ni hizo gesto alguno de reconocimiento. En silencio, dejó caer un pequeño saquito de cuero sobre la madera. El sonido de las monedas tintineando dentro fue un golpe seco y preciso que rompió la monotonía del lugar. No necesitaba decirle nada. Contróy sabía lo que significaba. La mujer, oculta bajo aquella capucha que ni siquiera llegaba a revelar sus rubios mechones, permaneció unos instantes allí, observándolo con esos ojos que parecían analizar hasta el más mínimo detalle de su miseria. No había juicio ni compasión en ellos, solo neutralidad e indiferencia, con una pizca de duda. ¿Debía confiar en alguien así? Aquello no era un simple intercambio, era el inicio de algo que podría terminar bien, mal o de forma desastrosa para ambos.

La mujer dio un paso atrás, dejando que el silencio se extendiera entre ambos como una cortina de acero. Su mano, cubierta por un guante de color negro, ajustó el borde de la capa antes de girarse hacia la puerta. No había palabras que intercambiar, ni siquiera una señal de asentimiento. Todo estaba dicho en ese simple acto de dejar el dinero. La misión estaba en marcha, y cualquier cosa que ocurriera a partir de ese momento era asunto de Contróy. Al final si que había aprendido a hacer un par de cosas como una revolucionaria: el misterio y la confidencialidad eran la clave de todo. Al salir, Airgid dejó que la puerta se cerrara tras de sí con un golpe sordo, dejando entrar otra ráfaga de viento helado que hizo estremecer a los presentes.
#2
Lobo Jackson
Moonwalker
La puerta del Cuerno Frío se abrió con un golpe seco y repentino.

¿Habría sido el viento gélido del exterior? ¿Una ráfaga salvaje que buscaba enfriar los cogotes expuestos de los parroquianos de la taberna? Pero el espíritu de la Tramontana, con sus ráfagas polares que propulsan las naves hacia los lejanos mares del sur, no había sido el culpable del portazo. 

Entonces, ¿tal vez se trataba de aquella misteriosa persona que había abandonado el local hacía apenas un momento? La misma que con ademanes prestos, movimientos medidos y extraño cometido había penetrado hasta el fondo del local para luego marcharse, acompañada del mismo silencio con la que había accedido.

Pero la figura envuelta con un impresionante abrigo de piel confeccionado a mano, blanco y peludo como la piel de un oso polar, nada tenía que ver con la persona antes mencionada. Pronto atravesó el umbral hacia el local, cerrando la puerta tras de sí.

Para los oriundos de Skjoldheim, aquella persona era una completo desconocida. Pero para alguien proveniente del East Blue, o cualquiera que hubiera visto su rostro en los carteles de Wanted, sospecharía de su identidad.

El rostro de morfología lupina cubierto de pelaje azul cobalto, acompañado por unos movimientos que derrochaban estilo allá por donde pasaba, delatarían su identidad como Lobo Jackson igual que si llevara un cartel con su nombre colgado sobre el pecho.

Se dirigió hacia el interior de la taberna con pasos ágiles y prestos, moviéndose entre las mesas con la facilidad y gracia de un folio al viento. A veces dando algún que otro giro sobre sí mismo, agarrando los bordes de su abrigo con decisión y luego dando un ligero saltito, dejando atrás las mesas para acercarse hasta la barra.

El camarero de barba poblada y cubierta de espalda le dedicó una mirada que sería digna de las rimas de un bufón real, pues la sorpresa mezclada con la incredulidad y el ligero desprecio trataron de hacerse hueco en el limitado espacio del rostro descubierto del hombre, quien se había quedado quieto con la copa que limpiaba entre sus manos.

- Buenos días-gara, ¿dónde está el baño-gara? - Preguntó Jackson con acento marcado.

El hombre señaló con la mano hacia una puerta en el lateral del local, a la que el lobo se dirigió con presteza. Había llegado con una vejiga completamente llena y era imperativo vaciarla en un retrete apropiado, pues aunque pudiera parecer un perro, no el hacía ilusión de marcar territorio junto a un árbol cuya corteza estaba tan congelada como la nieve de los alrededores.

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#3
Ed Contróy
Camaleón Escarlata
Recibo el paquete con dedos tensos, casi arrancándolo de las manos de Airgid antes de que pueda decir una palabra. No hace falta hablar. Lo que necesito está ahí, justo donde debería. El peso en mi mano es familiar, reconfortante, pero no me quedo a saborearlo. La taberna está demasiado llena, demasiado ruidosa. Cada carcajada, cada choque de tarros, cada paso sobre la madera parece un martillazo directo a mi cráneo. Me levanto sin prisa, pero sin pausa. No miro a nadie. No hace falta. La puerta se abre con un chirrido, y el frío de la noche me recibe como una bofetada helada. Mejor. Prefiero el hielo al calor sofocante de esa pocilga.

Hoy me duele la cabeza. Y no tengo paciencia para nadie. El crujido de la nieve bajo mis botas marca el ritmo de mi avance mientras me alejo de la taberna. La ráfaga helada que azota la calle me hiela la piel expuesta, pero la bienvenida del frío es mejor que el ruido y la pestilencia del interior. Respiro hondo, sintiendo el aire cortante llenar mis pulmones. No ayuda. El dolor en mi cabeza sigue ahí, aferrado con garras invisibles, latiendo al compás de mi irritación. El paquete está seguro dentro de mi abrigo, su peso un recordatorio de que la espera ha terminado. Aún así, la ansiedad no se disipa por completo. Mis ojos recorren la calle, escudriñando cada sombra, cada rincón donde alguien podría estar observando. La sensación de ser vigilado nunca desaparece del todo en Skjoldheim. No aquí, donde la gente sobrevive desconfiando hasta de su propia sombra.

Las casas de madera se alzan a ambos lados del camino, ventanas cubiertas de escarcha y puertas firmemente cerradas contra el invierno. Solo unas pocas luces parpadean en la distancia, reflejándose en charcos helados y cubriendo el suelo con destellos anaranjados. No me detengo. No puedo permitírmelo. Tomo un desvío por un callejón estrecho, donde la nieve se ha acumulado en montículos sucios contra las paredes. Aquí, el viento apenas llega, pero el hedor de orina y madera podrida es sofocante. Sigo avanzando con el ceño fruncido, sintiendo cada latido como un puñal dentro de mi cráneo. Necesito un lugar donde estar solo. Un lugar donde nadie me moleste, donde pueda calmar esta maldita tormenta en mi cabeza. A lo lejos, el sonido de pasos rompe la quietud. No son los míos. Me detengo en seco, los músculos tensos, y giro apenas la cabeza para escuchar mejor. El eco rebota entre las paredes del callejón, difuso, imposible de ubicar con certeza. Aprieto los dientes y afianzo el paquete contra mi pecho.

No tengo tiempo para esto. No esta noche.

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#4


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