Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Autonarrada] [T.3] Investigando entre moscones.
Lance Turner
Shirogami
08 de Invierno, Isla Kuen - Ciudad de Tatsuya

El ambiente de la ciudad seguía igual de pesado, como una manta húmeda sobre los hombros. No importaba cuántas capas llevases encima, la humedad se colaba hasta los huesos, pegándose a la piel. A pesar de estar en pleno invierno, el frío aquí no tenía nada que ver con lo que se sentía en otros lugares. No era ese frío seco y limpio que corta la piel, no. Era un frío sucio, envuelto en bruma y humo de incienso, un frío que se quedaba en los pulmones y te recordaba con cada respiro que este lugar no era tu propio hogar y no eras bien recibido allí. Tampoco es que lo estuviese deseando.

Caminaba con paso relajado por las calles laberínticas de Tatsuya, sintiendo las miradas sobre mí. En otras ocasiones podría pensar que quizá era una paranoia mía, pero en esta ocasión estaba claro. Sabía de primera mano lo que era ser un asaltante, y también sabía lo que sentía la víctima. Y estaba claro que alguien había puesto mi nombre en las tareas de unos cuantos matones. Lejos de preocuparme demasiado, eso me hizo sonreír. Siempre me ha parecido curioso cómo la gente subestima a los que parecen despreocupados, como si cualquiera pudiera ser una presa fácil sólo por mostrarse con la guardia baja, pero en el propio reino animal hay cientos de ejemplos donde la presa pasa a ser cazadora haciéndose el muerto, o el indefenso. Pensaban que me podían rodear sin que me diese cuenta, y ese sería su primer error.
- Pobres ilusos... - Pensé riéndome un poco para mis adentros.  

Las calles eran estrechas, llenas de recovecos donde alguien con malas intenciones podría esperar pacientemente el momento perfecto para atacar, y precisamente por ello, me encaminé hacia allí. Justo cuando doblé una esquina, lo sentí. Ese cambio en la atmósfera, la ligera sensación en el aire de que pronto ocurriría algo que terminaría con la paz, y efectivamente, ahí estaban. Tres figuras emergieron de la penumbra con armas improvisadas: un cuchillo oxidado, una cadena y un garrote.
- Qué plan más típico... - murmuré con una sonrisa torcida.

El del cuchillo fue el primero en lanzarse. Movía el arma con rapidez, pero no con técnica, le bastó un simple amague para revelar su torpeza. Me deslicé a un lado y le estampé el codo en la mandíbula con suficiente fuerza para que sus piernas flaquearan y cayera de espaldas como un saco de patatas. 
- ¡Uno! - Grité efusivo para provocar al resto de matones. 

El siguiente intentó envolverme el brazo con su cadena, sin saber que ese sería su gran error del día. Me dejé agarrar del brazo para justo después tirar de ella con fuerza, atrayéndolo hacia mí y le solté un rodillazo en el estómago que lo dejó retorciéndose en el suelo.
- Guau, eso ha sido muy rápido... - Dije en tono de pena para redirigir mi mirada al del garrote. - ¡Dos! 

Solo quedaba el del garrote, quien dudó un segundo antes de atacar, una mala idea. La vacilación en una pelea es como regalar la ventaja al oponente. Me agaché, esquivé su torpe golpe y le solté un puñetazo seco en la sien. Cayó como un tronco recién talado.
- Ufff, ¡Tres! - Exclamé fingiendo un poco de preocupación. 

Sacudí las manos y suspiré, listo para seguir mi camino. Pero un leve silbido en el aire me hizo girar justo a tiempo para ver una daga pasar a centímetros de mi hombro. Arriba, en los tejados, tres figuras más se preparaban para saltar.
- Bueno, bueno, alguien realmente quiere que no cene pronto hoy - Dije en un tono vacilón tras haber vencido con tanta facilidad a los otros. 

Me puse en guardia justo cuando los tres descendieron sobre mí como aves de rapiña. El primero cayó con demasiada confianza, y una patada ascendente bien colocada lo dejó fuera de combate antes de tocar el suelo. El segundo intentó clavarme una espada corta, pero pude agarrarle la muñeca con facilidad, estampándolo después contra la pared más cercana. El último, viendo cómo caían sus amigos, pensó que lo mejor era escapar. Mala idea. Lo agarré del cuello de la chaqueta antes de que pudiera huir y lo lancé contra el suelo con un golpe sordo.
- Cuatro, cinco... ¡Y Seis! - Exclamé entre risas sabiendo que alguno capaz me escuchaba aunque no se manifestasen. 

Miré a mi alrededor, pensando en todo lo que había pasado. Esto no era un asalto común y corriente, no solían recurrir a un plan desde dos flancos por algo casual. Alguien había organizado esto, y si alguien se había tomado la molestia de mandarme una comitiva de bienvenida tan calurosa a la isla, era porque querían que desapareciera. Todo un detalle que difícilmente se olvida.

De entre los cuerpos inconscientes, busqué al que tenía más pinta de ser el cabecilla. Lo encontré rápido: un tipo robusto, con cicatrices en la cara y esa mirada altiva de quien cree que está en control. Si no era el cabecilla, creía que merecía serlo, con lo que me servía igualmente. Lo agarré del cuello de la chaqueta y lo arrastré a un callejón más apartado. Cuando empezó a recuperar la consciencia, lo empujé contra la pared.

- A ver, cara estropeada, ¿Quién te mandó? - Pregunté con una calma fingida mientras apretaba su cuello solo lo suficiente para que sintiera la presión.

El tipo me miró desafiante, como si su absoluto silencio fuese una clara respuesta de que no pensaba abrir la boca. Todo un hombre leal de los que ya no quedan. Solté un suspiro de resignación y le propiné un puñetazo en la sien, provocando que cayese otra vez inconsciente.
- Qué desperdicio de cabeza. - Pensé entre risas al verle quieto en el suelo.

Me giré y busqué un nuevo candidato para cantar como a mi me gustaba, y muy pronto mis ojos se posaron en un muchacho flacucho que temblaba como una hoja en otoño. Lo agarré del tobillo y lo arrastré un poco más lejos.

- El otro me lo ha contado todo - Le respondí de camino a otra calle con un tono despreocupado. - Pero mi madre me enseñó que era mejor asegurarse de las cosas dos veces ¿Tu madre también decía cosas como esa? - Le pregunté con una risa que probablemente preocuparía a aquel chico sobre mi salud mental. - Seguro que se llevarían bien nuestras madres.

Llegando a un nuevo callejón vacío, lo lancé contra unas cajas vacías de madera, provocándole seguramente un buen dolor de espalda. Me acerqué rápido para no darle oportunidad alguna para el escape y comencé mi pequeño interrogatorio. El chico tragó saliva, obviamente nervioso. Podía ver cómo su mente calculaba qué hacer. Pero el miedo siempre es un buen motivador, y muy pronto iba a comprobarlo.
- Nos movemos en grupos de siete cuando nos encargan algo grande… pero nunca sabemos quién nos contrata - Dijo finalmente con voz temblorosa. - Siempre hay un cabecilla que da las órdenes. Nos pagan bien, pero no hacemos preguntas. Solo sabemos que… que las víctimas terminan en el alcantarillado.

Fruncí el ceño, prestando atención a aquello del alcantarillado, pero debía respetar mi papel de interrogador que confirmaba lo que le había dicho el otro tipo.
- ¿Alcantarillado? - Pregunté curioso. - Tu compañero también lo mencionó, pero no me dio muchos detalles antes de... bueno, irse a dormir un poco. - Le contesté entre risas. 

El chico asintió frenéticamente, tratando de complacer mis preguntas de la mejor manera posible.
- Nadie que no conozca el lugar, debería entrar allí sin un guía o un mapa. Es un laberinto. Quienes entran sin saber a dónde van… nunca vuelven.

- ¿Y tú has ido allí alguna vez? 

El joven negó con la cabeza, y le tendí la mano con gesto de orgullo hasta que me la dio finalmente. 
- Lance encantado, ¿Y tú?. 

- Timmy. - Contestó rápido como si de aquella pregunta dependiera su vida.

- Oh, encantado Timmy. Muy bien hecho, la alcantarilla suele estar llena de ratas, a ninguna madre le gusta que su hijo las recorra... 

Bien. Ahora las cosas se ponían interesantes. Esto no era solo un grupo de maleantes con ganas de dar palizas a cambio de unas monedas. Había algo más grande moviéndose bajo la superficie de esta ciudad. Y si había algo que nunca podía resistir, era un buen misterio. Justo cuando me disponía a seguir interrogándolo, el eco de pasos apresurados llenó la calle. Miré hacia la entrada del callejón y vi que esta vez no eran tres ni siete. Eran catorce. Suspiré y me pasé la mano por el cabello.
- Bueno, Timmy, parece que no quieren que sigamos hablando tranquilos... - Dije en voz baja para que sólo Timmy me escuchase. .

La pelea fue más intensa esta vez. Tenían la ventaja numérica y el espacio reducido no jugaba a mi favor. Pero eso no significaba que fueran a salir bien parados. Golpe tras golpe, los fui reduciendo, derribándolos con patadas y puñetazos bien colocados. El sonido de huesos chocando contra el suelo se mezclaba con jadeos y gruñidos de dolor. Uno tras otro fueron cayendo, hasta que el último quedó tendido en el suelo, sin fuerzas para seguir.

Respiraba con fuerza, pero sonreí satisfecho tras semejante combate numérico. Todo iba bien hasta que sentí un movimiento detrás de mí.

Me giré justo a tiempo para ver a Timmy, el chico flacucho, alzando un palo sobre su cabeza con intención de golpearme. Esquivé sin esfuerzo y le solté una patada en el pecho que lo hizo aterrizar de espaldas con un sonido sordo.

- Timmy, Timmy, Timmy, me estabas empezando a caer bien. - Comenté con tono burlón. - Pero supongo que la lealtad no es tu fuerte. - Contesté al tiempo que le propiné una patada en la cabeza para dejarle inconsciente ya.

El chico gimió de dolor unos segundos antes de caer rendido, sin fuerzas para responder. Me sacudí el polvo de la chaqueta y eché un último vistazo a los cuerpos esparcidos en la calle. Ya tenía lo que necesitaba. Ahora solo faltaba averiguar cómo diablos iba a meterme en ese alcantarillado sin perderme en el intento.
#1
Moderador Kaku
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#2


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