Hay rumores sobre…
... que existe un circuito termal en las Islas Gecko. Aunque también se dice que no es para todos los bolsillos.
[Común] [C-Pasado] De la necesidad, virtud
Masao Toduro
El niño de los lloros
Verano de 721, en alguna isla de South Blue
 
Era una calurosa noche de verano, una de tantas en las que el calor y la humedad daban una sensación de bochorno que hacía imposible para casi nadie conciliar el sueño. Aunque aquello no era algo que me preocupará, ya que tampoco es que pudiera permitirse aquella noche pegar una cabezadita. Acababa de terminar de acostar a Shin, el de menor de mis hermanos, el cual apenas alcazaba ya la edad de cinco años. Como mucho tiento, tape con una manta al pequeño al igual que había hecho con sus otros siete hermanos antes. Tras lo cual y con sumo cuidado, me reincorporé y comencé a salir de la habitación de puntillas, con el objetivo de no despertar a ninguno de sus hermanos, ya que no le quedaba mucho tiempo antes de que tuviera que ir al puerto, y si alguno de ellos se levantaba ya no tendría tiempo de acostarlo de nuevo.
 
La casa de los Toduro, por fortuna o desgracia no era muy grande, no tardé demasiado tomar la chaqueta del perchero de la puerta, ya que después por la mañana refrescaría y no tenía en mente volver antes del amanecer, y de salir por la puerta dirección al salón. Tras cerrar la puerta del dormitorio comunal, se cruzó con Nana, una anciana que había sido amiga de su abuela y a la cual solía pedir ayuda de forma recurrente a falta de figuras de confianza en su entorno cercano.
 
—Gracias por quedarte con los críos, no sé cómo te lo voy a pagar, vieja— le comenté con un tono moderado —Se iba a quedar la mama, pero al parecer ha quedado otra vez con el subnormal del Kenzo— comenté a lo bajini.
 
—¿Ha vuelto con su primoh otra veh? Esta mujer no aprendeh mi niño— apuntó la mujer, ferviente por tener otro cotilleo más para el radio patio de mañana —Pero tú no te preocupes, ya sabes mi arrma, tú tráemeh un par de chinas y estamos en pah— me replicó la vieja con su típico acento cerrado —Y no te me mueras mi niño, que esos mariconchi son gente muy malah— me advirtió la viuda.
 
Y no era para menos, y es que después de todo, los mariconchis eran los principales sospechosos del asesinato de Matao, el que fuera marido de la susodicha. Pero al igual que el dinero, la justicia era un bien escaso el en barrio, siempre y que no pudieras pelear por ello, o conseguir que un “don” lo hiciera por ti.
 
Pero aquella no era una noche de venganza, los mariconchis iban a traer un gran desembarco de algo que al parecer valía mucho dinero, o al menos eso decían los rumores. Nadie sabía si eran armas, hachís o algo más exótico y caro, pero fuera como fuera todos los clanes de las barriadas se habían puesto a favor o en contra del desembarco y en el barrio no se hablaba de otra cosa, por lo que sería una noche movidita.
 
Por lo que a él le correspondía, intentaría pescar en rio revuelto, si conseguía, aunque fuese un par de alijos, tendrían para pagar el alquiler de ese mes y tal vez pagar una semana de comida. Todo esto asumiendo que no acabará con una puñalaah en tol pecho, algo que por su puesto no entraba dentro de sus planes, aquella no serie su primera noche y con suerte tampoco la última.
 
Tampoco es que pudiera hacer algo al respecto, por lo que sería mucho mejor no darle tantas vueltas. Por lo que una vez con chaqueta en mano y saco de tala al hombro, Masao se dispuso a atravesar el umbral de su hogar, volviendo a las calles del barrio una noche más.
#1
Octojin
El terror blanco
Octojin llevaba ya un par de semanas en aquella isla. Había llegado por casualidad, siguiendo distintas corrientes marinas y un instinto que cada vez le daba más disgustos. Había decidido quedarse ya que todo el mundo hablaba de un posible desembarco de algo muy valioso. Y lo cierto es que llevaba una temporada sobreviviendo con lo mínimo, así que quizá un poco de dinero no le viniese mal.
 
La noche se cernía pesada sobre el barrio, cargada de ese bochorno que parecía pegar la ropa al cuerpo como si fuera una segunda piel. Octojin, con la chaqueta raída colgando de un hombro y el saco de tela al otro, avanzaba con paso decidido por las callejuelas estrechas y mal iluminadas. Con cada cruce, su mirada se posaba en cada sombra, cada rincón, evaluando posibles amenazas o testigos inoportunos. Conocía las reglas del barrio: la supervivencia dependía de la discreción y la rapidez. Y esa noche, más que nunca, tenía que moverse con cuidado.
 
El puerto de la isla era un hervidero de actividad a esas horas, aunque todo sucedía en susurros y miradas furtivas. Los barcos atracados balanceaban ligeramente sus cascos al ritmo de las olas tranquilas, y el leve chirrido de las cuerdas tensadas llenaba el aire junto con el olor a sal y pescado en descomposición. Pero había algo más en el aire, algo que hacía que los gatos callejeros se escondieran en los callejones y que los pocos transeúntes apresuraran el paso: una sensación de peligro inminente.
 
Mientras se acercaba al muelle, el tiburón recordó las palabras de la gente del barrio, que no hacían sino aumentar el peligro que tenía el clan del cual era el cargamento que iba a atracar. Ese clan de mafiosos era conocido por su brutalidad y su control férreo sobre los barrios bajos, sin embargo el gyojin no podía recordar su nombre. Si esa noche lograba sacar algo de valor de entre sus manos, no solo sería una hazaña increíble, sino que podría asegurar su sustento por un tiempo. Pero también sabía que la más mínima imprudencia podría costarle la vida.
 
Al llegar a las cercanías del puerto, se deslizó entre las sombras como un pez en el agua, usando su agudo instinto de supervivencia para evitar a los guardias dispersos y a los vigías apostados en lugares estratégicos. No era fácil ocultar un cuerpo de cuatro metros, pero Octojin había aprendido a lidiar con ello. Desde su escondite detrás de unas viejas cajas de madera apiladas, el gyojin observó la escena. Tal como había escuchado, los mafiosos estaban haciendo un desembarco importante. Un grupo de hombres corpulentos, armados hasta los dientes, vigilaban mientras otros descargaban cajas pesadas de un barco de tamaño medio, cubierto por lonas que disimulaban su verdadero cargamento.
 
Las conversaciones en voz baja, los gruñidos de esfuerzo, y el ocasional tintineo de metales al chocar dentro de las cajas indicaban que el cargamento era valioso. Octojin podía sentir cómo su corazón se aceleraba, no solo por la adrenalina que comenzaba a inundar su sistema, sino por la expectativa de lo que podría conseguir esa noche. Era una oportunidad única, y no podía dejarla pasar.
 
Esperó pacientemente, manteniendo su respiración lenta y controlada mientras evaluaba la situación. Necesitaba un momento de distracción, algo que desviara la atención de los guardias lo suficiente como para que él pudiera acercarse a una de esas cajas sin ser visto. Sabía que no podía tomar mucho, solo lo que pudiera cargar en su saco y escapar rápidamente. La clave estaba en ser rápido y sigiloso, como siempre. Dos grandes virtudes que Octojin no poseía. Afortunadamente, si conseguía llegar al agua, sería pan comido.
 
Mientras observaba, notó que dos de los guardias se separaban del grupo principal para hacer una ronda de vigilancia por el perímetro. Esto creaba una pequeña ventana de tiempo en la que los demás estarían menos atentos. Sabía que ese era un buen momento para intentar algo, y que tenía poco tiempo para pensar. Si ojeaban el perímetro, muy probablemente acabarían viéndole.
#2
Masao Toduro
El niño de los lloros
—Vaia movida hermano— fue el primer pensamiento que se me cruzó por la cabeza al ver el tinglao que habían montado “Loh Mariconchis” —¿Desde cuando mueven tanta panoja estos sur’manos?— me pregunté intrigado por saber como uno de los clanes del barrio a priori más marginales(en todos los sentidos) de la isla se habían hecho con ese control de un tiempo a estar parte –Su puta madre, los mariconazos estos— espeté en un susurró mientras continuaba agazapado tras la sombra de contenedor de un callejón muy mal cuidado.

Afortunadamente, por lo que veía y había escuchado días anteriores, no todo el mundo que parecía estar haciendo guardia parecía estar bajo el mando de la misma persona. No todos tenían el mismo jefe por así decir, sino que más bien parecían diversos grupos que compartían cierto interés en que aquella noche pasará lo que tuviera que pasar, aún así el tener tanta gente cerca no muy comprometida, en definitiva, cualquier pequeño roce o chispa bastaría para que aquello saltará por los aires.

Por fortuna, el hecho de que fuera tanta gente patrullando en grupos incomunicados unos de otros, facilitaba las cosas a lobos solitarios como yo, nadie tendía claro si estaba a favor de unos u de otros, y fácilmente sería confundido por ese niñato que pertenecía a la banda de “Los monitos F.C” o tal vez fuera del grupo de los “flamenquitos” o ese chico alto de los que se juntaba con los “Jovenlandeses”. Para todos ellos simplemente era “uno del barrio” y con eso bastaría.

Poco a poco, y esquivando solo aquellos controles que parecían mas férreos o donde pedían lo que parecía un tipo de identificación, fui poco a poco aproximándome al puerto, donde ya la cosa se ponía más seria, varios grupos estos si que parecían controlados por algún tipo de capo armados hasta los dientes con lo que parecían semiautomáticas, o por lo menos armas que brillaban bastante —Cuánto más brillan más disparan, ¿no? — pensé basándome en el conocimiento que había visto de las series policiacas que ponía la noche de los martes en la segunda cadena.

Ahí me quedé un rato, pensando en como abordar el tinglado aquel, cuando me percaté que dos tíos trajeados con más “marlboros” a la espalda de los que podía recomendar tu médico de cabecera, se estaban aproximando al escondrijo desde el cual me encontraba a hurtadillas.

Tal vez fuera por el ruido de los tablones, o por el extraño movimiento de las aguas, que cuando quise darme cuenta me percaté de una aleta, una como la de la película de tiburón. Joder, aquella gente me podía caer mal, pero tampoco quería que su final fuese ser devorados por un tiburón, en la peli parecía ser muy doloroso, por lo que sin dudarlo un momento y más guiado por corazón que con cabeza, salí corriendo, advirtiendo a los capos:

—Tiburón, cuidado, os va a comer— les espeté señalando las oscuras aguas que se agitaban bruscamente, mientras me dirigía a ellos con paso raudo.

Lo que paso a continuación fue toda una movida…
#3
Octojin
El terror blanco
Octojin había estado observando la escena desde las sombras, su cuerpo era difícil de cubrir, pero por fortuna había dado con varias cajas apiladas que hacían que su presencia no se viese en el puerto. Las improvisadas calles del muelle a su alrededor estaban llenas de movimiento; podía ver a varios grupos de personas, cada uno con sus propios intereses, pero todos compartiendo un objetivo común. Las calles estaban más vivas de lo habitual, y el tiburón sabía que algo importante estaba en marcha. Lo que no sabía era exactamente qué, y en ese preciso momento, no le importaba.

Su misión personal era clara. Aprovechar la confusión, las tensiones que se sentían en el aire y el caos inminente para llevar a cabo lo que había planeado desde el principio.

Manteniéndose aún oculto, Octojin observaba el puerto, escaneando la escena con sus afilados ojos. Podía ver el movimiento en los muelles, las patrullas de los diferentes grupos que controlaban la zona, y cómo intercambiaban miradas recelosas entre ellos. Era una mezcla de desconfianza y colaboración forzada, una chispa que en cualquier momento podría prender fuego al polvorín.

Sin embargo, lo que captaba su atención eran las cajas. Tres de ellas, apiladas cerca de la orilla, vigiladas por dos hombres trajeados, ambos con cigarrillos colgando de sus labios y con armas automáticas a sus lados. Las cajas parecían ordinarias, pero Octojin sabía que contenían algo de valor, al menos por la manera en las que las custodiaban. Algo que varios clanes en la isla codiciaban, algo que valía la pena robar.

El gyojin se movió con el sigilo que se podía entender de alguien de su tamaño, acercándose lentamente a la zona de las cajas. Tenía un plan: lanzarlas al fondo del mar, de donde sólo él podría recuperarlas. No le importaba tanto el contenido como el hecho de que esas cajas podían desestabilizar aún más la ya precaria paz que mantenía unida a la isla.

Cuando estaba lo suficientemente cerca del agua, el gyojin cogió una cuerda y se deslizó lentamente para dejarse caer lo más suave que pudo, intentando hacer poco ruido. Desde allí observó el panorama y puso un punto más de calma. Ya estaba donde quería. Se marchó a la lejanía para, desde allí, ojear el panorama. 

Pasaron unos segundos y, entonces, justo cuando Octojin estaba a punto de retirarse de la zona para realizar su plan, algo cambió. Un grito a la alerta de tiburón resonó la zona. Un humano intentaba alertar al resto de lo que veía. ¿Qué diablos? Se había despistado tanto ojeando a los allí presentes, que no se percató de que quizá estaba siendo demasiado descarado en su búsqueda.

El silencio que vino después se hizo pesado, cargado de posibilidades. Las sombras del puerto se alargaban, y la luna brillaba débilmente sobre las aguas agitadas.

Octojin sabía que el enfrentamiento era inevitable. Y todo por aquel estupido humano. Decidió volver a sumergirse mientras el resto de hombres que portaban armas le buscaban con la mirada. Aquello no pintaba nada bien, y todo por el humano que le había delatado. 

Con un elegante movimiento, el habitante del mar se movió lentamente hacia las profundidades, acercándose hacia la zona del muelle, desde la cual lanzaría un ligero torbellino empleando el agua alrededor de sus palmas, en lo que era un juego de niños para cualquier gyojin. Lo dirigió hacia la zona donde le habían avistado. La intención era clara; crear la distracción que necesitaba. Todo había empezado con el humano, y posteriormente con su gyojin karate.

Los hombres que vigilaban las cajas estaban distraídos, hablando entre ellos en voz baja y a varios metros de las cajas, intentando divisar al que ya empezaba a ser el famoso tiburón. El gyojin aprovechó el momento y, con un movimiento ágil y silencioso, emergió del agua justo detrás de ellos. Sus manos grandes y escamosas se deslizaron con precisión hacia las cuerdas que aseguraban las cajas al muelle. En cuestión de segundos, las cortó con sus afilados dientes.

Una de las cajas cayó ruidosamente al agua, haciendo que los hombres se giraran con sorpresa. Pero antes de que pudieran reaccionar, Octojin ya estaba empujando la segunda caja al agua, sumergiéndola rápidamente con la fuerza de su musculoso brazo. La tercera caja siguió el mismo destino, hundiéndose en el agua oscura del puerto.

—¿Qué demonios? —exclamó uno de los hombres trajeados al darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

Octojin no perdió tiempo. Sabía que en cuestión de segundos, esos hombres abrirían fuego contra él. Aunque las balas eran un riesgo, dentro del agua tenía una ventaja considerable.

Ambos hombres intentaron reaccionar, sacando sus pistolas y apuntando hacia el gyojin, pero Octojin ya estaba sumergido de nuevo. Las balas silbaron en la superficie del agua, inofensivas. El gyojin, ahora bajo el agua, movía las cajas más profundo en la bahía, asegurándose de que se hundieran lo suficiente como para que fuera difícil recuperarlas.

Sabía que su tiempo era limitado. Los disparos atraerían a más hombres, y no tenía intención de enfrentarse a una horda de criminales armados. No era un idiota. Sabía cuándo pelear y cuándo retirarse. Y este era uno de esos momentos en los que la retirada estratégica era la opción más inteligente.

Una vez que las tres cajas estuvieron lo suficientemente hundidas y fuera de la vista, Octojin emergió brevemente para tomar aire, manteniéndose cerca de la orilla, oculto entre las sombras de los muelles. Podía escuchar el bullicio de los hombres en la superficie, gritándose unos a otros, intentando averiguar qué demonios había sucedido. Ya no había disparos, sino susurros quizá más peligrosos aún. Los sonidos de sus voces se mezclaban con los ecos lejanos del puerto y el crujido de los barcos atracados. La noche, aunque tranquila en apariencia, estaba cargada de una tensión palpable.
#4
Masao Toduro
El niño de los lloros
Los mafiosos, no parecían de aquí de la isla, para empezar, eran muy larguiruchos, con una piel demasiado clara para lo que venía ser el sur. Por no mencionar que su ropa, fina y de corte elegante no se parecía a nada del barrio, allí se llevaba más usar ropa de marca del “Puma” o usar las zapas que anunciaba “el bicho” por los periódicos.

En fin, fuera como fuera, los hombres rápidamente sacaron sus armas y empezaron a disparar al bicho —El hijo puta del hombre pez se lleva unas cajas— gritó uno de ellos —Tú chaval, ve a dentro y avisa de que nos están birlando la mercancía un gyojin— comandó el tío.

—¿Hombre pez?, ¿Gyojin?— me pregunté extrañado mientras me iba escabullendo de la pareja. Fuera como fuera todo había salido a pedir de boca —En fin, yo me cuelo dentro doy el aviso, comentó que tengo que llevar una caja y me piro— fue mi siguiente pensamiento —Lo que usteh mande jefe— repliqué finalmente al mafioso mientras marcha al trote a avisar al grupo que custodiaba uno de los almacenes de aquellas dársenas.

Fui a paso ligera, dirigiendo a todo aquel tipo trajeado que me iba cruzando a la primera pareja, a cada uno le iba diciendo una cosa diferente, que si hombre pez, que si un tiburón come cajas o si una sirena había birlado algo en el puerto. Poco a poco, el puerto se convirtió en un reguero de gente de un lado a otro patrullando y montando un perímetro. Fuera como fuera, no tardé en exceso en llegar a la puerta y mucho menos en colarme con el recinto.

—Zoi el mozo de cargah, sí me manda la Marilu a por una caja de chinas pa la sisa— mentí —A por sierto, me dice el zenoh de fuera que ahí un hombre peh, ezo no sé qué será, pero la verdah, me dijo que usted sabría que hacer—terminé por rematar, tras lo cual todo el grupo se altero y se puso en marcha.

—Pallet 45, y cuidadito con coger de más eh— me respondió uno antes de ponerse a patrullar como a la otra media docena de personas con la que se había cruzado en ese lapso.

Y es que por mucho que esa gente usará sus trajes caros, tuviera sus armas brillantes, y esas gabardinas con la que se debían estar cociendo dentro solamente para verse “guay”, había que reconocer que tenían muy bien controlado el interior, con una especie de encargado por cada sección el almacén, fuera como fuera iba a ser más complicado de lo que pensaba en un inicio sacar algo más de lo que le correspondía. Pero aquí la menda lerenda se sabía unos pocos trucos para aplicarse unos cuantos descuentos de cinco dedos y no parecían estar controlando muy bien lo que se sacaba y entraba, casi como si les diera igual.

Cuatro minutos más tarde salió del almacén con la caja que había dicho, sin nada más que pudiera llamar la atención, después de todo no era el único mozo pillando y dejando cajas.

—Si realmente lo de valor no esta en las cajas— porqué tanta movida, debía haber algo entre todas aquellas cajas que tuviera gran valor, lo suficiente como para compensar que alguien como yo pudiera robarles un poco de “maría”.

Empezaba a tener mentalidad de tiburón….
#5
Octojin
El terror blanco
Octojin se mantuvo oculto entre las sombras del puerto, observando con atención el caos que se había desatado tras su jugada. Su maniobra había sido un éxito parcial: las cajas estaban ahora en el fondo del mar, fuera del alcance inmediato de los hombres que las custodiaban. Pero el problema no había desaparecido; más bien, se había multiplicado. El puerto estaba en un estado de máxima alerta, con hombres armados patrullando de un lado a otro, buscando al responsable de la desaparición de las cajas.

El tiburón sabía que su presencia ya no era un secreto. El grito del humano había alertado a todos, y ahora estaba en una situación peligrosa. Sin embargo, no era el tipo de criatura que se acobardaba fácilmente. Con su objetivo cumplido a medias, tenía dos opciones: escapar ahora y regresar en otro momento, o aprovechar el caos para investigar más y descubrir qué había dentro del almacén que tantos querían proteger.

Mientras permanecía en su escondite acuático, sus agudos sentidos percibieron movimientos y sonidos que provenían del almacén. La actividad en el interior era frenética; se oían órdenes rápidas y movimientos apresurados. Algo importante estaba sucediendo, y Octojin no podía dejar pasar la oportunidad de descubrir qué era.
Con movimientos precisos y calculados, el gyojin tiburón nadó hasta un punto más cercano al almacén, donde el agua se encontraba más oscura y profunda. Desde allí, podía observar mejor la situación. Los hombres en el muelle parecían estar cada vez más nerviosos, mirando hacia el agua y hacia el interior del almacén.
Octojin se sumergió nuevamente, moviéndose con la gracia natural que solo un ser como él podía tener en su hábitat. Desde el fondo del mar, subió lentamente hasta quedar casi a nivel de la superficie, lo suficiente como para espiar lo que ocurría sin ser visto. Desde esa posición, podía ver la entrada del almacén y a los hombres que entraban y salían apresuradamente.

De pronto, su mirada se detuvo en un hombre que salía del almacén, cargando una caja. No era el típico mafioso trajeado. Era más bajo, más joven, con una apariencia que no encajaba del todo con los demás. El gyojin lo siguió con la mirada mientras se alejaba, notando que no mostraba la misma urgencia que los otros. Había algo en él que lo hizo dudar, como si no perteneciera del todo a ese entorno.
Octojin decidió que necesitaba acercarse más, no solo para investigar al joven, sino también para entender qué estaba sucediendo dentro del almacén. Deslizarse hasta la orilla no era un problema, lo difícil sería acercarse al almacén sin ser visto. Pero Octojin era un cazador experimentado y sabía cómo moverse sin atraer la atención. O eso creía él.

Con un ágil movimiento, el gyojin emergió del agua en un lugar oscuro y apartado, donde las sombras lo ocultaban. Estaba en un punto ciego para la mayoría de los hombres armados que ahora patrullaban el puerto. Desde allí, se movió sigilosamente hacia el almacén, utilizando los contenedores y las pilas de cajas como cobertura.

La entrada estaba bien vigilada, pero Octojin observó que había un pequeño acceso lateral, posiblemente una salida de emergencia, que no estaba tan custodiada. Era su oportunidad. Sin dudarlo, se deslizó hasta esa puerta, asegurándose de no hacer ruido. Colocó una mano en la manija y, con un ligero giro, la abrió lentamente. El interior del almacén estaba iluminado por luces tenues, lo que facilitaba su avance sin ser detectado.

Dentro, el almacén era un laberinto de estanterías repletas de cajas y palets, pero lo que más llamó la atención de Octojin fue un grupo de hombres reunidos en el centro, alrededor de una mesa improvisada. Allí, el tiburón vio algo que le dejó claro que había subestimado la magnitud de lo que estaba en juego.
Sobre la mesa había un mapa de la isla, pero no un mapa cualquiera. Este estaba marcado con diferentes símbolos y colores, señalando puntos estratégicos alrededor de la isla, incluidos algunos cerca del puerto y otros en zonas más remotas. Pero lo que realmente capturó su atención fue una caja pequeña y metálica en el centro de la mesa, que uno de los hombres abría con cautela.

Dentro de la caja, había lo que parecía ser un cristal brillante, con un brillo intenso y una energía palpable que se podía sentir incluso desde la distancia. Los hombres a su alrededor miraban el cristal con una mezcla de reverencia y codicia. Octojin sabía lo que era, o al menos lo sospechaba: una pieza de un arma antigua, algo que había sido perdido durante siglos y que ahora estaba en manos de personas que no comprendían su verdadero poder.

El tiburón comprendió que no estaba solo en su interés por lo que había en el puerto. Otros grupos estaban involucrados, y cada uno buscaba obtener esa pieza para sus propios fines. Y si caía en las manos equivocadas, el equilibrio de poder en la isla, e incluso más allá, podría verse gravemente alterado.

Sabía que no podía actuar solo en esta situación. Hasta la fecha había sido su modo de trabajo, pero lo que estaba en juego requería más que fuerza bruta. Necesitaba aliados, o al menos, necesitaba crear una distracción lo suficientemente grande para hacer que esos hombres abandonaran el almacén.

Octojin aprovechó el momento para retroceder lentamente, desapareciendo nuevamente en las sombras del almacén. Necesitaba planear con cuidado, porque una vez que actuara, no habría vuelta atrás. Mientras se escabullía hacia la salida lateral por la que había entrado, sus pensamientos se centraron en el cristal y en lo que debía hacer para asegurar que no cayera en las manos equivocadas.

El gyojin sabía que tenía que moverse rápido, pero también sabía que, para salir victorioso, debía jugar sus cartas con precisión. Y el primer paso era encontrar al joven que había visto salir con la caja. Había algo en él, una chispa que le hacía pensar que podía ser útil en lo que estaba por venir. Con eso en mente, Octojin se deslizó nuevamente hacia el exterior, decidido a seguir al joven y descubrir más sobre sus intenciones y posibles aliados.

La noche aún era joven, y el tiburón tenía mucho que hacer antes de que llegara el amanecer.

Volvió a ocultarse entre las sombras, asegurándose de no llamar la atención mientras rastreaba al joven que había salido con la caja. Sus sentidos agudos lo guiaron por el camino que el joven había tomado —y haberlo visto alejarse antes de ascender a la superficie también había ayudado—, evitando a los mafiosos que aún patrullaban el puerto. Podía sentir el viento fresco de la noche en su piel, pero su mente estaba concentrada en una sola cosa: seguir a ese muchacho y descubrir qué estaba sucediendo realmente.

El tiburón se movió rápidamente, casi sin hacer ruido, o más bien camuflando el ruido con las olas que golpeaban el muelle. Siguió el rastro del joven a través del puerto y hacia la ciudad. La adrenalina corría por su cuerpo mientras saltaba entre las sombras, ayudándose de sus sentidos y valiéndose de la distracción de los mafiosos, para mantenerse fuera de la vista. La luna, parcialmente oculta tras las nubes, proporcionaba la luz justa para que Octojin pudiera ver sin ser visto.

El puerto, que antes estaba lleno de actividad, comenzaba a calmarse. Sin embargo, los hombres armados aún se movían en pequeños grupos, revisando cada rincón en busca del intruso que había causado tanto alboroto. Octojin tuvo que ser cuidadoso, esperando pacientemente a que pasaran antes de continuar su persecución.

A veces le resultaba curioso como un tipo tan voluminoso como él se podía ocultar entre las sombras de una ciudad. Sus sentidos le ayudaban, pero lo cierto es que si no hubiera tanto bullicio, el mar no fuese un aliado con sus golpeteos constantes, y los mafiosos no estuvieran tan agobiados, la situación sería bastante distinta.

Aunque el tiburón se creía sigiloso, lo cierto era que estaba unos cuantos decibelios por encima de serlo. Pero la fortuna le sonreía y estaba en un ambiente en el que ser sumamente sigiloso no era extremadamente necesario. Sólo debía estar alerta, intentar no ser visto y huir.

Finalmente, el tiburón divisó al joven en la distancia, alejándose del puerto y entrando en las estrechas calles de la ciudad. El muchacho caminaba con rapidez, pero sin mostrar signos de alarma, como si estuviera seguro de que nadie lo seguía. Octojin decidió mantener una distancia prudente, observando cada movimiento del joven sin perderlo de vista.

A medida que avanzaban, las calles se volvían más estrechas y oscuras, un laberinto de callejones mal iluminados y edificios viejos. El gyojin se movía con cautela, evitando cualquier luz que pudiera delatar su presencia. El joven, por su parte, parecía tener un destino claro en mente, avanzando con determinación por los callejones.

Octojin observaba desde su posición a medida que caminaban, estudiando cada gesto del joven. Había algo en su comportamiento que no cuadraba con el nerviosismo habitual de alguien que acababa de robar una caja presuntamente valiosa. En lugar de estar ansioso o asustado, el muchacho parecía estar en calma, como si estuviera esperando algo o a alguien.

El tiburón sabía que ese era el momento adecuado para acercarse. Con movimientos fluidos y aligerando el paso, se deslizó fuera de las sombras y se dirigió hacia el joven, asegurándose de no hacer ruido hasta el último momento. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió una mano y tocó suavemente el hombro del muchacho.

Sin saber muy bien la reacción que iba a tener el humano, que podría sobresaltarse o intentar atacar, mantuvo e incrementó firmemente el agarre por el hombro, evitando que escapara.

—Tranquilo, no estoy aquí para hacerte daño —dijo Octojin con una voz grave pero controlada, mirando directamente a los ojos del muchacho, intentando que su mirada denotase firmeza—. Pero necesito respuestas, y las necesito ahora.

El gyojin redujo la presión que ejercía sobre el hombro del humano, hasta tal punto que no era mucho más que su mano posándose sobre éste. Le ojeó de arriba abajo, intentando buscar algún arma en su cuerpo, y tras ello, prosiguió intentando buscar esas respuestas que quería.

—¿Quién eres y qué estás haciendo con esa caja?

Puede que si el humano le diese buena espina, compartiese lo que había visto en el almacén. ¿Sería buena idea robar aquel cristal? ¿O debería conformarse con las cajas que estaban en el fondo del mar?
#6
Masao Toduro
El niño de los lloros
La luna poco a poco alcazaba su punto más álgido, ya habían pasado algunas horas desde que había salid de casa y ya traía un botín entre manos, al menos por esa noche había cumplido. Lo que le restaba que sacará esa noche, ya simplemente sería para ir haciendo un colchón para cuando no le saliera ningún “encargo”, la verdad es que en el barrio estaban las cosas muy malas para aquellos que iban por libre y no terminaban de unirse a alguna banda.
 
Pero eso era una cosa por la que no quería pasar, últimamente le había estado muchas vueltas entre rezo y rezo,  y había llegado en que más tarde que pronto quería dejar esa vida, ahora necesitaba el dinero porque los ocho hermanos eran muchos gastos, pero en cuanto Marcos8el segundo mayor que ya tenia los quince años) pudiera empezar a echar una mano en la complicada economía familiar, él podría dejar esa vida y comenzar con un oficio de bien en el puerto del otro lado de la isla, o en la lonja, había estado últimamente trabajando de tarde en tarde como lavaplatos en un restaurante y poco a poco se había ido ganando la confianza del chef, tal vez eso fuera otro sitio por donde tirar…
 
Mientras le daba vueltas al tarro, comenzó a indagar en la caja que había sacado, tenía unos kilitos de la maría que no era la virgen, la mala, pero que le traería un poco de cuerpo de cristo para comer durante algunas semanas.
 
Tal vez fuera por eso que cuando algo le asalto, le pillo por completamente en imprevisto, su primera reacción fue girarse y ver que se trataba de un monstruo, un tiburón. Por lo que desprendiéndose por completo de ese aspecto relajado y alegre que lo caracterizaba, frunció el ceño y se preparó para tratar de evitar la probable bocanada que iba a propinarle este. Por desgracia estuvo lento, el agarre que le habían hecho era fuerte, sudo, posiblemente era la primera vez que se encontraba con alguien o mejor dicho algo que era más fuerte que él.
 
Afortunadamente el monstruo le respondió, al parecer era amistoso y solo quería respuestas.
 
Sin dudarlo, aproveché para dar un pequeño salto hacia atrás, hasta darme contra la pared del callejón, dejando caer la caja entre los dos. Acto seguido, examiné de arriba abajo al tiburón, o era un hombre, en fin, era una mezcla rara de la que solo había odio leyendas de seres con la fuerza de varias decenas de hombres, que robaban saqueaban y mataban a las criaturas de la superficie por el simple hecho de adorar a un terrible dios de las profundidades. Pero lo peor, es que parecía tratarse de la misma criatura que había visto en el puerto ¿Buscaría venganza por lo de antes?
 
Ezo depende, ¿Para quién trabajah? repliqué yo, con tono serio y tal vez algo nervioso, a que dudaba que por mucho que me estuviera forzando, no pudiera transpirar algo del pavor que me transmitía aquel ser. Si el ser me transmitía algo de confianza, tal vez le comentará algo de lo que hacía, aunque tampoco tenía muchas alternativas salvo que contentarle si es que tenía esperanzas de salir con vida de ahí.
 
Si esto era un castigo divino por trapichear, juraba por lo más sagrado que aquella sería su última noche en esos saraos.
#7
Octojin
El terror blanco
Bajo el frío resplandor de la luna que alcanzaba su cenit en el cielo nocturno, Octojin, el gyojin tiburón, se encontraba frente al humano en un callejón solitario de la isla. La tensión entre los dos era palpable, marcada por la mirada inquisitiva del humano y la postura defensiva del tiburón, que se mantenía firme y alerta.

Aunque el humano se había intentado zafar del agarre del gyojin, o bien había sido un intento vano fruto de su sorpresa, o no disponía de la fuerza necesaria. En cualquier caso, allí seguían, mirándose e intentando que aquello fuese por buen puerto, para beneficio de ambos.

—No trabajo para nadie —respondió Octojin con una voz grave y calmada, intentando disipar la desconfianza que emanaba de Masao. Su intención no era intimidar, sino entender y tal vez encontrar algún punto de conexión en esa isla que se sentía más hostil con cada encuentro. —Estoy aquí buscando respuestas, igual que tú, supongo.

Masao estaba claramente nervioso. Se le veía agitado y receloso, o eso entendía el tiburón cuando le observaba cautelosamente mientras procesaba sus palabras. El hecho de que Octojin no mostrara una actitud abiertamente amenazante seguro que lo hacía reconsiderar su primera impresión de un ser despiadado, listo para atacar. Aunque claro, todo aquello eran suposiciones.

El humano se había pegado más a la pared del callejón, como si eso pudiera ofrecerle algún tipo de protección. Octojin dio un paso atrás, buscando suavizar la situación y ofrecer algo de espacio entre ambos. Si aquello era lo que le hacía generar desconfianza, era fácil de solucionar. Él sólo quería mostrar que sus intenciones eran pacíficas.

—Escuché que esta isla tiene muchos secretos, y yo… estoy buscando algo que perdió mi gente hace mucho tiempo. Se dice que antiguas reliquias de los gyojin están dispersas por las islas del mundo, y pensé que podría haber alguna pista aquí.

La mención de reliquias y secretos generalmente solía captar la atención de los humanos, quizá por eso las robaban. Aunque el escualo aún estaba siendo cauteloso con la información que brindaba al humano, consideró por un momento sus pensamientos. Sabía que la tarea no sería fácil, pero si se diese la colaboración entre ambos, aquél humano podría abrirle puertas en la isla que de otro modo estarían cerradas para él.

Así, bajo la luz plateada de la luna, Octojin fijó de nuevo la mirada en aquél hombre. Esperaba que, con suerte, quedaran atrás las sospechas y el miedo, reemplazados por un sentido de propósito compartido. La noche aún era joven, y aunque el camino por delante era incierto, seguro que juntos, podrían enfrentar cualquier desafío que la isla les reservara.
#8
Masao Toduro
El niño de los lloros
Respiré aliviado cuando me respondió el monstruo que no trabajaba para nadie, aunque aquello bien podía ser una trampa o un embuste de la vil criatura. Fuera como fuese, no terminaba de creerse a aquella bestia, mucho menos después de haber visto la película de "tiburón", tal vez aquel monstruo fuese un derivado de un científico loco, un experimento fallido que iría recorriendo el barrio cargándose uno por uno a todos los protagonistas como era tan típico en aquel tipo de películas "slasher" o como coño se llamará el  entendido del cine, ciertamente aquel personaje tenía un aura de secuela que no podía con él.

No fue hasta cuando me percaté de que el bicho se había retrasado un poco, que me relaje algo más, sin tampoco bajar del todo la guardia, la criatura ya había demostrado ser astuta una vez, no dejaría que lo pillará con la guardia baja una segunda. Luego el monstruo replicó con una historia que la verdad es que era un follón de cuidado, que si artefacto, que si no sé qué historia del pueblo de los peces, en fin el tío parecía que le iba a dar la típica chapa del domingo que le daba el párroco de su barrio durante la misa, tal vez la historia no fuera más de una frase, pero se le hizo eterna, tan solo esperaba que saltara ya a la parte donde le proponía comprar un libro o una guía para como invertir en sellos.

Pos la verdah, ez que a mí la suda tol trajin este, yo solo quiero sacarme unas pelas pa comer mañana un buen puchero, no ze tú repliqué con mi acento característico, aunque si el bicho llevaba rondado el barrio algún tiempo debía estar más que acostumbrado.

Acercándome cautamente terminé de recuperar, la caja, abriéndola y mostrando un poco de la mercancía para que el tiburón no me diera un bocado, un paquete de chocolate del bueno, por el peso no debía ser más de uno o dos kilos, la caja en total tendría como mucho unos siete u ocho kilos en total.

—Con esto me pago el alquile del meeh, pero vamos picha que si me dejas dejar esto en mi "keli" a buen recaudo y tiene una buena idea pa sacar una buena tajada, yo me apunto— finiquite tal vez mostrando más interés del que tenía, después de todo tenía que convencerlo de que no me comiera.

Pero bueno, siempre podía ser el ayudante del malo de la película, cambiar de bando en el último momento, lo que fuera para salir del meollo vivo, quién sabe lo mismo si hacia un buen papel lo invitaban para la tercera entrega.
#9
Octojin
El terror blanco
Octojin observaba con escepticismo mientras el humano recuperaba la caja y la abría, mostrándole un poco del contenido. La oferta de aquel tipo no dejaba de sorprenderlo; era evidente que aquel hombre estaba nervioso y quizás algo desesperado. No podía evitar dudar de la habilidad del humano para manejar situaciones de presión, especialmente después de escuchar su diatriba nerviosa y ver cómo manejaba el recipiente de madera con cierta ansiedad.

El contenido de la caja era evidente, algo que el humano tampoco negó desde el primer momento. Se trataba de una droga, la cual el tiburón se imaginó que aquél hombre usaría para vender. Al fin y al cabo el humano no buscaba otra cosa que llevarse algo a la boca. Habló de pagar el alquiler y poder llevarse algo a la boca. Problemas que tendría cualquier persona de aquel humilde barrio, al menos si juzgamos únicamente por el aspecto. De cualquier manera, el gyojin no era nadie para opinar sobre lo que cada persona estaba dispuesta a hacer para salir adelante. Él probablemente haría cosas peores.

—Está bien, deja eso en tu casa —dijo Octojin con una voz que intentaba sonar desinteresada pero aún mantenía un tono de autoridad.

Ambos se dirigieron a su casa con la caja. Una vez llegaron, Octojin decidió esperar fuera, cruzando sus brazos cerca de la puerta y reflexionando sobre la situación. La historia del humano sobre el alquiler y su deseo de ganar dinero rápido no le había convencido del todo. El tiburón se preguntaba si realmente era una buena idea confiar en alguien tan claramente sobrepasado por la situación. Aquello quizá le hiciese actuar erróneamente, o no pensar las cosas dos veces antes de actuar. En resumidas cuentas, el humano no parecía alguien en quien confiar.

Mientras esperaba, Octojin evaluó sus opciones. Sabía que intervenir con los humanos podía ser complicado, y las palabras de aquel precisamente no ayudaban a calmar sus dudas. La idea de que todo esto pudiera ser una trampa se filtraba en su mente, pero también sabía que la posibilidad de sacar provecho de la situación era algo que no podía ignorar completamente.

El aire fresco de Loguetown le golpeaba el rostro mientras reflexionaba. ¿Valía la pena el riesgo? ¿Podía este humano, evidentemente nervioso y algo torpe, ser de alguna ayuda real? La incertidumbre lo molestaba, pero su naturaleza curiosa y su necesidad de entender mejor a los humanos lo mantenían en el juego. Eran muchas preguntas sin respuesta, algo que no gustaba al tiburón.

Finalmente, Octojin pareció ver la luz. Si conseguía llegar hasta el muelle y todo resultaba ser una trampa, podría lanzarse al mar y allí sería inalcanzable. Por lo tanto, su misión real era ir con pies de plomo hasta allí. Fijarse en cada detalle y, sobre todo, no fiarse del humano hasta llegar allí. Después, tendrían que improvisar un plan para robar a los mafiosos. ¿Acaso el humano sería útil en eso? La verdad es que el habitante del mar empezaba a pensar que simplemente había tenido un golpe de suerte.

Ya decidido en que seguiría adelante su plan con mucha cautela, golpeó un par de veces la puerta, entendiendo que había pasado mucho tiempo desde que el humano había entrado en su propia casa.

Si el tipo intentaba alguna traición, estaría listo para actuar. Por ahora, observaría y escucharía, siempre listo para usar su fuerza si la situación lo requería. Con un suspiro pesado, ajustó su postura y preparó su mente para lo que vendría después, recordándose a sí mismo que en el mundo de los humanos, la prudencia nunca estaba de más.

Esperaría al humano un par de minutos más, y saliese o no, se dirigiría al muelle, el lugar donde empezó y, donde supuestamente, debería acabar todo también.
#10


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