Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
Tema cerrado 
Marine siempre tienen buena mercadería
Illyasbabel
cuervo de tiburón
Verano 2 - (Business) 

El sol marcaba la tarde en la Isla Kilombo, y para Illyasbabel había llegado la hora de buscar mercadería, más precisamente un filo para su escaso y deplorable arsenal, su mejor y vieja espada la había dejado en un taller de reparaciones lejos de allí, el oxido había alcanzado el mango y no faltaba mucho para que esta se partiera, siendo precavido, el viejo cuervo la dejo en un taller lejano de su actual posición, cuestión que le suponía una incomodidad a la hora de cazar piratas, su estilo era a dos espadas, no podía depender solo de una, por lo que decidió salir en búsqueda de una nueva espada.

Camino directo hacia el puerto donde tendría más oportunidades a la hora de ofertar y elegir una espada adecuada a su estilo. No demoró demasiado en llegar, antes de salir se colocó su arnés ( para ocultar un poco sus alas ), su sombrero de paja, espada y ya estaba listo para salir. En su andar tranquilo encendió un cigarrillo y disfruto la caminata hacia su destino. Lastimosamente no andaba sobrado de dinero, con sus ultimas cacerías había logrado conseguir lo suficiente para encarar un gasto de ese tipo, - Bien... ¿esto me alcanzara?... hmm - se dijo así mismo mientras contaba las monedas de su pequeña bolsa de cuero, en realidad no sabe contar, se fía del peso suficiente, -Si... estaré bien - no le importaba demasiado el dinero, siempre y cuando le alcanzara para cigarrillos y bebida.

Descendió y descendió por una larga calle que finalizaba en una suerte de pequeño parque frente a la costa, detrás de el lo acompañaba su silueta de humo propia del tabaco, allí, rodeando la plaza había algunos pequeños puestos de víveres y armamentos, entre otras artesanías propias de la zona, era inusual la cantidad de gente que se encontraba recorriendo las calles, - ¿Habrá alguna fiesta? - pensó, buscando una escusa para emborracharse más tarde.

Saliendo de su nube de pensamientos erráticos, dio un vistazo en en los alrededores, buscando capturar la esencia de su próxima espada, debía ser llamado por ella, y en este tipo de ocasiones nada mejor que confiar en su instinto. Continuo con su prodigiosa visión tuerta haciendo un análisis prodigioso del parque, buscando encontrar al vendedor correcto y a la espada correcto.  - ¡Te tengo! - exclamó, las personas a su alrededor se asustaron por su reacción, divisó un sujeto distante que parecía portar, a ojos de Illya, la espada indiciada.

Continuo su paso adentrándose en el pequeño parque hasta alcanzar al desconocido... - Disculpa... - dijo a la distancia esperando llamar su atención - Veo que llevas una buena espada, ¿Cómo se llama? - Preguntó. Siempre era posible conseguir un buen precio, de ser un pirata la situación sería diferente, no podría negociar, en este caso su carisma residía en la apariencia del joven Marine.
#1
Galhard
Gal
El sol de la tarde bañaba la Isla Kilombo en un dorado cálido, mientras Galhard caminaba por el puerto con la pesada espada a la espalda. El día había sido tranquilo, con una ligera brisa marina que acariciaba su rostro mientras avanzaba por las calles llenas de vida. Su atención estaba puesta en encontrar un buen comprador para la espada, una pieza de acero pulido y gran tamaño que había adquirido recientemente, pero que había decidido vender para ajustar su equipo a sus necesidades actuales.
Mientras avanzaba por la plaza central, una voz profunda y algo rasposa llamó su atención. Se detuvo y giró ligeramente, observando al hombre que se aproximaba. A simple vista, Illyasbabel parecía un tipo peculiar, con un arnés que sobresalía bajo su chaqueta, cubriendo lo que parecían ser alas ocultas, un sombrero de paja que le daba un aire relajado y un cigarrillo que pendía de sus labios, soltando una columna de humo que se elevaba perezosamente.

—Disculpa… —dijo el hombre, acercándose con calma pero con la mirada fija en la espada que Galhard llevaba consigo—. Veo que llevas una buena espada, ¿Cómo se llama?

Galhard, acostumbrado a tratar con diferentes tipos de personas en su tiempo en la marina, estudió brevemente al extraño que tenía enfrente. Había algo en sus maneras, una mezcla de urgencia y calma que le resultaba intrigante. Además, la manera en que Illyasbabel hablaba de la espada revelaba que no era cualquier transeúnte; tenía conocimiento y respeto por las armas, algo que Galhard valoraba.

—Esta es la Albaron —respondió Galhard, dejando que el nombre resonara en el aire, dando un paso hacia adelante para que el hombre pudiera observarla mejor —Es una hoja resistente, ideal para alguien que necesite un filo confiable en combate. He notado que buscas algo de buen tamaño. Esta espada podría ser lo que necesitas.— Dijo orgulloso de la espada que ahora llevaba en sus manos, ofreciéndola para que Illyasbabel pudiese tomarla y ver como se sentía con aquella hoja en sus manos.

—Normalmente este tipo de espadas suelen valer un millón de Berries pero dado que me sabría mal cobrar tanto y que pareces una persona que va a dar buen uso de ella el precio de compra serían 650.000 berries, una ganga.— Galhard esbozó una sonrisa, no conocía aquel hombre pero por alguna extraña razón le trasmitía una buena vibra.
#2
Illyasbabel
cuervo de tiburón
Escuchó al oficial con atención para luego asentir, - Con que Albaron, definitivamente es esta - Respondió, confirmándose así mismo que estaba con la persona y el filo indicados. - Usted esta en lo correcto, es lo que estoy buscando - dijo mientras la observaba de cerca, - oh muy amable - respondió ante el ofrecimiento de sostenerla. Acto seguido Illya hizo unas hábiles maniobras con la espada para comprobar su peso y dinámica. -¡Excelente! - Observó nuevamente al sujeto con una mirada cómplice, luego saco la bolsa de monedas que llevaba en el bolsillo para " lanzarla " hacia él mientras continuaba probando la espada. - Estoy de acuerdo, es un buen precio y es justo el dinero que tengo, ¡Estoy de suerte! JA! - rio mientras disfrutaba su nueva espada, luego la guardo en la funda de su cintura, - le daré buen uso a Albaron, gracias muchacho - espero que el marine contará las monedas para cerrar el trato, - si lo cuentas debería estar todo en orden -
 -650000 Berries transferidas a Galhard
 Su cigarrillo se terminaba por lo que decidió apagarlo en el suelo con una pisada y luego  guardar la colilla en uno de sus bolsillos, mientras tanto observaba el resto de la gente, quizá conseguiría algo para beber con el poco dinero que le quedaba. - Por cierto, mi nombre es Illyasbabel, un gusto hacer negocios contigo - sin demasiado más por decir Illya espero la respuesta del joven mientras observaba con detalle el resto de la feria buscando encontrar algún puesto de cerveza.

 Una vez cerrado el trató se dedicaría a seguir recorriendo el lugar buscando algo que beber y porque no un poco de ebria compañía, los próximos dos días los tendría libres hasta tener que volver a viajar, y como era costumbre para él, no podía perder el tiempo en vacaciones, ni mucho menos perderse una fiesta. A su suerte el lugar estaba despojado de piratas, algo que lo mantendría de buen humor.
#3
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Rostock, con su aire sereno y su calma perenne, siempre me ha ofrecido un respiro de las agitaciones del mundo exterior. Sus calles, impregnadas del aroma salino del puerto, son un laberinto donde el tiempo parece perder su prisa. Hoy, mientras me movía sin rumbo fijo por el mercado improvisado de aventureros, dejaba que el ambiente de la ciudad me envolviera, buscando quizá algo más que simples objetos o libros; tal vez una chispa de inspiración o un fragmento de historia escondido entre la multitud.

El mercado vibraba con la vida de sus gentes, una mezcla de voces y colores que formaba un cuadro en movimiento. Sin embargo, yo me mantenía en las sombras, observando más que participando, dejando que mis sentidos se impregnaran de la energía del lugar. Y fue en ese estado de contemplación que mi mirada se detuvo en una figura que destacaba en el flujo constante de personas.

El hombre, de porte esbelto y seguro, emanaba una especie de calma imperturbable que contrastaba con la actividad frenética a su alrededor. Su cabello, una melena ondulada de tono indefinido entre marrón y rojizo, recogido en una coleta que caía con descuido sobre su hombro, le confería una apariencia de despreocupada elegancia. Algo en él, en su andar pausado y en la quieta determinación de su semblante, me resultaba familiar, como una sombra del pasado que había perdido detalles con el tiempo.
Había algo en su aspecto que me llevó a recordar una imagen, quizás difusa, de un encuentro anterior en un lugar muy diferente: el Baratie. Sí, en aquella ocasión, entre el bullicio del famoso restaurante flotante, había visto a un hombre con una presencia similar, alguien que, como ahora, parecía estar más allá del ruido y el caos, observando con ojos que veían más de lo que mostraban. No podía estar seguro de si era el mismo, pero la sensación era tan vívida que se instaló en mi mente como un eco persistente.

Su piel, pálida a pesar de los años al sol, y la sutil perilla que adornaba su barbilla, acentuaban la impresión de un hombre que se mueve con la misma tranquilidad con la que un barco navega en aguas conocidas. No era su físico lo que me intrigaba, sino esa vaga reminiscencia, esa sensación de haber cruzado caminos con él en un tiempo y lugar distinto.
Mientras lo observaba concluir su intercambio, una curiosa mezcla de intriga y reconocimiento me invadió. Rostock, en su silenciosa manera, había puesto a este hombre en mi camino, y aunque el recuerdo de Baratie no era más que un destello en mi memoria, no pude evitar preguntarme si este encuentro en el puerto ocultaba algo más profundo, una conexión que aún debía desentrañar.
#4
Galhard
Gal
Cerrada la primera transacción de venta, Galhard, recolectó lo que había puesto a la vista y con un ritmo calmado se marchó del lugar, despidiéndose de Illyasbabel con la mano, observando por última vez la espada que le vendió y dijo feliz mientras salía nuevamente hacia el bullicio del mercado  —Se que estará en buenas manos—

El bullicio del mercado de aventureros en Rostock llenaba el aire con una mezcla de voces, olores y sensaciones que parecían envolverse alrededor de Galhard como un manto. Se movía con su habitual calma, dejando que sus sentidos lo guiaran a través de la multitud. Ya había cerrado algunos tratos menores, pero un objeto en particular que llevaba consigo todavía no había encontrado el destinatario adecuado.

Fue entonces cuando su mirada captó a una figura conocida en el borde del mercado. La postura serena, el cabello recogido en una coleta y esa sensación de calma que emanaba de él le resultaron familiares de inmediato. Un destello en su memoria lo llevó de regreso al Baratie, donde sus caminos se habían cruzado por primera vez. Una conexión que en su momento había parecido efímera, pero que ahora resurgía en este entorno tan distinto.

Galhard sonrió internamente, reconociendo que no era casualidad volver a encontrarse con aquel hombre. Los caminos de los aventureros y buscadores de tesoros rara vez eran lineales, y aquellos que compartían una visión similar tendían a reencontrarse, arrastrados por el destino o quizás por un simple capricho del universo.
Decidido, se acercó a él, dejando que el murmullo del mercado se desvaneciera en su mente mientras se centraba en lo que estaba por hacer. El objeto que llevaba consigo, cuidadosamente envuelto en un paño de seda negra, era algo especial después de todo.

Galhard se detuvo a unos pasos del hombre, dejando que sus ojos se encontraran una vez más, esta vez con un propósito claro en mente. Desenrolló con calma el paño, revelando un antiguo artefacto cuyo brillo apagado hablaba de eras pasadas y de un uso perdido en el tiempo. La textura del metal era suave al tacto, pero emitía una energía que solo aquellos con una sensibilidad particular podían percibir.

Oh, nos volvemos a encontrar dijo Galhard con una leve inclinación de cabeza. Su voz era tan serena como su presencia, una extensión de esa calma que lo rodeaba. Parece que el destino sigue tejiendo nuestros caminos. Tengo algo que creo despertará tu curiosidads
Sostuvo el objeto en sus manos, girándolo ligeramente para que la luz del sol revelara los intrincados detalles en su superficie. No era un objeto común; su naturaleza esotérica lo hacía único, algo que solo unos pocos podrían comprender en su totalidad. Y Galhard estaba convencido de que este hombre era uno de esos pocos.

La vida me ha llevado a cruzarme con este artefacto, y aunque no todos pueden ver su verdadero valor, algo me dice que tú sí puedes. Quizás sea más que una coincidencia que nos encontremos aquí, en este lugar y en este momento— Dijo, mientras alegremente le mostraba el equipamiento de mejora.—Dado que hoy ha ido bien el negocio para mi, creo que dejarte el objeto a 450.000 berries es un precio muy adecuado—Sonrió tras mencionarle el precio del objeto, sabiendo que era una ganga que no podría rechazar.

Dejó que sus palabras flotaran en el aire, esperando una respuesta, confiado en que el hombre entendería el significado de esta nueva oferta. En el silencio que siguió, el bullicio del mercado pareció desvanecerse, dejando solo a dos hombres y un objeto que ahora conectaba sus destinos una vez más.
#5
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
El recuerdo de Galhard se mantenía en mi mente como una imagen difusa, una figura cuya presencia había captado mi interés en el Baratie tiempo atrás. No era fácil olvidar a alguien que, con una calma inusitada, parecía deslizarse entre las sombras de aquel lugar tan bullicioso, como si el entorno no pudiera tocarlo realmente. Y ahora, aquí en Rostock, en medio del mercado de aventureros, ese mismo hombre volvía a cruzarse en mi camino, su aparición provocando que el ruido y la agitación a mi alrededor se desvanecieran en un segundo plano.

Rostock siempre había sido un refugio para mí, un lugar donde el constante bullicio del mundo parecía apaciguarse en el murmullo del viento marino y el crujir de los mástiles en el puerto. Las calles de la pequeña ciudad portuaria, con su aire salobre y su serenidad tan peculiar, ofrecían un respiro necesario, una suerte de oasis en medio de la agitada vida de un aventurero. Los mercados, improvisados y llenos de vida, eran una amalgama de colores, olores y sonidos, un crisol donde se mezclaban mercancías, historias y destinos. Y, sin embargo, entre el caos controlado de ese espacio, había algo que me hacía sentir en paz.

Galhard, con su andar sereno y la calma que emanaba de cada uno de sus movimientos, se movía como si el bullicio del mercado apenas lo tocara, tal como lo había hecho en el Baratie. En aquella ocasión, nuestro encuentro había sido breve, casi efímero, pero no por ello menos significativo. Había algo en su mirada, una profundidad que parecía ver más allá de lo evidente, una percepción que me había dejado una impresión duradera. Ese mismo aire de misterio lo rodeaba ahora, como una segunda piel, mientras se desplazaba entre los puestos del mercado, aparentemente guiado por una intuición que solo él conocía.

Mientras se acercaba, sentí que el ruido del mercado se atenuaba, como si el mundo mismo decidiera otorgarnos un momento de silencio en medio de tanto ajetreo. Era como si el flujo natural de la vida en Rostock se hubiera desviado momentáneamente para permitirnos este encuentro. Aquel hombre llevaba consigo un objeto envuelto en un paño negro, y a medida que se detenía frente a mí, con ese aire de tranquila determinación, supe que el encuentro no era fortuito. El destino, con sus hilos invisibles, parecía estar tejiendo nuestros caminos una vez más.

Su figura, envuelta en un aura de serenidad y propósito, se detenía a unos pasos de mí. Recuerdo haberlo observado en el Baratie, en el corazón de aquel restaurante flotante, moviéndose con una gracia y calma que contrastaban con la agitación que lo rodeaba. Su presencia no era imponente en un sentido físico, pero había algo en él que demandaba atención, una energía sutil que emanaba de cada uno de sus movimientos. Su altura era considerable, pero no desmedida, y su complexión delgada no hacía justicia a la fuerza que uno podía intuir detrás de sus acciones controladas. 

Ese semblante me devolvió al Baratie, a aquella primera vez en la que nuestras miradas se cruzaron en un espacio que, para mí, ya se había convertido en un mosaico de encuentros y despedidas. En su momento, había descartado la posibilidad de que nuestros caminos volvieran a cruzarse, pero ahora, al ver cómo se movía entre los puestos del mercado, llevando con él ese objeto envuelto con tanto cuidado, comprendí que el destino tenía otros planes.

Cuando desenrolló el paño, revelando un artefacto de naturaleza antigua, sentí una curiosidad genuina despertarse en mi interior. El metal, aunque apagado, irradiaba una energía sutil, perceptible solo para aquellos con un ojo entrenado y una mente abierta a lo oculto. Sus palabras, pronunciadas con la serenidad que lo caracterizaba, resonaron en mi mente con un eco peculiar, pues en cierto modo su discurso me recordaba mucho al propio.

Mencionó acerca de la predestinación, de una conjunción de caminos, y aunque mi primer instinto fue una ligera reticencia, no pude evitar sentir que sus palabras llevaban un peso más profundo. A medida que sostenía el artefacto frente a mí, girándolo con cuidado para que la luz del sol revelara los intrincados detalles grabados en su superficie, supe que no era un objeto común. Había algo en él, una cualidad intangible que solo se revela a aquellos con la sensibilidad para percibirla. Galhard, en su tranquila determinación, parecía convencido de que yo era uno de esos pocos. No se equivocaba, pues siempre fui un connoisseur de objetos arcanos.

La oferta que me presentó fue directa: cuatrocientos cincuenta mil berries. Bajo otras circunstancias, tal vez habría considerado el precio demasiado elevado, un costo que pocos estarían dispuestos a pagar. Pero en este contexto, con la historia que compartíamos y el extraño magnetismo del objeto en cuestión, la cifra me pareció justa. 
Me tomé un momento para observarlo, permitiendo que el murmullo del mercado volviera a mi conciencia, como si quisiera medir la autenticidad de la oferta en ese bullicio. Las voces a mi alrededor, los gritos de los mercaderes, el tintineo del fluir de los berries, todo ello parecía formar una sinfonía caótica que, sin embargo, no lograba distraerme de la presencia de Galhard y el objeto que me ofrecía. Había algo en el aire, una tensión sutil que, aunque no tangible, era innegable.

En el pasado, me había mostrado escéptico ante este tipo de transacciones, consciente de que muchos buscadores de tesoros y aventureros eran más astutos que sinceros. Pero Galhard no era uno de ellos. Su calma, su certeza, su habilidad para ver más allá de lo evidente, todo ello contribuía a crear una atmósfera de confianza que, aunque tenue, era real. Finalmente, incliné la cabeza en un gesto de asentimiento, reconociendo tanto la oportunidad que se me presentaba como la extraña conexión que este encuentro volvía a tejer, parafraseando sus palabras.

Del interior de mi chaleco de factura en seda y teñido en azur, saqué un fajo de billetes previo conteo manual que duró unos segundos. Mi familia movía tanto dinero que tristemente me había acostumbrado a reconocer los billetes por el tacto. 

-Ciertamente ha dado con el hombre correcto, Galhard. Sin duda que nos conocimos en unas circunstancias muy distintas, y no esperaba verle aquí, mas tampoco esperaba que portara un teorema tan interesante- musité mientras me tomaba mi tiempo en leer la mirada del hombre acompañándolo de una sonrisa sincera. -El noble arte del comercio es lo que nos diferencia de las bestias, ¿No lo cree?- continué bajándome las gafas en esta ocasión para fijar una mirada cómplice a mi interlocutor.

Mientras el mercado de Rostock continuaba su actividad incesante, con el ajetreo de los aventureros y mercaderes moviéndose como un mar agitado, me encontré contemplando el objeto en mis manos. Era extraño cómo, en medio de ese caos controlado, uno podía encontrar algo que resonara tan profundamente con su interior. Había venido a esta bonita isla buscando un respiro, tal vez una respuesta a preguntas que aún no sabía formular, y me encontraba con un artefacto que, de alguna manera, parecía contener esas respuestas.

De forma rápida, pagué la transacción, no sin dejar de echar un sutil vistazo en las cercanías donde los malhechores habitan, aunque quizá incluso sería más divertido. Aunque mi porte no era el de un guerrero, claramente sabía combatir, y lo mismo podía decirse del caballero que se encontraba ante mí.
#6
Galhard
Gal
a transacción se había cerrado con una elegancia que pocas veces se encontraba en los mercados, incluso en un lugar como Rostock. El ambiente vibraba con una energía que pocos percibían, y mientras el sonido de las monedas y los billetes se desvanecía entre los gritos de los mercaderes y las olas golpeando el puerto, sentí que una nueva historia comenzaba a escribirse, aunque su forma todavía se mantenía difusa en el horizonte.

El hombre que tenía frente a mí, con su porte distinguido y una mirada que revelaba más de lo que su calmada voz dejaba entrever, era sin duda alguien que apreciaba tanto el valor de los objetos como la profundidad de las conexiones humanas. Su respuesta me confirmó lo que había intuido en nuestro primer encuentro en el Baratie: que no era un aventurero común. Había algo en él, una percepción aguda y un respeto por lo arcano que lo diferenciaba del resto.

Aguardé un momento, permitiendo que el silencio se asentara entre nosotros. A veces, las palabras no eran necesarias; bastaba con el reconocimiento mutuo de un entendimiento compartido. Sin embargo, en este caso, sentí que un cierre adecuado era merecido, no solo por la transacción, sino por la singularidad del encuentro.
—Es un placer ver que las circunstancias, aunque diferentes, nos han permitido cruzar caminos nuevamente— comencé, con una voz baja pero clara, dejando que mis palabras se entrelazaran con el murmullo del mercado. —El Baratie, con su bullicio y su constante movimiento, es un lugar donde muchos pasan desapercibidos, pero usted... usted siempre ha tenido la habilidad de ver más allá de la superficie, de encontrar lo que otros no perciben.—

Hice una pausa, observando cómo sus ojos seguían detenidamente el artefacto que ahora tenía en sus manos, como si intentara descifrar sus secretos. Me permití una ligera sonrisa, no de satisfacción, sino de reconocimiento. Había elegido bien a mi comprador.

—El noble arte del comercio, como bien dice, es más que un simple intercambio de bienes; es un diálogo entre almas que entienden el valor intrínseco de las cosas, tanto físicas como intangibles... Aunque muchas son las cosas que nos diferencian de las bestias, el saber apreciar conversaciones también es un rasgo muy importante—

El aire salino de Rostock acariciaba nuestros rostros, y por un breve instante, el bullicio del mercado pareció desvanecerse, dejando solo el sonido del viento y las olas en la distancia. Bajé la mirada hacia los billetes que ahora sostenía, no por su valor material, sino por lo que representaban: un acuerdo sellado por algo más profundo que el mero comercio.

—El destino nos ha traído hasta aquí, y aunque nuestros caminos puedan divergir nuevamente, me complace saber que este artefacto ha encontrado un hogar adecuado— añadí con un tono sincero, mientras levantaba la vista para encontrar la suya. —Quizá, en otro tiempo y lugar, nuestras sendas se crucen una vez más. Hasta entonces, le deseo suerte en su búsqueda de respuestas... y en su navegación por las aguas inciertas del destino.—

Con un leve asentimiento, di un paso atrás, permitiendo que el mundo de Rostock volviera a inundar nuestros sentidos. El mercado, con su vida y energía, nos rodeaba una vez más, pero algo en el aire había cambiado, como si una historia no contada acabara de comenzar a desplegarse. Y con esa sensación, me preparé para seguir mi propio camino, sabiendo que, al menos por hoy, había hecho más que un simple trato: había contribuido a la historia de algo mucho más grande.
#7
Hato of peace
Angel Beta
La travesía de la joven Hato para llegar al reino de Oykot desde la red líne la obligó a detenerse en la isla Kilombo el barco que la llevaría partiría durante la noche y está sería su última parada como turista antes de llegar a su destino donde el trabajo sería lo más importante para Hato.

La ciudad costera de Rostock tenía bastantes puestos se podía encontrar madera también diferentes aceites como múltiples puestos de frutas y lo que no podía faltar la venta de pescados y especias, El sol ya se había elevado cuando Hato se adentro al bazar en busca de objetos de su tierra natal Skypiea para muchos vendedores solo era una joven incauta que vestía una falda azul marino y una chamarra roja presumiendo su físico.

-Buenas ando buscando antigüedades, barcos raros o Conchas raras si no es mucha molestia podría decirme si tiene cosas así- era lo que la joven decía a los vendedores de antigüedades o viejos navegantes que se deshacen de sus objetos de la anterior era a veces tenían algo interesante pero nada de lo que buscaba la rubia.

Las personas caminaban observado los puestos preguntando por precios y se podían escuchar el regatear de los compradores en varios puestos, las calles estaban llenas de vida el bullicio podía aturdir si no estabas preparado para estar con tantas personas a tu alrededor, algunos comerciantes que tenían caracoles decorados comentaron que había una persona más vendiendo objetos de buena calidad entre ella también podría haber conchas de las que buscaba la Skypiean.

Después de buscar un rato encontró a un par de hombres haciendo un trato el vendedor parecía que ya estaba apunto de retirarse Hato aceleró el paso para tratar de alcanzarlo para hablar con él, la cabellera marrón rojizo en cola de caballo y una corte de perilla en su barba lo hacía ver muy elegante al caballero parecía que tenían la misma altura y una predisposición a irse.

Hato se detuvo frente de él -Buenas caballero, disculpe las molestias ando buscando conchas raras bueno se llaman Diales, quería saber si usted tiene- su boca estaba entreabierta por haber corrido para alcanzar al hombre se notaba algo ligeramente agitada, el viento marino movía ligeramente su cabellera rubia, aquella falda dejaba ver sus piernas bien entrenadas y su cuerpo despedía un dulce aroma a sándalo y cerezas.

apariencia
#8
Galhard
Gal
En el bullicioso bazar de Rostock, donde el eco de las voces comerciantes y curiosos se mezclaba con el aroma de especias y mar, Galhard se disponía a cerrar su día de ventas. Su puesto, un pequeño oasis de artefactos exóticos y piezas de colección, había atraído a varios interesados, pero ninguno tan particular como la joven que se acercaba a él con paso decidido.

—Buenas tardes, señorita —respondió Galhard, ajustando su perilla con un gesto de cortesía mientras observaba a Hato con curiosidad. La mención de los diales captó inmediatamente su atención, dado que eran artefactos no solo valiosos sino también raros y de gran interés para coleccionistas y conocedores.

—De hecho, tengo algo que podría interesarle—continuó Galhard, señalando con un gesto hacia una caja de madera pequeña y discretamente ornamentada que descansaba detrás del mostrador. Con un gesto suave, levantó la tapa para revelar un Dial de Calor, una pieza resplandeciente y cuidadosamente mantenida.

—Este Dial de Calor proviene directamente de Skypiea. Como bien sabe, estos artefactos son capaces de almacenar y liberar calor con una eficiencia sorprendente. Son extremadamente útiles para aventureros, científicos o cualquier persona interesada en las maravillas de la tecnología del cielo —explicó, con un brillo de aprecio en los ojos.

Hato observó el dial con evidente interés, su respiración aún ligeramente agitada por la prisa. Galhard, notando su entusiasmo, decidió aprovechar el momento para proponer un trato.

—Dado su valor y rareza, normalmente estos diales pueden alcanzar precios bastante altos en el mercado. Sin embargo, para usted y considerando que es una compatriota de Skypiea, estaría dispuesto a ofrecerle este Dial de Calor por 700.000 berries —propuso, con una mezcla de negociación y generosidad en su tono.

El aire se llenó del olor a sándalo y cerezas que emanaba de Hato, y el viento marino añadía un toque refrescante a la escena, haciendo que las hojas del puesto susurraran suavemente. Era un momento perfecto para cerrar un trato, bajo la atenta mirada de los curiosos y el sol que comenzaba a descender hacia el horizonte.
—Espero que este Dial pueda ser de gran utilidad para usted en sus viajes. ¿Qué le parece la oferta, señorita? —finalizó Galhard, extendiendo su mano en un gesto de acuerdo, esperando cerrar la venta con una decisión afirmativa de la joven Skypiean.
#9
Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
Durante la tarde libre de ese día, decidí disfrutar del clima veraniego aprovechando que el sol comenzaba a caer. Los rayos comenzaban a ser más perpendiculares y trazaban bellas siluetas de contornos rojizos en todo tipo de estructuras, árboles, barcos y personas, las sombras se alargaban y los tonos del atardecer dibujaban preciosos degradados con los colores que le caracterizaban.

En el encuentro entre el disfrute contemplativo del pueblo de Rostock, y mi presencia, caminé por las empedradas calles de este con una parsimonia despreocupada, llevaba las manos hacia atrás con los dedos de estas entrelazados, una pose que con el paso de los años había empezado a adquirir inconscientemente. Había escuchado que por la edad, algo que ni descartaba, pero el caso es, que me había acostumbrado a dar paseos de esa forma y le había cogido el gusto.

Mis pasos me llevaron sin darme cuenta hacia el murmullo que se levantaba en una de las plazas más concurridas del pueblo, en ella, se contemplaba un grueso del comercio local, además de las ya conocidas calles comerciales del pueblo, aquella plaza cerca del pueblo disponía de un género que era a veces difícil de encontrar en otros lados, y yo, de manera desinteresada, al verlo desde un par de calles, decidí ir a echar un vistazo por mera curiosidad.

Allí, los dueños de los puestos clamaban a los potenciales clientes haciendo gala de sus mejores artes, para atraerlos hasta lo que ofrecían y llamar la atención. Me interné en lo que parecía la vértebra central del núcleo comercial, que ramificaba en pequeñas aberturas generadas por la consecución de puestos, y que se retroalimentaban de la gente que iba y venía de la principal. El jolgorio era palpable, y los trueques, así como las rebajas en las negociaciones estaban a la orden del día.

Un puesto de piedras preciosas llamó mi atención, me sentía atraído al final por el efecto de compra y venta que se respiraba allí. Me acerqué con prudencia al puesto, en el que el vendedor ya regateaba con algunos precios de su género con 2 clientes. A escasos centímetros del puesto, me incliné hacia un cuarzo que resaltaba entre el resto, tenía en su base engarzados unos motivos de acero, su brillo me resultaba algo diferente, pues en el templo, estábamos muy familiarizados con el cuarzo rosa, y cada hermano tenía uno en su cuarto, esta piedra equilibraba las energías de su portador, y emite un brillo muy característico a la luz de la luna llena, tiempo en el que hay que exponerlo a la luz de esta para recargar sus propiedades.

Sin embargo, aquel cuarzo rosa me hacía desconfiar de su originalidad, ignoraba que tipo de piedra similar sería, pero apostaría que ese en concreto no gozaba de las propiedades de uno auténtico, ya que estos además, también eran difíciles de conseguir. Me fui del puesto, comencé a andar de nuevo y vi a lo lejos una figura un tanto familiar. La edad a veces me jugaba malas pasadas con la vista, la cual se iría deteriorando, pero si tenía la suficiente como para diferenciar un cuarzo rosa falso, de uno auténtico, estaba seguro de que aquel vendedor, 6 puestos más allá, era el joven Galhard.

Con parsimonia, me acerqué hasta el stand del joven, desconocía que tuviera también un negocio a parte de su labor como marine, y una vez allí, le dediqué la mejor de mi sonrisas junto a una acentuada reverencia, arqueando las 2 cejas y enchinando los ojos levemente. El joven ya era un grato conocido para mí, con un potencial enorme y enriquecedor potencial para el cuerpo, lo que no sabía es que tuviera además de un gran perfil como marine, dotes comerciales suficientes como para ser también vendedor. Sin duda, todo un ejemplo multidisciplinar.

Tras ello, revisé con curiosidad su mercancía, y para mi sorpresa, vendía diales, el último en concreto, a una joven rubia con una esbeltez envidiable. Tenía unos ojos vivos del color de una esmeralda de gran pureza, con un verde eterno casi hipnótico, y portaba en su espalda unas sutiles y ligeras alas blancas. Parecía indicar que recién adquiría un dial para ella por lo que pude terminar de escuchar en su transacción con Galhard.

Esperé respetuosamente que acabaran, para que cuando se finiquitase la venta, dirigirme sin interrupciones al marine de cabellos castaños. Mientras tanto, revisaba el resto de diales, cada uno con un letrero pequeñito que describía su nombre. Revisé todos y cada uno, ligeramente familiarizado con los efectos y funcionamiento de algunos, acabé por detener mis ojos en uno en concreto, el dial de destello.

- Galhard... ¿Cuánto vale? -

Le pregunté al joven, interesado en esa pieza que llamó mi curiosidad, para acto seguido alcanzar con mi mano derecha uno de mis bolsillos traseros, con la intención de coger mi cartera, cuando para mi detrimento, ahí no había cartera alguna. Durante un par de segundos lo lamenté, recordaba que la había dejado justo encima del la mesa de mi habitación antes de cambiarme de uniforme, algo descuidado por mi parte. Me palpé por todos lados con la fé de tenerla en alguno de los bolsillos frontales o del chaleco, pero no fue así, en su lugar, extraje una vieja nota que escribí de un viejo libro de la biblioteca de la base sobre cartografía y navegación náutica. Trataba de la construcción casera de algunos elementos en los que no estaba del todo familiarizado, pero que llamaron mi curiosidad en el momento de apuntarlos.

La extraje para revisarlo, aquel papel también podría verlo Galhard, aunque desestimé ofrecérselo por el dial por puro pudor. ¿Podríamos quizá llegar a un acuerdo y pagárselo más adelante?
#10
Tema cerrado 


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