Hay rumores sobre…
... una bestia enorme y terrible atemoriza a cualquier infeliz que se acerque a la Isla Momobami.
Tema cerrado 
[Común] [C-Presente] La típica reyerta de taberna, no tan típica esta vez
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Sonrió levemente, satisfecha al ver cómo su improvisado proyectil había servido para aliviar un poco la presión a la que estaban sometiendo a su compañero. No bastaría para acabar con la amenaza del jefe de los bandidos, pero sí para ganar algo de tiempo.

Su sonrisa se borró en el momento en que notó cómo alguien se movía por el rabillo del ojo. No quedaban muchos ladrones en pie a esas alturas, pero los que se sostenía no parecían dispuestos a retirarse o a dejar que se fueran de rositas de allí. Por el contrario, Camille tenía la sensación de que estaban dispuestos a combatir hasta su último aliento. ¿Tan importante era aquel cargamento para ellos, al punto de jugarse la vida? Hizo fuerza con la pierna buena para volver a ponerse en pie, aún apoyada en su odachi, pero esto no evitó una punzada de dolor que le sacó un gruñido de molestia. Tal vez tuvieran deudas o, simplemente, una ambición desmedida que había desvirtuado sus prioridades vitales. «Tampoco creo que pueda opinar al respecto», se dijo, considerando el estado en el que se encontraba.

Desplazó la mirada por la sala, empuñando nuevamente la espada y adoptando una postura de guardia. Habían decidido que su líder se ocupara de Octojin en un duelo, ocupándose los demás de lidiar con la oni. Había una parte de ella que lo agradecía: encargarse de aquellos canijos, pese a la inferioridad numérica, sería mucho más sencillo que tratar con el espadachín. Por otro lado, esto también le insuflaba preocupación por el tiburón.

Tienes prohibido morirte, ¿me oyes? —le advirtió la morena, elevando un poco la espada mientras seguía con la mirada los movimientos de los criminales—. El cementerio pilla lejos y ni de coña voy a cargar contigo hasta allí.

El primero de los bandidos se envalentonó, lanzándose hacia ella por un lateral. No solo lo vio, sino que escuchó su vocerío en el momento en que empezó a correr hacia ella. Los demás no tardaron en seguirle, pero el lapso de tiempo que tardaron en hacerlo le dio una ventana de reacción suficientemente alta como para reaccionar. Nuevamente blandió la hoja en un amplio arco que fue bloqueado a duras penas por el valeroso ladrón, pero esto no disminuyó la fuerza con la que iba cargada la espada, haciendo que soltase su arma y trastabillara hasta caer al suelo. Se dejó llevar por la inercia del golpe para girar un poco sobre sí misma, lanzando otro poderoso tajo que descendió hasta cruzar el torso de otro de ellos. La sangre le salpicó en el rostro y su blanca camisa de marine, aunque la mancha se confundió con todas las demás.

Volvió a girar para encararse con otro de ellos, pero al hacerlo algo le impactó en el rostro con fuerza, haciéndola retroceder. El garrote se había partido en su cara, lo que provocó que algunas astillas salieran volando y le hicieran algunos cortes y arañazos; podía sentir que una se le había clavado justo debajo del ojo, pero por suerte era demasiado pequeña como para suponer un problema. A decir verdad, si en vez de un palo hubiera sido una espada, podría haberse dado por muerta. Por desgracia para su agresor, más allá de un momentáneo mareo y un doloroso ardor en el pómulo que la adrenalina mitigaba, tan solo había conseguido enfadarla. Estiró la mano para sujetarle del rostro y, con una fuerza que nada tenía que envidiarle a la del gyojin, lo estampó contra el suelo antes de salir cargando contra otro de sus compañeros.

El combate se volvió más salvaje si cabe, sin tiempo para florituras ni armoniosos movimientos. Dientes saltaban aquí y allá, huesos se rompían y Camille sentía de vez en cuando cómo alguien lograba hacerle un corte o estamparle algo. Todo ello se veía amortiguado por el frenesí en el que se había inducido y, al final, tras lo que debieron ser no más que un par de minutos, la recluta placó al último de los subordinados hasta estamparlo contra una de las paredes. No se paró a comprobar si el crujido que escuchó al hacerlo había sido provocado por la madera del edificio o los huesos del ladrón.

Su mirada se desvió hacia donde estaba Octojin y, por un momento, con la visión teñida de rojo, sintió un fuerte impulso por lanzarse hacia él y acabar con quien le pillase a mano, incluido el gyojin. Cerró los ojos y los apretó con fuerza, intentando controlar sus pensamientos y su cuerpo mientras respiraba profundamente. Poco a poco su sed se sangre se fue aplacando y, para cuando volvió a abrirlos, ya no tenía aquel tinte asesino en sus pupilas.

Vio cómo el hombre-pez caída de rodillas y justo en ese instante el cansancio y dolor que había estado ignorando le llegó como una ola: todo de golpe. Se tambaleó un poco, pero gracias a su confiable odachi no se cayó de morros contra el suelo. Notó un regusto metálico en su boca y giró el rostro para escupir la sangre acumulada.

Que sean dos momentos —pidió ella, apoyando aún más peso en su improvisado bastón.

Mientras recuperaba el aliento se permitió echar un vistazo al estado de la bodega. Aquí y allá había cuerpos desperdigados, muchos heridos y no pocos muertos. Parte de la mercancía se había visto envuelta en la refriega, por lo que los fragmentos de varias botellas se encontraban desperdigados aquí y allá. No le devolverían a Hans todo el cargamento, pero al menos sí la mayor parte de su inversión. Debería bastar, ¿no?

Cuando se sintió con suficientes fuerzas como para moverse, dirigió sus pasos hacia James —el chico de Hans— y se agachó frente a él para comprobar su estado. Podía escuchar cómo respiraba con cierta dificultad, pero lo hacía que era lo importante. «Menos mal».

En qué lío te habrás metido para tratar con estos hijos de puta...

Negó despacio con decepción, como una madre riñendo a sus hijos, aunque estaba lejos de ser siquiera nada similar para esos chicos. ¿Quizá una hermana mayor? Tampoco era eso.

Volvió a alzarse y se acercó hasta donde estaba Octojin, tambaleándose un poco durante el recorrido, aunque por suerte estaba de espaldas a ella y no debió darse cuenta. Terminó poniéndose a su lado bajo el umbral de la entrada, apoyándose de lado en uno de los extremos de esta

No ha estado tan mal, solo habremos rozado la muerte dos o tres veces cada uno —soltó con sorna, lo que provocó que se riera a continuación y sintiera un latigazo de dolor que le sacó un gruñido—. Voy a reconocer que los gyojin pegáis duro.

Al poco de hablar pudo ver cómo una pequeña figura —mucho más menuda que la de un humano promedio— se acercaba con indecisión, pero sin pausa. En cuanto su vista se aclaró un poco pudo reconocer al crío con el que se habían cruzado antes. Camille chasqueó la lengua con enfado.

¿Pero qué haces aquí? Creía que te habíamos dicho que te fueras lo más lejos posible.

—Yo... —empezó el niño dubitativo, parándose frente a ellos y mirándolos desde abajo con aquellos ojos vidriosos—. Escuché mucho ruido aquí. Pensé que igual los hombres malos... os habían hecho daño —y Camille se dio cuenta de cómo su mirada se iba pasando por las heridas de ambos con marcada preocupación.

¿Daño? —se apresuró a preguntar, forzando una sonrisa y aguantándose el dolor— Si no sabían ni pegar.... No son más que unos pocos rasguños. —No sonaba de lo más convincente, pero pareció que sí lo suficiente como para convencer al chiquillo. Quizá porque ambos estaban en pie—. Pero no te asomes ahí adentro, no es sitio para críos. Oye, ¿te puedo pedir un favor?

—¿Uh? —el niño se quedó mirándola, confuso—. ¿Qué favor?

Conoces a Hans, ¿verdad? El del Trago del Marinero —el niño asintió—. ¿Puedes ir a buscarle y decirle que estamos aquí? Que hemos recuperado lo que le habían robado. Si se lo dices seguro que te invita a un buen filete con patatas y lo que tú quieras.

La ilusión pareció aflorar en el chico, que sonrió de oreja a oreja y asintió repetidas veces antes de salir corriendo a hacer lo que Camille le había pedido. La oni esperó a que el muchacho saliera de su campo de visión antes de dejarse caer al suelo con la espalda apoyada contra la pared. Sus ojos se posaron en el tiburón.

¿Qué? Alguien tendrá que llevarse todo eso hasta allí.
#11
Octojin
El terror blanco
Camille observaba la bodega con la mirada vacía, sintiendo el agotamiento pesar sobre sus hombros. El combate había sido una pesadilla de violencia, y ahora que la adrenalina se desvanecía, solo quedaba el dolor. El ambiente olía a sangre y pólvora, mezclado con el aroma a vino derramado y madera podrida. Una extraña calma se asentaba sobre el lugar, como el respiro que sigue a una tormenta, aunque todavía había demasiado que hacer.

La oni respiró hondo, cerrando los ojos por un momento para intentar calmar su mente. A su lado, Octojin seguía arrodillado, también tratando de recuperar el aliento. Ambos estaban cubiertos de heridas, algunas más profundas que otras, pero al menos estaban vivos. Era lo único que importaba por ahora.

—Dos o tres veces, dices... —respondió el tiburón, forzando una sonrisa torcida, aunque también sentía el ardor de sus propias heridas. Miró a Camille, con una mezcla de admiración y cansancio en los ojos. A pesar de las bromas y la dureza, estaba agradecido de tenerla como compañera de batalla—. No ha sido un mal trabajo en equipo.

El gyojin se acomodó un poco más, soltando un suspiro largo mientras trataba de ignorar el dolor que se extendía por todo su cuerpo, sin mucho éxito. Ambos sabían que habían estado al borde de la muerte, pero esa sensación de supervivencia, esa euforia tras la batalla, también era adictiva. En cierto sentido, era lo que les hacía seguir adelante.

La figura del niño se había desvanecido ya en la distancia, y ambos se quedaron en silencio por un momento, recuperando fuerzas. El tiburón se pasó una mano por el rostro, sintiendo la sangre seca mezclada con sudor y polvo. No era la primera vez que acababa de esa manera, pero sí esperaba que fuera la última en lo que restaba de semana. Necesitaba, por lo menos, un par de días para descansar. Y una buena copa de sake.

—Oye, Camille —dijo finalmente Octojin, rompiendo el silencio que había empezado a volverse incómodo—. ¿Qué crees que había en este cargamento que hizo que todos estos idiotas decidieran arriesgar su vida por él? ¿Crees que todo esto es únicamente por el vino?

El gyojin levantó la cabeza, observando los restos del cargamento desperdigados por el suelo. Había cajas rotas, barriles derramados, y entre ellos, algunos objetos que parecían más que simples bienes de contrabando. Había algo extraño en todo aquello, más allá de la típica mercancía de bandidos.

—No estoy seguro —continuó Octojin, frunciendo el ceño mientras sus ojos recorrían el lugar—. Pero algo me dice que no era solo alcohol y provisiones lo que estaban transportando.

Octojin se quedó pensativo, observando el panorama. Para él era evidente que Hans no les había contado toda la historia. Uno no se arriesga a perder la vida por un cargamento de vino barato. No era raro que la gente mintiera para conseguir ayuda, pero el hecho de que aquellos bandidos hubieran estado tan desesperados por proteger su botín sugería que había algo más. Algo valioso, quizás incluso peligroso.

—Puede que debamos echar un vistazo más de cerca —sugirió el gyojin, aunque la idea de moverse mucho más en ese momento no le hacía ninguna gracia.

A regañadientes de sus propias palabras, el gyojin empezó a caminar por la zona. El dolor era intenso, pero la curiosidad y la necesidad de respuestas le empujaba a seguir adelante. Empezó a revisar lo que quedaba del cargamento, abriendo cajas y barriles que aún no habían sido completamente destruidos en la batalla.
Entre botellas rotas y comida echada a perder, Octojin encontró algo que llamó su atención: una caja pequeña, oculta entre los escombros, con el sello de un dragón grabado en la tapa. El diseño era elegante y detallado, claramente no era el tipo de objeto que se encontraba en un simple cargamento de provisiones. Con cuidado, la abrió, revelando en su interior un conjunto de pergaminos enrollados, cada uno de ellos marcado con símbolos que no reconocía.

—Esto no es normal... —murmuró, intentando llamando la atención de Camille.

Aunque el habitante del mar no entendía los símbolos que había en esos pergaminos, sabía que algo en ellos no estaba bien. Había oído hablar de objetos como esos, reliquias de tiempos antiguos que contenían conocimientos peligrosos. Cosas que algunos estarían dispuestos a matar para obtener. O para defender, como era el caso de los humanos caídos.

—Hans definitivamente no nos dijo todo —dijo Octojin en voz baja, mirando a Camille—. Esto es mucho más que un simple trabajo de recuperación de mercancías. Y no sé si habrá algo más por ahí.

El gyojin sintió cómo una nueva oleada de preocupación le invadía. Si esos pergaminos eran tan valiosos como parecían, seguramente habría más gente interesada en recuperarlos. Y eso significaba que su trabajo aún no había terminado. Aunque Octojin y Camille estaban agotados y heridos, sabían que no podían bajar la guardia. Este era solo el comienzo, y ambos lo sentían en lo más profundo de sus huesos.

El sonido de unos pasos se acercó desde el exterior de la bodega, y el escualo se tensó de inmediato, volviendo a adoptar una pose defensiva con las pocas fuerzas que les quedaban. Sin embargo, para su alivio, el rostro preocupado de Hans apareció en la entrada, seguido de un par de sus hombres.

—¡Por todos los cielos, estáis vivos! —exclamó el tabernero al verlos en pie, aunque su mirada rápidamente se desplazó a los cadáveres y los destrozos a su alrededor—. ¿Qué demonios ha pasado aquí?
—Una fiesta salvaje —bromeó el gyojin, aunque su tono estaba cargado de cansancio—. Como te dijimos, hemos recuperado tu mercancía... al menos, lo que queda de ella. Pero creo que deberías ser más generoso y ofrecer algo más—comentó a la par que señalaba con la mirada los cuerpos caídos de los humanos.

Hans asintió, aunque su mirada se clavó en la caja con los símbolos de dragón. Parecía saber exactamente lo que era, lo cual podría confirmar las sospechas originales del tiburón.

—Es mejor que nos vayamos de aquí cuanto antes —dijo Hans, tratando de ocultar su nerviosismo—. No queremos atraer más atención de la que ya hemos recibido.

El tabernero y sus hombres comenzaron a cargar las cajas en un carro que habían traído consigo, mientras le ofrecía otro a Camille y Octojin. Reacio, el gyojin se tragó su orgullo y se sentó en uno de ellos, esperando que la oni hiciese lo mismo, o quedaría como el débil de los dos. Aunque francamente, no creía poder llegar por su propio pie hasta la taberna de nuevo. No al menos sin parar cada cinco minutos. El camino de regreso sería largo y costaría mucha más energía de la que el tiburón tenía en ese momento.

Cuando todo estuvo cargado, comenzaron el lento viaje de regreso al Trago del Marinero, dejando atrás la bodega destrozada y los cuerpos que la llenaban. Aunque el combate había terminado, la verdadera batalla para conocer la verdad estaba lejos de haber concluido.

—Todos esos cuerpos... ¿Qué hacéis en la Marina con ellos? —preguntó Octojin intentando sacar un tema de conversación con Camille. El camino de vuelta se le haría aún más lento si iban callados— Lo digo porque quizá sería buena idea que, al menos para esto, pidieses refuerzos. Ya sabes, cuatro peones fregasuelos cargando cuerpos heridos e inertes de humanos. Me parece un planazo. ¿Por qué no habré pensado en alistarme en la marina antes?
#12
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Se quedó absorta en sus pensamientos durante un buen rato, tan profundamente que casi ni fue consciente del incómodo silencio que se había formado. En cierto sentido le transmitía paz. Después del caos que habían vivido en el interior de aquella bodega, la paz que se había instalado en esa calle y el silencio que la acompañaba le ayudaba a reconciliarse consigo misma. No era la primera vez que mataba, aunque nunca antes había tenido que acabar con tantas personas en un lapso de tiempo tan corto. ¿Qué podría haber durado todo eso? ¿Cinco o diez minutos a lo sumo? Mucho le parecía esa segunda cifra, pero seguro que era mayor la de los caídos. Tampoco es que fuera una niña ingenua: era consciente de que tendría que quitar vidas desde antes incluso de alistarse y empezar la instrucción. Lo que quizá no había tenido tan presente era la cantidad de preguntas que le vendrían a la mente cada vez que tuviera que hacerlo... o mejor dicho, después de hacerlo. 

No dudaba de su compromiso con la Marina y la ley, confiaba plenamente en que hacía lo que hacía por una causa noble; por defender a aquellos que no podían protegerse por sí mismos. También sabía que la morar no funcionaba con el blanco y el negro, sino que estaba repleta de grises. ¿Eran realmente malvados los hombres contra los que habían combatido? Seguramente muchos de ellos no fueran buenas personas pero, ¿cómo habían llegado a esa situación? ¿Habría alguno que lo hiciera por no tener otra alternativa? ¿Quizá para cuidar de alguien? Su mirada se dirigió al interior de la bodega, solo para dar otro vistazo más a la dantesca escena.

La voz de Octojin fue lo único que la sacó de su ensimismamiento, tan profundo que tardó unos segundos en asimilar la pregunta.

Pues... no lo sé —concluyó con cierto apuro. Sus labios se fueron torciendo en una mueca a medida que le daba vueltas—. Está claro que un cargamento de alcohol y algo de comida no valen tanto como para jugarse una vida, no hablemos ya de todas estas.

Su mirada siguió a la del gyojin, observando también el estropicio y la mercancía visible que yacía desperdigada por toda la bodega. Botellas rotas, comida desperdiciada, frascos de especias rotos e incluso algo de dinero; nada especialmente llamativo a simple vista. Como su compañero decía, algo no encajaba. Quizá para un pequeño negocio hubiera allí una cantidad de dinero importante, pero desde luego no para una banda organizada. Menos aún una con tantos integrantes. Le picaba en la nariz que el cabecilla ni siquiera era el pollo más grande del corral.

Camille asintió y se puso en pie a duras penas. Sentía dolor en zonas del cuerpo que ni siquiera sabía que podían doler y en músculos que no recordaba que existían.

Echemos un ojo, sí.

Deambularon por el interior de la bodega unos minutos, apartando cajas rotas y cuerpos del suelo para inspeccionar cuanto podía encontrarse allí. La oni movió a uno de los ladrones que se encontraba bocabajo, lo que hizo que un collar con guardapelo se le saliera del interior de la camisa, revelando en su interior la foto de un niño. Quizá un hermano o un hijo. Se obligó a apartar la mirada y buscar por otra zona. Por suerte, su compañero alzó la voz para captar su atención y pudo centrar sus pensamientos en otra cosa.

Cuando se plantó a su lado, acercó la mano a la pequeña caja como si quisiera sujetar uno de los pergaminos que guardaba en su interior, pero la detuvo a medio camino y evitó entrar en contacto con ellos. No sabía lo que eran, así que prefirió no tocarlos. No pudo hacer más que asentir.

Hans siempre ha sido un hombre de muchos secretos —pensó en voz alta, tras lo que buscó la mirada del gyojin—, pero nunca se ha metido en nada importante. Sabe perfectamente que hay peces mucho más grandes y peligrosos en el mar. Aun así, está claro que nos ha ocultado cosas.

Volvió a fijarse en los pergaminos. Aquellos símbolos le eran tan extraños como al escualo, incapaz de discernir si se trataba de algún tipo de sello o formaban parte de un dialecto que desconocía. No había visto nada que siquiera se le pareciera en toda su vida, de eso estaba segura.

Casi a la par que Octojin, Camille echó mano a la empuñadura de su odachi en el momento en el que empezaron a escuchar pasos desde fuera, aproximándose. Su cuerpo se tensó y su ceño se frunció, afilándole la mirada. No tenía claro que sus brazos y piernas fueran a responderle como ella quisiera, pero si tenía que desenvainar se aseguraría al menos de que la hoja se tiñese —más— antes de caer. Por suerte, toda esta tensión se alivió rápidamente en el momento en que vio el rostro de Hans. Suspiró con pesadez.

Por poco, pero estamos vivos —le confirmó, asintiendo ante las palabras del gyojin. Eso no se iba a pagar solo con una invitación, ni siquiera con una grande. Se pagaría con respuestas, o eso esperaba.

Dejaron que los chicos del tabernero se ocuparan de todo el desastre y cargasen la mercancía robada que aún fuera recuperable, pero no le pasó desapercibida la miradita que le echó Hans a la caja. Lo que tampoco se le pasó fue la oportunidad de sentarse en la carrera y dejar que sus piernas y pies reposasen tras todo el esfuerzo de aquel día, al contrario que en el caso de su compañero, sin ningún pudor o vergüenza. Antes se habría echado una buena siesta en plena calle de haber tenido que regresar andando hasta el Trago del Marinero.

Cerró los ojos por un momento, inspirando aire profundamente y soltándolo después. Abrió solo uno de ellos para mirar a Octojin cuando empezó a hablar, tan solo para volver a cerrarlo después.

Se los come la oni que tienen en la base. Dicen que en la Marina no se desperdicia nada —bromeó, aunque lo soltó con un tono tan serio que sonó macabro, al menos hasta que se echó a reír y volvió a abrir los ojos—. Nada especial. Primero se trasladan hasta la morgue de la base para identificarlos, por si hubiera criminales buscados entre los muertos. Luego se revisa si tienen alguna documentación o identificación que nos permita saber quienes son, lo que normalmente no ocurre. Si logramos averiguar la identidad de los que no tienen carteles y tienen familia en la isla, se les notifica la defunción. Si no está en la isla, probablemente ni siquiera se tramite el aviso. Y salvo reclamos van todos a una fosa común. —Le miró de reojo, alzando una ceja ante sus comentarios—. Si tanto te gusta la idea ya sabes, alístate y te ponemos a recoger muertos —encogiéndose de hombros—. Cuando estemos en el Trago informaré al G-31 de lo que ha ocurrido para que manden a alguien. Supongo que mañana me tocará dar un informe completo de esto.

Y eso en parte le preocupaba. Si Hans estaba metido en aquel tinglado de alguna forma, era bastante probable que una vez diera el informe le salpicase de alguna forma. Le faltaba información, pero se aseguraría de obtenerla como fuera.

No tardaron en llegar al Trago del Marinero y, mientras que los chicos empezaban a descargar la mercancía, la oni bajó del carro y empezó a caminar con cierta dificultad hacia el interior del local. Una vez dentro tomó asiento junto a la barra. El estropicio que había allí antes de que salieran a buscar el vino había desaparecido por completo. Así de eficaz era el tabernero. Esperó que su compañero también se sentase por allí y, en cuanto vio pasar al hombre cerca y hubo suficiente revuelo como para que no les prestasen atención, le llamó.

Sabes que voy a tener que hacer un reporte sobre lo ocurrido, Hans —empezó, tomándose una pausa antes de la siguiente frase—. Y no puedo omitir lo que he visto.

Su mirada se clavó en el dueño del local, que se quedó petrificado por un momento pero incapaz de mantenerle la mirada. Finalmente bajó los hombros y suspiró, negando con la cabeza. Observó la sala, que en esos momentos estaba vacía porque habían cerrado el lugar para los clientes.

—No creo que vaya a serte de mucha utilidad lo que pueda decirte. Y a mí menos —contestó con cansancio, mirando alternativamente a la oni y al gyojin.

Prueba.

—Todo esto es por culpa de lo que se ha encontrado nuestro amigo el grandullón —empezó, mirando a Octojin y después, si la sacaba o la tenía aún en las manos, a la cajita del símbolo de dragón—. No tengo ni puta idea de lo que es, sinceramente. Hace unas semanas llegó una mujer que insistió en hablar conmigo. No sé dónde habrá escuchado de mí, pero por algún motivo parecía muy dispuesta a confiar en mis capacidades, la muy imbécil —se encogió de hombros, tomándose un momento para encenderse un puro que sacó de dios sabe dónde. A Camille no, pero al gyojin le ofreció otro, por si fumaba. ¿Podían fumar los gyojins?—. El caso es que estos últimos meses han sido un poco malos para el negocio y teníamos algunas deudas apretándonos el cuello. Esta mujer parecía saberlo, o quizás lo intuyó, no sé. El caso es que me ofreció un trato: necesitaban que guardase una mercancía delicada durante un tiempo hasta que las aguas se calmasen, parece que tenían a alguien detrás buscando eso.

Se hizo el silencio durante unos segundos que la marine aprovechó para asimilar toda la información que el tabernero les daba. Miró un momento la caja, como para grabarse en la cabeza el símbolo e intentar asociarlo con algo... sin mucha suerte.

—El cargamento de alcohol ni siquiera lo tuve que comprar, lo pusieron ellos como un adelanto del pago y nos lo entregaron junto a esa condenada caja. Me ofrecieron una cantidad desorbitada de dinero por quedármela hasta que volvieran a por ella. —Otra pausa que aprovechó para dar una calada y soltar el humo en una bocanada. Volvió a mirar a ambos—. Esa gente es peligrosa. Mucho más que cualquiera que yo conozca... y si ellos le temen a alguien, no sé de qué cojones va todo esto pero no puede ser algo pequeño. Eso seguro. ¿Para qué me meteré yo en estas mierdas? Joder.
#13
Octojin
El terror blanco
Octojin permanecía en silencio, su rostro seguía inmutable mientras escuchaba a Camille y al tabernero Hans intercambiar palabras. La situación era más compleja de lo que había anticipado cuando accedió a ayudar en la recuperación de aquel cargamento. Las palabras de Hans resonaban en su mente, y aunque no daba muestras de nerviosismo, sus pensamientos estaban ya en otro lugar. 

Se había metido en un asunto que no le concernía, o al menos eso intentaba convencerse. Como gyojin, no tenía lazos con los problemas de los humanos, y prefería mantenerse apartado de sus intrigas. Sin embargo, la realidad era que ahora estaba inmerso en un dilema que podría tener consecuencias más grandes de las que le gustaría admitir.

Cuando Hans mencionó a esa misteriosa mujer y la caja con el símbolo del dragón, algo se removió en la mente de Octojin. Él no había nacido ayer, ni mucho menos. Sabía que en el mundo existían poderes y fuerzas más allá del entendimiento común, y el hecho de que una organización peligrosa estuviera involucrada no era precisamente alentador. Para alguien como él, que había vivido años en la incertidumbre de la supervivencia y la resistencia, ese tipo de detalles no pasaban desapercibidos.

Camille estaba visiblemente cansada, pero su mente seguía alerta. Octojin podía ver el peso del deber en sus ojos, la responsabilidad de hacer lo correcto según la moral que la guiaba como marine. Por un momento, casi envidió esa certeza, esa dedicación a una causa. Para él, la vida era un mar de incertidumbres, donde el instinto de supervivencia era lo único que contaba. Pero para ella, había una estructura, un propósito. Aun así, sabía que la joven marine también dudaba, que no todo era tan blanco y negro como parecía.

La conversación avanzaba, pero Octojin sabía que no podía seguir manteniéndose neutral. Se inclinó un poco hacia delante mientras sus escamas brillaban bajo la luz tenue del local. Observó cómo Hans encendía el puro y, por un instante, la pequeña nube de humo pareció envolverlos en un aura de tensión contenida. El gyojin rechazó el ofrecimiento del tabernero con un leve movimiento de la mano, manteniendo su enfoque en lo que realmente importaba. Y, por qué no decirlo, para evitar el ridículo de fumar por primera vez delante de aquellas dos personas que, si mal no estaba interpretando, le tenían una ligera cantidad de respeto que no estaba dispuesto a perder por una cosa tan ridícula como encenderse mal un puro o toser con la primera calada.

Hans continuó hablando, explicando cómo había sido atraído a esa situación debido a las deudas y la promesa de una gran recompensa. Era la historia de siempre: la codicia y la desesperación llevaban a decisiones peligrosas. Octojin entendía eso, pero también sabía que ahora el tabernero estaba atrapado en una red mucho más grande que él. Y no solo él, sino también Camille y, por extensión, él mismo.

Cuando el tabernero terminó de hablar, Octojin permaneció en silencio durante unos segundos más, dejando que las palabras se asentaran en el aire. Finalmente, decidió que era el momento de hablar.

—Hans —dijo en su voz profunda y resonante—, te has metido en algo que no puedes manejar. Esa caja… —hizo una pausa, su mirada se clavó en el tabernero, observándolo con una intensidad que pocas veces mostraba—. No es simplemente una mercancía cualquiera. Si esa mujer y su gente están dispuestos a pagar tanto por ella, y si le temen a alguien lo suficiente como para dejarte guardando algo así, estás en peligro. Más de lo que puedes imaginar. Hoy han sido unos matones baratos, y has tenido la suerte de que estábamos nosotros dos —comentó a la par que señalaba a la oni—. Pero, ¿qué pasará mañana si vuelven? ¿Y si son más y más poderosos? Si ya saben dónde está la caja... Es cuestión de tiempo. 

El silencio que siguió a sus palabras fue pesado, pero el tiburón lo mantuvo deliberadamente. Era un maestro en leer el miedo y la duda en los ojos de los demás, y lo que veía en Hans era claro: un hombre que se había metido en algo que estaba más allá de su control. Un hombre que intentaba racionalizarlo, pero que en el fondo sabía que había cometido un error grave.

Camille lo observaba atentamente, esperando a que continuara. El escualo la conocía poco tiempo, pero por lo que había visto, era una mujer pragmática, pero también justa. Sabía que la responsabilidad que tenía no era solo para con la ley, sino también para proteger a aquellos que estaban bajo su jurisdicción, incluso si esos mismos habían cometido errores.

—Creo que lo mejor para todos nosotros —dijo Octojin finalmente, inclinándose un poco más hacia Camille para que solo ella pudiera escuchar sus palabras— es que la Marina se ocupe de esto. No somos los indicados para lidiar con algo tan grande. Si esa caja está relacionada con una organización peligrosa, ellos deberían manejarlo. No somos más que peones en un juego mayor.

Octojin no era del tipo de persona que buscaba involucrarse más de lo necesario, pero no podía negar en su interior que sus palabras tenían sentido. Estaba claro que esto no era un simple contrabando de alcohol y especias. Había algo más oscuro detrás de todo esto, algo que requería más recursos y poder del que ellos tenían en ese momento.

Hans empezó a ponerse más nervioso. Quizá había oído las palabras del escualo, que por otra parte, no había sido lo suficientemente cauteloso simplemente bajando la voz, ya que seguían los tres a una distancia bastante cercana. El tabernero intervino de nuevo, sonando esta vez su voz algo más desesperada que antes.

—No puedes hacer eso, Camille. Si la Marina se entera de todo esto… —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Estoy acabado. Sabes cómo son. No van a hacer distinciones entre lo que hice por necesidad y lo que hice por codicia. Solo verán a un tabernero que ayudó a una organización criminal.

El tiburón entendía su miedo, pero también el deber de Camille. No podía simplemente ignorar lo que había descubierto. Las implicaciones de todo esto eran demasiado graves como para dejarlas pasar. En cualquier caso, a Octojin no le gustaría estar en el pellejo de la oni. Una decisión así, y más conociendo a la persona sobre la cual la tomas, debe ser complicada de tomar.

Octojin se relajó un poco en su asiento. Sabía que Camille haría lo correcto, y aunque él prefería mantenerse al margen, también comprendía que ya estaban demasiado involucrados como para dar marcha atrás. La caja, el símbolo del dragón, la organización misteriosa… todo apuntaba a algo mucho más grande y peligroso de lo que había anticipado.

Hans, resignado, decidió dejar a la marine y el cazarrecompensas solos mientras iba y venía con bebida a medida que se les iba gastando. El escualo no tenía demasiada sed, y lucía visiblemente cansado, pero hizo un esfuerzo por continuar allí hasta que Camille así lo decidiera. Continuó bebiendo y viendo cómo la gente empezaba a salir del local mientras los chicos de Hans terminaban de descargar la mercancía recuperada. Es entonces cuando se levantó y se inclinó a Camille.

—Camille, ten cuidado. Si esta gente es tan peligrosa como parece, la Marina no será lo único con lo que tendrás que lidiar. —Su advertencia era seria, y Camille lo sabía—. Yo estaré poco tiempo aquí. Lo justo para recuperar fuerzas, pero después emprenderé otra aventura, que espero sea menos intensa que esta —finalizó esbozando un intento de sonrisa que, debido al cansancio y la falta de costumbre, quedó algo más tétrico de lo que esperaba—. Por cierto, ¿me recomiendas un buen lugar para descansar? A ser posible uno en el que estén acostumbrados a ver a gente como yo.
#14
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
La explicación que elaboró el tabernero no solo confirmó las sospechas del escualo y la oni, sino que además le generó una intensa preocupación. Camille conocía a Hans desde su niñez, habiéndose topado por primera vez con él durante el primer o segundo mes desde su llegada a Loguetown bajo la tutela de Beatrice. Siempre había sido un hombre reservado y, por lo que la capitana le había dicho, acostumbraba a meterse en sitios que no le interesaba visitar. Según sus palabras, un día terminaría pasándole factura. Vaya si tenía razón. Pese a todo, había podido conocer en el dueño del Trago del Marinero a un hombre esencialmente bueno. Su brújula moral se empañaba a veces con un vaho gris, pero rara vez se alejaba de la luz del sol. 

A Hans solo le importaban dos cosas: su taberna y mantener a sus chicos a salvo. Casi ni su propio pellejo era algo que le preocupase, más allá de lo humanamente inevitable. Siempre que medía algún riesgo lo hacía en función de las consecuencias que podrían recaer sobre los chicos que tenía a su cargo. La mayoría no eran más que huérfanos a los que el hombre les había dado un techo y un propósito en la vida. No era el más honrado, pero siempre sería mejor que nada. Las cosas debían haberse puesto muy mal para él si había aceptado un trato como ese. O quizá simplemente no pensó en que pudiera llegar a complicarse tanto. Después de todo, no dejaba de ser una persona con defectos, y las personas cometen errores incluso cuando intentan hacer lo correcto.

Ya le iba a costar asimilar toda la información que le había dado, pero más difícil le sería pensar alrededor de las palabras del escualo. Tenía razón: Hans se había metido en una situación que se escapaba de su control. Una que jamás le permitiría mantenerse al margen, ni a sus chiquillos tampoco. Hans replicó y Camille suspiró.

—Sabes que tiene razón —fue cuanto pudo formular, mirando al tabernero. Su propia mente era una maraña de ideas y pensamientos en ese preciso instante, así que tampoco se le ocurrió nada más elaborado—. Soy consciente de cómo funciona la Marina, y tú eres consciente de cuál es mi condición aquí. —Hizo una pausa que cargó de tensión el ambiente. Masculló algo en voz baja, probablemente una maldición, antes de chasquear la lengua—. Necesito pensar.

Hans pareció entender el mensaje y les dejó cierto espacio. Algo que también delataba la magnitud del problema era el visible nerviosismo del tabernero: ese hombre no perdía la compostura con nada y aun así ahí estaba, intentando mostrarse calmado cuando en su mirada solo podían verse arrepentimiento y un cierto grado de desesperación.

La mujer miró de reojo a su compañero, prácticamente sin haber tocado la bebida.

—Soy muy consciente de la pinta que tiene esto. Sinceramente, no sé siquiera si una isla como Loguetown está siquiera preparada para afrontar una situación así. Los criminales que pisan esta ciudad son siempre poco más que novatos, aspirantes a ser peces gordos pero que muchas veces no llegan ni a escapar de la trampa que es el G-31. Esto... no parece estar siquiera en la misma liga. Se escapa de mis posibilidades. —Torció el gesto en una mueca, jugueteando con el vaso tamaño jarra que Hans le había dejado, observando el vaivén de su contenido a medida que lo giraba—. Tampoco merece que caiga todo el peso de la ley sobre él. No es un ciudadano ejemplar, pero tampoco una mala persona.

Suspiró con cansancio, pero le devolvió la sonrisa al gyojin, quizá algo menos tétrica. Ni siquiera estaba segura de si lo que estaba diciendo tenía algún tipo de sentido para su compañero. Las heridas habían hecho mella en su cuerpo, por no hablar de la ausencia de energías que llevaba padeciendo desde que salieron con vida de aquella bodega. Con cierta desgana, alzó la mano para llamar la atención del tabernero y esperó a que se acercase a ellos.

—Hablaré con la capitana —empezó, mirándole fijamente. Había empatía en su forma de hacerlo, pero también templanza y peso, uno que acompañaba todas sus palabras—. Esta situación no es algo que podamos dejar estar sin más. Tú lo sabes mejor que nadie... terminará pasándote factura. No solo a ti, a tus chicos también. Conozco tus reticencias, pero la Marina es la única mano con fuerza suficiente como para parar este proyectil. O al menos la única que podría estar dispuesta a mediar en todo esto. Intentaré que no le salpique a tus chicos.

El hombre la miró con pesadumbre pero, a su vez, comprensión. Tras un rato en silencio terminó por asentir. Camille le dedicó una sonrisa leve pero cálida.

—Quizá te pidan colaborar y es posible que pases a estar cogido de los huevos, pero creo que no será tan fuerte como ahora —inquirió, encogiéndose de hombros—. Por ahora me llevaré esa caja. Mañana la capitana decidirá qué hacemos y seguramente venga yo misma a informarte. Por esta noche avisaré para que se recojan los cuerpos y se identifiquen, quizá averigüemos algo más.

Se levantó con no poco esfuerzo, tomó la jarra y se la bajó de una sola sentada, soltando un pesado suspiro al acabar. La dejó sobre la barra y se giró hacia su compañero, haciéndole un gesto con la cabeza hacia la puerta. No abriría la boca otra vez hasta que estuvieran fuera y empezasen a caminar por las calles de Loguetown bajo el amparo de la noche.

—La Marina es con quien menos me preocupa lidiar, la verdad. Llevo haciéndolo toda la vida, y eso que formo parte de ella —comentó con un tono ciertamente jocoso, como quitándole importancia—. Dudo que vayas a tener ningún viajecito parecido a este en un tiempo. Igual hasta se te hace aburrida tu próxima aventura —y se encogió de hombros, riéndose un poco para soltar un quejido a continuación. Aún dolía—. Hay una posada cerca de aquí. No es ningún hotel de lujo, pero tampoco harán preguntas y les importará un bledo que seas un tiburón de cuatro metros. ¿Cuatro? —Miró hacia arriba e hizo como si midiera la distancia desde su frente hacia el tope de su cabeza—. Sí, algo así.

El camino les llevó por calles poco transitadas, quizá lo suficiente como para generarle preocupación al gyojin. Camille sabía que esas calles estaban así de vacías simplemente por la hora que era: hacía mucho que habían dejado de estar en un barrio peligroso. Más o menos. No les llevó más de un cuarto de hora llegar hasta el sitio que le había dicho al escualo. Poco antes de llegar a la puerta, frenó sus pasos y se encaró hacia él.

—Oye, pese a todo lo que has visto hoy, no todos los días son así en la Marina. Por si aún quieres ser un friegasuelos sobredimensionado —bromeó, sonriendo un poco y extendiendo la mano—. Me haré cargo de esa puñetera caja a partir de aquí. Creo que ya te hemos metido en bastantes problemas por un día —esperaría a que se la entregase y justo después de guardársela le volvió a ofrecer la mano, esta vez a modo de despedida—. Suerte en tu próxima fiesta, Octojin. No creo que vaya a complicársete demasiado. Y... gracias por toda la ayuda.
#15
Octojin
El terror blanco
Octojin observó el cansancio en los ojos de Camille mientras escuchaba sus palabras. La oni, a pesar de su fortaleza física y mental, estaba agotada, y no era para menos después de todo lo que habían pasado esa noche. Para el gyojin, la conversación con el tabernero, Hans, había sido reveladora y preocupante. El dueño del Trago del Marinero no era un mal hombre, pero se había metido en una situación que superaba sus capacidades y estaba claro que no saldría ileso.

El tiburón asintió lentamente, consciente de que la situación en Loguetown no tenía un desenlace sencillo. Lo que había visto y sentido en esa isla le había hecho reconsiderar muchas cosas. Aunque había viajado por diferentes mares y había enfrentado peligros en incontables ocasiones, esta experiencia había sido distinta. No era solo la violencia o el caos, sino la complejidad de las personas, de las decisiones que tomaban y de las redes en las que se enredaban sin quererlo.

Mientras caminaban juntos por las calles de Loguetown, Octojin sintió la frescura del aire nocturno acariciando su piel húmeda. Las luces de las farolas parpadeaban en la distancia, y el murmullo lejano de la ciudad se mezclaba con el crujido del agua en los muelles. La conversación con Camille continuaba de manera relajada, ambos intentando aligerar el peso de la noche con bromas y pequeñas risas. Pero el gyojin no podía evitar que su mente volviera una y otra vez a la conversación con Hans y a la caja que habían encontrado en la bodega.

La referencia de Camille a la Marina y su capacidad para lidiar con los problemas le hizo pensar en su propio futuro. ¿Realmente quería formar parte de una organización como esa? Había sido tentador, en algún momento, pensar en unirse a una fuerza mayor, en tener una estructura y un propósito claro. Pero después de lo que había visto, no estaba tan seguro. Las aguas en las que navegaba la Marina eran turbias, llenas de grises en lugar de los blancos y negros que imaginaba cuando pensaba en la justicia.

El camino hacia la posada fue tranquilo, pero el tiburón no pudo evitar estar alerta. Aunque Camille le aseguraba que la zona era segura, la noche y el silencio siempre le ponían en guardia. Los instintos de un depredador marino como él no se apagaban tan fácilmente.

Al llegar a la posada, Octojin observó la fachada del lugar. Era un edificio modesto, con un cartel de madera colgando sobre la puerta que apenas se balanceaba con la brisa nocturna. No parecía lujoso, pero la oni había prometido que no harían preguntas, y eso era más que suficiente para él en ese momento.

Camille se detuvo frente a la puerta y se giró para mirarlo. Sus ojos, a pesar del cansancio, brillaban con una mezcla de determinación y gratitud. Y tras ello lanzó una broma insistiendo en que quizá Octojin debía alistarse en la marina.

Octojin la miró por un momento antes de soltar una pequeña risa, una especie de gorgoteo grave que resonaba desde lo profundo de su pecho. Aunque no estaba seguro de su futuro, apreciaba el humor de Camille y la forma en que intentaba aliviar la tensión de la situación.

—Friegasuelos sobredimensionado… suena como un trabajo decente —respondió, tomando la caja de sus manos y extendiéndosela con cuidado—. Pero creo que por ahora prefiero nadar en aguas más tranquilas.

Camille tomó la caja y le ofreció nuevamente la mano, esta vez como despedida. Octojin la estrechó con firmeza, observando como sus escamas frías contrastaban con el calor de la piel de Camille. El gyojin asintió lentamente, soltando su mano.

—Gracias a ti también, Camille. Cuídate ahí afuera, ¿vale? No todos los días se enfrentan monstruos en bodegas ni se lidia con secretos tan peligrosos. Espero que la Marina pueda resolver este lío sin que te arrastre demasiado en él. Espero que nos veamos en un futuro y me cuentes el desenlace de esta historia.

Con una última mirada de comprensión, Camille le dio la espalda y comenzó a alejarse, su figura perdiéndose en la penumbra de las calles fue lo último que el tiburón vio en aquella calle. Octojin se quedó allí unos momentos más, observando cómo la oni desaparecía en la distancia antes de girarse hacia la puerta de la posada.

Empujó la pesada puerta de madera y entró. El interior estaba tenuemente iluminado por lámparas de aceite que proyectaban sombras largas y cálidas sobre las paredes de piedra. El ambiente era tranquilo, con un par de clientes dispersos en las mesas, conversando en voz baja o disfrutando de una última bebida antes de retirarse a sus habitaciones.

El posadero, un hombre robusto y calvo con una barba espesa y gris, levantó la vista cuando Octojin se acercó al mostrador. No mostró ninguna sorpresa al ver al gyojin de cuatro metros frente a él, solo asintió con un gesto de reconocimiento, como si hubiera visto cosas mucho más extrañas en su vida.

—Una habitación, supongo —dijo el posadero, con una voz ronca pero amable.

Octojin asintió, sacando unas monedas de su bolsillo y dejándolas sobre el mostrador. El hombre las contó con rapidez y le entregó una llave oxidada.

—Segundo piso, al fondo. No te preocupes por las escaleras, son bastante amplias —añadió con una sonrisa burlona.

El gyojin tomó la llave y subió las escaleras con cuidado, asegurándose de no romper nada con su tamaño. Al llegar al final del pasillo, abrió la puerta de su habitación. Era pequeña, con una cama simple, una ventana que daba a la calle y una silla de madera junto a una mesita. No necesitaba más.

Cerró la puerta detrás de él y dejó escapar un largo suspiro. Las emociones de la noche finalmente comenzaban a disiparse, dejándole solo con el cansancio acumulado en su cuerpo. Se dejó caer en la cama, que crujió bajo su peso, pero no le importó. El colchón era duro, pero para él era más que suficiente después de la intensidad del día.

Miró por la ventana, observando las luces de la ciudad parpadear en la distancia. Loguetown, con todas sus complicaciones, era solo una parada más en su viaje. Pero esta noche, le había dejado una impresión más profunda de lo que esperaba. Los humanos, con sus intrigas y luchas, eran tan complicados como las corrientes del mar. A veces era difícil navegar entre ellos sin ser arrastrado por la marea.

Sin embargo, a pesar de todo, había algo en esta ciudad que le había enseñado una lección importante: la fuerza no siempre radicaba en el poder físico, sino en la capacidad de tomar decisiones difíciles, de proteger a otros incluso cuando el precio era alto.

Con esos pensamientos en mente, Octojin cerró los ojos. El cansancio lo envolvió rápidamente, llevándolo a un sueño profundo y reparador. En su descanso, el tiburón gyojin no soñó con batallas ni con los peligros del mar. En su lugar, se encontró flotando en aguas tranquilas, lejos de las complicaciones del mundo, dejándose llevar por las corrientes suaves que lo rodeaban.

Y por primera vez en mucho tiempo, Octojin se sintió verdaderamente en paz.
#16
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Camille se quedó absorta por un momento tras escuchar las palabras de Octojin. Varios pensamientos fugaces se le cruzaron en la mente. «Ojalá pudiera ser así de sencillo», fue cuanto pudo concluir para sí misma. A decir verdad, independientemente de cómo se fuera a resolver la situación de Hans, si la Marina se involucraba ella no se quedaría al margen. No porque tuviera que salpicarle necesariamente a ella, sino porque sería incapaz de dejarlo estar y no hacer ni una sola pregunta al respecto. Incluso si se hubiera tratado de un asunto que afectase a una persona completamente desconocida para ella, sentía que no habría podido limitarse a echarse a un lado y guardar las distancias. La oni era el tipo de persona que creía en la justicia, no una absoluta e inclemente, sino en aquella que protegiera a quienes no tenían los medios para hacerlo, incluso si los problemas que tenían habían sido causados por errores propios.

Separó aquellos pensamientos de su mente por el momento, negando despacio y sonriendo levemente.

Que ocurra lo que tenga que ocurrir —concluyó ella, elevando la cabeza para mirar al gyojin directamente a los ojos—. Yo también espero poder contártelo, si no significaría que alguno de los dos habrá muerto. Probablemente yo.

Aquella frase tan tétrica se vio iluminada por una carcajada sincera, volviendo a negar y haciendo un gesto con la mano para restarle importancia. No sabría si tendría mucho efecto; después de todo, su uniforme seguía cubierto de sangre.

Giró sobre sus talones y emprendió la marcha, alzando la mano de nuevo en un gesto de despedida a medida que se alejaba.

Cuídate Octo.

Sus pasos no tardaron demasiado en llevarla más allá de la vista del tiburón, quien probablemente ya estaría reservando algún cuarto cochambroso en el que pasar la noche. La luz de las lámparas iluminaba las callejuelas de Loguetown, aunque su intensidad en esa zona no era suficiente como para evitar que se formasen zonas de penumbra. A medida que uno se iba acercando al centro´de la ciudad, estas áreas ensombrecidas se iban volviendo más y más raras hasta que terminaban por desaparecer, dando lugar a una noche llena de vida urbana.

Camille, sin embargo, estaba recorriendo un camino diferente. Por lo general era difícil que no llamase la atención, pero en aquella ocasión particular sentía que debía ser especialmente precavida. En parte porque al estar cubierta de sangre haría saltar las alarmas de quienes se cruzase en el camino; por otro lado, trataba de evitar que ojos indiscretos pudieran mantenerse al acecho, observándola.

Su mirada se clavó en la cajita de madera que sostenía entre sus manos. Por cosas del azar o como una burla del destino, el artefacto no había sufrido ni un solo rasguño ni se había manchado en absoluto: estaba impoluto, como si lo hubieran tallado ese mismo día.

¿Qué puede ser tan importante...? —se preguntó a sí misma en un tono tan bajo que casi ni ella fue capaz de escucharse.

El contenido de los pergaminos era un misterio, así como el sello que adornaba la madera. Dudaba que fuera a haber ningún otro intento en las próximas horas, quizá ni siquiera en los días siguientes. Después de todo, llamaría demasiado la atención ahora que la Marina estaba al tanto... o al menos la insignificante fracción que podía representar una única recluta. Tampoco tenía intención de que esto se mantuviera así por mucho más tiempo.

Callejeando y tomando ciertos atajos, no le llevó mucho tiempo regresar hasta las puertas del G-31 y ponerse a la altura del control de acceso. En cuanto las luces del puesto de vigilancia la iluminaron pudo notar cómo se propagaba la sensación de alarma entre sus compañeros: un par de soldados salieron rápidamente a comprobar si estaba herida, mientras que otro de mayor graduación, por sus identificativos un cabo, se apresuró a preguntar qué había ocurrido.

Para entonces Camille ya se había guardado la cajita en sus ropas. Evitaría preguntas al respecto por ahora.

Una reyerta en las afueras. Hay heridos y muertos —explicó, sin dar demasiados detalles más allá de la dirección de la bodega abandonada—. Hay que mandar a una patrulla junto al equipo de limpieza para ocuparse del desastre. Mañana sería conveniente identificar a los ladrones. Ah, y avisad a la capitana Montpellier de que necesito hablar con ella.

—La capitana estará durmiendo ahora mismo. ¿Seguro que no puede esp...?

Ahora —sentenció.

En cualquier otra situación, cualquier destacamento marine habría pedido explicaciones a una recluta como ella. En su caso, todos sabían de sobra el vínculo que existía entre la oni y su madre adoptiva, de modo que no fueron necesarias las preguntas. Su mirada tampoco dio pie a que nadie se atreviera a hacerlas.

Después de eso, Camille se apresuró a llegar hasta el despacho de la capitana. Para cuando quiso presentarse allí, ya había una luz encendida en el interior de la sala que sobresalía por la puerta entreabierta. Se plantó frente a ella, pensando aún en cómo explicar todo lo de aquel día, inspiró profundamente, soltó el aire despacio y entró.

—Mocosa —empezó Beatrice, con la voz aún algo ronca propia de alguien que acababa de despertarse de un sueño profundo. Tenía la cara tapada con una mano, probablemente por el cansancio—, espero que tengas un buen motivo para haberme... —Alzó la cabeza y con ella la mirada, topándose con los ojos de la oni. La capitana frunció el ceño—. ¿Qué demonios te ha pasado?

La recluta se mantuvo en silencio y avanzó pausadamente hasta plantarse frente al escritorio de su superior. Metió la mano entre sus ropas, sacó la caja de madera con el símbolo de dragón y la depositó sobre el mueble. Tras un par de segundos en los que la marine observaba la calma, Beatrice alzó los ojos y la miró interrogante.

Camille le devolvió la mirada. Si hubiera alguna silla apropiada para ella se habría sentado, pero se limitó a responder con un tono severo.

Hay muchas cosas que tengo que contarte.

Este tema ha sido cerrado.

#17
Tema cerrado 


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