¿Sabías que…?
... un concepto de isla Yotsuba está inspirado en los juegos de Pokemon de tercera generación.
[Presente] ¿Antonio Recio?
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Día 15 de Verano del año 724. 17:30-


¿Quién era Antonio Recio?

Hammond descansaba en lo alto de una colina. Detrás de él un gigantesco faro, ese que se podía contemplar cuando llegabas a la isla, desde muy lejos. Después de la peculiar reunión con Airgid y compañía, necesitaba descansar un poco de tanto jaleo. Incluso llegó algo parecido a una mafia mink que le siguió por todas partes. Escapando de ellos es como Venture llegó hasta este punto. Vestía con su clásica cota de malla, capa roja y un casco con alas metálicas que tenía colgando de su cuello. Con cada movimiento, chocaba contra la espalda, generando sonidos ciertamente algo molestos. Se encontraba sentado, mirando al horizonte, apoyando la diestra sobre Rompetormentas.

La figura de Mich se dibujaba en las nubes. Lo rápido que uno le tomaba cariño a las personas era increíble. Lo fácil que era perderlas, también. En su bolsillo derecho asomaba un papel, uno que sacó con calma, extendiendo el mismo. *Si alguien tiene información, por favor, informad. Antonio Recio está en busca y captura* Debajo del escrito, una imagen. Estaba toda aquella zona empapelada, todo el mundo hablando de este diminuto humano con aspecto de pescadero de tres al cuarto. ¿Tendrían algo que ver los minks mafiosos con esto? lo cierto es que tenía toda la pinta. 

¿Por qué buscaban a Antonio Recio?

Hammond se desplomó contra el cesped, de espaldas. — Qué assserrr tú, Resssio ... Parrra merresser esssto ... —  Golpeó el cesped con aquel particular cartel de "se busca" tan rudimentario. La isla estaba muy viva, de eso no cabía duda, pero también estaba repleta de "mala actividad" y eso que tenían un cuartel de marines, pero se rascaban más los huevos que otra cosa. O eso decían las malas lenguas.
#1
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Tras el jaleo ocurrido primero en su casa y luego en la taberna, Airgid había sacado algo en claro. Pronto abandonaría la isla. Por una parte era un increíble alivio, una enorme noticia, algo que llevaba años esperando cumplir. Y por otra parte, era inevitable sentir algo de morriña al pensar que igual tardaba mucho tiempo en volver a ver su isla natal, o puede que nunca. Una isla que había odiado y aborrecido por el mero hecho de sentirse encerrada dentro de sus límites. Pero también le había hecho como era hasta el día de hoy, con las cosas buenas y las malas. Una infancia difícil, pero con la compañía que tenía se hizo más llevadera. Una adolescencia confusa, llena de dudas, marcada por la pérdida de su pierna izquierda. Y una juventud frustrada, tratando de mantenerse positiva cuando a la vez se sentía más inútil que nunca.

Necesitaba un rato para reconciliarse con la isla antes de marcharse, una despedida. Y había pocos lugares mejores para eso que el faro de Rostock. Siempre le había parecido un sitio precioso, solía ser solitario, tranquilo, y con unas bonitas vistas. También fue donde conoció a Alzeid, y donde tantas y tantas veces había jugado con sus amigos. Un lugar feliz.

Se hizo paso hasta al faro, usando un par de bastones, uno en cada mano. Podía moverse con solo uno, pero llevaba un día muy cansado sobre los hombros, lleno de emociones, incluso de un episodio de alucinaciones debido a la inhalación de un extraño aroma. E inesperadamente, se encontró con que Hammond también había tenido la misma idea que ella. Seguramente no por el mismo motivo, pero allí estaban los dos, al fin y al cabo.

Hey. — Le saludó en tono tranquilo mientras se acercaba un poco. Estaba tumbado en el césped, parecía igual de agotado que ella. — Se está bien aquí, ¿verdad? — Corría un aire agradable gracias a la altura a la que se encontraban, a pesar de ser verano, no se estaba mal. Se sentó a su lado. Y no dijo nada más. Se respiraba un ambiente algo melancólico, quizás, uno que parecía ser mutuo. No siempre hacía falta romper el silencio.
#2
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Fue la voz de Airgid la que le sacó de su nube de pensamientos intrusivos. Para hombres como Hammond, los momentos donde podía darle rienda suelta a sus pensamientos eran un peligro, ya que muchas veces se desprendía la idea original (objetivo) y terminaba divagando sobre muchas cosas que debía o quería hacer. Disciplinar la mente era una tarea pendiente de la leche. — Chica de mano bonita. — Diría recordando el apodo que le puso aquella mañana, cuando la conoció. Esta vez sin ningún tipo de falla a la hora de pronunciar. Airgid se sentó al lado de Hammond.

El rubio aún no era capaz de descifrar cómo era capaz de desplazarse con tanta soltura por cualquier lugar, si le faltaba una pierna. Pero lo hacía, llegaba donde fuera necesario, aquello no le mermaba en su actitud, por lo menos de puertas para afuera. Sin embargo ahí estaba Venture, con cinco metros de músculo, media tonelada de peso y una imagen de hombre impenetrable ... Prácticamente llorando por la pérdida de un amigo.

¿Estarr bien? — Le puso la mano en el brazo, empujándola ligeramente. — Mañana ssarrrparr. — Hoy sería el último día en Isla Kilombo, quién sabe si para siempre. — Parrra mi no fue fassil marrrcharrr de Elbaf. — Se abrió. — Entenderrr que no serrr fasssil para ti. — Dejó de mirarla, perdiendo la vista de nuevo en las preciosas nubes que se estaban tiñendo de rosado, producto del juego de luces de un astro rey, que se estaba escondiendo.

A veces no hacían falta palabras, simplemente estar ahí.
Se miró la mano, Seguía con el cartel en ella. Por un instante pensó, ¿qué sería de Antonio Recio? ¿Sería realmente un criminal? ¿Estará arrepentido? Esos eran los pensamientos inútiles que debía evitar. Pero no podía. 
#3
Airgid Vanaidiam
Metalhead
La sonrisa de la rubia se ensanchó ligeramente, aunque sin llegar a enseñar los dientes, cuando escuchó a Hammond llamarla de nuevo de aquella manera. Era un apodo tierno. Normalmente no le gustaba que se la concibiera como una mujer de bonitos rasgos, pues se solía relacionar con la debilidad. Sin embargo, no le molestaba que él lo hiciera, porque sabía que él no la veía de esa manera.

Resultaba curioso que con el poco tiempo que se conocían, Airgid ya sentía que podía fiarse de él. Algo en su interior, la intuición quizás, le decía que era una persona honesta y sincera, tanto para lo bueno como para lo malo. Y ese era un aspecto que la rubia agradecía y valoraba tremendamente. Aún no se creía que fuera a viajar con él, aún no se creía que viniera de Elbaf.

Cuando era niña le encantaba leer historias sobre fuertes guerreros, y cuando le conoció recordó una de ellas que trataba sobre increíbles y graciosos gigantes que vivían toda clase de aventuras. Admiraba tanto la fortaleza que demostraban que se sintió inspirada para seguir los mismos pasos. Pero nunca había tenido la certeza de que los gigantes existieran de verdad.

La mano de Hammond se apoyó en su brazo, era tan grande que la empujó un poco hacia el lado contrario. El rubio había entendido perfectamente cómo se sentía Airgid sin necesidad siquiera de que dijera nada en voz alta. La mujer solía ser un libro abierto, cuando algo la turbaba se le reflejaba en la cara. — Es agridulce. Me muero de ganas por salir de aquí, y a la vez... sé que lo voy a echar de menos. — Cuando hablaba de forma tranquila perdía un poco ese acento y esa forma de recortar las palabras. Sus miradas se cruzaron, y Airgid sintió un instante de conexión, porque él había vivido la misma experiencia.

Pero Hammond volvió los ojos al cielo, y ella se perdió mirando su cuerpo mientras diferentes pensamientos arrollaban su mente. Cruzó ambos brazos y los colocó sobre su única rodilla, recogiéndose sobre sí misma, acomodándose en el césped. El silencio era reconfortante, se escuchaban los pajarillos y el mecer de las hojas, las olas rompiendo contra el desfiladero. No pudo evitar mirar el cartel que llevaba Hammond en la mano, parecía pensativo, preocupado. — ¿Le conoces? — Preguntó finalmente, con algo de curiosidad, pero sin querer atiborrarle con preguntas demasiado concretas. Una veraniega libélula se posó sobre el dedo meñique de la rubia. Eran comunes en isla Kilombo.
#4
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Hammond entendía que muchas veces la gente incluso pensara que estaba exagerando en el habla. En algunas ocasiones arrastraba más algunas palabras que en otros, pero no lo hacía de manera voluntaria en absoluto, todo estaba condicionado por la comodidad que sintiera en ese momento. Airgid estaba triste, se podía palpar en el ambiente, al igual que la melancolía de Venture. Ambas energías se mezclaron, convirtiendo la presencia del otro en un descanso para el propio. Muchas veces tan solo había que estar ahí, ya está. Quería marchar, pero sentía temor por dejar su hogar, por añorarlo. Nadie como Hammond para entenderla, pues él pensaba en Elbaf todos los días. En sus hermanos, en sus maestros gigantes, en sus amigos ... ¿Qué sería de ellos? pensar en eso sería volver a divagar en unos sentimientos que no le ayudarían en absoluto en isla Kilombo. Tenía que salir de ahí, de ese mindset.

¿A este? — Contestó, levantando el cartel. — No. — Antonio Recio tan solo era un matón más de la zona, uno con un cartel de se busca. — Carrrtel isso pensarrr a Hammond. — Se lo entregó. — Muchas vesses, tantosss ... Penssamientos, no serrr bueno.
¡Y que lo digas! — Contestó otra voz, detrás de ellos. Al instante Hammond giró el rostro, contemplando un hombrecillo de metro sesenta, pronunciada calva oculta bajo un cuenco de pelo rizado y negro. Perilla puntiaguda y barriga cervecera. — ¡Perdón, perdón! — Levantó las manos. — No quería romper un momento romántico entre ustedes. Yo ... Yo solo me preguntaba si podría ocultarme aquí ... — Avanzó hasta ponerse delante de Hammond, momento en el que se dejó caer y se sentó en la hierba. Obviamente, ponerse delante de un tío de cinco metros quería decir que estaba intentando ocultarse.
Qué querrrer. Antonio ... — Las cejas del tipo se alzaron, lo habían reconocido. Era Antonio Recio.
Ups ... Por qué un maldito señor nórdico gigante conoce mi nombre ... Espero que sea bueno. — Le quitó el cartel de las manos a Airgid y se lo lanzó. — Ya veo ... ¿No seréis cazadores de recompensas? — Hammond miró a la rubia. — Ella sí. — El tipo se arrastró por el suelo, alejándose ligeramente.
¡Señorita por favor, tenga piedad! — Juntó sus manos, buscando que la mujer intentara no cazarlo, si es que de verdad era una cazadora. — ¡Yo solo me defendía de unos animales que estaban robando a una señorita! ¡Malditos minks! — Pegó la cabeza a la húmeda hierva. — ¡No merezco este trato! — Gritó. Estaba levantando mucho la voz.
#5
Timsy
Timsy
-Mayorista, no limpio pescado – vociferaba un tipo, casi cincuentón calvo y con barba, a pleno pulmón en una de las calles de Rostok. Repartía al tiempo panfletos de su negocio, promocionándose con una langosta con su cara. Tomé uno de aquellos panfletos y enarqué una de las cejas por el esperpento que estaba contemplando en ese momento - ¡Qué pechotes! ¡Brbrbrbrbr!- gruñó - ¡Y qué fresquita va! - añadió con voz quebrada, lujuriosa e infantil. ¿Quién coño era aquel tipo? Lancé al aire y por encima de mi hombro el panfleto. Cuanto menos supiera de aquel tipo mejor, aunque debía admitir que sentarse a mirar su comportamiento durante horas mientras comía debía ser un pasatiempo de lo más divertido.

Seguí camino al faro de Rostok. Llevaba días paseando por la isla con la intención de cartografiar el  lugar y dibujar mi propio mapa. El resultado no estaba siendo el mejor, pero por algo tenía que empezar - ¡Perdón! - me disculpé por instinto alzando la mano levemente al chocar contra alguien. Era un hombre bajito, casi de mi estatura, aunque ligeramente más alto. Tenía una barba larga y densamente poblada, era calvo y tenía un pendiente de aro en la nariz como si fuera un toro. Aunque no replicó palabra alguna, su mirada fue suficiente para comprender que acababa de perdonarme la vida. Iba acompañado de un séquito de personas, seguramente lacayos que seguirían sus órdenes a pies juntillas, así fueran estúpidas. Había mucha gente que prefería que les dijeran lo que tenían que pensar y hacer, antes que hacerlo por sí mismas - ¡Eh, sensei! ¡Déjame ver otra vez la katana!

-Tiene cara de cansado – pensé al ver a un hombre regresar al pueblo con tres niños. Uno tendría cinco o seis años, los otros dos iban en un carrito gemelar y no debían llegar a los dos años. El hombre había avanzado en la treintena, tenía la barba completamente blanca por los laterales y en sus sienes peinaba ya canas en abundancia, aunque tímidos destellos plateados adornaban su cabello oscuro al reflejo de la luz ambiental. Sin poder evitarlo sentí empatía y cariño por aquel hombre. No lo decía, pero sus ojos irradiaban un amor incondicional por sus hijos. Sonreí y continué mi camino.

-¡Nenúfares nepalíes! - corrí a cuanto daban mis piernas, tropezándome en el camino. Me levanté raudo y veloz y reemprendí la marcha, volviendo a tropezar pero esta vez sin caerme - ¡Por las ancas de mi tia! ¡Qué pasada! - frente a mí tenía a un semigigante disfrazado de vikingo. Su tamaño debía ser cinco o seis veces el mío, ¡como poco! Junto a él había una mujer tullida, le faltaba una pierna, aunque no reparé en ella en absoluto. Toda mi atención estaba en aquel hombre. De todas las extravagancias que había visto en isla Kilombo, ¡aquella era lo más! Con los ojos convertidos por completo en estrellas brillantes, lo rodeé para verlo desde diferentes ángulos - ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?
#6
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Se estaban tan tranquilo, tan a gusto. Una calma necesaria después de un día lleno de emociones. Había conocido a tantas personas diferentes y curiosas esa mañana, Airgid adoraba esos ambientes animados y llenos de energía. Pero en ese momento, agradeció poder contar con algo más de intimidad para poder estar con Hammond a solas. Al fin y al cabo era la mejor forma de conocer a alguien de verdad, y parecían congeniar bien. La libélula salió volando cuando el gigante le enseñó mejor el cartel de recompensa que sujetaba en la mano. De hecho, se lo tendió a la rubia para que lo tomara y pudiera verlo mejor. Airgid lo sujetó entre sus manos, aunque no le prestó demasiada atención, al parecer no era que le conociera si no que le había hecho pensar o acordarse de algo. El tipo del cartel era... desde luego curioso, medio calvo y con una perilla negra. Ni el nombre, Antonio Recio, ni la foto le decían nada a la rubia, no le sonaba esa persona. Pero de nuevo, aquel cartel no era lo importante, si no los pensamientos que podrían traer.

Airgid estuvo a punto de preguntar acerca de lo que le preocupaba, pero una voz detrás de ellos la interrumpió. Ambos giraron el rostro prácticamente al unísono. Se encontraba algo molesta por la inesperada intervención sin embargo, rápidamente se quedó sorprendida, dando un par de rápidos parpadeos. El tipo que avanzaba hasta colocarse delante de Hammond y que tan tranquilamente tomaba asiento entre la hierba no era nada más ni nada menos que el mismo tipo del cartel. Espera, ¿había dicho "momento romántico"? — ¡Oye que n-! — Se cortó a sí misma, ¿qué tipo de explicaciones le debía a aquel hombrecillo? Si era más bajito que ella, y encima un criminal buscado. Que pensara lo que quisiera. Igualmente sus palabras fueron pasadas por alto, al parecer el tipo buscaba esconderse de la justicia y usar a Hammond le había parecido una buena idea. El rubio era lo suficientemente grande como para cubrir a cuarenta de ellos.

Se llevó un buen chasco cuando Hammond le reconoció tan fácilmente. Al verse descubierto, no dudó en arrebatarle a Airgid su propio cartel de recompensa de sus manos. — ¡Ey! — Se quejó, aunque un poco para nada, pues rápidamente Antonio volvió a lanzárselo de vuelta. Con notable preocupación preguntó a la pareja si no eran por casualidad cazadores de recompensas. La rubia abrió la boca para negarlo, para decirle la verdad, pero Hammond fue más rápido que ella, y antes de que pudiera pronunciar una sola letra, contestó que sí. Que Airgid era cazarrecompensas. Estaban pasando de repente tantas cosas, cada una más inverosímil que la anterior. La rubia arqueó una ceja, pero cerró la boca, sin decir nada. No, no rompería aquella mentira, al menos no de momento. ¿Tendría Hammond alguna razón por la que decir eso? Quizás sí, tenía motivos que ella desconocía. No sabía que trataba el rubio de conseguir con eso, pero decidió seguirle el juego.

El tipo se arrastró por el suelo, tratando de alejarse de la pareja, reclamó piedad mientras juntaba las manos. Una escena un poco patética. La rubia le observó con una mueca pensativa mientras Antonio comenzaba a excusarse, a contar lo que "realmente" había pasado. Podría ser mentira o no, era verdad que la isla se había llenado de minks de repente, así que podía ser que dijera la verdad, pero aún así alguien no se ganaba una recompensa solo sin querer. Se puso a gritar y a arrodillarse frente a ella. — ¡Ya, ya, cállate ya! — Exclamó la mujer cansada del sonido de su voz, taladrándole la cabeza. Tomó su cartel y lo alzó hacia arriba con su brazo derecho. — ¿Crees que voy a por ti? ¡Vales una mierda, quillo! Diez mil berries... Bueno, quizá pa' pagarme la cena de esta noche... ¿Tú qué dices? — Miró a Hammond. — ¿Crees que merese la pena? — Esbozó una sonrisilla pícara, enseñando uno de los colmillos y afilando los ojos entre sus largas pestañas, tanteando hasta qué punto quería el rubio continuar con la mentira o divertirse un poco a costa del sufrimiento de un calvo bajito.

Pero la cosa no quedó ahí. De repente, un pequeño... ¿pez humanoide? Apareció de entre la hierba. Comenzó a caminar alrededor de Hammond, como quién veía por primera vez a un ser de otro planeta. A ella la ignoró por completo, pero la verdad es que lo pudo incluso entender. — ¿Este tío es compi tuyo? — Le preguntó a Antonio mientras señalaba al pequeño gyojin con el pulgar, dejándole que se entretuviera con la maravillosa imagen de un gigante real.
#7
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Antonio Recio estaba allí, junto a ellos. Su cartel de "wanted" no era común, más bien parecía dibujado a mano y fotocopiado de la forma más zarrapastrosa posible. En el cartel se podían ver algunas palabras como desenfocadas, dignas de una mala copia. Comas o acentos que no iban donde deberían e incluso la cara de Antonio en varios carteles se dibujaba desenfocada. Desde luego, los que querían cazar al mayorista no parecían ser los mismos que se dedicaban a atrapar criminales. ¿Sería obra de la mafia de los minks?

Se empeñó en decir que él no merecía el trato que se le estaba dando en la isla. Aquello casaba con los carteles. — Tú no serrr crrriminal. — Afirmó, sin tener ni putísima idea de si tenía razón o no. Antonio fregó el suelo con la frente, casi al borde del llanto. Las palabras de Airgid lo habían consumido hasta un punto tal, que ya no era ni una persona, parecía un animalillo apaleado buscando ayuda. — ¡Santa trinidad, amor del señor, que con gracia hoy ha escuchado mis plegarias! — Besaba muy insistente una cruz que sacó de uno de sus bolsillos. Otra vez aquella cruz.

No era la primera vez que Hammond la veía, un objeto de culto. Como buen creyente de una religión pagana, se sorprendió al contemplar como lejos de Elbaf otros dioses se habían abierto camino. Alzó la ceja izquierda, pensativo. Las preguntas se le abarrotaban en la comisura de los labios, deseando preguntar a Antonio, sin parecer desesperado. Aquello no sucedió, pues la llegada de otro ser extremadamente particular, despejó cualquier opción de hacer sus preguntas.

Aquel animal, que con suerte le llegaba por las rodillas (calculado a ojo por Hammond) recorrió el perímetro necesario para plantarse frente al Nórdico. — ¿Otro mink de esos raros? — Pensó. Y habló, claro. En isla Kilombo todos los bichos raros hablaban, era casi imposible cruzarte con un perro y que no te diera la hora. Venture apoyó todo el peso en el mango de Rompetormentas, alzando su cuerpo. Lo que quedaba de sol llegaba desde su espalda, por lo tanto, la sombra que se dibujaba delante era tan extensa como lo era un día sin comida. Antonio se hizo pequeño, muy pequeño. Hammond sentía una fascinación extraña cuando provocaba esa sensación. Levantó su mandoble y lo clavó con firmeza en la hierba. — ¡Yo serr Hamond Venturre! — Una pequeña ola de gas verdoso se desplegó, extendiéndose alrededor de su cuerpo en forma de ondas. Acompañaron el aire, que disipó el gas impidiendo que fuera peligroso para los presentes, salvo para Antonio que asustado por la escena, se encontraba aspirando e inspirando de forma frenética. El óxido nitroso que se filtró en su cuerpo, le provocó de forma inmediata alucinaciones. El mayorista se levantó, caminando hacia el faro. Cuando llegó comenzó a lamer el metal, sin ton ni son.

¿Tú qué serrr? — Miró desde las alturas a Timsy. — Pequeña crrriaturrra ... — El viento sopló en el momento justo para que su cabello rubio pudiera ocultar su nórdico rostro esculpido en piedra. Era curioso como muchas veces sucedían estas casualidades cinematográficas.


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Rasgos a tener en cuenta;

Belleza: Tu personaje es físicamente atractivo, lo que puede crear situaciones favorables para ti.
Intimidante: Tienes un porte intimidante, lo que puede favorecer algunas situaciones.
Adicción(Levantamiento de peso): Tienes auténtica adicción que causa un síndrome de abstinencia grave. Cada 5 post (Con este llevo 3), debes satisfacer el objeto de tu vicio, o obtendrás un -10 acumulativo a tu Voluntad hasta hacerlo. [Cada 2 post desde tu primer debuff, obtendrás un -10 adicional]
#8
Timsy
Timsy
El gigantesco vikingo se alzó, dejando que sus colosales dimensiones adquieran todo su poder y esplendor. A medida que el gigante ganaba altura, fui echando hacia atrás el cuello para tener siempre la mirada fija en el punto más alto. ¡Solo su arma era varias veces mi altura! Tan embelesado estaba que apenas escuché a la joven hablar con el otro humano. El imponente porte y la presencia intimidante de aquel ser concebido por los dioses sobrecogió un poco mi alma, pero la emoción pudo más y mantuve el tipo como los corales ante unas fuertes corrientes – So… ¡Soy un Gyojin! ¡Me llamo Timsy! – dije totalmente complaciente y emocionado por tan magnánima escena.

El sol proyectaba una sombra colosal desde los pies de Hamond hasta mucho más atrás de mi espalda. En una perfecta metáfora de la escena, su sombría proyección me cubría por completo, tapándome por completo el sol y permitiéndome contemplar en todo su esplendor al vikingo. El halo celestial que el astro rey dibujaba a su figura, le dotaba de una presencia todavía mucho más imponente. La brisa que corrió rauda a disipar la onda de gas que había liberado su cuerpo al alzarse, cubrió su rostro con su cabello, como si quisiera dotar al hombre de todavía más misterio. Mi subconsciente tampoco pasó por alto que aquel tipo había conseguido eclipsar a la mismísima estrella solar. La vida y el azar querían dejar muy claro que no estaba ante cualquier ser mundano y mortal, sino que estaba frente a un dios.

-¡Eh! ¿Qué escamas está haciendo ese? ¿Acaso es subnormal o tiene anemia y por eso chupa hierro? – el hombre que hasta hacía un momento había estado fregando la hierba con su cuerpo ahora estaba chupando el metal del faro. No sabía cuándo había ido hasta allí, pues Hamond había conseguido secuestrar por completo mi atención, pero el sonido hueco de una cabeza chocando contra algo metálico hizo que desviara ligeramente la mirada. Aquella visión rompió por completo la epicidad del momento. Volví a mirar al gigante en todo su esplendor, con su halo dorado remarcando su figura, pero… ya no era lo mismo. Sabía que había vivido uno de esos momentos mágicos que se encerraban en una burbuja y que al estallar esta, nunca más se recuperaba la magia inicial. No obstante, el rubio seguía llamando poderosamente mi atención - ¿Y tú quién eres? – añadí preguntándole a la coja
#9
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Recio estaba viéndose incluso demasiado afectado por el gas del nórdico. Comenzó a lamer el metal como si le fuera la vida en ello, pero tampoco es que hubiera inhalado mucho. ¿Estaba actuando? aún así Hammond le señaló con su gigantesco dedo índice de la mano derecha, riendo. — ¿te hace gracia, monstruo? — Respondió otra voz, algo más lejana. Eran un total de cinco hombres que estaban subiendo la colina. Unos diez metros les separaba. Aquello no impidió que el Bucanner siguiera riendo, como si no hubiera escuchado nada. Bajó el brazo y paró de reír cuando Antonio Recio dejó de lamer el metal y se enderezó, con un porte bastante más serio del mostrado hasta la fecha. A todo esto, Timsy se presentó, completamente asombrado por la figura que representaba Venture.

Era normal, cómo no hacerlo, de hecho para él tendría que ser aún más impactante que para los humanos, pues el gyojin era muy pequeñín y la diferencia, mayor. — Parrresserrr que tipo estarrr bien de cabessa. Solo dissstrracsi ... Diss ... — Daría un fuerte pisotón sobre la hierva, hundiendo su pipe en la arena un par de centimetros. — ¡Forbannet språk av enkle menn! De burde legge sine vanskelige ord i hullet som Odin skapte for dem. Dumme mennesker. — Su voz esta vez sonaba muchísimo más fluida, más seria, muchísimo menos amigable. — Estaba engañando a nosssotrrros ... — Terminó diciendo, mirando al pequeño gyojin. Le sobresalían dos grandes paletas que parecía no poder ocultar, pero aun así se comunicaba muchísimo mejor que Hammond. ¿En qué punto dejaba aquella información al rubio?

Buen trabajo, Recio. — Diría el tipo más bajito del grupo. Tenía un cabello grisáceo que se le unía a la barba en un dibujo casi perfecto de casco de pelos. Mirada desgastada, como la de la mayoría que iban con el. — Has atrapado a unos cuantos yijiyijiyiji. — Tenía una extraña risa, un tanto ridícula. Y claro. — ¡JIAJIAJIAJIAJIA! — Nuevamente levantó la mano y le señaló, riendo. A oídos de Hammond, hasta Timsy tenía una voz muchísimo más masculina y pronunciada. Joder medía un metro y medio y no era ni humano, igual ni siquiera era un varón. O podría ser que entre los gyojin hubiera más géneros que Hammond desconocían, no dejaban de ser una especie sumamente extraña. Para sorpresa de nadie, Antonio comenzó a caminar hasta que se colocó al costado del tipo. — Qué risa más ridícula tienes yijiyjijyiji. — Contestó a Hammond, con dos cojones. El Bucanner levantó una ceja inmediatamente. — ¿Se está riendo de mí el humano este? — Fue lo primero que pensó. — Buen trabajo. — Golpeó el pecho de Recio, que se dolió casi de forma inmediata. — Tienen cosas interesantes. La mujer y el animalito nos pueden servir como esclavos y el gigantón ... Esa espada es útil, pero dudo que nos lo ponga fácil ... Chicos. — Asumió completamente que Timsy y Airgid no entrarían en conflicto si se les quería volver prácticamente mascotas. Y bueno, de Timsy tenían poca información, pero conociendo un poco a la mujer de una sola pata, cualquiera tenía la valentía de ponerle una correa.

Al unísono, como en una coreografía mala de un grupo Europeo dedicada al pop, se movilizaron al mismo tiempo, dando un paso. Uno, no más. Ya que Hammond alzó sobre los aires a Rompetormentas, levantando parcialmente la ráfaga de aire necesaria como para hacerles cambiar de opinión o al menos, pensar antes de actuar. Clavó el dorso en su cuello, quedando esta apoyada sobre el mismo. Sintió un gusto extraño que no manifestaría tras levantar semejante peso, el cuerpo le estaba pidiendo acción física desde hacía ya un rato y aunque aquello no se pudiera considerar "ejercicio" tal peso ayudaba a que sus músculos despertaran rápidamente. — Pequeño, ¿Tú saberrr lucharrr? — Ladeó ligeramente la cabeza y bajó de igual forma la vista para contemplarlo. Se movilizó con un paso hacia el lateral para tener a Timsy justo a su costado. Lo cierto es que estaba bastante interesado en qué podía hacer aquel gyojin. Y por qué no decirlo, en qué podían ofrecer aquellos mierdecillas.

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#10


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