Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
Tema cerrado 
[EVENTO] Hace calor, hace calor, y yo estaba esperando que cantes mi canción.
Ray
Kuroi Ya
Personaje

¿Cómo había llegado allí? Por mucho que lo intentara no era capaz de recordar nada de las últimas horas, tan solo aquella extraña poesía que resonaba en su cabeza. ¿Estaba soñando? Eso podría explicar su falta de recuerdos, así como el hecho de que sin motivo aparente estuviese vestido con un traje de baño azul y una camisa naranja completamente abierta. Lo que, a decir verdad, pegaba bastante con las temperaturas. El calor era absolutamente abrasador, sin ninguna duda el más intenso que había sentido en toda su vida. Su piel se perló por el sudor en escasos segundos, y no podía evitar sentirse ligeramente aplastado por la temperatura, como si el propio calor tuviera masa y ejerciese su fuerza sobre él. El aire entraba en sus fosas nasales produciendo una incómoda sensación.

Un enorme volcán se veía a lo lejos, su cumbre humeante delatando que se encontraba activo. A su alrededor el paisaje era desolador. La vegetación era muy escasa y se encontraba en su mayor parte carbonizada, y el suelo tenía un color negruzco que dejaba a las claras que no era precisamente fértil. Desde luego aquel lugar no era uno en el que se pudiera vivir, pues sus extremas condiciones hacían sin duda imposible la supervivencia a largo plazo.

Según aquel misterioso poema debía conseguir canicas, cuantas más mejor. Pero bien, ¿de dónde las sacaría? ¿Habría otras personas cargándolas y debía quitárselas o simplemente podría encontrárselas por ahí? Eso no lo aclaraba. Así que tendría que improvisar.

Lo más probable era que si se acercaba demasiado al volcán la temperatura subiera tanto que resultaría aún más difícil resistir. Por lo tanto decidió optar por la opción contraria y comenzó a caminar en dirección opuesta, tratando de alejarse de la montaña tanto como pudiera mientras buscaba aquellas canicas. No esperaba encontrarse con demasiada gente en su camino, pues desde luego una zona así no podía estar poblada ni probablemente ser frecuentada por viajeros. Aunque claro, si aquello era como creía un sueño, ¿acaso no sería posible todo aquello y más?

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#1
Takahiro
La saeta verde
Personaje


Todo parecía fruto de alguna sustancia psicodélica que le hacia ver y percibir sensaciones que no parecían reales. Primero un monstruo de tez blanca y aspecto bastante turbio, cuyos gritos parecían remover el mismo núcleo de la tierra. En ese momento, cuando todo parecía haber terminado, una corriente de aire azotó sus cabellos, casi al mismo tiempo que un remolino emergía bajo sus pies y lo tragaba hacia un vacío, hacia una caída interminable en la que solo era capaz de distinguir una amplia variedad de colores, algunos incluso parecían estar más allá de su conocimiento o entendimiento del mismo.

Elevaba los brazos intentando aferrarse a algo, pero era imposible. No había nada, tan solo el vacío. ¿Lo extraño? Que podía respirar como si nada. Gritaba y escuchaba su voz, aunque cada una de ellas se perdía en el eco del infinitivo.

De repente, todo cambió de golpe. La agitación de su corazón había desaparecido, una calma como nunca había sentido se apropió de su cuerpo. La velocidad a la que descendía parecía haberse reducido, pero parecía no tener fin.

—Takahiro, ¿qué hiciste anoche? —se preguntó en voz alta, pero tan solo venía a su cabeza la maldita cancioncilla—. ¿Será la clave de todo esto? ¿Y que tienen que ver las canicas? —volvió a cuestionarse, apretando con fuerza la bolsa que tenía en la cintura con las dos pequeñas esferas.

Finalmente, mientras continuaba intentando recordar algo, notó como ya no caía. Su cuerpo estaba caliente, en su frente surgieron gotas de sudor. Se incorporó y vio que estaba sobre un terreno yermo y baldío, completamente repleto de ceniza y la temperatura era excesivamente alta. Aprovechó para despojarse de la parte superior de su atuendo, que dejó atada en su cintura, cubriendo de buena manera su bolsa de tela para que no pareciera que la tenía, y se percató de que ya no tenía el cuerpo de una mujer, volvía a ser un hombre.

—Lo cierto es que tenía un tipazo —comentó en voz baja, ajustándose su turbante blanco a la cabeza.

Se levantó y caminó en la dirección contraria al volcán que había en aquel lugar, pues si estallaba lo mejor sería que estuviera lejos de allí. Tenía la esperanza de encontrar a alguien, aunque algo en su interior le continuaba diciendo que estaba muerto y había pasado de un infierno a otro, como en algunas leyendas que su abuelo le había contado.

Vestimenta de Taka
#2
Ray
Kuroi Ya
El calor no menguaba, por mucho que se alejara del volcán seguía siendo asfixiante. Hasta aquel momento el joven no sabía que podía existir un lugar con aquella temperatura tan extrema, aunque claro, si como parecía era todo un sueño bien podía ser que no existiera realmente ningún lugar semejante y que todo fuera producto de su imaginación. Eso sí, no podía evitar pensar cuáles eran los motivos que le estaban llevando a imaginarse algo así y no una zona de agradable temperatura veraniega. El sol brillando sobre un cielo del más puro azul, la verde hierba bajo sus pies, árboles... No, tenía que acabar en aquel páramo ardiente y desierto.

El simple hecho de tener que estar aguantando ese calor insufrible le ponía de mal humor, y eso que no era precisamente una persona fácil de cabrear. Su naturaleza optimista y su omnipresente sonrisa solían ser el mejor antídoto contra el desánimo y la desidia en cuantos le rodeaban, pero en esa situación incluso su alegría innata le estaba abandonando poco a poco.

Había probado de todo, desde intentar deducir qué era lo que estaba sucediendo allí hasta echar carreras contra sí mismo corriendo durante pequeños tramos del camino. Incluso había probado a cantar, pero eso solo había servido para enfadarle más, pues en algún momento todas las canciones que se sabía mencionaban aquella maldita palabra que estaba intentando apartar de su mente.

- Ven a la escuela de Calor... no, esta no.

- Lo que quiero es comerme una sandía, uh-ah-uh, tengo mucho calor... joder, esta tampoco.

- Y en las paredes del metro, y en los ojos de la gente, hasta en la sopa más caliente...

- ¡Joder! - Exclamó en voz alta sin poder contenerse. - ¿Es que todas las canciones del mundo hablan del maldito calor?

Siguió caminando enfadado hasta que, en torno a media hora después, vio algo a lo lejos. O mejor dicho a alguien. Una familiar mata de pelo verde parcialmente tapada con un turbante coronaba su cabeza, y pese a la distancia el joven no tardó en reconocer a uno de sus amigos. No tenía la menor idea de qué hacía allí Takahiro, pero desde luego se alegraba de verle. En un momento su humor mejoró considerablemente.

- ¡Takaaaaa! - Le llamó, moviendo su mano derecha por encima de su cabeza a modo de saludo y para que el peliverde encontrase su ubicación lo antes posible.

- Tío, ¿cómo hemos llegado aquí? - Preguntó a su amigo, curioso por averiguar si él sabía algo más. - Yo no sé cómo he llegado hasta esta mierda de sitio con un calor inhumano. Por más que lo intente no lo recuerdo. Solo suena en mi cabeza un poema que me habla de que debo conseguir canicas, y que me hace pensar que todo esto es un sueño. Estoy bastante confuso, la verdad.

Escuchó pacientemente lo que su amigo tenía que decirle y, contento de verle, le propuso una idea que se le había ocurrido para hacer las cosas más interesantes.

- Podemos viajar juntos a alguna otra zona, ya que dices que hay más sitios además de esta olla gigante, y repartirnos las canicas que nos encontremos. Pero también podemos decidir quién se queda con las que tenemos por si acaso no encontramos ninguna. Al final esa extraña poesía decía que había que reunir cuantas más mejor, por lo que igual es la forma de despertarse. Así que si quieres nos las podemos jugar a piedra, papel o tijera.

Soltó una carcajada divertida mientras llevaba su mano derecha hacia Taka. Necesitaba algo que le distrajera del calor que hacía, y un juego tan sencillo pero a la par divertido como ese podía conseguirlo al menos durante unos minutos. Eso sin duda mejoraría su humor y le permitiría pensar con mayor claridad.

- ¿Al mejor de tres? - Propuso a su amigo.
#3
Takahiro
La saeta verde
El peliverde no se había percatado aún, pero antes de cambiar del infierno de los monstruos a aquel infierno ardiente le habían dado un balazo en la pierna. Tal vez hubiese sido por la adrenalina que recorría por sus venas cómo la lava que caía lentamente, ya semiseca, por los laterales de la montaña. Su corazón aún palpitaba con fuerza, haciendo fluir su sangre por todos y cada uno de los rincones de su cuerpo. Su respiración agitada, que le hacía tener la boca más seca aún con cada exhalación. Sin embargo, el dolor se iba acentuando cada vez más, llegando hasta presentar una leve cojera que no le gustaba nada.

—Maldito zumbado de la pistolita —se quejó el peliverde, observando como del lateral de su muslo izquierda brotaba sangre y manchaba sus ropajes.

El dolor era como una punzada intermitente, que variaba en función de si tenía el pie apoyado o no sobre el tórrido suelo. Cada vez que aminoraba el paso, la punzada se volvía más aguda, viéndose obligado a detenerse durante un instante. Su pierna izquierda estaba temblorosa y sus movimientos no eran tan eficientes como debían serlo. No era médico, pero la bala le había hecho una herida limpia en el músculo, sin haber tocado el hueso. ¿Cómo lo supo? Porque si llega a tener el hueso roto no se estaría moviendo. Había visto en el pasado como amigos se rompían algún hueso del brazo o de la parte baja de la pierna y lo trastos que se volvían. Él, en cambio, siempre había sido una persona bastante resistente, y nunca había tenido que sufrir algo como eso.

Pero él no se detenía. Si algo le habían enseñado en la escuela de marines era que el dolor era puramente psicológico, que con el tiempo el cuerpo se acostumbra a él y no sería un impedimento a la hora de continuar con la misión que estuvieran llevando a cabo.

Y, finalmente, después de tanto caminar en soledad, escuchó una voz conocida. Al principio le pareció un susurro imaginario, un recuerdo anclado en lo más profundo de su psique y que su subconsciente lo estaba engañando. Pero no fue así. Frente a él estaba Ray, tan feliz como siempre. El peliverde elevo la mano y le saludo, reduciendo la distancia como podía.

—No tengo ni idea. No recuerdo nada de lo que hice antes de aparecer en una ciudadela medio rota, y luego he aparecido aquí —le dijo, mostrando una mueca de dolor—. Por cierto, no me harías una curilla de las tuyas, ¿verdad? Que un chalao me ha disparado porque le he quitado una canica a un monstruo níveo —aclaró, aunque sabía que con eso no sería suficiente.

El marine le contó todas y cada una de las peripecias que había tenido desde que llegó: el monstruo, la cancioncilla que tenía en la cabeza, la amnesia selectiva… Todo.

—Lo único que tengo claro es que las canicas tienen algo que ver en esto —le dijo, enseñándole la bolsa con las dos canicas—. ¿La razón? No tengo ni idea.

La idea de Ray de jugarnos las canicas a piedra, papel o tijera sacó una sonrisa a Takahiro, que no pudo negarse. Le encantaban esa clase de juegos y era mejor que tener que batirse en duelo con su amigo. Una cosa era pelear en los entrenamientos y otra por unas esferas del demonio.

—Por mi perfecto… —Los ojos de Takahiro con la misma intensidad que los de un ludópata comprando lotería, llevó sus manos a la espalda y sonrió—. Piedra, papel o tijera… —dijo—. ¡Uno, dos y tres!

Llevo con fuerza su brazo hacia el frente con el puño completamente cerrado y con la esperanza de comenzar ganando aquella ardua contienda.
#4
Ray
Kuroi Ya
La pierna de Takahiro sangraba, aparentemente por un disparo que había recibido de parte de alguna clase de enemigo en otro lugar. Su explicación de que había aparecido repentinamente en ese otro sitio y, posteriormente, en aquel páramo también de improviso y sin haber atravesado físicamente ningún límite entre ambas áreas hacía todo mucho más irreal. Lo que aumentaba la probabilidad de que la hipótesis de que todo aquello fuera un sueño fuera la correcta, pese a que en su cabeza seguía sonando raro. ¿Qué motivos tendría para estar imaginándose algo así? Pero no había ninguna otra explicación que pareciese ni la cuarta parte de razonable, si es que había algo razonable en toda aquella situación.

- Lo siento, no tengo un botiquín a mano. - Respondió a su amigo cuando le pidió asistencia médica. Pese a que estaba entrenado en esas artes aún no era ni mucho menos un experto, y por desgracia sin un botiquín de primeros auxilios a mano era poco más útil a la hora de tratar heridas como aquella que el propio Takahiro. Pero eso era algo que pensaba cambiar. Solo tenía que seguir estudiando y esforzándose y pronto lo conseguiría sin ninguna duda.

Poco después su amigo aceptó su propuesta de jugarse las canicas a piedra, papel o tijera, por lo que la partida dio comienzo. El joven marine lanzó su brazo hacia delante al tiempo que extendía los dedos índice y corazón formando unas tijeras.

- ¡Mierda! - Exclamó al ver que Takahiro había dejado su puño cerrado, imitando la forma de una piedra. - 1-0, ganas tú. ¿Vamos a por la siguiente?

El peliblanco se preparó, llevando de nuevo su mano hacia atrás para esconderla tras su espalda al mismo tiempo que lo hacía su compañero. La cuenta hasta tres marcó el momento en el que ambos lanzaron nuevamente sus brazos hacia delante.

- ¡Vamos! - Celebró con júbilo en esta ocasión Ray al ver que su puño cerrado formando una piedra vencía a los dos dedos extendidos de su amigo, que simulaba unas tijeras. - Estamos empatados, vamos a por la definitiva.

Estaba decidido a ganar. No había sido nunca la persona más competitiva del mundo, pero aquel pequeño juego le estaba resultando sumamente entretenido y el aliciente de ser el vencedor añadía un punto más de diversión. Así que se llevó nuevamente el brazo hacia atrás con decisión y comenzó junto al peliverde la cuenta.

Y en ese preciso instante, justo cuando su brazo comenzaba a moverse hacia delante, una diminuta mosca pasó volando ante sus ojos. No era especial ni mucho menos, se trataba de un insecto normal y corriente, pero atrajo irremediablemente su atención. No fue capaz de explicar el por qué, pero toda su concentración se esfumó de golpe. Era algo que le había pasado en más ocasiones, y no pocas precisamente, pero que no lograba entender. Podía estar en mitad de cualquier tarea, que un estímulo externo cualquiera podía hacer que se olvidase por completo de lo que estaba haciendo por importante que fuera.

Cuando su vista regresó al frente pudo ver cómo su mano seguía cerrada imitando la forma de una piedra, pues en su ensimismamiento con el vuelo de aquel insecto había olvidado modificar su posición. Y eso había sido su perdición. Takahiro, siempre rápido a la hora de reaccionar, se había dado cuenta seguramente de su distracción y había mostrado su mano completamente abierta, simulando ser una hoja de papel.

- ¡Nooooooooo! - Se lamentó con vehemencia el peliblanco. De nuevo sus características pérdidas de concentración le habían costado caro. En esta ocasión la supuestamente valiosa canica que portaba, que ahora pasaba a ser legítimamente propiedad de Takahiro. Aunque bueno, si él no la tenía, ¿quién mejor que su amigo para guardarla? Siempre podía pedirle más adelante que se la devolviera, o convencerle de doblar la apuesta.

Así que le ofreció el redondo premio con una sonrisa y, con ganas de abandonar aquel tórrido lugar, le propuso continuar avanzando. Se había alejado ya mucho del volcán, pues llevaba mucho tiempo caminando. Por lo tanto era probable que no quedase mucho para que el clima se hiciese algo menos extremo. Estaba casi seguro de que su amigo le acompañaría, pero aunque no lo hiciera Ray continuaría andando hasta abandonar aquel infierno desierto de una vez por todas.

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#5
Takahiro
La saeta verde
Para su desgracia, la excelentísima marina del gobierno mundial no había terminado de instruir en medicina de campo a Ray, por lo que la herida de su pierna continuaría sangrando durante unos segundos más. Takahiro, que era una persona instruida en el arte de saber de todo y de no saber de nada, tenía una idea, pero antes tenía que vencer a su compañero al piedra, papel o tijeras y ganarse una nueva canica.

—¡Vamooos! —exclamó el peliverde, al haber ganada la primera ronda de aquel juego.

No sabía si era algo real o no, pero la sensación de alegría y emoción fue bastante inesperada. Nuevamente, se preparó, levando la mano hacia atrás para echarla de nuevo hacia el frente. Pero, ¿qué debía sacar en ese momento? Se preguntaba el marine. ¿Piedra? La piedra era fuerte y siempre estaba la posibilidad de que Ray repitiera sacando tijera. ¿Papel? El papel ganaba a la piedra, envolviéndola sin hacer uso de la fuera. ¿Tijera? La tijera lo cortaba todo, como una espada y a él le encantaban las espadas. «Sí. Voy a sacar tijeras. Eso me dará la victoria». Tras hacer la cuenta atrás desde tres, llevó su mano con el dedeo índice y el dedo corazón completamente estirados.

—¡Mierda! —refunfuñó el marine, que dio un leve golpe con el pie en el suelo, haciéndole sentir una descarga de dolor que le recorrió desde el muslo hasta el abdomen—. Efectivamente —le dijo—. Quien gane se lleva las canicas.

Iba a ganar. Su abuelo siempre le había dicho que un hombre de bien jamás sucumbía al vicio del juego, que eso era algo relacionado con los piratas y la gente de baja alcurnia. Sin embargo, Takahiro opinaba lo contrario. Un juego de azar siempre animaba cualquier fiesta, aunque debía ser de manera controlada, tan solo se debía saber cuando parar.

Llevó la mano hacia atrás, sin quitar la vista de su oponente. ¿Qué sacaría ahora? Fue en ese momento cuando lo vio. Ray había dejado de estar pendiente al juego al fijarse en un pequeño insecto que revoloteaba alrededor de ellos. Al apartar la mirada y echar la mano hacia adelante, el peliverde pudo ver que iba a sacar y actuó en consecuencia. Iba a sacar de nuevo piedra, pero cambió mientras su mano iba hacia adelante extendiendo todos sus dedos.

—¡Siiiiiiii! —gritó de alegría el peliverde—. Si salimos de aquí te invito a algo —le dijo, sin saber realmente si había una salida o si aquello era real—. Venga, pero antes voy a pedirte un favor.

El peliverde cogió su atuendo y lo rasgó, haciendo varias vendas de tela para que el albino le vendara y, al menos, evitar taponar la herida. Algo rudimentario, pero bastaría para que con el paso del tiempo dejara de sangrar. Después de eso, emprendería de nuevo el camino junto a Ray, con la esperanza de encontrar un lugar mejor lejos de aquel volcán.

—Por cierto, Ray, tengo dos o tres teorías sobre este lugar en el que nos encontramos. ¿Te cuento?

Este tema ha sido cerrado.

#6
Tema cerrado 


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