Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
[Común] [C-Pasado] Trapicheos casi legales
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Día 15 de Primavera, año 724

Puede que Airgid no fuera una mujer especialmente femenina. Al menos, no cumplía con muchos de los roles de género que le fueron impuestos al nacer. Gritaba como un hombre, bebía como un hombre y escupía como un hombre, lo único que le preocupaba de su cuerpo era ponerse más y más fuerte y no le importaba ensuciarse o sudar. Pero había un estereotipo femenino que cumplía con todas las de la ley: le encantaba ir de compras.

Vestía con unos pantalones tipo cargo ceñidos a las caderas, anchos y de color marrón, estaba lleno de bolsillos por todos lados por lo que a Airgid le resultaban tremendamente útiles. Por arriba, un top de color negro ceñido y corto, por lo que dejaba al aire prácticamente todo su fortalecido y esculpido abdomen. A la espalda cargaba con una mochilita de cuero negra en la que guardaba las compras que llevaba hechas hasta el momento, y en su único pie, una gran bota con la punta reforzada. Era las que acostumbraba a llevar por su trabajo, al fin y al cabo manejaba objetos y maquinaria pesada, con un calzado así se aseguraba de no quedarse sin el pie que le quedaba. La falta de su pierna izquierda era bastante clara y evidente, la mujer se desplazaba usando un par de bastones que ella misma se había fabricado, rudimentarios y evidentemente metálicos, ensamblados de forma algo caótica pero bastante estética, un rollo parecido al steampunk pero menos refinado.

Ya era por la tarde cuando acudía a hacer el último recado que le quedaba: buscar una tienda de armas. Llevaba tiempo pensando en prácticar aún más con su puntería, vacilando entre si optar por comprar un fusil o un rifle, algo que tuviera un poco más de distancia que las armas a las que ya estaba acostumbrada. Airgid prefería el combate más cercano, pero sabiendo que tenía un don para la precisión y la puntería, ¿por qué no intentar explotarlo un poco más? Además, aunque no acabara encontrando nada que le gustase o le convenciera, aprovecharía para echar un ojo a las mirillas o boquillas, las balas y los cargadores. Nunca era un mal momento para hacer inventario y reponer un poco de munición.

Se adentró en una calle conocida por su variedad respecto a los productos que podías encontrar, pues no solo estaban allí las típicas tiendas de toda la vida, si no que viajeros y extranjeros podían colocar su propio puestecillo ambulante en la zona para vender mercancía exótica en isla Kilombo, un lugar bastante curioso y poblado. La rubia caminaba despacito, deleitándose con cada puesto. No le corría prisa, y disfrutaba del ambiente de la isla y de lo bonito que era tener un poco de dinero en el bolsillo. No siempre tenía mucho.
#1
Byron
Que me lo otorguen
La claridad del sol de la costa hizo a Byron despertar de manera incómoda. Los rayos que solían bendecir al muchacho se sentían como agujas que atravesaban sus ojos hasta llegar a su cerebro, pues su dolor de cabeza se incrementaba drásticamente al abrir estos e intentar enfocar para encontrar nitidez en su vista. Una sensación de irritación en su garganta, molesta cuanto menos, acompañada de una sequedad extrema en el resto de la boca, y un aliento que podría embriagar y teñir el pelo de cualquiera que mantuviese una conversación con él a menos de 2 metros de distancia. ¿De dónde salían todos aquellos síntomas? Simple, estaba siendo víctima de las consecuencias de su exceso de alcohol el día anterior, una recasa catedralicia.

A duras penas pudo incorporarse, mientras desperezaba su cuerpo, llevando las manos a su rostro y sobando, mientras parpadeaba de forma repetitiva y rápida a la par que intentaba salivar abriendo y cerrando su boca sin descanso chasqueando la lengua en el proceso. Tirado en aquella playa y sin haber conseguido poner remedio a ninguno de sus malestares, rascó su vientre pensativo, su cabeza aún no había asimilado su situación, su mente en aquel momento solo estaba llena de signos de interrogación.

Observó los a los rededores, una playa, normal y corriente, unos cuantos civiles disfrutando las vista y poco más, nada que le hiciese recordar. A sus pies, una botella de cristal, con una etiqueta del whisky más barato del mercado. Como si un chispazo hiciese funcionar su mente, aparecieron en su mente flashes de su noche anterior, aquella invitación a unos bentos de atún se desmadró hasta acabar dormido en la arena. Golpeó con su puño cerrado la otra palma de su mano, exteriorizando con el gesto en haber dado en el clavo. Volvió a mirar con cara de circunstancia al lugar, buscando a sus compañeros de faena, ninguno estaba allí. Despreocupado y asumiendo que estaban bien, se levantó de su "asiento", sacudió la arena de sus ropas y se marchó al mercado para buscar algo que aliviase aquel dolor de cabeza, dejando tras de sí, su silueta marcada en la arena.

Adentrándose en el pueblo, callejeó y callejeó. El nivel de mareo que tenía el muchacho era algo que no había experimentado, no era abstemio, todo lo contrario, estaba más que acostumbrado deleitarse con licores y frecuentaba la noche con soltura, después de todo era la mejor forma de conocer mujeres a las que cortejar. Sin lugar a dudas lo que había dejado fuera de juego, era la calidad del licor, el único factor significativo que había variado, aun siendo el más barato, teniendo en cuenta los efectos secundarios, resultaba hasta caro.

La ciudad estaba especialmente animada aquella mañana, Byron no conocía el motivo, pero el gentío que encontraba dirigiéndose al mercado y en él, era algo que resaltar pues en ese trayecto se había encontrado a más personas que en todo el día anterior. Esquivando gente parada en mitad de la calle conversando con algún conocido que había encontrado y personas con una velocidad normalmente reducida por andar en las nubes, leía los encabezados sobre las puertas de los establecimientos, buscando algún lugar con hierbas medicinales o similares. Lastimosamente para él, lo único que encontró que le llamase la atención fue un corro de gente frente a una tienda de armas.

"¡PRUEBA SUERTE! ¡PREMIO ASEGURADO!" Se escuchaba a media que el joven se acercaba, así como el sonido de una campana siendo agitada locamente con tal de llamar la atención. Se abrió paso curioseando, hasta encontrarse en la parte delantera del corro, según iba avanzando pudo ver salir a gente del corro con cara de desilusión, claramente el premio para ellos no había sido asegurado.

Una tienda de armas es lo que tenía frente a sí, la calle en sí misma, repleta de este tipo de comercios. Los dueños de este, un dúo, parecía haber organizado un sorteo, una ruleta que giraba por una manivela movida por la mano de uno de ellos. Cuando paraba caía una esfera, y dependiendo del color tenías premio o no. Ataviados de forma elegante con unos trajes granates, incitaban a la gente a participar, el precio era sencillo, si salía una esfera dorada, ganabas el premio y no debías pagar nada, si salía una negra, debías pagar 10.000 berries.

Pensando que era un engañabobos Byron miraba a aquellos dos, hicieron contacto visual, y agitando fuertemente la campana lo arrastraron al centro del corro para que probara suerte.

- ¡Tenemos a nuestro siguiente jugador! ¡¿Será el afortunado que se lleve el premio a casa?!

Debido a las condiciones de Byron, no quiso discutir mucho, en aquel momento prefería gastar esos 10.000 y que lo dejasen en paz. El escándalo solo estaba intensificando el dolor de cabeza, el animado bullicio alentándolo a probar suerte le resultaba asfixiante y cargante, con los sudores fríos que recorrían su nuca y las ganas de expulsar por la boca todo lo que había tomado el día anterior no quería tener que soportar más la situación y se dejó llevar.

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DIALOGOS PARA QUE CUENTEN LOS CARACTERES
#2
Airgid Vanaidiam
Metalhead
El ánimo del mercado se le podía pegar a cualquiera. Sobre todo a Airgid, una mujer alegre de por sí. Era increíble observar lo mucho que se divertía la gente comprando, aquella calle comercial era toda una oda al capitalismo. Airgid no era muy fan del capitalismo en sí -¿qué?- de hecho había sido pobre como las ratas toda su puta vida, y en el fondo lo seguiría siendo siempre, lo de pobre era más una mentalidad que otra cosa. Pero había conseguido ahorrar unos cuantos miles de berries, más de lo que había sido capaz de reunir en toda su vida y se sentía como una reina, dispuesta a gastarse por fin algo de dinero en ella misma.

Unos estruendosos alaridos reclamaron su atención. Mencionaban algo de un premio, con tanto énfasis que una gran marabunta de gente se había reunido alrededor del hombre, como bichitos atraídos por la irresistible luz. No es como si el resto del mercado se encontrara en silencio, pero él era el que más llamaba la atención, con sus reclamos y agitando aquella campana de un lado para otro. Entre las cabezas de los pueblerinos, Airgid pudo observar que se trataba de una promoción o algo así en una tienda de armas. Qué casualidad, era justo lo que estaba buscando.

La gente entraba y salía, pasando y probando suerte con la ruleta colocada delante de la tienda. Airgid se hizo un poco de paso a través del gentío, solo para observar con curiosidad el espectáculo. ¿Y si lo intentaba ella también? Así que diez mil berries... No era mucho, pero después de haber conseguido ahorrar lo que tenía, quizás no era buena idea ir desperdiciándolo por ahí. No lo tenía muy claro, así que decidió que de momento solo sería una mera observadora.

Un chico de cabellos violáceos fue arrastrado hacia la ruleta acompañado del entusiasmo de aquel presentador, ¿sería él el afortunado? El público le aplaudía y le animaba a tirar de la ruleta, a que probase suerte. A nadie le gustaba gastarse dinero, pero observar cómo otros lo hacían y lo perdían por el camino era extrañamente entretenido, eso tenía que admitirlo. — ¡Vamos, dale! — La voz de la rubia se unió a la de los demás, instándole a aquel joven a que se dejase el dinero. Al ver cómo acababa cediendo a la presión social de su alrededor, el gentío exclamó un nuevo grito lleno de expectación. Airgid sonreía plenamente, se le dibujaba un rostro angelical cuando ponía esa expresión. Se mordió suavemente la lengua con las muelas, una manía que tenía, esperando el resultado de aquella tirada. — ¡SUERTE! — Gritó la mujer, con ganas de ver sí realmente era posible que saliera la bolita dorada o si aquel tipo se dedicaba a estafar a todo el mundo. Tampoco sería tan raro.
#3
Byron
Que me lo otorguen
El chico con la cabeza embotada por aquella resaca se vio engrandecido por aquel público adicto al juego. Bajo la atenta mirada de los organizadores de aquella tómbola, reafirmó sus palabras con un leve gesto de su mano derecha, apresurando el inicio del juego. Quería acelerar el proceso cuanto pudiera, su cabeza no estaba en aquel momento para esos trotes y estaba deseando desechar aquel, posiblemente amañanado, sorteo cuanto antes para seguir con la búsqueda de un remedio casero que aliviase sus síntomas.

Con los deseos de suerte por parte de una rubia y hermosa mujer, lástima que Byron no se encontrase en condiciones de probar suerte, y con una amplía sonrisa de aquellos dos organizadores, comenzó el sorteo. Agitaron su campana de forma más frenética y escandalosa, acompañando los giros de manivela, para darle más emoción y epiquismo a la situación. Hacía la situación más irritante bajo la perspectiva del muchacho, cada golpe de campana resonaba en sus oídos proporcionando unos curiosos y molestos pinchazos en su cabeza. Y así, aquel sonido del demonio paró, junto al giro de la manivela, saliendo una pequeña bola metálica de un agujero del artefacto, sobre una pequeña bandeja sobra la cual se posaba.

Dorado, un resplandeciente dorado recubría la esfera, la mayoría del público enloqueció en gritos de celebración, otros, posibles próximos participantes o simplemente ciudadanos con las imperiosas ganas de ver a alguien perder dinero, salieron de la multitud reunida cabizbajos y chasqueando sus lenguas. Aun así, eran opacados por los aplausos de los restantes que envalentonados por la situación, más de uno golpeó la espalda de Byron como muestra de apoyo, algunos con tanta fuerza que lo empujaban sobre sus pies casi haciéndolo trastabillar.

- ¡Tenemos el ganador! - Gritó a pleno pulmón agarrando una de las manos del muchacho y haciéndolo agarrar aquella esfera metálica. - ¡¿Están listos para ser conocedores del premio?! - Gritó animando al populacho, quien respondían gritando a los cuatro vientos con un claro "SI".

Por un pequeño instante olvidó su malestar y se dejó llevar por la alegría del gentío, celebrando hasta con saltos. Llevaba tanto tiempo sin un golpe de suerte, que aquello se sentía como tocar el cielo. Rió a carcajadas, y exageró tanto su victoria, que abrazó al hombre con la campana, el cual con rápidas y certeras palmadas sobre su brazo lo incitaban a parar, pues de seguir en aquel incómodo y fuerte abrazo podría acabar ahogado o con el cuello partido. Byron soltó y el hombre llevándose la mano a la garganta y respirando sofocado, con una mirada, hizo que su compañero se pusiese manos a la obra.

Debiéndose al público expectante, el que se encontraba girando la ruleta, sacó bajo el mostrador una caja, tallada en madera y con decoraciones ornamentales que combinaban distintos colores de verde con el tono de la propia madera. Sin querer demorarse, se acercó al chico de cabello violeta, y la abrió a unos cuantos palmos de su posición, mostrando el contenido acompañado de aspavientos y raros movimientos de celebración de su compañero. Desde luego, aquel duo hacía un buen trabajo en equipo, y era palpable el disfrute y empeño que le ponían a su labor, así como dejaban claro lo adictos que eran a la euforia de los lugareños.

Ante él, una delicada arma de fuego, por la longitud de su cañón parecía ser de largo alcance, aunque Byron no era ningún experto, y como podía preciarse en la cara del zagal, tampoco interés- Su felicidad se esfumó, y como si sus piernas se quedasen sin fuerzas cayó, quedando de rodillas frente al duo y la muchedumbre. Pálido, muy pálido, y abatido pues a su juicio era un premio sin valor. Intentando echarle morro a la situación, con una mueca circunstancial, una falsa sonrisa, alzó el rostro para encontrarse con la mirada dudosa y perpleja de los organizadores ante el cambio tan repentino de actitud.

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#4
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Resultaba increíble lo mucho que le gustaba al populacho de a pie ver juegos de azar, sobre todo cuando ellos no se jugaban nada, ni dinero, solo observaban por el morbo de ver quién perdía, pero sobre todo, quién ganaba. Y cuánto ganaba. El inflado misterio de cuál sería el premio gordo mantenía la atención constante sobre el juego. Airgid era un pececillo más dentro de aquella aglomeración. El hecho de que la ruleta se diera también lugar frente a una tienda de armas de fuego solo le generaba más curiosidad, como buena fan de todo ese tipo de armas, desde pistolas hasta fusiles.

Le dio ánimos mientras la ruleta giraba y giraba, acompañada por esos campanazos que solo incrementaba la emoción del gentío. Realmente esperaba en el fondo que fallase, que no obtuviera el premio, así quizás la próxima en probar suerte podría ser ella y quizás, solo quizás, podría ganarlo. No es que fuera especialmente codiciosa, pero ya tenía el gusanillo del azar dentro de ella. Tras unos segundos de expectación, finalmente salió la bolita, posándose sobre una bandeja.

Era la dorada. El público se ahogó durante un segundo en un silencio que rápidamente se rompió cuando se hicieron conscientes de la sorpresa y comenzaron a gritar de celebración. Algunos, sin embargo, chasqueaban la lengua o maldecían por lo bajo. Airgid sonreía y aplaudía. Le habría gustado intentarlo ella, pero a la vez le resultaba imposible no alegrarse por aquel hombre afortunado. Seguro que era otro aficionado a las armas como ella, seguro que le hacía la misma ilusión, seguro que aprovechaba aquel premio igual que lo habría hecho ella.

Después de generar aún más expectación, el presentador del juego reveló el premio, guardado en una caja de madera tallada con preciosas decoraciones en tono verdoso: un majestuoso rifle de larga distancia. Airgid se quedó con la boca abierta observando aquella obra de arte, se le iluminaron los ojos y comenzaron a brillarle como si fueran un par de estrellitas centelleantes. Era imposible no sentir un poco de envidia sana en ese momento, era justo lo que Airgid venía buscando aquel día en el mercado. Su rostro destacaba entre el resto, pues se la veía muchísimo más expresiva en cuanto a su ilusión y admiración por aquel premio, opacando a todos los demás del público. Una reacción completamente opuesta a la que rápidamente demostró el joven del cabello violeta, cuya decepción parecía ser tan grande que incluso se dejó caer de rodillas en el suelo. Airgid no entendía nada, cambiando su expresión a una de pura incredulidad que compartió con casi todo el público.

La gota que colmó el vaso fue lo que dijo a continuación. — ¿¡Una espada!? ¿¡Tas loco!? — La rubia no pudo contenerse más, desesperada ante la absurda situación que estaba viendo ante sus ojos. No, ese tipo no aprovecharía dicha arma en absoluto, ¡tendría que haberla ganado ella! Se acercó al fusil en sí y al afortunado pero estúpido hombre, solo por observar mejor el arma que acababa de ganarse. — ¿Es que no ves la calidá que tiene? — Apoyándose en las muletas con los codos, tomó el arma entre sus manos con toda la confianza del mundo, balanceándola un poco de arriba abajo. — Es robusto, pero má ligero de lo que parece, podrías cargarlo durante horas sin quejarte. — Le era imposible no inspeccionarlo. — Cañón de acero cromo-molibdeno, cerrojo de una sola pieza, cargador con capacidad pa' tres cartuchos en doble fila... ¡Y con visor incorporado! — Aquel sería un bonito capricho. Si tan solo hubiera sido ella... aunque la verdad es que aquel hombre no parecía demasiado interesado en ese arma. Una bombillita se le encendió entonces sobre la cabeza. — ¡Te la compro! — Le dedicó una enorme sonrisa. Airgid era una mujer que pasaba de cero a cien rápidamente, bien podía estar hace un momento triste o decepcionada, que igual de fácil se le dibujaba una sonrisa de nuevo. — Mi nombre es Airgid, por cierto. — Desde luego era una situación poco común la que se estaba viviendo en la ruleta ese día. Pocas veces alguien ganaba un premio que no quería, y pocas veces se encontraba a alguien tan entusiasta de las armas de fuego.
#5
Byron
Que me lo otorguen
Mientras Byron esperaba la respuesta de los dueños del negocio, la mujer que antes le había deseado suerte se abrió camino entre el público. No pudo evitar fijarse en la extremidad faltante, sin querer parecer descortés no la observó fijamente, el como usaba dos muletas para poder desplazarse también llamaba la atención del muchacho, aunque no tuvo fijación con esta, no hizo comentarios, el rápido vistazo fue más que suficiente, después de todo tenía otros atributos más destacables bajo la opinión del chico.

Con total confianza, y como si hubiese sido invitada a la conversación, agarró el arma y la definió detenidamente, claramente era una experta en este tipo de artefactos, o por lo menos, una fanática. La observó como explicaba las sutilezas de aquella arma, dejando al chico un poco acomplejado al sentirse un ignorante al no haber sabido apreciar el buen premio que el azar le había obsequiado. Quizá se apresuró de más al categorizarla como inservible, igual podía sacar algún tipo de beneficio si sabía jugar sus cartas.

Escuchando sus declaraciones se llevó una mano a su mentón, con un rostro pensativo, barajando la posibilidad de trabajar su puntería para así sacarla partido. Negó con la cabeza rápidamente asumiendo su falta de destreza en aquel campo, era con diferencia una de sus peores cualidades, y el camino de la espada no casaba con ir pegando tiros, la nobleza de la esgrima casa más con la mentalidad del chico.

- Entonces, si no la quieres puedes cederla y que otro prue...

Antes de terminar la frase, aquella mujer rauda como un caballo a galope, hizo una proposición a Byron, brindándole la oportunidad que buscaba. Se ofreció a pagarle por ella, los dos "estafadores" se lamentaron con susurros, a sus ojos habían perdido la oportunidad de seguir sacando tajada con el arma de fuego. No era conocedor del precio de aquel fusil, pero Byron sonrió a entender la buena suma de berries que podría llevarse viendo la ilusión de la bella mujer rubia.

Se incorporó, y dejando ver su amplia sonrisa, la quitó rápidamente el arma de sus manos volviéndolo a guardar en su trabajada caja. La cargó en sus brazos, y apoyó en su hombro para que aquella dama pudiese ver su rostro, era de mala educación dirigirse a alguien sin dejarte ver, podía significar que ocultabas tus verdaderas intenciones y en ese momento a Byron solo le interesaba mostrar transparencia y naturalidad. La mujer se presentó, Airgid, vio su rostro más de cerca al estar incorporado, definitivamente era bella y las formas de su cuerpo acompañaban lo que parecía ser una personalidad salvaje, lástima que los deseos carnales no debían interferir en los negocios.

Byron arrancó el paso saliendo apartando a los ciudadanos como podía pues tenía las manos ocupadas, no sin antes dedicar una mirada y sonrisa burlona a los que le habían otorgado su premio, y haciendo un gesto con la cabeza a aquella mujer, el hablar de dinero sin intimidad era algo de mal gusto. Ella así lo hizo, y una vez alcanzó su lento e intencional paso sonrió alegre nuevamente y dijo.

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La miró felizmente esperando su respuesta, parecía que la catastrofica suerte que había acompañado al zagal desde su llegada al calmado mar del este estaba a punto de desaparecer. Recordó que no se había presentado, y así lo hizo, acompañando este con un par de preguntas para amenizar la búsqueda, pero sobretodo para saciar la curiosidad que esa mujer había despertado en él, bendito Kilombo, le estaba ofreciendo encuentros con personas la mar de interesantes.

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#6
Airgid Vanaidiam
Metalhead
A la rubia no se le daba del todo bien esconder su ilusión. No había sido un movimiento demasiado inteligente, eso de hacer público y contar a los cuatro vientos lo valiosa que era esa arma, lo maravillosa que le había parecido. Quizás si hubiera aparecido ante él como la salvadora que le compraría esa inutilidad de arma por hacerle el favor, podría haber conseguido un precio tiradísimo. Pero no cayó en ello, la verdad. La emoción se apoderó de ella en ese momento, quitando la posibilidad de cualquier pequeño engaño, de cualquier triquiñuela.

El joven afortunado se incorporó, le quitó el arma de entre los dedos y la guardó de nuevo en la caja. La sonrisa de Airgid se atenuó un poco, ¿la había fastidiado de alguna forma? No parecía, a juzgar por la sonrisa que él también le dedicaba. Puede que no le hubiera hecho mucha gracia que se tomara la libertad de agarrar el arma, o quizás solo quería pensárselo, valorarlo debidamente antes de tomar una decisión. Las manos de Airgid volvieron a las muletas, dejando descansar a sus codos. Moverse así era un verdadero coñazo, tenía una silla de ruedas pero eso le hacía sentirse inútil. Además, caminar, aunque fuera de aquella forma, la ayudaba a ejercitarse por lo que tampoco ponía demasiadas pegas.

Sin mediar palabra, comenzó a hacerse paso a través del público. La rubia se quedó unos segundos quieta, mirándole, ¿se iba así sin más? Pero entonces le dirigió un gesto con la cabeza que le hizo entender que quería que le siguiera. La sonrisa de Airgid volvió a ensancharse a la par que hacía caso de las indicaciones del joven, abandonando la escena de la ruleta de la suerte y dejando detrás de sí a un gentío confuso y ligeramente descontento.

No tardó mucho en alcanzarle. Puede que le faltara una pierna, pero llevaba tantos años acostumbrada a caminar de esa forma que resultaba ser bastante ágil, se movía con una soltura sorprendente a pesar de todo. Escuchó su interesante y peculiar oferta y no pudo evitar soltar una risilla dulce. — ¿Resaca? Mmm... No sé mucho de medicina, pero cada vé que tengo resaca es una buena comilona lo que me la cura. — Le guiñó un ojo en un gesto de complicidad. No le importaría invitarle a comer, conocía muchos restaurantes y tabernas de buena cocina en aquella isla, al final era su lugar de nacimiento. — ¡Encantá! — Soltó al escuchar cómo se presentaba. A continuación, le preguntó acerca de su pasión por las armas. Era razonable, la verdad, ella misma se dio cuenta de que había sonado quizás un poco pedante en cuanto a su innecesaria explicación sobre aquel rifle. — Supongo que ambas cosas. Siempre me han gustao, desmontarlas, personalizarlas, tunearlas... me flipa la ingeniería que tienen. Y se podría decir que tengo buena puntería.

El camino que seguían pronto les conduciría a una calle con diferentes tabernas donde poder comer. Había para todos los gustos, tanto lugares más enfocados a la restauración, como otros más centrados en la bebida y en servir como bares. Otro buen remedio para la resaca era seguir bebiendo. Airgid no lo había comprobado nunca, pero al menos sabía que era algo que se solía decir. — ¿Eres daquí? Na, no me suenas, no puedes ser daquí. — Se corrijió a sí misma con tono divertido. No es como si conociera a todo el mundo de isla Kilombo, pero... sí que era bastante callejera. Tenía calada a mucha gente en aquel pueblo. — ¿Y siempre tienes tanta suerte? — Preguntó con curiosidad. Resultaba un joven ciertamente curioso.
#7
Byron
Que me lo otorguen
No pudiendo rechazar la oferta que aquella chica de ojos color miel y de abundante pero elegante musculatura. Byron se vio envuelto en lo que parecía ser un pequeño viaje gastronómico por los restaurantes locales. Para ser sinceros, no era lo que el muchacho tenía en mente, debido a su malestar la boca de su estómago se había cerrado tanto que seguramente para él sería imposible tragar algo sólido sin que esto recorriese el camino de vuelta en cuanto tocase sus jugos gástricos. Pero no queriendo ser descortés aceptó, con una sonrisa lo suficientemente bien fingida como para que la bella y coja damisela no se percatase de la complicada situación en la que lo había metido, aceptó.

Mientras caminaban la chica respondió sus preguntas, al parecer ambas suposiciones eran ciertas, era una apasionada de los rifles y por lo que dio a entender de forma humilde, sabía usarlos. Byron no pudo evitar pensar si, habiéndola vendido ya el arma y con ella en sus manos, la usaría para extorsionarlo y que este devolviese el dinero saliéndola el arma totalmente gratis. Negó con la cabeza siguiendo firmemente el camino, claramente no podía ser así, no parecía de esa clase de gente, aunque en los tiempos que corrían no podías fiarte de cualquier extraño que te encontrases, por muy bonito que fuese su rostro.

- Ummm, ya veo, ya veo… Entonces supongo que estoy satisfecho, en principio me valdría con cualquier comprador, pero me complace saber que a quien se la estoy vendiendo le dará un buen uso. – Le dedicó una suave sonrisa. – Así tengo la certeza de que no me están haciendo un favor, no me gusta tener la sensación de cargarle el muerto a alguien.

Circulando por aquella calle llena de vida y sazón, la hermosa chica se desenvolvía con soltura a pesar de su limitante forma de moverse. En su rostro podía verse la convicción de aquellos que conocían las calles que transitaban como si de la palma de su mano se tratase, asumió así para sí, quizás apresurándose demasiado por su parte, que su compañía era local. Siguiéndola pues era ella quien dirigía, Byron intentaba no desviar su mirada hacía sus posaderas, queriendo evitar cualquier tipo de malentendido por su parte.

Debido a guía, llegaron rápidamente al lugar, ante ellos se encontraba una abarrotada calle de puro ocio. Aún faltaba un poco de tiempo para que llegase la hora del almuerzo, y las terrazas de los negocios que vestían el lugar estaban llenas de comensales, que con el conjunto de sus distintas conversaciones inundaban el lugar con un murmullo que rompía la tranquilidad de Rostock. No pudo evitar tragar saliva al oler los distintos aromas, apetitosos cuanto menos, que impregnaban el lugar saliendo de las ventanas de aquellos coquetos restaurantes locales.

Supongo que, debido a la cara de asombro del muchacho, la fortachona y rubia señorita, al sumar dos más dos, se dio cuenta de que su compañero no era del lugar, y para asegurarse le preguntó. No era de extrañar, la cara de extranjero le delataba, curiosamente con su pregunta confirmaba su suposición anterior, aunque no esperaba encontrarse con la siguiente pregunta, más trivial y divertida, buscando crear una conversación más natural y fluida.

- Vaya, parece que el papel de hombre local en su veintena que estaba interpretando no ha sido lo suficiente bueno como para engañarte.- Dijo irónico casi aguantando la risa.- Estas en lo correcto, no soy de aquí, llegué ayer, casi en contra de mi voluntad, todo sea dicho… Es más, como forma de contestar tu segunda pregunta, llegué aquí desde muy lejos al ser arrestado por unos cutres marines que se burlaban de mí cada vez que tenían oportunidad. Al llegar a la base del G – 23 los superiores de aquellos tipejos se dieron cuenta de que no tenían motivos reales para capturarme, así que podría haberme ahorrado todo este lío jeje.- Dejó escapar una pequeña risa mientras cogía aliento. – Supongo que lo dejo a tu elección, ¿es buena o es mala? Juzga tu misma.

Cuando dijo eso, pudo observar un restaurante que llamó su atención. En su terraza un hombre comía de forma vivaz una caliente sopa llevando una cuchara de madera a su boca. Sus tripas rugieron con un claro sonido de forma totalmente inesperada, después de todo él creía que su apetito estaría totalmente apagado durante unas cuantas horas más. Ambos lo escucharon y un gesto tímido se dibujó en el rostro del chico, dándolos a entender que había encontrado el lugar perfecto para llenar el buche.

Con un breve gesto pidieron mesa al hombre que atendía el pequeño negocio, y sin prisa, pero aun así sin hacerlos esperar los indicaron la mesa que podían tomar asiento.

Con educación y amabilidad, sin querer ser condescendiente, agarró una de las sillas para ofrecerle asiento a su compañera de degustación. No tenía ni idea de cómo iba a ser interpretado aquel gesto, pero simplemente le nació hacerlo.

Con el apetitoso cuenco de sopa sobre la mesa, Byron usó la cuchara para deleitarse con el primer bocado. Siendo sincero, se la esperaba mejor por como reaccionaba el comensal que antes había observado momentos antes, aun así, era innegable que aquella comida calmaba la acidez de su estómago. Seguramente esto era a lo que se refería con que una buena comida lo curaba todo. Dejando reposar la cuchara sobre el cuenco medio vacío, la miró con curiosidad y decidió seguir la conversación donde antes la habían dejado.

- Tenías razón, la sopa me ha calmado el ardor de estómago, igual ahora con un beso se me quita el dolor de cabeza.- Dijo totalmente de coña para terminar de romper el poco hielo que quedaba. – Es coña, es coña, tranquila… Bueeeno, tengo pensado dejártela en 400.000, no soy tonto sé que estas cosas pueden llegar a valer 750.000 a por ahí.- Dijo marcándose un farol y diciendo un precio menor del que esa arma poseía, no tenía ni idea.- Pero antes de seguir, la curiosidad me está matando… No quiero ofenderte, eres libre de no responder, ¿Qué sucedió?- Dijo medio señalando la pierna faltante de aquella mujer.
#8
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Al parecer, a Byron le agradó saber que Airgid podría darle un buen uso a aquel arma. Bueno, en realidad parecía más que le daba un poco igual, pero de tener que elegir... pues al menos que pudiera aprovecharla. Aunque la realidad es que a la gente lo que más le interesaba era el dinero. Si el aficionado a las armas te ofrecía menos dinero que el que solo la iba a usar como decoración, la mayoría de las personas eligirían lo segundo. Pero bueno, al menos el detalle estaba ahí. Y no, Airgid no es que fuera tremendamente rica... de dinero, quiero decir, pero sí que tenía unos ahorrillos. Y estaba dispuesta a ponerlos sobre la mesa. — No usar ese arma debería ser considerao un pecao. Yo prometo haser unos cuantos agujeritos con ella. — Le dirigió un guiñito cómplice. No había especificado a qué... o a quién le haría esos agujeros, no tendría porqué asumir que planeaba hacerle daño a nadie. Puede que fuera una aficionada a la caza, o al tiro al plato. También podía ser una pirata, una rebelde, ¿quién sabe? La duda se quedaría en el aire.

La calle por la que circulaban estaba llena de vida. A cada segundo que pasaban llegaban a ella nuevos y diferentes olores, provenientes de los distintos locales por los que iban pasando. Servían todo tipo de comida, para todos los gustos, desde los más refinados hasta los más comunes y baratos, que no malos. También había simples bares, donde lo que servían se encontraba más centrado a el alcohol y la bebida con solo unas pocas tapitas disponibles de cocina por si a algún borrachillo se le abría el apetito no tuviera que irse a otro local. Airgid había pasado muchas veces por aquellas calles, había parado en casi todos los restaurantes, a excepción de los más caros, claro. Muchos también habían cambiado de dueño, de nombre, de tipo de comida... Y otros, sin embargo, permanecían como habían estado durante toda la vida, desde que la rubia era solo un mico.

Airgid se mordió la lengua ligeramente con las muelas mientras escuchaba a Byron contar la resumida y divertida historia que le había traído a Isla Kilombo. Decía haber llegado allí desde muy lejos, apenas ayer, y contra su voluntad, cuanto menos. Y ahí enlazó con su pregunta acerca de si siempre solía ser tan afortunado. Unos marines que al parecer conocía ya con anterioridad le arrestaron y le arrastraron a la base marine de la isla, lugar donde se dieron cuenta de que no tenían un motivo real para encerrarle o ponerle una recompensa. Le dejó a la rubia la potestad de juzgar si aquello había sido mala o buena suerte. Ella hizo un gesto de duda, mordiéndose ligeramente el labio inferior. — Mmm... parese como si se te hubiera compensao de alguna forma esa mala suerte inicial. Ni pa' ti ni pa' mi. — Le dedicó una sonrisilla.

Realmente Airgid no estaba segura de dónde parar, porque no conocía los gustos de su nuevo amigo. Pero ambos sintieron una conexión y un impulso casi instantáneo cuando vieron a aquel hombre comiéndose desesperadamente una sopa caliente. A Byron le rugieron las tripas, lo que desató una leve risilla en la rubia. Cuando los estómagos hablaban, poco más había que añadir. Estaba decidido, ya tenían plato que pedir. Además Airgid, sorprendentemente, no había probado nunca comer en ese restaurante. Le llamó la atención que fuera él el que se adelantara a ofrecerle asiento, apartando un poco la silla donde iba a sentarse. Era un gesto tan de... ¿caballeros? Pocas veces le habían dedicado algo así antes a la rubia, y era una tontería, de hecho no solía ser de su agrado que se preocupasen por ella, como si dieran por hecho que no podía valerse por sí misma. Pero ocurría tan poco, y notó en él que había sido con una buena intención, que le fue imposible enfadarse o decir nada. — Gracias. — Dijo sin más, con una sonrisa más suave. La gente rápidamente solía olvidarse de que le faltaba una pierna gracias a la energía que derrochaba, a lo autosuficiente que era, estaba acostumbrada a buscarse ella sola las habichuelas. Lo prefería así. Pero de vez en cuando, no podía negar que se sentía bien que te atendieran un pelín.

Ambos se pidieron lo mismo, cómo para no hacerlo después de ver el espectáculo de aquel señor. Y ambos quedaron ligeramente... decepcionados. Estaba rico, pero no tanto como se habían esperado. Igualmente, cuando el hambre llamaba, casi cualquier cosa entraba, y Airgid era una mujer de buen apetito y que le gustaba comer casi de todo, así que continuó con su sopa, pensando ya incluso en el postre que se iba a pedir después. Haciendo una pequeña pausa, Byron retomó la conversación, haciendo una bromita sobre que solo le faltaba un beso para ya sentirse pleno. Airgid no le tomó en serio, se rió de hecho, las bromas no solían ofenderla y menos cuando eran halagadoras. Pero rápidamente el chico afortunado cambió de tema, poniendo un precio sobre la mesa. Antes de preguntar sobre la historia de su pierna, de una forma demasiado cuidadosa que no era necesaria, era normal que tuviera curiosidad. — De 750 a 400, ¿eh? es una buena rebaja, además de contarte mi historia, claro. — Jugueteó un poco con la cuchara, removiendo la sopa. No le gustaba mucho hablar de sí misma. Se mordió un poco la lengua antes de comenzar. — No es una historia demasiao increíble... tenía unos... dieciséi años cuando unos pirata vinieron a la isla y comenzaron a saqueá el pueblo. Seguramente se pensaban que los habitante de aquí serían uno debilucho, que el asunto sería cosé y cantá, pero el pueblo trató de defenderse. Obviamente con la ayuda de lo marine, que pa algo tienen que serví de vé en cuando. En fin, yo en aquel entonse no era muy... parte del pueblo. Vivía en el bosque con unos colega, renegaba un poco de tó esto, de la civilización, se podría decir. Pero aún así, es mi isla, ¿sabes? Teníamos que defenderla. Así que eso hicimos. — Le dio un traguito a su cerveza, antes de continuar. — Fue durante el fuego cruzao, como se le llama. Estaba donde no tenía que estar, y un par de balas me dieron de lleno en una zona mu mala, cerca de la rodilla. Se me puso hecho un cristo y la única solución fue cortar. — Hizo el gesto de cuando cortabas carne. — Con una sierra. Dolió un coño, pero creo que gracia a eso ya no tengo miedo al doló, en general. No creo que nada duela má que eso. — Sonreía, a pesar de haber recordado un momento como ese. Porque eso no fue lo peor, lo peor fue tener que aprender a vivir de una forma a la que no estaba acostumbrada, completamente diferente. Era una nueva vida. Y le costó años aceptarla y valorarla. — Pero me las apaño bien. No es ningún drama. — Tampoco quería que ahora el tono de la conversación hubiera bajado después de tal historia.
#9
Byron
Que me lo otorguen
Durante la merendola, Byron había consumido ya dos jarras de agua fría. Aun así, pidió una tercera, ante el gesto descontento del camarero que servía su mesa, pues, le estaba haciendo hacer más viajes de lo que le gustaría, y posiblemente no fuese el último. Vertió esta agua por su garganta para saciar aquel molesto sentimiento, mientras esperaba pacientemente la respuesta de su acompañante, que por un momento parecía dudar si abrirse ante él. No la culpaba, la pregunta que hizo el muchacho era lo suficientemente personal como para no ir gritándola a los cuatro vientos.

Esperando su respuesta se fijó totalmente en ella, sus pequeños gestos, su forma de mover y esconder sus ojos, sus largas pestañas, incluso podía notar la pequeña costumbre, extraña pero ¿sexy? De morderse la lengua, quizás era fruto del nerviosismo, o igual simplemente algo que hacía sin intencionalidad, como cuando hablando alguien usaba muletillas. Alzó la mirada para encontrarse con los atentos ojos violetas de aquel chico que la miraban atentamente, y Byron vio como sus apetecibles labios comenzaban a moverse, expulsando su ansiada repuesta por ellos.

La contestación hizo que el zagal se extrañase, ¿había pedido poco? Ni un solo intento de regateo, quizás por eso había tardado en responder, igual estaba esa duda que había percibido en su rostro no era más que la incredulidad ante el precio tan ridículo que estaba pidiendo. Bueno, lo hecho, hecho estaba, y conociendo las ganas de aparentar del muchacho, le sería imposible retirar la oferta después de que ella hubiese aceptado, eso le haría quedar claramente mal, y no podía permitirlo.

Seguidamente, ahí estaba la respuesta que verdaderamente quería escuchar, si historia, como perdió la pierna la magnética belleza que tenía enfrente. Hizo un gesto de pausa, para que no comenzase aun, quería disfrutar el relato después de la no muy buena, pero cumplidora comida. Rebuscó por sus bolsillos hasta finalmente encontrar su pequeña y gastada pipa, con una bolsita pequeña atada con un lazo en su cánula, donde guardaba el barato tabaco se acostumbraba a fumar en ocasiones especiales. Colocando en el interior de su cazoleta el producto necesario para su utilización con un palillo, sacó uno de los fósforos, y encendió con este aquel apresurado vicio.

Se tomó unos segundos de relajación al dar aquella primera calada, soltando el pálido humo lentamente por su boca, como si fuese un ritual que siempre realizaba en la primera aspiración. Dándose cuenta de lo claramente mal educado que estaba siendo, hizo un gesto con la mano, animándola a proseguir, con un gesto incómodo en el rostro, que buscaba la compresión de la chica, parecía tener escrito en la frente “no me lo tengas en cuenta, por favor”.

-Disculpa, disculpa, quería disfrutar tu historia de la mejor forma.- Terminó disculpándose finalmente.

Lo que entró por sus oídos fue el ejemplo claro de una buscavidas, no era malo, de hecho, siempre venía bien conocer las calles y que tipo de peligros te podías encontrar, era como un tipo más de inteligencia, la pillería era algo que atesorar. Tampoco entró mucho en detalles, quizás es que no había más que contar, a veces la vida era cruda y directa, sin matices que diesen contexto. El destino simplemente decidió que ella perdería la pierna, cualquier cosa que hubiese hecho posiblemente hubiese sido en vano, la llegada de esos piratas sería la mala suerte haciendo acto de presencia.

El joven Solarian no pudo evitar poner cara de angustia al escuchar la parte en la que narraba su corte de extremidad, acompañado de un visual movimiento con sus manos, por un momento hasta creyó estar escuchando los gritos de dolor y el serrar violento de la pierna. Byron podía imaginárselo, se sentía identificado, él también había perdido partes de su cuerpo, y podía entender lo doloroso que podía ser. Como gesto comprensivo, aunque no fuese necesario por el ambiente, pues seguía siendo claramente animado y juvenil, Byron le pasó la pipa con la cazoleta aun ardiendo.

-DALE UN PAR DE CALOS PARA PURIFICAR EL ALMA. ¡Y TÚ!- Señaló al camarero sin que este lo esperase, levantándose de su silla, llamando un poco la atención de los presentes. – ¡Tráenos la carta de postres! – Y volvió a sentarse, acomodándose en su silla casi tirada, como si estuviese en su casa, cómodo, relajado. – La verdad que ha sido una vida difícil por lo que cuentas, aunque viéndote, tengo claro que no te dejas amedrentar y que si volviese a suceder algo así, volverías a intentar salvar tu isla… No hay más que verte, no quiero sonar complaciente, no busco llevarte a la cama por ahora, así que soy completamente sincero jaja.- Rio por la broma que él mismo acababa de hacer, bastante triste por su parte.- Simplemente viendo tu cuerpo trabajado a pesar de esa lesión, unos brazos y glúteos como los tuyos no se consiguen quedándose en casa victimizándose, no sé si será por búsqueda de venganza y siendo sincero, me da igual, sea cual sea el motivo lo encuentro admirable.- La miro de arriba abajo analizándola una vez más.- Nah, desde luego no parece que te afecte, eres fuerte y tienes convicción en tu mirada… Me gustas, me gustas, aunque pensándolo fríamente, con los avances tecnológicos que hay hoy en día, no tardaran en salir al mercado prótesis mecánicas, igual, llego a tardar unos meses en encontrarme contigo y hubieses encendido la pipa con el soplete de tu talón jaja.- Dijo desvariando un poco.

Pusieron los postres en la mesa, unos dulces locales, y alguno que otro más, quizás el camarero se acojonó de más y decidió sacar todo lo que tenía al sentirse intimidado por el muchacho. Realmente el único que conocía el chico con cabellos violetas, era la clásica tarta de queso, que presidía la mesa sin pretenderlo, destacando por encima del resto sin con facilidad y elegancia. La suave y fina capa de mermelada, de frambuesas y arándanos para ser exactos, hacía que reflejase la luz dándola un aspecto brillante y limpio. Lo que era el cuerpo, y plato principal, se derramaba ligeramente por su cremosidad, pero no era lo suficientemente líquida como para perder su forma, solo lo junto y necesario para provocar el salivar de aquellos dos que la observaban con deseo. Como toque final, la fina y crujiente capa de galleta machacada, aderezada con un poco de mantequilla derretida para que esta se apelmazara formando la base. 

Antes de darse cuenta, se había dejado seducir por aquel manjar, pudo comprobar que Airgid también había sido cautivada por la apariencia de aquel postre. Pudo percatarse de esa deseosa mirada que la dedicaba, incluso la pequeña manía que la mujer tenía de morderse sutilmente la lengua, parecía descontrolada por las aparentes ganas de darle un mordisco. La ofreció una cucharilla y él se quedó con otra, para dar aquel deseado bocado. 

Las cucharas se hundieron con una facilidad natural por la suave textura de la tarta que los complacía con su apariencia. Una pequeña porción en sus instrumentos metálicos, compuesta de las tres capas que componían aquella maravilla para la vista. Haciendo más espectáculo del que realmente merecía, y compenetrados, se miraron antes de llevarlo a la boca, asintiendo, dejándose llevar por la absurdez del momento. Lo metieron en su boca, parecía que un pequeño ángel había decidido a acariciar con mimo el paladar de ambos individuos, de la emoción, a Byron casi le caían lágrimas de los ojos mientras saboreaba concentrado, elevando su rostro a lo más alto, notando ese pedacito de cielo con sabor a dulce queso se deshacía en su boca. 

Ante aquel momento de conexión absurda pero íntima, Byron no pudo evitar decirlo, no aguantó las ganas, y soltó lo que llevaba un rato queriendo decir al haberse encontrado con alguien que captaba tanto su atención. 

-Mi próximo objetivo es ir a Logue Town… ¿No te rentaría ver el mundo? Sí, es una propuesta, si aceptas esto será para ti totalmente gratis, pero por favor, no lo tomes como un intento de extorsión o algo parecido, eres libre de rechazar.- Y la sonrió, con la pequeña cuchara metida en la boca.
#10


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