Hay rumores sobre…
... una isla del East Blue donde existen dos escuelas de combate enfrentadas. Estas escuelas hacen especial referencia a dos personajes de la obra original.
[Común] [C-Pasado] Diamante en bruto
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Día 7 de Otoño del año 714

¡Dejarme en pá! — Gritó Airgid, justo antes de recibir un nuevo puñetazo en la boca del estómago que le hizo escupir un poco de sangre. — Esto te pasa por intentar robarnos. — Eran un grupo de cinco chavales cuyas edades rondarían los diecisiete años, alguno arriba o alguno abajo. ¿El contexto de todo esto? Ahora mismo te lo explico.

Una joven Airgid de unos quince años había decidido con unos pocos de sus amigos embarcarse en un viaje hacia isla de Dawn. No es que ninguno de ellos supiera navegar, pero se colaron de polizones en un barco de mercancía. Sería algo temporal, una aventura pero con una misión en mente. Airgid se dirigía allí con la idea de aprender más sobre mecánica e ingeniería. En la isla comenzaba a aflorar grandes industrias de todo tipo, desde la electrónica hasta la química y la constructora, por lo que llamaba bastante la atención de la joven aprendiz. Los otros dos amigos que la acompañaban iban un poco para asegurarse de que no estaba sola y de que no le pasaba nada, además también aprovecharían para ganar algo de dinero y aprender cosas nuevas, igual que ella.

El caso es que la chica se encontraba en la zona del vertedero. Era un lugar por lo general asqueroso y donde no podía encontrarse nada de mucha utilidad, si lo que buscabas era algo elegante o caro, claro. Pero no era su caso, Airgid estaba interesada en viejos electrodomésticos o piezas rotas a las que poder sacarles algún provecho, reutilizar sus partes para poder crear e inventar cosas nuevas y así poder probar los conocimientos que iba adquiriendo de la isla. El único problema es que no conocía la isla, y no sabía que en el vertedero había unas normas especiales y diferentes. El lugar estaba lleno de bandas que constantemente peleaban entre ellas por territorio o por pertenencias, Airgid sin querer se acababa de meter en el terreno de una ellas, tomando objetos que no le pertenecían.

Total, que se ofendieron por la osadía de la joven rubia, sumado al carácter valiente y a veces estúpido de la rubia, acabaron entre todos pegándole una paliza y aprovechando para robarle a ella en su lugar, sacando las cosas del interior de su mochila. Un par de ellos la sujetaban de los brazos para que no se moviera, otro inspeccionaba sus pertenencias, otro más vigilaba la zona y el último se dedicaba a pegar a la rubia cada vez que intentaba abrir la boca para decir algo o quejarse.
#1
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker

Hammond es un gigante imponente, de cinco metros de altura, con cabellos rubios que caen como una cascada dorada, reflejando su herencia nórdica. Desde joven, siempre sintió una fuerza indómita en su corazón, pero esa misma fuerza lo llevó a ser expulsado de Elbaf, la legendaria isla de los gigantes, tras un incidente que aún se mantiene envuelto en sombras. Con el viento a su espalda y la incertidumbre en su alma, Hammond se lanzó al mundo exterior, decidido a encontrar un propósito más allá de las fronteras de su tierra natal. En su primera parada, llegó a una pequeña isla en el Archipiélago Inuksu, donde su tamaño generó tanto admiración como miedo. Aquí, Hammond trabajó como pescador para una aldea que lo acogió, aprendiendo sobre la humildad y la necesidad de controlar su descomunal fuerza. Pero las ansias de aventura lo impulsaron a seguir adelante, dejando atrás la quietud de aquella isla. En su camino, Hammond navegó por los mares del sur, enfrentándose a piratas que intentaron capturarlo por su valor como guerrero gigante. En una feroz batalla cerca de las costas de Rivia, hundió el barco pirata de Dorkun el Sanguinario, ganándose fama en los círculos piratas. A pesar de las victorias, su corazón seguía inquieto. Llegó a la Isla Serpiente, donde se topó con una tribu guerrera. En su afán por ayudar a los locales, Hammond acabó luchando contra una criatura gigantesca que había aterrorizado a la región durante generaciones. Tras derrotarla en un duelo épico, la tribu le ofreció quedarse, pero su espíritu errante lo empujaba a seguir buscando respuestas.

En su siguiente travesía, Hammond se unió a una tripulación de mercenarios para cruzar el Mar de Huesos. Durante esta travesía, la vida en altamar lo moldeó aún más como navegante, y empezó a conocer la verdadera amplitud y peligros del mundo. Aquí, conoció a un joven cartógrafo llamado Arvin, quien le habló de una isla perdida llamada Dawn, situada en la otra punta del mundo. Era un lugar donde se decía que la naturaleza florecía sin restricciones, sin mencionar el basurero ... y donde se encontraban respuestas a los misterios de la vida que requería en ese instante. La historia de Dawn encendió una chispa en el alma de Hammond, llevándolo a buscar la isla como su próximo destino. Pero su camino estuvo lleno de obstáculos, monstruos marinos, tormentas salvajes y traiciones entre aliados. Finalmente, tras un largo y peligroso viaje, vislumbró Dawn. Aquí es donde se encuentra ahora, buscando descubrir los secretos que han atraído a tantos, y quizá, encontrar su propio lugar en el mundo.


La juventud de Hammond se reflejaba en la poca cantidad de objetos que tenía encima. Vestía con una armadura mucho más tosca que en la actualidad. Y que encima cubría menos. Aún no portaba a Rompetormentas, ni tenía su particular casco con alas plateadas, pero si comenzaba a juguetear con una akuma que había ingerido hace unos meses, una akuma que lo cambiaba todo completamente. Estaba en un vertedero de una isla desconocida para el. ¿Que como llegó hasta allí? esa sería una larga historia que de momento mejor no desvelar. Sus cabellos rubios le llegaban casi hasta la mitad de la espalda, su cuerpo no tan voluminoso como en la actualidad, dibujaba un contorno muchísimo más definido, más atractivo para la media se podría decir. Un bestia musculosa era mucho menos "atractiva" de media para la mayoría de mujeres, más bien un físico equilibrado solía atraer más las miradas, en el buen sentido.

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Con ese día habían pasado seis desde su llegada. Seis largos días en los que se dedicó a buscar en la basura para intentar conseguir material que intercambiar por otros objetos. Tenía la razón horaria completamente distorsionada, llegando al punto en el que ni sabía donde estaba, ni por qué estaba allí, ni siquiera por qué seguía jugando a la compra y venta de material que le daba completamente igual. Suerte tenía que la pesca no le faltaba, un condicionante fundamental para mantener su buena salud física. Escuchó algo de ruido al otro lado de una montaña gigantesca de basura. El nórdico, que iba sin calzado, cual salvaje, apoyó su brazo sobre lo que parecía una bolsa de basura repleta de objetos de plástico. Se escondió brevemente al poder ser visto, pero nadie se percató de su presencia. El viento salado del océano azotó el rostro de Hammond, el Bucanner que provenía de Elbaf, se aferraba con firmeza al timón del pequeño barco pesquero hace unos días. Las velas crujían bajo el viento, y el sonido de las olas golpeando el casco era su única compañía, además de la de sus compañeros en el barco pesquero ... Llevaba semanas viajando de isla en isla, en busca de nuevas tierras (aunque nunca llevando el timón, salvo ese día) que explorar y, quizás, de algún tesoro perdido en las profundidades del mar, entre pesca y pesca. Sin embargo, aunque su fuerza era increible y su tamaño imponente, la vida en alta mar siempre tenía sus retos, especialmente para alguien como él, acostumbrado a vivir entre los gigantes de su patria. Un día el barco pesquero en elq ue viajaba llegó a una isla que no reconocía en los mapas antiguos que había conseguido en un puerto anterior. Los lugareños llamaban a esta tierra "Dawn". Al poner un pie en tierra firme, Hammond notó que las personas lo miraban con mezcla de curiosidad y temor, algo que ya le era familiar por su tamaño colosal. Sabía que en esas situaciones lo mejor era sonreír y mostrarse amistoso, así que, con una carcajada atronadora, levantó la mano para saludar, fue en ese instante en el que ya no podría salir de la isla. Pocos días después, conoció a Josis y la historia se volvió una pesadilla.


¡Están atacando a una niña! — Casi que se culpó mentalmente. — Debo intervenir ... — ¿Intervenir? eso le haría perder tiempo para seguir recolec ... — ¡MIERDA! — Estalló. No necesitaba recolectar nada más, lo que necesitaba era salir de ese círculo vicioso en el que se acostumbró a vivir. Agarró una máscara curiosa que se cayó de la bolsa de plásticos y se la pegó en la cara. Venía con su goma de pollo y todo. Era la imagen de un hombre calvo, con barba pronunciada, pero con gesto cansado, casi de amargado emocionalmente. Le colgaba un hierro de la nariz, a modo de hombre sumiso. Una imagen extraña, decadente. El cuerpo de Hammond se elevó en los aires gracias al poder de su akuma, liberando gas por la planta de sus pies hasta volver sus piernas del elemento. Tanto ascendió que su cuerpo se desplazó un par de decenas de metros, hasta caer en la escena en cuestión.

Los tipos soltaron a la chica o por lo menos dejaron de golpearla para pararse a mirarlo. Hammond, que en este momento de su historia no sabía hablar aún el vulgar idioma humano, se expresó en la lengua de sus ancestros. — Hvordan tør du plage en liten jente... Du er det verste livet har å by på. Jeg, Hammond, dømmer deg til... Rømme.— Rugió.
#2
Airgid Vanaidiam
Metalhead
¡Pero si no os he robao ná! La basura no es de nadie. — Gritó Airgid, todavía protestando por aquella injusta paliza que estaba recibiendo, tratando de zafarse del agarre de los dos tíos que la retenían indefensa. El chico frente a ella le dio un nuevo puñetazo, uno que ya apenas le dolía, era como llover sobre mojado. — Mira no sé si es que eres tonta o gilipollas, pero esta es nuestra zona y te has metido donde no debías. — Le estaban desvalijando toda la mochila. Que tampoco es que Airgid llevara mucha cosa de valor encima, no valor monetario, pero sí sentimental. — ¡Gilipollas, cabrón, feo, mamón, pestoso! — Respondió Airgid sin más, sabía que discutir o intentar entenderse con ellos era perder el tiempo, así que se limitó simplemente a insultar con cada tontería que se le ocurría. Los golpes iban y venían al unísono que seguía soltando apelativos tan bonitos por la boca. — ¡Huevón, enano, calvo, mariquita! — La sangre le salía por la nariz y por la boca, apenas sentía el abdomen y tenía la cara ardiendo, pero le daba igual.

Por suerte, apareció de repente un héroe enmascarado. La cara de aquella máscara era cuanto menos... curiosa. Mostraba el rostro de un hombre calvo y barbudo, con un hierro en la nariz. Pero lo más curioso de todo era la gran altura de aquel rescatador, ¿cuánto podría medir? ¿Tres metros, cuatro? A su alrededor se liberó un extraño gas, ¿había tirado alguna bomba? La verdad es que Airgid estaba tan desorientada y aturdida por los golpes que había recibido, que para ella todo ocurrió de forma muy rápida y confusa, sin poder fijarse bien en lo que pasaba.

Los dos tipos que la sujetaban la soltaron rápidamente, asustados ante la visión de aquel monstruo enorme que además se dirigió a ellos en un idioma muy extraño y desconocido para todos los presentes. — ¡Vámonos, corre! — Gritó uno de ellos, y sí, se llevaron algunas de las cosas de Airgid con ellos, pero al menos dejaron su mochila en el suelo con la mayoría de los objetos desperdigados por ahí. Tirados, como si fueran basura, pero al menos no robados. La rubia cayó al suelo, incapaz de sostenerse en pie. Y a pesar de lo magullada que se encontraba, sonreía como una tonta, con algunos dientes manchados de rojo. — Jaja... sí que son mariquitas... — Su pequeña y delgada figura enseguida se vio eclipsada por la gran sombra que proyectaba aquel hombre sobre ella, demasiado llamativa como para no mirarla. Aunque tenía la visión nublosa, no estaba entendiendo nada sinceramente. — Gracias, montañita. — Dijo mientras intentaba saber si aquello que veía era su rostro de verdad o una máscara, no podía diferenciarlo bien. La joven llevaba el pelo largo, casi por la cintura e iba vestida con unos shorts vaqueros, un par de botas marrones de trabajo y un top negro bastante sencillito. Se notaba que vivía y vestía con lo justo.
#3
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker

Su vida en Elbaf, la isla de los gigantes, aparecía ante él como un sueño lejano y difuso, casi como si fuera de otra vida. Fue un lapsus ... Pero dentro de esos recuerdos, había una imagen que nunca pudo olvidar, Nosha, la diosa de la muerte, a quien veneraba desde joven. La relación de Hammond con Nosha era complicada. Los gigantes de Elbaf no solían adorar a dioses oscuros, su sociedad celebraba el valor y la gloria en la batalla, adorando a deidades de fuerza y victoria. Sin embargo, desde niño, Hammond sentía una conexión profunda y misteriosa con la muerte, no como un fin trágico, sino como una inevitable conclusión de todo lo que existía. Y fue en uno de sus momentos más oscuros en Elbaf, mucho antes de ser exiliado, cuando Nosha apareció por primera vez en sus sueños. Era un sueño que, aunque borroso, se repetía constantemente. En él, estaba solo en un campo de batalla devastado, con sus compañeros gigantes caídos a su alrededor. El cielo era de un negro profundo, y la luna parecía sangrar. Entre las sombras del horizonte, surgía una figura femenina de proporciones colosales, con una capa negra que ondeaba como un velo en el viento. Nosha, la diosa de la muerte, se acercaba lentamente, sus ojos brillando con una luz espectral. En ese sueño, Hammond no sentía miedo, sentía paz. La diosa lo miraba, y con una voz que resonaba en su ser, decía: "Todo lo que empieza, debe terminar. Pero el fin no es derrota, es renacimiento." Desde entonces, Hammond supo que su destino estaba marcado. Nosha se convirtió en su guía silenciosa, una presencia que sentía cuando estaba cerca de la muerte, en las batallas y en los momentos de soledad. Fue después de aquel sueño recurrente que decidió llevar siempre consigo un pequeño amuleto en forma de cuervo, símbolo de Nosha, para recordar que la muerte no era algo a temer, sino algo a respetar y comprender.

Antes de ser expulsado de Elbaf, Hammond tuvo otra visión de Nosha, mucho más vívida que cualquier sueño anterior. En esta ocasión, estaba en un acantilado al borde del mar, con el viento rugiendo a su alrededor. La diosa apareció ante él, con una presencia aún más imponente que en sus sueños anteriores. Le habló de un destino fuera de Elbaf, de un exilio que lo llevaría a lugares lejanos, donde su verdadera fuerza y propósito serían probados. Nosha le advirtió que tendría que enfrentar la muerte varias veces en su camino, no solo la suya, sino la de aquellos a quienes amaba y aquellos a quienes debía derrotar. "Tu viaje no será fácil, pero cada paso te acercará a tu destino final", le susurró. Esa fue la última vez que vio a Nosha mientras estaba en Elbaf. Poco después, los eventos que lo llevaron a su exilio se desataron, y Hammond se vio obligado a abandonar su hogar. Aunque vagamente recuerda los detalles de su partida, lo que nunca ha olvidado es la presencia de Nosha, y esa sensación de que cada batalla, cada decisión, lo estaba llevando hacia un destino mayor, uno que solo la diosa de la muerte conocía por completo.

Ahora, en Dawn, Hammond siente que está más cerca de comprender ese propósito. Los misterios de la isla y las sombras que acechan en cada rincón le recuerdan constantemente las palabras de Nosha. Cada vez que se enfrenta a una decisión crucial o a un peligro mortal, siente la mirada de la diosa sobre él, como si estuviera evaluando su progreso. Y, en lo más profundo de su ser, Hammond sabe que algún día volverá a ver a Nosha, pero esta vez no será en un sueño, sino en el momento en que esté listo para enfrentar su destino final.


La imagen para Hammond era importante o al menos lo era para Olaf, uno de sus maestros, El consejo que aquel anciano daría a Venture hace años sería el de "No te dejes ver fácilmente" y por eso siempre intentaba tener la cara cubierta cuando se metía en problemas. Los hombres, ante la presencia del nórdico, escaparon. Y cómo no hacerlo. Ambos pies de Hammond se introdujeron en basura, debido al peso que este tenía, el cual a ojo podía andar por los trescientos kilos. Imagínate ganar doscientos de puro músculo en solo diez años. Como si fuera un héroe, alzó los brazos, pero no celebró, tan solo se puso hacer poses de culturista. — ¡Jeg er Hammond, den uovervinnelige! — Dijo alegre, seguro de si mismo. Se sentía algo ridículo con la máscara aquella de perdedor, así que buscó en los alrededores algo que cubriera su rostro mejor. El sustituto fue un cubo de metal al que le hizo dos agujeros con los dedos en los ojos. Literalmente con un dedo abrió el metal como si fuera de plástico.

Las palabras en aquella lengua aún le costaban, tenían un tono lánguido y poco recto, como una serpiente en el Jorm. Debido a su falta de entendimiento, no comprendió muy bien lo que decía Airgid. — Jeg vet, jeg vet. Du trenger ikke si det. Mye ingenting. — Caminó un par de pasos hacia ella. La miró bien, era una joven apañada. Cual saco de patatas la tomó por la cintura y se la colocó al hombro. — Og nå la oss gå. Jeg vil samle tjenesten. — Comenzó a caminar en dirección a la costa de la isla, donde se ubicaba una chabola de cuatro cartones y dos mantas. Según las costumbres que había podido apreciar, si una mujer pedía ayuda y se la dabas, los humanos podían utilizarla para el sexo. En aquel basurero se encontraba lo peor de lo peor. Humanos capaces de aprovecharse del débil sin miramientos. Hammond calló, escuchó, observó e intentaba aprender. No le vendría mal compartir culturas, tenía que abrirse a nuevas experiencias. Al parecer y por suerte, era una mujercita ya. Ya estaba por maldecir que realmente se tratara de una niña. Por mucha cultura que fuera acostarse con una chiquilla, Hammond tenía ciertos límites que no estaba dispuesto a sobrepasar. Por lo que veía, lo que aprendió en aquellos días, utilizar de esa manera a las mujeres era cultural, podía pasar por ese aro, no por todos.
#4
Airgid Vanaidiam
Metalhead
La rubia se frotó los ojos, tratando de aclarar su visión, poder ver mejor quién era aquel hombre tan grande que la había ayudado. Observó con curiosidad cómo comenzó a adoptar posturas de culturista mientras decía unas extrañas palabras. No, no es que tuviera un acento diferente, es que directamente hablaba en otro idioma que Airgid no conocía. Aún así sonrió, parecía haber dicho algo positivo, o al menos parecía feliz por el tono de su voz y esas poses de victoria que le estaba dedicando. La chiquilla se rió un poco, era una escena tan inverosímil la que estaba viviendo que no estaba segura de si estaba alucinando o si estaba pasando de verdad.

Airgid ni si quiera trató de levantarse del suelo, observando el curioso comportamiento de su salvador. Cambió su rostro por otro, colocándose ahora un cubo de metal con agujeros para los ojos. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que efectivamente, se trataba de una máscara, pero aún no llegaba a imaginar el por qué no quería enseñar su verdadera cara. El hombre volvió a hablar antes de acercarse a ella un poco más. La rubia parpadeó rápidamente, terminando de recuperar la normalidad de su visión. — ¿Qué? — Preguntó sin más, pero la única respuesta que obtuvo fue ser tomada en brazos. Como si fuera una muñequita de trapo, como si no pesara nada, aquel hombre la subió hasta colocarla encima de su hombro. — ¡Hey! — Se quejó un poco, pero a la vez no opuso mucha resistencia, pensó que quizás la ayudaba a salir del vertedero y volver a las calles del pueblo, o al bosque en su defecto. No pudo evitar fijarse en los enormes músculos de ese cuerpo, lo definidos que estaban. Aquello la intimidó un poco, pero también le... ¿interesó? Se mordió la lengua, pensando en las proezas que podría hacer con unos músculos como esos. "La montañita", como ella le había llamado, volvió a decir un par de frases en aquel desconocido idioma. — No te pillo na', amigo. — Dijo ella sin perder la sonrisilla, consciente de que él tampoco entendía ni papa de lo que ella decía.

Su enmascarado salvador acabó llevándola hacia una chabola en la costa. Por el camino, Airgid se había dedicado a dejar rastros de sangre que había ido escupiendo del interior de su boca, completamente despreocupada, confiada en que aquel hombre no la estaba raptando ni nada. Aunque cuando vió aquellas cuatro paredes dudó un poco, la verdad. ¿Y si solo la había sacado de aquella otra situación para ponerla en una peor? Un poco más recuperada, más consciente y más despierta, la joven trató de zafarse del agarre del hombre. — ¡Oye! ¿Me entiendes? Hoooolaaaaa. — Le saludó con la mano, tratando de llamar su atención, de quizás, con un poco de suerte, comunicarse con él. Aunque no poder verle toda la cara no ayudaba mucho, sinceramente. — Gracias por la ayuda. — Sorprendentemente, como estaba intentando que la entendiera lo mejor posible, comenzó a pronunciar mejor. — ¿Cómo te llamas? Tú nombre. Nooombre. — Le señaló a él directamente con el dedo, y alargó las letras, quizás a base de gestos y de idioma no verbal podía llegar a entenderse con él. Y quizás pudiera entender qué buscaba al llevarla a aquel lugar. Puede que no fuera nada raro, que como la veía herida quisiera ayudarla a recuperarse dándole un lugar donde descansar, pero la verdad es que era difícil confiar en ese momento.
#5
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
¿Qué demonios dice? Tiene la voz bonita, femenina. Me gusta. Me recuerda a Hilda ... — Se dijo el mismo al tiempo que el metal de aquel cubo le rebotaba contra la frente a cada paso que daba. No le dolía, pero a base de golpearse estaba comenzando una extraña relación con ese sonido, se le metía en la cabeza y no salía ni para dormir. Quizás por eso estaba durmiendo como el culo los últimos días. No siempre portaba un cubo como aquel, pero cierto era que tapaba bastante correctamente toda opción de identificar su rostro y en el basurero abundaban. — Igual me estoy pasando ... La muchacha no se está intentando escapar, suena agradable lo que dice ... ¿Creerá que la he salvado? — Mientras hablaba aquella mujer, él iba comentando la jugada. — A ver, la he salvado, de eso no hay duda, pero yo solo quería follar. Necesito desestresarme, esta isla saca lo peor de mí. — Bufó dentro del casco.

¡ALTOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! — Gritó una esponjosa niña. Medía cerca de ... A saber, era muy pequeña. Se le movía el moño mal hecho mientras corría como un demonio. — ¡Qué crees que haces, Happi! — Hammond frenó justo a las puertas de su chabola. — Denne jævla gutten igjen. — La niña al fin llegó hasta ellos. Miró a la mujer, después al casco. — ¿Puedes bajarla? graciaaasssss ... — Y la bajó. ¿La había entendido? Muchas veces no hacía falta entender algo para comprender lo que uno quería decir. Venture conocía a Melys, la niña podía ser un dolor de huevos importante si se ponía en ... Modo Melys. Además, el rubio desconocía por qué, pero entendía bastante bien lo que solía querer decir. En este caso tan solo liberó de su atrapadera a la mujer porque se olía qué quería el muñeco parlante ese. — Chica, ¿estás bien? — Sonaba con un tono repipi intencional. Le puso una mano en la pierna derecha. — Perdona a mi bruto amigo, no tiene maldad. — Estaba a punto de violarla. — Es demasiado imprudente y a veces se olvida de que Josis es quién decide lo que hacemos todos. ¡Tonto! — Hammoned gruñó al escuchar el nombre. Josis era el dueño de parte de aquel basurero. Un cura que consiguió hacerse un nombre y adoctrinar a pobres almas que vagaban en soledad, perdidas. Hammond era una de ellas, una de las que tomó en propiedad por gusto, sin preguntar. Que alimentó, sí, pero que creyó que gobernaba como al resto. Pero Hammond Venturre era un alma libre.


Apuntó con su iris azul a la rubia. — Jeg beklager Jeg burde ha forlatt deg et annet sted. Hvis han finner deg, kommer du aldri ut herfra. Det er min feil. — No entendería nada, eso sería una desgracia. — Bah, no le hagas ni caso ... Bueno, como si pudieras ¡jajajajaja! — Reía como una ratita, tenía ese toque angelical que solo una niña puede tener, en la voz, en algunos aspectos de su carácter, pero se hacía tan pesada tan rápido. Graciosamente, eso también era un añadido de su edad. De repente el cuerpo de Hammond cayó al suelo de rodillas. Sus brazos estaban puestos hacia atrás, pegados a la espalda. — De verdad creías ... Que escaparías, Grande. — Grande era el apodo que le pusieron varios personajes de "La granja" que era el lugar que gobernaba con mano de hierro el sacerdote Josis. — Ming. — Susurró la niña. — ¡No ha escapado, solo estaba ayudando a la muchacha! — Alzó los brazos. Ming era un tipo de metro ochenta, rasgos decrépitos ... Muy delgado, siempre con el cabello hacia delante, cubriéndole el rostro. Su mirada era la de un hombre perdido, con un apagado gris que ocultaba sus intenciones. Tenía las manos ocultas bajo lo que podría ser fácilmente la gabardina más larga y grande de todo el Grand Line, si estuviéramos allí. Llegó relativamente rápido hasta la espalda de Hammond. Levantó el pulgar y las muñecas del nórdico se alzaron, ejerciendo presión y dolor ene l hombre. Pero nuestro protagonista no se quejó, de hecho, no dijo absolutamente nada. Conocía, por aquellos pocos días, qué tipo de hombre era Ming. Se decía un mandado de Josis, un defensor de "La granja", pero la realidad es que solo buscaba aplicar dolor, esa era su cualidad. — Hunden ... — Exacto, era El perro.

Ming le golpeó el casco con desprecio. — Si te sirve de algo salvaje, he perdido mi apuesta. Yo creía que acabarías intentando escapar a la media hora de llegar, no a los varios días. Pero el caso es que estás ahí. Y yo estoy aquí. — Le volvió a golpear el casco con la mano. De sus dedos se podían ver unos hilos plateados, los mismos con los que logró atar las piernas y muñecas del gigante hombre. Ming no era un cualquiera, de hecho en "La granja" realmente si debían tener cuidado con alguien, era con él. — Melys, te has encariñado con él, pero ya vendrá otro. Esta isla atrae a cien mil turistas al día. — Exageró. — Ya sé que no puede hablar, que eso le da el mismo encanto que podría tener un perro. Pero ha fallado a una de las reglas que tenemos, que tengo yo y que tienes tú. — La señaló con insistencia, pasando ligeramente aquella vista apagada por la rubia. — Hay que hacer lo que Padre nos pide, no podemos negarnos. — Tiró de su mano derecha, apretando más las muñecas y los brazos de Hammod.

Ahora sí que no pudo evitarlo y gritó de dolor. Melys infló los carrillos, frustrada. Tomó de la mano a Airgid. — Vamos a la Granja, te la enseñaré. Es donde vivimos todos. — Tiró de la mujer. — Es donde Ming llevará a Happi, allí podremos hablar con Padre para que lo libere, con el sí que se puede hablar ... — Le sacó la lengua a Ming. Y el moreno varón de no más de setenta kilos, estalló en ira. — ¡Deja de hacer la idiota, por el amor de dios! — Buscó relajarse tirando de su gabardina, como solo un tipo con problemas haría. — ¿Cuál es tu nombre, chica? — Preguntó a la rubia. — Si te ha hecho algún mal, no debes temer, se le ajusticiara como es debido ante el nombre de dios y ante la ... — Melys volvió a sacarle la lengua y el tipo volvió a estallar en una rabia que no contuvo ni un solo segundo. Parecía ser de emociones sensibles, fácil de hacerlo explotar. Eso era un dato relevante a tener en cuenta en futuras interacciones con el pirata de "La granja". — ¡Te detesto niña! — Comenzó a caminar tras Melys. Alzó a Hammond, levantó dos dedos y el cuerpo del vikingo se alzó al unísono. Realmente estaba intentando librarse a base de pura fuerza, pero no estaba sirviendo de nada, aquello era malditamente imposible de romper, ¿de qué estaba hecho?

La niña, Airgid, Ming y un indefenso Hammond, caminaron y caminaron. Fueron más de media hora hasta llegar donde buscaban. El camino era peculiar, pues la basura se iba abriendo haciendo como olas, separadas unas de otras no más de un metro. Esas olas cada vez eran más grandes hasta que una de la que pasaron llegaba casi a los seis metros. Como dunas de un desierto. ¿Cómo podía tirar tanta mierda la gente?

En el caminar Hammond veía por debajo de su cubo, algo se le quedó grabado "Familia Blackmore" decía en muchos panfletos. — Es una de las familias importantes de esta isla, debe de serlo. Lo sé madre. — Miró al cielo. — Serían un objetivo maravilloso para nuestro plan. — Pensar en posibles planes cuando seguramente no volverías a ver la luz de sol pudiera no ser la mejor idea, ¿pero qué más podía hacer que divagar? Sintió las irremediables ganas de alzar peso, como un venazo que te llega sin pedirlo. Suplía esta demanda física intentando romper las cuerdas de metal. Ejercía toda la presión que le permitían los brazos, pero solo se movían un poco, cuando Mings se daba cuenta, volvía a apretar, retrocediendo de nuevo hasta el inicio sus intenciones. Sin embargo eso le servía para ejercitarse, llevar la presión al máximo. Presionó y presionó hasta que una zona de su cuerpo, concretamente el codo derecho, se volvió intangible. Fue tan solo un segundo, volvió rápido a su estado natural. Fue en ese instante cuando por fin cayó en lo estúpido que había estado siendo.

Parecía que al fin estaban llegando donde querían. — Huele a ...
Puahg ... Basura. — Ming la golpeó en la cabeza con uno de sus hilos.
¡Hogar! — Melys rió. Ming también. Al fin estaban en casa. Ming golpeó en las rodillas al prisionero y Hammond, obediente, se agachó. Aquel lugar no era como todo lo demás en aquel mundo de basura. Habían logrado conseguir un pequeño ... ¿Barrio? ¿ciudad? no era tan grande para ser una ciudad. Usaban la basura para darle formas a cosas que se podían ver en las ciudades. Farolas, basuras. Sí, basuras construidas con basuras. Incluso algún animal. Claro allí no pisaban, al menos no los amables, los que solo querían ronronear un rato. En el basurero tan solo caían los depredadores seguros de que de allí sacarían comida. La gente formó construcciones moderadamente importantes con la basura, como por ejemplo locales. Se podía ver como se ensamblaba la madera con objetos inútiles.

La última "duna" de basura casi de quince metros. Nuestros protagonistas estaban en lo alto de esta. Aquello era como una barrera natural, pero para conseguir eso tuvieran que trabajar como esclavos reales durante mucho tiempo. Ming respiraba el apestoso aire de aquella mini ciudad, cuando Hammond volvió ambos brazos en gas y se liberó. Se dejó caer por la duna de basura, pero se puso de pie rápido con un enorme salto. Ming intentó lanzarle uno de sus hilos, pero no logró acertar. Su rostro denotaba enfado. Mira que escaparse justo a las puertas de "La granja" — ¡Happi no hagas el estúpido! — Gritó Melys. — ¡Vuelve con Ming! — ¿Estaba loca? lo iban a ejecutar, pero aun así le pedía volver a la muerte. — Til helvete med deg og den demonen. Til helvete med Farmen og med Josis. Du vil ikke drepe meg i dag! — Como era de esperar, muchos se acercaron a ver que ocurría. A todo esto el cuerpo de Ming desapareció. Un tipo de aspecto amable intentó tocarle el hombro a Hammond, pero el nórdico lo vio venir e intuyó que sería un enemigo, así que le golpeó con todas sus fuerzas en el estómago, enviándolo a volar. Estaba muy desesperado, alterado, sin saber qué hacer. Estaba en "La granja" rodeado de gente. — ¡Cómo me he metido en esto! no se me ocurre un lugar peor donde empezar una pelea. No saldré de aquí con vida a este paso ... Piensa ... Piensa. — Pero pensar no era tampoco una tarea fácil. Rápidamente una oleada de personas, alrededor de veinte, rodearon al hombre rubio.

¡Se acabó! — El único que se giró para poder verlo a la cara, fue Hammond. — Vamos chico, quítate esa basura de la cabeza. — A paso lento, el hombre apareció entre la gente. Detrás de él, más personas dado la alarma liberada por Hammond. En total, unos cien personajes, casi un ejército. Medía dos metros, pelo canoso, cruces visibles en varios lugares y una biblia en las manos. Su vestimenta era la de un cura, completamente de negro salvo algunas líneas difusas de blanco que le daban una imagen más ... "angelical" si es que eso era posible. Las arrugas de su cara se estiraban casi hasta el infinito con la maliciosa sonrisa que mostró. Era un agujero de arrugas que rompían una piel maltratada por la edad y los vicios. Allí se le respetaba tanto, pero tanto, que cuando llegó a estar frente a Hammond, unos cinco metros les separaban, alguien se le arrodilló delante, para besarle uno de los anillos de diamantes que portaba. Hammond se quitó el casco. Tenía el pelo bastante largo, el aire lo movió hacia el frente, así que tuvo que retenerlo tras su oreja izquierda. — Du har endelig dukket opp. Josis. — Josis sonrió. — Claro que he aparecido, hijo mío. Yo siempre estoy cerca de mis niños, no podéis escapar. No si él no lo permite. — Apuntó con el dedo índice al cielo. — Vaya ... Esto es ... Un momento extraño, Hammond. — Se acercó, parecía no temer la ira del vikingo. — ¿Por qué escapar? Creo que te hemos brindado todo lo que necesitabas, comida, ropa, un sitio donde dormir a salvo de las bestias. Incluso con promesa de vuelta a tu hogar si es lo que querías, ¿tanto costaba esperar? !jævla idiot¡ — Soltó en otro idioma, el mismo idioma en el que hablaba Venture. No solo podía conversar con él, sino que lo entendía a la perfección.

Josis alzó la mano y la imagen de Ming se volvió visible de nuevo. — Detén tu instinto asesino. — Estaba detrás de Hammond, empuñando sus hilos, cerca de atrapar el gigantesco cuello del nórdico como el animal que era. Rápidamente Ming hizo caso, aunque le costó en un primer instante. Deseaba acabar con la vida de Venture, lo anhelaba, sus ojos, apagados como los agujeros de un tornado, buscaban dar alimento a aquella desagradable mezcla de emoción que le entregaba la sangre. — La vida de este hombre pende de un hilo. Pero no seré yo, ni ninguno de nosotros los que dictemos su destino. Solo dios puede decidir. — Respiró profundamente, después volvió a mirar a la pequeña Melys, que soltó la mano de Airgid y fue volando hasta Padre a quién abrazó efusivamente. — ¿Estás bien, pequeña? — La dejó en el suelo. — Sí, padre, lo estoy. Mire, hay alguien nuevo, alguien que podría pertenecer a la granja. ¡Sería una gran incorporación! — Estaba hablando de la rubia. Josis avanzó un par de pasos. — ¿Puedes venir, jovencita? — Le dijo, con una sonrisa apacible en el rostro.

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Melys.
Melys es una niña que, a pesar de tener apenas 6 años, ha tenido que madurar mucho más rápido debido a las duras circunstancias de su vida. El abandono en el basurero cuando era solo un bebé ha dejado huellas profundas en su psique, aunque no lo manifieste abiertamente. Fue rescatada por Josis, una figura maternal y protectora que la ha criado con amor en "La Granja", un lugar que para Melys es el mundo entero. Para ella, la vida es un conjunto de rutinas simples, pero seguras: las tareas, las conversaciones con Josis y sus intentos por entender a las personas a su alrededor. Su fe, aunque vaga e infantil, está profundamente ligada a lo que Josis le ha enseñado. Para Melys, todo lo que ocurre en "La Granja" tiene un propósito o es parte de un gran plan que no comprende del todo. Aunque es pequeña, se siente segura en este entorno porque es lo único que conoce. Las ideas de peligro, maldad o traición son abstractas para ella. Si bien sabe que fue abandonada, no tiene un recuerdo claro de ello, así que no hay rencor, solo un vacío que ella llena con las historias que se ha contado a sí misma. Melys es curiosa, pero también tiene una profunda necesidad de complacer a quienes la rodean, especialmente a Josis. Admira profundamente a Hammond, un hombre nórdico que la trata con amabilidad y a quien ve como una figura paternal, aunque no entiende absolutamente nada de lo que él le dice. Para Melys, su relación es perfecta, ya que ella proyecta en él lo que desearía escuchar o sentir. Cada gesto que él hace, ella lo interpreta como algo positivo, reforzando su percepción de que la gente a su alrededor la quiere y cuida.

Es una niña vivaz, pero en su interior hay una vulnerabilidad que no muestra abiertamente. No conoce ningún estilo de combate porque nunca ha tenido que enfrentarse a situaciones de peligro directo, y si bien parece ser inocente en muchos aspectos, su mirada a veces revela una comprensión más profunda de lo que debería tener para su edad. Su vida hasta ahora ha sido relativamente tranquila, pero su mente está llena de preguntas sobre el mundo más allá de "La Granja". Si alguna vez se enfrenta a ese exterior desconocido, podría descubrir aspectos de sí misma que hasta ahora ha mantenido enterrados, como la fortaleza interna que ha desarrollado sin saberlo o el dolor de un pasado que aún no comprende del todo. A pesar de las dificultades de su vida, Melys es una niña resiliente, capaz de encontrar alegría en lo cotidiano. Tiene una imaginación rica y a menudo juega sola, creando mundos donde puede controlar lo que sucede, en contraste con la incertidumbre de su pasado. Su personalidad dulce, leal y curiosa hace que sea fácil de querer, pero detrás de esa fachada infantil se esconde una niña que, aunque no lo sepa, ha aprendido a sobrevivir en un mundo que no siempre ha sido amable con ella.

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Josis.
El Padre Josis, conocido por el sobrenombre temido de "Calamidad", es una figura de autoridad casi mítica en la isla Dawn. Su presencia es imponente y su reputación, aterradora. Aunque llegó a la isla desde un lugar lejano para predicar su fe, su misión no es de misericordia, sino de dominio y control absoluto. Para Josis, su visión del mundo es clara y tajante: todo en la vida de "La Granja" y sus habitantes debe ser regido por las leyes divinas que él interpreta sin piedad. Se ve a sí mismo no solo como un guía espiritual, sino como el brazo ejecutor de la voluntad de Dios, sin espacio para debilidad o transgresiones.Su personalidad está marcada por una mezcla de fanatismo religioso y tiranía. Cree firmemente en la pureza de su misión, hasta el punto de que cualquier oposición, por mínima que sea, es vista como una afrenta directa contra el orden divino que ha impuesto. Josis no es solo un predicador; es un dictador religioso que ejerce su poder con mano de hierro. No muestra compasión ni indulgencia con aquellos que fallan o desafían sus reglas. La fe, para él, no es una elección, es una imposición. Esta rigidez lo ha llevado a desarrollar métodos crueles para mantener el control sobre "La Granja", donde los castigos y los ajusticiamientos públicos son comunes, una demostración de su poder que siembra el miedo en todos.Josis es un hombre metódico y calculador, que organiza su dominio sobre "La Granja" con precisión. Todo lo que entra o sale de su territorio debe pasar por su supervisión o, al menos, dejarle un porcentaje. Su control no se limita solo a los recursos materiales, sino también a los cuerpos y almas de sus seguidores. Al prohibir las relaciones personales, el alcohol y otros vicios, Josis busca mantener a sus seguidores en un estado de pureza que él define, asegurándose de que todos estén dedicados únicamente a la misión divina. Cualquier desviación de ese camino es vista como una amenaza al orden, y las consecuencias son terribles. Este nivel de control absoluto ha convertido a "La Granja" en un lugar tan temido como reverenciado.

Su crueldad y dureza no solo se manifiestan en su control dentro de "La Granja", sino también en sus incursiones fuera de ella. Josis ha liderado pequeñas guerrillas contra el reino, orquestado secuestros de nobles y llevado a cabo actos de terrorismo que han sembrado el caos en la isla durante la última década. Él cree que estas acciones están justificadas por su fe; para él, son misiones divinas destinadas a purgar el mundo de la corrupción que lo rodea. Es una figura inquebrantable, incapaz de ver los errores en su propio comportamiento, pues está convencido de que todo lo que hace está respaldado por una autoridad superior a la de los hombres: la de Dios. El carisma de Josis es innegable. A pesar de sus métodos brutales, cientos de personas le siguen con devoción ciega, dispuestas a hacer cualquier cosa por él. Su capacidad para manipular a las masas es una de sus mayores fortalezas, y su ejército de hombres, mujeres y niños no duda en cometer actos atroces en su nombre, porque creen en la redención que él les promete. Esta devoción fanática ha creado una comunidad cerrada y hostil, completamente entregada a Josis y su visión del mundo. Los seguidores de "La Granja" no son solo subordinados; son fanáticos dispuestos a morir o matar por él.

En combate, Josis es tan temible como en su liderazgo. Es un espadachín consumado, capaz de ejecutar con precisión letal, pero también un asesino sigiloso que sabe cómo acabar con sus enemigos sin darles oportunidad de defenderse. Su estilo de lucha es despiadado, rápido y mortal, reflejando su personalidad implacable. Para Josis, el combate es otra forma de imponer la voluntad de Dios, y no muestra piedad en la batalla, del mismo modo que no la muestra en su vida diaria.En resumen, el Padre Josis es una figura autoritaria y fanática, gobernada por una fe que utiliza como herramienta de control y terror. Su crueldad, carisma y habilidad para manipular tanto a sus seguidores como a sus enemigos lo convierten en una fuerza devastadora en la isla Dawn. Es una calamidad para aquellos que se atreven a desafiar su dominio, un hombre que ha fundido su fe en un arma para someter y destruir, todo mientras se presenta a sí mismo como un salvador.

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Ming.

"Mano Suelta" Ming es un hombre profundamente marcado por su oscuro pasado, pero también por su inesperada redención. Antiguo criminal y pirata, en sus días más despiadados navegó los mares con una brutalidad fría y calculada, amasando una reputación de ser implacable y sanguinario. No tenía escrúpulos ni remordimientos, ya que el mundo le había enseñado que la única ley era la de sobrevivir a cualquier costo. Sin embargo, su vida cambió cuando cruzó caminos con el padre Josis. Josis no lo redimió a través de una conversión moralista o sermones, simplemente le mostró una nueva forma de existencia, donde Ming podía encontrar propósito y lealtad. Para Ming, Josis es más que un líder o un mentor, es una figura casi paternal, alguien que le dio una segunda oportunidad en un mundo que parecía condenado. Esa lealtad ciega hacia Josis es el motor que guía todas sus acciones, por más crueles o sombrías que puedan parecer. Donde otros podrían cuestionar la moralidad de ciertos encargos, Ming no lo hace. Si Josis lo pide, Ming lo ejecuta, sin vacilar, porque siente que es su forma de pagar una deuda impagable. Es consciente de su propia naturaleza oscura y no busca redimirse en los ojos del mundo; solo busca cumplir con su rol para quien le salvó de sí mismo. Su apodo, "Mano Suelta", refleja tanto su habilidad para la violencia como su distanciamiento emocional al ejercerla. No siente placer en matar, pero tampoco culpa, lo ve como una tarea más, una extensión de su deber. En ese sentido, es pragmático y calculador. A diferencia de otros asesinos, Ming no se recrea en la crueldad innecesaria. Es eficiente y directo, lo que lo hace aún más temido. Cada asesinato es metódico, limpio, casi artístico en su precisión. La capacidad que le otorga su Akuma no Mi, que lo vuelve parcialmente invisible, no es solo una herramienta física, sino también una metáfora de su manera de ser. Ming ha aprendido a moverse en las sombras, no solo en combate, sino también en la vida. Prefiere no ser el centro de atención; de hecho, se siente más cómodo cuando pasa desapercibido. Es un maestro en el uso de hilos de metal, combinando su invisibilidad parcial con el control de estos hilos para realizar ataques precisos, letales, y silenciosos. Su estilo de combate refleja su personalidad: no ataca de frente, sino que se desliza entre las grietas, haciendo que sus enemigos ni siquiera sepan qué los golpeó hasta que es demasiado tarde. A nivel emocional, Ming es reservado. No es que sea incapaz de sentir, pero ha aprendido a controlar y encerrar sus emociones bajo una capa de dureza y frialdad. Esto no significa que no tenga una moralidad interna; más bien, ha logrado desligarla de las acciones que lleva a cabo en nombre de Josis. Su lealtad a Josis y la vida en "La Granja" son lo que define su brújula moral, no conceptos abstractos como el bien o el mal. Tiene un sentido de justicia, pero es una justicia moldeada por la supervivencia y la lealtad, no por las normas sociales.

Es difícil para otros acercarse emocionalmente a él. Mantiene una distancia, incluso de aquellos con quienes trabaja. Sin embargo, Josis es la excepción, la única persona a la que podría abrirse, aunque eso rara vez sucede. Cualquiera que lo vea de cerca notaría el conflicto interno que nunca verbaliza: la tensión entre el hombre que una vez fue y el hombre que intenta ser ahora.A pesar de sus actos ruines, Ming tiene un código personal, uno que no revelaría a nadie. Detesta la traición, ya que para él la lealtad es la única moneda verdadera. Aunque es capaz de realizar los actos más oscuros, desprecia a quienes lo hacen por placer. Para él, la violencia es una herramienta, no una fuente de satisfacción. En el fondo, "Mano Suelta" Ming es un hombre en constante lucha consigo mismo, atrapado entre el asesino despiadado que fue y el devoto seguidor que es ahora. Vive sabiendo que el perdón absoluto nunca le será otorgado, pero encuentra paz en servir con lealtad a la única figura que le dio un propósito.
#6
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid se encontraba cómoda sobre el hombro de aquel gran hombre. Era tan amplio que podrían caber otras dos más como ella, como mínimo, permitiéndole bastante libertad de movimiento. En condiciones normales, donde no estuviera tan magullada y atontada por culpa de una paliza, no dejaría que nadie cargase con ella así en brazos, era vergonzoso como poco, y Airgid odiaba ser la pobre chica rescatada a la que tienen que llevar y de la que cuidar. Pero su fuerza, aquel físico casi sobrehumano le generaba no solo curiosidad, si no también interés. Resultaba apabullante el poder que destilaban sus músculos, la masculinidad que representaba, y aunque le jodiera admitirlo, le estaba gustando un poco sentirse como una princesita, abrazada entre esos enormes brazos que a pesar de que podrían destrozarla en un pestañeo, la estaban cuidando. Con sus colegas nunca era así, había un sentimiento de familia, se cuidaban los unos a los otros como si fueran hermanos. Pero ese hombre rezumaba un aire diferente, bestial, animal, pero cuidadoso a la vez. Puede que se debiera aún a los efectos de los golpes que había recibido en la cara y en la cabeza, puede que no estuviera pensando con demasiada claridad, pero aquel hombre le pareció atractivo desde el primer instante. "Da un poco de morbo así enmascarado... con un cubo de metal... como si fuera un robot medio humano del futuro... ¿qué coño estoy pensando?", sacudió ligeramente la cabeza, tratando de alejar aquellos pensamientos claramente ocasionados por el mareo, no por ninguna otra cosa.

A pesar de sus intentos por intentar establecer alguna conversación con él, no consiguió gran cosa. Le escuchaba bufar y respirar bajo aquel "casco", un sonido metálico que le puso la piel de gallina, en parte queriendo imaginar que tipo de rostro escondería y por otra parte, encantada con la idea de mantener el misterio en el aire. El grito de una niña irrumpió de repente en la escena y la extraña atmósfera creada por los dos, rompiendo el momento en dos y haciéndose paso como un torbellino. Airgid tuvo que girarse un poco más sobre el hombro del enmascarado para mirar en la dirección del sonido, parando en una niña que no aparentaba más de... ¿seis años? Era más moño que otra cosa, bastante graciosa a simple vista, parecía como un duendecillo. Le llamó "Happi", ¿sería su nombre de verdad? ¿Había logrado acaso aquella niña comunicarse con él? ¿Entenderle? Él volvió a responder en su propio idioma, su voz sonaba tan profunda dentro del casco de metal, era un sonido casi hipnótico que se sumaba a lo exótico de aquel acento. Sin embargo, la voz de la niña le resonaba en la cabeza como un timbre estridente. Parecía ser encantadora, pero con el malestar que llevaba encima le era difícil catalogarla de esa manera. Le pidió a su rescatador que la bajase al suelo, y el hombre obedeció. Claramente la había entendido, aunque Airgid se intuyó que no gracias al idioma, si no quizás al tono que empleó con él. No siempre hacían falta palabras para entender a alguien, con gestos y tonalidades se podían decir también muchas cosas. Aunque asumió que debían conocerse desde hacía algún tiempo como para tener esa confianza. No le gustó mucho la idea de volver a tener que caminar por cuenta propia, le había resultado tan cómodo y emocionante ir sobre los brazos de aquel hombre... pero fue un alivio comprobar que podía tenerse en pie sin problema. Parecía que el paseito la había ayudado a estabilizarse un poco, a recuperarse. Aunque seguía con sangre por la nariz y la boca, sonrió ampliamente hacia la niña. — ¡Estoy bien, tranquila! Grasia a tu amigo, si no quizá no lo contaba. — Agarró el cuello de su top negro y se limpió algo de la sangre con él, por suerte gracias al color no se notaría la mancha. La niña le puso una mano sobre la pierna derecha mientras comenzaba a poner a la rubia un poco en contexto con respecto a aquel hombre. Decía que no tenía maldad a pesar de la brutalidad de sus acciones, eso le sonaba familiar. Mencionó a un tal "Josis", refiriéndose a él como si fuera un hombre importante en la ciudad, o en el basurero, que era tan grande como una segunda ciudad. Al parecer algo unía a esos tres, aunque Airgid fuera muy ajena a dicha información, era casi una recién llegada a aquella isla. Happi la miró fijamente durante un segundo, Airgid fue capaz de ver el brillo de sus ojos azules a través de la oscuridad del casco mientras le dedicaba unas nuevas palabras en su idioma. Por el tono parecía algo... serio. Como si le acabara de decir algo importante. Por mucho que Airgid lo deseara, le resultaba imposible adivinar nada más allá de eso, generándole aún más intriga. La niña le instó a que le quitara importancia, que no le hiciera caso, pero Airgid se quedó mirándole unos segundos más, con el ceño ligeramente fruncido. Había algo de preocupación en su mirada. ¿Qué le acababa de decir? No podía no hacerle caso. Pero tampoco podía hacer nada al respecto. Qué impotencia tan extraña.

De repente el cuerpo de Happi cayó de rodillas contra el suelo, con los brazos echados hacia atrás. Airgid emitió un grito ahogado debido a la sorpresa, pero fue rápidamente cortado por una nueva voz masculina que le recriminaba a Happi haber intentado escapar, o a Grande, como le llamaba él. ¿Realmente era Happi su nombre? No estaba del todo segura, lo que sí supo gracias a la niña es que aquel nuevo hombre que apareció de la nada, como un fantasma, se llamaba Ming. Y fue la misma niña la que salió en defensa de Grande, se notaba que le caía bien a pesar de entenderse a duras penas. Aunque de poco sirvió, pues el recién llegado se colocó en la espalda de su salvador y con un solo movimiento de su mano levantó los brazos de Happi, colocándole en una dolorosa posición que hizo que el cuerpo de Airgid se estremeciera, empatizando con lo que debía ser sentirse de esa forma. La mirada de la rubia se volvió fiera. No conocía la relación entre esas tres personas, pero si el tal Ming había hablado de "escapar"... esa palabra hacía inmediata referencia a que Happi se encontraba en una posición o lugar en contra de su voluntad, lo cual no le generaba ni un pelo de confianza. ¿Quizás lo que le dijo decir antes tenía algo que ver con todo eso? La mujer escupió hacia un costado, liberando una mezcla de saliva, sangre y desprecio. Aunque el tipo la ignoró, dedicándose a reprocharle cosas a Happi mientras le golpeaba en el caso con la mano, generándole así un retumbar interior que seguro que resultaba tremendamente incómodo. Airgid le observó con detenimiento mientras actuaba. Era un hombre alto, escuálido, con unas greñas oscuras que caían sobre su frente, rizadas, retorcidas, como si representaran su propio interior. Piel de un perturbador tono pálido, rasgos afilados, y por último, quizás lo más llamativo de todo su físico, aquellos ojos. Hundidos, rasgados, oscuros a pesar de su azulado iris. A Airgid le recordó a los ojos de un pez de las profundidades. La luz del sol impactó de tal forma que hizo reflejo sobre los hilos plateados que manejaba entre los dedos, si no, no habría sido capaz de distinguirlos, era gracias a esos hilos que torturaba al enorme hombre como si nada, como si fuera algo a lo que no solo estaba acostumbrado a hacer, si no que disfrutaba con ello incluso. Mencionó a una nueva figura, un tal "Padre". Ahí se había formado una enreversada relación que Airgid, en su condición, le era imposible de resolver o de adivinar. De hecho, solo le confundía aún más. Un nuevo tirón, uno que hizo a Happi gritar de dolor, un grito que recorrió el cuerpo de la rubia de pies a cabeza. ¿Dónde se había metido? No era consciente de que el vertedero podía ser un lugar tan peligroso. Dejándose llevar por un inconsciente impulso, dio un paso hacia delante, como si tuviera intención de enfrentarse a Ming ahí mismo, de plantarle cara. Y lo estaba, todo su cuerpo le decía que tenía que hacerlo. La sangre le hervía de ver una situación como esa frente a sus ojos, de ver cómo se le ocasionaba dolor a un hombre de manera injusta y sibilina. Todo en Ming era sibilino, desde su voz, pasando por su apariencia física, incluso sus hilos lo eran, y Airgid no soportaba a ese tipo de personas. Aunque todo quedó en un mero intento, en una acción cortada gracias a que la niña, Melys, tomó su mano justo a tiempo, interrumpiendo su avance hacia Ming. Tirando de ella con una fuerza superior a la que aparentaba a simple vista, a Airgid no le quedó otra que frenar. Le preguntó por su nombre. — ... Dayana. — Mintió. Quizás no servía de mucho, tampoco es que viviera en aquella isla, pero por algún motivo se sentía más segura dando un nombre falso. Al menos de momento.

Los tres comenzaron la marcha hacia el desconocido lugar llamado "La Granja". Melys había mencionado que allí era donde vivían todos, que allí podrían hablar con Padre y que seguramente él liberaría a Happi. Sonaba bien... si no fuera porque la amenaza de secuestro parecía flotar en el aire alrededor de ellos de forma constante e incesante. Realmente no quería ir a ningún lugar, no conocía a ninguno de ellos, ni si quiera pertenecía a esa isla. Pero no estaba en condiciones de luchar, y la razón de mayor peso: no quería abandonar a su salvador. Se sentía en deuda con él, y aunque las probabilidades fueran tremendamente bajas, casi nulas, se preguntaba si quizás fuera capaz de ayudarle al llegar a la Granja. Le fue inevitable acordarse de sus amigos que seguramente aún recorrían la ciudad de manera despreocupada pero que pronto comenzarían a preguntarse dónde se había metido la rubia. Solo esperaba que no fueran tan tontos de intentar ir a buscarla allí, al vertedero. Se mordió la lengua durante casi todo el trayecto, nerviosa, incómoda, frustrada, envuelta en una situación que jamás se habría imaginado. Los rayos de la tarde aflojaron su intensidad, el sol comenzaba a bajar lentamente por un cielo manchado de diversas nubes, dispersas, preciosas. Pronto comenzaría a refrescar, el verano había quedado atrás hacía ya unos cuantos días y poco a poco los días se hacían más cortos y fríos. En un espacio tan abierto como ese, las ráfagas de aire se movían libremente de un lado para otro, provocando algún que otro escalofrío. Caminar tanto se le estaba haciendo una carga pesada, le dolía todo el cuerpo, pero sabía que si paraba ahora solo sería peor. De vez encuando giraba el rostro para mirar hacia Happi, preocupada por su estado, aún bajo el control de aquellos finos y dolorosos hilos. Parecía que de vez en cuando presionaba contra ellos a propósito, tratando de romperlos, pero en lugar de eso solo se provocaba más daño. El asco que sentía hacia Ming no dejaba de aumentar con cada paso que les acercaba más a su destino.

Estaban llegando. Airgid fue incapaz de ocultar una expresión de sorpresa cuando vio aquel barrio formado por basura. No es que fuera basura, sin más, es que habían utilizado todo lo que pudiera ser mínimamente útil para construir farolas, casitas, locales. — Woah... — Susurró de forma casi inaudible, con la boca abierta. La fascinación de Airgid era obvia, ella siempre había tenido que contentarse con lo mínimo para llevar a cabo sus inventos, nunca había tenido dinero para comprar materiales de primera mano. Por eso le interesó tanto el vertedero en primer lugar. Y ver cómo habían sido capaces de construir todo eso con tanto ingenio y tanta mañana, era a sus ojos fascinante, a pesar de lo poco bonito que resultaba estéticamente. Y olfativamente. Aunque después de caminar entre tanta basura, ya se había medio acostumbrado a ese infernal olor. Pero no frenaron ahí, continuaron andando hasta llegar a lo alto de una gran duna desde la cual Airgid pudo observar lo que eran las puertas de la Granja. Respiró hondo, preocupada pero decidida a la vez. Ella no pintaba nada allí, le explicaría eso a quién sea que estuviera al mando, el Padre o como fuera, y luego le dejarían volverse a su casa. Sí, eso pasaría. Fue a dar un paso adelante cuando el inesperado movimiento de Happi le frenó en seco. ¿Le habían desaparecido los brazos? ¿Cómo podía ser eso? Parpadeó un par de veces mientras observó cómo escapaba, como salía corriendo y saltando hacia su libertad. Y tardó solo unos segundos en caer en que era la ocasión perfecta para escapar ella también. Sin darle más vueltas al asunto, sin pensar en posibles consecuencias y solo en su propia supervivencia, salió también corriendo por el mismo camino que había tomado Happi, aunque algo desviada hacia el costado izquierdo. No quería dejarle solo, pero tampoco podían huir por el mismo y exacto lugar o serían presas más fáciles. Tampoco sabía porqué se estaba preocupando tanto por él, ¿porque le había ayudado antes contra aquellos gilipollas? A ver, sí, era un buen motivo... Mierda, lo de sentirse en deuda con alguien desde luego era una piedra en el zapato. Era la ocasión perfecta, usarle como cebo para huir. Pero no se sentía bien. Y menos cuando se giró para mirarle y vio cómo una aglomeración de personas le habían rodeado y le tenían de nuevo contra las cuerdas. Frenó en seco, sin saber qué hacer. — ¡Mierda! — Maldijo al cabo de unos segundos, cayendo en la idea de que no iba a dejarle solo ante esa situación, por muy mal que eso pudiera repercutir en ella. No era de las que abandonaban a la gente.

Retrocedió unos pocos pasos, acercándose unos metros a Happi. Momento en el que otra voz se alzó, poniendo orden entre todo el caos repentinamente generado. Apareció otro hombre y solo con verle, Airgid supo que se trataba del Padre del que habían hablado en varias ocasiones. Vestía como un cura, con muchas cruces, pelo canoso y de alta estatura, aunque no tanto como su amigo. Y detrás de él, una enorme cantidad de personas que le seguían como si le estuvieran guardando las espaldas, protegiendo. Parecían un ejército. Aquel líder avanzó hasta quedar cerca de Happi, le pidió que se quitase el cubo metálico de la cabeza, y él obedeció sin pensárselo demasiado. Airgid observaba la escena con curiosidad, aunque desde su posición, algo más atrás, solo pudo ver su largo cabello rubio que se meció con el viento hasta que él mismo lo recogió tras su oreja. Entonces pudo ver algo más de su perfil, sin embargo, no su rostro por completo. Le gustaba esa melena, le parecía preciosa. Sí, le gustaban los hombres con el pelo un poco largo, ¿qué tenía eso de malo? Entre los dos comenzaron a conversar, lo cual solo le hizo arquear una ceja con atención, él sí que parecía entenderle del todo. Y le llamó Hammond. ¿Sería ese su nombre real? Puede que lo de Happi solo fuera un apodo cariñoso por parte de la niña. Tenía sentido, de hecho. El Padre le reprochaba su intento de escapar, alegando que le habían dado de todo lo que tenían. "Le hace creer que es elección propia, pero si te intentas escapar te matamos... puta iglesia", Airgid escupió de nuevo, bajo la excusa de sacar sangre de su boca. Realmente ya no le quedaba sangre, solo era puro desprecio. Solo fue consciente de la presencia de Ming cuando el líder le ordenó que frenase sus deseos de matar. Al parecer tenía la habilidad de volverse invisible a voluntad. Una habilidad sibilina para un hombre sibilino. Le pegaba. Por suerte, el tipo hizo caso y se alejó de Hammond.

Ahora la atención recaía sobre ella. La niña, Melys, abrazó a Padre y le dio la idea de que ella podría ser una buena incorporación a la Granja. Así que Padre no tardó en pedirle a Airgid que se acercara. Sonreía, pero no inspiraba demasiada confianza. Al menos no en ella, después de ver lo que había visto. Aún así, se acercó un poco, quedando a la vera de Hammond, en el costado izquierdo. — Os habéi confundío, yo ni si quiera soy de esta isla. — Se apresuró a explicar que todo era un gran malentendido, un error. — En unos día me iré daquí, yo solo... em... me taban dando una paliza unos mamones y él me ayudó. — Señaló a Hammond con el pulgar. — ¡Y el nota ese casi le mata! — Ahora señaló hacia Ming, claramente enfadada. — ¡Y él ni siquiera sintentaba escapar, solo mayudaba a que no me matasen uno gilipolla! — Se estaba alterando debido a la situación, lo cual no le convenía en absoluto en un momento así, pero ya había empezado a soltarse y ahora no podía parar. — ¿Y qué e eso de escapar? ¿Es que lo tenéi retenío? ¿Os parece bien eso? Secuestrá a gente no es algo mu de cura, Padre. — Ahora sí, ya había dicho lo que tenía que decir. Se cruzó de brazos, había sido completamente sincera con sus sentimientos y sus opiniones, aún a costa de que quizás se ganase otra paliza más. No le importaba, le resultaba imposible aparentar nada en ese momento.
#7
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
La respuesta de Airgid llamó la atención de todo el mundo. Nadie allí solía ser tan directo con Padre, no al menos de aquella forma. En algunos ocasionó sonoras risotadas, las cuales tuvieron muy poco recorrido, pues Josis las cortó con una simple mirada. Dejó que la mujer se explayara, que comentara todo lo que tuviera que decir. A decir verdad era una buena forma de entrar en los demás, hacerles ver que respetabas cualquier punto de vista si era expresado de forma concienzuda. Josis afirmó con el rostro, como entendiendo que le estaba contando. Al mencionar lo que Ming hizo y lo que Hammond resultó que estaba haciendo, le cambió el rostro. — Comprendo, niña. — Se llevó la diestra a la barbilla, acariciando los pelos de su barba de una semana con suma tranquilidad. La calma, tensa como una vena a punto de estallar, se extendió con franca velocidad entre los ciudadanos. Mucho más lejos, por lo menos a unas cincuenta personas de la acción, los hombres y mujeres se iban transportando la información. Cuchicheando. A fin de cuentas alcanzar a escuchar algo desde allí sería una tarea de verdadero terror. Es decir, imposible. El Padre Josis avanzó hacia Hammond, desplegando una piedosa mano sobre el pecho del hombre. No llegaba hasta su hombro, de ahí que decidiera tocarle el pectoral. Hammond le miró con indiferencia, la mirada de un hombre que no confiaba ni en su propia sombra. — Así que has intentado salvar a esta joven. No fue tu plan escapar, como se nos comunicó. — Clavó unos ojos penetrantes en un indeciso Ming que bajó la mirada, asustado. — ¡Padre eso es mentira! — Respondió, alzando el rostro de nuevo. — ¡No se te ocurra decirme qué es verdad o es mentira! — Se proyectó la voz de Josis como un barreño de agua fría. Todo el mundo lo respetaba y temía al mismo nivel, Ming también. — Has cometido una de las peores decisiones que un seguidor de nuestra fe puede ... Tomar. — Caminó un par de pasos hacia Ming, dejando atrás a un Hammond que se giró para ver que pretendía hacer y a Airgid y Melys algo más lejos. El nórdico se centró ahora en la rubia. No podía hablar, ¿de qué serviría? no le entendía, nadie le entendía, solo Josis. No podía comunicar nada emocional, solo gestos directos sin emotividad ninguna. Era como un muñeco de carne, así se sentía. Así le hacían sentir. Sin embargo aquellos azules ojos reflejaban una pena ... Al mismo tiempo un fuego, las llamas de un animal indomable, pero atrapado. El viento sopló para mecer de nuevo aquellos cabellos rubios, ocultando parcialmente su rostro, cortando brevemente la intensidad de su mirada en Airgid. ¿Había intentado ayudarle? Hammond desconocía si eso había sido así, por eso tampoco tuvo intención de darle ningún tipo de gratitud a la mujer. Simplemente la miró. ¿Y si las personas pudieran comunicarse por la mirada? ¿Y si un sentimiento trascendiera el uso de las palabras? ¿Si dos almas estuvieran conectadas a tal nivel, que nada fuera necesario para entenderse? era muy apresurado decir eso de Hammond y la mujer, de hecho, era una fantasía. Una recurrente en la mente de Venture. ¿Qué extraño no? un sueño de película para un hombre que necesitaba hacerse entender de mil formas, salvo por la básica, verbalmente. Hammond bufó mientras sucedía el regaño de Josis a su perro. No apartó la mirada de Airgid.

Ming estaba de rodillas, Josis delante. Había sacado una daga de unos veinte centímetros de lo que parecía una cruz blanca. Y estaba rezando. — Has culpado a un hermano de la granja sin motivo ninguno. Hoy el no será ajusticiado. — !Ming se levantó rápidamente. — ¡Eso no es justo! ¡Se está equivocando, padre! — Josis le golpeó con la mano abierta, seco, fuerte, duro. Le abrió una brecha en el labio inferior. Ming se quedó con la cara de incrédulo que cualquiera pondría en una situación así. — No hables. No te doy permiso para dirigirme la palabra. Hammond se libra. Pero tú pagarás por tus pecados. — Alzó la misma mano utilizada para darle el golpe al muchacho. Tres hombres lo tomaron por los hombros, brazos y piernas. Ming no forzó, parecía resignado a lo que le había tocado, hundido. Más aún de lo que parecía de por sí con aquel rostro oscuro y decrépito. Se lo llevaron mientras Josis se daba la vuelta. — Os pido disculpas. Tanto a Hammond como a ti, niña. — Cerró los ojos, su rostro, los gestos, era relativamente entrañable, pero con dosis de dureza, mano dura, como decían de él.

Puede que no fuera tan malvado como se solía decir. — ¡Padre, ella es Dayana! — Le tiró de la sotana. — Dayana, es un nombre muy bonito, te pega con ese pelo rubio que tienes. — Esbozó una sonrisa. — Hammond, puedes marcharte. — Ni lo miró. — Este error será subsanado esta tarde a la hora de los cánticos. Ming será ajusticiado como debe ser. Y tú, jovencita. Me gustaría invitarte a mi hogar, Melys y yo queremos explicarte lo que somos y qué podemos ofrecerte. — Comenzó a darse la vuelta para caminar hacia ella. — Ikke drep ham. — La ruda voz de Hammond ... Cortada por el viento, agrietada por la naturaleza, en su impoluto idioma materno, sonaba tan ... A soledad. — Ikke drep noen i mitt navn. — Josis sonreía. Frenó, se dio la vuelta, todavía con su sonrisa en el rostro. — Hammond, du vet at det ikke er opp til deg å bestemme. Heldigvis for alle tar jeg disse avgjørelsene. Og hvis Ming dør i dag for dette, vil det selvfølgelig skitne til hendene dine. Har jeg ikke fortalt deg mer enn en gang at alt her i livet har konsekvenser? — Venture bajó la cabeza. — Og henne? hva vil du gjøre med det?— Josis abrió la boca, todavía con la sonrisa. Era tan convincente. — Eso, de nuevo, no te importa. — Respondió ya en otro idioma, buscando confundir a Hammond, pues este no entendió esas últimas palabras. Un hombre como él, con esas heridas internas tan sangrantes, era muy fácil de manipular, de herir. — Hva om det er henne? Hva om det er min sjel? — La conversación tomo otro matiz. Además, de forma muy clara. Hammond parecía ahora más procupado. ¿El alma? Uniendo temas anteriores, había hombres en Elbaf, sobre todo varones, que creían en la unión de almas. Almas diseñadas para estar juntas, para encontrarse. Un tema de conversación que trató varias veces con Josis, para desgracia de Hammond, cuando aún confiaba en aquel viejo tipo. ¿Y si ella era ...? ¿Y si Argid? —At? Nå lar du meg virkelig stå målløs. Du tror virkelig på de historiene, du så ut til å ha kommet til fornuft når vi delte erfaringer. Din hedenske tro er ikke annet enn løgn. Det er ingen sjeler som er her for det eneste oppdraget å slutte seg til en likeverdig. Når du dør, går du til et sted hvor du vil bli dømt for dine handlinger, og det er det. Han vil aldri sette sin fot i de levendes verden. — Hammond agrietó el ceño, apretó el puño. — Hun er ikke din "sjel". Selvfølgelig er det ikke det. — No se molestó en responder, tan solo miró de nuevo a los ojos de Airgid. ¿Por qué con ella?

Melys la agarró de la mano y comenzó a tirarla hacia Josis. — !Bah me aburro! ¡Vamos, vamos! — Josis volvió a avanzar, dejando atrás a Hammond. — Si si ... Perdón, este viejo ya no corre tanto como antes jajaja. Seguidme, jovencitas. — El cuerpo de aquel Bucanner permaneció quieto, estoico, observando como se iban, fijo en la mujer. La figura de los tres se alejaban, se volvían pequeñas, tan pequeñas que en poco tiempo serían ya invisibles. Un tipo de aspecto normal se acercó. No destacaba en nada, tan solo en que portaba una barba ligeramente más poblada de lo normal. Vestía una sudadera negra muy desgastada, zapatos de trabajador y pantalones gris. Ni siquiera tenía algo destacable en el rostro. La representación de un tío sin más. Ese tipo le puso una mano en la espalda al gigantón, sin miedo. No como los demás que le miraban como a un apestado. — Vamos, Grande, quita esa cara y vamos a comer algo. — Como si lo entendiera, Hammond le siguió.

Josis caminaba casi con dificultad, escondiendo una probable lesión peligrosa bajo aquella tela tan extensa que tocaba casi el suelo. Melys seguía sujetando la mano de Airgid, tirando de ella. Es como si tuviera prisa porque viera lo que hay. Pasaron por lo que perfectamente podría ser una zona de la isla, recreada con la basura recolectada por la gente, era increíble el ingenio que habían mostrado para llevar a cabo algo como aquello. ¿A quién se le pudo ocurrir? bueno, aquella duda no tardó en ser despejada. — ¿Qué te parece? no ha sido fácil llegar hasta este punto que puedes ver. Este lugar no fue siempre así, ¿verdad Melys? — La niña negó con la cabeza, juguetona. — Cuando yo era pequeña, todo esto era como el resto del basurero, el que llegaba primero se lo quedaba todo. Padre cambió eso. Por suerte para todos ahora La granja es el mejor lugar del muuuuuuuuundo mundial. — Saltaba, contenta. Eso fue lo único que vivió en su corta edad. Para ella eso era un lugar maravilloso. — Aquí todos convivimos como hermanos, bajo el poder de la fe, hemos encontrado la manera de coexistir perfectamente. Si uno sabe construir, centramos todo lo posible nuestros recursos en que pueda desarrollarse por el bien de la comunidad. — Le explicaba, mirándola cada poco tiempo mientras seguían avanzando de camino al hogar de Josis. Os ibais cruzando con muchas personas, algunas trabajando, otras con sus familias. Todas sin falta saludaban a Josis, incluso alguno se inclinaba, pero rápidamente el sacerdote les pedía que no lo hicieran, que se levantaran, que él no merecía tal trato de privilegio. Eso contrarrestaba mucho lo vivido con Ming y Hammond, aunque claro, Airgid y Melys no conocían lo que pudo hablar en el idioma natural del salvaje hombre de cabello rubio.

Poco se tardó en llegar hasta lo que era el "hogar" de padre. Nada más ni nada menos que una carpa gigantesca a diferencia de las demás viviendas que había alrededor. Incluso antes de entrar, la explanada que tenía alrededor, no sería difícil quitar la mirada de unas plantas artificiales que decoraban el exterior. Por supuesto con hombres manteniéndolas en condiciones óptimas para Josis. Al mover la tela de la entrada, se pudo apreciar que el olor cambió. El apestoso y putrefacto tufillo a basura se fue, dejando paso a un refrescante tinte de vainilla con frutos silvestres. Melys se lanzó sobre un sofá de aparente comodidad, hundiéndose entre los cojines. — ¡Esto si es buen olor! — Gritó. — No lo que dijo el bobo de Ming ... — Tras el sofá una biblioteca kilométrica en dirección lateral, abarcando decenas y decanas de metros. Varios de los libros estaban en zonas con jaulas y candados. — Por favor, Dayana, toma asiento. — Él así lo hizo, colocando su culo en una silla de madera de Adan. Solo con esa silla podría alimentar a decenas de personas durante días. Y lo sabía. — Ahora, cuéntame tu historia. Me ha parecido gracioso la acentuación en tu hablar. ¿No eres de aquí, cierto? Muero de ganas por saber tu historia pequeña. — Finalizó, al tiempo que le llegó un té bien caliente. Sin pedirlo.
#8
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Las palabras de Airgid salieron de su boca sin filtro alguno, como una manguera que acababa de abrirse y que costaba volver a cerrar. Le solía pasar a menudo, cuando empezaba a hablar o a dar su opinión sobre algo, tendía a ser demasiado sincera y atosigante, dejando pocos espacios para que la otra persona respondiera. Se estaba guardando las ganas de decir cuatro cosas desde hacía rato, y quizás había escogido el peor momento para hacerlo, pero simplemente no lo pudo evitar. La chica escuchó algunas risillas a su alrededor, aunque rápidamente fueron frenadas por las miradas autoritarias del Padre. Era fácil de notar lo mucho que le respetaban. Inesperadamente para Airgid, Padre no la interrumpió, ni tampoco le contradijo o refutó. O al menos no de primeras, lo cual no descartaba que lo hiciera en un futuro, pero desde luego le sorprendió. Pasaron unos segundos de calma tensa y agobiante. Esperando su respuesta, Airgid comprobó que a pesar de haberse mostrado brava e iracunda al principio, revoltosa, ahora le costaba mantenerle la mirada a aquel hombre, le costaba mirarle a los ojos. Había algo en él que imponía ya no respeto, si no miedo, lo cual chocaba mucho ya no solo con su sosegada apariencia, también con lo taimado que estaba demostrando ser de momento. ¿Entonces porqué ese miedo? Quizás solo estaba siendo paranoica. La verdad es que la situación pondría tenso a cualquiera. Finalmente, Padre se dirigió hacia Hammond, apoyando su delgada mano sobre el poderoso pecho del rubio. Airgid siguió a Padre con la mirada, aliviada tras haberse liberado de su atención. Decidió no intervenir en la discusión entre Padre y Ming. No hacía falta. El tenebroso hombre gritó que había mentido respecto a las intenciones de Hammond, y la verdad es que ni ella las conocía con toda certeza. Sabía que le había ayudado contra esa banda, en aquella paliza, pero no sabía si también trataba de escapar. O si ya había escapado. Aún así, decidió sacar la cara con él en ese sentido, un favor por otro, ¿no? Era lo justo.

Mientras Padre se mantenía centrado en Ming, notó la mirada de Hammond a su lado clavarse sobre ella. La rubia giró suavemente la cabeza para devolvérsela. Puede que no pudiera entenderle mediante palabras, pero los ojos eran el reflejo del alma, o al menos eso decían. Y Airgid intentó leer en los ojos azules de aquel hombre los sentimientos que pudiera estar experimentando en su interior. Era la mirada de una persona joven, a pesar de su gran tamaño, inexpertos y... ligeramente melancólicos. Airgid pudo ver en el gesto de su rostro el deseo de ser entendido, la impotencia de sentirse encarcelado, no solo en aquella Granja, si no en el propio idioma. Le resultó imposible no empatizar con aquel sentimiento, solo imaginar estar en un lugar donde no pudiera hablar con normalidad con nadie, donde no pudiera comprender lo que nadie decía a su alrededor, tan solo un hombre que parecía ser de todo menos una persona confiable... Airgid se volvería loca en una situación así. Quería hacerle entender dentro de lo posible, que le había tendido una mano en su conversación con Padre, que no tenía de qué preocuparse, que le había devuelto el favor. Lo intentó de la única forma que se le ocurrió, correspondiendo su mirada con una bastante parecida. Sus ojos de color canela expresaron cierta tristeza, aunque también determinación, frunciendo el ceño ligeramente, y sus labios esbozaron una sonrisilla ladeada. No sabía si él entendería la intención tras aquel gesto, era una expresión preocupada, pero de complicidad. "No sé lo que va a pasar, pero cuenta conmigo". Estaba a su lado, así que aprovechó la cercanía para tocarle el brazo. Duró solo un momento, un contacto rápido para enfatizar su intención, su mensaje. "Estoy aquí". Sintió una conexión profunda en ese momento, tan sencilla, inesperada, y pura, que apenas se centró en la belleza de su rostro.

El castigo a Ming se avecinaba severo, algo que Airgid no llegó a esperarse. Ming parecía ser un hombre devoto, dispuesto a hacer cualquier cosa por Padre, al menos durante el poco tiempo que le pudo conocer. Y aún así, recibiría un pago ante sus pecados, ante su mentira. Por un momento, Airgid se sintió... ¿mal? Observando cómo se llevaban a Ming a rastras, no podía evitar imaginarse qué tipo de castigo iba a recibir. ¿Le iban a matar por algo así? Algo en el ambiente le hacía pensar que era una opción bastante probable, y Airgid no terminaba de sentirse cómoda con ese desenlace. Ming no le generaba ni un solo ápice de simpatía, de hecho, le aborrecía. Pero no merecía la muerte por algo como eso. Frunció los labios, ligeramente turbada, molesta. Si aquel hombre era capaz de matar a un fiel seguidor por una equivocación... ¿qué podría hacer contra alguien que deliberadamente atentase contra él? O puede que solo se estuviera dejando llevar por unos pensamientos perversos, puede que dicho castigo no fuera tan extremo. Airgid ya no sabía ni qué pensar, ni de quién fiarse.

Melys fue la que se encargó de presentar a Airgid cómo se debía, diciendole su falso nombre a Padre. La atención volvió a recaer sobre ella, además de una forma que le hizo sentir tremendamente incómoda, pues Padre halagó no solo su nombre, si no también su pelo rubio, su físico, en cierta forma. Se le notó el nerviosismo en la cara, la muchacha era un libro abierto en cuanto a sus sentimientos, y fue un momento tan repentino que le fue imposible ocultarlo. Además, Airgid era una chica que para nada estaba acostumbrada a los halagos, así que no sabía cómo reaccionar a ellos. Simplemente se quedó callada, escuchando cómo ahora se dedicaba a despachar a Hammond. Explicó también que Ming sería ajusticiado debidamente por la tarde, y que mientras tanto, la invitaba a visitar su hogar. Aquello solo la descolocó más aún. No entraba en sus planes quedarse tanto tiempo, ni entrar en la casa de nadie, y menos aún en la del mismísimo Padre, el líder de aquel lugar. Comenzó a caminar hacia ella, y eso solo la puso aún más nerviosa. Sin embargo, Hammond irrumpió en la escena con aquella profunda voz y su marcado acento, con ese enigmático idioma. Airgid, evidentemente, seguía sin entender nada, menos aún cuando Padre también le contestó largo y tendido en ese mismo idioma. La muchacha trató de "adivinar" algo por el tono en el que hablaban, pero tampoco era algo del todo fiable, pues cada idioma tenía su propia tonalidad, su forma de hablar. Lo que a ella podría parecerle un tono agresivo, quizás era lo común en su lengua. Así que... no fue capaz de sacar muchas cosas en claro. Parecía ser un tema serio, eso sí. Airgid no despegó los ojos de Hammond. Quizás su rostro le decía algo más, quizás sus ojos volvían a ser igual de expresivos y de generosos con ella como lo habían sido antes, abriéndole un poco de su mundo interior. El cambio en el matiz de la conversación fue notable aunque se tratara de otro idioma. La curiosidad la carcomía por dentro, preguntándose de qué estarían hablando. La tensión se arremolinaba alrededor de aquella escena como un huracán. Sus palabras escondían un profundo mensaje, lo intuía. Y eso solo le generaba más frustración.

Fue de nuevo la niña quién interrumpió el momento. Tomó a Airgid de la mano y tiró de ella con una fuerza sorprendente para alguien de ese tamaño. O quizás era Airgid, que estaba demasiado flacucha. Padre tomó la delantera, invitando a ambas a seguirle. La rubia obedeció en silencio, pero antes de marcharse del todo, se giró para mirar a Hammond una última vez. Le hizo un gesto con la mano, de despedida, observando cómo se quedaba allí, plantado en el mismo sitio, estoico. Tenía ganas de seguir mirándolo hasta que desapareciera por el horizonte, pero la situación se lo impedía, forzándola a volver la vista al frente de nuevo.

No soltó la mano de Melys mientras se hacían paso por la ciudad vertedero, por la Granja. Trató de evadirse un poco de la preocupación que la atormentaba. Airgid no solía ser así, siempre confiaba en que ante cualquier problema que le surgiera, acabaría encontrando una forma de salir airosa o de solucionarlo. Pero estaba en un terreno tan desconocido, tan ajeno. Un lugar que rezumaba peligro, era algo que no podía ignorar, que le ponía los pelos de punta a cada rato. Si todo lo que envolvía aquel barrio no fuera tan extraño para ella seguramente podría disfrutar mucho más de los inventos y del ingenio que observaba a su alrededor. Escuchó la pequeña conversación entre los dos, una que sirvió para explicarle a Airgid un poco más sobre aquella zona, sobre su contexto. — Es un... estilo de vía que me quiere soná'. — Al fin y al cabo, ella y sus amigos vivían una situación parecida. Dentro de un bosque se habían montado su pequeña casa, construída en parte por ella y otro de sus colegas al que le encantaba trabajar con la madera. Vivían al margen del pueblo, subsistiendo de forma independiente, aprovechando lo que cada uno sabía hacer mejor para salir adelante. Aparentemente bastante parecido a lo que Padre había formado ahí, solo que sin una figura religiosa a la que adorar. Aunque sí que uno de sus amigos era creyente... pero no era algo que todos compartieran. Puede que Airgid no fuera demasiado intelectual, ni leída, ni inteligente. Nunca había ido a la escuela, aprendió a leer y a escribir por cuenta propia, y lo que sabía de mecánica se debía exclusivamente a su empeño por ello. Pero la ciencia era algo que le encantaba, algo de lo que nunca se cansaba de aprender. Y creer en alguna deidad no era demasiado científico, que digamos.

Resultó fácil distinguir el hogar de Padre de entre el resto de los edificios. Se trataba de una enorme carpa dentro de un espacio bastante abierto, decorado con plantas exquisitamente cuidadas para encontrarse en el lugar donde se encontraban. El hombre abrió la tela de la entrada, permitiendo a las chicas acceder al interior. Un aroma mucho más agradable les recibió rápidamente. Airgid se había acostumbrado tanto al olor de la basura, que ese choque fue como recordar algo terriblemente agradable que había olvidado. Melys soltó su mano para salir corriendo hacia un sofá que pintaba ser bastante cómodo. Airgid no podía apartar la vista de la exagerada biblioteca que se encontraba tras dicho sofá. Nunca había visto tantos libros juntos en su vida. Y algunos parecían estar... ¿cerrados? Es decir, enjaulados. ¿A qué se debía? Padre la invitó a tomar asiento, y la joven así obedeció, tomando sitio en el sofá, al lado derecho de Melys. No debía olvidarse de que había dicho que se llamaba Dayana. No sabía cuánto tiempo iba a permanecer en aquel lugar, pero si en algún momento la memoria le traicionaba... solo podía esperar una mala reacción de ello. Ya había visto cómo había respondido Padre ante la mentira de Ming.

Aquel sofá era quizás lo más cómodo en lo que había posado su trasero en toda su vida. Solo comparable a una vez que ella y sus colegas encontraron un colchón prácticamente nuevo al lado de un contenedor de basura. Se lo llevaron al bosque de forma triunfal, como si les hubiera tocado la lotería. No tardaron mucho en darse cuenta de que lo habían tirado porque estaba infectado de chinches. Tardaron dos semanas en deshacerse de todas ellas. Sonrió un poco al recordar ese momento, justo cuando Padre le preguntó sobre su historia, apuntando lo curioso que le había parecido su acento. Esbozó una sonrisilla, algo tímida, aunque su postura corporal era bastante desgarbada, despreocupada, de piernas abiertas y espalda hacia atrás. — No hay musho que contá, no te crea. — Tampoco era un tema que le gustara mucho tocar. — Podría decirse que este sitio me recuerda a mi hogá. Yo... em... soy de otra isla, lejos daquí, y mis amigo son la única familia que conozco. Vivimo' todos junto, en el bosque, alejaos de la ciudad, a mi me gusta inventá cosa y un hermano mío... o sea, no es mi hermano de verdá, pero como si lo fuera, le gusta la carpintería y tal, asín que nos construímo entre tos nuestra propia casa, cada uno aportando de lo que se le da bien. Un poco como ocurre aquí también, creo, por lo que veo. — Se llevó las manos a un mechón de pelo, peinándolo entre sus dedos, pensando en qué decir y cómo, hasta dónde contar. — Yo justo vine aquí con la esperanza de aprendé un poco más. — No se dio cuenta hasta que se sentó de lo tremendamente cansada que estaba. Incluso pudo notar cómo poco a poco se le iban formando algunos moratones por culpa de la paliza recibida. El corte de su mejilla ya no sangraba, pero seguía ahí. Todo sumado a la caminata que se habían pegado para llegar. cansada, sí, pero la curiosidad era mayor. Y con una ventana abierta a la conversación tras haber contado parte de su historia, decidió aprovecharla. — Pero, ¿por qué te intereso yo? No tengo ná que ofrecer que no tengas ya. Creo. ¿Y Hammond? No é de aquí, eso ta claro... ¿pero por qué intenta escapá? ¿Y qué idioma es ese que habla? Tú lo conoces. — Tardo solo un instante en tener una idea brillante. — ¿Me podría enseñar una mijita? Antes me ayudó, me salvó de los mamone, y no he podío ni darle las gracia. Bueno, sí se las dí, pero no me entendió un carajo. ¿Está bien? Se le notaba... mal. — Sonrió debilmente, aunque en su rostro reflejaba una expresión de impotencia, de que no se sentía a gusto no sabiendo cómo se encontraba Hammond en ese momento. Sentía el ardiente deseo de entenderle. De hablar con él. Quizás Padre pudiera enseñarle alguna que otra frase. Aunque le había dicho tantas cosas de forma tan seguida... le había vuelto a pasar, ese huracán de ideas y de palabras que salían de ella sin control, dando poco tiempo a la reacción del otro. Simplemente dejando que sus inquietudes se verbalizaran todas juntas y del tirón.
#9
Ragnheidr Grosdttir
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El dialecto con el que conversaba le hizo gracia a Padre. Airgid era una mujer enérgica, que después de una paliza de cuatro matones, ahí estaba, sentadita y contando todo lo que podía sin miramiento ni aspecto de ... No querer hacerlo. Eso agradó a Josis, que era un hombre de costumbres. En el momento en el que invitaba a alguien no solo a su casa, sino a la granja, le gustaba que fuera una relación recíproca, que el interés fuera mutuo. Muchas veces no conseguía este objetivo, pero si no se daba luchaba con todas sus fuerzas y con las fuerzas de los que le seguían para poder conseguirlo. Tal era su cabezonería. Se llevó la taza de té a la boca, dando un pequeño sorbo hasta que la volvió a dejar sobre la mesa. — Me encanta escuchar que La granja te recuerda a tu hogar. Es lo que intentamos con las almas perdidas que acaban en este sitio. — Melys sonrió, al ver que parecían entenderse. Tenía muchas ganas de una amiga nueva, eso estaba claro. — Tu historia es increíble, sin duda, pero el pasado, pasado es. Hay que pensar en el presente y cómo hacer próspera la vida de cada uno de nosotros. Aquí, la comunidad rema hacia el bien común y a que todos tengamos siempre las necesidades cubiertas. Incluso hemos llegado a enfrentar al reinado en muchas ocasiones. — Bebió de nuevo. — No es algo de lo que deba enorgullecerme, pues mi fe me impide esa banalidad, pero ... — Quiso seguir vanagloriándose, pero no pudo por que la mujer rubia le interrumpió con preguntas sobre Hammond. Bueno, de Hammond y varias cosas más. — Ya bueno ... — Tosió un poco a lo que Melys acudió a su costado, para ponerle una mano sobre el brazo. — Estoy bien pequeña, no te preocupes. — Miró de nuevo a Airgid. — Tienes mucho que ofrecer, más de lo que te imaginas. — Eso sería lo primero en contestar. Extrañamente, tomó la decisión de hacer hincapié en este relato y no en los demás. Y también casualmente, la granja iba escasa de mujeres. ¿Por qué?

No sé por qué te interesa tanto ese nórdico extraviado. A todo el mundo parece interesarle, pero de momento ha demostrado ser poco útil, la verdad. — Melys puso mala cara. — ¡Happi es muy majo! — Ante la respuesta de Josis, la niña se cayó de golpe. — ¡No necesitamos gente maja! — Comenzó a sollozar hasta que salió volando de aquel lugar, corriendo por un pasillo que había al final de la infinita hilera de libros. Se introdujo en uno de los quince baños y allí se sentó a llorar. — No le hagas caso, es una niña y los niños son emocionalmente muy fáciles de destruir. Pero crecerá. — Padre se levantó, llegando hasta su gloriosa biblioteca. Sacó un libro, rojo, hasta las hojas eran de ese mismo color. Volvió a sentarse en su silla, mientras abría el libro lentamente ante la más que posible mirada de Airgid. — La lengua que habla Hammond es extraña, y tenemos pocos libros que traten de ella o se la nombre. Salvo en los cuentos. — Se acercó un poco a la rubia, en un movimiento casi benevolente. — Mira. — Le enseñó una página. En ella aparecía una isla gigantesca de la que salía un pico tremendamente puntiagudo y cerca de aquellas montañas hombres. Pero no hombres normales, tan solo hacía falta medir, para ver que o el artista tenía muy mala capacidad de comprender la longitud o que realmente eso que estaba dibujado en el papel, no eran hombres comunes. — En las historias sobre gigantes, estos hablan en esa lengua. Se comunican abiertamente en una extinta lengua popularmente llamada "Språket til store menn" o traducida, "Lengua de hombres grandes". — Se llevó de nuevo el libro al colocarse de nuevo bien sentado. — Hammond debe ser un descendiente o algo así. Mira su altura. El idioma, su vestimenta. Debe ser, debe ser ... Pero solo son conjeturas de un viejo hombre. No hemos visto objetos con grabados particulares. Algo que debería tener.— Sonrió, después, tomó otro poquito de té. — Intento que se adapte, pero no es fácil. Es abiertamente pagano, la religión que él sigue es pagana hasta para los suyos, no te digo más. Pero nuestro señor abre la puerta a quién sea que tenga intenciones de cruzarla, como lo hará contigo. Tan solo tenéis que prestar atención y ser agradecidos. — Cerró el libro.

Entonces entró un caballero a toda prisa y se lo llevó. Después entró otro. — ¿Qué pasa? — Aquel hombre parecía nervioso. Vestía con ropa casi salvaje. Pieles y algún objeto colgando de sus piernas (algo muy común allí, clavar objetos varios en las ropas inferiores). El tipo miró a la chica, preocupado por soltar la información con ella delante. — ¡Vamos, no me hagas perder el tiempo! — Se asustó. Pero sirvió para que hablara. — Es Hammond señor. Tuvo una pelea en la taberna de Rick. — Josis se llevó una mano al rostro. — Hay ... Más. — Abrió los dedos, filtrando aquella mirada de hombre desgastado ... Casi rota. Miraba al suelo cuando le daban la información. — No ha tenido remordimientos en aliarse con Ming y sacarlo de su cárcel. — Josis se levantó, exaltado. Tiró al suelo la mesa que tenía delante. — ¡Eso es más impuro que el habla de esta niña! — Salió andando, aunque rápido, hacia la salida. — Detenedla. Encerradla en mi cámara, que no pueda moverse y a ser posible, hablar. No quiero más oposiciones.— Diría sin el menor remordimiento. Ni un ápice de esa bondad que denotaba minutos atrás. Al revés, era despiadado. Incluso el tipo que trabajaba para el le miró asustado. Sabía perfectamente qué buscaba. Las mujeres jóvenes le gustaban a Josis, siempre pedía que se las mandaran a su "cámara" como él llamaba a donde tenía escondido su cuarto de juegos. Allí las pobres niñas iban desorientadas y así no tenía que forzarlas a nada. Era la depravación personificada.

Saliendo de La granja, Hmmond y Ming corrían sin freno. — ¡No pienses que esto cambia nada, idiota! — El rubio iba con el rostro tapado, pero lo que tenía en la cabeza era muy diferente. Era un casco de batalla, plateado, de un metal tan viejo como el mismísimo océano. Desplegaba dos alas por los laterales e iba atado por una cuerda por la zona de la barbilla. Era su casco. Lo tenía escondido para que no se lo robaran al llegar a La granja. En la frente portaba inscritas en su lengua materna "Rompetormentas". Un apodo que le acompañaría el resto de su vida. — ¡Irrrr! — Ming se quedó ojiplático mientras avanzaba, saltando basura sin parar. Les seguían un centenar de personajes con antorchas, lanzas y diversas armas. — ¿Hablas? — Preguntó, extrañado. — Creía que no tenías ni lengua a estas alturas ... — El rostro pétreo como una roca. Sin emociones. No las necesitaba. — Calla ... — Respondió. — ¡SEGUIIRRR! — Rompió el silencio.
#10


Salto de foro:


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