Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
¡Una nueva isla!
Jim
Hmpf
Dia 11 de Verano

Jim había llegado en barco con Timsy y Zev tras un largo trecho desde una de las islas mas norteñas de aquel mar, el viaje había sido agradable, Timsy era realmente hábil pilotando y eso hacia que surcar las olas fuese una tarea relativamente mas simple de lo que parecía. Lo que no llevaba del todo bien era la alimentación, todo peces. Jim y Timsy competían a diario por quien pescaba el pez mayor, como es evidente el Gyojin apalizaba en cada intento al suricato. La ventaja que le otorgaba el agua era algo que tenía asombrado al Mink. El caso es que por fin llegaron a Isla Kilombo, iba a ser una parada temporal para continuar en busca del destino del que tanto hablaba Zev.

Llevaban muchos días juntos así que para esta ocasion el curioso trio de aventureros decidió separarse para observar y aprender de el pueblo de Rostock, un pueblo marinero al sur de la isla. Jim estaba asombrado, era algo totalmente diferente en comparación a lo que el estaba acostumbrado, nada que ver con el ambiente selvático de Rudra o la sabana de Cozia. Aquello era un pueblo formal con una gran base de la marina, el Mink caminó por sus calles observando como la gente vendía productos en los mercados, como comía en restaurante, como trabajaba cargando cosas y finalmente, la gran base de la marina. Un edificio que sin ser tan grande como el volcán de su tierra natal, se erguía por encima del resto. No tardó en preguntar a las buenas gentes de Rostock que era aquello y, por ende, preguntar que era la marina y como funcionaba. Jim desconocía cualquier detalle al respecto así que prestó especial atención, un cuerpo policial para asegurarse de que se cumple el orden. Le recordó a Maca, el animal mas fuerte de su isla, ella era la ley, no necesitaba un ejército. El miedo y su mera presencia disipaban cualquier tipo de mala actitud entre los animales de la isla.
#1
Jim
Hmpf
Jim caminaba con paso ligero por las calles empedradas de Isla Kilombo, sus pequeños pies surcados de pelaje marrón dejando huellas en la arena que se mezclaba con los adoquines. Aún no se acostumbraba del todo a este mundo fuera de su isla natal. Las brisas saladas del mar, el bullicio de los mercados, el ajetreo constante... Todo resultaba tan diferente a la tranquila vida entre los suyos, los otros minks que compartían su hogar.

Pero había algo que le fascinaba en este caos. Los colores vibrantes de los puestos de pescado, los gritos de los vendedores, el aroma embriagador de especias y mariscos cocinándose al aire libre. Su nariz inquieta lo llevaba de un lado a otro, inhalando las esencias exóticas que no había experimentado jamás. Y más aún, la idea de la taberna le había llamado la atención desde que escuchó a unos marinos hablar de ella.—El Kraken Dormido, así la llaman —recordó Jim mientras avanzaba, sonriendo con su característica expresión vivaz—. Dicen que allí es donde los marinos se relajan después de una larga jornada en el mar.

La taberna estaba ubicada en el borde del puerto, construida a base de madera desgastada por la sal y el tiempo. El letrero colgaba de un gancho oxidado, un calamar gigante dormido pintado de forma algo torpe adornaba la entrada. Jim, sin dejarse intimidar, empujó la puerta que crujió en protesta.
El ambiente en el interior era un torbellino de ruido y movimiento. El humo de las pipas flotaba en el aire, mezclándose con el aroma del alcohol fuerte y comida grasienta. Una docena de mesas ocupaban el espacio central, todas llenas de hombres y mujeres rudos, con cicatrices que contaban historias de tormentas, batallas y criaturas marinas indescriptibles. Los marineros reían a carcajadas, gritaban sobre historias exageradas de sus hazañas en el mar, algunos ya demasiado borrachos como para mantenerse sentados derechos.

Jim se detuvo en seco por un momento, con los ojos bien abiertos y las orejas tiesas. El bullicio lo sobrepasaba; el alboroto era distinto a lo que había visto afuera, más crudo, más salvaje. Un tipo corpulento arrojaba su jarra vacía a un lado mientras exigía otra ronda, la madera del suelo retumbaba bajo sus pies como si fuera una embarcación en plena tormenta.—¡Eh, cuidado, pequeño! —una voz ronca y profunda resonó desde un rincón. Jim se giró para ver a un hombre con barba enredada y ojos turbios que lo miraba desde su silla, con una sonrisa torcida—. ¡No querrás meterte en problemas aquí!Jim inclinó la cabeza, curioso, pero no se dejó intimidar. Su carácter travieso y aventurero no le permitía retroceder en momentos como este.—¡Solo estoy de paso! —respondió con una sonrisa traviesa, sus dientes puntiagudos asomando ligeramente—. Nunca había visto un lugar como este. ¿Es siempre así de animado?El marinero soltó una carcajada ruidosa, llamando la atención de algunos de sus compañeros de mesa.—¡Chicos! —gritó, señalando a Jim—. ¡Miren lo que tenemos aquí! ¡Un mink, y parece que es su primera vez en una taberna! ¡Brindemos por eso!De inmediato, varias jarras se alzaron en el aire mientras una ola de gritos y vítores recorrió el lugar. Jim se sintió abrumado, pero también emocionado por la energía del lugar. No entendía todo lo que decían, pero el calor de la camaradería se sentía genuino, aunque estuviera mezclado con el aliento espeso de los borrachos.

Aprovechando la confusión, Jim se dirigió hacia la barra, donde un hombre regordete y sudoroso secaba jarras con un trapo sucio.—¿Qué te traen por aquí, muchacho? —preguntó el tabernero, sin apartar la vista de su labor—. No veo muchos minks en estos lugares. Jim se subió a uno de los taburetes, tambaleándose ligeramente por la altura. Finalmente se acomodó y apoyó los codos en la barra.—Estoy explorando la isla —respondió, todavía maravillado por el ambiente—. Es mi primera vez fuera de mi hogar, todo es tan... diferente.

El tabernero soltó una risotada, claramente entretenido por la inocencia del suricato.—Ya lo creo. Aquí en Kilombo, todo gira en torno al mar. La pesca, la marina, los barcos... —Le sirvió una pequeña copa de un licor brillante—. Toma, esto te ayudará a adaptarte al ritmo.Jim observó el líquido con cierta desconfianza, pero su curiosidad fue mayor. Al final, dio un pequeño sorbo y casi inmediatamente sintió como si su garganta estuviera en llamas. Tosió fuerte, sus ojos lagrimeando mientras se aferraba a la barra.—¡Qué demonios es esto! —logró decir entre toses.

El tabernero se echó a reír.—¡Ron del Kraken! La bebida favorita de los marineros aquí. Te pondrá pelos en el pecho... aunque en tu caso, tal vez no lo necesites.A medida que Jim recuperaba la compostura, comenzó a relajarse. El ambiente estruendoso ya no lo hacía sentir tan fuera de lugar. Había algo reconfortante en la forma en que todo el mundo se relacionaba entre sí, incluso si eso incluía un par de empujones bruscos y bromas pesadas. Unos marineros en una mesa cercana comenzaron a cantar una canción sobre una sirena y un tesoro perdido, sus voces roncas acompañadas de una vieja concertina que sonaba desentonada.

Jim sonrió, sus orejas capturando cada nota desafinada y cada risa ruidosa. Se dio cuenta de que, a pesar de lo rudo y desordenado que todo parecía, había una extraña armonía en el caos. Los marineros, con sus vidas llenas de peligro y aventura, encontraban refugio en esta taberna, donde podían olvidar por un momento el riesgo que acechaba en cada ola del mar.—Tal vez el mundo fuera de mi isla no sea tan malo después de todo —murmuró para sí, observando con interés cómo un par de marineros empezaban una partida de cartas mientras otro, más borracho, intentaba bailar encima de una mesa tambaleante.

Jim sentía que poco a poco comenzaba a encajar en este mundo tan diferente al suyo. Tal vez, si se quedaba un rato más, incluso podría aprender una o dos cosas sobre la vida de los marineros. Por ahora, estaba listo para disfrutar de la locura del Kraken Dormido.
#2


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