Hay rumores sobre…
... una isla del East Blue donde existen dos escuelas de combate enfrentadas. Estas escuelas hacen especial referencia a dos personajes de la obra original.
Tema cerrado 
[C-Presente] Érase una vez un tiburón y un fénix…
Octojin
El terror blanco
8 de Verano del año 724, Loguetown.

Habían pasado tres días desde que Octojin y Camille enfrentaron a los criminales en la bodega. El gyojin aún podía sentir el peso de las heridas en su cuerpo, cada movimiento le recordaba la intensidad del combate y el peligro al que se había enfrentado. El Trago del Marinero se había vuelto un lugar incómodo para él, no solo por la tensión que había dejado el enfrentamiento, sino por la constante atención que recibía. Las miradas, los cuchicheos. Para alguien que prefería el anonimato, la tranquilidad de los puertos y la soledad del océano, Loguetown comenzaba a volverse asfixiante.

Esa mañana, mientras el sol naciente arrojaba sus primeros rayos dorados sobre los techos de la ciudad, Octojin decidió salir a caminar. No podía permanecer más tiempo entre esas paredes, necesitaba aire, espacio, el reconfortante sonido del mar. Su piel escamosa aún estaba sensible al tacto, pero el dolor era algo que había aprendido a manejar con los años. Había tenido peores heridas en el pasado, y sobreviviría a estas también.

Con una exhalación profunda, se levantó de la cama de madera de la posada que Camille le había recomendado y se dirigió hacia la puerta. El aire matutino le golpeó el rostro con suavidad cuando salió al exterior, una brisa fresca que prometía un día cálido. El gyojin respiró hondo, llenando sus pulmones de ese aire salado que tanto le gustaba. Durante un momento, simplemente se quedó ahí, de pie, mirando el cielo, como si estuviera buscando algún signo en las nubes que lo guiara. Pero sabía que su verdadera paz no estaba en el cielo, sino en el mar.

Comenzó a caminar por las calles adoquinadas de Loguetown. Su figura era imponente: alto, con su piel blanquecina y su forma robusta, una especie rara en esas tierras dominadas por humanos. A cada paso que daba, la gente se detenía para mirarlo. Algunos con curiosidad, otros con miedo. Incluso había quienes lo observaban con una mezcla de respeto y desconfianza. Sabían lo que había hecho junto a Camille, cómo había ayudado a la Marina a desmantelar una red de contrabando, pero también sabían que él no era uno de los suyos. Nunca lo sería.

Los susurros lo seguían por donde iba. "Mira, es el gyojin...", "Dicen que es un monstruo marino...", "¿Viste lo que hizo en la bodega?", "No me gustaría cruzarme con él en un callejón oscuro..."

Octojin intentó ignorarlos. No era la primera vez que recibía ese tipo de miradas y comentarios, y dudaba que fuera la última. En las islas humanas, su especie siempre había sido objeto de discriminación y miedo. Era algo que había aprendido a aceptar, aunque nunca a entender del todo. No obstante, sabía que reaccionar no haría más que empeorar las cosas. Así que siguió adelante, su rostro impasible a la par de sus pasos firmes.

A medida que avanzaba, dejó atrás el bullicio del mercado y las calles llenas de puestos. Las voces humanas se desvanecían poco a poco, sustituidas por el sonido del viento y el golpeteo de las olas en la distancia. El puerto estaba cerca, y con cada paso que daba, Octojin sentía que una pequeña parte de la tensión en su pecho comenzaba a relajarse.

Cuando finalmente llegó al puerto, se dirigió hacia una parte más apartada, donde los muelles estaban más tranquilos. Había varios barcos amarrados, sus velas ondeando suavemente en la brisa, y un par de pescadores trabajando con sus redes, pero por lo demás, era un lugar pacífico. Sin pensarlo dos veces, se sentó al borde del muelle, dejando que sus pies colgaran sobre el agua. Las olas chocaban suavemente contra la madera, creando un ritmo constante que le resultaba increíblemente relajante.

Por un momento, cerró los ojos y dejó que el sonido del mar llenara sus pensamientos. Se imaginó bajo el agua, nadando libremente entre las corrientes, dejando que la fuerza del océano lo guiara sin un rumbo fijo. Era una fantasía, lo sabía, pero era lo más cerca que podía estar de la libertad que tanto anhelaba.

"Esto es lo que necesitaba", pensó. Lejos de las calles abarrotadas, lejos de las miradas curiosas y los murmullos. Allí, en el puerto, solo estaba él y el mar.

Sin embargo, su tranquilidad no duró mucho. No había pasado más de una hora cuando sintió una presencia acercándose. Octojin abrió un ojo lentamente y vio a un hombre mayor, vestido con un uniforme de pescador, caminando hacia él. No parecía una amenaza, pero el gyojin permaneció alerta de todos modos. Había aprendido a no bajar la guardia, especialmente en lugares donde no era bienvenido.

El hombre se detuvo a unos metros de distancia y lo miró con cautela. Era delgado, con el rostro curtido por el sol y el viento, y sus ojos tenían una mezcla de curiosidad y respeto.

—Tú eres el gyojin que ayudó a la marine, ¿verdad? —preguntó el hombre con voz rasposa.

Octojin asintió levemente, sin decir nada. No estaba de humor para conversaciones, pero tampoco quería ser grosero.

El pescador pareció entender la falta de respuesta como un gesto de reserva más que de rechazo, y se acercó un poco más.

—No te preocupes, no vine a molestarte —dijo—. Solo quería agradecerte. Mi hijo... —hizo una pausa, como si le costara encontrar las palabras adecuadas—. Mi hijo trabaja en el almacén que esos bandidos atacaron. Si no hubieras intervenido, podría haber salido herido, o peor.

Octojin lo miró en silencio durante unos segundos antes de asentir de nuevo. No estaba acostumbrado a recibir agradecimientos. La mayoría de las veces, la gente lo veía como una amenaza, incluso cuando los ayudaba. Que alguien se tomara el tiempo para agradecerle era algo raro, y aunque no lo expresara abiertamente, lo apreciaba.

—No hice más que lo que debía —respondió finalmente haciendo que su voz profunda resonando en el aire.

El pescador sonrió levemente y asintió. Parecía aliviado de que el gyojin hubiera respondido, aunque fuera con pocas palabras. Se quedó un momento más allí, mirando al mar junto a Octojin, antes de darle una palmadita en el hombro y marcharse. No había más que decir.

Cuando el pescador se alejó, Octojin volvió a centrarse en el mar. Durante un rato, el silencio fue su único compañero. Sin embargo, algo en su interior había cambiado. Las palabras del pescador, aunque simples, le habían recordado que, a pesar de todo, había hecho una diferencia en Loguetown. Había salvado vidas, incluso si no todas las consecuencias habían sido ideales.

Pero esa sensación de logro no duró mucho. En cuanto se permitió relajarse un poco, su mente comenzó a divagar hacia el pasado. Imágenes de su juventud en las profundidades del mar, rodeado de su propia gente, empezaron a asaltar su conciencia. La nostalgia era un sentimiento extraño para él. Había aprendido a dejar ir las cosas, a no aferrarse al pasado, pero en momentos como ese, cuando el mar estaba tan cerca y, sin embargo, tan fuera de su alcance, no podía evitar recordar.

Recordó las expediciones con su familia, los momentos de paz bajo las aguas cristalinas. Pero también recordó la violencia que había enfrentado, los humanos que lo habían cazado, las veces que había tenido que luchar por su vida. La historia entre los gyojin y los humanos estaba marcada por la desconfianza y el conflicto, y aunque él había decidido tomar su propio camino, no podía olvidar lo que había vivido.

Ese era su dilema constante. Aunque intentara mantenerse neutral, el mundo seguía empujándolo a tomar partido. Los humanos seguían desconfiando de él, y su propia especie lo veía con recelo por su decisión de interactuar con ellos. Octojin se encontraba atrapado entre dos mundos, sin pertenecer realmente a ninguno.
#1
Atlas
Nowhere
Había llegado allí un buen rato antes de que los primeros rayos de sol comenzasen a nacer del mar, bastante antes de que la esfera luminosa brotase de entre las aguas como una profecía de luz y vida condenada a extinguirse para, al día siguiente, nacer de nuevo y repetir el ciclo de manera indefinida. No, aquel día no me había ido al puerto para librarme de Shawn. ¿Que probablemente lo acabaría intentando hacer de todos modos? Sí, pero desde luego no había sido esa mi intención de buena mañana.

Apenas llevaba una semana en Loguetown y mi vida había cambiado por completo. Bueno, a decir verdad lo había hecho hacía ya algunas semanas; exactamente en el momento en que había decidido hacerme al mar con un uniforme blanco que pretendía encarnar la justicia en el mundo. Cuantas más vueltas le daba a mi decisión, sobre todo en el silencio y la oscuridad de la noche, más claro tenía que realmente no me había detenido a pensar qué demonios estaba haciendo.

No es que no estuviera contento allí. Alguien que siempre había vivido en una aldea más pequeña que cualquier barrio de Loguetown no podía ver la ciudad como algo negativo —o sí, pero no era mi caso—. Allí había descubierto un sinfín de cosas nuevas. Se me había abierto un inmenso árbol de posibilidades con tantas ramas que resultaba tremendamente difícil escoger por cuál de ellas trepar. Era en mañanas como aquélla, las que sucedían a noches en las que mi mente había trabajado más de lo aconsejable, cuando me gustaba dirigirme al puerto para contemplar el mar, imaginar cómo estarían todos en mi hogar y prometerme que algún día regresaría para ver cómo estaban.

Era tan simple como eso: un pequeño acto de nostalgia que me abrazaba el corazón y me daba la energía y los ánimos que necesitaba para continuar con mi vida. Creo que era algo bastante normal y humano, ¿no? Había llegado coincidiendo con el atraque de los primeros barcos que habían salido a faenar en la madrugada. Los pesqueros echaban amarras y los pescadores comenzaban a desembarcar la mercancía y llevarla a la lonja. No obstante, todos ellos hablaban de los mismo animadamente.

—Sí, por lo visto fueron una tipa con cuernos y un tiburón.

—¿Un tiburón?

—Tal y como lo oyes. Es verdad que aquí no se ven muchos gyojin, pero era uno de ellos. Yo lo vi. Entre los dos se pulieron a todos esos malditos mafiosos.

—¿Dos? ¿Sin refuerzos?

—Ni medio marine de refuerzo, en serio. Aun así hay gente que está asustada por su presencia en la ciudad. Una panda de imbéciles, en mi opinión. Nos ha hecho un favor, joder, ¿qué menos que estar agradecido?

Todas las conversaciones de los pescadores abordaban el mismo tema de una forma u otra. Yo, sentado sobre una alta caja de madera orientada al mar, contemplaba la línea curva que se dibujaba a lo lejos sin perderme una sola palabra de lo que decían. Fue por ello que, cuando unas horas más tarde un tiburón apareció andando y se detuvo no demasiado lejos de mí, no pude evitar sentir gran curiosidad. No podía haber dos tiburones en la zona o, mejor dicho, era altamente improbable. Tenía que ser él. Quieto sobre mi caja, permanecí en silencio y observándolo hasta que un señor mayor se dirigió a él.

El que salió de sus labios fue uno de los agradecimientos más puros, sinceros y reales que había escuchado en mi vida. Tanto fue así que cualquier rastro de nostalgia desapareció en un instante de mi mente y una amplia sonrisa se adueñó de mi rostro. Tras ello, esperé un par de minutos a que el hombre se hubiera marchado antes de dirigirme al tiburón:

—Sienta muy bien, ¿verdad? —dije en voz alta para que me oyera—. Que se acerque alguien a quien no conoces y a quien en ningún momento sabes que has podido ayudar, y que te lo agradezca. Diría que hay pocas cosas mejores que esa sensación.
#2
Octojin
El terror blanco
La brisa y el mar era una combinación que hacía que Octojin se relajara con suma facilidad. El anciano se acababa de ir tras sus bonitas palabras, y la mirada del tiburón se fue desviando poco a poco hacia la izquierda, sin terminar de perder el mar. Desde allí, tenía una instantánea privilegiada, podía divisar parte de la ciudad sin perder de vista el mar.

A medida que los ojos de Octojin se adentraba en las adoquinadas calles, lo llevaban hacia el bullicio del mercado, donde la vida continuaba como si nada hubiera cambiado. Las voces de los comerciantes y los compradores desde su posición eran simples susurros, aunque su agudizado oído podía clarificar algo más esos tenues sonidos. Los propios susurros se mezclaban en una cacofonía de sonidos que llenaban el aire. Octojin podía ver la diversidad de la gente que se movía entre los puestos, la mayoría humanos, pero todos enfocados en sus propios asuntos.

Sin embargo, mientras sus ojos recorrían a la multitud, algo captó su atención. Un destello de movimiento en un callejón lateral, rápido y discreto, pero lo suficientemente inusual como para que sus instintos lo alertaran. Deteniendo la mirada por un momento hacia el callejón, trató de discernir si había sido solo una ilusión o si realmente había algo allí.

Sus ojos, entrenados para detectar el más mínimo movimiento bajo el agua, captaron una figura que se deslizaba entre las sombras. Alguien estaba tratando de pasar desapercibido, pero lo había hecho demasiado rápido, y eso había llamado la atención de Octojin. El callejón era estrecho y oscuro, con paredes altas que apenas dejaban pasar la luz del sol. Las sombras envolvían el lugar, algo que dificultaba notablemente la misión del gyojin. De repente, observó cómo algo se movía lentamente entre la sombras. No era capaz de diferenciar si era un humano, un animal o una bolsa agitada por el viento. Aguzando sus sentidos, pudo discernir dos voces susurrando, discutiendo en un tono bajo que complicaba la escucha. Octojin, sin pensarlo dos veces, decidió seguir su instinto y poner marcha hacia el callejón. Apoyó ambos brazos sobre el suelo y, justo antes de levantarse, un humano se acercó a hablar con él.

Octojin permaneció en silencio por un momento, mientras las palabras del joven marine resonaban en su mente. "Sienta muy bien, ¿verdad?" La pregunta era simple, pero cargada de una verdad que el gyojin no podía negar. A lo largo de su vida, había experimentado más rechazo que aceptación, más miedo que agradecimiento. Sin embargo, las palabras del anciano pescador y ahora del marine lo habían tomado por sorpresa, dejando una pequeña grieta en la coraza que había construido a lo largo de los años.

El gyojin giró lentamente su cabeza para mirar al joven que se dirigía a él. Aún sentado al borde del muelle, Octojin observó al muchacho con atención. El marine parecía joven, pero había algo en sus ojos que sugería una madurez más allá de sus años. Tal vez era la vida en la Marina, o tal vez simplemente había vivido lo suficiente como para entender las complejidades del mundo. Sea como fuere, el tiburón decidió que no lo juzgaría precipitadamente.

—Supongo que sí —respondió finalmente Octojin, con su voz profunda y calmada—. Aunque no es algo a lo que esté acostumbrado.

Octojin mantuvo su mirada fija en el joven. Había escuchado muchas palabras similares a lo largo de su vida, promesas de entendimiento y tolerancia, solo para descubrir que detrás de ellas se ocultaban los mismos prejuicios que siempre habían existido. Sin embargo, algo en la sinceridad del marine hizo que decidiera escuchar lo que tuviera que decir.

—Eres diferente a los demás —comentó Octojin, más como una observación que como un elogio—. La mayoría no se acercaría, no después de escuchar lo que sucedió en la bodega.

Entonces el gyojin se levantó y dio un par de pasos hacia el humano, se encontraba lo suficientemente cerca como para entablar una conversación más directa, pero aún manteniendo una distancia respetuosa. Su expresión se tornó seria por un momento, y asintió ligeramente.

La mayoría de las personas no se tomaban el tiempo para conocerlo, simplemente lo catalogaban como una amenaza por su apariencia y sus orígenes. Eso era algo que siempre había tenido que enfrentar, y no esperaba que cambiara pronto. De un modo u otro, ya pertenecía a él y era una repetida costumbre.

—Formar tus propias opiniones, eh... —dijo Octojin, casi en un murmullo—. Es un camino difícil, más difícil de lo que la mayoría se atreve a recorrer.

El escualo giró la cabeza, mirando el mar, dejándose llevar por el vaivén de las olas que lamían los muelles. Aquello era probablemente lo que más le relajaba en el mundo. Suspiró y volvió a mirar al humano, decidido a que era momento de continuar con la conversación, al menos por un poco más. Había algo en el marine que lo intrigaba, una especie de curiosidad genuina mezclada con una falta de juicio que era rara en los humanos. Podía sentir que este joven realmente estaba intentando entenderlo, no solo como un gyojin, sino como un individuo.

—¿Por qué te uniste a la Marina? —preguntó Octojin, rompiendo el silencio de forma inesperada.

Resultaba curioso ver cómo en menos de una semana, dos seres habían despertado algo que el tiburón creía totalmente apagado en su interior. Una esperanza por y para su raza. Tanto Camille, la oni con la cual había luchado, como aquél humano, tenían algo en los ojos que despertaba cierta esperanza en él. Quizá, pese a que acababa de verle, el aura del marine que tenía delante podía ser incluso más intenso. Después de todo, no dejaba de ser un humano, y el odio del gyojin iba mucho más centralizado contra ellos que contra cualquier otra raza. Y no dejaba de ser curioso que ambos fueran marines.

Esperando a escuchar la respuesta de aquel hombre, reflexionó sobre aquello que llamaban La Marina. Muchos se unían con grandes sueños de justicia y heroísmo, solo para descubrir que el mundo no era tan simple. Sin embargo, a veces esos sueños eran suficientes para mantener a las personas en el camino correcto, al menos por un tiempo. Y eso el tiburón no podía negar que fuese un acto loable.

Octojin no pudo evitar sentir una chispa de admiración por el joven. A pesar de todo lo que había vivido y las decepciones que había enfrentado, el tiburón sabía que todavía existían personas con la suficiente convicción para luchar por lo que creían, sin importar lo difícil que fuera.
#3
Atlas
Nowhere
La respuesta del gyojin vino salpicada de tintes tristes y melancólicos propios de quien suele recibir un bofetón como respuesta a una mano tendida de forma amable. El tiburón había aparecido poco después de que finalizase la conversación mantenida por los dos pescadores. No sabía si la habría escuchado, pero, de haberlo hecho, los comentarios de uno de los sujetos eran capaces de hacer reflexionar a cualquiera. Quizás ésas fuesen las consideraciones más puras, las que nacían de una conversación casual y, por tanto, verdadera, más que las que tenían origen en un forzado discurrir pseudopsicofilosófico.

Fuera como fuese, lo cierto era que el tiburón se mostraba en cierto modo taciturno. Sí, tal vez hubiese escuchado a aquel sujeto que, sin conocerle, no había tenido problema en abrir una puerta para que el habitante del fondo marino pudiese aspirar a un hueco en la superficie. Por mi parte, a lo mejor porque en mi vida había visto nada parecido a un tiburón parlante, la curiosidad empujaba mucho más que cualquier tipo de miedo. El sargento Shawn sí que era aterrador y no por ello lo lanzaba al fondo del mar, aunque...

Torcí la cabeza ante el murmullo del hombre-pez, no siendo capaz de entender por completo las palabras que acababa de pronunciar. Quizás fuese un pensamiento lanzado a la nada, pero igual de íntimo. Decidí no preguntar al respecto y opté por seguir la dirección de su mirada, que se perdió en el oleaje que golpeaba incesantemente la piedra que daba forma al suelo del puerto.

La pregunta que lanzó a continuación me pilló totalmente desprevenido, tanto que necesité tomarme unos segundos para responder. No porque no tuviese clara la respuesta, sino porque no sabía hasta qué punto era buena idea ser del todo sincero con él. Eso y que, a decir verdad, en el poco tiempo que llevaba fuera de casa —y sobre todo con lo sucedido en las islas Gecko— mi visión del mundo había cambiado y, aunque entonces no me lo quisiese reconocer, un poderoso germen de ansia de justicia —por llamarlo de algún modo— había anidado en lo más profundo de mi ser.

—Si te digo la verdad, me alisté porque pensé que sería un buen sitio en el que tener un sueldo fijo, mantener un perfil bajo para no llamar mucho la atención y trabajar lo menos posible —respondí, con los ojos aún hinchados, después de liberar una sonora carcajada—, pero digamos que las cosas no han ido hasta el momento tal y como esperaba. El sargento Shawn es... muy tenaz en su labor de formación de nuevos reclutas —terminé por decir, obviando por el momento los aspectos más arraigados en mi ser, que, por otro lado, aún no habían sido definidos por completo y sólo constituían un esbozo de lo que algún día serían.

Me tomé unos segundos para considerar aquellos pensamientos que, de manera intrusiva, habían aparecido en mi mente. Tendría que reflexionar un poco al respecto cuando fuera posible, ya que era perfectamente consciente de que en función de mis conclusiones mi actitud vital podría verse notablemente modificada.

—Mi nombre es Atlas, por cierto —continué—. ¿Y tú, a qué te dedicas? No es para nada frecuente encontrar a alguien de los tuyos por aquí. Vamos, yo llevo aquí algunos meses ya y eres el primero con el que me cruzo. También es verdad que no salgo demasiado de la base...
#4
Octojin
El terror blanco
Octojin se encontraba en una fase de su vida marcada por el cansancio y el desgaste, no solo físico sino también emocional. Las cicatrices de batallas recientes aún resonaban en su memoria y cuerpo, evidenciadas por la pesadez de sus pasos cada vez que deambulaba por las calles de Loguetown. La ciudad, con su bullicio y ajetreo, se había convertido en un espacio cada vez más asfixiante para él. Aquella mañana, en particular, había sido algo diferente. Pero incluso en su propia soledad, siempre había alguien que interrumpía su tranquilidad. Necesitaba el aire libre, el espacio abierto, y sobre todo, el reconfortante sonido del mar. Su piel, aún sensible al tacto por las recientes heridas, fue un recordatorio constante de su resiliencia y su capacidad para sobrevivir.
 
Primeramente había sido el viejo, con unas más que sinceras palabras, y ahora era Atlas. Un marine que parecía prometedor, e incluso algo en la no muy afortunada intuición del tiburón, le decía que podía confiar en él. Aunque eso tardaría en llegar, si es que llegaba.
 
—Octojin, encantado.
 
La introducción era simple, pero detrás de ella yacía un océano de historias y experiencias que no solía compartir a la ligera, especialmente no con humanos, aunque Atlas no parecía llevar consigo el típico prejuicio o miedo que otros mostraban al encontrarse con un gyojin.
 
—Mi vida es… diferente a lo que muchos podrían esperar —respondió con una voz que, esperaba, no delatara el torbellino de emociones que le costaba tanto controlar. La brisa marina llevaba consigo el aroma del salitre, un olor que siempre reconfortaba al tiburón, aunque ahora se mezclaba con el olor de pescado fresco y el bullicio de una ciudad que nunca dormía.
 
El gyojin había aprendido a ser cauteloso, a medir las palabras y las acciones, especialmente en territorio humano. La vida le había enseñado que incluso un gesto mal interpretado podría desencadenar un conflicto. Sin embargo, en la presencia de Atlas, sentía una rara mezcla de curiosidad y camaradería. Algo en su manera abierta y sin pretensiones de acercarse a la conversación disminuía las barreras que solía mantener erguidas.
 
—Trabajo solo, principalmente —continuó, fijándose su mirada en las aguas que se extendían más allá del puerto, donde el océano se encontraba con el cielo en un horizonte sin fin. —Soy un… recolector, por decirlo de alguna manera. Busco cosas que sean valiosas, útiles o simplemente interesantes. No es un trabajo común, pero me permite estar en el lugar que más amo: el mar. Cuando piso alguna tierra… Las cosas suelen torcerse.
 
La confesión del gyojin fue seguida por un silencio cómodo. Observó a Atlas, cuya expresión indicaba que estaba procesando su respuesta, quizás intentando encajar las piezas de ese tiburón solitario en su visión del mundo. La gente tendía a hacer eso; trataban de entender a los demás a través de sus propios marcos de referencia, a menudo sin darse cuenta de cuán amplio podía ser el abismo de experiencias y culturas.
 
—Y, a veces, me encuentro ayudando a la Marina, aunque eso no es por elección propia —agregó Octojin, con una sonrisa amarga tocando brevemente sus labios. El recuerdo de la bodega y el caos que había enfrentado junto a Camille era algo reciente, aún fresco y doloroso, tanto en su mente como en las marcadas heridas de su cuerpo. —Parece que terminamos haciendo lo que necesitamos, más que lo que queremos, ¿no es así?
 
El rostro del escualo mostró una mezcla de empatía y resignación. Era raro encontrar humanos que pudieran entender esa dinámica, esa sensación de ser llevado por corrientes que uno no siempre podía controlar. Pero a juzgar por la respuesta del marine a por qué se alistó, parecía que él también tenía esa sensación.
 
Lo cierto era que Octojin, con cada palabra, sentía cómo se formaba un puente improbable entre ambos, un reconocimiento mutuo de las batallas que cada uno enfrentaba en sus respectivos mundos. No eran tan diferentes, después de todo. Ambos buscaban su lugar, su manera de contribuir, de ser parte de algo más grande que ellos mismos. ¿Pero acaso no era eso lo que debía buscar cada ser de la tierra?
 
Mientras el sol comenzaba a descender hacia el horizonte, pintando el cielo de tonos ardientes de rojo y naranja, el tiburón se dio cuenta de que ese encuentro, tan fortuito y casual, había dejado una marca. Atlas había mencionado sus propias razones para unirse a la Marina, y Octojin había compartido parte de su vida como recolector en el mar, un camino elegido por amor a la libertad y la solitud del océano. Aunque provenían de mundos diferentes, encontraron un punto de conexión en sus experiencias y aspiraciones, un puente improbable entre un humano y un gyojin que había extendido su mano en amistad.
#5
Atlas
Nowhere
Solo y recolectando. Si ése fuese el titular del que debiese deducir los derroteros por los que había transcurrido la vida del tiburón, sin duda la palabra triste no habría tardado en acudir a mi mente. Salvo contadas excepciones, aquéllas en las que la soledad era ansiada, buscada y pretendida, no tener un respaldo en el que apoyarse era un cruel y pesado castigo que pocas personas merecían tener sobre sus hombros. De hecho, probablemente entre aquellos que clamasen hacer por gusto de la soledad y el aislamiento su hogar, seguramente habría quienes se engañasen para evitar ser heridos.

—Y muchas veces no lo que necesitamos, sino lo que nos corresponde, se nos asigna o se nos pone por delante —continué con la reflexión del hombre-pez—. Aun así, creo que algunas personas afortunadas han conseguido alinear su vida; ponerla en orden de manera que lo que se les pone por delante suele coincidir con lo que necesitan o deben hacer. Me parece que esas personas tienen bastante suerte y, de hecho, tienen recorrida buena parte del camino que tal vez les lleve a ser felices.

Cualquiera que se hubiese detenido un segundo a escucharnos se habría preguntado, probablemente, qué clase de problema teníamos. Un tiburón y un marine perezoso allí, al lado del puerto, recién conocidos e intercambiando reflexiones que, al menos en mi caso, brotaban en un misterioso orden que no era consciente de haberles otorgado en ningún momento. ¿Sería eso parte de lo que significaba madurar?, ¿desenmarañar de forma lenta, casi inconsciente y sin prestar atención, los entresijos de la vida según la experiencia de cada uno?

—¿Qué te parece la Marina, Octojin? —pregunté a continuación—. Yo aún intento decidir si beneficia al mundo tanto como parece inicialmente desde fuera. Creo que no es justo que una serie de personas impongan su libertad, por llamarla de algún modo, al resto simplemente por ser más fuertes. Hasta ahí bien, pero... si hay una organización que se opone a esa actitud y busca asegurar la libertad del resto del mundo... ¿lo está haciendo realmente? ¿Ayuda al mundo o simplemente se dedica a imponer su propio criterio, al igual que los demás, aludiendo a que el suyo y no el del resto es el correcto? Creo que ahí reside la clave de todo.

Estaba claro que si me encontraba allí era porque la primera interpretación se ajustaba bastante más a mi modo de verlo. No obstante, aquellas dudas me asaltaban con cierta asiduidad. A decir verdad, no las interpretaba como algo negativo. Quien simplemente aceptaba los dogmas como tal sin atreverse a dudar de ellos jamás sería capaz de defenderlos como propios. Quien no tomase sus propias decisiones nunca tendría una voluntad suficientemente fuerte para proteger a los demás. Pero aquéllas eran unas reflexiones todavía demasiado íntimas como para atreverme a compartirlas con nadie, mucho menos alguien a quien acababa de conocer.

Caminé hacia delante, aproximándome a la frontera entre el mar y tierra firme, el punto donde los ladrillos del puerto se interrumpían de forma abrupta para ceder su lugar al insondable océano. Sin decir nada más por el momento y en espera de la respuesta del gyojin, me senté con las piernas flotando pro encima del mar y me dejé caer hacia atrás. El duro y húmedo  suelo no era el lugar más cómodo para apoyar la cabeza, pero lo cierto era que nunca había sido demasiado exquisito a la hora de elegir dónde plantar el campamento.
#6
Octojin
El terror blanco
La conversación con Atlas había dejado a Octojin sumido en un mar de pensamientos, mucho más profundos y turbulentos que las aguas en las que habitualmente nadaba. Su expresión, habitualmente severa y cerrada, ahora mostraba un destello de sorpresa y reflexión ante las palabras del marine. No era frecuente que se encontrara con humanos que mostraran tal grado de introspección y sinceridad, especialmente un marine, quienes a menudo parecían envueltos en un aura de rigidez y autoridad. Y mucho menos que se diese ese suceso en una conversación directa.

Los humanos durante mucho tiempo habían sido poco más que seres racistas para el tiburón. Pero no fue hasta que se lanzó a vivir sus propias aventuras cuando se dió cuenta de que el mundo era tan vasto como lo eran las personalidades de los humanos. Había encontrado de todo a su paso, por lo que entendió que si bien no podía generalizar con afirmaciones de tal índole, tampoco podía cerrarse en banda y dejar de conocer a seres que podrían aportarle tanto como parecía que estaba haciendo aquél pelirrubio.

—Es complicado, Atlas —comenzó Octojin, empleando su voz grave, que esta vez iba cargada con un matiz de sinceridad que rara vez mostraba. La brisa marina le acariciaba las escamas mientras contemplaba el horizonte donde el cielo se encontraba con el mar, un lugar que siempre le había parecido un perfecto reflejo de las fronteras entre mundos, culturas y creencias—. Lo que dices sobre la Marina... es algo que he pensado muchas veces. No solo en la Marina, sino en todas las instituciones que dicen buscar la justicia o el bien común.

Octojin se permitió una pausa, recogiendo sus pensamientos antes de continuar. Era inusual para él abrirse de esa manera, pero algo en la honestidad de Atlas lo impulsaba a compartir su propia visión del mundo, un mundo que había visto tanto desde las profundidades silenciosas del océano como desde sus tumultuosas superficies. Una mezcla de estilos de vida, sucesos, culturas y comportamientos que eran complicados de digerir en ocasiones. Y que poca gente conocía.

—A veces, me pregunto si realmente existe una verdadera justicia, o si solo es una idea que cambia según quien la maneje. En el mar, las reglas son claras, directas y a menudo crueles. Pero hay una honestidad en esa crueldad. La superficie, con todas sus complejidades y máscaras... a veces parece más peligrosa porque nunca sabes con certeza qué es real y qué es solo una fachada para ocultar otras intenciones. Aunque claro —reflexionó, llevándose la mano derecha a la barbilla mientras alzaba ligeramente la mirada—, puede que mi opinión esté bastante condicionada. Como la de todos, imagino.

Mientras cavilaba, Octojin miraba al mar, sus ojos reflejaban la infinita extensión de agua que tan bien conocía. Mientras eso ocurría, el marine, por su parte, se había acomodado en el borde del puerto, su figura relajada contrastaba con la tensión habitual de su profesión. El gyojin encontraba algo profundamente humano en ese gesto, una vulnerabilidad que rara vez se veía en aquellos que portaban un uniforme.

—Continuando con el tema de la marina... creo que, como en todas partes, hay quienes realmente creen en lo que hacen y buscan hacer lo correcto. Y luego están los otros, los que usan su poder para imponer su propia visión del orden, sin importar el costo. Es un reflejo de la sociedad, supongo —continuó Octojin, con un tono un poco más sombrío—. Apreciaría encontrar más marines como tú, que se preguntan si lo que hacen es realmente lo correcto y buscan entender el mundo más allá de las órdenes y las batallas.

Y es que aquél tema daba para escribir un libro. El escualo no quería ser pesado, pero había tenido infinidad de experiencias, mayormente negativas, con marines de feroz temperamento que se habían creído portar la verdad absoluta. Lo cierto es que, como había dicho anteriormente, cualquier institución gubernamental y una raza maltratada históricamente, no era una mezcla muy amigable, que digamos. El viento llevó consigo el sonido suave de las olas chocando contra los pilares del muelle, un recordatorio constante del vasto y a menudo incomprensible mundo que ambos habitaban. Octojin se volvió ligeramente hacia Atlas, en un gesto de camaradería que rara vez ofrecía.

—Tienes una mente abierta, Atlas. Eso es raro y valioso. En estos tiempos, donde tantos buscan solo el poder o el control, tu búsqueda de comprensión es un faro de esperanza. Quizás, solo quizás, si más personas pensaran como tú, podríamos encontrar una manera de cruzar las barreras que nos separan, en el mar y en la tierra.

Mientras el crepúsculo comenzaba a envolver la ciudad de Loguetown, Octojin sentía un atisbo de esperanza, mezclado con la pesada realidad de los desafíos que enfrentaban. No era común para él sentir tal conexión con un humano, especialmente uno del mundo de la superficie. Pero en ese momento, sentado junto a Atlas en la frontera entre sus mundos, no podía negar la extraña pero profunda conexión que las sinceras palabras del marine habían forjado entre ellos.

El escualo aguantó un momento en silencio. Después de todo, pensó que quizá era lo que buscaba Atlas, a juzgar por su postura. Se tocó su escamoso pecho, lleno de heridas y cortes de la última batalla vivida, casualmente junto a otro marine, Camille. Y allí es donde empezó una reflexión aún más interna. La casualidad había querido que en aquella isla, hubiese tenido dos de las mejores experiencias con marines de su vida. ¿Era una casualidad, o el destino le estaba poniendo allí a aquellos dos seres por algo? En cualquier caso, el gyojin esperaba que solo fueran las primeras experiencias de muchas más con un resultado igual o aún mejor. Finalmente, y cuando el habitante del mar quiso ponerle fin a sus pensamientos, se levantó y, acto seguido, estiró sus brazos, escuchando un ligero crujido fruto del estiramiento.

—Hay algo con lo que llevo meses sufriendo, Atlas —comentó a la par que se acercaba a la posición del humano, sentándose cerca suya y dejando los pies caer igual que él, solo que el tiburón no se tumbó hacia atrás—. Como bien sabes, la institución a la que perteneces y mi raza, no son muy amigas. Bueno, ni esa ni cualquiera gubernamental, a decir verdad. La cosa es... —el tiburón no sabía cómo pronunciar aquellas palabras, y es que era muy diferente pensar algo a decirlo en alto, y en aquella ocasión, decirlo costaba más de lo que pensaba— Que estoy meditando algo —finalizó, sin atreverse a contarlo—.  Y ese algo puede poner fin a la relación con los míos. Y ni siquiera sé si es una buena idea. Es solo que... No es fácil cambiar la visión de la gente, ¿sabes? Y cuando te lanzas al mar lleno de buenas intenciones y solo percibes injusticias... No sabes qué hacer —finalizó, apretando el puño con fuerza fruto de la rabia—. Perdona, no sé por qué te cuento esto.

El gyojin se sonrojó ligeramente. Hacía tanto que no cogía confianza con alguien, que se abrió con el humano de una manera que quizá no tocaba. Aquello dio pie a una sensación de incomodidad muy grande por parte del tiburón, que cada segundo en silencio lo vivió con sensación de angustia. ¿Quién le mandaba a abrirse de aquella manera?
#7
Atlas
Nowhere
—Aun si asumimos que seguramente ninguna de las posturas que pueda haber son del todo correctas, que todo tiene sus aristas y que probablemente nadie actúa sin dañar a otro colateralmente, aunque sea sin querer, me inclino a pensar que la Marina es al menos el menor de los males. Cada uno de esos poderosos piratas que surcan los mares tiene una única forma de ver las cosas. Con suerte harán caso a quien les acompañe, pero en líneas generales me imagino que actuarán según su capricho a juzgar por las noticias que tenemos. Me gusta pensar que aquí, al ser nosotros tantas personas, nuestros ideales y deseos deben servir de contrapeso para los de otros y que... bueno, puede dar lugar a algo más balanceado y justo.

En ese momento hablaba sin mirar al tiburón, con la mirada fija en el cielo pero sin realmente ver nada de lo que acontecía ante mis ojos. Simplemente estaba pensando en voz alta, planteándome preguntas que hasta ese momento había mirado de reojo e intentando responderme de frente en vez de colocarme de perfil. No era fácil.

Fue un movimiento a mi lado lo que apartó mi mirada de las alturas. Octojin se había levantado para sentarse junto a mí, quizás con la intención de despejar un poco su mente y dejar de dar vueltas en círculo en torno a asuntos y problemas que difícil solución tenían. Sin embargo, fue todo lo contrario. No terminaba de entender si lo que decía el ser del mar era una especie de ofrecimiento, una mano tendida para que realizara una invitación o qué, pero decidí lanzarme al vacío.

—Si te digo la verdad, me parece que probablemente muchos gyojines antes que tú habrán recorrido los mismos caminos por los que tú has nadado hasta ahora. Pero dudo mucho que, si te estoy entendiendo bien, uno solo de ellos haya tenido el coraje de ponerse al otro lado del tablero a jugar con las fichas del otro y descubrir qué se siente.

Probablemente no sería fácil. No había visto un solo habitante del mar de uniforme desde mi llegada y, la verdad, me habría extrañado verlo en algún momento si no hubiese tenido esa conversación con Octojin. Mis conocimientos sobre la Marina y su historia, así como sus héroes, en esos momentos oscilaban entre el poco y el nada, pero algo me decía que tampoco sería usual encontrar registros de gyojines luchando bajo la bandera blanca y la gaviota azul. No debía ser fácil plantearse dar semejante paso, más aún si, tal y como decía, podía ser interpretado como una traición por parte de sus congéneres. Desde luego, corría el riesgo de ser rechazado por sus semejantes y por quienes eran diferentes a él. ¿Qué le quedaría entonces? Tal vez...

—En las últimas semanas ha entrado una remesa nueva de reclutas, ¿sabes? Yo soy uno de ellos, pero también están Masao, Taka y Ray. Camille lleva aquí bastante más tiempo, pero se acaba de graduar y también está dando sus primeros pasos con el uniforme puesto. Con Masao y Camille aún no tenemos una relación demasiado estrecha, y digo aún porque, con lo poco que sé de ellos, tengo claro que acabaremos llevándonos bien. Estoy seguro de que ninguno de los cuatro tendrá ningún problema en acogerte y, si te tienen que insultar, que lo harán, no será considerando que tu raza o tus orígenes son algo malo o negativo. Si no, siempre puedes ahogarlos. Yo no me opondré —finalicé con una carcajada.

Si Octojin estaba dispuesto a exponerse a realizar semejante sacrificio para ser la primera piedra del camino que acercase a dos pueblos, no sería yo quien le negase una pared segura en la que apoyarse para empujar.
#8
Octojin
El terror blanco
Octojin escuchaba atentamente las palabras de Atlas, cada una cargada con un peso de realidad y esperanza que no había considerado completamente hasta ese momento. Su experiencia como gyojin siempre había estado teñida de aislamiento y lucha, una lucha tanto contra las corrientes del océano como contra las corrientes de la sociedad que tan frecuentemente los veía como monstruos o, en el mejor de los casos, como curiosidades.
 
El tiburón sentía una especie de conexión inesperada con el joven marine. Aunque sus mundos eran vastamente diferentes, había algo en la sinceridad de Atlas que resonaba profundamente con él. Octojin nunca había conocido a alguien de la Marina que expresara dudas tan profundas sobre su propia organización, que reflexionara sobre el balance de poder y justicia de una manera tan abierta.
 
—Tu perspectiva es refrescante, Atlas —comentó Octojin, mirando hacia el oscuro océano que se extendía más allá del puerto, donde las luces de Loguetown parpadeaban como estrellas caídas del cielo. —En el mar, a menudo estamos tan atrapados en nuestras luchas diarias que olvidamos que hay otros caminos, otras formas de ver el mundo.
 
La mención de Camille por parte de Atlas le hizo recordar sus propios encuentros con marines en el pasado, aunque estos habían sido mayoritariamente hostiles o, en el mejor de los casos, marcados por el mutuo desconcierto. La idea de que pudiera haber marines como Camille, dispuestos a aceptar a un gyojin entre ellos, era una novedad que intrigaba y asustaba a Octojin a partes iguales.
 
—He oído hablar poco de otros gyojin que tomen el camino que estoy considerando. La mayoría de nosotros vemos la Marina como un brazo más de la opresión que enfrentamos, pero... —Octojin pausó, eligiendo sus palabras cuidadosamente. —Pero quizá es hora de que alguien pruebe algo diferente. Quizá es hora de que uno de nosotros intente entender realmente y, si es posible, cambiar las cosas desde dentro. O quizá ese alguien se sacrifique por los suyos, y todo aquello que quisiera intentar se volviese en su contra, alimentando aún más el odio que hay a esta institución.
 
La propuesta de Atlas de unirse a un grupo de reclutas recientes, y la idea de ser potencialmente bienvenido por ellos, plantearon un futuro que Octojin nunca había considerado realmente. Era un paso monumental, lleno de riesgos, pero también de posibilidades.
 
—¿Crees que realmente podrían aceptarme? —preguntó Octojin, volviendo su intensa mirada hacia Atlas. La idea de que podrían insultarlo, aunque dicho en broma, resonaba con una verdad incómoda. —En el mar, ser diferente es peligroso. No solo para mí, sino para aquellos a quienes me acerque.
 
La decisión de cambiar su vida completamente, de dejar su mundo bajo el agua para sumergirse en las complicadas aguas de la política y las relaciones humanas, era intimidante. No obstante, la oferta de Atlas, la posibilidad de una nueva camaradería y un nuevo propósito, era tentadora.
 
—Si decido hacer esto, si decido unirme a la Marina y tratar de ser una voz para mi gente... necesitaré amigos. Necesitaré aliados como tú, Atlas —confesó Octojin, con su voz baja pero firme. Era un compromiso con el cambio, un compromiso que podría costarle mucho, pero que también podría llevar a un nuevo amanecer para él y para los suyos—. Conozco a Camille, y si está con vosotros será por algo. Pero todo esto es… Es muy complicado.
 
La noche en Loguetown se cerraba sobre ellos, pero para Octojin, parecía como si un nuevo día estuviera a punto de comenzar. Un día lleno de incertidumbre, sí, pero también de una esperanza recién descubierta.
 
Lo cierto es que el tiempo había pasado muy rápido. Entre reflexiones sinceras y propuestas atípicas, la hora de cenar se estaba echando encima. El gyojin no tenía mucha hambre, pero sí que lucía cansado. Era el primer día que pasaba fuera de la habitación en su totalidad desde el incidente en la taberna y su posterior lucha junto a Camille. Y probablemente necesitase una buena cantidad de horas de sueño.
#9
Atlas
Nowhere
—No lo creo —respondí—, lo sé con toda seguridad. Podremos ser muchas cosas y tenemos muchísimos defectos, pero me parece que si algo tenemos en común es que ninguno encaja en el estereotipo de marine... o de persona, en general, que puedas tener en mente. Pocas personas a las que te hayas cruzado te podrán recordar a nosotros, eso seguro.

Aquello último era una verdad como un templo. Algunos éramos más responsables y otros menos, más o menos despreocupados o, en definitiva, de caracteres diferentes. No obstante, daba como cierto que ninguno de mis compañeros rechazaría a nadie antes de conocerle simplemente por ser como fuese. A decir verdad, lanzar semejante invitación a alguien a quien acababa de conocer era un acto que se podría calificar como despreocupado, casi temerario, pero había algo en el tiburón que me inspiraba confianza... como si ya le conociese de antes, de mucho tiempo atrás. Por su parte, Octojin no dudaba en verbalizar sus dudas acerca de qué suerte podríamos correr por el hecho de relacionarnos con él, refiriéndose en este caso al rechazo de sus congéneres.

—Por suerte o por desgracia el camino que todos hemos escogido lleva el peligro incorporado como accesorio. Dudo mucho que el mar, ya sea a través de sus habitantes o no, vaya a dejarnos en paz toda nuestra vida independientemente de quién nos acompañe. Estamos un poco desestructurados, pero me parece que somos un buen grupo. Nadie que se dedique a ser y actuar como el resto puede conseguir algo diferente a lo que todos logran, ¿no te parece?

Concluí mi reflexión con una amplia sonrisa en el rostro. Lo último que quería era que aquella conversación finalizase con el aire lúgubre y meditabundo con el que había iniciado. Extraer conclusiones válidas de preguntas difíciles debía ser un motivo de alegría, pues ayudaba a clarificar las prioridades y la visión del mundo, a tomar decisiones. ¿Y qué podía haber más importante que elegir acorde a la moral y las convicciones de cada uno?

—Por ir poniéndote en contexto —continué para terminar de distender el ambiente—, tenemos a un tipo de pelo blanco que si le quitas un ojo de encima puede despistarse y aparecer en la otra punta del mundo, uno que viene directo de Arabasta con un interés por el sexo opuesto que roza lo patológico, una tipa más alta que casi cualquier persona en la base del G-31 que... bueno, tiene dos cuernos en la cabeza, un sujeto con un fervor religioso sólo comparable con el tamaño de su familia y uno rubio, yo, al que se ve más tiempo perseguido por su sargento y bajo castigos disciplinarios que haciendo sus labores rutinarias. Como te decía, no somos un grupo de marines al uso. Sólo nos falta uno con escamas.
#10
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