Hay rumores sobre…
... una plaga de ratas infectadas por un extraño virus en el Refugio de Goat.
Tema cerrado 
[Aventura] [Aventura T3] Un velo rojo
Ray
Kuroi Ya
La figura de chocolate lanzó también su puño hacia delante, al encuentro del de Ray. Sin embargo la fuerza del marine fue considerablemente superior, pues su ofensiva consiguió reducir a añicos por completo el brazo de su artificial oponente. Cosa que no pareció importar demasiado a su creador, o al menos esa impresión quiso dar al restar importancia al logro del peliblanco aduciendo todo a la escasa resistencia del material que producía.

El joven sabía no obstante apreciar los pequeños triunfos y encontrar en ellos motivación para seguir adelante. Era consciente de la dificultad de la batalla en la que estaban envueltos, pero parecía que Taka y Atlas estaban poco a poco logrando superar a los dos sicarios y pronto estarían en condiciones de ayudarle a derrotar al líder. Solo tenía que quitarse de en medio cuanto antes a la figura de chocolate para tenerle entretenido hasta que lo consiguieran.

No lo había conseguido lo suficiente rápido al parecer, ya que el hombre de traje blanco realizó un movimiento que su clon artificial imitó a la perfección y formó lo que parecía un taladro de chocolate. La figura apuntaba a Ray, mientras que su creador parecía estar dirigiendo su ataque hacia el marine rubio.

Esta vez sí la velocidad y capacidad de reacción de Ray le permitieron reaccionar a tiempo, pues al tratarse de un único proyectil de un tamaño no demasiado grande se hacía considerablemente más fácil para él evitarlo. Dado que pudo verlo venir se preparó y, con el proyectil ya en el aire en dirección hacia él, se agachó hacia delante para coger impulso, doblando rodillas y caderas al tiempo que se inclinaba hasta apoyar las manos sobre el suelo de forma que el taladro pasó sobre él sin tocarle.

En el mismo instante en el que el ataque hubo sobrepasado su posición, se impulsó utilizando la fuerza de sus cuatro extremidades para salir propulsado a máxima velocidad hacia la figura de chocolate.

- Esta vez no puedo fallar. - Se dijo. Tenía que destruir por completo aquel clon para que la atención de su creador se centrase por completo en él y así dar tiempo a sus compañeros para acabar con los dos sicarios sin interferencias.

Utilizando toda la fuerza que el impulso le proporcionaba, intentaría descargar una serie de golpes sobre la figura de chocolate, empezando por un puñetazo directo con su brazo izquierdo dirigido hacia el pecho del clon. Inmediatamente después apoyaría ambos pies en el suelo y trazaría un gancho ascendente con el puño derecho buscando su barbilla mientras rotaba su cuerpo para acompañar el golpe al mismo tiempo que preparaba de nuevo su izquierda para lanzar un nuevo puñetazo buscando la situación en la que, de tratarse de una persona de carne y hueso, se habría encontrado su hígado.

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#31
Atlas
Nowhere | Fénix
Sí, mis cortes habían conseguido herir a aquel sujeto hasta en dos ocasiones, pero el muy condenado insistía en seguir dando guerra hasta el último momento. Aquello resultaba un hecho bastante problemático en sí mismo, porque la idea de acabar con la vida de alguien no entraba ni de lejos en mis planes. Pero si no cejaba en su empeño, ¿qué alternativas tenía?

Tendría que ver cómo gestionar ese asunto, pero tendría que ser un poco más adelante. Aprovechando la caída de mi enemigo y mi posición de ventaja, a pesar de encontrarme herido por el disparo recibido en la pierna, avancé hacia él para mantener al mínimo la distancia que nos separaba. Había sufrido una herida profunda en el torso; estaba asustado y eso se reflejaba en la torpeza de sus movimientos. Fue por ello que, por primera vez, pude reaccionar sin demasiados problemas a su siguiente acción. En cuanto extrajo el arma corta de su ropa, tracé un nuevo tajo en dirección al brazo que la sostenía. Acto seguido, alcé de nuevo mi arma para intentar dejarle fuera de juego de una vez por todas.

Fue justo en ese momento cuando el trajeado cometió el error de dirigirse a nosotros. Con mi atención fija en el tirador, si no me hubiese dicho nada no habría tenido oportunidad de defenderme, pero, por desgracia o por fortuna —en aquel momento claramente fortuna—, siempre había gozado de un excelente oído. No tardé en entender lo que estaba sucediendo en cuanto mi cabeza se volteó a mirar al cabecilla y un taladro de chocolate ocupó el primer plano en mi campo de visión. Alteré la trayectoria de la naginata en el aire para, con un tajo oblicuo, detener a intentar cortar por la mitad el dulce proyectil que prometía servir como muchas cosas, pero no como merienda.

Aquella reacción dejaba bien claro que la situación se les comenzaba a ir de las manos. Era el momento de insistir y apretar para zanjar de una vez por todas aquella misteriosa y problemática incursión. Aquellos tipos tendrían que ser encarcelados y, con toda seguridad, interrogados para averiguar qué había verdaderamente detrás de todo aquello.

Con esos pensamientos sucediéndose a gran velocidad en mi mente, volví a centrar mi atención en el tirador que se encontraba en el suelo y, una vez más alcé mi arma para lanzar un nuevo corte —en esta ocasión diagonal hacia la izquierda— orientado a su abdomen.
Nota
#32
Rengetsu D. Tenji
Príncipe Ciego
Ya pasaba la media noche, las calles habían quedado completamente desérticas, nada quedaba en el exterior de aquellos remodelados astilleros que recordase remotamente al pequeño tumulto que se había formado hace no mucho con los vecinos alarmados. No obstante en el interior de aquel edificio el sonido del metal colisionando, los disparos y golpes salía de una forma ahogada y casi imperceptible, pero cuanto más te adentraras en las salas de aquel lugar, más intenso se volvía el sonido y el frenesí de la batalla.

Las balas cruzaron el espacio aéreo, un disparo y dos taladros de chocolate, uno de los cuales aunque fue amortiguado por Atlas, no fue suficiente para detener completamente el impulso del taladro que aun partido por la mitad golpeo en zonas no vitales del joven marine dañándolo, una suerte que no habria corrido Ray al contar con unos impresionantes reflejos y agilidad al estar transformado permitiéndole eludir fácilmente aquel proyectil. Takahiro correría una suerte similar a la de su compañero no logrando desviar completamente la bala que le dispararon, pero si aminorando su poder para evitar una herida fatal. 

El hombre del elegante traje blanco se enfrasco concentrándose en algo tras ejecutar su ofensiva, portando su mano al suelo tras agacharse comenzó a concentrar chocolate bajo su mano que giraba con intensidad al mismo tiempo que se iba condensando y agrupando en ese pequeño espacio más cantidad de chocolate que parecía en este caso ser liquido completamente, el hombre había quedado sumido en una pequeña concentración. Lo cual dio una apertura a los tres marines excelente que no dudaron en aprovechar. 

Ray de forma implacable y frenética, tras eludir con éxito la ofensiva en su contra inicio una sucesión de golpes certeros tratando a ese hombre de chocolate como si fuera uno real, conectando cada uno de sus golpes en puntos críticos. La estatua no tenia ni un instante para reaccionar, que su controlador no le prestara atención no ayudaba en lo más mínimo. Cada golpe causaba serias grietas en la estructura de chocolate y finalmente el tercero hizo estallar la estatua en pedazos que se dispersaron por el lugar de forma brutal. El duelo entre la abeja y el dulce fue ganado por la abeja, eso no quitaba que la misma centro toda su atención en el azúcar, denotando que el cabecilla era diabólico. 

Takahiro por su parte logro desviar la bala en su contra eludiendo una herida que podría haber resultado muy grave. No obstante fue herido por el proyectil pero tomando su arma con firmeza puesto que parecía que la voluntad e ímpetu de ese hombre hacían que soportara cualquier dolor y penuria, lograron hacerle recomponer instantáneamente y enfundar su arma para realizar un rapidísimo desenfunde contra el brazo del sicario, con esa velocidad y distancia el hombre no pudo reaccionar como antes y sufrió un tajo directo en el brazo, no fue tan poderoso como para cortarlo en redondo, pero si para dejar una herida muy fea que le dificultaba sujetar correctamente su rifle.

Y por ultimo Atlas busco desarmar al hombre que estaba intentando levantarse en el suelo con un golpe en su mano causándole un serio daño antes de recibir el marine rubio los restos de aquel disparo de chocolate contra su cuerpo. Pero al parecer los espadachines de la marina de hoy en día todos están hechos de otra pasta y soporto el dolor y se propuso rematar al hombre que tenia frente a él con todas sus fuerzas, no matándolo, pero si buscando que dejara de molestar de una vez, con un segundo tajo descendiente que dejaría en el torso del hombre una marca de cruz.

Pero ya era tarde, al centrarse en los esbirros el hombre de blanco había completado sus preparativos y de repente de debajo de su mano brotaría un estallido de chocolate liquido que barrería toda la zona como una ola densa de color marrón que se propagaba desde el hombre en todas direcciones arrollando a todo el mundo, incluido el tren que aguardaba en un lateral. Aunque parecía que los hombres medio abatidos del hombre quedaban tragados por el chocolate, pero la sustancia liquida deliberadamente no dañaría a los mismos solo impactando contra los marines y la estructura.

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La ola habria arrasado con todo causando algunos daños al tren y más aun si tenemos en cuenta que tras pasar por la zona se quedo solidificada y podría entorpecer algunos mecanismos. Los marines si no habían logrado defenderse con éxito habrían sido arrastrados hasta el limite de su chocolatada alcance y les habria dejado sus hermosos uniformes blancos algo manchados - Ríndanse marines, aunque me habéis sorprendido al no haber sido informado de ningún recluta relevante, todavía os queda un recorrido para jugar en las altas ligas -  Proclamaría el hombre, no obstante su mirada se dispersaría en su abatido compañero por un lado y por otro en el hombre que tuvo que soltar su arma por la herida en su brazo mientras se sujetaba la misma intentando hacer presión - Pero mis hombres parecen no poder más y así que felicidades por hoy vosotros ganáis - Diría el hombre llevando sus manos a realizar un aplauso de felicitación a los marines para acto seguido chasquear sus dedos en ambas manos.

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Todo el chocolate que había quedado residual en la zona estallaría en una inmensa nube de polvo marrón seco que ocuparía la totalidad de la sala e incluso saldría hacia la sala adyacente por la puerta abierta al haber un exceso del mismo. Este polvo era denso y entorpecía un poco la vista, aunque no era como una niebla densa, solo con intentar hablar o respirar por la boca cualquiera notaria un ligero sabor amargo del cacao más puro en el paladar - Bueno aunque nos hayáis pillado mis jefes no se molestaran, pero si capturáis a alguno de mis hombres - Dijo como asumiendo que a él no podrían pillarlo - Mis jefes enviaran a alguien a silenciarlo, así que prefiero evitar que eso ocurra - El hombre deslizaría de su muñeca a su mano un encendedor muy vistoso de oro abriendo el mismo con un gesto muy estético - No se si conocéis el concepto explosión de polvo, consiste en que si ocupas todo el volumen de un espacio cerrado con algún polvo o harina combustible que roba el espacio al oxigeno, en cuanto se enciende un fuego o chispa todo ese lugar hace Kaboom, que es justo lo que pasara en este lugar si se me escapa el dedo y enciendo el encendedor... La verdad morir me apenaría, pero si dejo que atrapéis a mis hombres los mataran igual y yo me pondré en un lio y ya me habéis hecho estar aquí más de lo quisiera y no quiero arriesgarme a que llegue vuestra capitana y me atrape porque me mataran igual, así que para nosotros no cambia mucho el resultado - El hombre se mostraba calmado y pendiente de los movimientos de los demás, al más mínimo intento de acercarse de uno de los marines no dudaría - Si nos dejáis ir vosotros habréis evitado el sabotaje y protegido el tren de mar, mientras que nosotros salvamos el pellejo, pero si me forzáis a hacerlo solo moriréis con nosotros en la vergüenza y fracaso de que toda esta instalación y el carísimo tren del gobierno, seguramente causando que se cancele el proyecto, un fracaso absoluto para la división marine de Loguetown - El hombre tantearía a los marines mientras uno de sus hombres heridos tomaba a su compañero ayudándolo a levantarse apoyándolo en su brazo bueno - Así que decidid marines ¿Ambos ganamos o ambos perdemos?

Estadísticas Cabecilla Misterioso
Estadísticas Sicarios
Mapa de Lucha


OFF
#33
Atlas
Nowhere | Fénix
La tensión acababa de alcanzar su punto álgido cuando todo se detuvo súbitamente. El encargado de echar el freno de mano no fue otro que el chocolatero de traje blanco que tanto trabajo le estaba dando a Ray. Y es que, cuando mi oponente ya estaba prácticamente fuera de combate y estábamos a punto de enfrentarnos a la amenaza en superioridad numérica por primera vez, una ola de chocolate nos empujó. No lo hizo con todos, ya que los dos tiradores —uno de ellos especialmente malherido— no se movieron ni un milímetro de su posición. Por el contrario, la onda pasó junto a ellos sin siquiera rozarles, arroyándonos y empujándonos lejos.

Fue el gran tren a mis espaldas el que me sirvió como freno, pues me estampé contra él con toda la furia que arrastraba el dulce líquido. Ya detenido y aturdido un instante a consecuencia del golpe, me deslicé por el tren hasta que mis nalgas quedaron apoyadas en el suelo. No obstante, previendo que el enemigo se valiese de la situación para lanzar un nuevo ataque contra nosotros, no tardé en levantarme y colocarme en guardia de nuevo. ¿De dónde vendría el disparo en aquella ocasión?

Pero no fue así. Mi ropa, mi arma y mi piel se encontraban cubiertos en buena parte de su superficie por chocolate.  Cansado y jadeante, observaba a los misteriosos asaltantes en espera de un gesto que me indicase quién nos iba a disparar primero, ya fuese un proyectil o un taladro de chocolate como el que hacía unos segundos me había vuelto a herir el hombro. Sin embargo, la maniobra del del traje blanco ni siquiera me había dejado tiempo para quejarme del dolor producido por la nueva herida... Entonces, tal y como había venido, se fue. Mientras daba un pequeño discurso en el que nos declaraba vencedores de la batalla, pero no de la guerra, chasqueó los dedos y todo el líquido se convirtió en minúsculo y flotante sólido, formando una nube de polvo marrón que me impedía ver más allá de dos palmos de mis narices. Qué rico estaba, pero qué molesto podía ser.

La voz del trajeado venía de algún lugar en la lejanía, comentándonos cómo veía la situación y proponiéndonos una suerte de tregua, pero asegurándose de que tuviésemos que aceptarla. El resumen era sencillo: tenía claro que sus subalternos no vencerían y bajo ningún concepto podía permitir que fuesen atrapados e interrogados. De hecho, si para evitarlo tenía que morir no parecía importarle. El problema era que en el proceso amenazaba con llevarnos por delante a nosotros, el tren, los astilleros en remodelación y seguramente las viviendas más cercanas al edificio con una soberana explosión. Se mirase por donde se mirase, no había un solo escenario en el que pudiésemos atraparlos a los tres y evitar los daños que nos anunciaba el tipo. Bueno, sí, que realmente su amenaza fuese un farol, pero aquel tipo había demostrado hasta el momento ser alguien a quien había que tener en cuenta. La idea de asumir que sencillamente mentía y quería salvar el pellejo no era demasiado seductora.

«Si tan sólo fuese más fuerte», me dije, sorprendiéndome inmediatamente después. ¿Desde cuándo sentía yo la necesidad de progresar? ¿A cuenta de qué desearía yo haber entrenado más duro o tener más experiencia para cumplir con mi deber? Tal vez tuviese algo que ver que, en función de mi desempeño, se podía evitar que sucesos como la tragedia civil que había vivido en las islas Gecko se repitiese. Sí, para ofrecer justicia y protección tenía que tener unas aptitudes que abalasen semejante responsabilidad, unos hombros fuertes preparados para sostener la carga que, poco a poco, estaba decidiendo poner sobre ellos.

—Supongo que no nos dejas demasiadas opciones —respondí, consciente de que mis compañeros tomarían una decisión similar a la mía—. Entre que muramos todos, incluido seguramente algún civil que pase cerca o viva junto a esta zona, y que no muera nadie, me parece que optamos por la segunda opción, ¿no, chicos? —añadí mientras volvía a colocar mi naginata en el soporte de mi espalda y me inclinaba sobre mi pierna para observar la herida. Dolía, pero no parecía ser letal. Tendría que pedirle a Ray que le echara un vistazo. Lo del hombro, por otro lado, sabía que no eran más que rasguños—. Pero no pienses que esto ha acabado aquí. Descubriremos quiénes sois, os buscaremos y averiguaremos qué demonios es lo que queréis y por qué estabais hoy aquí. Esto sólo ha empezado.
#34
Ray
Kuroi Ya
La figura de chocolate se quebró ante él, incapaz de soportar sus acometidas. No obstante esto no detuvo a su creador, quien conjuró una enorme ola circular de chocolate que comenzó a avanzar hacia ellos.

Por suerte para él el peliblanco contaba con alas que, junto a la rapidez de sus reflejos, le permitieron lanzarse hacia arriba a gran velocidad. Esto hizo que el chocolate pasara bajo su posición sin tocarle, evitando el más que seguro daño que le habría causado de haber impactado sobre él.

El hombre del traje blanco comenzó entonces a hablar. Primero pareció muy confiado en sus habilidades, para inmediatamente después mirar a sus maltrechos compañeros y regular, anunciado que por esa vez la victoria era para ellos. Incluso acompañó sus palabras con un teatral e irónico aplauso que molestó notablemente a Ray.

Acto seguido, con un sencillo y veloz chasqueo de sus dedos convirtió todo el chocolate que había ido expandiendo por la zona de combate en un denso polvo que flotaba en el aire, entorpeciendo considerablemente si visión. Comenzó entonces a amenazarles con utilizar ese polvo y el mechero que portaba para hacer estallar todo aquel lugar con los marines, sus subordinados e incluso él mismo dentro si no les dejaban marchar a los tres.

Consideraba que, pese a no haber podido llevar su sabotaje a cabo debido a la presencia de los tres marines, si conseguía escapar junto a sus hombres y así evitaba que la justicia pudiera tirar del hilo hasta sus superiores estos no se enfadarían con él.

El joven de pelo blanco apretó los puños con rabia. Su enemigo se encontraba visiblemente cansado, probablemente estaba muy cerca del límite y no podría continuar utilizando sus poderes a ese ritmo mucho más. Estaba seguro de que entre los tres podrían vencerle, aunque sin duda sería un rival tremendamente complicado. Sin embargo era del todo imposible que pudiera llegar hasta él y quitarle el mechero antes de que hiciera estallar todo. Podía ser un farol, si, pero... ¿quién en su sano juicio se arriesgaría a comprobarlo? No tenían más remedio que dejar que escapara. Sus vidas, los astilleros, y probablemente las vidas de muchos inocentes estaban en juego. Era demasiado riesgo.

Atlas pareció haber llegado a la misma conclusión que él, replicando que en su opinión la opción correcta era dejarle escapar y terminando su intervención preguntando a sus compañeros.

- Estoy de acuerdo. - Anunció Ray, reprimiendo su rabia. - Está vez no tenemos más remedio que dejar que escapes. Pero no dudes ni por un momento que más pronto que tarde nos volveremos a encontrar, y en esa ocasión nos encargaremos de que no puedas chantajearnos con provocar un atentado terrorista y acabaremos contigo.

Estaba decidido a ello. Encontraría a ese hombre fuera como fuera y le metería entre rejas. Era una promesa.

Off
#35
Takahiro
La saeta verde
«¿Por qué no puedo cortarlo?»

El espadachín de la marina se encontraba impotente, casi lamentando no haber podido acabar rápido con su contrincante como tenía pensado hacerlo. ¿Tanta era la diferencia entre ellos? Aún le faltaba un largo camino por recorrer, tal y como le había dicho el estúpido de Shawn. Sin embargo, antes de que tan siquiera pudiera reaccionar de nuevo, como si se tratara del oleaje ocasionado en un día de resaca marítima, una ola de chocolate se propagó desde el hombre del traje blanco hacia ellos.

El peliverde la vio venir, una muralla de un chocolate más espeso que líquido, como el que solía usarse para comer churros, se alzó ante ellos, imponente. No había donde esconderse. El chocolate le envolvió con suma velocidad y lo arrastró con toda su fuerza. De repente, se detuvo. Su espalda chocó contra algo sólido, el tren. Fue un golpe seco y bastante doloroso, que, unido a las heridas que ya tenía sobre su cuerpo, le hacían querer desfallecer en ese preciso instante.

Takahiro era incapaz de apartar los ojos de los del trajeado, escuchando todas y cada una de las palabras que estaba diciendo. ¿Lo peor? Que aquel miserable estaba en lo correcto. Se encontraban en una encrucijada de la que no podían salir por la fuerza. Sin embargo, al contrario de lo que cualquiera cabría esperar, el peliverde se mantuvo callado. No quiso decir nada. Si bien aquello iba completamente en contra de sus instintos, ya que era un bocazas, su orgullo no le permitía darle la razón a alguien como él; no otra vez.

Sus compañeros se encontraban en la misma situación de impotencia, pero si tuvieron la osadía de decirle algo a aquel hombre. Lo iban a encontrar e iban a atraparlo la próxima vez. No tenía ninguna duda de ello.
#36
Rengetsu D. Tenji
Príncipe Ciego
El telón se había bajado, un telón dulce y marrón que dificultaba la vista de cualquiera de los presentes aunque permitía observar como la figura del hombre trajeado avanzaba. A su paso desviaba hasta la más mínima molécula de cacao en el aire para que no mancharan su impoluto traje, mientras escoltaba a sus dos compañeros malheridos que se apoyaban el uno en el otro para poder avanzar hacia la salida. 

Las cartas habían sido lanzadas sobre la mesa y ya todo estaba sentenciado. Tomar la salida sensata y segura, o dejarse llevar por un impulsivo sentido de la justicia que precipitara todo a un desenlace caótico y fatídico. La decisión era evidente para cualquiera con dos dedos de frente y un poco de sentido común. Y el trio de marines acataron la decisión más lógica y coherente, aunque estaban llenos de frustración en su interior y dejando al descubierto un sentimiento de impotencia. Pero no era malo experimentar ese tipo de cosas, toparte con un muro era una oportunidad para conocerse a uno mismo y las limitaciones que aun se cargaban, sirviendo como punto de partida para progresar y mejorar, tener una meta que sobrepasar sirve para desarrollarse más rapidamente.

Mientras el hombre estaba por cruzar el umbral de la gran puerta metálica, no pudo evitar escuchar las palabras de los marines - Eh... No sufráis, si seguís por el camino de la justicia inevitablemente nuestros caminos se volverán a cruzar jóvenes promesas de la marina, aunque tened presente que ahora yo también os tengo en la mira - Proclamaría el hombre que marcharía del lugar sin siquiera revelar su nombre, avanzando hacia la sala de los railes cerrando la gran puerta metálica y trabando desde fuera la misma con algo de chocolate, no es que fuera a retener por mucho tiempo o unos pocos empujes el avance de los marines, pero les daba el suficiente tiempo como para alcanzar su barca - Bueno al menos no encontraron la barca, podemos retirarnos tranquilamente muchachos - Proclamaría ya el hombre mientras zarpaban.

El polvo de cacao en la sala donde estaban los marines se sedimentaria sobre las superficies, un incordio para los trabajadores limpiar todo eso al día siguiente y era muy necesario limpiarlo bien de la maquinaria del tren, así que en cierto modo el hombre logro un pequeño sabotaje en las instalaciones que por lo menos tomaría un día entero de reparar. A pesar de no haber ocurrido nada escandaloso un grupo de marines acudiría al lugar tras tres vecinos haber aparecido por el cuartel general a quejarse de los ruidos en las obras y los fuegos artificiales, un grupo que enviaba la propia Capitana de la base para supervisar que no hubiera ocurrido nada, pudiendo ser rescatados los marines de no haber logrado salir por sus medios del interior. Y debiendo ir a presentar un informe de lo sucedido al cuartel, con suerte no caerá ninguna reprimenda...

OFF
#37
Atlas
Nowhere | Fénix
Finalmente se marcharon cubiertos por el manto achocolatado que el del traje había tendido entre nosotros. Se iban malheridos —al menos dos de ellos—, pero tranquilos. Probablemente eso fuese lo que más me molestaba de la situación, lo que más hería mi orgullo: no el hecho de que el tipo se marchase en sí mismo, sino que se fuese como si nada, como quien había ido a dar un paseo junto al mar bajo la luz de la luna. En medio del enfrentamiento no habíamos atinado a conseguir información alguna sobre lo que se proponía, si era un agente independiente contratado o parte de una organización o su maldito nombre. Lo mismo para sus subordinados, que, si bien estaban más bien cerca de ser derrotados en el momento del fin del conflicto, nos habían retrasado de una forma inadmisible. Sí, lo peor de todo era que seguramente ese maldito Shawn, con su tenacidad y disciplina, habría obtenido mejores resultados que nosotros. No habíamos perdido, pero aquella situación sabía totalmente a derrota. Una bastante humillante, además.

Permanecí en silencio durante unos segundos una vez nuestros enemigos se hubieron marchado. Con la adrenalina abandonando mi torrente sanguíneo, el dolor de la pierna comenzó a manifestarse de forma más evidente. Con cuidado, me senté sobre la fina capa de chocolate en polvo que cubría el suelo de los astilleros. La sangre no manaba a borbotones, pero sí goteaba sin cesar para formar una para nada agradable pasta en el suelo al combinarse con el cacao.

—Pues eso era lo que tenían tanto interés en mantener oculto —comenté desde el suelo al tiempo que dirigía mi mirada hacia el colosal tren, que tan sólo parecía haber sufrido unos leves desperfectos al estrellarse la ola de chocolate —y Taka y yo con ella— contra el mismo—. Me imagino que tanto secretismo será para intentar evitar que pasen cosas como ésta y se convierta en el objetivo de algún grupo terrorista o que lo intenten robar, ¿no? Aunque transportar semejante cacharro sin que nadie se entere tiene que ser bastante difícil independientemente de a qué hora se haga.

Sin decir nada más, me dejé caer cuan largo era en el suelo, dejando que mi espalda reposase sobre el chocolate sin importarme lo más mínimo el estado de mi uniforme. La pierna palpitaba y me dolía cada vez más, pero estaba tan exhausto que ni siquiera tenía fuerzas para quejarme. Giré la cabeza para mirar mi hombro, donde las heridas superficiales parecían haber detenido el sangrado y esperaban recibir algún tipo de cura.

Esperé a que mis compañeros propusiesen abandonar el lugar, momento en que nos acercamos a la puerta y descubrimos que aquel tipo había dejado algún elemento al otro lado que dificultaba su apertura. Aun así, entre los tres no tardamos demasiado tiempo en lograr que cediese para, recorriendo a la inversa los pasillos que nos habían llevado hasta allí, regresar al exterior. La estructura de chocolate quebrada quedó a nuestras espaldas como prueba de que, efectivamente, una persona capaz de producirlo en cantidades industriales y usarlo como arma había estado allí.

Apenas habíamos puesto un pie fuera cuando una patrulla de marines nos abordó.  Al ver nuestro estado no tardaron en darse cuenta de que algo no iba bien, por lo que corrieron hacia nosotros con cierto gesto de preocupación en el rostro. Por mi parte, procuré reprimir cualquier comentario sarcástico que se pareciese a un reproche. Un "a buenas horas" no venía a cuento, porque en ningún momento habíamos solicitado refuerzos ni habíamos informado de la situación. Según nos dijeron, algunos de los vecinos que habían salido tras la primera explosión habían acudido a la base del G-31 para quejarse por la persistencia de ruidos en el interior del astillero. Eso no había gustado a los mandos, seguramente la capitana Montpellier, que había decidido enviar una partida para comprobar que todo fuese bien.

—Sí, eran tres. Dos de ellos eran tiradores y uno de ellos era usuario de Akuma no Mi... Producía chocolate. De hecho me parece que mañana van a tener que hacer una limpieza a fondo antes de reanudar los trabajos, porque ese desgraciado lo ha dejado todo perdido.

***


—Buen trabajo, chicos —dijo la capitana Montpellier una vez los tres hubimos accedido a su despacho.

Yo llevaba el muslo vendado. Continuaba doliéndome, pero era algo más que soportable que sólo se reflejaba en forma de una leve cojera. El médico, un tipo que debía rondar la treintena y que no terminaba de darme confianza —siendo tan jovencito seguro que no tenía experiencia y no tenía ni idea de lo que hablaba— me había dicho que no tardaría demasiado en caminar con normalidad y que no me quedaría secuela alguna.

—Capitana, con respecto al tren...

—Es un nuevo proyecto —me interrumpió—. Sí, creo que después de lo que habéis pasado lo mínimo que os merecéis es una explicación —continuó al tiempo que se se acercaba a una mesita auxiliar y se servía dos hielos y un largo trago de lo que parecía ser coñac—. Esto no se lo digáis a nadie, será nuestro secreto. Es un proyecto para comunicar varias islas del East Blue mediante tren. La idea es que sirva para transportar tanto a civiles como a efectivos militares en caso de ser necesario. A la vista de lo que ha sucedido, creo que es evidente por qué se intentaba mantener en secreto.

—¿Y sabemos algo sobre esos tipos?

—Estamos en ello. Hay muchas teorías e hipótesis, pero de momento ningún dato fiable ni ningún hilo del que poder tirar con seguridad.

No me cabía duda de que más tarde o más temprano darían con la información necesaria y acabarían por identificar a los intrusos. Lo que desconocía era si nosotros participaríamos de forma activa en su búsqueda y captura. Era una decisión que no estaba en nuestras manos, pero deseaba con todas mis fuerzas que así fuese. No podía quedar así.
#38
Ray
Kuroi Ya
El tipo del traje blanco abandonó la estancia junto a sus subordinados heridos como si nada, con movimientos calmados. Como si fuera perfectamente consciente de que, por mucho que quisieran, los marines no podían hacerle nada.

El zángano apretaba con fuerza sus puños mientras trataba de controlar la rabia que sentía. Le inundaban las ganas de abalanzarse sobre aquel delincuente que estaba chantajeándoles con la amenaza de provocar un verdadero atentado terrorista de grandes proporciones si no le dejaban marchar.

Cuando sus enemigos abandonaron la estancia cerrando la puerta tras de sí el joven marine estaba aún lívido de ira. No era un desenlace justo, ni mucho menos. Las personas sin escrúpulos siempre partían con ventaja en aquel tipo de situaciones, pues la ausencia de límites morales ampliaba enormemente el abanico de opciones a su disposición. Y si además no tenían miedo a inmolarse si no se salían con la suya... Aunque esto último a ojos de Ray resultaba dudoso. Cabía la posibilidad de que fuera un farol, ya que muy poca gente tenía en tan poca estima la propia vida.

Las palabras de Atlas le devolvieron al mundo real, sacándole de sus furiosas ensoñaciones. Si, al menos habían saciado su curiosidad descubriendo qué era lo que con tanto celo ocultaba el Gobierno Mundial en el interior de los astilleros. Aquella gigantesca máquina que parecía sin ninguna duda un medio de transporte y que, por suerte, habían conseguido salvar más allá de mínimos daños y de las manchas de chocolate que había sufrido.

- Bueno chicos, creo que deberíamos salir y continuar nuestra vigilancia hasta que acabe el turno. - Dijo, aunque su ánimo para proseguir con la tarea que les habían encomendado no era especialmente alto.

La puerta presentó una ligera resistencia, probablemente debido a algo que el delincuente trajeado habría hecho para proteger su huida, pero no fue nada que empujando entre los tres no consiguieran superar.

Cuando la hubieron traspasado tres compañeros aparecieron ante ellos. Al parecer habían sido enviados por la Capitana Montpellier para averiguar qué estaba sucediendo después de que varios vecinos acudieran al Cuartel General a avisar de los ruidos y la explosión que se habían producido en la zona.

- Si hubieran llegado solo cinco minutos antes... - Pensó el marine de pelo blanco, ligeramente contrariado al darse cuenta del escasísimo margen que había permitido escapar a los saboteadores.

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La Capitana Montpellier les felicitó por su desempeño impidiendo la destrucción del tren, lo que extraño al joven ya que no habían logrado cumplir al cien por cien con su cometido. Incapaz de contener su frustración y su rabia, el marine contestó a su superiora:

- No merecemos que nos felicite, Capitana. No logramos capturar a esos delincuentes, no fuimos lo suficientemente fuertes. Pero no se preocupe, eso va a cambiar. Lo prometo.

Justo después Atlas preguntó a su superiora acerca del tren, a lo que esta respondió contándoles la verdad. Se trataba de un proyecto secreto para unir varias islas del East Blue entre sí a través de este vehículo, lo que permitiría agilizar mucho tanto el transporte de civiles como el de militares entre ellas. Sin duda se trataba de un gran proyecto que mejoraría la vida de mucha gente, lo que siempre atraía la ira de quienes se benefician de que la gente viva peor.

Tampoco habían sido capaces de identificar a los saboteadores, ni siquiera teniendo en cuenta que su líder contaba con un rasgos tan distintivo como ser usuario de Akuma no mi. El joven deseaba con todas sus fuerzas que se le localizara cuanto antes. Y que cuando se hiciera se les enviara nuevamente a ellos a detenerle para así enmendar su fracaso.

Lo que desde luego tenía claro es que el rostro del tipo del traje blanco no iba abandonar sus recuerdos. O al menos no hasta que le derrotasen.
#39
Takahiro
La saeta verde
Los malhechores se habían marchado tal y como habían aparecido: sin dejar rastro alguno. El peliverde continuaba cabizbajo, impotente al no haber poder hecho nada. En su mente repasó su batalla una y otra vez, ¿acaso era tan débil? No. Simplemente, había procrastinado y descuidado su entrenamiento con la espada.

—Podrían haber dicho que era una maldita locomotora —añadió el peliverde, golpeándolo con la suela de su bota—. Esto han tenido que construirlo aquí, por mucho que nos digan.

Siguiendo las indicaciones de Ray, continuó vigilando el tren. A medida que transcurría el tiempo le parecía menos imponente. ¿En serio necesitaban un tren para viajar en aquella isla tan diminuta como era Loguetown? Le parecía absurdo, por no decir innecesario. Lo mejor sería crear una buena red de carreteras y fomentar otro tipo de transportes para viajar de un lado al otro.

—Es absurdo —musitó en una voz tan baja que podía confundirse con un leve suspiro.

Pasados un tiempo, seguramente alertados por los vecinos, vinieron varios marines para ver que estaban ocurriendo. El panorama que encontraron no fue el ideal: todo cubierto de chocolate y el trío de oro del G-31 heridos en el orgullo.

—A buenas horas, mangas verdes.

La ironía del peliverde ante la llegada de sus compañeros fue notable, haciendo que algunos de ellos ni siquiera le dirigieran la palabra. Tras eso, se fueron a la base.

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Después de ser atendidos en la enfermería, los marines fueron citados en el despacho de la capitana Montpellier. Parecía estar complacida por su trabajo, ya que el dichoso había salido ileso del intento de atentado.

—Me parece absurdo —comentó el peliverde—. No sé de quien ha sido la brillante idea, pero usar un tren para conectar las islas me parece el delirio de alguien que no es consciente de los peligros que tiene el mar. ¿Y si un rey de mar se extravía y lo ataca creyendo que es algo que puede hacerle daño?

—No es cosa nuestra pensar en los inconvenientes del uso de un tren marítimo, soldado —le dijo la capitana.

Y no dijo nada más.

Salió de allí y se fue dirección al barracón para coger el libro que le legó su abuelo, era el momento de volver a entrenar con la espada.

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