Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
Tema cerrado 
[C-Presente] Érase una vez un tiburón y un fénix…
Octojin
El terror blanco
Octojin escuchó con atención mientras Atlas describía a sus compañeros, cada uno con peculiaridades que parecían sacadas de un cuento inverosímil. La forma en la que el joven marine hablaba de su equipo sin duda era única, y dejaba entrever una comunidad más diversa y aceptadora de lo que el tiburón había anticipado inicialmente. Cada palabra que Atlas pronunciaba parecía disipar un poco más las reservas que el gyojin albergaba sobre los humanos y, especialmente, sobre los marines.

—Nunca nadie había confiado en mí tan abiertamente—, pensó en alto Octojin, observando como su pecho escamoso se hinchaba un poco bajo la brisa nocturna que soplaba suavemente a través del puerto. Esta sencilla aceptación y la visión de un futuro donde podría ser parte de algo más grande que él, algo que no involucraba la constante lucha y el rechazo, le provocaron una mezcla de emociones que no esperaba sentir tan intensamente.

Mientras Atlas continuaba hablando, Octojin se permitió soñar por un momento, imaginándose a sí mismo caminando junto a esos personajes tan coloridos, siendo parte de sus historias y, tal vez, encontrando un propósito más grande en su vida. Una especie de calor comenzó a extenderse desde su estómago, una sensación de pertenencia anticipada que hacía mucho no sentía.

Con una mirada más determinada y una pequeña sonrisa que comenzaba a formarse en sus labios, Octojin se volvió hacia Atlas, decidido a compartir más sobre él mismo y sobre cómo veía su propio camino en la vida, a menudo solitario y errante.

—Creo que podría acostumbrarme a la idea de no ser siempre el extraño, el forastero. Siempre he sido más de seguir mi propia ruta, pero… —se detuvo un momento, buscando las palabras correctas— quizás es tiempo de considerar que algunas rutas se recorren mejor en compañía.

Los ojos de Octojin, normalmente un reflejo de las profundidades oscuras del océano, mostraron un brillo inusual, un destello de esperanza y curiosidad por lo que podría traer esa nueva amistad inesperada.

—Y respecto a lo que me preguntaste sobre la Marina—, continuó, tomando un tono más serio—, veo que hay más matices de los que esperaba. Siempre me pareció que eran todos iguales, pero escuchándote hablar de tu grupo... parece que me equivocaba.

Octojin se levantó, estirando sus músculos potentes y aún marcados por cicatrices de las batallas pasadas. Dio unos pasos hacia el borde del agua, mirando cómo las olas lamían suavemente los ladrillos del muelle.

—No sé qué me deparará el futuro, Atlas. Pero esta conversación me ha dado mucho en qué pensar. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar un lugar entre los tuyos, donde ser diferente no solo sea aceptado, sino valorado.

Con un suspiro, el gyojin dejó que la brisa salada llenara sus pulmones, fortaleciéndolo, preparándolo para lo que decidiera que venía a continuación en su vida, influenciado por esta noche de revelaciones y confesiones inesperadas. La posibilidad de un nuevo comienzo parecía menos intimidante ahora, con la perspectiva de que podría no estar solo en el intento.

—Supongo que va siendo hora de comer algo, ¿no? —comentó a la par que miraba a los alrededores, en busca de algún sitio abierto con buena pinta. Lo cierto es que no tenía mucha hambre, pero se sentía en deuda con aquel humano por aquella conversación, y la primera manera que se le ocurrió para agradecérselo, era invitarle a comer.
#11
Atlas
Nowhere | Fénix
Fue una alegría descubrir que mis palabras habían llegado a Octojin. Realmente pensaba lo que le había dicho y estaba seguro de que el resto del grupo no tendría problema alguno en recibirle con los brazos abiertos. Todo estaba dicho y ya sólo quedaba que el gyojin encontrase el momento justo en el que hacer efectiva la decisión que parecía haber tomado. Sonreí en señal de acuerdo a su invitación. Lo cierto era que tenía bastante hambre, pero antes...

—Para cuando llegue el día, que espero que sea pronto, la puerta a la que tienes que llamar está por allí arriba —expliqué, señalando hacia mi espalda en dirección a la ubicación de la base del G-31. Desconocía hasta qué punto el hombre-pez conocía la ciudad y, de cualquier modo, si hasta el momento había rehuido el contacto con los marines era posible que no la tuviese del todo ubicada en el mapa.

En cuanto comprobó que me parecía buena idea comenzó a mirar hacia los alrededores, probablemente buscando algún lugar en el que poder meternos. Aquella zona no era precisamente la que albergaba más bares o restaurantes. Al estar tan cerca del puerto, estaba plagada  más bien de negocios en los que se vendía lo que el mar brindaba, así como todos aquellos relacionados con el mantenimiento y la compraventa de embarcaciones. Pero si algo bueno tenía estar todo el día intentando esconderme de Shawn era que poco a poco iba conociendo los rincones más escondidos y los tesoros mejor ocultos de Loguetown.

—Ven, te voy a enseñar un lugar —dije al tiempo que me internaba en un callejón cercano gobernado por el olor a orín de borracho—. No te dejes llevar por el aspecto, ¿vale? Supondré que te gusta el pescado —bromeé. Bueno, a fin de cuentas era un tiburón y los tiburones comían otros peces, ¿no?

Había descubierto "El loro del capitán tuerto", como tantas otras cosas, por accidente un día que intentaba escaquearme de las labores impuestas por el sargento Shawn. A mi llegada había encontrado un local desangelado, sin un solo cliente y regentado por un señor mayor que, a pesar de conservar la visión de ambos ojos —o eso me reveló más adelante— acostumbrada a usar un parche.

Era un negocio heredado de sus abuelos y continuaba preparando el pescado tal y como le enseñaron, siendo tratado para ser servido en salazón o con diversas especias, pero crudo. No me había topado con un solo lugar en el que se comiese mejor que allí y, en cierto modo, era mi secreto. Se podría decir que Ogino, el dueño, se había convertido en una suerte de amigo y confidente. Parecía el sitio indicado para llevar a un tiburón parlante al que la mayoría de gente miraba raro. Además, pocos sitios más podrían estar abiertos a esa hora.
#12
Octojin
El terror blanco
Octojin siguió a Atlas por el intrincado laberinto de calles de Loguetown, maravillándose en silencio por cómo las fachadas desgastadas y las sombras de los edificios altos se mezclaban con el bullicio de la vida cotidiana. A pesar de la descripción inicial de Atlas sobre la cercanía con el puerto y el carácter utilitario de la zona, Octojin no pudo evitar sentir un cosquilleo de anticipación ante la promesa de descubrir un lugar nuevo y, aparentemente, bien guardado.

Cruzaron un callejón estrecho que exhalaba un fuerte olor a mar y a tiempos mejores. Atlas, con una sonrisa en los labios, le aseguró que no se dejara llevar por las primeras impresiones. Octojin, a pesar de su tamaño y aspecto feroz, sonrió ante la broma sobre su supuesta preferencia por el pescado. Aunque era un tiburón, las expectativas de Atlas sobre sus gustos culinarios le parecieron divertidas y apropiadas.

Finalmente, llegaron a "El loro del capitán tuerto". El restaurante, escondido entre las sombras del callejón, se reveló como una joya oculta. La fachada era modesta, casi podrías pasarla por alto si no fuera por un pequeño cartel de madera que colgaba torcido, anunciando el nombre del establecimiento con letras desgastadas. Octojin observó con interés cómo el lugar se desplegaba ante sus ojos: mesas de madera pulida, un mostrador lleno de peces frescos en hielo, y paredes adornadas con redes y conchas, creando una atmósfera acogedora y auténticamente marina.

Una vez dentro, el aroma del mar se intensificó, mezclándose con el olor a especias y a pescado fresco. Octojin y Atlas se sentaron en una mesa cerca de la ventana, desde donde podían ver el movimiento ocasional en el callejón. El gyojin examinó el menú, su mirada se detuvo en varios platos que prometían deleitar su paladar.

—Voy a pedir el atún en salazón y quizás algo de calamar, ¿te apetece algo? —preguntó Octojin a Atlas, ansioso por saber las preferencias del humano. Decidió, impulsado por un sentimiento de gratitud hacia su nuevo amigo por haberle traído a ese lugar encantador, que él invitaría la cena.

La conversación entre ellos fluyó con naturalidad mientras esperaban su comida. Octojin, sintiéndose cada vez más cómodo, compartió algunas anécdotas de sus viajes por los mares, evitando cualquier mención directa a su especie o al prejuicio que a menudo enfrentaba. Era claro que Atlas no solo le ofrecía una nueva oportunidad, sino también una aceptación sin reservas que Octojin no había experimentado a menudo.

—Realmente aprecio que me hayas traído aquí y por la oportunidad en la Marina —confesó Octojin, con un tono relajado reflejando una mezcla de sinceridad y una rara vulnerabilidad—. No es común encontrar a alguien dispuesto a pasar por alto las diferencias entre especies tan fácilmente.

La noche continuó en armonía, con risas compartidas y historias intercambiadas, sellando una amistad improbable en un rincón inesperado de Loguetown. Octojin sentía que, quizás por primera vez, podría haber encontrado un lugar donde verdaderamente podría pertenecer.
#13
Atlas
Nowhere | Fénix
Ogino me recibió con una amplia sonrisa en el rostro, la de quien no ha recibido un solo cliente en todo el día y teme por la salud de su negocio a corto plazo. Acto seguido, su único ojo expuesto se clavó en la figura del hombre-pez, volviendo a mirarme con gesto inquisitivo. El hombre era una persona bastante tolerante, pero cualquiera se sorprendería al ver entrar a un tiburón gigante y con piernas en su negocio. Respondí a su mueca inicial con una sonrisa pícara, realizando a continuación un gesto afirmativo con la cabeza que pretendía tranquilizarle. Ogino confiaba en mí, así que relajó su rictus de tensión antes de dirigirse a ambos por igual:

—¡Muy buenas, caballeros! Hoy tenemos recién sacado del mar atún, salmón y trucha.

Había comido bastantes veces allí y sabía que la opción del habitante del mar había sido muy buena. Tanto fue así que le pedí a Ogino que nos trajera lo mismo a los dos con un gesto de la mano y un grito a media voz. A fin de cuentas allí no había más clientes y se podía escuchar perfectamente lo que decíamos sin alzar demasiado el tono.

Por su parte, Octojin atesoraba un sinfín de experiencias fruto de una vida en cierto modo errática. Como individuo diferente a la mayoría de los seres vivos con los que se topaba que intentaba recorrer un camino diferente, había conocido muchos lugares y a muchas personas. Lo que parecía desprenderse de la historia vital del tiburón era un intenso matiz de amarga soledad. Sí, soledad.

—No hay que darlas —respondí—. Por encima de mí hay una serie de inútiles que quieren que los tuyos dejen de asaltar embarcaciones en el mar, pero al mismo tiempo no escuchan lo que necesita tu pueblo ni hay ningún tipo de acercamiento. Bajo mi punto de vista, de esa forma lo único que se consigue es prolongar un conflicto estúpido que se podría empezar a solucionar si hubiese gente dispuesta a sentarse en una mesa. Si estás dispuesto a ser el primero en dar ese paso, ¿qué otra cosa puedo hacer?

Me resultaba tan evidente que no podía llegar a entender cómo quienes tomaban las decisiones en las altas esferas no se habían dado cuenta. Claro que siempre cabía la posibilidad de que lo supiesen mejor que nadie —de hecho era probable—, pero albergasen intereses ocultos que se beneficiasen de la hostilidad entre el fondo del mar y la superficie... Los tiempos de enfrentamiento deberían llegar a su fin algún día, ¿no?
#14
Octojin
El terror blanco
En la taberna de "El loro del capitán tuerto", Octojin se sentía como en casa. La mezcla del olor a sal marina con el aroma de pescado fresco le recordaba a su ansiado mar. La taberna era pequeña y acogedora, con decoraciones náuticas que colgaban de las paredes de madera desgastada por el tiempo. Había redes, anzuelos y viejas fotografías de marineros y barcos, creando un ambiente que, de alguna manera, le resultaba familiar y reconfortante. El ambiente cálido de la taberna contrastaba con la fría mirada inicial de Ogino, aunque pronto se tornó en una acogida amable después de la señal tranquilizadora de Atlas y de aceptar sus platos.

La verdad es que la voz de Ogino anunciando los platos del día sonaba como una canción para los hambrientos oídos de los allí presentes. Atún, salmón y trucha, palabras que resonaban en la mente del gyojin como promesas de un festín. No pudo evitar sonreír ante la oferta, sintiendo cómo el estómago le rugía en anticipación. Había pedido otros manjares pero ahora el hombre le hacía dudar.

Mientras Ogino se retiraba a preparar la comida, Octojin se sentía cada vez más cómodo en su asiento, contemplando el interior del local. Su mirada se detenía en cada detalle, desde los nudos de las redes hasta los bordes desgastados de las fotografías, cada uno contando historias del mar que tan bien conocía.

Atlas continuaba hablando, su voz llevaba un tono de comprensión y frustración sobre la situación actual entre los habitantes del mar y los de la superficie. Octojin escuchaba atentamente, procesando cada palabra. La idea de ser el puente entre dos mundos era a la vez intimidante y emocionante. No era ajeno al conflicto, pero la perspectiva de Atlas sobre buscar una resolución pacífica resonaba con algo dentro de él. Quizás, pensaba, había llegado el momento de considerar un cambio, de tomar un nuevo rol que nunca había imaginado.

En ese momento, su atención se desvió brevemente hacia el movimiento de Ogino en la cocina, el sonido del aceite chisporroteando y el olor del pescado cocinándose, anticipando el placer de un buen alimento. Pero la mente de Octojin ya había comenzado a trabajar en las palabras de Atlas, reflexionando sobre cómo podría, a su manera única, comenzar a cambiar las mareas de un conflicto que había durado demasiado tiempo.

La espera por la comida pasaba rápidamente mientras Octojin consideraba su futuro, inspirado por la posibilidad de ser más que solo un guerrero del mar, sino un embajador, un puente. Quizás, justo quizás, había encontrado en Atlas no solo un camarada sino también un catalizador para el cambio que tanto necesitaba su gente.

—Creo que has terminado de abrirme los ojos, Atlas. Creo que pronto tendrás noticias mías… Solo necesito algo de tiempo.

Sin más dilación, el gyojin empezó a comer de una manera mucho más sosegada de lo que lo hubiera hecho de estar solo. A fin de cuentas, tenía que comportarse delante del humano. ¿Y si ahora le veía comer como un animal? Tiraría de prejuicios y pensaría que, pese a todo, ¿no dejaba de ser una bestia?

El tiburón suspiró. Aquello iba a ser mucho más difícil de lo que pensaba. Siempre iba a tener una voz interna haciéndole actuar de una manera políticamente correcta para no tener que sufrir más miradas horrorizadas. Ojalá aquello acabase en algún momento. Y ojalá fuese en el mejor sentido posible.

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#15
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