Hay rumores sobre…
... que existe una isla del East Blue donde una tribu rinde culto a un volcán.
[Pasado] Cuestión de ego
Byron
Hizashi
Primavera 16 - 724


El joven de pelo violeta poco a poco se iba acostumbrando a la vida de aquella isla. No podríamos decir que llevase mucho, es más, tan solo llevaba allí tres días, pero el ambiente relajado del mar del este distaba tanto del ajetreo que se vivía en Jaya, incluso viviendo en una simple cabaña a las afueras del pueblo, que hacía la adaptación mucho más llevadera. De cierta forma le recordaba a los tiempos, que el chico ya consideraba antiguos, de su tierna infancia. Allí la gente buscaba conflicto, el mayor revuelo que había visto con sus ojos era la pelea de dos trabajadores del puerto por ver quien había pescado la presa de mayor envergadura, en su antigua casa era normal tener que echar a patadas a piratas de poca monta por montar un escándalo a las puertas de tu casa.

Recordando con nostalgia aquellos momentos entrenaba en la playa en la que el día anterior había despertado con una fuerte resaca por beber ron de dudosa procedencia. Sin nada en el torso y lanzando estocadas al aire con su espada enfundada, para no verse envuelto en una situación comprometida, Byron quitaba el agarrotamiento de los músculos de sus brazos por estar tanto tiempo parado sin acción.

De pronto paró, un fuerte y profundo suspiro salió por su boca, provocando la agitación de su cuerpo y la caída de varias gotas de sudor de su húmedo pelo. A pesar de que la tranquilidad era algo apreciable, no podía evitar tener una fuerte sensación en su interior, en parte echaba de menos esas pequeñas trifulcas. Era agradable ver a los ciudadanos convivir con el resto, sin fuertes preocupaciones, solo viviendo su vida de forma calmada, pero esto apagaba los ánimos del muchacho al sentir el aburrimiento en su forma más pura. El muchacho concebía aquella tranquilidad y calma como una perdida de tiempo, después de todo él era una persona curiosa que buscaba hacer algo grande, pero por desgracia para él también de esos que se dejan llevar.

Sí, es cierto que, hasta ahora no podía quejarse, sus días aquí hasta ahora habían sido entretenidos. Esta isla le había brindado la oportunidad de conocer a cuatro personajes de lo más variopintos, de hecho tuvo la osadía de invitarlos a surcar el mar junto a él, bajo su bandera, aunque aún no tenía una. Y pudo sacar una buena cantidad de berries tras vender el premio de aquella tómbola, solo había hecho falta el medio día que acababa de vivir para desilusionarse, era innegable que el zagal era de extremos.

Cuando quiso darse cuenta, se sorprendió a sí mismo dibujando sobre la arena con su espada, lo que parecía ser un boceto de una bandera pirata. Su niño interior se había apoderado de su cuerpo mientras él estaba totalmente perdido en sus pensamientos, básicamente su mismo cuerpo le estaba recordando el propósito por el que había emprendido su viaje. Formar una tripulación y vivir todo tipo de aventuras con ellos. Sonrió por un momento tímidamente, como si con el bonito atardecer de aquella vacía playa alguien estuviese prestando atención al chico, y observando aquel bochornoso dibujo, tomó la decisión.

- Lo primero será empezar con un barco... ¿No?- Pensó para sí mientras recogía sus holgadas ropas tiradas sobre la arena, sacudiendo de forma inmediata estas para eliminar de ellas la arena impregnada. No pudo evitar recordar su desastroso anterior intento de salir al mal, pero tenía que volver a intentarlo.

Salió de aquella playa, no sin antes acomodar su arma en su cintura, con la firme intención de buscar un astillero o algo similar, para así conocer el precio de una embarcación, por ahora no necesitaba que fuese muy grande, pero si lo suficientemente resistente como para aguantar la torpeza del joven. Estaba tan motivado e ilusionado en aquel momento que, perdió la noción del tiempo y olvidó por completo que el atardecer estaba en el horizonte.

Llegó la noche, y el chico se encontraba en lo que parecía ser un local de apuestas clandestinas, las vibras del negocio gritaban que no era un sitio para hacer amigos, y los locales que disfrutaban el licor parecía tener un pasado criminal bastante claro, igual ese lugar era parte del bajo mundo de Rostock. A pesar de sus facciones rudas, claramente los que allí se encontraban cuidaban su apariencia, siendo hasta ostentosos con sus visibles joyas y caros trajes, cada uno de ellos siempre rodeado de multitud de personas del género contrario aunque alguno que otro disfrutaba de la compañía más que amistosa de sus compañeros de genitales.

Visiblemente molesto golpeaba de forma continuada la barra de madera del establecimiento con su dedo índice, y acompañaba estos con fuertes chasquidos de lengua mostrando más si cabe su fuerte enfado. El intento por encontrar un navío había sido un fracaso, debido a la hora la mayoría de negocios ya se encontraban cerrados, y los de esta índole eran los que abrían sus puertas en esos horarios. Su rostro de, en aquel momento, pocos amigos eran tan leíble, que las mujeres parte del negocio parecía sortear quien debía atenderle pues no querían relacionarse con él, cosa bastante extraña, ya que en la propia experiencia del muchacho siempre regañaban por ver quien era la primera que se acercaba.

Bebió el contenido de su copa de un trago, era su segunda, y golpeó con fuerza la jarra de madera contra la barra. Con un brusco gesto hizo que le sirviesen otra, y a regañadientes así lo hizo la desafortunada que perdió aquel sorteo. Otro pequeño suspiro salió de su cuerpo, y llevó su mano a su bolsillo, sacando una pequeña pipa de este, y se la llevó a la boca.

- Definitivamente necesito relajarme...- Dijo buscando entre sus pertenencias una caja de cerillas con la cual encenderla, no estaba, tuvo que dejarla perdida en aquella playa cuando se quitó la camisa. - En fin.- Masculló apoyándose sobre su brazo casi tirado sobre la mesa. Resignandose a disfrutar de aquel pequeño placer que le quedaba.
#1
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
El ambiente de la taberna clandestina era espeso, cargado de humo y el inconfundible aroma del licor barato. Observaba en silencio desde mi rincón habitual, un lugar elegido con precisión, donde las sombras ofrecían suficiente anonimato, pero no me privaban de una visión clara del local. Rostock tenía su encanto, si sabías dónde mirar. Y yo sabía.

Apoyé el vaso de ginebra sobre la mesa, apenas probado. No había venido aquí a emborracharme ni a apostar, sino a investigar acerca de cierto rumbo de un cargamento interesante para la familia y, este sitio era ideal para observar, para esperar. Y, mientras esperaba, encontraba piezas interesantes para mis juegos... 
El joven que había entrado hacía poco, con el ceño fruncido y un cabello de un llamativo color violeta, era uno de estos casos, pues incluso en un local lleno de maleantes y almas perdidas, lograba captar la atención, quizá por sus rasgos delicados y bellos, o por su porte desgarbado y hastiado. Quizá atraía mal fario o más bien, el desprecio. Nadie parecía querer acercarse a él. Demasiado frustrado, demasiado joven, demasiado fuera de lugar. Podía percibirlo a simple vista.

Sonreí para mis adentros. Había algo en su actitud que me llamaba la atención. Estaba fuera de sí, buscando desesperadamente algo en sus bolsillos. Un objeto que no encontraba... ¿Típica frustración de una adicción? En tal caso probablemente había entrado en el peor lugar para alguien de tal índole, ya que aquí los vicios baratos como aquel se encontraban a raudales, e incluso podían percibirse en el ambiente.

Era cierto que Rostock no era una ciudad demasiado ennegrecida por el fantasma de la codicia, pero como en todo puerto que se precie, siempre tiene que tener un tugurio de mala muerte con negocios ilegales... Es algo intrínseco a la naturaleza humana.

Me levanté de la silla en la que me situaba con calma, como siempre, pues no había ningún tipo de prisa y marcar el ritmo de la situación era primordial en todo acto social. Crucé el umbral que atravesaba el local con pasos medidos, casi en una sutil danza macabra, dejando que la presencia se sintiera antes de que siquiera llegara a la barra. Marcar la presencia es un aspecto importante de todo acto protocolario, aun un entorno tan turbio. Me coloqué a su lado, dejando espacio suficiente para no intimidar. 

Con un gesto suave, saqué la caja de cerillas de uno de los bolsillos interiores de mi chaleco, no es que yo fumara, pero siempre llevaba unos fósforos encima para cualquier menester necesario, y la hice chocar levemente contra la barra. El sonido era apenas un murmullo en medio del bullicio, pero algo me hizo pensar que para el extraño sonó casi como una campana salvadora con un tañido de paz.

Es curioso cómo los detalles más pequeños suelen ser los que nos desquician —dije, mi voz templada, sin prisas. Deje caer la caja frente a él sobre la madera, sin esperar una respuesta inmediata. 

Me mostraba calmado, tranquilo, con una sonrisa vaga pero lo suficientemente críptica como para no revelar mis verdaderas intenciones. Mi postura, siempre medida y calculada, transmitía una confianza inquebrantable, casi como si supiera de antemano el desenlace de cada interacción. La camisa negra que llevaba puesta, de un patrón moteado, discreto y elegante, acentuaba mi figura sin llamar demasiado la atención, mientras el chaleco gris marengo, ceñido perfectamente al torso, aportaba un aire de sofisticación y control.


El chaleco, de una tela fina, pero resistente, parecía casi una armadura suave que encorsetaba, delineando mi silueta con precisión, otorgándome una presencia imponente pero sin necesidad de excesos. Cada botón estaba en su sitio, perfectamente alineado, como el resto de mi apariencia: impecable, casi pulcra, pero sin caer en la ostentación. Sabía que la clave estaba en los detalles, en cómo la sencillez bien ejecutada podía ser mucho más poderosa que el lujo ostentoso que muchos otros aristócratas anhelaban.

Los puños de la camisa asomaban cuidadosamente bajo las mangas del chaleco, con las costuras apenas visibles, remarcando una atención al detalle que pocas veces fallaba en captar la atención de quienes me rodeaban. El tono oscuro del conjunto contrastaba con la palidez controlada de mi rostro, haciendo que mis ojos, ligeramente entornados en una mirada evaluadora de color miel, destacaran más en la penumbra del local. Era una apariencia diseñada para no ser ignorada, pero tampoco para ser completamente descifrada.

No podía evitar encontrar algo de diversión en la situación. Era joven, impetuoso, claramente desorientado. Un alma en busca de algo, aunque no supiera aún qué. Y esas almas, tan desbordantes de curiosidad y descontento, eran las que más me interesaban. Las que podían ser moldeadas con la guía adecuada.

Y tú, joven aventurero… ¿Qué buscas realmente en este lugar?— comenté con una cara interesante, y una mirada afable, sonriendo y ofreciéndole mi mano.

El silencio que siguió me permitió ver cómo sus pensamientos se agitaban, intentando encontrar una respuesta. Y, mientras esperaba, pude sentir cómo la primera pieza de este nuevo juego se colocaba en el tablero. La paciencia siempre había sido mi aliada más confiable, y ahora, mientras el joven reflexionaba, sabía que solo era cuestión de tiempo antes de que él mismo encontrara la respuesta que lo haría hablar. Porque yo no tenía prisa, y él… él acabaría hablando.
#2
Byron
Hizashi
Pasaba la pita entre sus labios, de un extremo a otro, de una comisura de la boca a la otra. Apagada pues no tenía forma de encender el mustio y seco tabaco que se encontraba en su interior. Por lo general no tenía ese sentimiento, esa necesidad, pero en momentos de descontento el inhalar y llenar sus pulmones con un denso humo gris era lo único que le relajaba. Una vieja costumbre heredada, que aunque no caía en el abuso y por lo general se limitaba a su consumo y disfrute a una vez a la semana antes de caer la noche, era consciente de que debía dejarla atrás pues podría acarrear fuertes problemas de salud en un futuro, y conociendo la suerte del apuesto Solarian, sería más pronto que tarde.

Aislado miraba la pared de madera desgastada del local, evitando hacer contacto visual con aquellos a los que parecía incomodar su presencia. No es que le importase importunar al resto, más bien no quería que nadie en un acto condescendiente se acercase a él para llamarle la atención o buscase un rato de charla poco recíproca por su parte. Si podía evitar relacionarse con aquellos babeaban y se relamían exhibiendo sus bienes materiales para acercar a las personas que alimentaban su ego por mero interés. Lo más triste, esa convicción no era más que una máscara en la que ocultaban su patético y débil ser, y como actores principales de ese falso teatrillo, eran más que conscientes de este hecho.

No aguantó más, se levantó llevando sus pequeñas y cuidadas manos a los bolsillos para salir de aquella ubicación. Cuando quiso hacerlo, uno de los asistentes pareció venirse arriba, y comenzó a tocar el viejo y quebrado órgano que tenían en la sala. Con voz profunda y tosca comenzó a cantar para acompañar las notas que salían del instrumento, a pesar de Byron no estar de acuerdo con el ansia de atención de aquel viejo hombre trajeado rodeado de jóvenes mujeres que aplaudían su función, no podía negar que dotó al ambiente de un aura especial y sonaba francamente bien.



Como si todo estuviese escrito y predestinado, en ese momento otro individuo se levantó con soltura y elegancia. Visiblemente más joven que el anterior, vestido con unas galas que acentuaban sus simétricas y bien acentuadas cualidades físicas. La clase lo acompañaba, desprendía un fuerte olor a "alta cuna", pero por algún motivo no desagradaba a Byron como lo hacían el resto de clientes. Esa seguridad que desprendía dando sus firmes pasos hasta él, era real, con una simple mirada podías estar seguro de ello. Protagonizaba la sala sin necesidad de inútiles joyas, es más, consiguió acaparar para sí las miradas de las anteriormente hipnotizadas mujeres que arropaban al músico, no era para menos, la misma música parecía ser un conjunto más de las prendas que cubrían su cuerpo. Y todo ello conseguido con la simple confianza en un momento que él mismo dejaba percibir al resto.

Cuando estuvo a su altura posó una caja de cerillas, en la barra, a la altura de la banqueta que había estado usando como asiento, y con un leve y sutil movimiento se la acercó más, ofreciéndosela sin disimulo, por algún motivo se sentía como cuando ibas a pactar un trato con alguien que entendía mejor que nadie el juego de la noche.

Sin timidez, pero sin mostrar desesperación o algo parecido por aceptar el detalle del desconocido, recogió aquel contenedor de fósforos que tanto necesitaba mirándole atentamente al rostro altamente cuidado que tenía aquel sujeto. Pues a diferencia de Byron, a pesar de su angelical rostro, alguna cicatriz podías encontrar, el de aquel tipo parecía estar desprovisto de los males que el estrés o el sufrimiento podía ocasionar. Aquel aspecto inmaculado en el pálido rostro, esclarecían las dudas sobre su condición social, claramente aquel tipo había nacido entre abundancia.

Este le dedicó unas palabras a la par que Byron veía por fin prendido el tabaco de baja calidad que consumía. Asintió mientras se deleitaba con una fuerte calada y dejándolo pasar por su garganta con facilidad, sentía como hasta el más escondido rincón de sus pulmones era invadido y recorrido por el espeso humo grisáceo provocado por la combustión de aquella planta. Soltó la bocanada tomándose su tiempo, saboreando el horrendo, pero agradable sabor del humo que acariciaba su lengua. Una vez terminó con aquella primera degustación, carraspeó la garganta y medio aclaró la voz para no sonar con una voz distorsionada dijo.

- Gracias, lo necesitaba, no es que tenga una dependencia, pero a veces necesitas un capricho para alegrar la noche. - Con un sutil gesto, pidió una copa más, sin apartar la mirada del sujeto que había llamado su atención, parecía que las ganas de marcharse se habían esfumado.

Se quedó atento observándolo, después de todo él había realizado el primer acercamiento, y la curiosidad afloraba en el muchacho a pensar porque alguien de esta índole había querido hacer contacto con él. Hasta en esa pequeña espera en la que volvió a hablar pudo ver como colocaba su chaleco de forma distraía, pero precisa, cuidando el más mínimo detalle de su apariencia, para lugar guardar las manos en los ajustados bolsillos de su pantalón de colores oscuros. Una vez encontró una pose cómoda para él rompió el silencio con una pregunta que parecía guardar segundas intenciones.

El sagaz muchacho sonrió como primera respuesta, y llevó la pipa a su boca para dar la segunda calada, esta bastante más corta que la anterior. No estaba muy seguro de que buscaba, pero el joven intuía que cualquiera de sus respuestas sería errónea, así que tampoco lo pensó mucho en primera instancia.

- Seguramente sea desilusionadora la respuesta caballero.- Dijo haciendo un pequeño aspaviento con la mano sobrante. - Siendo completamente honesto, ni yo tengo idea, estaba a punto de marcharme cuando apareciste, no puedo negar que tienes un magnetismo peculiar.

Agarró su recién llegada bebida y sació su sed con un fugaz sorbo para no hacer esperar al caballero que lo había sacado de un apuro.

- Digamos que la fortuna me ha abandonado el día de hoy, y como forma de aplacar el aburrimiento que define a esta isla... He entrado en el primer lugar con el que me he topado. No soy tan interesante como crees, por lo menos ahora, en unos meses seguro que estarás cansado de ver mi cara en los periódicos... - Dijo mirándolo con sus ojos violetas profundamente, intentando descifrar los secretos que ocultaba su alma. Difícil cometido, pues a pesar de poder notar algo extraño en él, la calma y seguridad que lo invadían lo protegían cuál armadura. - Pero... Dime, estoy seguro de que tú eres más interesante que yo... ¿Qué buscas de alguien como yo exactamente? Algo me dice, que podemos llevarnos bien. - Él también sabía hacer preguntas, y sabía jugar a este tipo de juegos, no dudaría en usar sus dotes, como si de una mujer se tratase, para conseguir exactamente lo que quería.
#3
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
OST de Terence


La penumbra reinaba en la taberna clandestina, envolviendo con su manto turbio todo lo que allí acontecía. Los vapores de licor barato y el olor penetrante del tabaco invadían el aire, mezclándose con los susurros de tratos a media voz, risas desdentadas y murmullos entrecortados. Rostock, a pesar de su fachada de pueblo costero de buena gente y paz, ocultaba su parte de su corazón bajo una capa de suciedad y salitre que solo aquellos que sabían dónde mirar podían contemplar.

Mis dedos trazaron el borde del vaso de ginebra casi intacto, mientras mis ojos evaluaban cada detalle del local. El bullicio usual no había disminuido; las voces se alzaban y caían con el ritmo de la música que salía del viejo piano situado en la esquina, interpretado por un hombre que ya había pasado su momento de gloria, si es que alguna vez lo tuvo. Las mujeres a su alrededor reían sin convicción, su atención no era más que una transacción de vana adulación a cambio de una copa más o algún trato apropiado. En algún otro rincón, un par de hombres discutían por alguna apuesta fallida, y en una mesa alejada, se cerraban acuerdos que no verían la luz del día.

Pero mi interés no estaba en esas miserias comunes, sino en el joven que había entrado hace apenas unos minutos. A pesar de la crudeza del entorno, él destacaba de una manera peculiar, y yo era particularmente bueno midiendo el talento. Realmente quizá se trataba de una facilidad familiar o un rasgo usual de los comerciantes de mano de obra, pero no solía equivocarme en demasía con las personas, lo que a veces resultaba insulsamente tedioso.

Sonreí para mis adentros, dejando que la sonrisa se deslizara lenta y calculadamente por mi rostro. Había algo magnético en él, pero no de la manera en que las mujeres allí se veían atraídas por la lujuria o la promesa de riqueza fácil. No, en él había algo más profundo, una chispa que me hizo querer acercarme, ver más de cerca qué lo impulsaba. Era como una pieza musical mal orquestada por un director desganado... 

Decidí hacer mi movimiento, tomar la batuta fabricada en mis mismos infiernos personales y decorada en fino hilo de oro.

Cuando me levanté de mi asiento, mis pasos eran lentos, medidos, casi ceremoniosos. Crucé la taberna como si fuera dueño del lugar, dejando que mi presencia se sintiera antes de que mis palabras lo hicieran. La clave en cualquier interacción era el ritmo, y yo sabía cómo marcarlo. Llegué a su lado en la barra y lo observé por un momento antes de actuar, sacando una caja de cerillas de uno de los bolsillos interiores de mi chaleco. La dejé caer suavemente sobre la barra frente a él, como una ofrenda sencilla, pero cargada de significado. 

El joven caballero del pelo violeta, si así decidía llamarle de momento, tomó las cerillas con un leve gesto de agradecimiento, encendiendo su pipa con la misma intensidad con la que sus ojos me escrutaban, sintiendo cierta desconfianza velada pero al mismo tiempo un gran interés y curiosidad. Un joven que no había pedido mi atención, pero que claramente la necesitaba.

El humo grisáceo ascendió en lentas espirales mientras él tomaba una profunda calada, dejando que el tabaco invadiera sus pulmones. Había algo ritualístico en la forma en que lo hacía, como si ese simple acto de llenar sus pulmones de humo pudiera aplacar la tormenta que seguramente rugía dentro de él. Lo observé en silencio, dándole su tiempo. Las palabras apresuradas nunca eran las correctas en situaciones como esta.

Yo no era un fumador consumado, pero reconozco que en los exóticos salones de Arabasta siempre había una tónica, y esa era el tabaco. Si bien no fumaba normalmente el tabaco barato que se puede encontrar, no eran pocas las ocasiones en las que había contemplado las bonanzas de una buena pipa de agua, donde su tabaco combinado con miel y coronado por el carbón vegetal más natural, destilaba un humo de lo más puro y denso, similar a la espuma del mar en cantidad, y acompañada del tosco, pero a la vez calmante efecto del sonido que producía el filtrado por parte del agua. 

Tras exhalar, rompió el silencio. Su voz, aunque calmada, no estaba desprovista de un matiz de incertidumbre. Era un alma joven, de eso no había duda, pero no una inexperta. Sabía cómo manejarse en situaciones difíciles, aunque claramente aún estaba en proceso de aprender las reglas del juego que jugábamos aquí abajo, en los rincones oscuros de este mundo.

Decidí dar un paso más. Esta conversación requería un cambio de tono, un ambiente que permitiera que se desenredara de manera más fluida, sin las ataduras del barullo que nos rodeaba. Hice un leve gesto al camarero que atendía la barra, un hombre de rostro cansado y manos curtidas por los años de manejar vasos de licor más de lo que cualquier mortal debería.

-Tráenos una pipa - sentencié con voz suave, pero firme. No era una petición, sino una orden disfrazada de cortesía y dosificada con cierto grado de distinción. El camarero asintió sin hacer preguntas, sabía que no debía hacerlas.

Compartir una pipa en los Bajos Fondos, estaba considerado algo más que una simple costumbre social; era una señal de tregua, de confianza temporal. No lo suficiente como para bajar la guardia, pero sí como para entablar una conversación más honesta, y cierto es que una tradición que empezó como una herramienta médica para bajar la tensión en aquellos tiempos perdidos de Arabasta, pero que había mutado precisamente por la implicación de compartir algo y demostrar como no estaba envenenado para ninguno de los celebrantes.

Nos trajeron la shisha poco después, el recipiente de vidrio en tono azul zafiro brillante, lleno de agua, la cazoleta de barro coronada por una mezcla aromática que prometía un humo denso y relajante. Encendieron las brasas en silencio, y en cuestión de minutos, la primera y pequeña nube de humo se alzó entre nosotros. Era un gesto simple, pero cargado de simbolismo. Nos situaba en una conversación más íntima, lejos de las miradas curiosas que aún deambulaban por la taberna.

-Tengo la impresión de que ambos buscamos algo en este lugar. La diferencia, claro está, es que yo sé exactamente lo que quiero, en cuanto a ti...- continué brevemente tomando la iniciativa y pasándole la manguera de la pipa, invitándolo a tomar la primera calada  -... parece que aún estás descifrando tus propios deseos... ¿Me equivoco? - aporté, escudriñando en su ser, con una mirada que no escondía cierto protocolo, pero también cierta ociosidad.

Él tomó la manguera con una mano cuidadosa, casi como si estuviera evaluando si este gesto de hospitalidad era una trampa. Pero no lo era, no hoy. Mis intenciones con él eran más complejas que un simple engaño o manipulación directa. Había algo en él que me intrigaba, y las piezas de este juego aún estaban por colocarse en su lugar. El humo subió lentamente hacia sus pulmones, más suave y aromático que el áspero tabaco que había estado fumando. Juraría que noté una relajación en su semblante.

-Es verdad que la fortuna parece haberte abandonado hoy- continué, inspirando yo también una calada de la también conocida como narguile, saboreando el humo antes de soltarlo en una nube espesa. -Pero la fortuna tiene formas curiosas de manifestarse. A veces, el infortunio nos lleva a los lugares donde realmente necesitamos estar. Como este, por ejemplo. Tal vez no lo veas ahora, pero estar aquí no es un accidente- continué, casi como si mis palabras fueran empapadas en el mismo éter.

Estas eran suaves, casi hipnóticas, mientras observaba cómo él procesaba lo que le decía. Estaba claro que no era un tonto. Podía ver la forma en que sus ojos se entrecerraban ligeramente, evaluando cada palabra, buscando el significado oculto en cada frase. Admirable, realmente. Pocos se molestaban en hacer eso en lugares como este, donde la mayoría prefería dejarse llevar por el alcohol barato y el olvido fácil. Quizá este era lo que mi hermana a todas luces bautizaba bajo el cordial nombre de Bruce. Una excepción entre miles.

Dices que no eres tan interesante - comenté mientras le devolvía la manguera - pero yo veo algo diferente. Veo potencial. Veo a alguien que aún no ha evaluado quién va a ser en este mundo. Y eso es lo más peligroso y valioso de todo, chiquillo. Porque, mientras no decidas, todo es posible - hice un gesto leve con la mano, indicando el entorno que nos rodeaba. - Como ves las posibilidades son infinitas, si sabes dónde mirar - exhalé en un suspiro combinado con la última bocanada de humo. 

Tomé otro sorbo de ginebra, esta vez más largo, dejando que el calor del alcohol se mezclara con el fresco que el humo había dejado en mi garganta. El ambiente a nuestro alrededor seguía siendo tan denso y opresivo como siempre, pero en nuestro pequeño rincón, había una especie de tregua. El mundo exterior, con su caos y su desesperación, parecía haberse quedado en pausa mientras nosotros dos jugábamos a un juego mucho más sutil.

- Así que te haré una propuesta... - comenté críptico, inclinándome un poco hacia adelante, bajando la voz como si lo que estaba a punto de decir fuera un secreto que solo él podía conocer. -... pero no será ahora. Toma esta vista y deja que este lugar te muestre lo que realmente puede darte. No hay prisa. Mézclate con estos ambientes y aprende que también tienen su propio ritmo, y si lo sigues, puedes descubrir cosas que se escapan a tus sentidos más primarios - musité, ofertando algo que no podía rechazar, conociendo que su curiosidad le obligaría a asentir.

Ahora éramos solo dos simples hombres, midiendo la pulsión de la vida que acontecía en un mísero lugar del mundo, pero al mismo tiempo también observando el alcance de las dos voluntades que cada uno enarbolábamos, en un duelo filosófico pero también didáctico.
#4
Byron
Hizashi
El canto de aquel hombre seguía envolviendo el ambiente. El plano que situaba a aquellos dos, cambio sutilmente el escenario. Todo orquestado por las perfectamente pensadas y elegidas palabras del desconocido que lo acompañaba, que manejaban la situación como si moviese unos hilos que manejaban a los presentes cuál títeres. Quizás fuese por su presencia imponente, o por el estatus que portaba sobre sus hombros que el muchacho desconocía. Con una simple, pero firme petición, el encargado de la barra dejó de limpiar los objetos que necesitaba para servir sus las consumiciones, para ponerse manos a la obra para cumplir sus caprichos, todo sin realizar preguntas, pues por el tono usado y la mirada lanzada, sabía que no estaba en posición de hacerlas. Un gesto de aquel hombre los señaló una estancia algo más privada, incitándolos con este a ocupar una mesa, alejada de la luz que los focos cascados otorgaban al establecimiento.

En aquel extremo del local, sentados ambos sobre su respectivo asiento, esperaron la comanda de su compañero de mesa. No estaba fuera de la sala principal del negocio, es más, en cualquier otra circunstancia, lo hubiese definido como una esquina sucia y poco glamurosa, pero ahora, ubicado en ella, podía comprender la importancia que tenían este tipo de asientos. Ocultos de los focos públicos, pues las sombras cubrían los rostros de aquellos que ocupaban ese tipo de mesas, disfrutando del anonimato que proporcionaban, escondiendo cualquier juego de manos que pudiese llevarse a cabo. Todo esto otorgando una vista perfecta del resto de la taberna, pudiendo analizar la situación con prudencia, eligiendo con calma y seguridad qué mano jugar. Desde allí podías ver quién entraba y quién salía, los pedidos que se hacían, incluso las apuestas de los tipejos que llenaban de gozo sus vidas con los premios baratos que arrebataban al resto de apostadores.

Así llegó, la pipa especial que aquel sujeto había encargado. Nunca había consumido algo así, por lo menos nunca en un artefacto tan peculiar. Un recipiente de vidrio de un profundo azul transparente, sin ser lo suficientemente opaco como para no dejar para la tenue luz tras él, dejando ver el agua y dentro humo plateado que tenía en su interior, cargaba el peso de la estructura. Incrustado en el agujero que portaba, llegando a tocar el agua, un ligero y largo tuvo metálico, de acero tratado tal vez, para evitar la oxidación al estar en contacto con el fluido antes mentado. En la base de este, la parte que apoyaba en el vidrio, portaba con un pequeño orificio del cual salía una larga manguera gomosa, que contaba en su extremo con un mango, debía ser por donde se fumaba. Coronando aquel objeto, una cazoleta de barro bien cuidado, parecía estar recubierto de algún tipo de porcelana para soportar mejor el calor que proporcionaban los tres llameantes cubos de carbón vegetal sobre ella.

Entre aquellas sombras, lo único que iluminaba ligeramente los rostros de aquellos dos distinguidos sujetos, eran los carbones avivándose cuando el elegante hombre daba una calada a la shisha que ocupaba su mesa.

Le ofreció la manguera, y como si una necesidad curiosa se apoderase de él, la agarró para llevársela a la boca, no podía negar que, las ganas de probar aquello lo hacían hasta salivar. Así dio una profunda calada, en su vida su paladar se había deleitado con tal sabor. Los toques de arándanos mezclados con un sutil sirope cítrico recorrieron cada una de sus papilas gustativas, refrescando su garganta con aquel matiz fresco que lo acompañaba. Deleitándose con el sabor, dejó salir el humo de su garganta haciendo pequeños aros al colocar sus labios en una forma concreta. Al acabar, el sonido de su boca saboreando era lo único que rompía el silencio, desde luego había cambiado para él su concepto de lo que era fumar.

- Tengo que hacerme con una de estas.- Dijo antes de propinarle un segundo chupinazo a la maravillosa pipa que acababa de descubrir.

Mientras dejaba que su cuerpo se embriagase de la satisfacción que le creaba fumar aquel tabaco, escuchó atentamente las palabras que le dedicó aquel magnético ser. Aprovechaba el humo que salía de su boca para medio esconder su semblante, intentando que su rostro no fuese tan fácil de leer, pues hasta cierto punto se encontraba totalmente leído juzgando sus palabras.
En parte estaba equivocado, no lo culpaba, de hecho era hasta admirable que hubiese sido capaz de ver la "doble fachada" que Byron tenía. Siendo un chico despreocupado, y aceptando ese rol, Byron ocultaba al resto fácilmente en su interior el verdadero motivo de sus ambiciones y deseos. Nadie había conseguido darse cuenta de las capas que usaba en sus encuentros sociales para que no descubrieran el ego y ambición que definían el camino del Solarian, por lo menos hasta hoy.

- Je... fallaste, tengo muy claro cuál es el objetivo que tiene pensado el propio destino para mí.- Contestó, mostrando un poco de ese ego, dejando ver con seguridad su firme creencia. Él no iba a luchar o esforzarse por la grandeza, él la merecía, él estaba destinado a ella.

Siguió escuchando sus palabras, medio tirado en su asiento, jugando con el humo que salía de sus pulmones. No quería que se viese como una falta de educación, simplemente se sentía a gusto frente a él, aun teniendo profundos deseos ególatras, la personalidad desgarbada también definían al muchacho. En aquel momento no era necesario mostrar modales superfluos, pues, en parte, ambos mostraban sus cartas de forma velada. Dando a entender, nunca siendo directos, siempre tenías que ser precavido, no con cualquiera podías mostrar tus deseos más profundos.

Una de las palabras lo hizo fruncir el ceño, en parte lo había sentido como un insulto. ¿Potencial? Lo dejó pasar por alto, pues realmente eran desconocidos el uno para el otro, pero le fue imposible no mostrar reacción,  aquel gesto estaba propiciado por lo más profundo de su ser, el golpe a su orgullo fue imposible de negar.

- Tengo una pequeña historia para ti, la conozco desde hace mucho tiempo... Con tu permiso.- Aclaró su voz como hizo en el pasado. - Hubo una vez un ángel, venerado y alzado por los suyos, el elegido para gobernar este mundo... El destino cortó sus alas, con la esperanza de que no pudiese ocupar su trono, pero, al final de los días fue este mismo quien lo elevó en los cielos, pues hasta él se dio cuenta de lo equivocado que estuvo al interponerse en el camino de alguien elegido por los mismos cielos...- Lo miró fijamente, con un semblante serio. - El potencial no existe, ni siquiera el esfuerzo, hay personas que simplemente se encuentran en un escalón que nunca podrás alcanzar. Yo soy el que está por encima de los que están en ese escalón, te aconsejo que no lo olvides.

Le pasó la manguera mientras este terminaba su consejo. Byron sonrió, como si lo estuviesen retando, adentrarse en el bajo mundo para entender su funcionamiento y ampliar sus conocimientos. A pesar de sus aires de grandeza, había cosas que el joven Solarian desconocía, a ser ajeno a ese mundo. Era un buen consejo, ahora estaba en paz con el hombre que había herido su yo interior, de todas formas, le caía bien, esa seguridad que mostraba en sus palabras, controlando la situación con soltura. Definitivamente, era el tipo de persona que agradaban al muchacho.

- Bien, me adentraré, me empaparé y aprenderé, quiero ver esa propuesta que portas...- Dejó unos segundos de silencio para aislar su siguiente comentario.- Pero te doy una advertencia, seguramente me haga con el control de todo él, en el tiempo que dura una estación.

Sonrió satisfecho ante su contestación, seguro de sí mismo, sin importarle que aquel hombre se tomase sus comentarios a broma, después de todo su ambición le llevaba a conseguir objetivos mayores, ¿qué más le daba dominar también otro mundo?
#5
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
El sonido del humo burbujeando en el agua se convirtió en el trasfondo de aquella conversación. Cada inhalación de la pipa producía un leve siseo, seguido de la tenue danza del humo escapando entre nuestros labios. Era una coreografía en la que ambos participantes parecíamos estar en sintonía, sincronizados por el silencio de la noche y la discreción que ofrecían las sombras que nos envolvían.

El joven frente a mí, de nombre Byron, aunque no lo había revelado abiertamente, tenía el aura característica de aquellos que estaban destinados a grandes cosas, o al menos, así se veían a sí mismos. Sus gestos, la seguridad con la que agarraba la manguera de la pipa y la despreocupación con la que se hundía en su asiento, todo en él gritaba una confianza desbordante, una que en parte me recordaba a mi juventud. Pero había algo más en él, algo que resonaba con la misma disonancia que una cuerda mal afinada en una orquesta de cuerdas bien dispuestas: la inconsciencia. Inconsciencia no solo de los peligros del mundo, sino también de los propios límites, de la fina línea que separa la grandeza del abismo.

Con la mirada fija en las brasas del carbón, dejé que mis pensamientos vagaran un instante antes de responder. La historia que Byron relataba, esa pequeña fábula sobre el ángel caído y elevado nuevamente, era un eco de las mismas narrativas que todos los jóvenes ambiciosos se cuentan a sí mismos para justificar su inevitable ascenso. Y aunque sus palabras resonaban con convicción, no pude evitar percibir en ellas una nota de ingenuidad. No es que no creyera en el destino, o en la posibilidad de que algunos estuvieran marcados para la grandeza, pero la vida me había enseñado que la grandeza no es algo que simplemente cae en las manos de aquellos que se creen destinados a ella. Es un fruto que se debe cultivar con astucia, manipulación, y a veces, una pizca de crueldad.

Tu historia es interesante— respondí tras una pausa calculada, permitiendo que el silencio se asentara entre nosotros antes de romperlo —Es una fábula que se ha repetido en innumerables versiones a lo largo del tiempo. El ángel caído que, contra todo pronóstico, se eleva nuevamente. El héroe que, tras su caída, encuentra su verdadero poder. Es una narrativa atractiva, sin duda. Pero realmente, suena a una leve impresión de tus expectativas contra el mundo. — comenté con frialdad y casi alevosía.
Hice una pausa para inhalar de la pipa, dejando que el sabor afrutado del tabaco llenara mis pulmones y diera tiempo a mis palabras para calar en él. Mientras exhalaba, el humo se enroscó en pequeñas espirales antes de desvanecerse en el aire.

Hablas de estar por encima de los que te rodean, de un destino que te ha colocado en un escalón superior. Es una idea poderosa, pero también peligrosa. El poder, Byron, no es un don que simplemente se nos otorga. Es una herramienta que se forja con astucia y se maneja con precisión. Y aquellos que se creen superiores solo porque el destino les ha susurrado al oído, suelen encontrarse a merced de aquellos que entienden cómo funciona realmente el juego. — comenté con cierto esmero en la explicación.

Mis palabras, aunque pronunciadas con suavidad, llevaban consigo la severidad de las lecciones que el tiempo me había enseñado. Veía en Byron ese mismo fuego que una vez había ardido en mí, un fuego que consumía sin discriminar entre lo que debía quemarse y lo que debía preservarse. Y aunque podía admirar su ambición, también sabía que el fuego, sin control, solo conducía a la destrucción estúpida. Lo había visto en innumerables personas que habían caído bajo el yugo de la familia con intereses así de pasionales.

Pero no malinterpretes mis palabras— continué, adoptando un tono más conciliador —No estoy aquí para desalentar tu ambición. De hecho, es esa ambición la que te ha traído hasta aquí, y eso, en sí mismo, ya es un logro. Pero el mundo en el que estás entrando, ese mundo de sombras y susurros, no se rige por las mismas reglas que conoces. Aquí, la confianza ciega en el destino puede ser tu perdición, y aquellos que subestimas hoy pueden ser los que controlen tu destino mañana. — proferí de una última exhalación.

Pasé la manguera de la pipa de vuelta a Byron, dándole tiempo para absorber lo que había dicho. Había aprendido, a lo largo de los años, que las lecciones más valiosas no eran las que se daban de forma directa, sino aquellas que se dejaban insinuar, que se permitían madurar en la mente del interlocutor hasta que este llegaba a sus propias conclusiones. Y en ese sentido, Byron parecía ser un buen estudiante, aunque su orgullo y su juventud pudieran nublar su juicio por momentos.

Dime, Byron— le pregunté finalmente, rompiendo el silencio que se había asentado nuevamente entre nosotros — ¿Qué es lo que realmente deseas? No me refiero a esas fantasías de grandeza que todos llevamos dentro. No me hables de poder o riqueza, ni siquiera de control sobre el mundo de las sombras. Quiero saber qué es lo que realmente impulsa tus pasos, qué es lo que te mantiene despierto en las noches en las que el silencio se vuelve ensordecedor. Porque solo cuando entiendes verdaderamente lo que deseas, puedes comenzar a trazar un camino hacia ello. — finalicé con cierto ocio. Era un interesante conversador y su historia me llamaba muchísimo la atención. Estaba claro cuál era el ángel de dicha historia. ¿Sería este uno de aquellos habitantes de los cielos? Otrora, yo traficaba con ellos, pero no parecía haber rastro alguno de las pequeñas alas vestigiales de los Skypianos, o de las orgullosas alas de los Lunarian. ¿Qué sería?

Mientras esperaba su respuesta, me recosté en mi asiento, observando cómo el humo seguía danzando en el aire. Había conocido a muchos como Byron a lo largo de mi vida, jóvenes llenos de promesas y ambiciones, pero pocos habían logrado canalizar ese fuego en algo verdaderamente duradero. La mayoría se había consumido demasiado rápido, víctimas de su propia impaciencia o de las trampas que el destino les había tendido. 

Hay una última cosa que debes entender sobre el poder, Byron— añadí después de un momento, con la voz más baja, casi como un susurro —El poder no es solo la capacidad de dominar a los demás o de moldear el mundo a tu voluntad. El verdadero poder reside en la capacidad de conocer tus propias limitaciones, de consolidarlo y de mantenerlo— finalicé con una sonrisa pícara, mientras le seguía tomando el contacto.

La shisha seguía entre nosotros, su presencia imponente, casi ceremonial, parecía marcar el ritmo de nuestra conversación. Cada inhalación y exhalación era un recordatorio de la temporalidad de todo, del humo que se disipa, de los momentos fugaces que nos definen. En aquella pequeña esquina de Rostock, lejos de la luz, éramos dos almas tejiendo un delicado juego de palabras y silencios, cada uno intentando descifrar al otro mientras el mundo seguía girando, ajeno a nuestras ambiciones y deseos.

Esperé pacientemente a que Byron encontrara su respuesta, sabiendo que el tiempo, en este tipo de intercambios, era tan valioso como las palabras. La paciencia era una de las armas más poderosas en este juego, y aunque él aún no lo comprendiera del todo, estaba seguro de que lo aprendería pronto. Después de todo, el destino no solo favorece a los ambiciosos, sino también a los que saben cuándo esperar y cuándo actuar.

¿Sería aquel hombre un futuro aliado, o quizá su sinfonía estaba cercana a acabar?
#6


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