¿Sabías que…?
... el autor de One Piece, Eichiro Oda, hay semanas en las que apenas duerme 3 horas al día para poder alcanzar la entrega del capitulo a tiempo.
[Común] [C - Pasado] La primera regla del club... digo, ¿qué?
Atlas
Nowhere | Fénix
Día 18 de verano del año 724

Me caía de sueño. En sentido figurado, claro. Si me fuese cayendo como consecuencia del cansancio tendría un soberano problema. En primer lugar, porque como Shawn me viese así se encargaría de darme un buen correctivo. En segundo lugar, porque eso indicaría que las interminables sesiones duramente impartidas por el sargento no habrían surtido efecto alguno en mí. De cualquier modo, cabía decir que el Torneo del Calabozo resultaba tremendamente extenuante para quienes participaban en él, sobre todo para quienes llegaban hasta el final y, más aún, para quien ganaba. Porque sí, resultaba que había sido el último vencedor del mismo hacía apenas unas horas. Mis ojeras daban buena fe de ello.

En fin. Me había conseguido levantar a mi hora sin tener demasiado claro cómo había sido posible. Aquel día, seguramente por primera —y tal vez última— vez, había decidido no intentar librarme de mis tareas matutinas. ¿Que por qué? Porque aquel día estaba completamente incapacitado para librarme de Shawn y mi cuerpo no podría soportar una sesión más de las suyas. No en esos momentos, al menos. Aunque sólo fuese por una vez, mejor dar el callo cuando me pudiesen ver y luego retirarme a descansar.

Salí de los barracones de los últimos, eso sí, y me dirigí a la cantina para pedir algo que llevarme a la boca. Teníamos algo de tiempo para el desayuno, al fin y al cabo. Cuando llegué a mi destino la cola de marines era considerable, aunque el ritmo con el que el personal de cocina despachaba a los uniformados era bastante adecuado y no permanecíamos demasiado tiempo quietos. Una alta figura ocupaba la posición inmediatamente anterior a mí cuando me puse en mi lugar. De espaldas no la había reconocido en un primer momento, pero sin duda se trataba de Camille, quien se había encargado de hacernos un maravilloso tour por la base del G-31 y alrededores no hacía demasiado tiempo.

—Buenos días —dije con una sonrisa inconscientemente cansada—. ¿Tiene buena pinta el desayuno de hoy? —Tal vez podría sonar a excusa barata para iniciar una conversación, pero lo cierto era que con la envergadura de la de los cuernos no acertaba a ver qué demonios ofrecían—. Si has venido sola y te apetece podemos sentarnos juntos.

Vago, sí, pero buena gente y bastante entrante. Podrían ser unos buenos rasgos con los que empezar a definirme. Vago e introvertido resultaba ser una combinación fatal para el arte del escaqueo. Era crucial ser capaz de tener buenas relaciones —cordiales, al menos— con casi todo el mundo. Si no te tenían aprecio jamás pasarían por alto tus deslices.

Mientras esperaba su respuesta la cola fue avanzando. Al llegar mi turno elegí huevos revueltos y un café bien cargado. No tenía duda alguna de que sabría a rayos, pero prefería morir de diarrea que de extenuación. Si Camille no tenía problema alguno me sentaría con ella en la primera mesa libre que viésemos.

—Bueno, ¿qué? ¿Cómo ha ido todo desde la última vez que nos vimos? No hace mucho, pero aquí siempre hay mucho ajetreo y cosas que hacer.
#1
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
La noche anterior había sido un tanto especial. No ocurrió nada que pudiera considerarse nuevo o inesperado para Camille, quien se había escurrido por entre los interminables y laberínticos pasillos de la base cuando esta se encontraba ya bajo el amparo de la Luna y las estrellas. Mientras paseaba por el interior, multitud de pensamientos y recuerdos del pasado fueron asaltándole en su mente. Como una reminiscencia, se veía a sí misma recorriendo a hurtadillas las diferentes secciones tras notar una actividad inusual, justo a aquellas horas en las que una cría como ella debería llevar metida un buen rato en la cama, durmiendo plácidamente. Todo con motivo de una curiosidad incipiente por averiguar qué hacían aquellos marines, reclutas y soldados rasos la mayoría, deambulando discretamente por el G-31.

Por supuesto, habían pasado muchos años desde que la capacidad de Camille para escurrirse a hurtadillas se esfumó por completo. Dado su enorme tamaño que ya se había vuelto más que evidente durante la adolescencia, la discreción había pasado a un segundo plano. De todos modos, desde que era toda una recluta, tampoco se le había hecho completamente necesario el pasar desapercibida para poder ir donde quisiera. Nadie o casi nadie era ajeno a la situación de la oni enla base, de modo que mentar a la capitana Montpellier para utilizarla como excusa —una tarea asignada o una petición personal de la misma— solía ser suficiente para llegar hasta donde se dirigía en esos momentos.

El Torneo del Calabozo era un evento que se daba cada uno o dos meses, en función de la disponibilidad, siempre coincidente con la llegada de un oficial en concreto al G-31. Allí, los marines que más se salían de las rectas vías de la Marina se batían en combates en una suerte de competición hasta dar con un ganador. Claro que no eran a muerte ni buscaban convertirse en algún tipo de castigo macabro, sino más bien en una oportunidad de conducir a estos individuos, darles un aliciente e incluso llevar más allá sus capacidades. Casi siempre, todos los «bichos raros» del G-31 terminaban participando de una u otra manera en la competición. La morena aún no había participado en ninguna edición, pero realmente el único motivo real era su reciente graduación.

Lo que no había esperado encontrarse aquella noche era a un rubio en particular con el que había interactuado apenas tres días antes, justo uno del particular grupo al que había hecho todo un tour por la base y Loguetown. A la oni le pudo la curiosidad y fue incapaz de imponerse a la tentación de ver hasta dónde sería capaz de llegar Atlas. Para su sorpresa, aquella vez tendría que trasnochar hasta ver la final.

No le fue ninguna sorpresa al día siguiente que el rubio ni siquiera reparase en su presencia cuando se situó tras él a la cola: debía estar agotado, y no era para menos. Los combates del Torneo del Calabozo eran consecutivos, de modo que los finalistas habían pasado por no pocos encuentros casi sin descanso. Quien se alzaba victorioso se bañaba en la dudosa gloria de ser el campeón, pero también requería de un día o dos para recuperarse completamente del esfuerzo.

Cuando Atlas se dirigió a ella, la recluta saludó con un gesto de la cabeza y echó un vistazo por encima del resto de marines.

Nada especialmente apetitoso: café, huevos revueltos, pan y parece que deliciosas gachas de ayer... o de antes. El desayuno de los campeones pero con el sello de calidad del G-31 —bromeó, torciendo los labios en una mueca. La invitación, sin embargo, le hizo borrar el gesto y bajó la mirada hacia Atlas con cierta sorpresa—. Eh... sí, claro que sí.

Casi siempre comía sola, al igual que a la hora de entrenar, de bajar a Loguetown, de disfrutar de sus momentos de ocio y, en general, cualquier cosa que no fuera la estricta colaboración entre ella y sus compañeros. No es que no se llevase bien con nadie en la base, pero de alguna forma siempre se había sentido un poco fuera de lugar. Quizá fuera por las miradas que atraían ella, sus cuernos y su prominente tamaño, o puede que simplemente nadie estuviera completamente cómodo juntándose con una oni. Tal vez, incluso, fueran estos pensamientos los verdaderos culpables de que casi siempre estuviera a su rollo, más que una intención activa de sus compañeros. A saber.

Después de Atlas, se puso algo de huevos, café y con no poco valor un cuenco de espesas gachas. Buscó un asiento que pudiera sostener bien su peso cuando se sentaron y dio un par de bocados antes de responder.

Supongo que bien. No ha ocurrido mucha cosa que se salga de lo rutinario, al menos para mí —empezó a contar, aunque no estaba siendo del todo sincera. No después de lo ocurrido anoche—. Entrenar, patrullar, lidiar con alguna reyerta entre borrachos la otra noche... ya sabes, lo típico. ¿Y tú? ¿Algo interesante estos días? Aparte de huir de Shawn, claro —bromeó, riéndose un poco—. Espero que Ray y tú os estéis adaptando bien al G-31. Por los otros dos creo que será la base quien tendrá que adaptarse a ellos y no al revés...

Hacía alusión, por supuesto, a Masao y Takahiro, aunque este segundo era más por su propio rechazo que porque realmente el peliverde se saliera de la norma en exceso. El caso del otro... bueno, prefería no darle muchas vueltas.

La mirada sanguina de la oni analizó entonces el rostro de Atlas. No eran excesivamente evidentes dadas las capacidades del rubio, pero podían detectarse aún ciertas evidencias que delataban lo que había vivido el rubio la noche anterior: algún rasguño aquí y allá. Tras escuchar lo que tuviera que responder a sus preguntas, Camille sonreiría con calma y asentiría.

Lo más complicado habrán sido las noches —empezó a hablar, con un tono algo más bajo y discreto. Sus manos se movieron despacio, soltando los cubiertos y gesticulando de una forma muy particular. En primer lugar se crujió los nudillos de sus dos índices y sus dedos corazón, primero los izquierdos y luego los derechos. Después, se llevó la mano izquierda a la clavícula como para masajear alguna molestia, ladeando la cabeza hacia el lado contrario dos veces seguidas, un movimiento muy concreto. Para cualquiera ajeno a lo que acaba de hacer, simplemente estaría aliviando la tensión de sus manos y cuello, pero estaba segura de que Atlas reconocería aquellos gestos al momento—. Tengo entendido que... ha sido un estreno por todo lo alto.

Sonrió con complicidad y dejó su mirada clavada en la del rubio, esperando su reacción. Con todo el ajetreo en el Torneo del Calabozo, dudaba que hubiera siquiera reparado en su presencia por descabellado que pudiera sonar.
#2
Atlas
Nowhere | Fénix
Cerca de la mitad de la porción de huevos revueltos que había introducido en mi boca escapó cuando Camille mencionó a Shawn. No es que me sorprendiese que ella estuviese al tanto del juego de policías y ladrones que nos traíamos, ya que era algo ampliamente conocido por el resto de marines del G-31. Con el paso de los días se había normalizado el hecho de que en algún momento de la jornada apareciese el corpulento sargento arrastrándome desde donde no debía a estar hacia donde sí debía estar. No, lo que me había sorprendido era que la muchacha esbozase algo similar a una broma. No es que diese por hecho que fuese incapaz de hacerlas, pero durante nuestro primer contacto la había notado hastiada, incómoda y menos ilusionada que nosotros con el tour. Tal vez fuera de ese contexto fuese una tipa simpática y todo.

—La verdad es que yo tampoco tengo gran cosa que contar —comencé a decir, introduciendo de nuevo en su celda de dientes los huevos revueltos que habían escapado y dando un trago —mala idea— al café—. Ya no sé dónde demonios me voy a meter para que ese tío no me encuentre. Es como si tuviese un ojo en cada rincón de la base y alrededores. Alucinante. Sí, la verdad es que estoy bastante cómodo aquí —seguí diciendo con afán de hacer la conversación lo más distendida posible. Quería llevarme bien con Camille. Y con quién no, diréis con razón. Bueno, vale, pero con ella en especial y sin ningún motivo claro; simple instinto—. Hay buena gente, pocos mandos tiranos y comida suficiente para todos. No me hacen falta muchas más cosas para estar a gusto.

Sin embargo, el tono relajado que estaba empleando se esfumó en cuanto la de los cuernos siguió hablando. Casi pude sentir cómo el color abandonaba mi cara cuando Camille se refirió de forma sutil a lo acontecido la noche anterior. Lo había hecho de forma que cualquiera que se encontrase cerca podría sospechar cualquier cosa menos que me había dado de palos con a saber cuánta gente. Cuando alguien lanzaba un mensaje escondido de esa manera no tenía sentido negar la evidencia, pues la forma de emitirlo en sí misma reflejaba que sabía perfectamente de lo que estaba hablando.

—¿Y tú cómo sabes eso? —pregunté en voz baja, aproximando la cabeza a mi interlocutora. Me habían insistido muchísimo, en especial el sargento Garnett, en que nadie ajeno al Torneo del Calabozo debía conocer de su existencia por nuestro bien—. ¿Quién te lo ha dicho? Por favor, no digas nada. Si los jefes se enteran se me cae el pelo dos veces, una por los jefes y otra por los participantes. ¡Ay, como se entere Shawn! ¡Por favor, que no se entere la capitana!

Cada vez que un miedo se desbloqueaba en mi mente, uno más grande y espantoso acudía a continuación para ocupar el lugar del primero. Lo peor de todo vino cuando, uno a uno, ejecutó en perfecta secuencia todos los gestos que eran capaces de delatar a quien competía o había competido en el torneo. Pero Camille no se encontraba en el área de adiestramiento durante la noche. Era cierto que habían acudido personas que formaban parte del grupo pero en aquella ocasión no habían participado. Camille no era una de ellos. Tal vez no hubiese estado demasiado atento a los espectadores, pero estaba seguro de que una mujer de su envergadura, sobre todo si era conocida, habría llamado mi atención... ¿O no?

—¡Para! —susurré, nervioso, al tiempo que miraba hacia los lados y detrás de mí para asegurarme de que nadie hubiese reparado en ella y cómo gesticulaba—. ¿Me has estado siguiendo o espiando? ¿Es cosa de Shawn? ¿Ni dejándome tirado y medio muerto se cansa de estar detrás de mí?

No tenía del todo claro qué estaba sucediendo allí. Que Camille aún no hubiese comunicado nada —si es que no lo había hecho, claro— sólo podía significar dos cosas: pretendía extorsionarme para obtener algo de mí o era una persona en la que podía confiar. Esperaba que fuese lo segundo, porque en el primer caso tendría un pie fuera de la Marina.

—Vale, de acuerdo, participé. Ese malnacido de Shawn me dejó exhausto y cuando entraron en el campo de adiestramiento me encontraron allí tumbado. El resto me imagino que lo puedes intuir. Pero son buena gente, simplemente no hacen las cosas como los demás. Estoy seguro de que la Marina perdería muy buenos activos si fuesen expulsados o se les abriera un expediente, de verdad —dije en lo que inicialmente quería hacer pasar por una explicación, pero terminó sonando más a súplica.
#3
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
A medida que fue hablando y gesticulando pudo ver, muy poco a poco, cómo la expresión de Atlas se iba transformando en una que no supo identificar si era de sorpresa, nervios, angustia o una mezcla de las tres. En tan solo unas pocas palabras le había dejado claro que no solo no se había dado cuenta de su presencia la noche anterior, sino que además temía con todo su ser las consecuencias de que hubiera podido pillarle. ¿Trabajar para Shawn? No es que no respetase a su superior, pero ni en sus peores pesadillas habría deseado estar bajo las órdenes de aquel hombre: pocas personas podían llegar a ser más secas o serias que ella y él era una de ellas.

Por supuesto, lejos de aliviar las preocupaciones del rubio, Camille se mantuvo en silencio en todo momento, analizando cuanto decía y —por qué iba a negarlo— divirtiéndose con la situación. De hecho, llevaba mucho tiempo sin tener que esmerarse con tantas energías en no sonreír o echarse a reír. Por el contrario, como decía, se mantuvo completamente callada y con la mirada clavada en los ojos del marine, dejando que dijera cuanto viese oportuno. A veces, le había dicho la capitana Montpellier, un hombre muestra de qué está hecho realmente cuando se encuentra en una situación desesperada. A ella no se lo había parecido, pero desde la perspectiva de su compañero quizá su futuro pudiera estar en juego. Y lo que vio, lejos de transmitirle decepción o juicio alguno hacia él, le insufló una suerte de empatía y ternura. Pese a sus continuos escaqueos y quizá una incipiente falta de disciplina, nadie temería tanto su expulsión de la Marina si no sintiera auténtica devoción por el cuerpo o, en su defecto, tuviera un sentimiento de lealtad lo suficientemente grande como para querer evitarla a toda costa.

Siempre le había parecido un poco estúpido tanto secretismo, aunque suponía que todo formaba parte de aquel controvertido ejercicio. Que fuera una competición clandestina, ajena al conocimiento de los oficiales y de la capitana, la convertía en una actividad lo suficientemente atractiva para quienes se salían demasiado de lo ordinario o carecían de disciplina: los más rebeldes del cuerpo.

Se sintió derrotada cuando Atlas empezó casi a suplicarle, hasta algo se removió en su interior y generó un poco de remordimiento. El muchacho había tenido suficiente.

Atlas... —empezó mencionando su nombre, tras lo que empezó a dibujar una amable sonrisa que no tardó en convertirse en una carcajada contenida. Tuvo que llevarse la mano al rostro y bajar la cabeza mientras se descojonaba, evitando que fuera demasiado evidente para el resto de la sala. Hizo un esfuerzo por tranquilizarse y se secó con el dorso algunas lagrimillas que se le estaban escapando de la risa—. Pero, ¿Cómo se te ocurre que pueda estar siguiéndote o que quiera chantajearte?

Se quedó mirándole con gesto divertido, negando despacio con la cabeza ante todo lo que le había dicho. Después miró a su alrededor, cerciorándose de que no hubiera nadie con la atención puesta sobre ellos y su conversación. Pese a la risa o la presencia de la oni, todos parecían demasiado cansados o distraídos como para prestarle atención. La mayoría, después de todo, estaban acostumbrados a su presencia. Quizá no tanto a que conversase con alguien durante el desayuno.

Más tranquila, volvió su atención a Atlas de nuevo.

Como os dije el día que nos presentamos, he crecido entre estos muros. ¿De verdad crees que algo así se me habría pasado por alto después de tantos años? —inquirió, pues en su cabeza sonaba tan evidente que hasta le sorprendía que el rubio no hubiera caído en eso. Quizá los nervios le hubieran jugado una mala pasada—. No es la primera vez que me escabullo para observar, así que tampoco es ninguna sorpresa. Lo que sí que no esperaba era verte a ti allí. Bueno, no tan pronto, al menos.

Hizo un gesto con la mano como para quitarle importancia y retomó el desayuno, acabando rápidamente con los huevos revueltos antes de pasar a las gachas. Estaban insípidas y pastosas, casi como si estuviera comiéndose cartón. Tuvo que forzarse a aguantar la respiración y tragar rápido para evitar que le diera una reverenda arcada. Y apunto estuvo pese a ello.

Joder, qué asquerosidad —la queja le salió como si el tema de conversación no tuviera ningún tipo de relevancia, aunque lo cierto es que sentía curiosidad. Cogió una servilleta y se limpió los morros antes de seguir—. No te preocupes que no voy a chivarme a nadie. ¿O es que pensáis que soy una soplona de la capitana...? Me decepcionaría bastante, la verdad.
#4
Atlas
Nowhere | Fénix
De buenas a primeras mi angustia se diluyó como un puñado de sal en una olla de agua hirviendo. Fue la carcajada de la muchacha, algo que me extrañó casi tanto como el hecho de que bromease a mi costa, lo que permitió que finalmente me relajase. No es que la posibilidad de que me hubiera estado siguiendo fuera la primera de mis opciones, sino que en medio de un momento de pánico las hipótesis se habían comenzado a agolpar en mi cabeza. Una tras otra, se sucedían sin orden alguno o sin pasar por algún filtro que me permitiese clasificarlas según su plausibilidad.

Fuera como fuese, ya había pasado. A cada palabra que escapaba de la boca de Camille una sonrisa comenzaba a asomar en mis labios. Fue creciendo hasta que, sin poder remediarlo, una carcajada brotó de mi garganta para unirse al gesto contenido de la de los cuernos. En mi caso, no obstante, no me molesté en ocultarla o disimularla en modo alguno. Quienes se encontraban alrededor de nosotros también hablaban en voz alta o, todo lo contrario, se encontraban absortos en sus pensamientos y no prestaban atención a lo que sucedía alrededor. A nadie le extrañaría mi reacción.

Cuál fue mi sorpresa al comprobar que no era así. Algunos de los ocupantes de las mesas más cercanas me dirigieron miradas de extrañeza al comprobar que era yo quien se reía a mandíbula batiente. Al mismo tiempo dirigían miradas inquisitivas y de incomprensión a la oni, como si fuese difícil de imaginar no sólo que alguien se hubiese sentado con ella, sino que pudiese disfrutar de su compañía. Sinceramente, aquello me molestó.

—Pues sí, seguramente los únicos más imbéciles que ese sargento sean todos estos idiotas que no paran de mirarnos —dije en voz alta, procurando no referirme de manera explícita al sargento Shawn al tiempo que me aseguraba de que cuantos se encontraban cerca supiesen que mi mensaje iba directo hacia ellos.

No llegó a hacerse silencio incómodo alguno tras mi comentario. Fui consciente de cómo más de una mirada de odio me atravesaba la espalda, pero procuré ignorarlas por completo. Por el contrario, devolví toda mi atención a Camille, que volvía a dirigirse a mí.

—Pues no sé, la verdad es que no me lo había planteado, pero supongo que sí. Aquí hay muchos oficiales y suboficiales que llevan mucho tiempo entre estos muros y no saben que el Torneo existe —susurré—. No me había parado a pensar que contigo pudiera ser diferente.

Sin embargo, conforme las palabras salían de mi boca me iba dando cuenta de mi error. Si algo podía esperar de la chica era que, en lo referente a ella, cualquier cosa pudiese ser diferente a lo que cabía esperar de otro marine del G-31. En cualquier caso, era una alegría y un descubrimiento a partes iguales que Camille se mostrase tan confiable a pesar de su relación con la capitana Montpellier.

—Ya te digo, fue por casualidad. Si pasa algo, las culpas a Shawn por dejarme allí tirado justo ese día —bromeé, volviendo a enterrar mi tenedor en los huevos para devorarlos con avidez y ánimos renovados.

Para cuando hubimos terminado la mayoría de comensales ya se había levantado para marcharse. Apenas quedaban algunos pequeños grupúsculos, precisamente los que tenían aspecto de estar más cansados y bajos de ánimo. Algo me decía que algún mando había decidido darles una buena elección al más puro estilo Shawn.

Era el momento de dar comienzo a... Un momento, no tenía ni idea de qué era lo que hacía el resto de reclutas por las mañanas. Hasta el momento mi actividad se había resumido en intentar evitar al sargento, fallar y ser encontrado y, después, recibir un castigo acorde a mi falta. Pero en ningún momento había llegado a saber en qué consistían las labores que hacían los demás.

—Camille —susurré una vez hubimos abandonado el comedor—, ¿qué se supone que hay que hacer ahora? ¿Adónde vamos?
#5
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Su compañero se empezó a reír una vez se alivió la tensión del momento, lo que en parte le pareció enternecedor pero a su vez le generó un leve nerviosismo. No fue por culpa del rubio sino por las cavilaciones de la oni, que se puso a observar a su alrededor con inseguridad. No tardó mucho en percibir miradas poco discretas, algunas confusas, otras sorprendidas e incluso inquisitivas. Estaba acostumbrada a ello en parte; después de todo, como bien había previsto, ya solo el hecho de que Atlas hubiera decidido compartir la hora del desayuno con ella le resultaría extraño a más de uno. Lo que no pudo ver venir fue la inesperada sorpresa del chico que, ni corto ni perezoso —sorprendentemente— se apresuró a lanzar un puñal bien cargado de veneno a quienes estaban poniendo la oreja.

Camille abrió un poco más los ojos, mirando al rubio con una sorpresa que poco a poco se fue convirtiendo en gratitud, a la misma velocidad que sus labios dibujaban una sonrisa alegre. Una poco habitual en ella, pero tan sincera como la de un niño.

Te vas a crear enemigos aquí —le advirtió también en susurros, aunque su tono estaba mucho más cerca de la broma que de la advertencia—. Gracias por eso.

Y era un agradecimiento sincero. Muy pocas personas se habían puesto de su lado a lo largo de la vida. La capitana era, evidentemente, una de ellas, pero entre sus compañeros e incluso algunos de sus superiores resultaba extraño ver una muestra de compañerismo sincera. Había aprendido a lidiar con ello, más por el hecho de no quedarle otro remedio que por gusto, claro. Quizá Atlas no fuera del todo consciente del peso que sus palabras habían tenido para Camille, pero sin duda sería una intervención que ella no olvidaría jamás. Le había hecho la mañana.

En cuanto su compañero se apresuró a neutralizar el desayuno ella hizo lo propio, haciendo un esfuerzo titánico por evitar saborear el asqueroso mejunje en el que las gachas se habían ido convirtiendo poco a poco. Después de derrotar a aquel poderoso enemigo, lidiar con el resto de la comida se volvió mucho más sencillo.

Shawn —repitió el nombre después de la explicación, riéndose un poco por lo bajo—. Tendría que habérmelo imaginado, no podía ser de otra forma. —La verdad era que para cuando Camille llegó hasta el «ring» —por llamarlo de algún modo— del Torneo del Calabozo, Atlas ya se encontraba peleando. Descubrir que había acabado allí por no ser capaz de moverse tras uno de sus castigos fue en parte una sorpresa, aunque por otro lado algo que quizá debería haberse imaginado—. Pues para haber acabado ahí después de una reprimenda del sargento... no lo hiciste nada mal.

De hecho era encomiable que, aun estando agotado tras los ejercicios sancionadores de su superior, hubiera sido capaz de alzarse con la victoria. Eso solo hablaba bien de Atlas y de sus capacidades, unas que quizá entre tanto escaqueo hubieran pasado desapercibidas para el resto de sus compañeros. Para ella no desde ese momento, eso estaba claro.

El desayuno pasó rápidamente después de su pequeña conversación, tras lo cual ambos salieron juntos de la cantina y empezaron a caminar por los pasillos del cuartel. Cuando la pregunta del rubio surgió, Camille le miró con una ceja alzada y cierta confusión.

¿Cómo que a dónde vamos...? —preguntó casi de forma automática la oni. No tardó en caer en la cuenta de a quién tenía al lado, lo que le hizo arquear aún más la ceja—. Atlas, ¿pero cuántas veces te has escaqueado de la rutina en lo que llevas aquí metido? —Le fue imposible no reírse. Realmente eso explicaba por qué rara vez se cruzaba con el rubio: debía esconderse y ser cazado por Shawn tan a menudo que su rutina habría consistido más en enlazar castigos que en seguir la vida habitual de un marine en la base—. Lo omití porque supuse que lo sabríais, pero si lo llego a saber os hago un resumen de la rutina en el G-31 el día de la visita. Madre mía...

Camille se dispuso a explicarle la rutina habitual, una que seguramente no le haría ninguna gracia al marine. Para empezar, después del desayuno debían formar en la plaza para pasar lista, un chequeo que quizá si Atlas no se saltase todos los días podría haber aprovechado en sus escaqueos. Después de eso tocaba entrenar casi hasta la hora de comer, aunque los ejercicios eran mucho más llevaderos que a los que pudiera haberse visto sometido el rubio bajo la ira del sargento Shawn. Una vez acabados tocaba comer y descansar durante un par de horas —salvo que te hubiera tocado estar de guardia—. Por la tarde los marines tenían diversas tareas de apoyo al personal del G-31: mantenimiento de la armería, lavandería, trabajo en el almacén, ayudar en las cocinas... iba variando, aunque en general eran tareas aburridas. A veces podía tocarte patrullaje, pero al igual que las guardias, eso dependía de las rotaciones y del criterio de los oficiales.

En resumen, que ahora debemos ir al patio de armas a pasar lista y después toca entrenar —y le dio al rubio un par de palmaditas flojas en la espalda, como intentando insuflarle ánimos—. Estate tranquilo, te aseguro que es mucho menos duro que tus castigos... aunque siempre puedes intentar escaquearte otra vez. Eso sí, como Shawn te pille... —se encogió de hombros—. Igual no sobrevives después de lo de ayer.

Era una broma, claro. Aunque quizá no era tan broma. Fuera como fuese, esperó a ver qué decidía su compañero antes de empezar a moverse hacia el patio de armas, con o sin él. Ella nunca había sido de escaquearse.
#6
Atlas
Nowhere | Fénix
Hice un gesto negativo con la cabeza conforme Camille me iba advirtiendo de lo que podría pasar, masticando sin cesar y con media sonrisa aún en los labios. Sólo pretendía restar toda la importancia posible a mi actitud, así como al más mínimo temor o reparo que pudiese tener la chica con respecto a cualquier represalia. La actitud que demostraban hacia ella de por sí ya era suficiente para que la única relación que estuviese dispuesto a tener con ellos fuese de enemistad.

—No te preocupes. No creo que me pueda echar a la cara un enemigo peor que Shawn, ¿no te parece? Aunque a lo mejor lo que pasa es que en el fondo me quiere tanto que no puede dejarme ir... A saber —tragué—. Y de nada.

Al margen de las consideraciones al respecto de la educación y el talante del grueso de marines de la base del G-31, la conversación continuó discurriendo hacia el Torneo del Calabozo. Camille había reparado en algo que a la mayoría de las personas le pasaba desapercibido: era alguien bastante orgulloso. Por norma general procuraba evadirme de cuanto podía. Toda responsabilidad, labor, trabajo o carga me inspiraba una profunda pereza que me empujaba a intentar quitármela de encima. Eso era así hasta que, por decisión propia o imposición, me tocaba finalmente hacer algo. Cuando ese momento llegaba me gustaba terriblemente resultar vencedor y cumplir con mi cometido. ¿Paradójico? Tal vez, aunque yo no lo veo así. Y aun si lo fuese, ¿no está el ser humano lleno de contradicciones? Aunque en ese momento no tuviese ni la menor idea, hacer lo necesario para convertir el mundo en el que vivía en un lugar más justo y, sobre todo, seguro, algún día llegaría a convertirse en una de esas prioridades que muy raramente asumía como propias. Ello tendría sus consecuencias.

—Pues... de las rutinas, todas las veces. El castigo de después ya es harina de otro costal, porque de eso no me he librado ni una sola vez. Yo creo que ya es una cuestión de orgullo, vaya, porque no me sale a cuenta —bromeé, dándome cuenta de lo irregular de mi situación.

La explicación de Camille abrió ante mis ojos un mundo nuevo de cometidos que llevaban a cabo mis semejantes de los que no era consciente. No sé si hasta ese momento había pensado que la base se mantenía por sí misma o era limpiada por unos laboriosos duendes que hacían de la noche su momento de actividad. En cualquier caso, sonaba a un trabajo bastante pesado y monótono. No me gustaba, al menos de oídas, pero tendría que darle una oportunidad. Tal vez incluso me pareciese más llevadero y a partir de ese momento no considerase intentar escaquearme.

Esa idea flotó en mi mente hasta que llegó el momento de pasar lista. ¿Que por qué? Pues porque allí no estaba otro que el mismísimo Shawn. En cuanto pusimos un pie en el patio de armas el brillo de su calva al reflejar los rayos del sol me golpeó directamente en las pupilas. Mi gesto de sorpresa fue casi tan evidente como el suyo, dado que seguramente la única persona en todo Loguetown que se extrañase más que yo de encontrarme allí fuese él.

El asombro dio lugar rápidamente a una mueca de desagradable —al menos para mí— satisfacción. Casi podía leer en sus inmóviles labios, congelados en un rictus de triunfo, el "por fin te gané". Y eso sí que no. Aquel día no tenía alternativa, pero por muy llevadero y paradisiaco que fuese ese día tuve clara mi decisión: el día siguiente tendría que buscar un nuevo escondrijo.

Los nombres se fueron sucediendo mientras, cuadrados, anunciábamos que nos encontrábamos allí. Aquel fue el primer día desde mi llegada que en todos los casos se alzó una voz para responder al llamado. Acto seguido, como piezas de un engranaje perfectamente engrasadas, los reclutas comenzaron a moverse y a situarse en un extremo del patio de armas. Lo hacían, claro está, para dar inicio a la primera parte de la rutina de cada día: el adiestramiento. ¿Qué tocaría aquel día?

—¡Hoy va a tocar asegurar la posición! —exclamó Shawn, que se había hecho con la voz cantante de los mandos que se encontraban en la zona.

Al tiempo que hablaba, comenzó a señalar a la sucesión de cajas y tablones de madera que habían sido colocados en el centro del patio para simular un fuerte de dos plantas. Nos repartieron en torno al mismo, colocándonos a igual distancia.

—La prueba es muy sencilla: no hay que dejar entrar a ninguno de los otros grupos. Si mientras os encontráis en el interior un grupo rival mantiene alguno de sus miembros dentro del fuerte durante un minuto, se asume que hay un cambio de defensor. Si eso sucede el resto de grupos debe volver al punto de partida para iniciar un nuevo asalto. Espero que os lo paséis bien —finalizó con una sonrisa mordaz en los labios.

¿Que cuál era nuestro grupo, decís? Camille y yo. El resto de marines se distribuyó formando grupos más o menos nutridos, pero ninguno optó por unirse a nosotros en la toma del fuerte. ¿Que si me importaba? En absoluto. Entre los tipos podía ver a muchos de los que estaban en el comedor. Tal vez pudiese resarcirme.
#7
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
El optimismo con el que Atlas se tomaba su rutina particular de escaqueos y castigos era cuanto menos loable. Debía tener la razón al decir que el orgullo era quizá el único motor que le hacía seguir intentándolo. Después de haber podido observar con cierta distancia la severidad de los castigos de Shawn, sumada a la notable eficacia que demostraba el sargento cada vez que tenía que dar con algún escaqueado —lo que generalmente significaba buscar y atrapar al rubio—, Camille tenía claro que no se trataba de un camino que mereciera la pena recorrer. Como bien decía su compañero, no salía a cuenta.

Tras su rápido resumen introductorio de las apasionantes rutinas del G-31, ambos marines se dirigieron directos a formar filas en el patio de armas. Respondieron para hacer acto de presencia cuando les tocó el turno de ser nombrados, aunque la oni respondía más por protocolo que por necesidad. Quiero decir, casi basta con un simple vistazo para saber si está o no presente en la formación, sacándole cerca de medio cuerpo —si no más— a la mayoría de sus compañeros. No pasó desapercibida, por supuesto, la reacción de Shawn cuando Atlas respondió con un firme «presente», y hasta tuvo que contenerse para no echarse a reír por la reacción que ambos tuvieron en aquel intercambio de miradas. Se habría atrevido a asegurar que la sorpresa era palpable en todos los presentes.

Como era habitual, tras el pase tocaba empezar con el adiestramiento matutino ahora que todos los reclutas y soldados se habían nutrido bien y estaban —en teoría— rebosantes de energía. Ese día iba a tocarles un ejercicio que a Camille siempre le había parecido interesante y, a su vez, de necesidad para un cuerpo como lo era la Marina. Pese a la fama que tuvieran determinados individuos en lo que respectaba a la persecución y captura de criminales, lo cierto es que la función principal del ejército era la de defensores: aseguraban los puertos y pueblos de las diferentes islas que se encontraban bajo el amparo del Gobierno Mundial y patrullaban las costas para asegurarse de que no hubiera ningún problema en sus zonas de influencia. De este modo, aprender a asegurar una posición como podría ser un fuerte o, en su defecto, practicar para poder retomarlas de manera eficaz era algo mínimo e indispensable en su formación. Por supuesto, ese tipo de ejercicios también servían para fomentar el trabajo en equipo y estrechar lazos con los compañeros... más o menos. Lo cierto es que Camille casi siempre participaba sola, salvo algún que otro momento puntual en el que algún compañero más amigable de lo habitual le tendía una mano y la invitaba a formar parte de su equipo. En aquella ocasión tan solo serían el rubio y ella, pero esto tan solo suscitó emoción en ella. Después de lo que vio la noche anterior, estaba completamente segura de que sería más que suficiente.

Una vez se repartieron, varios soldados que apoyaban al sargento Shawn durante la instrucción se pusieron a repartir diversas armas de entrenamiento antes de que diera comienzo el ejercicio. Mientras lo hacían, la oni miró de reojo a su compañero con una sonrisa.

Parece que hoy va a ser divertido. ¿Las agujetas bien? —su sonrisa sincera dejaba entrever el tinte de broma que bañaba sus palabras. Para lo siguiente bajó un poco el tono—. Lo digo porque no creo que a Shawn le haga mucha gracia verte ganar aquí, así que... Igual te apetece que nos esmeremos un poco para darle en los morros. ¿Vamos a ello?

Se rio con complicidad tras esto, tomando el enorme palo tallado que hacía las veces de espada para ella durante los entrenamientos. Una vez estuvieron todos pertrechados, el sargento hizo una breve cuenta atrás y dio la señal de inicio, momento en el que todos salieron corriendo para intentar ser el primer grupo en adueñarse del fuerte. Ganar durante esa primera fase solía ser crucial, ya  que defender incluso en inferioridad numérica solía ser mucho más sencillo que atacar. En el caso particular de su equipo de dos quizá fuera al revés, pero lo verían según fuera transcurriendo la mañana.

Camille salió corriendo hacia el frente, espada en mano, no tan veloz como otros pero sí con más inercia, como un ariete hecho persona que no se detendría ante nada. Si Atlas no decidía adelantarla, se encargaría de apartar a cuantos se pusieran en su camino para abrirle paso al rubio, no siendo pocos los marines que acabarían derribados y rodando por el suelo. Esa era la parte más sencilla para ella, ya que la cosa cambiaba cuando se trataba de defender el interior del fuerte. Mientras que fuera de este su tamaño era una ventaja, en el interior el espacio se reducía drásticamente y, por lo tanto, su movilidad se veía bastante afectada. Ese era el punto donde ella solía aportar poco y, dado que solía formar equipo consigo misma, rara vez podía echar a todos los invasores a tiempo. «Pero hoy cuento con Atlas», se dijo, apartando de un rápido arco de su espada a todo un grupo de reclutas.

Creo que me voy a quedar por fuera —sugirió con cierta vehemencia, plantándose frente a una de las entradas y dando un pisotón en el suelo que hizo retroceder a algunos de sus compañeros, cautelosos—. ¿O necesitas ayuda para sacar a los de dentro? 
#8
Atlas
Nowhere | Fénix
—Como si le tengo que echar a palos a él —dije en tono de broma, pero muy bajo, cuando Camille se tomó la molestia de pinchar un poco mi orgullo para asegurarse de que me esforzase en aquella prueba.

Extendí el brazo para aferrar el bo modificado para similar una naginata doble que me tendían. El balance del arma no tenía nada que ver con el de una de verdad, pero al menos tenía una forma parecida que me permitía desenvolverme con cierta soltura. Con uno como ése había resultado vencedor en el Torneo del Calabozo. ¿Qué podía salir mal? Cuando quise darme cuenta, la señal de que el entrenamiento daba comienzo había sido dada y todos los reclutas se dirían raudos al fuerte para hacerse con su control cuanto antes. Supuse que asumían que mantener asegurada posición defensiva sería más fácil que conquistarla. No era una premisa equivocada y, a fin de cuentas, de eso trataba el ejercicio que nos habían propuesto. No obstante, ninguno de ellos parecía contar con que la sola existencia de Camille habilitaba un acceso al recinto diferente a las puertas que ellos pretendían usar. Los combates entre los integrantes de los diferentes grupos habían comenzado a tener lugar frente a los accesos al improvisado fortín. Yo decidí coger el ascensor.

Me quedé quieto mientras Camille comenzaba su estampida. Estaba lejos de ser la más rápida de cuantos había allí, pero había visto barcos con menos capacidad de arrastre que ella. Blandía su arma a diestro y siniestro, lanzando por los aires a cuantos se atrevían no ya a interponerse en su camino, sino a acercarse a ella más de lo recomendable. Tal vez aquello fuese lo más parecido a la definición de un elefante en una cacharrería. Aunque Camille podía ser cualquier cosa menos un elefante. Como decía Taka... Bueno, que me desvío. El caso es que avanzaba hacia el fortín sin que nada ni nadie pudiese detenerla.

Deje que avanzase hasta la mitad del recorrido aproximadamente. No fue hasta entonces que rompí a correr yo también. Lo hice con la mirada bien clavada en la zona superior de su espalda. No tardé en alcanzar su posición, de manera que, cuando lo hice, apenas le quedaban cuatro o cinco metros para plantarse junto al fortín. Me impulso con fuerza, apoyando mi pie derecho en su hombro izquierdo y saltando con fuerza para llegar al segundo piso del recinto a defender.

—No, yo creo que me podré apañar bien. Si veo que no, te aviso —dije medio en broma medio en serio, procurando que mi respuesta llegase a los oídos de Shawn.

El primer marine acababa de plantar un pie en el segundo piso cuando mi arma impactó directamente en su cuello, lanzándole al exterior del recinto y aterrizando un par de metros a la izquierda de la oni. Unos diez metros por delante de ella, pude ver cómo el gesto de Shawn se torcía en una mueca de desagrado. No terminaba de entender por qué le disgustaba. A fin de cuentas, si me sometía a tantas intensas sesiones disciplinarias era precisamente para que hiciese cosas como aquélla, ¿no?

Fuera como fuese, no tardé en echar uno a uno a todos los uniformados que habían empleado medios más convencionales para acceder al fortín. Repartía varazos a cualquiera que se situaba frente a mí. No había peligro de herir a aliados, ya que todos se habían asegurado de rehuirnos a la hora de formas los equipos. Sé que todos pensáis que yo: bien merecido se lo tenían. Con la posición ya asegurada, Camille defendía los accesos situados en una mitad del fuerte desde el exterior sin permitir que nadie se acercase mientras que yo, desde dentro, expulsaba inmediatamente a cuantos osaban poner un pie dentro usando alguno de los otros.

—Podría estar así todo el día —dije en un tono de voz lo suficientemente alto como para que todos me pudiesen escuchar. ¿Mi intención? Que Shawn rechinase los dientes a base de bien y que aquella panda de desgraciados aprendiesen qué estaba bien y qué estaba mal: darles una buena cornada de oni en el culo.
#9
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Cuando se lanzó la carga, su plan inicial era que el rubio fuera tras ella mientras abría hueco. Con el paso de los meses había aprendido a compensar su escasa agilidad con la fuerza desmesurada que era capaz de blandir como arma y así serle de utilidad a sus compañeros. Lo que desde luego no esperaba era que fueran a aprovechar su altura para usarla de trampolín y colarse directamente en el fuerte. En cualquier otro contexto aquello podría haber resultado insultante incluso, pero la forma tan natural en la que ambos habían cooperado le sacó una sonrisa de satisfacción ahora que se paraba a analizarlo. Su mirada se desvió hacia el segundo piso, donde Atlas mantenía a raya y tiraba a cuantos se atrevían a entrar a la estructura.

Bien entonces, procuraré que no se me escapen muchos —dijo alzando la voz y volviendo la vista al frente, concretamente hacia la congregación de reclutas y soldados que se estaba formando unos metros más adelante.

Paseo un poco frente a la entrada principal, sopesando el peso de su arma en una mano sin quitarle el ojo de encima a sus oponentes. Debía haber cerca de una docena cuyos integrantes parloteaban entre ellos entre murmullos. Solo por su número estaba claro que ese montón de gente lo conformaba más de un grupo y no sería ninguna sorpresa que estuvieran pactando una tregua temporal para pasarle por encima. Tampoco sería la primera vez, aunque ahora la diferencia estaba en que no tenía que ocuparse de todo a la vez: podía centrarse en darle una lección de humildad y respeto a sus compañeros.

Durante esta pequeña pausa, algunos marines se apresuraron a utilizar los accesos más estrechos que se encontraban en los laterales, asegurándose de no entrar en la zona de amenaza de la oni. Ver aquello hacía que Camille ardiera en deseos de ir tras ellos por cobardes, pero su trabajo era proteger la entrada principal. Además, a juzgar por lo que iba diciendo Atlas en un tono evidentemente forzado, no parecía que fueran a suponerle ningún problema. La aguda vista de la recluta no pasó por alto la frustrada expresión de Shawn, que observaba toda la escena con un notable desdén. No tenía claro si serían capaces de hacer frente al resto de grupos en caso de que decidieran aliarse contra ellos, pero desde luego saldrían victoriosos de su pulsito con el sargento.

¿Venís o qué? No tenemos todo el día —bravucona, la oni extendió los brazos hacia los lados con dramatismo—. ¿O es que os da miedo ir de frente?

Sus palabras salieron con cierto rencor, uno que rara vez dejaba que aflorara hacia la superficie desde lo más profundo de su ser. Es cierto que rara vez escuchaba comentarios despectivos hacia ella, pero no se le escapaban las discretas miradas cargadas de juicio, los murmullos que no llegaba a entender y los dedos señalándola cuando creían que no miraba. En el día a día no le afectaba, o al menos eso era lo que ella creía desde hacía un tiempo. La realidad era que había aprendido a normalizarlo de alguna forma para que, si le afectaba, al menos no tuviera un efecto palpable. Siempre había creído que el motivo de aquel rechazo era por el hecho de ser diferente, pero nunca se había planteado la posibilidad de que, quizá, también fuera por lo fácil que le resultaba pasar por encima de sus compañeros en casi cualquier cosa. Aquel ejercicio sería uno de tantos ejemplos.

Tras su provocación, la recién formada alianza se abalanzó hacia ella intentando abrumarla a base de números. Sus dos manos apretaron el mango de la espada de madera y flexionó ligeramente las piernas mientras se preparaba para el choque. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, trazó un amplio arco con tanta fuerza que hasta el aire pareció revolverse con él, golpeando a cerca de media docena de marines en un solo movimiento y lanzándolos por los aires. El resto se tambaleó un poco pero trataron de seguir su camino, evadiendo a la oni como buenamente pudieron.

Y una mierda. ¿Dónde os creéis que vais? —rugió, girando sobre sus pies mientras volvía a blandir el arma con una brutalidad desmedida. Dos de ellos se zafaron, pero el resto salió rodando por los suelos junto a los primeros.

Quizá no fueran a morirse por ello, pero sin duda la potencia con la que Camille golpeaba era digna de mención, lo suficiente al menos como para que más de uno se levantase al día siguiente con dolores por todo el cuerpo. Dio dos rápidas zancadas para adentrarse mínimamente en el fuerte y extendió el brazo para atrapar contra ella a los que se habían librado del segundo ataque. Quizá no fuera muy rápida, pero un paso suyo eran tres o cuatro de los de ellos.

—¡Suelta joder! —exigió uno de ellos, dándole un codazo en el rostro a su compañero sin querer por los nervios que resonó junto a un rotundo «¡Ay!»—. Hostias, lo siento.

Como una madre que lleva a sus hijos en brazos, la recluta salió hacia fuera con ambos enganchados. Alzó la espada y se la dejó apoyada en el hombro, observando el panorama de la puerta principal. Aunque se sentía un poco culpable por ello, no podía negar que todo eso le estaba resultando muy satisfactorio. Su mirada buscó a sus superiores, entre los cuales sabía que había alguno que tampoco la tragaba del todo... y soltó a los cachorros contra el suelo sin mucha delicadeza, dándoles una patada en el culo para que se alejasen de allí. Shawn casi no le estaba prestando atención a ella, sino que su mirada se mantenía clavada en el segundo piso del fuerte. Atlas debía ser una fijación que el calvo había desarrollado en apenas unas semanas. ¿Igual debían presentarle una queja formal a la capitana?

Con curiosidad, Camille giró el rostro para seguirla y ver qué tal se le estaba dando a su compañero.
#10


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