Hay rumores sobre…
...un hombre con las alas arrancadas que una vez intentó seducir a un elegante gigante y fue rechazado... ¡Pobrecito!
[Aventura] [Autonarrada] Servicios Médicos
Anko
Médica Militar
14 de Verano del 724

Poco antes de que el sol iluminara el cielo, Anko ya se encontraba despierta y levantada, acostumbrada así desde muy pequeña en el momento que decidió convertirse en la espadachina más fuerte y llegar muy alto dentro de la jerarquía militar de la marina. Como de costumbre, se vistió con sus ropas características, aunque no se colocó de una vez la gabardina, dejándola en un pequeño sofá al lado de la cama del cuarto de posada en donde se estaba hospedando. Su desayuno fue ligero pero nutritivo, lo suficiente como para llenarse el estómago de forma efectiva y aportar a su cuerpo los nutrientes necesarios para ejercer con sus labores, porque un soldado siempre debe estar preparado.

El cielo empezó a iluminarse cuando la joven de cabellos marrones terminaba con su desayuno ligero, sus ojos miraban a través de sus gafas el suceso que era notable desde su ventana. Había algo que tenía que admitir, y eso era que la comida de la posada no era la mejor, pero servía, pues la comida nunca debe desperdiciarse, pero claro, pudiendo tener mejores opciones, Anko estaba decidida a buscarlas. Talvez algo de comida enlatada o de preparación instantánea, o mejor aún, algún restaurante en donde pudieran servir comida deliciosa, el dinero no era problema, pues tenía el suficiente para pagar. La marine se levantó de su cómoda cama y tomó su gabardina marrón del sofá, moviendo sus piernas para avanzar y salir de aquel cuarto en busca de su preciado alimento delicioso.

Cuando salió de la posada, su caminata comenzó nuevamente por las calles de Villa Fosha, recordando un poco el día anterior cuando decidió ayudar a la gente de la villa en la labor de atrapar un ladrón de poca monta que llevaba unos pocos días tomando cosas ajenas sin ningún permiso, atrapándolo y entregándolo a las autoridades locales. Este suceso hizo que algunas personas de Fosha la pudieran reconocer, y así fue, pues uno que otro civil saludaba a la joven y le agradecía nuevamente por su acto del día anterior. Debido a la hora, los puestos empezaban a abrir y mucha gente apenas salía de sus cálidos hogares para ir a trabajar, ella por otro lado, solo estaba de paso en Isla de Dawn, pero en poco tiempo seguro que tendría que volver a su base en donde ejercía como soldado de la marina.

Sus ojos nuevamente recorrían aquellas calles, mirando detenidamente cada establecimiento en busca de un restaurante abierto a plenas horas de la mañana para conseguir un poco de comida para más tarde, si bien, pudo haber salido por esa comida más tarde cuando seguramente todo estaba abierto, ella estaba acostumbrada a hacer todo desde temprano, y siempre había algún loco que decidía abrir su restaurante desde la mañana, y eso era lo que Anko buscaba. En un momento de su ardua búsqueda, la chica se topó con un pequeño restaurante que estaba a pocos minutos de abrir según su letrero de cartón colgado en su puerta. Anko leyó el horario de atención y mientras lo hacía, una serie de palabras llegaron hasta sus oídos que la hicieron cambiar su interés rápidamente.

Un dúo de mujeres de poco más de cincuenta años pasó hablando por detrás de la marine, su tena de conversación tenía como protagonista a una pequeña niña que vivía a las afueras de la villa, hija de un comerciante de telas y con su madre fallecida. Pero esto no era lo verdaderamente importante, lo que llamó su atención fue cuando las mujeres mencionaron una enfermedad en la niña, enfermedad que aún no había sido tratada y que mantenía a la niña en camada. Ese sentido de querer ayudar a las personas cuando tiene la posibilidad apareció de forma veloz en la chica, girándose rápidamente sobre sus talones para solicitar más información. — ¡Esperen! ¿Dónde dicen que vive esa niña? —. Preguntó Anko con curiosidad. Las mujeres la miraron y recordando lo que había hecho el día anterior, decidieron contarle con detalle. — Buenos días… La pequeña Mizuki vive en las afueras de Fosha, sabrás que es su casa ya que se trata de una estructura de madera desgastada, ella se encuentra enferma y su padre no tiene los recursos suficientes para pagar un doctor, es algo muy triste y lamentable —.

Luego de recibir aquella información, la mente de Anko se vio inundada por los recuerdos de su madre, quien muchas veces ofrecía sus servicios médicos a los habitantes de DemonTooth de forma gratuita, más cuando esas personas no poseían el dinero suficiente para pagar por sus servicios, un acto honorable por parte de la mujer que le había dado la vida a la marine. Y ahora, era turno de ella. Su cabeza se movió lentamente de arriba abajo y se dirigió hacia las afueras de Fosha. Estaba decidida a tratar la enfermedad de la pobre niña a cono diera lugar, aún si no recibía algún tipo de paga por ello.

Su rápido andar finalmente la llevó hasta su destino, pudiendo visualizar aquella casita de madera desgastada en la lejanía, se preguntaba si el padre se encontraba con la pequeña Mizuki en ese instante, después de todo, el hombre tenía que seguir saliendo a trabajar para traer alimento a su hogar. La sargento se acercó hasta las mediaciones y finalmente a la puerta, usando sus nudillos para golpear suavemente la madera desgastada. No pasó mucho para que recibiera respuesta, respuesta que provino de una voz amable indicando que en unos momentos abriría, suponiendo que se trataba del padre. Cuando la puerta se abrió, dejó ver a un hombre alto y un poco tosco con su cuerpo, con ojeras visibles debajo de sus párpados y algo atareado.

— Buenos días, señorita… ¿Se te ofrece algo? —. La chica de gafas sonrió mientras daba un leve suspiro por su nariz y levantaba su diestra hasta su frente, haciendo un saludo militar antes de bajar su mano. — Sargento Anko, de la marina, buenos días —. — ¿La marina? Eh… tengo todos mis permisos para vender en regla… Y no recuerdo haberme metido en problemas… —. El hombre parecía algo nervioso, y era entendible, su familia no pasaba por un buen momento y lo menos que necesitaba era a la marina encima por el descontento de algún cliente que decidió mentir sobre él, pues ya le había pasado. Anko notó esto y rápidamente intentó calmarlo con un tono de voz suave. —Tranquilo… No vengo a arrestarlo. Escuché por la gente de Fosha que su hija se encuentra enferma y no tiene el dinero suficiente para pagar su tratamiento… Soy médica y quiero atender a su hija —. — Menos mal… Pero usted misma lo dijo, no tengo para pagar por sus servicios… —.

Parecía que el hombre no había entendido el mensaje de Anko, pero tampoco podía culparlo, pues no fue lo suficientemente clara como para que el señor entendiera lo que la marine quería decir. — Siento sí no me di a entender… Atenderé a su hija de forma gratuita —. En ese momento, la emoción del hombre era notable, sus ojos casi estaban lagrimeando, y es que podría parecer extraño que de la nada, alguien quisiera ayudarte de esa forma, pero el mercader estaba tan desesperado que no dudó en aceptar la ayuda de Anko y dejarla ingresar a su domicilio. La marine hizo una pequeña reverencia antes de entrar y ser guiada por el hombre hasta la habitación de la pequeña Mizuki. Anko suspiró y se acercó a la niña, tocando suavemente su frente con el dorso de su mano y luego tocando su cuello de la misma forma. Era cierto que en ese momento no poseía todas las herramientas necesarias para dar un diagnóstico cien por ciento acertado, pero confiaba en que la enfermedad no era tan grave.

Luego de una pequeña revisión y haciendo uso de sus conocimientos en la medicina, acertó que aquella enfermedad sólo era un resfriado que se había complicado por los escasos recursos de la pequeña familia de dos. El diagnóstico médico de Anko ni si quiera contempló medicina química para el tratamiento, pues la medicina natural podría ayudar para tratar la enfermedad de Mizuki. Cuando la revisión terminó, la misma médica se ofreció para ir en la recolecta de las plantas pata preparar el medicamento, teniendo la ventaja de estar a unos pasos del Bosque de Saluace. Fue así como la joven salió de la casa y se dirigió a las inmediaciones del bosque, recolectando una que otra hierba para hacer el remedio casero, apoyada de un pequeño bolso que el mercader le había facilitado para su trabajo.

Cuando la recolecta finalizó, Anko regresó y preparó el remedio para Mizuki, ayudada nuevamente por los utensilios del hogar que había disponibles en ese momento. Con todo listo, el mercader dio la medicina a Mizuki, y tras varios minutos, su temperatura parecía bajar y normalizarse, claro, aún no estaba del todo curada, pero el trabajo de Anko estaba hecho. Antes de partir, la chica le enseñó al padre como preparar la medicina con las plantas que había recolectado y aunque el señor quiso pagar a Anko con unos pocos berries que tenía en ese momento, ella no los aceptó, dejando en claro que lo hacía sin ningún interés, solo la necesidad de ayudar cuando le es posible. El hombre estaba muy agradecido con la sargento de la marina, ahora su pequeña hija podría recuperarse de su enfermedad y volver a ser una familia feliz, con escasos recursos, pero felices, dispuestos a seguir adelante.

Anko finalmente partió de la casita de Mizuki, habían pasado unas pocas horas desde que había salido de la posada para buscar algo de comida, se podría decir que había matado dos pájaros de un tiro. Ayudó a una niña a recuperarse de una enfermedad y a la vez hizo tiempo para que los restaurantes abrieran y tener una gran variedad de opciones.
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