Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
35 años y ni un día mas.
Tofun
El Largo
4 de Verano de 724.


Y di un paso más, saliendo oficialmente de la base de la marina. Pude notar el tacto terroso del camino; era la primera vez que lo hacía en treinta y cinco años. Treinta y cinco años de encierro permanente, treinta y cinco años que ahora olvidaba por un instante al escuchar el graznido de las gaviotas y sentir la suave brisa del m...

— ¡TOFUN! ¡A ver si das el estirón! ¡Dale recuerdos a mi mujer, pedazo de gordo! —era la voz de Jerry, mi compañero de celda, un Mink mofeta que gritaba desde los barrotes de mi antiguo habitáculo. Ni siquiera me giré para comprobarlo; llevaba diez años escuchando su voz y sus tonterías. Simplemente levanté la mano, haciendo un gesto hacia atrás con el dedo corazón erguido, y contesté:

— ¡No me acercaría a tu mujer ni aunque huela la mitad de mal que tú!

Sonreí a sus espaldas. Dejar atrás a Jerry me recordaba que era libre. No era mal tipo; las maneras de expresarse y demostrar afecto entre rejas eran muy diferentes a las del exterior. ¿En qué iba? ¡Ah, sí! El graznido de las gaviotas, la suave brisa marina... A lo lejos se podía ver el puerto de Rostock, el bullicio de...

— Cómprate ropa de tu talla, gordo borracho.

Esta vez no fue un grito, tampoco prevenía de la lejanía. Era el guardia de la entrada, junto al que estaba pasando. Nos conocíamos desde hacía mucho. Pasaba cigarrillos al interior y se creía inteligente por ello, a pesar de ser un cenutrio de manual. Usaba los chistes clásicos: llamarme gordo, enano, feo. ¿Esa gente no tenía espejos?

— Podría cambiar mis botas por uno de tus preservativos y, aun así, no me entraría el pie.

Teniendo en cuenta que mis botas medían unos tres centímetros era una falta de respeto digna de una reprimenda, pero para cuando aquel vil marine intentó pisarme, ya había puesto pies en polvorosa.

Salí corriendo a toda velocidad, descendiendo la colina de Kilombo. Ahora sí que sí: el aire en el rostro, el graznido de las gaviotas, el verde de los árboles del camino a Rostock, el ruido del mercado, los pájaros... Hoy volvía a ser libre.



Tardé unos minutos en llegar al pueblo. Llevaba unos pantalones marrones, unas botas y un cinturón de cuero, una camisa blanca y una sobrecamisa naranja. En resumen, vestía mis mejores galas. Rostock había cambiado mucho, aunque reconocía perfectamente sus calles principales; había estado allí en más de una ocasión. Sabía adónde tenía que ir. Avancé por la calle principal y doblé en el segundo callejón de la derecha. Casi podía saborear la cerveza de "El Kraken" cuando, de pronto... ¿Una peluquería? Corrí hasta el fondo del callejón y giré a la derecha. Ahora sí: el mejor vino de todo el pueblo, el vino de "La Penúltima". ¿Qué? ¿Porque había una tienda de juguetes? ¿Qué había pasado en aquel lugar? ¿Qué seres depravados dirigían el pueblo y cómo su endiablada mente había podido tener la idea de cambiar tales negocios?

Comencé a vagar por las calles, en busca de más terribles decepciones que pudiera encontrar, mientras buscaba un lugar donde tomar un trago, un lugar de los de antes.
#1
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
La isla Kilombo ... Una isla que podía ofrecer a unas manos como las del Grosdttir el futuro que necesitaba. Salir de allí sería el plan, uno fácil de seguir. ¿El primer objetivo? Conseguir trabajo. Eso sí que era difícil, lo era para un hombre de cinco metros y media tonelada, que además iba por ahí con una mochila de otros dos metros y un mandoble más grande aún. Conforme avanzaba por las calles iba atrayendo las miradas. No las buscaba, ni las quería, es más, Ragnheidr mataría a quién hiciera falta por apartarlas aunque fuera un rato. Pero cuando dios te da pan, busca un tomate para untar.

Tardó relativamente poco en ver negocio. En dedicar su tiempo a pescar y vender sus peces. Tomó varias tablas, formó un puestecito en la calle del pescado, también conocida como "Marea constante" cerca del puerto. Allí el género fresco era el pan de cada día. El nórdico vestía sin parte superior, enseñando músculo ... No buscaba tal cosa, pero los tenía, no podía esconderlos. Encima un delantal que le cubría hasta casi los tobillos y en sus manos dos cuchillos de no más de cuarenta centímetros. Podrían ser sables. — ¡Señorrra! ¡Señorrr! — Hablaba canturreando al tiempo que fileteaba el percado o le quitaba los restos. Corte, corte y corte, después envolver en papel para llevar y listo. Sobre la madera, en una paleta elegante de colores se mezclaban muchos de muchísimas variedades. Rag contaba entre sus cualidades tener muy buen ojo donde poner su caña de pescar. Varios se acercaron y así el dinero comenzó a fluir.

Joven, hágame el favor y póngame un poco de lubina, pero sin cabeza. — Rag clavó uno de sus cuchillos en la mesita improvisada, levantando de la potencia la mayoría de su mercancía y asustando a los clientes. — ¡Marrrrrrrchando! — Nuevamente de varios cortes solucionó la papeleta, eso sí, antes descamaría la pieza. Fresca. Limpia. CALIDAD. Le entregó el animal a la mujer y esta, sobresaltada por el susto se llevó una mano al corazón. Rápidamente, se armó alboroto alrededor de ella. — ¡Deben dejarla respirar! — Intervino otro hombre, de aspecto convincente solo le faltaba un aparato de aquellos que solían tener los médicos alrededor del cuello. Atendió con sutileza lo que anunció que era un ataque al corazón debido a un gran susto. Para cuando muchas miradas buscaron al gigante, el bucanner ya iba recogiendo sus cosas.

No le salía nada bien, no en esa isla. Ni siquiera buscar la solución más honrada como la de trabajar por cuatro sucias perras. Estaba recogiendo, pero la mano de un anciano se lo impidió. — No puedes irte hijo, esto es tu culpa. — Rag alzó una ceja, confuso. — No serrr mi culpa. Mujerrr caerrr a tierrrra sin hasserrrr yo nada. — Tiró de su brazo, liberando el débil agarre. Cargó a Rompetormentas sobre su espalda, después la mochila y por último guardó en el interior de la misma por un lateral, su delantal. Se estaba yendo en pelotas de cintura para arriba.
#2
Tofun
El Largo
Era desesperante ver cómo se había transformado Rostock. Había pasado de ser la cuna del alcohol, la depravación y la anarquía a convertirse en un lugar pacífico, ordenado y lleno de negocios de segunda categoría que habían reemplazado a las tabernas de antes, las de verdad. Di vueltas repasando y recordando aquel lugar hasta que encontré una de las antiguas: El Infierno.

- Esto sí.

Entré dando un portazo. El lugar era un antro de mala muerte, con un camarero joven y tatuado. Evidentemente, no iba a estar el de antes; tenía 60 años cuando me encerraron. Pedí una pinta y comencé a disfrutar del ambiente, cuando minutos después recibí una grata sorpresa: mi antigua banda anti-sistema había venido a buscarme, Los Piezas. Este encuentro avivó mi memoria. Me pusieron al tanto de cómo estaban las cosas: las facciones que se repartían el pastel, cómo se trabajaba ahora, los nuevos inventos y, lo más importante, un nuevo objetivo.

(Tema pendiente de insertar)


Habían pasado unas horas y ya era un tontatta totalmente diferente. No solo por todo lo rememorado con mis antiguos compañeros y las nuevas promesas de un futuro trabajo, sino también porque estaba más borracho que una cuba. Ahora tenía un nuevo y valioso anillo con un grabado interior que decía "El Largo", mi apodo en la banda en mis tiempos mozos, y muchos, muchos, muchos berries. Salí de la taberna, di unos pasos hacia el centro de la calle. ¡Qué bullicio! ¿Tanto habían prosperado los negocios en aquel lugar? Cerré los ojos, estiré los brazos mientras daba un gran un bostezo y aproveché para dejar que mi mente se trasladara al pasado. Hace 35 años, estaba en estas mismas calles, disfrutando, bebiendo y f...

- ¡¡¡HMPFF!!!

Algo chocó contra mí con la fuerza de un martillo. Sentí que salía disparado elevándome en el aire. Abrí los ojos, alarmado. El suelo estaba cada vez más lejos. Un coloso avanzaba por la calle con el torso desnudo. ¡Había sido él! ¿Pero cómo podía ser tan grande? Trataba de comprender lo que sucedía mientras mi mente se quedaba obnubilada por la figura de aquel gigante, cuando de repente acabé encajado en la chimenea de uno de los edificios cercanos. Mi cuerpo descendía rebotando de una pared a otra, como si fuera una bola de pinball chocando contra los multiplicadores.

Ascendí con dificultad por la chimenea, enfurruñado y cubierto de hollín. Cuando logré asomarme, tenía la apariencia de un corcho quemado. ¡Ese se iba a enterar! Coloqué mis manos en las caderas y busqué al culpable. Con su tamaño, sería fácil encontrarlo.

- ¡EH! ¿Tengo cara de deshollinador o qué? ¡Hmprff! - Para nada era un oficio que desprestigiase. Había conocido a más de uno, y eran tipos duros, gente dispuesta a ensuciarse las manos para llevar el pan a casa, algo que sin duda valoraba. No sé quién era ese gigante, pero se las iba a ver conmigo si no tenía una buena justificación para el accidente.
#3
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Lo mejor cuando iniciaba un conflicto con los humanos, era o marcharse (es lo que haría) o enfrentarlo mediante la fuerza. Eran como hormigas que no dejaban de arremolinarse una junto a otra hasta que al final eran un ejército. A ojo, podría ser la cualidad más importante, bélicamente hablando, que Rag encontraba en aquella raza tan superpoblada. Tomó sus bártulos y comenzó a caminar hacia donde los pies le llevaban, que no era una dirección concreta ... Más bien, no sabía donde estaba yendo. En el traqueteo, notó como si un mosquito chocara contra su cuerpo. Los mosquitos, desde luego también tenían una reflexión pendiente, como la de los humanos. Ragnheidr se rascó la zona alta de su muslo. — ¡Jævla feil! — Vociferó, como el que no puede contener el aliento en un momento de alta tensión. A su comentario en aquel idioma indescifrable, otra mujer se asustó, frenando el paso de nuestro apuesto nórdico, nuevamente.

Tenía que ser una broma, lo tenía que ser. Esa mano derecha al corazón ... Todo el mundo mirándolo con recelo. ¿Acababa de matar accidentalmente a una segunda abuela? y sí, claro, un nuevo hombre ... con algo colgando del cuello ... Pinta de médico ... Y porte ... respetable, apareció entre la multitud. — ¿Tomarrr pelo? — Fue lo único que se le ocurrió. Pero no era una broma, entre quejidos, la anciana daría sus últimos coletazos de aire, falleciendo en el acto, sobre los brazos del apuesto médico. — ¡Es ese! — Un dedo acusador cruzaría unos quince metros, los caminados por el vikingo desde el primer accidente. Todas las personas por un bien cívico se apartaron, permitiendo que el azulado iris de Grosdttir contemplara lo que estaba sucediendo. Se estaba metiendo en un lío estúpido de cojones. Caían las gotas de sudor. Su cabello se alborotaba. Iba retrocediendo, pero poco pudo, ya que la chusma estaba acortando el cerco que le estaban haciendo. ¿Se tomarían la justicia por su mano? ¿de verdad? Era increíble que el pensamiento de "humanos = ejército" se estuviera dando en vivo y en directo.

¿Quién creen que soy? ¡Qué se creen, estos humanos! — Estalló. Liberó a Rompetormentas, sujetándola con la diestra y movilizando la misma en un área circular, alejando de manera inmediata los que se estaban atreviendo ya a posar incluso sus manos en el cuerpo del Bucanner. — Er det dette dere vil, rotter. ¿¡Er det dette dere vil!? — Llevado por la desesperación ... Por la poca comprensión desde que llegó a la isla ... Era un cúmulo de mala gestión de las situaciones. Todo aquello terminó con el Bucanner clavando poderosamente el filo de más de dos metros en tierra firme y emanar de esta un peculiar gas que no tardó en comenzar a inundar un área concreta a su alrededor. Era de color grisáceo, pero su olor era terriblemente agradable, como el de un dulce recién sacado del horno. No cesó de liberar Cloroformo de manera continuada, expresando que realmente no tenía intención de acabar con nadie, tan solo de desviar atenciones varias.

De lo contrario podría haber usado el Gas mostaza, por ejemplo. Su akuma le ofrecía mucho arsenal de carácter dañino, pero estaba utilizando un gas inofensivo. De hecho, de los más inútiles que poseía en su abanico. Había comprobado de buena mano que requería de algunos minutos para lograr dormir a un objetivo, lo que volvía ese gas inútil a más no poder. Por suerte, al ser gente bastante ... Normal, quizás en alguno producía un efecto más acelerado. O quizás no, era todo improvisación pura.


Gas utilizado-
Cloroformo: Produce el efecto sueño. Tiene un color ligeramente grisáceo y tiene un ligero olor dulce. Si se inhala por cinco turnos duerme completamente a sus objetivos.
#4
Tofun
El Largo
El gigante no se percató ni de mi presencia, y eso que yo tenía buena voz. Mi abuela siempre decía que tenía madera de tenor. Yo siempre le bromeaba diciéndole que ya estaba mayor: "No es lo mismo tener madera de tenor que tener un tenedor de madera". Hasta el pequeño Guybrush se reía.

Estaba a punto de gritarle de nuevo cuando vi cómo una multitud se reunía a los pies del gigante. No entendía bien lo que había sucedido, pero interpreté que el gigante estaba siendo acosado por la gente de Rostock. Durante un instante empatizé con él; sabía lo que era ser discriminado por el físico. Pronto se enturbió mi arrebato empático cuando el coloso abrió la boca. No le entendí ni una palabra. Agitó su arma, que era enorme, alejando a todos los presentes, y luego golpeó el suelo, levantando una nube de polvo gris. ¿Qué carajo estaba ocurriendo?

Comencé a saltar de tejado en tejado, dejando una estela de hollín a mi paso, revelando así un rostro enrojecido por el alcohol. Ya tenía una edad, pero en aquel terreno era ágil, igual que un gato. Me planté en un edificio de unos cuatro metros y medio de altura, de manera que mi presencia estaba a la altura del rostro de aquel tipo. ¿Qué clase de músculos eran esos?

¡EH! ¡TÚ! —grité incitado por mis impulsos, para, un instante después, darme cuenta de que no sabía qué decir. Inflé el pecho y coloqué una vez más las manos en la cadera—. Te perdono por haberme pateado —no me quedaba otra; no quería tener que medir fuerzas con una presencia así—. ¿Quién eres? ¡Hip! Muy pocos han podido patear, a lo largo de la historia, a Tofun Threepwood. Es todo un hito, muchacho. —Subí y bajé las cejas dos veces consecutivas, una de mis técnicas de persuasión infalibles. Quería evaluar quién era el gigante; la cárcel me había hecho comprender que no había que juzgar a un libro por su portada. Además, no podía evitar relacionar los frutos de la charla con mis excompañeros con el potencial de aquel cuerpo fornido: podría ser un buen fichaje.

Deslicé ligeramente la vista para percatarme de que, entre ese extraño polvo gris que se había extendido a ras del suelo, había cuerpos inconscientes de los que antes osaban amenazar al enorme humano. Tragué saliva sonoramente; una gota de sudor recorría mi frente. Estaba acojonado.
#5
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
El gas se extendió más de lo que Rag hubiera deseado. Llevado por la frustración ejerció más presión de la debida, lo que aconteció como una ola de aquella extraña habilidad. Para cuando cubrió determinada área, varias personas (casi todas muy mayores o niños) yacían en el suelo, en el quinto sueño. Otros tanto balbuceaban y unos pocos se mantenían de pie. Los que tenían edad militar, esos siempre daban más por culo que los demás.

El nórdico suspiraba con profundidad, víctima de la tensión del momento. Esto de enfrentarse a los humanos día sí y día también le estaba comenzando a cansar, si debía tomar la ofensiva finalmente, no dudaría. A su alrededor se limpió de enemigos, pues todos o cayeron o estaban en plan zombie, sin embargo una voz llamó su atención. Posicionó la diestra sobre sus cejas, intentando apuntar bien la mirada. — ¿Nosha, er det deg? — Murmuró. Siempre que estaba cerca de un momento de tensión, confuso o peligro, creía ver a su adorada diosa de la muerte. Pero no era ella.

Grosdttir sacó cuál Excalibur se tratara el metal del pedregoso terreno y se la volvió a enfundar en la espalda. Después, con cuidado de no pisar a nadie y ante la atenta mirada de los que lograron soportar el gas, se acercó hasta una distancia prudente de aquel ente extraño. — No es ella. — Agrietó el rostro, añadiendo una mirada parcialmente agresiva. — Deja de ver a Nosha en todas partes, maldito mendrugo. — Se frotó ambos ojos. — Quién hablarrr. — Se dirigió al tipo. Decía que le perdonaba por algún motivo, pero desde luego esa era la primera interacción que Rag tenía con el, al menos que el vikingo pescador recordara. — ¡Ragnheidr Grosdttir! — Respondió a grito pelado, sin haber pensado ni un solo momento la respuesta. ¿Qué tenía que pensar? era su nombre y apellido, pero bien es cierto que era curioso que se tomara ciertos segundos en valorar la información que le llegaba (por el idioma) pero aquella no pasó ni el filtro. Quizás estaba ya interiorizando aquel habla. — Hablarrr como grrran hombrrre, perrro ser chiquito. — Chiquito, esa palabra que le enseñaron y que decía a diferencia de las demás, con soltura. Como un perro amaestrado que te da la pata. Chiquito. Tiene gracia la cosa.

Los pasos de uno de los tipos que se mantenían de pie tomaron por sorpresa a Rag, que cuando pudo darse la vuelta se encontró que le estaba dando un golpe directo al abdomen. No llegaba más arriba. Lo suficientemente fuerte como para hacer que el Bucanner atrasara un pie. Obviamente su atención cambió completamente de objetivo. Realmente Rag estaba hasta los cojones de aquellos humanos. No solo se encontró con la mala fortuna de que era continuamente discriminado por su tamaño, algo a lo que realmente no le daba tanta importancia debido a su enamoramiento de su propia belleza. Si no que se le buscaban las costillas casi por cualquier cosa, hasta por emprender y montarse su puestecito de pescado. ¿Buscaban guerra? — ¡Se acabarrr! — Hizo retroceder su brazo derecho tanto como pudo. Tanto que casi llegaba hasta donde estaba Tofun. El tipo simplemente se frotaba los ojos, no entendía por qué, pero le podía el sueño. Aun así fue lo suficientemente valiente como para atacar. Tendría que serlo para afrontar la vuelta del boomerang.
#6
Tofun
El Largo
Bajo mi perpleja mirada, el gigante pronunció unas primeras palabras que no supe interpretar. Tras preguntarle su nombre, dos nuevas palabras emergieron de su boca de manera inmediata, como si la pregunta rebotara contra un muelle:

Ragnir Gostir. — Fruncí el ceño. Nunca había oído un nombre como aquel. Había conocido a un gigante en el pasado, pero su nombre no tenía nada que ver con este estilo tan... ¿rústico? Se llamaba Fernandin, una mole de 20 metros de altura. Lo visité un par de veces con el grupo anti-sistema de mi juventud. En una ocasión, le sacamos una muela utilizando un equipo de escalada y otro de excavación; dos semanas nos costó quitar el olor de su aliento. Fue como si la peste se hubiera impregnado en nuestras almas. La otra vez fue para extraerle un grano infectado con una katana. Salí disparado como el corcho de una botella de champán, y terminé estampado en el campanario del pueblo. Desde entonces, gracias a la forma de mi silueta en la fachada, soy oficialmente parte de la historia arquitectónica local.

— Oh. Oh. — Me sonrojé ante su extraño halago. Rápidamente me sacudi el hollín de las ropas, como si la suciedad fuese mi peor enemigo, y entonando con mi voz más grave continué. — ¡OH! Gracias, Ragnir. Ya sabes... Lo breve y bueno, dos veces breve. — Como era costumbre, había convertido un refrán perfectamente adecuado en algo completamente absurdo, como filósofo no tenía precio.

No podía evitar preguntarme de dónde procedía aquel ser. Estaba claro que no dominaba del todo la lengua común; debía venir de algún lugar lejano. ¡Y eso era emocionante! Nuevas culturas, nuevas historias... Posibilidades infinitas de meter la pata en conversaciones interculturales. Le habría preguntado más, pero su tamaño era intimidante, como una montaña andante con tendencia a aplastar cosas por accidente. No era el momento.

Me disponía a continuar la conversación, cuando uno de los aturdidos transeúntes golpeó a Ragnir Gostir con la delicadeza de quien quiere morir joven. La madre que lo parió. ¿Este tipo no entendía la situación? Ragnir levantó su arma, una cosa tan grande que podría haber servido de puente colgante, hasta casi mi altura. Parecía prepararse para soltar un golpe que iba a dejar una huella en la geografía del lugar. Aunque una parte de mí pensaba que ese humano tal vez se lo merecía, no podía permitir un homicidio a plena luz del día. Después de todo, la burocracia sería interminable y quería tener una charla tranquila con Ragnir en cuanto fuese posible.

¡Espera, espera! ¡Hip! ¡Yo lo soluciono! — Mis palabras eran como una moneda lanzada al aire, con pocas probabilidades de éxito, así que hice lo que cualquier persona razonable haría: me lancé al vacío sin pensar demasiado en las consecuencias.

¡NOOOOOOO! — grité, más por efecto dramático que por miedo real.

Todo sucedía en cámara lenta. Inspiré profundamente y sentí cómo mis viejos músculos de ex-presidiario se activaban, como si intentaran recordarme que, en algún momento, fueron útiles para algo más que levantar jarras de cerveza. La idea era caer sobre el pobre humano, lanzarlo hacia un lado como si fuera un saco de patatas, y luego ponerme en medio con los brazos en cruz, esperando amortiguar el impacto del gigante. ¿Una estrategia brillante? No. ¿Probablemente dolorosa? Absolutamente. Pero algo tenía que hacer, aunque esa “algo” me fuera a costar un par de costillas.

Guardia Alta
com102
COMBATIENTE
Físico
Tier 1
15
Costo de Energía
1
Enfriamiento
Combatiente I 5 Resistencia
Cruzando los brazos mientras los eleva el usuario adquiere una postura defensiva para amortiguar un poco el siguiente daño buscando quedar erguido. Esta postura bloqueara un 20% extra de daño Contundente.
[RESx1,9] de Daño Mitigado


La adrenalina me invadía, olfateé dos veces seguidas. Ese olor... ¿qué era? Un aroma tan extraño como el olor de las manos de mi santa madre al acabar de ordeñar a una oruga.
#7
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
¡Pero qué actitud! El tipo parecía afrontar el golpe, lo que endureció más aún la musculatura de aquel brazo. Ya no quería golpear simplemente, sino hundir su cráneo contra al local más cercano. Cerró el puño con la fuerza de un gigante y lo lanzó. En el transcurso del punto A al punto B, el pequeñín hizo varias cosas. Apartó al tipo e intentaría bloquear. Aquella velocidad escapaba a la comprensión de Rag, que no pudo frenar el golpe, su mente iba mucho más lenta que sus acciones en ese instante. Notó como los dedos de su puño se incrustaban en algo. Fue extraño, si comparabas imágenes y veías con distancia, era como si la nada hubiera frenado el golpe. Fuertes corrientes de aire se desplegaron alrededor de Tofun, empujando hojas e incluso parte del terreno para mandarlo a volar unos metros. — ¿Eh? — Salía un pequeño humo de su puño. Lo llevó hasta su rostro, estaba toda la zona de los nudillos completamente roja. ¿Qué había golpeado? la figura de un Tofun con los brazos cruzados fue demoledora. No había conseguido ni mover al pequeño hombre. ¿Cómo debía tomarse eso?

¡Pequeño, serrr amigo tuyo! — Colocó la pierna derecha bien estirada hacia atrás y sacó OTRA VEZ a Rompetormentas, empuñando el arma hacia un lateral, ligeramente inclinada. Si aquel ser era capaz de bloquear la fuerza de Rag con tanta facilidad quería decir que era un enemigo a tener en cuenta, no podía andarse con estupideces. — ¿Amigo del humano? Si no, ¿por qué intentaría ayudarlo? ¿Qué motivo puede haber? — Intentó fijarse en cada movimiento de Tofun.

Por la barba y el físico que tenía, quizás portaba más edad de la que obviamente aparentaba. Al verlo tan pequeño el primer instinto era tratarlo como a un niño, pero la cruda realidad es que igual podía ser hasta su padre, quién sabe. — ¡Hablarrr! ¿Por qué defenderrr a escorrria como essa? — Apretó las manos, deformando sensiblemente el mango de su mandoble. La ira tenía atrapada su razón, eso no era tan fácil de conseguir en un alma apacible como la de el nórdico. ¿Que tenía su genio? y tanto, pero jamás se dejaría pisar por nadie, por muy humano que fuera, marine o pirata, hombre o mujer. ¡Nadie! — Pensarrr bien palabrrras que usarrr ... — Susurró, al tiempo que parecía estar tomando aire y más aire y más. Hasta que llegó un punto que mágicamente dejo de almacenar el mismo en el interior de su boca y los gestos de su cara se tranquilizaron, como si hubiera asimilado el ahogarse y hubiera dejado de hacerlo.

Las venas de sus brazos se extendían como rayos entre las nubes en un día de guerra. Escalaban hasta llegar al cuello, del cuello a su frente, de su frente acariciaban los ojos. Daba la sensación de que sus músculos estaban respondiendo a la misma velocidad, ganando aún más tamaño. La imagen de aquel humano medio mareado al costado de Tofun le hacía querer volarlo en pedazos. — ¡Estoy cansado de esto! — Se fustigaba mentalmente. ¿De qué había servido trabajar tanto? ni siquiera buscar conexiones con ellos ... Nada. Se acabó ser buena onda.
#8
Tofun
El Largo
El impacto fue brutal. Sentí la fuerza del golpe en todo mi cuerpo, pero logré mantenerme firme, como un faro en medio de una tempestad. La onda de choque levantó todo el polvo del lugar, y juraría que hasta desplazó a algunos de los cuerpos inconscientes que yacían en la calle, víctimas del extraño gas que lo impregnaba todo. Al retirar la mano, el coloso pudo comprobar que las mangas de mi camisa estaban hechas trizas, igual que la zona de la pechera, dejando mi torso al descubierto. Parecía que ahora estábamos igualados, él y yo: dos machos alfa semidesnudos, listos para... bueno, lo que fuera que viniera.

Su rostro se arrugó como el de un niño al que le quitan su juguete favorito, y entonces desenfundó su arma, una monstruosidad que parecía más diseñada para derribar edificios que para pelear. ¡Qué gusto tiene este tipo por los excesos! Pude ver el enfado en sus ojos, pero si algo he aprendido en la vida es que no se puede razonar con alguien tan enfadado como para usar una torre de asedio como arma. Tenía que actuar rápido antes de que me convirtiera en su próximo marca-páginas.

¡Calma! — grité, levantando las manos en un gesto universal de "¡por favor, no me aplastes!".

Estaba comenzando a captar su manera de hablar, algo tosca, pero no por ello menos intimidante. Ragnir preguntó si yo era amigo del tipo al que había protegido. ¿Amigo? Por favor, si lo único que nos une es que los dos estamos respirando el mismo aire.

Yo, Tofun. ¡Hip! No ser amigo de él. — Señalé al mequetrefe que había interrumpido nuestra charla. — Pero no querer que tú, Ragnir, tener problemas.

Al expresarme movía las manos como si estuviera bailando una danza ritual, tratando de comunicarle que no quería pelea, pero bien podría parecer que estaba coreografiando mi propia ejecución. Estaba a punto de seguir hablando cuando el coloso me lanzó una mirada que, honestamente, podría haber talado un árbol. Con su voz de trueno, sugirió amablemente, y con un tono tan sutil como un terremoto, que eligiera mis próximas palabras con cuidado. Oh, genial, lo que siempre había querido: una oportunidad de oro para convertirme en puré de tontatta. ¿Serían estas mis últimas palabras? No sería la primera vez que meto la pata, pero esta vez tenía un público demasiado grande como para fallar, tenía que jugar mi mejor baza.

Tú, Ragnir... — comencé, esperando que mi idea funcionara.— Mira esto.

Levanté la mano sobre mi boca y apreté el puño. Como un truco de magia de feria, empecé a generar cerveza desde el hueco entre mis dedos. Era mi poder de la Akuma no Mi, la Paramecia Gabu Gabu, que me permitía crear licores de la nada. ¡Nunca fallaba para romper el hielo!

¿Gustar cerveza? — dije con una sonrisa, arqueando las cejas y levantando el pulgar en señal de aprobación, como si eso fuera suficiente para detener la furia de un gigante.

No sabía como se lo había tomado pero si veía que sus músculos, que ya eran absurdamente grandes, comenzaron a hincharse aún más. ¡Por los dioses! ¿Cómo es posible que se hinche más? Sus venas sobresalían como si fueran caminos atravesando su cuerpo, y empezaba a parecer menos un gigante y más un mapa en 3D de la Red Line.

Bueno, a estas alturas, de perdidos al río. Ya no había vuelta atrás, así que decidí seguir adelante con la única herramienta que tenía: mi sinceridad.

— Ragnir... yo entender. Haber sido discriminado. — No, "discriminado" no es la palabra adecuada. Es demasiado complicada para esta conversación. — Yo también dolor. Nadie me tomar en serio. Siempre yo ser más pequeño. ¡Hip! Tú ser grande, pero yo saber cómo duele ser diferente.

Lo miré con seriedad, esperando que mis palabras tuvieran algún efecto. ¿O tal vez solo estaba deseando que no me pulverizara? Difícil de saber en ese momento.

— Yo querer ayudar a tú. —No estaba seguro de si me había explicado correctamente o si acababa de chapurrear el peor discurso de conciliación de la historia. Me sentía como un turista tratando de pedir direcciones en un idioma que claramente no dominaba. Por un momento, temí que lo que había dicho sonara tan ridículo que se lo tomara como una ofensa. No sería la primera vez que una mala traducción acaba en problemas, pero esperaba que este no fuera el caso. 

Tú y yo ir a zona verde, tranquila. Sin gente. Nadie molestar. —dije, señalando hacia las afueras de la ciudad.

Si lograba convencer al gigante, intentaría saltar de balcón en balcón hasta llegar a los tejados. Desde allí, guiaría a Ragnir por las calles, tratando de evitar más homicidios accidentales por pisotones. Me sentía somnoliento. ¿Tenía resaca?
#9
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Fue en el instante en el que Tofun comenzó a parlotear, que Rag se relajó parcialmente. Era una obviedad que no deseaba luchar aquel ser chiquitin y en el fondo, el vikingo tampoco estaba muy abierto a desatar una guerra allí, pero joder, algo tenía que hacer. Quiso responder con acritud, pero supondría perder la primera carga. — ¿Quiere hacer que hable? ¿Conoce los Beirham? ¿como? — Siguió explicándose. La ola de choque le arrancó parte de la vestimenta y el gigantón se comenzó a sentir medio mal. ¿Aunque por qué? muy pequeño, pero estaba duro como una roca de Hel. Con la palabra se entiende la gente ... Tofun explicó mediante un lenguaje un poco ... limitado, que él no era amigo de aquel humano y que lo último que deseaba era causarle más problemas al Bucanner. — ¿Por qué habla como yo? Si antes estaba hablando bien, el no tiene dificultades para hablar en esta basura de lenguaje, ¿Burla o algún problema mental? — El físico de Rag fue decreciendo lentamente en el momento en el que el tipo abrió la boca para dejar escapar el aire. Las venas y músculos volvieron a su lugar de origen e incluso el tamaño volvió a ser el que era.

No llegó a pronunciar palabra, pero sí a guardar OTRA VEZ a Rompetormentas. El tipo comenzó a sacar bebida de sus manos. — Qué te parece. Eso es cerveza. — Tenía un olfato fuera de lo común, desde que tenía cinco años. Mentalmente, tenía una lista de olores bien catalogados, enlistados. Aquello era cerveza. Una fruta que producía cerveza. Pero qué tipo de sueño húmedo era aquel. — ¡Jiajiajiajia! — Pasó del desesperanzado odio a la gracia que le producía aquel magnífico pero inútil poder. ¿Producir algo de beber? Casi a la misma altura que dominar los gases, más que bendiciones, para Rag eran casi una burla de sus diosas. Eso, curiosamente, le acercó a Tofun. — Clarrro que gustarrr. — Afirmó, levantando el pulgar derecho. — Pequeño amigo, poderrr hablarrr bien. Yo ... No fássil hablarrr en lengua humana. Pero saberrr escucharrr. — El pequeño decía que le comprendía y así es como se sintió Ragnheidr desde el primer intento.

Miró alrededor, después enfocó de nuevo en Tofun. — La marrrina no tarrdarrrá en llegarrr. Mejorrr que irrr a ssona verrrde que menssionarrr. — Los marines eran un dolor de huevos. Especialmente porque no ayudaron al viajero de Elbaf cuando les pidió ayuda para escapar de la isla. Tan solo les estaba pidiendo un bote, no que lo llevaran a ningún sitio, solo un barquito con el que poder morir en alta mar si así estaba escrito el destino.

Kilombo era una cárcel, mejor recordarlo cada poco tiempo.


Rasgos a tener en cuenta;
Sentidos aumentados: Capacidad Sensorial aumentada, proporcionando +5 de Reflejos mediante dicho sentido. Olfato
#10


Salto de foro:


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