Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Aventura] [Autonarrada] [Tier-1] ¡El despertar del rey!
Lobo Jackson
Moonwalker
Se desveló bañado en sudor y con las sábanas enredadas alrededor de sus extremidades. Aquella trampa de tela se había ido apoderando de su cuerpo hasta que terminó anudada alrededor de su cuello como una suave soga de algodón. La almohada, con la que despertó entre sus fauces, salió despedida cual muñeco de trapo repleto de babas y aterrizó en algún lugar del suelo. Lobo Jackson agitó la cabeza de lado a lado cual perro mojado, intentando espabilarse con presteza para despejar su mente de las imágenes tan extrañas nacidas de una alucinante pesadilla repleta de coloridas y confusas imágenes.

- ¿Dónde estoy-gara? - Se llevó la mano a la cabeza y, rascándose detrás de las orejas, intentó hacer memoria. El rumor de las olas rompiendo contra los muelles junto al constante graznido de las gaviotas fue todo cuanto necesitó para situarse. 

Estaba en el Reino de Oykot, en su capital para ser más precisos. En el humilde hogar de uno de los marineros que tan amablemente le había ofrecido cobijo y refugio después de una aventura repleta de acción donde había secuestrado un barco con la cooperación de varios mercenarios para robar la mercancía que había guardada en su bodega. 

Respiró hondo, recuperando la compostura y aspirando aquel aroma hogareño de pan recién hecho. Desde luego, la situación en la que se encontraba era, como poco, particular en su naturaleza.

Se había convertido en un buen amigo del marinero que le había acogido, un padre de familia de gran corazón llamado Harold con una mujer y dos hijas a las que éste adoraba con locura y que, con mucha alegría, le habían concedido refugio. Si bien la mujer, llamada Mary, había mostrado sus reservas en cuanto a tener un desconocido en casa, Heather y Valentine estaban encantadas con aquel enorme y adorable peluche con patas repleto de energía y con el ritmo a flor de piel.

- Cierto... En casa de Harold-gara... - Aliviado, se sentó al borde de la cama y lanzó un suspiro. 

Aunque su misión como mercenario había dado un resultado positivo, la gente de la ciudad todavía guardaba luto por las muertes de los inocentes marineros cuya vida había sido fríamente segada por el cruel filo de una katana sedienta de venganza. Durante los días siguientes a la masacre se siguieron los funerales y las investigaciones policiales dirigidas por la marina. Aunque el mink no había tenido nada que ver en el asesinato de aquellos hombres, prefería mantener un perfil bajo. 

Al fin y al cabo, era un soldado de la Armada Revolucionaria.

Mirando la pared que tenía frente a él, se preguntó qué habría sido de sus compañeros de aventura. Pero, sobre todo, tenía en mente a la hermosa timonel que también formaba parte de la Armada y quien había conducido al resto de los marineros a su hogar. Hato... Recordaba haberla visto de pasada durante el porte de los féretros, y se preguntaba si estaría en algún lugar seguro.

- Qué noche tan extraña-gara... ¿Me habrá sentado algo mal de la cena de anoche-gara? ¡Ah! Quizá fuera la cerveza, no sé-gara... - La vaga imagen de extraños campos de setas elásticas, montañas desoladas e islas flotantes se perfilaron muy brevemente en el lienzo de su memoria, un vago recuerdo que acabó diluyéndose como terrón de azúcar en las aguas del impasible río que es el tiempo. Los sonidos de una batalla repleta de muertes y dolor tintinearon en lo más profundo de su psique, quedando sepultados bajo los sonidos del ajetreo matutino que poco a poco insuflaban vida a la capital del reino.

- Pero lo más extraño es esta energía que siento-gara... Una... Sensación tan... - Se puso en pie y se estiró, levantando los brazos hacia el techo mientras que cada músculo de su cuerpo recuperaba su elasticidad. - ¡Tan buena-gara! -

Sentía un furor en el cuerpo, una energía súbita y poderosa que parecía invadir cada fibra de su ser. Quizás solo había una manera de describirla: cafeína hecha carne. Un impulso vivo y repleto de emoción que le instaba a salir afuera para moverse a través de cada uno de los recovecos y callejuelas de Oykot. Se sentía más vivo que nunca, como si aquella noche hubiese dormido a pierna suelta en lugar de hacerse un nudo con las sábanas.

Tan pronto se hubo vestido y preparado, bajó las escaleras hasta llegar al salón comedor en donde las niñas estaban tomando su desayuno. Mary estaba en la cocina, encargándose de los platos sucios mientras que su marido terminaba con una taza de café.

- ¡Hombre, buenos días! Al fin has despertado, Lobo. - Le saludó Harold con el ánimo de siempre. - ¿Cómo te sientes? -

- De maravilla-gara. - Dijo al tiempo que le saludaba a las pequeñas con un gesto de su mano. - Buenos días a todos, qué alegría veros-gara. -

Las pequeñas rieron, siempre entretenidas por aquel mink. Mientras tanto, Harold se acercó hasta el Lobo y le ofreció una taza de café.

- ¿Qué haremos hoy jefe? -

- ¿Hoy? - El lobo pensó durante un momento, respondiendo con una idea nacida desde lo más profundo de su corazón. - Reúne al resto, hoy váis a aprender el estilo Jackson-gara. -

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Bajo el techo de uno de los almacenes del puerto, cercano al que habían utilizado los mercenarios para reunirse días atrás, se encontraba Lobo Jackson con los nuevos reclutas de la Armada Revolucionaria. Deseosos de luchar junto a su nuevo líder, habían ido quedando día sí y día no para aprender las nociones básicas de la justa causa que guiaría al mundo hacia su liberación total.

Pero ese día sería diferente.

- Hoy os enseñaré a luchar como lo hago yo-gara. - Dijo el mink, posando frente a los reclutas. - Aprenderéis a moveros con el mismo estilo, garbo y ritmo que yo-gara. - Cada palabra estaba acentuada por una pose diferente que hacía que los reclutas le mirasen con admiración.

- Pero jefe, ¿de verdad seremos capaces de seguirle el ritmo? - Preguntó uno de ellos. Se trataba de Jacob, un hombre que el año anterior había alcanzado su quinta década y que se sentía algo cohibido frente a los difíciles pasos de baile del mink. 

Lobo Jackson le miró con tal pasión y determinación que Jacob pudo sentir la llama de la voluntad latente en su interior, un deseo de moverse como ningún otro que hubiera sentido antes. 

- Dentro de cada uno de vosotros existe el ritmo viviente al compás que marca cada latido de vuestro corazón-gara. - El mink hablaba con un tono más grave y serio. - Sentidlo, pues eso que vibra con fuerza son los tambores de la liberación-gara. - Cuando mencionó la ultima frase se golpeó el pecho varias veces con ambos puños para enfatizar la frase. - ¡Creed en ello! ¡Juntos encenderemos la llama de la libertad que guiará al mundo hacia una nueva era de cambio-gara! -

Motivados, los reclutas se colocaron alrededor del mink, quien se había encaramado sobre una gran caja que le servía de escenario improvisado. Posando frente a ellos con estilo, comenzó a mover lentamente sus caderas al tiempo que comenzaba a cantar.

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¡Somos la revolución, somos la esperanza!
Luchamos por los sueños, ¡al ritmo de esta danza!
Desde lejos nos oirán-gara.
Y el mundo temblará-gara.
Juntos somos fuertes, somos la verdad,
El mundo cambiará, ¡y se alzará la libertad!
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A medida que la canción avanzaba, una poderosa energía comenzaba a brotar en su interior. Cada nota parecía alimentar esa fuerza, y con cada movimiento, su cuerpo vibraba con la necesidad de transmitirla a los demás. Quería que sus compañeros sintieran la emoción profunda que llevaba la melodía, esa chispa que le incendiaba el alma. Golpeaba el suelo con los pies, utilizando cada paso como un ancla para girar sobre sí mismo, mientras concentraba toda su voluntad en el baile, dejando que la música se convirtiera en el eco de su propia fuerza.
Podía ver cómo los reclutas trataban de imitarle, llevando las manos arriba y abajo en busca de la pose perfecta. Si bien algunos perdían el equilibrio, tan pronto como se ponían en pie regresaban al baile con el mismo esfuerzo y optimismo con el que lo habían comenzado. Lobo Jackson se sentía orgulloso de aquellos aguerridos marineros que, dejando de lado todo tipo de vergüenza, bailaban junto a él.
Aquella danza improvisada incrementaba en su velocidad, caldeando el ambiente con la energía de aquellos revolucionarios motivados por un himno de batalla que les hacía hervir la sangre con la pasión de la lucha por la liberación.
Y entonces, cuando el baile parecía llegar al clímax, ocurrió algo inesperado.
Lobo Jackson adoptó una postura nunca antes vista, volcando todo su corazón y alma en una pose nacida para inspirar sus compañeros y desafiar a sus enemigos. Una expresión corporal tan poderosa que irradiaba un aura de energía espiritual capaz de embriagar los sentidos de quienes le observaban. Lobo Jackson sintió que su corazón latía con una intensidad extraordinaria, al tiempo que sus músculos se tensaban como nunca lo habían hecho antes. En su mente sólo había un pensamiento: el deseo de cambiar el mundo para mejor. Un deseo que ardía en su interior con todas sus fuerzas al ritmo dictado por su corazón.
Se mantuvo así durante unos segundos, fijo en su actitud victoriosa, hasta que sintió que sus fuerzas le abandonaban y tuvo que arrodillarse sobre la caja para recuperarse. Pero no podía evitar sentirse sumamente satisfecho puesto que los entusiastas reclutas habían conseguido adoptar la misma pose que él, como sumidos en un trance hasta que, de pronto, cayeron al suelo inconscientes.
- ¡Oh, vaya-gara! Quizá ha sido demasiado esfuerzo por hoy-gara. - Exclamó el lobo, apresurándose en atender a los reclutas que poco a poco volvían en sí. 
Y mientras que en el interior de aquel almacén acontecían esos hechos, en el exterior había ocurrido algo similar. Varias personas que transitaban alrededor del mismo habían experimentado la súbita necesidad de comenzar a bailar, posando igual que los reclutas durante apenas un instante antes de que sus pensamientos se desvanecieran como si se hubieran sumido en un repentino sueño. Algo que experimentaron en conjunto una decena de marineros, trabajadores y transeúntes que, al mismo tiempo, cayeron rendidos frente a una fuerza invisible que parecía limitarse a un radio de treinta metros alrededor de aquel almacén.
Un aura desconocida para ellos, pero que para unos pocos tenía un nombre muy importante: haki del rey.
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De vuelta en el hogar de Jacob, tanto él como Lobo Jackson devoraron la comida preparada por Mary con un apetito voraz. A pesar de su agotamiento se les veía claramente animados, pues ambos habían conseguido marcar una coreografía espectacular de la que sentirse orgullosos. Y además, tenían chisme para contar: al parecer había habido una serie de misteriosos desmayos repentinos en la zona del puerto.
- Qué cosa tan rara. - Dijo la esposa de Jacob mientras le servía más patatas. - ¿Habrá sido un golpe de calor? -
- ¿Quién sabe-gara? - Respondió el mink, ignorante de sus poderes. - Las insolaciones pueden ser muy feas-gara... ¿Me das más patatas a mí también-gara? -
#1


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