Hay rumores sobre…
... una isla que aparece y desaparece en el horizonte, muchos la han intentado buscar atraídos por rumores y mitos sobre riquezas ocultas en ella, pero nunca nadie ha estado en ella, o ha vuelto para contarlo...
[Aventura] [A - T1] Reencuentro, reunión y recuerdos de Los Piezas
Umibozu
El Naufragio
4 de verano del año 724 a las 13:51
Isla Kilombo,
Pueblo de Rostock

La mañana casi se había consumido y eso se notaba en los comercios y calles. El puerto pesquero había terminado su jornada laboral hacía horas y parte de los negocios estaban bajando la persiana después de una mañana más o menos fructífero. Las calles estaban muy concurridas por personas que regresaban a casa después de un duro día de trabajo y por las que ya salían de casa en busca de vida social en tabernas y restaurantes o a ahogar sus penas y miserias en el fondo de una botella, o dos, de alcohol. Ahora el turno de estos negocios de hacer caja.

La taberna en la que te encuentras huele a alcohol, tabaco y jolgorio. Las risas inundan el lugar, forzando el tener que hablar ligeramente por encima del ruido ambiente, creando un bucle de difícil salida. Golpes en la mesa de manos y vasos se repiten cada poco e incluso en la mesa del fondo, la de la esquina a la derecha, se escucha una conversación algo acalorada entre dos parroquianos. La puerta de la entrada está en el lateral izquierdo y en ese mismo lugar se encuentra la barra, tras la cual se encuentra el dueño del local custodiando y guardando todo el negocio. La barra había sido cuidadosamente ubicada, para que los clientes pudieran pedir nada más entrar y así reducir al mínimo el tiempo de espera. Era difícil saber cómo, pero apenas dos personas, el dueño y un camarero más en el lado de las mesas, se encargaban de servir y atender a la abarrotada sala. Nada se escapa en sus dominios bajo su atenta mirada; ninguna ronda se queda en el olvido, ninguna garganta se queda deshidratada, ningún gesto que supondrá el inicio de una pelea. En su reino todo está perfectamente controlado.

En una de las mesas del centro se podía ver a un grupo de cuatro hombres de mediana edad. Uno de ellos tenía una sonrisa en el rostro y recibía chistes y bromas por parte de los otros tres. ¡Incluso él mismo se sumaba a los chascarrillos en su contra! Todos bromeaban de lo desaparecido que estaba desde que habían nacido sus mellizos hacía algo más de un año. Las canas tenían su cabello de plateado y ya estaban ganando la batalla por completo en la barba, la cual era completamente blanca por los laterales y empezaba a grisear en la zona de la perilla. En sus ojos se dibujan unas pocas arrugas, testigas de eternas noches casi en vela. Nada en aquel hombre dejaba intuir el agotamiento físico y mental que soportaba, nada salvo un leve brillo apagado en su mirada, pero que quedaba perfectamente enmascarado por su sonrisa y sentido del humor. El hecho de criar a tres hijos, dos de ellos bebés era extenuantemente exigente y nadie que no hubiera pasado por algo similar podría hacerse, ni siquiera, una ligera idea de lo que suponía tal proeza biológica.

-¡Por los viejos tiempos! - el enano alzó la copa.

-¡Ganbare!

-¡Ganbare!

-¡Ganbare!

El sonido, apenas imperceptible a unos pocos centímetros de la mesa, de copas chocando resonó por todo el tablero del mueble. Aunque de un primer vistazo la mesa pudiera parecer vacía, una ojeada en detalle revelaría unas figuras encima de esta. La más grande apenas alcanzaría los treinta centímetros de longitud, eran poco más que insectos de buen tamaño, sin embargo era la mesa con más consumición, y por mucho, de todo el local.

-Aunque esta última hornada no ha salido mal – comentó el Maquina

-No, la verdad que no. - confirmó el Chino.

-Aunque nada…

-... que ver con los viejos tiempos.

Los últimos en hablar habían sido Piqui y Miqui, los gemelos. Todos ellos formaban parte del grupo Los Piezas, famosos antisistemas tiempo atrás, pero que ahora se dedicaban a instruir a los nuevos reclutas de la Armada Revolucionaria. Sin embargo, al grupo de Los Piezas le faltaba alguien más… ¿Habría alzado la copa en el brindis? ¿O quizás se estaba perdiendo desde la primera hasta la decimo novena ronda?

-¡POR EL LARGO! - gritaron al unísono antes de golpear todas las jarras de nuevo con una envidiable sincronización.

#1
Tofun
El Largo
¡Era libre! ¡Libre por fin! Mi sed de libertad ahora era equiparable a mis ganas de degustar una buena cerveza, y lo mejor era que podía probar ambas al mismo tiempo. Había descendido de la base de la Marina hasta el pueblo de Rostock, y sentí una pequeña frustración al encontrar que donde antes estaban los mejores antros de mala muerte ahora había negocios variopintos de segunda categoría. ¿Una tienda de gominolas? ¿Una frutería? ¿En qué mundo había caído? ¡Me sentí como un dinosaurio en un parque temático de la modernidad!

El caso es que continué mi búsqueda y, por fin, di con uno de los de antes. Abrí la puerta, crucé el umbral de un salto como si estuviera en una carrera de obstáculos, olvidé cerrarla y dejé que el ambiente etílico me embriagara. ¡Qué agusto, joder! El ruido, las conversaciones interrumpidas, los golpes de las jarras en las mesas, el sudor de los camareros descendiendo en gotas hacia las consumiciones que servían... ¡Esto sí era vida! ¡Esto sí era un bar con todas las de la ley!

Me acerqué a la barra y pedí que me llevasen dos jarras de cerveza, una llena y una vacía, a la mesa o sillón donde me fuera a sentar. ¡Qué más da! No me importaba si me sentaba en una silla, en una mesa o en el suelo, lo importante era estar allí. Me di la vuelta y ojeé el ambiente, viendo una escena que se quedaría clavada en mi memoria para el fin de los días. Habían pasado muchos años, pero eran ellos, esa nariz torcida, esas arrugas mal envejecidas, esa calva en la nuca. ¡Eran ellos! Contenía la respiración de manera inconsciente mientras los miraba.

¡POR EL LARGO!—¡Estaban brindando por mí! Una lágrima descendió rápidamente por mi mejilla, tenía un nudo en la garganta que ni una botella de licor podía deshacer. ¿Estaban allí porque hoy me liberaban? Iba a ir a brindar con e...

¡Hmpf!

Justo en ese momento, recibí una patada involuntaria de un cliente despistado que me lanzó volando hacia el exterior del local. Reboté un par de veces en el suelo como una pelota de playa, y me puse en pie como un resorte con la dignidad intacta (bueno, casi). No me había dolido, seguía emocionado, seguía con el nudo en la garganta. Me levanté y corrí para abrazarles, como un niño que encuentra su juguete favorito después de perderlo.

¡Cierra la puerta que escapa el gato!

¡Hmpf!

Justo en el momento en que iba a cruzar, alguien cerró la puerta golpeándome de lleno y haciéndome rebotar hasta atrás, repitiendo la escena anterior como si estuviera en una comedia de enredos. Gruñí, no quería perder el momento, no iba a volver a ocurrir. Di un pequeño salto y pateé la puerta con energía tumbándola al suelo y montando un pequeño escándalo que haría sonrojar a cualquier actor de teatro.

¡Chicos! —Corrí hacia ellos, de un salto me subiría a la mesa y me rebozaría como una croqueta en la cerveza que había inundado la mesa por los múltiples brindis que aquella banda de ladronzuelos había hecho. — ¡No me lo puedo creer! ¡Estáis bien! Cómo me alegro de veros. — Mi emoción era incontrolable; iría a abrazar a unos, a otros, a darles palmadas en la espalda como si estuviera entrenando para los Juegos Olímpicos de la amistad. — Joder, estáis más feos que nunca. ¡Shahahahaha! — Era un momento extremadamente feliz, solo podría ser interrumpido al recibir mi consumición, lo cual me incitaría a sentarme con el grupo y comenzar una charla más ordenada, o al menos intentarlo, antes de que el caos se desatara de nuevo.
#2
Umibozu
El Naufragio
Casi nadie se percató de que la puerta se abrió. Aquel hecho era una constante en la taberna y más teniendo en cuenta las horas en las que nos encontrábamos. Sin embargo, para los dos o tres que sí lo hicieron, la escena fue desconcertante. La puerta se acababa de abrir con contundencia, sin embargo nadie había entrado, ni había figura alguna al otro lado del umbral. Miraron desconcertados y ligeramente aturdidos el fondo de sus jarras vacías, meditaron unos pocos instantes y tras encogerse de hombros alzaron el recipiente para que fuera rellenado gritando - ¡Otra ronda! - Como si de una coreografía no practicada se tratase, todos realizaron los mismos gestos simultáneamente y alzaron la voz al unísono, a pesar de que cada uno de ellos estaba en mesas distintas. Había sido una de esas ocasiones en las que el azar se junta y crea un momento único incapaz de repetirse hasta varios siglos después.

Del mismo modo, nadie se percató de tu pedido, nadie más que el tabernero que tras un momento de desconcierto inicial, miró al suelo. Como ya sabemos, nada se escapa a su atención en sus dominios y el hecho de que la banda de Los Piezas ya estuvieran allí, lo había puesto sobre aviso de la posible aparición de más seres de tamaño diminuto. Se limitó a servir a tu pedido y como única respuesta te dio la espalda y corrió a llenar la jarra, no sin antes dejar una vacía sobre la barra. Aquel hombre apreciaba la eficiencia y la diligencia, era por ello que tan solo él y un camarero se apañaban con todo el local. No había sido fácil dar con aquel tipo, pero tras muchos despidos había dado con el hombre indicado. Conocedor de la valía y rareza de su empleado, le pagaba acorde al trabajo que realizaba y rareza que poseía o lo que es lo mismo, le pagaba el equivalente a tres salarios. Cuatro los meses que había especial faena. Por ello, y como digo, el tabernero tenía jarras y copas dispuestas por todo lo largo de la barra, para no perder tiempo en ir a buscarlas, y diferentes botellas y tiradores de cerveza.

El camarero, raudo y atento como su jefe a lo que ocurría en la sala, se acercó a la barra a tomar tu pedido. Con gran destreza y maestría tomó las dos jarras por las asas y fue hasta tu mesa para servirlas, pero no sería en ese momento. Te atrapó en el aire tras tu salto, como quién atrapa una mosca al vuelo - Vuelve a poner la puerta como estaba si quieres las jarras - aquello era una orden velada. Una sugerencia que no admitía discusión posible, pero que el buen talante y la sonrisa de su rostro disimulaban.

-No has cambiado nada.

Todos estallaron en una carcajada conjunta.

-Me alegra ver que la cárcel...

-... no te ha cambiado después de tantos años.

Esta vez todos contuvieron el júbilo y la alegría. Apenas unos instantes en recuerdo del fatídico día en el que te apresaron y todos los años de castigo, de un castigo desmedido y desproporcionado, pero no estaba allí para dejarse dominar por la melancolía, sino para celebrar con fuerza tu regreso. El instante pasó y la euforia y el jolgorio regresaron a la mesa de los enanos.

-Siempre puedes dejar la puerta dónde está y volver a la cárcel - el Chino había hecho la apuesta más dura. Un chiste cruel y oscuro, uno de esos tan solo se les permite a los mejores amigos - ¿Os acordáis de cómo se tiró a aquella barrica de vino? - todos rieron de nuevo al recordar el momento.

Y con aquella pregunta, se liberaron una serie de batallitas y recuerdos de lo que ocurrió aquel día.

Aclaraciones

#3
Tofun
El Largo
El camarero del local me había atendido con amabilidad y experiencia, dos cualidades que sabía valorar, especialmente la segunda. Gracias a ello, accedí a su petición de dejar la puerta como estaba. Al fin y al cabo, era lo que me merecía. Reí para mí mismo, sin sentirme en lo más mínimo ofendido; ese día me envolvía una alegría tan radiante que nada podía borrarla. Me acerqué a la puerta y, con un empujón tan fuerte que hasta me sorprendí, la encajé de nuevo en su sitio. "Debí haber sido carpintero", pensé para mis adentros, riendo antes de lanzarme a la "ruta de la dulzura": saltar hacia la barra, coger las jarras y llevarlas a la mesa para saludar a mis viejos amigos.

El chiste del Chino me arrancó una carcajada. Entre nosotros, llevar el humor al límite era algo cotidiano, una tradición no escrita. Tras unas charlas rápidas y banales, di un salto ágil y me acomodé en una de las jarras, abrazando el borde como si estuviera en un jacuzzi de cerveza.

¡Qué locura aquel día, chicos! — Exclamé entre risas. — Me quedé redondo allí, bueno, pues como estoy, Shahahaha. ¡Hip! Hicisteis bien en huir; era una causa perdida. Tendría pesadillas con aquello... de no ser porque el vino estaba tremendo. ¡Shahahahaha! —Reí, intentando siempre ver el lado bueno de la situación, aunque por dentro la melancolía comenzaba a asomarse—. Pero vaya, habíamos hecho un trabajo espléndido, ¿eh? ¡Cómo nos colamos en las bodegas de Ginebra Blues! Los Blackmore no se la vieron venir. Aún recuerdo cómo llegamos frente a los muros de aquel edificio, tapados con hojas bajo la intensa lluvia del East...

Interrumpí mi relato metiendo la cabeza en la cerveza y dándole un largo trago, que duró unos quince segundos. Luego, levanté la cabeza y la sacudí, intentando secarme la espuma sin mucho éxito. El escenario debía parecer un cuadro ridículo, pero no me importaba.

¿Y qué ha sido de vosotros todo este tiempo? —pregunté intrigado, presentándoles toda mi atención mientras ignoraba por completo el ruido de fondo de la abarrotada taberna.


Querría desarrollar la misión de infiltración en la bodega Blackmore junto con mi equipo en mi mente, recordando los hechos. Tu planteas las dificultades y yo voy solucionando, hasta el momento en el que llegamos a la bodega donde me metí en un gran barril, ahí ya está descrito en otro tema.

Mientras, en el presente, la charla revo, con lo de Oykot, el anillo, el pago etc.
#4
Umibozu
El Naufragio
Tanto el camarero, como el tabernero asintieron conformes con tu actuación. No necesitaban más reprimenda, tampoco más atención. No dieron las gracias, al menos no más allá del gesto de testa, pues consideraban que era el proceder correcto y que lo problemático habría sido no hacerlo.

-¿De nosotros? ¡Hemos estado aquí bebiendo todo este tiempo!

-Ahora nos encargamos de las nuevas generaciones. No son como nosotros, ¡pero algunos tienen talento!

Estallaron todos de nuevo en una carcajada.



La lluvia es intensa y la zona está oscura. Las calles están tenuemente iluminadas a excepción de un gran letrero luminoso en el que se puede leer Ginebra Blues. De dentro del local sale una agradable melodía de blues y algo del ruido de las conversaciones, pero el sonido dominante es la melodía, el cual eclipsa cualquier posibilidad de entender nada del interior.

-¿Cómo lo hacemos entonces?

-Tú en medio…

-... y nosotros delante y detrás.

Los gemelos rieron.

-¡Centraos, coño! - protestó el Máquina. No era el cabecilla como tal, pero sí solía ejercer como líder al tener el respeto del resto.

Los clones asintieron, aunque todavía con la sonrisa en el rostro.

-He oído que tienen un perro guardián. Por lo que comentan tiene un tamaño suficiente para comernos de un bocado y si tenemos suerte quedarnos entre los dientes. Sino… - hizo el gesto como de estirar de una soga atada al cuello que lo estrangulaba.

-¿Alguien ha traído carne?

-Siempre podemos dejar al largo, con él tendrá para un ratito más que con nosotros.

Los gemelos volvieron a reír con el chiste del Chino.

-Ahí está la cocina. ¿Nos colamos y robamos algo de carne o creéis que podemos pasar sin ser vistos por el cuadrúpedo? Con robar una cosa ya tenemos bastante, pero quizás no sea tan mala idea lo de la cocina - reflexionó - Bueno, ¿qué dices, Largo? ¿Hacemos el menú completo con carne y vino o nos vamos a las copas directamente?


Aclaraciones


#5
Tofun
El Largo
Podría llegar a creermelo. ¡Shahahaha! — Rei pensando en la posibilidad de que se hubiesen pasado 35 años bebiendo a la espera de mi salida. Conociéndolos no eran tan descabellado, sumergí todo mi cabeza en la jarra de cerveza y le di un largo trago, salí al exterior, agite mi cuerpo y pregunte sin rodeos. — ¿Que es eso de las nuevas generaciones? ¡No entiendo! — Me extrañaba ver a aquel grupo instruyendo a un par de ladrones de poca monta que querían hacer algo, los conocía demasiado bien, si verdaderamente estaban enseñando a alguien no sería una causa cualquiera.


La lluvia era densa, no nos venía mal ayudaba a ocultar nuestro ruido, a tapar nuestras pisadas y a qué pasásemos más desapercibidos. Me adelante ligeramente del grupo mientras los escuchaba bromear y discutir, estaba ojeando el terreno, comprobando que no había moros en la costa. Cuando llegaron hice mi aportación. — Si alguno quiere cruzar hasta la bodega con ese perro capacitado no seré yo. Hoy no hago de postre ni de tentempié. — Mi rostro estaba serio pero pronto dibuje una sonrisa mirando mis compañeros. — He traído magia blanca como para tumbar a un oso jeje — Saqué una bolsa del tamaño de mi bota de mi entrepierna y la agite sosteniéndola con dos dedos. — Un viaje para casa uno y lo que sobre para el perro. Aún así necesitaremos esa carne. — No me mires así, éramos jóvenes joder, había que disfrutar y si nos íbamos a jugar la vida que fuese colocados. Todos consumiriamos aquel día, yo por su puesto aproveche al último turno para, mientras nadie miraba, inspirar el doble de aquel polvo de lo que no nos correspondía. — Diossssss Que potencia. — Espeté en el acto mientras combatía el picor de nariz moviéndola de un lado al otro. Junte las manos con aplausos y las restregué. — Bueno qué. ¿Vamos a por esa carne? —Intentaria liderar el grupo hasta la cocina, una vez allí intentaría localizar donde guardaban o había carne, después analizaría lo que estaban cocinando intentando anticiparme a qué iban hacer después para encontrar un momento en el que ir a por el objetivo. Si todo iba bien el plan sería obtener la carne, hacerle un discreto agujero, meter allí la magia blanca y dejar que hiciese su efecto. Con el perro lo podríamos avanzar
#6
Umibozu
El Naufragio
-Créetelo, crétetelo. Si te fijas el culo de esos dos está marcado en la mesa – y no era mentira… a medías. Justo debajo del culo de los gemelos había dos hendiduras provocadas por los repetidos golpes que había tenido que soportar el mueble a lo largo de sus años de vida. Sin embargo, en ese momento los traseros de los tontattas se ajustaban a la perfección al hundimiento. Caprichos del azar.

-A ver, por donde empiezo…

-Por el principio – contestaron al unísimo los gemelos haciendo así gala de un vínculo y una compenetración que trascendía lo comprensible y racional.

-Verás hace unos años, poco después de te pillaran borracho como la cuba en la que estabas…  - y así comenzó el Máquina a contarte ligeramente sobre la Armada revolucionaria. Sus orígenes y principios de acción. De cómo se estaban erigiendo como el contrapeso principal al Gobierno Mundial, tal y como la piratería lo era a la Marina – La mayoría son unos inútiles, pero algún novato hay por ahí que merece la pena. Nos vendrías bien, la verdad, ni que fuera para hacer de cebo y te vuelvan a pescar mientras todos escapamos – esta vez fue el turno del Máquina de hacer la apuesta fuerte



-¿Ya estamos? ¿No os he dicho que os centréis, coño? - protestó el líder. A pesar de ello y lejos de dar ejemplo, fue el primero en probar la magia del níveo polvo. Tras esnifar, se le quedó una pequeña mancha blanca encima del labio superior, justo del ancho de la nariz, como si fuera un bigote rectangular muy poco favorecedor y digno de los mayores tiranos y genocidas del mundo. No fue el único en disfrutar de la magia en bolsa, pues uno a uno fueron catando la sustancia estimulante.

No resultó dificil llegar hasta la cocina, como tampoco lo fue hacerse con un cacho de carne. Lo dificil sería hacerle comer al cánido el trozo de carne completamente rebozado en la harina mágica.




-Todavía recuerdo olía el perro el filete – rió. Había sido él quien lo había lanzado – Por un momento pensé que se lo iba a dejar. También que nos comería a nosotros. - se llevó la jarra a los labios para ahogar el recuerdo en el fondo del recipiente. Aquel no fue un día agradable, pues la pérdida de Tofun no fue la única de la que fueron testigos y que regresaría del pasado.



El animal a causa de su metabolismo acelerado respecto al de humanos y seres humanoides, además de ingerir una cantidad muy superior a la vuestra, comenzó a acusar antes los síntomas. Comenzó a agitarse intranquilo, de aquí para allá. Allá por dónde pasaba, dejaba un reguero de baba que difícilmente controlaba y jadeaba con fuerza. Buscaba algo de agua, pero ya había secado por completo su cuenco de agua. Las pupilas completamente dilatadas le hacían ver borroso, pero su olfato iba a mil. Fue por ello que no tardó en captar vuestro olor y dirigirse hacia dónde estabais listo para cazaros como los ratones que erais. No tenía ninguna intención de comeros, pero tampoco de dejaros vivos, pues ya os había identificado como sus presas y juguetes y como tal os trataría si os apresaba. Gruñía y lloriqueaba al mismo tiempo y sus zancadas eran ágiles, pero su reacción había empeorado y cada vez que debía hacer un quiebro tratando de capturar a alguno de los miembros de los Piezas terminaba por estrellarse contra alguna barrica, mueble o directamente contra la pared de la bodega. Cada vez se lo notaba más agitado y empeñado en conseguir alguno de sus juguetes nuevos, con los que después tratar de jugar con sus amos o, como mínimo, de obtener algún premio adicional por haber liquidado a los diminutos seres que correteaban por los dominios de sus dueños.

Aclaraciones
#7
Tofun
El Largo
La información que mis diminutos amigos me estaban otorgando valía oro, continuaron sin mi, como era de esperar y con el tiempo se acercaron a un movimiento naciente, la revolución. Escuché cada palabra mientras bebíamos y pedíamos nuevas consumiciones, evidentemente a su cuenta. Un movimiento unido contra el gobierno, organizado, con líderes capaces y con buenos recursos. La idea me apasionaba, era como lo que teníamos Los piezas y yo pero a lo grande, con muchos más recursos y mejor pronóstico. No podía dejar de imaginarme que con aquello se podría lograr cambiar el mundo, la emoción me hizo beber más y más. Ahora mis ex-compañeros se dedicaban a trabajar con nuevos reclutas, a instruirlos, no me esperaba otra cosa pues los cabrones estaban bien cascados. 

- Joder, acabo de salir de la cárcel y ya me estáis metiendo en líos... - Guarde silencio unos instantes. - Aunque joder, que bien suena. ¿Podéis meterme? - Continuaría charlando y preguntandome, informándome de cómo iban las cosas y preguntando si había algún plan en marcha. 



El robo en la cocina fue un éxito, presentamos la carne como un delicioso bocado rebozado en sal fina. ¡Joder! Fue difícil no pegarle un bocado pero somos unos profesionales, la carne era para el perro. Este la devoró y cuando casi ya habíamos besado el éxito se transformó en una bestia canina, que puto colocado llevaba. Advertí a los míos, eran imposible que eso no lo tumbase pero, hasta entonces, debíamos de sobrevivir, RUN. Me pegué a las paredes y les indiqué que me imitaden, mi instinto me decía que si hacía quiebros en el último momento el perro no pararía de darse golpes contra estás. 

Era una situación de aguante, resistir hasta que el perro echase su último aliento sin ser uno de sus bocado. La baba que soltaba era impresionante, si a alguno le alcanzaba iba a quedar recién duchado con champo de perro.
#8
Umibozu
El Naufragio
-¿Qué si podemos…

-… meterte?

-¿Acaso no te metimos…

-… en la cárcel?

-¡Y eso que era más difícil!

Los dos rieron a carcajadas, contagiando al resto del grupo.

-Estás dentro desde hace treinta y cinco años, viejo amigo.

Los enanos hablaron con total libertad. En cualquier otro lugar el miedo a ser escuchados los habría obligado a bajar la voz o incluso a haber quedado en cualquier otro lugar. Sin embargo aquella taberna era conocida por ser especialmente ruidosa y el hecho de que quienes estuvieran hablando fueran unos enanos en mitad del tablero de la mesa ayudaba a que, en primer lugar, la gente creyera que estaba vacía la mesa y no tuviera intención de espiar; en segundo a dificultar que sus palabras fueran escuchadas al ser pronunciadas en un volumen muy inferior al del resto de humanos.



El efecto de la maravillosa sustancia provocó un aumento en las capacidades del animal. Un animal que corría a cuatro patas y que, además, todas y cada una de ellas eran mucho más largas que las vuestras. No tardó en tomar al Chino entre sus fauces, pero cuando fue a tragárselo sin masticar, al pobre animal le dio un ataque al corazón, cayendo muerto al instante. Su avanzada edad no le había permitido soportar el trance y salir airoso del episodio. Sin embargo, el ruido que había causado con la persecución y los golpes habían alertado a los vigías de la puerta.

-¡Eh, chucho! ¡¿Qué coño te … chucho! ¿Estás bien? ¡CHUCHO!

El Chino permaneció en la boca del animal, tratando de quedar en algún lugar no visible, cerca de la garganta.

-Ha tenido que ver alguna rata. ¡Búscala y deshazte de ella! Voy a buscar ayuda para que atiendan a Mikos.

El que había parecido estar al mando en todo momento salió de la habitación, dejando al otro buscadoos por cada rincón y recoveco. ¿Os encontraría? ¿Os jugaría una mala pasada la droga que tan bien os había servido? Todo es una bajona, ¿verdad? Las drogas es lo que tienen. Al principio molan, pero después son un asco…



#9
Tofun
El Largo
La aceptación de mis excompañeros, a pesar de ser una banda de mequetrefes que actuaban por instinto a la hora de hacer chistes de humor negro, era envidiable. Eran mi gente; me había criado con ellos, había madurado con ellos. Lo único que me faltaba era presentárselos al bueno de Guybrush. La conversación continuó, y no pude evitar interesarme por todos los aspectos de aquella organización, el ejército revolucionario. ¿Quién lo iba a decir? Por un momento divagué: ¿nosotros habíamos sido los instigadores de un movimiento organizado como aquel?

La conversación seguía, siempre con discreción, y entre cañas me fueron introduciendo en los conflictos activos de los que podían hablar, en los que los revolucionarios estaban tomando parte. Varios de ellos me sorprendieron, pero el que más captó mi atención, en parte por el desconocimiento, fue el de Oykot. ¡Joder, cómo había cambiado Oykot! ¿Quién lo iba a decir hace unos años? Aquel lugar era la cuna de gente honrada, fuerte y trabajadora, y, como siempre solía ocurrir, ahora los ricos se habían aprovechado de los trabajadores, haciendo negocios de aranceles y tasas, sin mover un dedo, vaya. A causa de eso, el enfoque de una isla tan próspera como Oykot cambió, y los duros pescadores de ballenas se vieron acorralados en un distrito de la ciudad. Acojonante.



La situación se tensó demasiado cuando el chino se vio preso de las fauces del animal. Joder, siempre acabábamos en problemas con los cánidos. Por suerte, en ese momento el perro sufrió un parraque, dejando este mundo. Me santigüé al instante, no tenía nada en su contra, era un daño colateral que ensombrecía los méritos de aquel trabajo. Agité la cabeza, intentando apartar de mi mente aquel percance, y me fijé en el mozo que ahora se dedicaba a supervisar si ocurría algo. Para aquel entonces yo era un enano, casi más fuerte que ahora. Claro, ahora soy el más guapo y apuesto, pero en aquella época tenía menos dolores de espalda. Aproveché que la atención del humano estaba centrada en la zona del perro, y la bordeé, intentando pasar desapercibido por mi tamaño. La energía de aquella sustancia blanca que había consumido me ayudó a inhibir mis instintos de comportarme, y de un brinco salté hacia el cuello del mozo, golpeándolo con la intención de dejarlo inconsciente. De inmediato intentaría evitar su caída contra el suelo junto a mis compañeros

Si todo iba bien continuariamos avanzando hacia nuestro destino, la bodega blackmore.
#10


Salto de foro:


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