¿Sabías que…?
... existe una tribu Lunarian en una isla del East Blue.
Tema cerrado 
[Común] [C - Pasado] Una mañana en el pasillo de las hierbas. [Terence]
Asradi
Völva
Verano, Día 20 del año 723

Habían pasado ya varios días desde que había dejado atrás Isla Kilombo y, con ello, la grata compañía que Galhard le había proporcionado. Era agradable pensar que todavía había gente amable en la superficie y eso le llenaba de alivio y esperanza. Por supuesto tampoco era imbécil, pues sabía que no todo el mundo era buena gente. Incluso entre los gyojin y sirenas había mala hierba también. Para bien o para mal, tenía que haber de todo.

Había llegado a Loguetown la noche anterior, refugiándose en un roquerío cerca de la costa solo para pasar más desapercibida. Tras pasar descansando ahí esas horas nocturnas, en cuanto el alba despuntó se decidió ir hasta la ciudad. Se había acomodado el cabello, ya seco a esas horas, en una trenza que caía lateralmente por uno de sus hombros. Y había refugiado y escondido su cola de sirena bajo la larga falda que el mismo Galhard le había regalado días atrás. Pensar en eso le hizo sonreír de manera suave. Tras acomodarse la tela y asegurarse de que, efectivamente, el rasgo más notorio de su raza estaba bien oculto, se dirigió hacia el corazón de Loguetown. Con su peculiar caminar, todo sea dicho. Era como si diese ligeros saltitos y claro que a veces llamaba la atención. Pero cualquiera podría pensar que se trataba de alguna chica lisiada. Coja o algo parecido. La miraban un poco al principio, pero luego ya no le prestaban atención. Y eso era lo mejor para ella. Quería pasar todo lo desapercibida que pudiese. Disfrutar del lugar como si fuese una más.

A medida que avanzaba por las calles, con todo el gentío yendo de aquí para allá. Había preguntado indicaciones para llegar al mercado, donde una amable anciana le había respondido dándole la dirección correcta. Llevaba, la chica, su mochila a la espalda. Eses días se había dedicado, tras una parada en otro lugar, a hacer más medicamentos que podría vender para intentar sacar algo de dinero. Al fin y al cabo, aunque podía cazar en el océano, a veces a una chica se le antojaban otro tipo de cosas más refinadas. O sustanciosas. Como una buena carne asada o algún animal a la brasa o a la parrilla. Pensar en eso ya se le hacía la boca agua. Con suerte, si conseguía ganar lo suficiente, podía darse un pequeño banquete en alguna taberna cercana. E, incluso, guardar algo más para ahorrar.

Gracias también al bullicio mañanero, no tardó en encontrar la plaza del mercado, donde variopintos puestos se elevaban para disfrute de su clientela. Frutas, verduras, telas exóticas, especias. Todo era un espectáculo para los sentidos. El aroma, la algarabía animada que había. La gente debatiendo, regateando o haciendo sus compras diarias. Los ojos azules de Asradi viajaban de aquí para allá, totalmente fascinada por ello. No estaba habituada a tanta gente, mucho menos teniendo el cuidado de ocultar lo que era, pero no podía negarse a sí misma que todo aquello le resultaba refrescante. Sobre todo para alguien que no había solido abandonar, hasta ahora, los espesos bosques marinos de las profundidades, donde su clan se refugiaba.

Una sonrisa esplendorosa se asomó en los labios de Asradi. Sobre todo cuando encontró, al fin, a un vendedor ambulante que ofrecía algunos medicamentos. Tras un rato de charla intercambiando información sutil sobre lo que él vendía y lo que ella conocía o sabía hacer, Asradi se percató de que algunos eran bastante exóticos.

De hecho, al examinar un frasco que prometía curar "cualquier mal", Asradi frunció el ceño.

¿De verdad crees que eso funciona? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y desconfianza en su voz.

El vendedor, sorprendido por la perspicacia de la mujer, intentó mantener la compostura.

Por supuesto, señorita. Mis remedios son los mejores de la región. He ayudado a muchos con mis elixires.

La expresión de la chica no parecía muy convencida con la escueta respuesta por parte del hombre. Ella no era la sanadora con más experticia, ni mucho menos. Pero sabía que, a día de hoy, no había ningún medicamento capaz de curar cualquier mal. No, cada enfermedad tenía su antídoto o medicamento concreto. Pero... ¿Uno que sirviese para todos?

La mirada de Asradi se entornó.

¿Me estás intentando timar? — No pudo evitar mencionar, con una ceja enarcada. No solía tener pelos en la lengua cuando se trataba de esas cosas. Y eso, generalmente, le solía traer problemas. — ¿Qué compuestos lleva? — Interrogó, al momento, notando la clara incomodidad del hombre.

Esa coloración parduzca no le convencía mucho, pero tampoco podía juzgar el mejunje solo por su color. Porque dependía de muchas cosas.

Alrededor, alguna gente había escuchado, y ya estaban acercándose para poner la oreja. O para meter cizaña, si la ocasión lo requería.
#1
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Verano, Día 20 del año 723, Mañana.
 
Recordé Rostock, una mañana recién llegada donde cada día era plácido y tranquilo en un lugar que parecía imperturbable, al tiempo de no ser por el colapso de la madera que lenta, pero inexorablemente era carcomida por la humedad de la bahía.
En este pequeño pueblo costero, ocurrían muchas más cosas de las que éramos capaces de vislumbrar con nuestros ojos, pero al mismo tiempo, parecía paralizada en una eterna rutina que, en cierto modo, arrojaba una sensación extrema de tranquilidad.

En aquel pequeño pueblo costero, ocurrían muchas más cosas de las que éramos capaces de vislumbrar con nuestros ojos; pero al mismo tiempo, todo allí parecía paralizado en una eterna rutina que, en cierto modo, arrojaba una sensación extrema de tranquilidad. Los días se sucedían uno tras otro, cada amanecer deslizándose en un cielo pálido que apenas cambiaba, como si el tiempo mismo hubiera decidido posponer su avance. Sin embargo, poco a poco, sentía cómo mi tiempo en aquel lugar llegaba a su fin. Era una certeza suave, como el roce del aire frío al atardecer, un presagio de que mi estancia allí no podía prolongarse para siempre.
 
Quizá Rostock tenga un simbolismo oculto. Algo que atrae a las almas destinadas a grandes logros, a individuos peculiares como si de mariposas en búsqueda de un néctar se tratasen. Quizá, como otros viajeros, era hora de dejar la facilidad de esta isla y emprender camino hacia un nuevo sino... 

Retornando a mis pensamientos más claros, avisté la luz tenue del albor asomarse a través de la privilegiada vista de mi ventana mientras aún me desperezaba entre los libros y códices que había recopilado a través de este tiempo.
La mayor parte de ellos relataban acerca de épicas aventuras legendarias, o de hitos del folklore local, a los que se mezclaban ciertos estudios médicos y algunos avances científicos.
Siempre había sido ducho en estos temas, pues, por el contrario, de la orientación particular de la familia, mucho más centrada en el mundo de los negocios y de los contactos, yo no buscaba voluntariamente ese estímulo social que otros sí hacían.

Quizá era una naturaleza más introspectiva la que me movía, o quizá el tedio de encontrar un juguete roto en la psique de aquellos con los que me relacionaba, con el que no merecía la pena esparcirse. La lectura, sin embargo, siempre traía una reflexión, un sentido progresivo y un entretenimiento más loable.

Con cierta gracia, levanté de las garras translúcidas de las sábanas que se aferraban ligeras a mi cuerpo desnudo, destacando ante la fina y dorada luz que atrevía a iluminar una espalda donde lo único que separaba el mito de la auténtica creación era un patrón de pequeños lunares, similares a una constelación, que se repetían ocasionalmente por mi cuerpo en forma de pequeñas galaxias. Procedí a revolverme el oscuro cabello, entornando ligeramente unos ojos cansados mientras a firme paso me dirigía a la ducha instalada en la lujosa pensión.


Tras las reflexiones bajo el agua que cavilaban en mi mente fruto de los intrincados teoremas y escritos que había leído en la noche, centrándome por completo en ellos mientras me acicalaba y vestía, procedí a salir de la estancia, abandonando definitivamente el lugar sin remordimiento, y acompañado de un amplio maletín de color oscuro y discreto de piel que contenía mis ropajes restantes y adquisiciones.

Deambulé ante las aún dormidas calles de la parte más urbana de Rostock, donde mis zapatos de suela dura generaban una melodía suave, pero agradable contra el suelo de canto rodado del que se componía el pueblo. Vestido con un atuendo consistente en una camisa blanca de mangas algo holgadas a los que un chaleco oscuro con tallaje y grabado florlisado en un tono zafiro y unos pantalones de color caoba oscuros con corte se sumaban. Un pequeño pañuelo de seda de color azul más intenso se situaba en mi cuello.

Me disponía a acercarme a la plaza, la cual era la vía más directa, pero también era día de mercado, y eso suponía que debía compartir mi espacio con numerosos comercios y con la totalidad del gentío que se disponía en las calles. Una faena que no había previsto.
La mala fortuna se cernió una vez más, pues un hombre de cierto tamaño y con una cicatriz pronunciada por la barbilla y un cabello fuerte le recorría tanto la cabeza como la barba en un castaño tono y de manera frondosa, aprovechó la cobertura que la marabunta de gente ofertaba y en un rápido movimiento se hizo con mis pertenencias y continuó corriendo atravesando a la gente.

Tomé un par de segundos, donde una mueca de gesto vago y cansado y ojos al cielo podían hablar más de mi semblante que cualquier otro apartado de mi físico podría ofertar. Tras ello, tomé un rápido e improvisado giro sobre mis pasos y comencé a seguir al maleante, esquivando a la gente que se avecinaba con la gracilidad de un fantasma.
Aunque el hombre era un asaltante claramente versado en los hurtos, yo me había criado en el mismísimo infierno de la opulencia teñida de sangre, donde el precio de una vida no era mayor que el del tiempo que tuviera de obsolescencia.

Rápidamente, transitamos a través del distrito comercial con urgencia, aunque la diferencia entre ambos fue evidente cuando alcancé al maleante, y de un rápido impacto, una rápida patada cruzó su torso como el impacto de una flecha, mientras la propulsión de mi salto y la velocidad de la carrera nos lanzaba contra un tenderete de ungüentos, remedios y hierbas de todo tipo, volando todo por los aires y derribando parte del establecimiento.

— Creo, amigo, que decidiste robar al turista inadecuado ¿Verdad? — comenté incorporándome al movimiento, mientras rascaba mi cuello en posición de duda. El hombre yacía inerte fruto de la inconsciencia, aun con el maletín entre sus brazos. Mi cara demostraba cierto alivio sibilino.
 
Los ruidos provenientes del gentío susurraban poco disimuladamente el cotilleo y pronto hacían contrapunto imitativo de la cuestión acontecida, mientras yo recogía con cierta calma, ante la atónita mirada de los viandantes, algunas flores que se habían caído y cuyos contenedores no habían sobrevivido.

De un rápido vistazo, casi como el giro preciso de un autómata, dediqué una mirada furtiva, pero no amenazante a la doncella que se encontraba a mi lado, y que tenía próximo a un hombrecillo enjuto que se encontraba boquiabierto ante la eventualidad.

Oh, buenos días… ¿No os parece que la delincuencia se está poniendo por las nubes últimamente? — comenté al tiempo que con las flores tomadas terminaba de formar un pequeño ramo y se lo ofrecía a la muchacha que se erguía frente a mí, la cual se encontraba ataviada con una gran falda de alto vuelo y una prenda de piel en un patrón que recordaba a escamas. Le dediqué una mirada fría, pero cálida al mismo tiempo, ofreciendo una de mis mejores sonrisas acompañada de un tenue movimiento de cabeza como saludo, haciéndola objetivo de mi atención e ignorando al ofendido vendedor.
#2
Asradi
Völva
La nube de la incertidumbre se cernía en torno a aquel corrillo que se había formado alrededor del puesto de hierbas y medicamentos naturales. O supuestamente naturales, porque a estas alturas y con la reacción que había tenido el hombre, Asradi ya no se fiaba. Y se le notaba abiertamente por cómo miraba al hombrecillo que, muy descaradamente, había intentado timarla. A ella. Obviamente el tipo no sabía con quién se estaba metiendo, aunque ella tampoco lo sabía. A veces se arriesgaba demasiado y no lo tenía en cuenta.

El túmulo de voces comenzó a alzarse, algunos increpando al tendero, otras increpándole a ella y haciendo también que tensase un poco la espalda en el proceso. Claro que no pretendía tener problemas, pero tampoco iba a consentir que le intentasen timar. El sol que arreciaba con una temperatura agradable hasta ahora, fue comenzando a oscurecerse. Como si húmedas nubes de tormenta decidiesen que ya había robado demasiado el espectáculo. Por inercia, la sirena miró hacia arriba cuando esto sucedió. Y frunció el ceño apenas porque no vió nubes como tal. Vió una sombra volando.

¿Qué...?

Apenas y tuvo tiempo de reaccionar, solo para apenas hacerse a un lado, cuando una mole cayó con fuerza y brutalidad sobre el puesto del mercadillo. Ese en concreto, donde ella se encontraba. Los ojos azules, tormentosos en ese momento, de la mujer se posaron en el pobre interfecto que había aterrizado ahí. Y donde continuaba tirado, espatarrado cual trapo vapuleado entre los trozos de astillas, madera, mejuntes y cristales. No fue eso lo que le preocupó en sí, sino el escuchar unos pasos cerca suya. Por inercia su espalda se envaró un poco, y su mirada siguió a un hombre de apariencia joven y demasiado arreglada para su gusto. El chico se adelantó para agarrar el maletín que yacía, todavía, en la mano del caído.

¿Un ajuste de cuentas? ¿Un ladrón, quizás? No era su asunto. Ella había ido ahí de compras y bueno... Sus compras se habían destruído. Literalmente. Al menos todavía no había pagado ni una mísera moneda.

En un momento dado, sus ojos se cruzaron con los del recién llegado. No le importaron sus ropas, ni sus acciones, pero afiló un tanto la mirada cuando contempló la del chico. Había algo llamativo y extraño al mismo tiempo, sobre todo cuando, muy caballerosamente, se dirigió a ella. Una ligera sonrisa se formó en los labios sonrosados de la pelinegra. Tomó las flores ofrecidas, pero aún así no le quitó la mirada de encima al chico.

¿Verdad? Cada vez parece que son más descarados intentando robar o estafar a la gente. — Sus palabras fueron punzantes, dirigidas al hombrecillo que, refunfuñando, se iba retirando del lugar. No quería ya más líos de los que tenía encima.

De reojo, miró ella el tipo de flores que le habían sido entregados. Las analizó durante un par de segundos comprobando que, aparentemente, solo se trataba de una especie común y corriente.

Aunque creo que tampoco es muy normal que aparezca gente volando en una mañana tan buena como esta. — Asradi mantenía la sonrisa. Era una suave, bonita, pero también se le notaba una desconfiada cortesía al respecto.

La situación era bizarra, como poco. Al menos, la muchedumbre fue desperdigándose. El tumulto y el destrozo provocado no tardaría en llamar la atención de las fuerzas de la Marina, probablemente. Y no tenía ganas de verse envuelta en algo como eso. Ni que la interrogasen.

Parece que mi día de compras ha terminado. — Murmuró, con un suspiro.

No había encontrado nada bueno allí.
#3
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Quizá no fue la mejor aproximación a conocer a nadie, pero bien es cierto que el destino tiene una vía caprichosa para unir dos caminos, y esta fausta situación era símbolo de algún tipo de ventura extraña. No pude evitar pensar que los giros de la vida, en su naturaleza indescifrable, esconden siempre un propósito mayor, incluso cuando parecen simplemente accidentes fortuitos.

Mientras la muchacha hablaba, me retiraba manteniendo cierto contacto ocular ocasional como símbolo de importancia y préstamo de atención en su discurso, mientras solo desviaba la mirada mutua para buscar el maletín que había sido sustraído y que yacía sobre el desafortunado ladrón. Observaba con calma el entorno, calculando cada movimiento, como si cada detalle que pudiera pasar inadvertido tuviese un papel fundamental en la ópera que representaba.

Ciertamente, esta es una gran ciudad, y donde existe la ocasión, anida la oportunidad... — comentaba mientras esbozaba una casi tierna sonrisa al finalmente reconquistar mi maletín de los brazos de aquel sujeto. Giré mi mirada hacia la muchacha, esta vez con una expresión más relajada, como quien termina una tarea ardua y se permite un respiro antes de continuar. Adopté la total verticalidad, recobrando no solo la compostura física, sino también cierta sensación de control sobre el desenlace del día.

Tomé unos segundos para golpear mi pierna izquierda levemente y con ello levantar una ligera nube de polvo de mi indumentaria. Repetí el gesto en el hombro opuesto, como si con cada sacudida borrara la tensión acumulada en los últimos minutos. Mi caminar, desairado, pero resuelto, se dirigió hacia la mujer de cabello oscuro, observando de reojo sus reacciones, midiendo la tensión en su postura y su distancia social. El instinto me indicaba que, a pesar de su aparente calma, había una vigilancia latente en sus movimientos, como si ella también estuviese sopesando mis acciones con igual atención.

Siento haber arruinado tu día de compras, aunque, por otro lado, poco ibas a obtener con esto — mencioné con una leve sonrisa irónica, mientras tomaba con mi mano derecha un frasco que, por fortuna, había escapado al caos del disturbio. Lo observé con detenimiento, girándolo entre mis dedos para examinar su contenido, notando el tono grisáceo y el aroma extraño que emanaba de su interior. — Esto se vende como antibiótico pétreo, pero por su color gris oscuro y su olor a quemado, creo que es ceniza y no sulfa... — continué, llevando el frasco más cerca de mi rostro, como si el análisis se hubiera convertido en un pequeño experimento científico improvisado. Alzando la vista, le dediqué una mirada cómplice, la clase de mirada que compartes con alguien que ha vivido lo suficiente para identificar los engaños del mundo.

Con una ligereza casi lúdica, me acerqué un poco más, pero sin traspasar esa línea invisible que delimitaba la comodidad mutua. Aun manteniendo la prudente distancia, lancé el frasco en una curva calculada, esperando que la muchacha lo atrapara sin dificultad. El movimiento levantó una fina nube de polvo, añadiendo un sutil toque dramático al gesto. Traté de darle un aire de juego a la situación, como si con ese pequeño reto implícito le ofreciera una forma de redimir la experiencia de una forma más entretenida.

Por otro lado... quizá deberíamos movernos de aquí. Tengo entendido que en esta isla de vasta presencia gubernamental, te enchironan por nada — proseguí, adoptando un aire pensativo, con la mano bajo el mentón y la mirada vagamente dirigida al cielo, como si de repente me hubiese sumergido en una reflexión profunda sobre la naturaleza de las autoridades locales. — Conozco una cafetería no demasiado lejos de aquí. ¿Te apetecería acompañarme? — añadí, extendiendo mi mano con un gesto que, aunque pretendía ser casual, llevaba una carga de genuino interés. Era una invitación que mezclaba cortesía con una pizca de intriga, dejando entrever una naturaleza compleja que navegaba entre la calidez y la frialdad con igual destreza.

Mi nombre es Terence, perdona no haberme presentado antes — finalicé, acompañando mis palabras con un breve gesto de asentimiento, tan sutil como calculado. Mi mirada se mantenía firme, faustiana, sin presión ni prisa, mientras esperaba su respuesta consciente de que aquel encuentro fortuito podría dar desenlace a un interés fortuito.
#4
Asradi
Völva
Mientras compartían unas pocas y escuetas palabras, en lo que el chico también parecía también interesado en recuperar el maletín, Asradi no le quitaba la vista de encima. Más que nada por precaución. Loguetown era una ciudad con población variada, estaba sola y desconocía muchas de las zonas. O de las intenciones que algunos o algunas pudiesen tener. Contempló en silencio como el chico trajeado se hacía con el objeto con tranquilidad. Asradi supuso que el grandullón que había volado, literalmente, hacia el puesto de mercado, se lo había robado. Esa era una forma rápida de recuperar lo que era de cada uno. No iba a juzgarle ni a culparle. Ella tampoco habría sido amable si un tipo como ese le hubiese intentado hurtar. En realidad, casi no lo había sido con el hombrecillo que había tratado de timarla.

La oportunidad anida en todos lados, no solo en las grandes ciudades. — Adjuntó la pelinegra, contemplando los restos de frascos que, ahora, yacían esparcidos y abandonados por el suelo. El tendero ni tan siquiera se había molestado en recuperar parte de la mercancía. Lo que ya le daba a entender que no le suponían una gran pérdida.

Una estafa piramidal, sin duda alguna.

Con unos movimientos delicados y sutiles de sus manos, Asradi se acomodó un poco la larga falda, ajustándola bien para que no mostrase nada indebido. En su caso, la cola de sirena que ocultaba bajo los vuelos de la tela. Una que, al menos, no transparentaba nada. Se giró levemente para, ahora, quedar frente a frente con el varón, una vez éste acortó distancias para con ella, tras haber recuperado su objeto.

Los ojos oceánicos de Asradi se posaron en los contrarios, quizás ahondando un poco, pero nada más que eso. Tanteándole. Y, de todas maneras, sonrió brevemente ante sus palabras.

No has sido tú el que ha arruinado nada, precisamente. — Siguió, con la mirada, el frasco que, ahora, el otro tomaba delicadamente entre los dedos. Sí, era uno en los que ella se había fijado desde un inicio. — No es sulfa, ni tan siquiera el color es cercanamente similar. — Asintió a las palabras de él, dándole la razón. No se podía utilizar como antibiótico. Tal y como ella había pensado, era un grandioso timo con el que su dueño trataba de lucrarse a costa de la salud y la desesperación de otras personas que sí tenían necesidades.

Con un movimiento certero, la fémina atrapó el frasco cuando fue lanzado, suavemente, hacia ella. Una vez en su mano, lo contempló de manera más directa. Incluso se atrevió a abrirlo y a oler de manera discreta. No, definitivamente, eso ni tan siquiera tenía un compuesto medicinal. La ceniza era buena para exfoliaciones dérmicas. Pero no para ingerir o para utilizarla para otra cosa que no fuese la ya explicada.

Aún así, aunque pudo haber desechado ese frasco en el momento, la sirena se lo guardó entre sus pertenencias. Lo analizaría cuando estuviese a solas y en un lugar adecuado para ello. No iba a usarlo con fines médicos, simplemente porque no servía. Pero tenía curiosidad por saber cuáles compuestos eran los que tenía en su interior.

Sería muy injusto encerrar a unos civiles que nada tuvieron que ver. — Lo dijo al aire, con una sonrisa entre divertida y entretenida por la situación. Sí, sus compras quizás se habían arruinado pero todavía el día era largo y había muchas cosas que aprender y ver por delante. Y conocer.

Quizás como el chico que, ahora, se presentaba como Terence y la invitaba a continuar la charla en una cafetería cercana.

Claro, te acompaño. — Tras mirar unos momentos a su alrededor, y asegurarse de que nadie les seguía o no les habían prestado atención, acompañó al varón hacia el establecimiento que él escogiese.

No te preocupes, la situación no daba pie a presentaciones en ese momento. — Siguió los pasos de Terence cuando comenzaron a alejarse del lugar. — Un placer, yo soy Asradi. — Una sonrisa suave y cándida se esbozó en los labios sonrosados de la susodicha.

Ahora bien, aunque sí se dispuso a seguir a Terence, el caminar de ella era un tanto peculiar. Casi como dando pequeños y adorables saltitos. Muchos la habían confundido o pensando que se trataba de una persona tullida. Algunos la habían mirado con pena en sus ojos al estilo “Pobre, tan joven y lisiada”. O con comentarios similares. Asradi prefería que pensasen eso a arriesgarse a que descubriesen lo que era realmente. Si estuviese cerca del mar, no tendría problema. Pero en el corazón de una ciudad... Era como ofrecer, a mano abierta, un cofre del tesoro a un pirata.

No podía arriesgarse.

Y dime, Terence. ¿Eres oriundo de Loguetown o solo estás de paso? — Continuó con la conversación, de camino a la consabida cafetería.
#5
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Un placer conocerte, Asradi. — pronuncié su nombre con una cadencia medida, como quien saborea una palabra por primera vez, intentando descifrar sus matices. El sonido resonó en el aire, pero mi atención estaba dividida entre sus movimientos y las preguntas que aún se agolpaban en mi mente. Su caminar, tan peculiar, casi como una danza disimulada, me intrigaba. Había algo en esa cadencia irregular, en esos pequeños saltitos que parecían más que simples pasos. Era como si cada gesto contuviera un secreto, una verdad oculta bajo capas de aparente normalidad.

A su lado, me aseguraba de no apresurar el ritmo, adaptando mi andar a su singular paso, observando de reojo cómo sus pies rozaban el suelo de una manera que, aunque sutil, traicionaba una naturaleza diferente. Mi mirada, por momentos perdida en la arquitectura de la ciudad, volvía siempre a sus movimientos, como si de alguna manera estos pudiesen revelarme lo que sus palabras no decían. Loguetown, con sus callejones oscuros y su atmósfera cargada de historias no contadas, se erguía a nuestro alrededor como un escenario dispuesto a ser testigo de nuestra conversación.

Estoy de paso — respondí finalmente, sin desviar la mirada. Mi tono era casual, casi desinteresado, pero en el fondo, cada palabra estaba calculada. No tenía intención de revelar más de lo necesario. 
Aunque esta ciudad tiene sus encantos... si uno sabe dónde mirar — añadí con una ligera sonrisa, un comentario que pretendía ser inocente, pero que llevaba una carga soterrada de significados.

El paisaje de la ciudad parecía reflejar el ritmo de nuestra conversación. Las sombras de la tarde se extendían, envolviendo los edificios con un velo casi táctil, como si la noche quisiera arroparnos en su manto. Esta no era una ciudad cualquiera; era una encrucijada de destinos, un crisol de intenciones que se mezclaban bajo la superficie de su bullicio cotidiano. Lo que para otros era un simple tránsito, para mí era un terreno fértil de posibilidades, un espacio donde las alianzas se tejían en las sombras y los pactos se sellaban con palabras veladas.

La muchacha caminaba a mi lado, su figura destacando entre los transeúntes que deambulaban por las calles como sombras sin rostro. Cada uno de ellos, tan absorto en su propia existencia, parecía ignorar la coreografía cuidadosamente ensayada que se desarrollaba entre nosotros. Yo, en cambio, no dejaba de prestar atención a cada detalle: el murmullo de las conversaciones a nuestro alrededor, el sonido lejano de las campanas de algún puerto cercano, y, sobre todo, la respiración pausada de la doncella, y el paso convaleciente que portaba mientras avanzábamos hacia la cafetería.

El lugar que escogí no era fruto del azar. La cafetería, escondida entre las callejuelas de Loguetown, era un refugio discreto, un lugar donde los secretos podían deslizarse con la misma facilidad que el aroma a café flotaba en el aire.  Además de que su café y té estaban entre los más selectos del lugar, ya que trabajaban con una materia prima excelente.

Nos sentamos junto a una ventana, donde la luz de la calle se filtraba de manera tenue, creando sombras que jugaban sobre la mesa. Observé cómo Asradi se acomodaba en la silla frente a mí, cada uno de sus gestos medido, cada movimiento acompañado de una elegancia casi ensayada. ¿Era eso lo que la hacía tan intrigante? ¿La sensación de que, a pesar de su aparente franqueza, siempre había algo más, algo escondido bajo la superficie?

Entonces, Asradi — dije mientras cruzaba las piernas y tomaba la taza de café con una calma estudiada — ¿Qué te trae a esta ciudad? Algo me dice que no es solo por curiosidad turística. — repliqué, señalando a la calle por la que habíamos venido, con un tono cordial que contenía una sutil insinuación de lo que realmente deseaba saber. En este tipo de conversaciones, lo importante no era solo lo que se decía, sino lo que se dejaba entrever, las grietas en la fachada que podían ofrecer un destello de la verdad oculta.

La camarera depositó las tazas frente a nosotros con una eficiencia silenciosa, dejándonos nuevamente solos en nuestra pequeña burbuja de privacidad. El vapor del café ascendía en espirales lentas, y durante unos momentos dejé que el silencio se asentara entre nosotros, permitiendo que la conversación tomara forma de manera natural. No era necesario apresurarse; sabía que, tarde o temprano, las palabras encontrarían su camino.

Mis ojos se mantuvieron fijos en la joven mientras ella contemplaba el café. Había algo en su manera de sostener la taza, en cómo sus dedos la rodeaban con una delicadeza que contrastaba con la dureza de este entorno urbano. Esa dualidad me intrigaba. Ella parecía ser consciente del espacio que ocupaba en el mundo, pero al mismo tiempo, daba la impresión de que estaba lista para adaptarse, para desvanecerse en las sombras si la situación lo requería. Esa flexibilidad, esa capacidad de moverse entre lo visible y lo oculto, me resultaba fascinante.

Mientras ella tomaba un sorbo de su bebida, aproveché para dejar que mi mirada vagara brevemente por el interior del local. Las otras mesas estaban ocupadas por figuras anónimas, personas cuya presencia era tan efímera como las palabras que intercambiaban. Parejas inmersas en conversaciones triviales, individuos solitarios absortos en sus pensamientos, todo formaba parte del paisaje de fondo. Sin embargo, mi atención siempre regresaba a ella, y a la sensación persistente de que había mucho más detrás de esa fachada tranquila.

Los negocios siempre traen consigo sus propios riesgos y recompensas, ¿no es así? — repliqué con una sonrisa leve. Mi intención no era presionarla, pero tampoco podía evitar seguir tirando de ese hilo, curioso por descubrir hasta dónde llegaba. Sabía que, al igual que yo, ella estaba midiendo cada palabra, cada gesto, tratando de equilibrar lo que mostraba y lo que mantenía en las sombras. — Ya viste a nuestro amigo de la estafa. — continué con una risa acompañada y cordial.

A medida que la conversación avanzaba, me permitía pequeños momentos de introspección, analizándola no solo como una posible aliada o adversaria, sino como un enigma en sí misma. Había conocido a muchas personas en mi vida, cada una con sus propias capas de complejidad, pero pocas veces había encontrado a alguien que supiera manejar las máscaras con tanta destreza como Asradi. En este tipo de interacciones, donde lo importante era lo que se ocultaba, más que lo que se revelaba, podía ver reflejada mi propia habilidad para jugar con las apariencias.

La noche comenzó a caer lenta sobre Loguetown, y la luz en el interior de la cafetería se volvió más tenue, más íntima. El tiempo parecía haberse ralentizado a nuestro alrededor, como si el mundo exterior se hubiese desvanecido momentáneamente, dejándonos solo a nosotros dos en ese espacio compartido. Sabía que nuestra conversación estaba lejos de haber terminado, que había mucho más por descubrir en los silencios y las pausas que se extendían entre nosotros.

Finalmente, decidí dar un paso más hacia la oscuridad que envolvía nuestras palabras, continuando el devenir conversacional. — Y dime chiquilla, ¿qué tipo de negocios te han traído aquí? — mi pregunta, aunque formulada con un tono ligero, estaba cargada de una intención más profunda. Quería ver cómo respondería, cómo manejaría esa pequeña prueba que le estaba imponiendo. En situaciones como esta, la respuesta no siempre era lo más importante; a veces, lo que realmente revelaba la verdad era la manera en la cual se respondía.

Sus ojos se encontraron con los míos, y durante un breve momento, sentí como si el aire entre nosotros se hubiera tensado ligeramente, como la cuerda de un arco a punto de ser soltada.
#6
Asradi
Völva
Asradi no era imbécil. Durante el trayecto había sido consciente de como Terence la mirada, quizás de manera disimulada. Pero el caminar de la chica era peculiar, aunque no parecía saberse el porqué a simple vista. La de oscuro cabello intentaba resguardar ese pequeño secreto con fiereza. Con la misma fiereza que un tiburón hambriento desgajaría, sin dudarlo, la carne de su presa. ¿Era Terence una presa u otro depredador? La mirada de la peculiar mujer sospechaba lo segundo y, precisamente por eso mismo, tendría que ser más cuidadosa de lo habitual. Los mejor aparentados, generalmente, eran los que peores intenciones tenían. A otros era fácil adivinarlo, pues se veía a simple vista. Pero los primer mencionados... Eses eran los peligrosos. ¿Sería Terence uno de ellos? Por algún motivo su curiosidad le instaba a querer averiguarlo. Tendría que jugar bien sus cartas y, al mismo tiempo, siempre buscar una ruta de escape fiable. Estaba en una ciudad desconocida, aunque había escuchado hablar de Loguetown. Y, precisamente por la fama que el lugar ya tenía, es que debía ser extremadamente cuidadosa. Ni siquiera de la Marina podía fiarse. Al fin y al cabo, la corrupción estaba en todos lados.

También era consciente de que levantaba algunas miradas, quizás por su peculiar caminar, quizás por el atractivo que, como sirena, hacía que los más débiles de voluntad virasen siempre hacia su presencia. Quizás por otra cosa. Prefería no pensar en ello.

Mientras, procuraba que la conversación fluyese, también escuchando a Terence en lo que recorrían una distancia que, inicialmente, parecía agradable. Y en la que ella se iba fijando también, memorizando el camino. Era un acto reflejo de supervivencia. Su ropa, holgada y que ondeaba graciosamente a cada “paso” que ella daba, ayudaba a ocultar también la aleta dorsal que nacía en su baja espalda.

Todo lugar tiene sus encantos, buenos y malos. — Fue la respuesta que le dió al chico que, ahora, la acompañaba. Asradi tenía una sutil mirada puesta en él, de vez en cuando. Parecía joven, aunque quizás de más edad que ella. ¿Eso importaba? Definitivamente no. Cualquiera podía demostrar tener dos caras. La misma sirena incluída.

Se fijaba, también, en el resto de transeúntes. Personas que vivían en Loguetown y en esas calles desde hacía años, el trajín del día a día. Otros que, simplemente, eran turistas, o estaban de paso tal y como ellos. Tras unos cuantos callejones, llegaron a la cafetería que el chico había mencionado. El aroma del café en el aire ya evidenciaba lo acogedor del lugar. Era como un pequeño islote en el que descansar y perderse un poco, en medio del océano. Se adentraron y la fémina miró a su alrededor, no sin cierta cautela. A esas horas, donde las luces de la tarde jugaban y danzaban entre luces y sombras, ayudaba a que el establecimiento no estuviese, por ahora, demasiado lleno. Algo que también hizo que, muy sutilmente ella se relajase. Básicamente porque podría estar más al pendiente de su peculiar acompañante. ¿Por qué la había invitado? ¿Por simple cortesía o por algo más? De hecho... ¿Existía la mera cortesía en el mundo? Lo que ella había visto, al menos hasta ahora, es que siempre había un motivo o un interés oculto detrás de cada amabilidad. Era triste, pero era la realidad del mundo actual. Aunque, si tenía que ser sincera, se había encontrado con excepciones. Se contaban con los dedos de las manos, sí, pero las había.

Con excelso cuidado, y con un movimiento casi etéreo, se sentó en la silla justo al frente de Terence. Ahora ambos podían mirarse directamente a la cara, a los ojos. Y el estar cerca de la ventana también le ayudaba a vigilar, a su manera, los alrededores. Fueron un par de cafés los que pidieron, y que les fueron servidos a los pocos minutos. Los ojos azules de la sirena se posaron, con una tonalidad bella y calma, casi pensativa, sobre el humeante y acogedor líquido que reposaba en la taza. Olía bien, y el calor que emanaba hacía que quisiese probarlo. Sujetó con delicadeza la taza y sopló un par de veces. Las manos de ella se veían suaves, pequeñas y hermosas. De doncella. Poco podía imaginarse Terence lo que eses dedos podían hacer. Sanar y matar. Una extraña y muy necesaria dualidad.

Está muy bueno. — Murmuró tras haber dado el primer y comedido sorbo, dejando que la candidez del espumoso café bajase por su garganta, de forma agradable. — En cuanto al tema de los negocios... — Continuó con esa conversación, dejando el objeto de nuevo en su lugar y sintiendo que los dedos le cosquilleaban graciosamente debido al calor proferido por la loza donde reposaba, todavía, la mitad del café. — Cada uno debería ser consciente de los riesgos que corre cuando intenta movimientos tan... desleales como ese.

No pudo evitar que un gesto de desagrado, muy sutil aunque notorio, se formase en su rostro, volviendo a clavar su mirada azul oceánica sobre los ojos de Terence.

Al fin y al cabo, ¿no dice el dicho que se coge antes a un mentiroso que a un cojo? — Una suave curvatura, casi irónica, se formó en su faz, en una franca y certera sonrisa. Los rasgos de su cara eran delicados, como si estuviesen esculpidos en roca marina por alguna especie de artista. Pero lo más llamativo de Asradi era su mirada. Eses ojos azules tan cambiantes. Que a veces mostraban la quietud del océano, de un limpio y brillante color zafiro. Y, otras veces, se tornaban grises y oscuros cuan terrible tormenta.

Con un nuevo movimiento calculado, volvió a tomar otro delicado trago del café, dejando que su candor la reconfortase a medida que las luces del día iban bajando y dando lugar a más sombras en el exterior.

No he venido aquí por ningún tipo de negocio en particular. Como tú, solo estoy de paso. — Eso era verdad. No parecía llevar nada más consigo que lo que tenía puesto en ese momento. Ni tan siquiera una mísera maleta. Solo una mochila forrada por dentro para que no le entrase el agua cuando se sumergía. Eran especiales y las hacían en la isla Gyojin. Ya tenía sus años, pero era un objeto querido para Asradi.

Me detuve en ese puesto porque estoy interesada en la medicina local. Tengo algunos conocimientos, pero el mundo es amplio y siempre se sigue aprendiendo al respecto. — Clavó su mirada, su atención, en Terence, escudriñándolo con ella. Como un tiburón al acecho. — Aunque parece que resultó ser un fiasco.

Se rió ligeramente, encogiéndose de hombros. A pesar de lo sucedido, no parecía del todo desilusionada. Loguetown era una ciudad grande, seguramente encontrase otros puestos o pudiese preguntar en consecuencia.

¿Y qué hay de ti? ¿Qué te trajo específicamente a Loguetown? Aparte de andar lanzando gente por los aires. — Mencionó, entretenida.
#7
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Me permití observarla en silencio mientras sus palabras flotaban en el aire, con la ligereza de una brisa marina. Asradi. Su nombre se deslizaba en mi mente, como una melodía que se repetía en un eco suave. Era astuta, lo suficiente como para jugar a este juego de máscaras conmigo, pero también lo suficientemente prudente como para medir sus palabras con el mismo cuidado que yo. Eso era lo que la hacía interesante; no era solo su apariencia o la peculiaridad de su caminar, era la manera en que su mente parecía danzar junto a su cuerpo, jugando con las sombras de la conversación, siempre buscando una salida, siempre alerta.

Cuando mencionó su interés en la medicina, no pude evitar notar cierta resonancia, y sonreí de manera casi jovial. No pude tampoco evitar reírme con autenticidad ante la expresión tan negra que realizó mostrando su minusvalía, lo que tomaba cierta idea de qué le pasó.

 ¿Puedo preguntar acerca de aquello?— repliqué mostrando curiosidad sobre su dolencia, al tiempo que señalaba con el dedo índice de la mano libre posándolo sobre la mesa de los cafés y claramente refiriéndome a su lesión. No podía ocultar la gran cantidad de libros de anatomía que había leído durante mi infancia y que el cuerpo humano siempre había resultado interesante, así que en un pensamiento casi arborescente, trataba de intuir el tipo de lesión o, quizá, el cómo solventarla.

Mis ojos se encontraron con los suyos, esos ojos azules que parecían contener la vastedad del océano, cambiantes y profundos, capaces de oscilar entre la calma y la tormenta. Era fascinante cómo una simple mirada podía contener tanto, como si cada parpadeo escondiera un sinfín de pensamientos no expresados. Podía sentir la tensión en el aire entre nosotros, como si estuviéramos en el borde de algo, una línea invisible que ninguno de los dos estaba dispuesto a cruzar todavía.

La medicina es una ciencia noble, sin duda — respondí con una ligera inclinación de cabeza, sosteniendo la taza de café entre mis manos, dejando que el calor me anclara al momento. — Pero, como bien dijiste, el mundo es amplio, y no todas las lecciones se aprenden de la manera más agradable. A veces, el verdadero conocimiento se encuentra en lo que no sale como se espera. — continué, agradable, con una mirada que parecía casi melosa, posando el brazo en la mesa con el codo cortante a esta, y sujetando mi cabeza de manera interesada, como un niño escuchando una historia.

Sabía que mi comentario tenía un doble filo, y quería ver cómo lo manejaría. La observé mientras tomaba otro sorbo de su café, con esa elegancia calculada que parecía tan natural en ella. Era como si cada uno de sus movimientos estuviera diseñado para mantenerme intrigado, para no mostrar demasiado, pero tampoco lo suficiente como para que yo perdiera el interés. Un delicado equilibrio, uno que solo aquellos que habían aprendido a sobrevivir en las sombras sabían mantener.

Su risa ligera, acompañada de ese comentario sobre mi pequeño incidente con el estafador, me sacó una sonrisa. Ah, sí, lanzar gente por los aires. Un acto de fuerza que podría haber revelado más de lo que me habría gustado, pero que, en ese momento, me había parecido la opción más eficiente. No obstante, su tono entretenido indicaba que no se lo había tomado demasiado en serio, lo que a su vez me dio una pista sobre su carácter. Asradi era flexible, adaptativa, pero no complaciente. Sabía cómo moverse en un mundo lleno de peligros, y eso la hacía, en cierto modo, una compañera de velada digna.

Ah, Loguetown — musité, permitiendo que el nombre de la ciudad rodara en mi lengua como una nota melancólica. — Este lugar tiene una forma única de atraer a todo tipo de almas perdidas, ¿no crees? — Dejé que mi mirada se deslizara hacia la ventana, observando las sombras que comenzaban a alargarse en las calles, mientras el sol descendía lentamente en el horizonte. — Como un faro para los desamparados, o quizás, como una trampa disfrazada de refugio. — comenté ocioso y divagante al tiempo que miraba hacia la nada, admirando la belleza del sol.

Volví a mirarla, permitiendo que mis ojos se entrecerraran ligeramente, como si estuviera evaluando algo en ella, aunque en realidad, solo estaba disfrutando de la tensión que se acumulaba en el aire entre nosotros. Era un juego de paciencia, y en este tipo de juegos, la prisa solo conducía a errores.

No es tan diferente de otros lugares que he visitado, aunque su reputación, como bien mencionaste, le precede. — Tomé un sorbo de mi café, dejando que el sabor amargo se extendiera por mi paladar. — Vine aquí por negocios, música, como siempre... Pero, como ocurre con los negocios, a veces te encuentras con sorpresas inesperadas en el camino. — Mi sonrisa se ensanchó ligeramente, pero mis ojos permanecieron serios, estudiándola con la misma intensidad que ella me devolvía, mientras daba pinceladas de veracidad a nuestro encuentro.

Había algo en su postura, en la manera en que se mantenía alerta, incluso en un lugar aparentemente seguro como esta pequeña cafetería, que me decía que no era solo una viajera en busca de conocimientos médicos. No, Asradi ocultaba algo más, algo mucho más profundo y peligroso que simples curiosidades académicas. Y eso, por supuesto, solo incrementaba mi deseo de descubrirlo.

Y hablando de sorpresas inesperadas — continué, dejando que mi tono se suavizara ligeramente, como si fuera una simple observación casual — parece que tú también has tenido tu cuota de encuentros interesantes desde que llegaste aquí. — Mis palabras estaban cargadas de una insinuación apenas velada, un pequeño toque de curiosidad que dejaba la puerta abierta para que ella decidiera hasta qué punto quería jugar este juego conmigo.

Dejé que el silencio se asentara por un momento, observando cómo el día se desvanecía lentamente a nuestro alrededor. Sabía que este era un punto crucial en nuestra conversación. Si Asradi quería mantener su fachada, tendría que manejar con cuidado lo que decía a continuación. Pero si decidía bajar un poco la guardia, aunque solo fuera por un momento, podría darme una pista sobre quién era realmente.

Finalmente, rompí el silencio con un tono más ligero, aunque mi mente seguía trabajando en segundo plano, analizando cada detalle, cada reacción. — Aunque, debo admitir, nunca pensé que terminaría compartiendo café con una viajera tan enigmática en un lugar como este. — Dejé que mis palabras flotaran en el aire, como una invitación, un pequeño desafío casi pueril para ver como respondía.

Sabía que ella no se conformaría con respuestas vagas, pero a veces, una ambigüedad bien colocada era más reveladora que una confesión directa. Mientras tomaba otro sorbo de café, sus ojos buscaron los de Asradi, una mirada que, a pesar de su aparente calma, escondía la promesa de que aún quedaban muchas notas por tocar en nuestra sonata.
#8
Asradi
Völva
Asradi sonrió, sintiendo la tensión en el aire como un hilo delicado que los unía. Sus ojos, profundos y cambiantes, reflejaron la luz del atardecer que se filtraba por la ventana, creando un juego de sombras que danzaban sobre la mesa. La observación que él había hecho sobre su interés en la medicina resonó en su mente, y decidió que era el momento de abrir una pequeña ventana a su mundo. Un pequeño resquicio, por el que pudiese observar pero no tener detalle de absolutamente todo. Al menos por ahora.

La medicina, sí — comenzó, su voz suave como el murmullo de las olas. — Es un camino lleno de lecciones, algunas más amargas que otras. Pero cada experiencia, cada encuentro, me ha enseñado algo valioso. A veces, el dolor puede ser el mejor maestro. — Comentó, mientras rodeaba suavemente la taza de café entre sus manos, sintiendo todavía la calidez que emanaba. No tanto, quizás, como al principio, pero todavía era una sensación reconfortante.

Por otro lado, su mirada estaba siempre parcialmente puesta en Terence. Había algo en ese tipo que le hacía estar en guardia, más de lo habitual. ¿Era quizás eso o sería por el lugar desconocido en el que se encontraban? Todo influía, al fin y al cabo. Y ella no era ingenua, aunque pudiese aparentar lo contrario

Tomó un sorbo de su café, disfrutando del calor que le proporcionaba, y continuó, dejando que sus palabras fluyeran con la misma ligereza que el aire que los rodeaba.

Mi lesión... — dijo, dejando que la pausa se alargara un poco, como si estuviera sopesando cuánto revelar. — No tiene nada de especial, en realidad. Es una peculiaridad de nacimiento. — No iba a revelar nada más al respecto, más bien. Sí tenía algo de especial, por supuesto. Tenía entendido que, en la superficie, el avistamiento de sirenas era más bien escaso. Tenían que tener cuidado de no ser atrapadas, pues era un peligro constante. Y más ella, con el equipaje que llevaba atrás. Al pensar en eso, la mirada de Asradi se oscureció durante un par de efímeros segundos, antes de tomar su coloración habitual.

La chica suspiró suavemente, dirigiendo un momento su atención hacia el exterior de la cafetería, a través del amplio ventanal. Mientras, escuchaba a Terence hablar.

Sus ojos se encontraron de nuevo, y en ese momento, Asradi sintió que había un entendimiento tácito entre ellos, una conexión que iba más allá de las palabras.

Y sí, Loguetown tiene esa extraña capacidad de atraer a quienes buscan algo, aunque a veces no sepan exactamente qué es. — Su mirada volvió a desviarse un momento hacia la ventana, donde las sombras se alargaban, y una sonrisa juguetona se dibujó en su rostro. — Pero también es un lugar donde las sorpresas pueden ser... reveladoras.

Se inclinó un poco hacia adelante, como si compartiera un secreto.

A veces, las sorpresas son lo que nos empuja a salir de nuestra zona de confort. Y tú, parece que has tenido tu parte de encuentros interesantes aquí, ¿no? — La insinuación en su voz era clara, un desafío sutil que invitaba a profundizar en la conversación.

Asradi sabía que había más en él de lo que mostraba, y eso solo aumentaba su curiosidad. La danza de palabras entre ellos era un juego que disfrutaba, un intercambio de ideas y emociones que prometía más.

Luego de eso, se encogió de hombros como si nada. Con un movimiento totalmente natural.

Sería muy descarado decir que no los tuve, ¿no es así? — Mantenía, todavía, esa sutil sonrisa juguetona esbozada en sus labios. Asradi era de comportamiento tranquilo la mayoría de las veces, pero no se negaba a un juego similar al que estaban teniendo. — Todos tenemos encuentros si viajamos. Interesantes o no, pero los tenemos.

Tras eso, su mirada volvió a encontrarse con la de Terence, casi como si se desafiasen en silencio. Como si fuese un mudo acuerdo.

¿En serio? Supongo que uno debe de estar preparado para todo. — Tras un último sorbo, dejó la taza ya vacía sobre la mesa, mientras una mano jugueteaba sutilmente con la trenza que caía sobre uno de sus hombros. — Incluso hasta para tomar café con un extraño.

Era una especie de interesante tira y afloja.

Y dime, ¿te quedarás mucho tiempo por la ciudad? — Preguntó, tanteando un poco el terreno.

Este tema ha sido cerrado.

#9
Tema cerrado 


Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 8 invitado(s)