Ubben Sangrenegra
Loki
09-09-2024, 05:00 AM
(Última modificación: 10-09-2024, 06:10 PM por Ubben Sangrenegra.)
La sonrisa de Asradi se había convertido en un oasis de alivio en medio del árido desierto emocional que Ubben había recorrido durante años. Cada vez que la veía, desde aquel primer encuentro en el bar, su rostro se iluminaba como un faro en la penumbra de su vida. La había encontrado bonita desde el principio, pero ahora, con esa sonrisa dirigida hacia él, irradiando un calor que se colaba hasta lo más profundo de su ser, su belleza parecía multiplicarse. Era más que una atracción física; en esa sonrisa había algo que le ofrecía la esperanza de recuperar una parte de sí mismo que creía perdida. Quizá, solo quizá, este encuentro marcaría el inicio de algo diferente, algo que podría ayudarle a reencontrarse con el brillo que hacía tanto tiempo se había apagado en su vida.
Al escuchar a la sirena prometer que guardaría su secreto, Ubben no pudo evitar soltar una carcajada ligera antes de bromear. —Más te vale, Mordisquitos.— dijo con un tono juguetón, al tiempo que recordaba las palabras de ella sobre su propio sabor. Cuando Asradi, mencionó que no sabía si tendría buen sabor, el peliblanco no dejó pasar la oportunidad para seguir con la broma. —Mmm... basándome en mi experiencia, puedo confirmar que no está tan mal. Podría acostumbrarme, ¿sabes? No suelo ser de cosas dulces, pero parece que tú eres la excepción.— añadió con un tono coqueto, refiriéndose a la reciente mordida en su cuello, pero también, de una manera velada, agradeciéndole lo dulce y atenta que había sido con él durante todo este tiempo.
Mientras hablaba, Ubben, con los ojos dorados aún ligeramente enrojecidos por las lágrimas, se secaba el rostro con la manga de su camisa. A pesar de la dureza que había forjado en su corazón, las palabras de Asradi, llamándole adorable, lo derritieron un poco. Aquella delicada atención que le prestaba, sumada a la forma en la que sus manos movían con delicadeza algunos mechones de su cabello, debilitaba las defensas que había erigido durante años. Era extraño, casi surrealista para él, sentir ese tipo de calidez después de tanto tiempo. Ante la negativa de la sirena de que la llevara al camarote, Ubben asintió en silencio. No insistiría, pero algo dentro de él necesitaba expresar lo que sentía.
—¿Puedo tomarme una pequeña libertad?— preguntó, por primera vez mostrando una timidez genuina que contrastaba con su habitual seguridad. Sin esperar demasiado, dio un paso hacia ella, acercándose con esa misma agilidad con la que antes había mordido su cuello. Esta vez, sin embargo, no hubo ninguna picardía en su gesto. La rodeó suavemente con sus brazos, envolviéndola en un abrazo cálido. Fueron apenas unos segundos, tres o cuatro, pero en ese breve lapso, el peliblanco se permitió sentir, conectarse de manera sincera. Luego, aún ligeramente sonrojado, se separó y depositó un suave beso en la cabeza de la sirena antes de retroceder. —Si pasa cualquier cosa, solo grita mi nombre y llegaré enseguida—añadió, con un tono protector que resultaba inusualmente sincero para alguien como él, que rara vez se permitía mostrarse vulnerable.
Una vez en el camarote, el corazón de Ubben seguía latiendo con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. Aquella muestra de afecto, tan simple y sincera, le resultaba abrumadora. No recordaba la última vez que había abrazado a alguien sin una razón impía oculta tras la máscara, sin miedo de que aquello le expusiera o le dejara vulnerable. No, esta vez había sido diferente. Había sido genuino, una expresión de afecto que brotaba de lo más profundo de su ser. Se recostó sobre uno de los colchones, intentando calmarse, aunque su mente seguía revoloteando entre pensamientos confusos, pues llevaba años sin querer ser amigo de alguien más, solo por ser su amigo, sin esperar nada a cambio. Pasaron unos minutos de silencio, interrumpidos solo por el suave crujir del barco, cuando recordó que debía avisar a Gavyn, mientras sacaba su den den mushi para enviar el mensaje de que tenían que apresurarse. El tiempo en la isla se agotaba, y debían zarpar antes de lo planeado. Envió el mensaje rápidamente, pero justo cuando estaba a punto de dormirse, algo capturó su atención. Un sonido suave, casi etéreo, comenzó a inundar la cabina. Era el canto de la sirena.
La melodía flotaba en el aire, suave pero penetrante, como un eco de tiempos pasados. Había algo en esa canción que despertaba en él recuerdos olvidados, destellos de una vida que parecía tan lejana. Era una melodía del Norte, sin duda alguna. El peliblanco apenas recordaba su pasado en el North Blue, fragmentos de una infancia marcada por la huida y el constante peligro. Sin embargo, esa melodía, esas notas vikingas, lograron atravesar las capas de olvido que había acumulado con los años. En un instante, su mente viajó de vuelta a un momento que preferiría no recordar... el día en que, hace doce años, su padre se había bajado del ascensor en Red Port, dejándolo solo en el mundo, acompañado de unas ultimas y cortas palabras —Te amo, Valí.— El dolor de ese recuerdo golpeó su pecho con fuerza, como si una vieja herida se reabriera de golpe. Aunque era ya un hombre en ese entonces, en ese instante se había sentido como un niño, abandonado por la única persona que le había importado. Las lágrimas comenzaron a caer de nuevo, silenciosas, mientras su cuerpo se sacudía en un llanto desgarrador. Intentó ahogarlo, presionando su rostro contra el colchón, pero las emociones eran demasiado intensas. Aquella melodía le recordaba todo lo que había perdido, todo lo que había dejado atrás.
Finalmente, el cansancio y la tristeza lo vencieron, y se quedó dormido, con las lágrimas aún corriendo por su rostro, mientras el suave canto de la sirena seguía inundando el barco, envolviéndolo como una manta de consuelo en medio de la tormenta de su mente.
Al escuchar a la sirena prometer que guardaría su secreto, Ubben no pudo evitar soltar una carcajada ligera antes de bromear. —Más te vale, Mordisquitos.— dijo con un tono juguetón, al tiempo que recordaba las palabras de ella sobre su propio sabor. Cuando Asradi, mencionó que no sabía si tendría buen sabor, el peliblanco no dejó pasar la oportunidad para seguir con la broma. —Mmm... basándome en mi experiencia, puedo confirmar que no está tan mal. Podría acostumbrarme, ¿sabes? No suelo ser de cosas dulces, pero parece que tú eres la excepción.— añadió con un tono coqueto, refiriéndose a la reciente mordida en su cuello, pero también, de una manera velada, agradeciéndole lo dulce y atenta que había sido con él durante todo este tiempo.
Mientras hablaba, Ubben, con los ojos dorados aún ligeramente enrojecidos por las lágrimas, se secaba el rostro con la manga de su camisa. A pesar de la dureza que había forjado en su corazón, las palabras de Asradi, llamándole adorable, lo derritieron un poco. Aquella delicada atención que le prestaba, sumada a la forma en la que sus manos movían con delicadeza algunos mechones de su cabello, debilitaba las defensas que había erigido durante años. Era extraño, casi surrealista para él, sentir ese tipo de calidez después de tanto tiempo. Ante la negativa de la sirena de que la llevara al camarote, Ubben asintió en silencio. No insistiría, pero algo dentro de él necesitaba expresar lo que sentía.
—¿Puedo tomarme una pequeña libertad?— preguntó, por primera vez mostrando una timidez genuina que contrastaba con su habitual seguridad. Sin esperar demasiado, dio un paso hacia ella, acercándose con esa misma agilidad con la que antes había mordido su cuello. Esta vez, sin embargo, no hubo ninguna picardía en su gesto. La rodeó suavemente con sus brazos, envolviéndola en un abrazo cálido. Fueron apenas unos segundos, tres o cuatro, pero en ese breve lapso, el peliblanco se permitió sentir, conectarse de manera sincera. Luego, aún ligeramente sonrojado, se separó y depositó un suave beso en la cabeza de la sirena antes de retroceder. —Si pasa cualquier cosa, solo grita mi nombre y llegaré enseguida—añadió, con un tono protector que resultaba inusualmente sincero para alguien como él, que rara vez se permitía mostrarse vulnerable.
Una vez en el camarote, el corazón de Ubben seguía latiendo con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. Aquella muestra de afecto, tan simple y sincera, le resultaba abrumadora. No recordaba la última vez que había abrazado a alguien sin una razón impía oculta tras la máscara, sin miedo de que aquello le expusiera o le dejara vulnerable. No, esta vez había sido diferente. Había sido genuino, una expresión de afecto que brotaba de lo más profundo de su ser. Se recostó sobre uno de los colchones, intentando calmarse, aunque su mente seguía revoloteando entre pensamientos confusos, pues llevaba años sin querer ser amigo de alguien más, solo por ser su amigo, sin esperar nada a cambio. Pasaron unos minutos de silencio, interrumpidos solo por el suave crujir del barco, cuando recordó que debía avisar a Gavyn, mientras sacaba su den den mushi para enviar el mensaje de que tenían que apresurarse. El tiempo en la isla se agotaba, y debían zarpar antes de lo planeado. Envió el mensaje rápidamente, pero justo cuando estaba a punto de dormirse, algo capturó su atención. Un sonido suave, casi etéreo, comenzó a inundar la cabina. Era el canto de la sirena.
La melodía flotaba en el aire, suave pero penetrante, como un eco de tiempos pasados. Había algo en esa canción que despertaba en él recuerdos olvidados, destellos de una vida que parecía tan lejana. Era una melodía del Norte, sin duda alguna. El peliblanco apenas recordaba su pasado en el North Blue, fragmentos de una infancia marcada por la huida y el constante peligro. Sin embargo, esa melodía, esas notas vikingas, lograron atravesar las capas de olvido que había acumulado con los años. En un instante, su mente viajó de vuelta a un momento que preferiría no recordar... el día en que, hace doce años, su padre se había bajado del ascensor en Red Port, dejándolo solo en el mundo, acompañado de unas ultimas y cortas palabras —Te amo, Valí.— El dolor de ese recuerdo golpeó su pecho con fuerza, como si una vieja herida se reabriera de golpe. Aunque era ya un hombre en ese entonces, en ese instante se había sentido como un niño, abandonado por la única persona que le había importado. Las lágrimas comenzaron a caer de nuevo, silenciosas, mientras su cuerpo se sacudía en un llanto desgarrador. Intentó ahogarlo, presionando su rostro contra el colchón, pero las emociones eran demasiado intensas. Aquella melodía le recordaba todo lo que había perdido, todo lo que había dejado atrás.
Finalmente, el cansancio y la tristeza lo vencieron, y se quedó dormido, con las lágrimas aún corriendo por su rostro, mientras el suave canto de la sirena seguía inundando el barco, envolviéndolo como una manta de consuelo en medio de la tormenta de su mente.