Hay rumores sobre…
... una plaga de ratas infectadas por un extraño virus en el Refugio de Goat.
[Aventura] [T1 Autonarrada] El escalpelo y el revolver.
Lars T. Arco
Larry
— ¡PERO LA PUTA MADRE! —

El estruendoso grito se alcanzó a escuchar en todo el bar a pesar del tronar de la silla de madera chocando contra la pared y destrozándose. En la trayectoria que había tomado la silla estaba momentos antes la cabeza de un joven ojiambarino que, por muy poco, había conseguido hacerse ligeramente a un lado para evitar ser víctima del proyectil. A su alrededor se gestaba un panorama de lo más típico por aquellos lados, con sonidos de botellas y carcajadas posteriores a la queja del joven Lars.

Era un bar. Un repleto y bullicioso bar. La mezcla de sonidos y olores acompañaban a lo pintoresco de la escena, y transmitía al tiempo un sinfín de emociones que todos daban por sentado. El moreno no tenía intenciones ni deseos de ponerse a reparar en ello, pues entre sus dientes sostenía un trozo de hilo de sutura y en sus manos, con guantes quirúrgicos tintados de rojo, tijeras y un escalpelo medianamente desinfectado. A su lado había un hombre corpulento, de edad avanzada pero no limitante, engullendo una botella de ron como si su vida dependiera de ello. Y quizás sí. Pero sus carcajadas indicaban la carencia de preocupación al respecto.

— No te distraigas muchacho. Necesito mi pierna en perfectas condiciones. — dijo con voz rasposa al tiempo que estrellaba el fondo de la botella contra la madera de la barra. A ojos más curiosos, se notaría que el sujeto sudaba a montones mientras sostenía la pierna izquierda con un banquillo para darle altitud. El suelo bajo la silla y la madera de la misma empezaban a parecer recién pintados de rojo.

— ¡Haga algo con estos imbéciles! ¡Que se comporten! — buscaba a su alrededor algo para arrojar, pero estando prácticamente encadenado a la silla era imposible maniobrar lo suficiente. El temperamento del moreno era particularmente osado cuando algo a su alrededor atentaba en contra de su tranquilidad, y no bastaba con estar haciendo labores forzadas sino que encima debía mantenerse a flote entre el mar de caos que aquel bar, de nombre “El último muelle”, representaba.

Las carcajadas no cesaron nunca, incluso cuando un par de comensales decidieron empezar a luchar encima de una de las mesas que, por supuesto, no aguantó más de un round sin romperse. El bartender estaba tan acostumbrado a tales situaciones que se limitaba a limpiar copas mientras algunos cantaban, otros reían y unos cuantos comían. Pero todos bebían, y eso era lo importante.

Lars, por su lado, trataba de hacer un esfuerzo titánico por suturar la herida del sujeto. Se limpiaba el sudor con el antebrazo al tiempo que hacía movimientos con el hilo para cerrar la herida. Ya se había encargado de la mayor parte del problema, y solo quedaba asegurarse que no fuese a abrirse de nuevo. — Vas a tener que tener más cuidado. — dijo casi inconscientemente el médico practicante. Sin saberlo había lanzado una línea que detonó una carcajada que sería superada por pocas aquella noche. — ¿¡CUIDADO!? — gritaría uno de los presentes, casi ahogado entre risas junto con el resto.

Todos, o al menos la mayoría, eran piratas. Era un secreto a voces, por supuesto, pero la bandera negra estaba en su nave, aunque oculta, y todos y cada uno en los alrededores lo sabía. Lo que era más; a quien Lars curaba era el capitán de una tripulación numerosa. Los gajes de su oficio le hacían un cliente recurrente de la no-establecida clínica del joven Lars, quien básicamente servía de médico auxiliar cuando la tripulación perdía al suyo, que extrañamente sucedía con bastante frecuencia. La parte desagradable del trato era que para el médico auxiliar no había pago más que rebajar un dígito de la millonaria deuda que le mantenía atado a aquel trabajo.

No le disgustaba, sin embargo. Tenía ciertos conocimientos suficientes para poder hacer un trabajo superficial y digno, aunque el cliente volviese al otro día con la herida abierta de nuevo y quizás una nueva. Se limitaba entonces a hacer lo que bien sus padres le habían enseñado, con la sutileza que prestaba su madre y la severidad de su padre para las indicaciones. Pero el maldito que aventaba sillas no estaba cuando aquellos dos hacían su trabajo. Y en ningún libro decía que tu vida podía peligrar mientras salvabas la de otro.

— Listo. — terminó de cortar el hilo y se arrimó a la barra para descansar la espalda. El pirata sorbió otra media botella de un solo instante para luego mirarse la pierna y golpearse el muslo, con bastante cercanía a donde estaba la herida. Lars no pudo evitar un acto reflejo para casi golpearle por tamaña estupidez, pero su sensatez pudo más. — Bien, como siempre. — dijo el recurrente cliente. — Bébete una ronda, yo invito. — el hombre era corpulento, le llevaba unas 4 cabezas al de por sí alto Lars, y tenía cierto sentido fisiológico que aún tras las cantidades ingentes de alcohol que había tomado hoy pudiese articular palabras con cierta lógica. También era una medida desesperada para ignorar el dolor de la sutura sin anestesia, pues esto último era un lujo que el médico ambulante no podía permitirse y por tanto tampoco sus pacientes.

Haciendo caso a la invitación, el moreno acercaría la mirada al encargado de servir las bebidas y pediría una jarra de cerveza. Era lo más ligero que podía pedir de entre los muchos licores de la despensa, y al menos serviría para aligerar la mente. Mientras se la servían, se giraría para observar al resto de los comensales mientras buscaba entre sus bolsillos para sacar una pastilla que tomaría con ayuda de la cerveza. Era una mierda de práctica, pero tampoco iba a ponerse quisquilloso consigo mismo después de un día complicado.

Soltaría un suspiro sonoro que se perdería entre lo que ya era el sonido de fondo por defecto del bar; las risas y los insultos. Estaba cansado, había tenido que atender a cuatro malditos piratas hoy, y ninguno había dado nada para pagar salvo una cerveza y un pedazo de pan. Pero debía seguir. No tenía manera de escapar de sus cadenas, y aún cuando el estómago le pedía comida a gruñidos, era momento de conformarse.

Un par de horas pasaron en aquel bar y ya los ánimos se nivelaban con el sueño de los más borrachos. No era un escenario impensable que algunos perdieran el conocimiento gracias al alcohol, y el establecimiento tenía eso como una evidente posibilidad. De ahí que el mismísimo bartender no se preocupase para nada, y siguiera en sus labores de aseo mientras el poco personal servía a los pocos que seguían en pie tras pasada la media noche.
Poco después el moreno acompañaría un par de suspiros con pasos fuera de aquel bar. Las horas de la madrugada parecían llegar al tiempo que el relativo silencio en aquel sector de la isla. La callejuela que daba con la entrada del bar estaba vacía salvo por algunos borrachos echados en el frío suelo y otros poco más hablando en voz baja entre sí, pero tambaleándose por igual.

— Chico. — escuchó Lars, y se sobresaltó al notar la cercanía de quien le hablaba. Estaba a unos cuantos pasos a su izquierda, y tuvo que girar el torso para verlo. Era otro sujeto con total y dedicado aspecto de pirata, y el hedor a licor le había hecho camuflarse con el resto del escenario. — El capitán me ha pedido que te busque para que nos ayudes con unos heridos. — no era inusual aquello. De hecho no era la primera vez que sucedía. Otro cliente siempre venía bien para que la millonaria deuda bajase más rápido, pero habían dos cosas que no ayudaban; era bastante tarde y el moreno no había visto a aquel sujeto antes. Era la primera vez que le veía. Y no estaba del todo alcoholizado para culpar a aquello de su lapsus mental. — ¿Cuántos? ¿Qué les ha pasado? ¿Puedo ir a preguntarle al capitán? — la mirada de Lars era fría y directa. Si podía salir de sospechas quería hacerlo tan pronto. Y la víctima de sus cuestiones se sobresaltó. Entre titubeos encontró la manera de responder, sin embargo. — S-son tres. Heridas de combate, un par de huesos rotos y puñaladas. Están estables pero necesitan ayuda. — nada anormal. La extensión de las habilidades del médico llegaban hasta poco más que primeros auxilios, y todos los piratas de la tripulación lo sabían. — En cuanto al capitán… si quieres puedes ir a preguntarle pero no sé cómo salga eso… — y tenía razón. El capitán tenía mala fama de iracundo, y no quería lidiar con ello.
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Asintiendo entonces el moreno decidió seguir a su nuevo contratante. No medió palabra porque no le interesaba meterse en asuntos de piratas, pero alcanzó a prestar atención suficiente al camino para saber que estaba acercándose a uno de los tantos muelles. El último giro, sin embargo, le tomó por sorpresa. Se estacionaban frente a un barco que no era el de la tripulación a la que supuestamente pertenecía el sujeto, y por ello el chico se paró el seco. Al notarlo, el otro giraría la cabeza y trataría de sonreir con tranquilidad. — No te preocupes, el barco es un botín recién ganado. — dijo. Con lo que la luna permitía iluminar, Lars intentó ubicar la bandera del navío para saberse en un lugar relativamente seguro, pero no pudo encontrarla. — ¡Trajiste al médico! Bien hecho. — lanzó al aire alguien que salía del barco. — Ahora súbelo aquí. — terminaba la frase, iniciado un puñetazo a la costilla de Lars. No alcanzó a reaccionar cuando el golpe, agravado por su condición, le tumbó al suelo en busca de aire.

Otro sujeto bajó del barco y entre el violento y él alzaron al médico para llevarlo dentro. Poco después, atado a una silla y magullado por los métodos usados para aligerar frustraciones, entendió lo que pasaba. — ¿Lo matamos o no? Yo digo que lo matemos. — uno de los dos, quien les había recibido nada mas llegar, hablaba. — La idea es asustarlo lo suficiente para que deje de trabajar con esas sabandijas. No hace falta matar a una mosca. — la discusión era contemplativa y el moreno, atado y amordazado, no podía hacer sino refunfuñar y tratar de deshacer el amarre. No parecía algo factible pronto, pero no quería morir.

Los minutos, o quizás horas, pasaron volando entre golpizas. Luchaba con el dolor y ya estaba cerca de tener que medicarse de nuevo. Golpes, cortes, insultos, escupitajos y demás. Nada incontrolable. El chico se preguntaba a quién había hecho enfadar y por qué. Las menciones de la otra tripulación le daban una pista, pero él no era parte de ninguna. Lo que hacía lo hacía por obligación más que por decisión propia. En un acto de aparente piedad, sin embargo, uno de los dos “torturadores” se acercó a deshacer la mordaza. Era momento de suplicar piedad, de hacerse entender con calma y tratar de negociar su liberación. ¿Cierto?

— ¡MALDITOS IMBÉCILES! — gritó Lars en cuanto tuvo la posibilidad. — ¡NI JUNTÁNDOLOS A LOS DOS SACAMOS MEDIO CEREBRO ÚTIL! — terminó. Su respiración estaba agitada, y su mente se preguntaba por qué demonios no podía tener más temple. Esperaba entonces el remate, y uno de los dos había desenvainado una daga con furia en los ojos. Pero fue interrumpido.

Una explosión hizo temblar el barco. El hedor a alcohol llegaba a la nariz del secuestrado, quien aprovechó la distracción de sus dos captores para estrellar la silla a la que estaba atado contra la pared de madera, rompiéndola en dos intentos. Los dos piratas salieron corriendo por la puerta asumiendo a Lars como un objetivo de poca prioridad, y al fondo del pasillo se escuchó una carcajada que era conocida para el médico. No se iba a detener a agradecer ni a investigar qué estaba pasando, pero sí aprovecharía el caos para escapar. Se hizo con la valentía necesaria mientras escapaba de cualquier indicio de conflicto. El olfato le guiaba hacia donde oliera a mar.

En cuanto pudo pegó un salto que le lanzó al mar. Detrás de sí, sonidos de combate y olor a sangre. Era obvio que un bando había sido atrapado por la sorpresa de un ataque sin anunciar. — Voy a tener que coser a todos esos hijos de puta… — no iba a agradecer. Probablemente había sido usado por ambos bandos para buscar dañar al otro, y no le gustaba estar en medio de rencillas que no eran suyas. Pero sin duda prefería no haber muerto en circunstancias tan patéticas. Tras nadar un poco alcanzaría la orilla del muelle y saldría en dirección contraria a donde había venido. No quería saber nada de piratas por el resto de la noche, y tampoco del probable pelotón de Marines que llegaría después.

Concluía entonces su particular y poco divertida noche tomando otro analgésico de sus pertenencias para engullirlo sin más. Le ayudaría a pasar la noche y mañana tendría que atender a sus propias heridas. Con los giros pertinentes acabaría por llegar a su suerte de escondite, y cerrando la puerta tras de si y no verse seguido, se echaría en la cama para esperar por un nuevo día.
#1


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