¿Sabías que…?
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Como sirena en el mar
Ubben Sangrenegra
Loki
La sonrisa de Asradi se había convertido en un oasis de alivio en medio del árido desierto emocional que Ubben había recorrido durante años. Cada vez que la veía, desde aquel primer encuentro en el bar, su rostro se iluminaba como un faro en la penumbra de su vida. La había encontrado bonita desde el principio, pero ahora, con esa sonrisa dirigida hacia él, irradiando un calor que se colaba hasta lo más profundo de su ser, su belleza parecía multiplicarse. Era más que una atracción física; en esa sonrisa había algo que le ofrecía la esperanza de recuperar una parte de sí mismo que creía perdida. Quizá, solo quizá, este encuentro marcaría el inicio de algo diferente, algo que podría ayudarle a reencontrarse con el brillo que hacía tanto tiempo se había apagado en su vida.

Al escuchar a la sirena prometer que guardaría su secreto, Ubben no pudo evitar soltar una carcajada ligera antes de bromear. —Más te vale, Mordisquitos.— dijo con un tono juguetón, al tiempo que recordaba las palabras de ella sobre su propio sabor. Cuando Asradi, mencionó que no sabía si tendría buen sabor, el peliblanco no dejó pasar la oportunidad para seguir con la broma. —Mmm... basándome en mi experiencia, puedo confirmar que no está tan mal. Podría acostumbrarme, ¿sabes? No suelo ser de cosas dulces, pero parece que tú eres la excepción.— añadió con un tono coqueto, refiriéndose a la reciente mordida en su cuello, pero también, de una manera velada, agradeciéndole lo dulce y atenta que había sido con él durante todo este tiempo.

Mientras hablaba, Ubben, con los ojos dorados aún ligeramente enrojecidos por las lágrimas, se secaba el rostro con la manga de su camisa. A pesar de la dureza que había forjado en su corazón, las palabras de Asradi, llamándole adorable, lo derritieron un poco. Aquella delicada atención que le prestaba, sumada a la forma en la que sus manos movían con delicadeza algunos mechones de su cabello, debilitaba las defensas que había erigido durante años. Era extraño, casi surrealista para él, sentir ese tipo de calidez después de tanto tiempo. Ante la negativa de la sirena de que la llevara al camarote, Ubben asintió en silencio. No insistiría, pero algo dentro de él necesitaba expresar lo que sentía.

¿Puedo tomarme una pequeña libertad?— preguntó, por primera vez mostrando una timidez genuina que contrastaba con su habitual seguridad. Sin esperar demasiado, dio un paso hacia ella, acercándose con esa misma agilidad con la que antes había mordido su cuello. Esta vez, sin embargo, no hubo ninguna picardía en su gesto. La rodeó suavemente con sus brazos, envolviéndola en un abrazo cálido. Fueron apenas unos segundos, tres o cuatro, pero en ese breve lapso, el peliblanco se permitió sentir, conectarse de manera sincera. Luego, aún ligeramente sonrojado, se separó y depositó un suave beso en la cabeza de la sirena antes de retroceder. —Si pasa cualquier cosa, solo grita mi nombre y llegaré enseguida—añadió, con un tono protector que resultaba inusualmente sincero para alguien como él, que rara vez se permitía mostrarse vulnerable.

Una vez en el camarote, el corazón de Ubben seguía latiendo con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. Aquella muestra de afecto, tan simple y sincera, le resultaba abrumadora. No recordaba la última vez que había abrazado a alguien sin una razón impía oculta tras la máscara, sin miedo de que aquello le expusiera o le dejara vulnerable. No, esta vez había sido diferente. Había sido genuino, una expresión de afecto que brotaba de lo más profundo de su ser. Se recostó sobre uno de los colchones, intentando calmarse, aunque su mente seguía revoloteando entre pensamientos confusos, pues llevaba años sin querer ser amigo de alguien más, solo por ser su amigo, sin esperar nada a cambio. Pasaron unos minutos de silencio, interrumpidos solo por el suave crujir del barco, cuando recordó que debía avisar a Gavyn, mientras sacaba su den den mushi para enviar el mensaje de que tenían que apresurarse. El tiempo en la isla se agotaba, y debían zarpar antes de lo planeado. Envió el mensaje rápidamente, pero justo cuando estaba a punto de dormirse, algo capturó su atención. Un sonido suave, casi etéreo, comenzó a inundar la cabina. Era el canto de la sirena.

La melodía flotaba en el aire, suave pero penetrante, como un eco de tiempos pasados. Había algo en esa canción que despertaba en él recuerdos olvidados, destellos de una vida que parecía tan lejana. Era una melodía del Norte, sin duda alguna. El peliblanco apenas recordaba su pasado en el North Blue, fragmentos de una infancia marcada por la huida y el constante peligro. Sin embargo, esa melodía, esas notas vikingas, lograron atravesar las capas de olvido que había acumulado con los años. En un instante, su mente viajó de vuelta a un momento que preferiría no recordar... el día en que, hace doce años, su padre se había bajado del ascensor en Red Port, dejándolo solo en el mundo, acompañado de unas ultimas y cortas palabras —Te amo, Valí.—  El dolor de ese recuerdo golpeó su pecho con fuerza, como si una vieja herida se reabriera de golpe. Aunque era ya un hombre en ese entonces, en ese instante se había sentido como un niño, abandonado por la única persona que le había importado. Las lágrimas comenzaron a caer de nuevo, silenciosas, mientras su cuerpo se sacudía en un llanto desgarrador. Intentó ahogarlo, presionando su rostro contra el colchón, pero las emociones eran demasiado intensas. Aquella melodía le recordaba todo lo que había perdido, todo lo que había dejado atrás.

Finalmente, el cansancio y la tristeza lo vencieron, y se quedó dormido, con las lágrimas aún corriendo por su rostro, mientras el suave canto de la sirena seguía inundando el barco, envolviéndolo como una manta de consuelo en medio de la tormenta de su mente.
#21
Asradi
Völva
La canción duró unos minutos más, alargando la melodía de manera sutil a medida que el suave oleaje llevaba el barco hacia su destino. Asradi también vigilaba el rumbo y estaba al pendiente de que todo estuviese en orden. Cuando el silencio volvió a copar la cubierta del barco, la sirena miró unos segundos hacia atrás. Básicamente, en dirección al camarote donde Ubben se encontraba. No sintió ni percibió movimiento alguno, así que supuso que el chico estaría dormido o sumido en sus propias cosas. La sirena no iría a molestarle. Además, le había prometido que se encargaría de la pesca y de vigilar el barco mientras él descansaba.

Y eso fue lo que hizo. Se aproximó hacia una de las cañas que estaban apoyadas sobre unas cajas. No encontró el cebo, pero se encogió de hombros. No creía que le fuese a hacer falta, tenía sus propios métodos para atraer a los peces. Bien podía sumergirse y darles caza, pero sabía que, en ese caso, el instinto ganaría, así que prefirió hacerlo por el método habitual humano, como quien dice. Con algunas diferencias.

La sirena arrimó una de las cajas al borde de uno de los barandales de la popa y con un saltito gracioso, se sentó en ella. Tomó la caña y lanzó el sedal junto con el anzuelo sin cebo.

El clima era sumamente agradable y el sonido de las gaviotas así como el murmullo del mar tranquilizaba su corazón. Pero todavía estaba atribulada, había demasiadas cosas en su cabeza. Demasiadas dudas. Era verdad, e irónico, que había hablado con sinceridad a Ubben. Ya no estaba solo. Ella tampoco estaba sola, de momento. Pero tenia miedo. No solo de que esa gente pudiese darle la espalda en algún momento. Sino de que, en el caso de que se encariñase con ellos, arrastrarlos a algo peor. La expresión de Asradi se ensombreció y, por inercia se llevó una de sus manos a espalda, allá donde sus prendas cubrían, afortunadamente. Apenas rozar esa porción de piel le arrancó un estremecimiento incómodo, así como un apretar de labios en consecuencia.

No, lo mejor era no pensar en ello ahora mismo.

Tomó aire y comenzó a tararear una melodía mucho más suave que iba acorde con el movimiento de las olas. Era una tonalidad mucho más baja, pero con la que pretendía obtener la captura que le había prometido a Ubben. No tenía letra, solo era el arrullo de una nana que, de alguna manera, tenia el suficiente atractivo como para llamar la atención de los peces de los alrededores. Literalmente, Asradi les estaba llamando con una tonalidad más dulce de lo habitual. Una promesa que, al final, se convertía en una captura. Como hipnotizados, los peces iban picando uno a uno, y ella subiéndolos en la caña y metiéndolos en algunos cubos o cajas vacías que había encontrado para ello.

Una vez se sintió satisfecha, y también con su corazón más tranquilo, el silencio volvió a apoderarse de sus labios.

La sirena suspiró ligeramente mientras contemplaba hacia el horizonte. ¿Qué le depararía el destino esa vez?

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#22
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