¿Sabías que…?
... Oda tenía pensado bautizar al cocinero de los Mugiwaras con el nombre de Naruto, pero justo en ese momento, el manga del ninja de Konoha empezó a tener mucho éxito y en consecuencia, el autor de One Piece decidió cambiarle el nombre a Sanji.
Tema cerrado 
[C-Pasado] Bestias en el mar, bestias en la selva
Octojin
El terror blanco
Octojin observó a Asradi con una mezcla de gratitud y admiración. Mientras ella se disculpaba por haber dormido tanto, él solo podía sentir una calma y una extraña calidez en su interior. No estaba seguro de por qué su presencia le hacía sentir así, pero no le desagradaba en absoluto. El contacto de su mano pequeña y delicada en la suya, firme y escamosa, le resultaba reconfortante. El tiburón sonrió, tratando de ignorar esa sensación nueva y confusa que se agitaba en su pecho, algo que nunca antes había experimentado.

—Estoy bien —respondió, apretando suavemente la mano de Asradi antes de soltarla con cuidado—. Solo me aburrí un poco. Cortar la carne me llevó un buen rato, pero más allá de eso, todo ha estado bastante tranquilo. He visto que tenemos algunas pintadas allí —señaló en dirección a donde había encontrado los extraños dibujos—, pero no he logrado ver qué significan. Y poco más, lo más emocionante ha sido el tema del felino.

El tiburón se rió ligeramente ante la breve mirada de sorpresa que ella le lanzó cuando mencionó el animal que había pasado por la cueva.

—Sí, era una bestia extraña, algo parecido a un felino grande. Pero por alguna razón, no parecía tener hambre o simplemente no me vio como una amenaza. Levanté las manos, y fue suficiente para que siguiera su camino al fondo de la cueva —explicó, tratando de tranquilizarla—. No creo que tengamos problemas con él, pero por si acaso, me aseguré de limpiar el área y lanzar los restos de la bestia al río para evitar atraer a más animales. Igualmente, estaremos alerta.

El tiburón la observó mientras ella se acomodaba a su lado, aunque manteniendo una distancia respetuosa. Por alguna razón, notaba su corazón latir más rápido, como si algo dentro de él se removiera. Se sentía extrañamente cómodo con ella, y la cercanía de la sirena le provocaba una mezcla de nerviosismo y seguridad, sensaciones que no terminaba de comprender. "¿Qué me está pasando?", pensaba, mientras trataba de centrarse en preparar la comida.

—No he dormido nada, esta vez te tocaba a ti —continuó mientras colocaba los trozos de carne cocinada sobre unas hojas limpias—. Pero me siento mucho mejor ahora que la herida parece estar sanando bien. —Agregó con una sonrisa que intentaba restarle importancia a su propio estado.

Con la comida lista, Octojin se levantó para recoger la fruta que había recolectado del árbol cercano. Colocó una variedad de cocos, frutas exóticas y frutos rojos junto a ellos, y se sentó nuevamente.

—Aquí tienes, recogí estas frutas antes y aún no nos las hemos comido. —Octojin ofreció la gran variedad, señalando la colorida colección que había puesto a su lado—. Los frutos rojos son mis preferidos, pero hay cocos también, si te gustan, tienen más nutrientes que el agua.

Mientras comenzaban a comer, la mente de Octojin vagaba, intentando poner en orden los sentimientos que lo embargaban. Asradi era diferente a cualquier ser que hubiera conocido antes. Su preocupación genuina, su risa suave, y el simple hecho de que estuviera allí, compartiendo ese momento con él, le resultaban... ¿agradables? ¿Envolventes? Era una sensación extraña, como si algo cálido y familiar se estuviera formando en su interior, aunque no podía identificar exactamente qué era. Nunca había sentido nada igual, eso estaba claro, pero quizá lo que más se le acercaba era el sentimiento de familia que tenía en la Isla Gyojin. Y aún así, no lo recordaba igual. Pero claro, quizá es complicado comparar sentimientos cuando hay tantos años de por medio. Aquella sensación que algún día experimentó en su isla natal, estaba prácticamente olvidada.

Cuando Asradi le preguntó a dónde iría después, Octojin bajó la mirada hacia el fuego, pensativo. Lo cierto era que ni siquiera él se lo había preguntado.

—Soy un hijo del mar —respondió finalmente, levantando la vista hacia ella con una sonrisa tranquila—. No tengo un rumbo fijo. Voy a donde las corrientes me lleven. Es la forma en la que siempre he vivido, y aunque esta isla ha sido interesante, tiene demasiados peligros para quedarse mucho tiempo. Creo que pronto me marcharé. Me encuentro bastante mejor gracias a ti, y creo que mantenernos aquí con tantas bestias de garras afiladas, aves gigantes de agudos graznidos y ruidos por aquí y por allá... Sería poco inteligente. Nos merecemos un sitio más tranquilo y poder descansar, ¿no?

Hizo una pausa, como si sopesara sus propias palabras, y luego añadió otra reflexión con suavidad. Sin pensar, sólo dejó que las palabras saliesen de él con una verdadera sinceridad. Como si se estuviese confesando, y con la tranquilidad de estar hablando frente a alguien con quien había cogido mucha confianza.

—Pero conocer este lugar y conocerte a ti, ha sido increíble. —Sonrió más ampliamente esta vez—. No suelo decir eso a menudo. El mar tiene sus propias lecciones, pero las islas y la gente que uno encuentra también tienen mucho que enseñarnos. Y me resulta muy curioso que dos habitantes del mar nos hayamos conocido en tierra firme. Pero el destino es caprichoso a veces.

Octojin volvió a centrarse en la comida, tratando de disimular su repentina seriedad. Sin embargo, no podía evitar sentirse atrapado en esa sensación desconocida que le provocaba la presencia de Asradi. Había algo en ella, algo que lo hacía querer quedarse, al menos un poco más. Pero sabía que su lugar siempre estaría en las profundidades del océano, donde el agua era su compañera más leal.

—Me pregunto a dónde me llevará el mar después de esto —murmuró, más para sí mismo que para ella, mientras continuaban comiendo en silencio.

El gyojin se levantó cuando le quedaba la mitad del filete y cogió algunos frutos rojos junto a un coco. Tuvo que golpear el coco varias veces contra la piedra ensangrentada donde habían cocinado hasta poder partirlo, y entonces le ofreció una de las dos mitades a la sirena. No sabía si le gustaría o si lo habría probado alguna vez, pero seguro que aquella era una buena oportunidad para hacerlo. Desgraciadamente, el coco no tenía mucho contenido, pero al menos el justo para probarlo.

Tras ello, se volvió a sentar cerca de Asradi. Casi por inercia y sin darse cuenta lo hizo más cerca, obviando la regla que habían parecido escribir de guardar cierta distancia. Estaban separados por apenas dos palmos del tiburón. Y entonces, juntó los frutos rojos con el filete, y, antes de dar un bocado, le lanzó la misma pregunta que había recibido un momento antes.

—Y dime... ¿Dónde tienes pensado ir tú?
#31
Asradi
Völva
De nuevo el ambiente era totalmente cómodo y relajado entre ellos. Solo se conocían de unas cuantas horas donde, la gran mayoria, Octojin había estado descansando por culpa de su estado de salud. Pero, a pesar de eso, parecían entenderse de alguna manera. Para Asradi, aún a pesar de todo, siempre era un alivio encontrarse con los de su especie. O, más bien, con alguien tan afín al océano al que ella también pertenecía. Estrechó, por igual, la mano del escualo antes de que éste le soltase y le resumiese un poco lo que había hecho en lo que ella dormía. La sirena, por su parte, sonrió con un mezcla de alivio y ternura.

Lo del felino le había preocupado, había sido bastante notorio en su gesto, pero el escuchar a Octojin hizo que su guardia bajase un poco al respecto.

Está bien, confío entonces en que, de momento, no nos hará nada. — Y, si lo hacía, tendrían que volver a pelear para defenderse. Esperaba no tener que llegar a eses límites. Luego volvió a sonreír hacia el gyojin, mucho más tranquila. — Al menos hemos podido descansar y tú estás ya prácticamente recuperado. Eso es lo más importante.

El saber que había logrado conservar una vida y haber ayudado a uno de los suyos, era algo que le calentaba el corazón. Se paró unos momentos a observar a Octojin, una vez se hubo sentado cerca de él. Tenía un hermoso color blanco en sus escamas, un morro potente y unos dientes peligrosos. Eso, sumado a los músculos y a su tamaño, resultaban en un gyojin terriblemente imponente. Y, por algún motivo, ella se encontraba segura a su lado. No lo veía como una amenaza para ella. No ahora que lo conocía.

¿Sabes? En ocasiones te quieres hacer el duro... — Comenzó a decir, con una sonrisa entre divertida y entretenida. — … Pero en realidad eres muy tierno. — Se lo dijo así, sin más. Sin medias tintas y directamente a la cara.

No es que Octojin no fuese duro, pero lo había notado cuando quiso aparentar unos modales excesivos delante de ella mientras comía. Los ojos azules de Asradi se posaron, con harta sinceridad, sobre Octojin. Mirándole directamente a los ojos de él.

Gracias por la ayuda que tú también me has brindado. No habría podido dormir tranquila si tú no hubieses estado vigilando. — Quizás por eso también ella había dormido tanto antes: porque se sentía en completa confianza con él. Ese era el sentimiento que, ahora mismo, le provocaba Octojin en ella. Confianza y comodidad, como hacía mucho tiempo que no sentía. El no encontrarse sola.

El aroma de la carne volvió a distraerla, y contempló las frutas que, ahora, el escualo repartía. Esta vez fue un gesto sutil de disculpa el que la sirena expresó.

Tómalas tú, te vendrán mejor en tu recuperación. Yo soy más carnívora en ese sentido. — Aunque sí era verdad que, visualmente, tenían muy buena pinta. Nada que ver con algunas que se veían en los mercados de la superficie. — Como también soy alérgica a la piña, le he cogido algo de manía a la fruta en general.

Y, a decir verdad, seguía prefiriendo la carne o el pescado como su alimentación habitual. Aunque, a veces, no le hacía asco a algunos dulces. Así que se hizo con un trozo de carne que ya estaba lista. Solo esperó a que enfriase un poco y arrancó, casi de cuajo, una porción con los dientes. No eran tan afilados o tan potentes como, probablemente, los de Octojin, pero al pertenecer a la familia de los tiburones azules, Asradi podía desgajar buenos trozos si se lo proponía. O arrancar manos si fuese necesario.

Se relamió, suavemente, algo de la sangre que goteaba de manera muy sutil en sus labios, y sonrió satisfecha. La carne cocinada con apenas nada, para ella era la más deliciosa. Quizás era muy simple en eso, pero era como mejor la disfrutaba.

Mientras, disfrutaban del momento tanto en silencio como conversando. Y aunque había dicho que no le gustaba la fruta, sí que se animó, al menos y para no hacerle un feo, a probar un poco de aquellos cocos que Octojin había puesto a su alcance. Bebió del agua de uno, poniendo una expresión graciosa al instante. Era refrescante, de eso no cabía ninguna duda, pero el saborcillo que le había quedado en la garganta le hizo toser de manera muy suave. Apenas un par de veces.

No, definitivamente, esto no es lo mío. — Se rió un poco. Al menos había tenido el valor de probarlos.

Tampoco pareció importarle el que, tras haberse levantado, el escualo se hubiese vuelto a sentar más cerca de ella. Incluso, casi por inercia, cuando le ofreció la mitad del coco que ella no había probado, Asradi también se acercó más. Definitivamente, era un sentimiento de calidez lo que se había generado por el grandullón. Si no fuese porque, probablemente, tendrían que separar caminos, podría decir que había encontrado un buen amigo. Y eso inflamaba sus buenos ánimos y calentaba su corazón. De alguna manera, le daba esperanzas.

Entendía el que le dijese que no tenia un rumbo fijo. Y eso también le hizo gracia. El percibir lo parecidos que eran los dos en ese sentido. Ella también solía dejarse llevar por las corrientes, aunque pudiese elegir alguna ruta más benévola de vez en cuando. Pero le gustaba explorar, conocer. A veces incluso perderse.

Los dos somos hijos del mar, al fin y al cabo. — Los labios de Asradi se curvaron en una dulce sonrisa, mientras asentía. — Me pasa un poco lo que a ti. No tengo un rumbo concreto. Hace meses que no sé nada de los míos, de mi casa. — Del hogar que había dejado atrás. — Pero hay algo que me impulsa a continuar hacia delante. A seguir las corrientes y perderme en ellas.

Un brillo ilusionado se plasmó en su mirada, embelleciendo el azul profundo que ya de por sí reflejaban sus ojos.

Quiero conocer más del mundo, tanto de nuestro amado océano como de la superficie. Provengo del norte, así que quizás me deje llevar por alguna corriente sureña. Conocer mares y desembocaduras que no haya visto antes. El mar es caprichoso, como bien has dicho... —Estaba de acuerdo en eso. — … Pero de la misma manera que ya nos ha reunido una vez, es probable que pueda volver a hacerlo en el futuro.

Apoyó, muy suavemente, una mano sobre uno de los brazos de Octojin. Era un gesto suave y respetuoso, pero también plagado de un cariño que comenzaba a nacer. De una confianza intrínseca hacia él.
#32
Octojin
El terror blanco
Octojin sonrió mientras miraba a Asradi. No había dicho ni hecho nada particular, realmente, pero le salió hacerlo. Había algo en su manera de ser, en la forma en la que sonreía y hablaba, que le hacía sentir una paz que no solía encontrar con facilidad. Y esa paz se repetía cada vez más. Nunca antes había experimentado algo parecido, y aunque no podía ponerle un nombre a esa sensación, le gustaba. Le dolía pensar que probablemente sus caminos se separarían pronto.

Cuando Asradi mencionó que lo veía como alguien "tierno", Octojin soltó una carcajada profunda, algo que no hacía a menudo.

—¿Tierno? —repitió entre risas—. Es la primera vez que me dicen algo así. Normalmente, la gente tiende a huir de mí. Pero supongo que ser así me sale solo... rara vez he sido tan... ¿Cómo lo dirías? Tierno —dijo, sonriendo y encogiéndose de hombros.

Mientras comían, Octojin se esforzaba por mantener los modales que había intentado adoptar antes. Sin embargo, no pudo evitar esbozar una sonrisa al ver con qué energía Asradi devoraba la carne que tenía delante, quizá intentando hacer ver que no hacía falta guardar modales, como ya le había dicho anteriormente. O puede que simplemente fuese ella misma. Desgarrando trozos grandes con sus dientes, la sirena se veía realmente contenta. Ese gesto le recordó que, a pesar de todo, ella también era una de los suyos, alguien profundamente conectada al mar y a sus instintos, y que aquello no tenía por qué estar necesariamente mal. La escena le hizo relajarse, y aunque intentó seguir comiendo de manera más comedida, terminó disfrutando de la comida con la naturalidad que venía de su naturaleza.

—Definitivamente, eres una de las nuestras —comentó, mientras comía más tranquilamente—. Es un placer comer contigo. Bueno y compartir el momento, claro.

Asradi se animó a probar el coco que él había recogido antes, y su reacción fue hilarante. Bebió el líquido del coco con curiosidad, pero no tardó en poner una expresión divertida al sentir el residuo arenoso que le quedó en la garganta. Tosió un par de veces, y Octojin se empezó a reir con fuerza, golpeando incluso su pierna varias veces fruto de la propia risa. Estuvo a punto de atragantarse con tanto movimiento.

—Tienes que beberlo más rápido —le aconsejó, retirándose las lágrimas de los ojos fruto de la risa—, así esos "polvitos" entran antes y no se te quedan ahí atascados. Pero gracias por intentarlo —agregó, agradecido de que lo hubiera probado, aunque no fuese de su agrado.

El tiburón también comió algunos frutos y se bebió el coco. Los saboreó lentamente, como si de un buen postre se tratase. Se deleitó con su aroma dulce, y fue metiéndoselos de uno en uno para tener una mayor sensación de saciedad. Los frutos rojos eran sus favoritos, y ver a Asradi disfrutando de la carne le recordaba lo afortunado que se sentía por estar compartiendo ese momento con alguien tan afín. Se sentía tranquilo, como si el mundo exterior no existiera por un rato, solo ellos dos y el eco del mar en la distancia, junto con el fuego dando luz a su momento.

Cuando Asradi comenzó a hablar sobre su vida y sobre cómo ella también se dejaba llevar por las corrientes de manera natural, Octojin no pudo evitar sentir una profunda conexión con sus palabras. Ambos eran hijos del mar, y aunque sus caminos pudieran separarse pronto, compartían esa esencia nómada que los hacía seguir adelante sin un destino fijo.

La sirena apoyó su mano sobre el brazo del tiburón, algo que sorprendió al gyojin durante un instante. Pero le nació llevar la mano contraria a la suya, cubriéndola por completo y notando su calor. Tras ello la miró a los ojos y sonrió.

—Como ya hemos dicho, somos hijos del mar —dijo Octojin, asintiendo con la cabeza mientras hablaba—, y eso quiere decir que no tenemos un rumbo definido. A parte de ir donde las corrientes nos lleven y cuando así lo sentimos, nos volvemos a poner en manos de esas corrientes para conocer un nuevo destino. A pesar de que conocerte ha sido increíble, siento que ese momento está a punto de llegar.

Mientras decía esas palabras, la realidad de que pronto tendría que dejar a la sirena se le hizo más evidente, algo que torció su rostro en uno más triste. Le miraba una y otra vez, dándose cuenta de lo bien que se sentía con ella, lo fácil que era estar a su lado. No había tenido muchas conexiones profundas en su vida, pero aquella era diferente. Había algo en Asradi que lo hacía sentir comprendido. Y no era que simplemente fuese una igual, una de los suyos, había algo más.

—La verdad es que me siento particularmente bien contigo —confesó Octojin, algo incómodo por lo que estaba revelando pero sintiendo que era lo correcto decirlo—. Ojalá lo que dices sea verdad y el destino, o alguna corriente tonta, nos vuelva a unir en el futuro. Porque, aunque no lo había pensado antes, creo que me costará mucho separarme de ti.

Octojin le dedicó una sonrisa cálida, aunque sintió una punzada en el pecho. No entendía por qué se sentía así, pero sabía que era algo importante. Le costaría decir adiós, sin duda, pero era algo que tenía que hacer. Su camino estaba en la soledad del mar. Así había sido y así debería ser, al menos hasta que encontrase el propósito en su vida. Porque lo encontraría, seguro.

El ambiente se tornó más suave mientras terminaban de comer, compartiendo el último pedazo de carne y los frutos que quedaban. La conversación fluía sin esfuerzo, y ambos habitantes del mar parecían disfrutar de la compañía del otro de una manera tranquila y serena.

El tiburón miraba a la sirena y sentía una especie de añoranza, algo que jamás había sentido. Era extraño, pero a la vez reconfortante. ¿Qué diablos sería? Tendría que ir a un médico en la siguiente isla, ya que contarle aquello a Asradi sería desde luego incómodo. Además, así tendría más tiempo para pensar bien las palabras que le podría decir a su doctor.

Aunque las palabras no eran suficientes para expresar lo que sentía, sabía que Asradi comprendía de alguna manera que aquél sentimiento debía significar algo. Tal vez no entendía por qué se sentía tan conectado a ella, pero estaba claro que había algo entre ellos que trascendía el simple hecho de haberse conocido en una cueva perdida en una isla peligrosa, haberse salvado la vida mutuamente y haber compartido una fiera batalla con una bestia. Sobrevivir a todo aquello podía ser una simple anécdota en otra situación. Pero allí significaba algo más. ¿Qué sería?

El tiempo seguía pasando mientras compartían su comida y una plácida conversación. No importaba cuánto durara ese momento, el gyojin sabía que lo recordaría por mucho tiempo. Ambos estaban destinados a seguir sus caminos, pero con la esperanza de que algún día las corrientes los llevarían al mismo lugar de nuevo y quizá, solo quizá, podrían tener otras historias que contarse.

Octojin tomó aire, mirando hacia la entrada de la cueva, donde las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse. Era casi el momento de partir, pero por el momento, disfrutaba de ese instante con alguien que, aunque acababa de conocer, sentía como una vieja amiga de su isla natal. Como alguien que había conocido tiempo atrás... Aquél sentimiento era raro en él, pero no podía ignorarlo. Lo cierto es que todo lo que envolvía a la sirena era complicado de entender para el tiburón.  ¿Acaso los sentimientos hacia las sirenas eran complicados? ¿O aquello era algo único hacia Asradi?

Cuantas preguntas y qué pocas respuestas. Pobre tiburón, menos mal que era la primera vez que experimentaba algo así. ¿Le afectaría en el futuro aquella experiencia? ¿Sería una única vez? Alguna vez obtendría una respuesta, que por el momento solo pertenecía al tiempo.
#33
Asradi
Völva
El momento gracioso y un poco vergonzoso, por parte de Asradi, terminó arrancándole también una suave risa y un breve regaño a Octojin, medio en broma, cuando el escualo comenzó a reírse abiertamente en el momento en el que se atragantó con el agua del coco. La sirena le dió una palmada firme, aunque no dolorosa, ni mucho menos, en uno de los brazos, mientras el varón se reía sin reparos de ella. Pero lejos de sentirse humillada u ofendida, no tardó en acompañarle un poco en ese momento entretenido.

Era curioso. ¿Hacía cuanto que no se sentía así? Sin sentirse una paria, sin tener que darle explicaciones a nadie. O sin tener que dar explicaciones continuas de a donde iba y, sobre todo, con quien iba. Se chupó lentamente la punta de un dedo, retirando cualquier rastro de jugo de la carne que se le hubiese podido impregnar ahí, pero su mirada estaba, en ocasiones, envuelta en un halo de nostalgia y camaradería al mismo tiempo. Sentía que el momento de separarse se iba acercando inexorablemente. Luego de todo aquello, cada quien tendría que seguir su camino. ¿Y no era más fácil que se acompañasen mutuamente? Ninguno se lo había propuesto al otro, en realidad. Y aunque la sirena hubo tenido tal pensamiento también en la punta de la lengua... Nunca salió de entre sus labios. Por supuesto que le caía bien Octojin. Y no solo eso, sino que sentía que se había formado un fuerte lazo de camaradería, más allá de apoyarse mutuamente por pura supervivencia en un entorno hostil y ajeno a ellos. Pero quizás ambos eran independientes en ese sentido. Ella no quería coartar las decisiones o el rumbo que el gyojin tiburón fuese a tomar. De la misma manera que no quería que sucediese lo mismo con su persona.

Los sentimientos eran contradictorios y, aún así, profundos. Miraba de reojo al escualo entre risas y mientras conversaban animadamente. Lo hacían con confianza, como si se conociesen de hace años y no de, tan solo, unas cuantas horas. Era un momento dichoso y triste al mismo tiempo, porque a medida que el tiempo pasaba y las luces del amanecer iban iluminando, con más fuerza, los alrededores de esa cueva, Asradi era consciente de que la partida y, por ende, la separación estaban cada vez más cerca. El corazón se le encogió por momentos. Y más aún cuando sintió la mano de Octojin, grande y poderosa, sobre la suya más pequeña y de apariencia más delicada. Un ligero picorcillo subió por su garganta, pero sonrió de todas maneras.

Yo también me siento bien con tu compañía. — Le confesó casi a la par, también sintiéndose sumamente halagada por las palabras del gyojin. Luego, se le escapó una risita un poco nerviosa. No quería ponerse demasiado sentimental, pues no quería que Octojin pensase que tenía un carácter débil o algo parecido. La sirena tenía muy mala leche cuando se lo proponía, de hecho. — Me da mucha pena que nos tengamos que separar, aunque entiendo que cada uno tiene que seguir su camino. De todas maneras... Espero que nos volvamos a encontrar pronto.

La sonrisa que, ahora, la sirena le dedicó al gyojin fue mucho más sincera y bonita. Expresando la sinceridad de sus palabras y la profundidad de sus sentimientos. Solo habían pasado unas pocas horas juntos, ella le había tratado la herida y había cuidado de él. Y, al mismo tiempo, una vez Octojin estuvo recuperado, hizo lo mismo con ella, velando su descanso y su seguridad.

Quizás no en el destino, pero creamos en el mar. Somos sus hijos y sus protectores al mismo tiempo. El océano, aunque a veces es cruel y vasto, siempre provee, en mayor o menor medida. — Tomó aire ligeramente, tratando de apaciguar el sentimiento nostálgico que le embargaba. Era un momento un tanto agridulce. Pero pretendía disfrutarlo al máximo, y no dejar que la tristeza ganase ese partido por ahora.

Con un trozo de piedra afilada, partió a la mitad el último trozo de carne que quedaba. Una porción para ella, la otra para Octojin. Era como un silencioso ritual y una forma de agradecerle todo lo que había hecho por ella. Asradi le guiñó un ojo, antes de “brindar” de esa manera. Por ella, por él. Por los dos y por todo lo que les deparase a partir de ahora.

El resto del tiempo continuó fluyendo entre risas e historias cortas. Incluso ella pudo aprovechar para volver a revisarle, quizás por última vez, la herida de su pecho Los ojos azules de la sirena contemplaron la zona con cierto aire crítico.

Ya está mucho mejor. — Murmuró. No apartaba la vista de ese lugar y, por inercia, y también con un inexplicable deje de cariño, sus dedos recorrieron la blanca piel escamosa del escualo. Por un lado, comprobando que, efectivamente, el cicatrizante había hecho su trabajo. Por otro, como si quisiese alargar aquel momento a sabiendas de que la despedida estaba próxima.

Pensar en eso hizo que tragase saliva, casi dolorosamente, y una furtiva lágrima se le escapó. Al percatarse, se dió la vuelta de inmediato, disimulando al comenzar a hurgar en su mochila. Tenía un frasco más que, ahora ya más compuesta, le entregó al imponente gyojin tiburón.

Ten esto. Es el mismo remedio que te he puesto durante este tiempo. — La fresca crema de algas y demás compuestos vegetales marinos con la que había tratado, parcialmente, el zarpazo que Octojin tenía en el pecho. — Es un buen cicatrizante. Y seguro que te metes en más de una pelea a futuro. — Los tiburones eran belicosos, ella incluída. No lo decía por mal, sino que también había un sentimiento de orgullo en ello por parte de la fémina.

Entregó dicho frasco entre las manos de él, y con un gesto sutil de las suyas, las cerró en torno al botecito, donde la misma Asradi también dejó una sutil caricia en dichas extremidades antes de que sus manos se separasen lentamente. Tras eso, inspiró hondo y desvió la mirada hacia el exterior.

Creo que deberíamos ir regresando hasta la costa. — Tenian los estómagos ya llenos. Habían descansado y recuperado las suficientes fuerzas como para volver a sumergirse en el océano.

Y, a pesar de sus palabras, esa congoja todavía permanecía ahí.
#34
Octojin
El terror blanco
El tiburón, sentado cerca de la piedra llena de sangre procedente de la carne que había cocinado empezó a reflexionar sobre todo lo que se acababa. En la orilla de la cueva miraba a Asradi mientras el sol comenzaba a iluminar tenuemente la costa. La sensación de camaradería que había compartido con la sirena en las últimas horas lo llenaba de una mezcla de satisfacción y tristeza. Sabía que el momento de la despedida estaba cerca, y aunque era consciente de que ambos tenían caminos diferentes, una parte de él no quería que ese momento llegara. Y no es que odiase las despedidas. Realmente odiaba despedirse de ella. De la sirena que tanto había hecho por su recuperación, la que le había ofrecido ayuda sin esperar nada a cambio y de la cual había conseguido obtener una extraña relación para él. Esa de la que aún seguía buscando significado y que le estaba haciendo experimentar tantas sensaciones desconocidas para él.

Las palabras de Asradi resonaban en su mente, especialmente cuando había mencionado que también se sentía bien a su lado. Que fuera un sentimiento que ambos compartían, hizo que el gyojin se encontrase en un estado de absoluta éxtasis. Era un sentimiento nuevo para él, como tantos que había experimentado en aquella isla.

No había tenido una conexión tan profunda con alguien en mucho tiempo, y mucho menos con una sirena, alguien de su propia especie. Tal vez por eso la despedida le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sentía un cosquilleo en el pecho cada vez que ella lo miraba o cuando sus manos se encontraban brevemente, como cuando le había estrechado la mano en un gesto de confianza y cariño. Esa sensación lo desconcertaba, pues no la entendía del todo. Cuestión de aprender, suponía. Pero es que le dolía mucho su ignorancia en ese aspecto. ¿Por qué no sabía nada de aquella sensación?

Se rió cuando Asradi le dio una pequeña palmada en el brazo tras casi haberse atragantado con el agua de coco. Su risa era sincera, sin burlas, simplemente un reflejo de lo cómodo que se sentía con ella. Y parece que la sirena así lo sintió, pues no hubo ni un ápice de reproche en ella.

Mientras comían, Octojin intentaba mantener una postura más formal y educada, aunque no podía evitar reírse cuando observaba la energía con la que Asradi devoraba la carne. Aquello le enseñó que no siempre debía intentar seguir unas pautas marcadas por a saber quién. Debía ser él sin importar quien estuviera delante. Sin duda aquel gesto le demostró que ella era una de los suyos, y verla así lo hizo sentirse aún más unido a su ser. Después de observarla un momento, se relajó y comenzó a comer a su propio ritmo, más tranquilo pero sin dejar de disfrutar del momento. Aquella comida tenía algo especial, no por el sabor, sino por la compañía.

Mientras seguían hablando, Asradi se inclinó hacia él para revisar su herida una vez más. Octojin se tensó por un segundo cuando los delicados dedos de la sirena recorrieron su pecho. Sentía un cosquilleo extraño, como una corriente suave que subía desde su pecho hasta su garganta. Nunca antes había sentido algo así, y aunque no entendía del todo qué significaba, sabía que no quería que ese momento terminara.

—Gracias por cuidarme —le dijo en voz baja, observando cómo sus dedos trazaban la línea de su herida ahora casi cerrada—. Te debo mucho —Pero sabía que no era solo su cuerpo lo que ella había sanado. Asradi había llegado en el momento justo, cuando Octojin necesitaba algo más que solo medicina. Había estado solo por mucho tiempo, sin relacionarse con nadie mucho más tiempo del necesario. Y aquello que la sirena le había dado, le abría puertas que no sabía que existían. Podía buscar gente y fiarse si merecían la pena. Solo tendría que esforzarse algo más en intentar comprender a quién tenía delante. Ella no solo le había salvado, también le había dado compañía, un sentimiento de pertenencia que hacía tiempo no experimentaba.

Asradi le ofreció un pequeño frasco con el cicatrizante que había estado usando en él, y sus manos se rozaron una vez más al pasárselo. Ese simple contacto fue suficiente para que Octojin sintiera que algo en su pecho se apretaba. La tristeza de la inminente despedida comenzaba a pesar sobre él. La mirada de Asradi, cuando mencionó que debían regresar a la costa, reflejaba los mismos sentimientos que él tenía. O eso creyó leer el escualo en su rostro. Sabían que el momento se acercaba, pero ninguno de los dos estaba realmente preparado.

Caminaron juntos hacia la costa, el sonido del mar se iba haciendo más presente con cada paso que daban. Y aquello solo significaba lo que no querían que llegase. El ambiente entre ellos era tranquilo, pero cargado de emociones no dichas. Octojin miraba el océano, su hogar, el lugar al que siempre regresaba. Y sin embargo en ese momento sentía que no quería dejar la tierra firme, no quería dejar la compañía de Asradi.

Cuando llegaron a la orilla, el mar parecía recibirlos con sus suaves olas, pero Octojin no podía evitar sentir que el océano también marcaba el final de algo. Se giró hacia Asradi y la miró con una mezcla de tristeza y gratitud. No sabía muy bien que decir.

—Es una pena que tengamos que separarnos —dijo finalmente, con la voz más grave y cargada de emoción de lo que había pretendido, con la firme intención de no quebrarse—. Me habría gustado compartir más tiempo contigo, pero entiendo que ambos tenemos caminos diferentes. Lucharemos por nuestros sueños y llegaremos donde queramos. Estoy seguro de ello.

Se sentía al borde de las lágrimas, algo completamente inesperado para él. El gyojin nunca había sido alguien dado a las emociones, mucho menos a llorar, pero en ese momento sentía que algo importante se rompía dentro de él.

—Ojalá el mar nos vuelva a reunir —agregó, con su voz casi quebrándose—. Quizá en algún puerto lejano, alguna corriente tonta, como hemos dicho, nos lleve al mismo lugar. Seguro que tendremos muchas historias que contarnos. Yo lucharé por ello —finalizó guiñando un ojo mientras sonreía.

Los ojos de Octojin estaban vidriosos, y aunque intentaba mantener la compostura, no podía evitar que una lágrima se formara en la comisura de su ojo. Se acercó a Asradi una vez más, y esta vez fue él quien tomó la iniciativa de tocar su mano, apretándola con suavidad.

—Gracias por todo —dijo en voz baja, sabiendo que las palabras no eran suficientes para expresar lo que sentía en ese momento.

El tiburón se quedó allí, petrificado, mirando el océano en silencio cerca de la sirena. Quizá porque allí es donde quería estar en ese momento y sabiendo que pronto tendrían que irse en direcciones opuestas. Pero en ese instante, con el sonido de las olas y la brisa marina rodeándolos, todo parecía estar en paz.

Finalmente, Octojin dio un paso atrás, asintiendo hacia el mar.

—Es hora —dijo, aunque su corazón le pedía quedarse un poco más. Con una última mirada a Asradi, se giró y caminó hacia el agua, sintiendo cómo las olas lo abrazaban nuevamente.

Y mientras se sumergía, dejando atrás la tierra firme y a Asradi, no pudo evitar sentir que parte de él se quedaba con ella.
#35
Asradi
Völva
Creía que iba a estar preparada para esa separación. Era de risa. ¿Por qué se ponía tan emocional por alguien que recién acababa de conocer? Ese y otros pensamientos embargaban su mente mientras caminaban hacia la costa. El silencio se había apoderado de ellos durante ese trayecto, como si ambos fuesen conscientes de que el tiempo se estaba acabando. Era, definitivamente, una sensación bastante agridulce. Generalmente, no tenía problema con las despedidas, no era tan apegada en ese sentido. Pero en esta ocasión le había tocado un poco la fibra. Quizás por que Octojin era uno de los suyos, después de hacía tiempo de no saber nada al respecto de los de su especie, esquivándolos y viajando casi de manera huidiza. A medida que avanzaban, podía escuchar el rumor del océano a lo lejos, pero cada vez más cercano según acortaban distancias.

Para cuando llegaron, finalmente, a la orilla, la mirada de Asradi se posó sobre el vasto mar durante unos segundos, al menos hasta que la voz de Octojin le sacó de sus pensamientos. Era tierno y casi surrealista al mismo tiempo. Tanto que le hizo sonreír de manera suave. El ver a ese enorme gyojin tiburón casi al borde de las lágrimas.

Nos volverá a reunir, tarde o temprano. Ten fé en eso. — Aunque mostraba una mirada igual de triste y nostálgica que la de Octojin, le regaló a éste una esplendorosa sonrisa, a pesar de tener el corazón encogido.

Fue su mano la que se adelantó y acarició la mejilla del más alto, hasta teniendo casi que estirar un poco más la cola al respecto. Lo que vendría siendo un “ponerse de puntillas”. Fue un contacto breve, efímero, antes de que él también se separase y Asradi apartase lentamente la mano.

En silencio observó como el escualo se metía en el agua y, un poco después, desaparecía bajo la superficie del mar. Ahí se iba una parte de ella que, esperaba, volver a encontrar a futuro en circunstancias mejores y más tranquilas. No en una selva plagada de peligros. Aunque, a su manera, también había sido divertido.

Asradi esperó ahí unos minutos más, aclarando sus ideas, pero era inútil. Suspiró largamente y procedió. Lo mejor era no atrasar más la partida. Ya había visto de primera mano lo peligroso que era ese lugar. La sirena avanzó hacia la orilla, hasta llegar a una buena profundidad para sumergirse y alejarse a buen nado del lugar.

Si el océano así lo quería, se volverían a ver.

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