Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Aventura] [A - T3] Quien a hiero mata, a hierro muere.
Atlas
Nowhere | Fénix
Debe ser ahí, ¿no? Sí, no hay duda. En la información que has ido recopilando se hacía mención a ese gran monstruo de acero que no para de vomitar humo hacia el cielo, así como a los elementos metálicos que, como agujas, amenazan con atravesar las nubes sin llegar a alcanzarlas. Semejante obra de ingeniería debe haber sido concebida por un genio. Ya en el pueblo de Rostock se comentaba hacía unos días que un misterioso y colosal barco parecía haber arrojado las anclas en el extremo norte de la isla, pero el tamaño del mismo seguramente se salga de los esquemas de cualquier embarcación que hayas visto antes.

Efectivamente, ahora que lo puedes ver —aunque aún sea desde la distancia— te queda claro que cualquier rumor se queda corto. Con una altura suficiente como para que pasarelas metálicas de unos veinticinco metros de largo permitan desembarcar en la zona de los acantilados, el navío se eleva sobre los mismos como un gigante sobre un muro de hormigón. Hasta tres gruesas chimeneas se alzan hacia los cielos, vomitando sin cesar un denso y sucio humo negro que, difuminándose conforme asciende pero sin llegar a desaparecer, dota a la zona de cierto aire tenebroso. Los rayos de luz chocan contra los desechos suspendidos en el aire, arrebatando claridad al día en la zona norte de isla Kilombo.

Al mismo tiempo, al menos media docena de grúas se erguen en perfecta alineación en el centro del navío. A poco que observes la embarcación durante cinco minutos comprobarás que no dejan de moverse. Algunas con pinzas y otras con grandes imanes, alzan elementos metálicos desparramados por la superficie del barco y los van distribuyendo en diferentes zonas o, por el contrario, los arrojan a algún lugar que desde la distancia no consigues distinguir. No parece que en estos momentos haya nadie transitando las pasarelas, por cierto, aunque aún debes encontrarte aproximadamente a un kilómetro y medio del navío. Más allá del mismo, a una distancia que seguramente sea difícil de precisar por la lejanía y por el modo en que la contaminación difumina el paisaje y distorsiona las perspectivas, puede intuirse la silueta del faro, centinela de los acantilados de Isla Kilombo.

Supongamos —y permíteme la licencia, si no es molestia— que decides aproximarte con cautela, poco a poco y oculta o semioculta entre maleza y ramajes, al barco que parece casar con la descripción de ese tesoro al que conduce la página que tienes contigo. Cuando hayas recorrido la mitad de la distancia que te separa del barco, descubrirás en un pequeño claro que, al parecer, no eres la única persona que en las últimas horas ha tenido la idea de ir a husmear un poco.

Con la espalda apoyada en el tronco de un árbol, respirando lentamente y con una nada desdeñable cantidad de sangre a su alrededor, una mujer que debe rondar la cincuentena, de pelo castaño salpicado de canas y porte atlético, se debate entre la vida y la muerte. Bueno, eso no lo sabemos aún... Pero creo que ha conocido tiempos mejores.

Off
#1
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Personaje


Día 17 de Verano del año 724

Casi parecía haber sido obra del destino. La página de enciclopedia de fruta del diablo que le compró a aquella gyojin tan curiosa llevaba por escrito que en aquella isla se encontraba una de esas frutas tan peculiares, y en concreto, una potencialmente poderosa. Airgid obviamente no tenía ni idea de cuál se trataba, pero sabía que no podía dejar pasar aquella oportunidad. Ya tenía planes para abandonar pronto isla Kilombo, y no habría mejor forma de despedirse de la que era su isla natal que haciéndolo con una fruta del diablo nueva, por todo lo alto. Estuvo un par de días recopilando información hasta que todo parecía apuntar hacia aquel misterioso e imponente barco de acero que había echado anclas en la zona norte de Kilombo. Era un verdadero monstruo, increíblemente enorme, podía verse casi a kilómetros de distancia, con varias grúas a su alrededor, elementos metálicos que sobresalían de él hacia arriba y con tres grandes chimeneas que lanzaban un espeso humo oscuro, dando un toque tenebroso al ambiente. Airgid no podía evitar pensar en que le fliparía tener un barco como ese, o al menos poder conocer su ingeniería desde dentro.

Lo cierto es que parecía una misión un poco intimidante, sobre todo porque a Airgid le faltaba una pierna y se movía a base de saltitos. Cargada con su mochila, sus dos escopetas -cada una sobre un hombro-, su nudillera colocada en la mano izquierda y alguna que otra cosa más, decidió acercarse a la zona con cautela, tratando de no llamar mucho la atención. Por suerte era una mujer ágil, aunque pudiera no parecerlo. Ese era el resultado de llevar casi diez años acostumbrándote a moverse de esa forma, a llevar una vida de ese estilo. Al final adquirías soltura, sobre todo ella que centraba mucha parte de su entrenamiento físico justamente en aquella desventaja. Por otro lado, el sigilo no era su especialidad, la verdad, era una mujer ruidosa por lo general y a la que le gustaba ir siempre de frente, generando un poco de caos y diversión. Pero la misión se antojaba cuanto menos complicada, así que decidió que ya que era un asunto tan importante y esencial para el transcurso del resto de su vida, quizás debería intentar ser un poco más disimulada. De hecho, incluso se había vestido de negro para ver si así podía camuflarse un poco mejor. Pantalones atados a la cintura, estilo cargo, largos y anchos; un top ceñido de manga larga y una única bota, militar y del mismo color, con la puntera metálica. Hacía calor, pero eso a Airgid nunca le había afectado mucho, resistía bien las altas temperaturas desde siempre.

Tras caminar un rato, recorriendo ya lo que intuyó que sería más o menos la mitad del camino, apartó un poco la maleza hasta llegar sorprendentemente a un claro. No planeó parar en ningún momento, se moría de ganas por llegar a aquel barco, aunque no tenía ni idea de lo que le esperaría allí. La muerte, seguramente. No hombre, esperemos que no. El caso es que aunque no quería pararse allí... la visión de una mujer que se encontraba sangrando apoyada en el tronco de un árbol se hacía bastante difícil de ignorar. A ver, aún era pronto, no pasaría nada por pararse un momento para ayudarla, ¿verdad? Qué mal que no estuviera Asradi, ella era una médica bastante buena, seguro que podía hacer algo por aquella mujer. Pero Airgid... sabía hacer las curas mínimas, lo que tuvo que aprender sí o sí para que la pierna no se le infectara en el momento en el que se la amputaron. — ¡Hey! — Llamó su atención a la vez que dio unos cuantos saltos para acercarse a la desconocida. Finalmente llegó a colocarse frente a ella. — Tía, ¿estás bien? — Trató de no hablar muy alto, por si acaso. — ¿Qué... qué te ha pasao? — Joder, no tenía muy buena pinta, la verdad. Se mordió la lengua, un poco nerviosa por la impotencia. — Mierda, no tengo vendas encima... tengo esto, ¿te sirve? — Sacó de su mochila un botecito con ungüento. Sabía que era una medicina más pensada para las quemaduras, pero... quién sabe, quizás podía ayudarla con eso. Puede que Airgid fuera un poco pilla, un poco delincuente de vez en cuando, pero se preocupaba por la gente. Cuando se volvió a encontrar con Ragnheidr, herido por una bala, no dudó en prestarle toda la ayuda que tenía a su disposición, y eso que no le reconoció de primeras. Ni le hizo ningún tipo de pregunta. Estaba dispuesta a hacer lo mismo por aquella mujer. Por cierto, no pasó por alto lo atlético que parecía ser su físico. Eso ya le generaba bastante respeto, en el buen sentido.

Off

Inventario
#2
Atlas
Nowhere | Fénix
Te aproximas a la desconocida con una muy noble y loable intención, pero no tardas en darte cuenta de que la sangre que hay a su alrededor no es nueva. El charco no aumenta de tamaño y el color de la sangre hace pensar que se está oxidando, por lo que el sangrado, esté donde esté, debe haberse detenido. A poco que inspecciones un poco a la atlética mujer comprobarás que sus heridas, repartidas sobre todo en pierna derecha y abdomen, han sido vendadas y todo hace pensar que la hemorragia se ha detenido.

Entonces, reaccionando a tus palabras, la mujer abre súbitamente los ojos. Lo hace con un gesto entre iracundo y asustado, el de quien se encuentra en plena batalla. Estira su brazo derecho e intenta aferrarte por encima del codo izquierdo. En caso de que lo consiga, puesto que creo que no tendrás demasiado problema para evitarlo dado su estado, podrás comprobar que la mujer tiene bastante fuerza a pesar de su situación. Lo logre o no, podrás ver cómo sus ojos castaños recorren tus facciones y saltan desde tus ojos hasta los labios, suavizándose su gesto un instante después y soltándote en caso de que te haya atrapado el brazo antes.

—He conocido tiempos mejores —te responde entre tos y tos—, pero estoy bien. Saldré de esta. Alguna ventaja tiene que tener ser médico —añade para, tras tragar saliva, seguir hablando—: Del que no sé nada es de mi compañero, Curtis. Nos enviaron aquí para investigar los métodos de esos piratas y cómo lo hacen para llevarse por delante barcos marines, piratas o de los nuestros sin aparente dificultad.

Entonces se calla, al parecer dándose cuenta de que ha soltado algo de información que debería haberse guardado. Porque, si no son marines ni piratas pero son "algo", ¿qué son su compañero y ella? Sus ojos vuelven a escrutarte entonces, analizando tu indumentaria, actitud corporal y, a juzgar por la severidad con la que clava sus pupilas en las tuyas, cualquiera diría que hasta el alma y los pensamientos.

—No, no pareces ni una gaviota ni uno de esos sinvergüenzas, pero vienes armada hasta los dientes. Supongo que tú también buscas algo —rompe a toser de nuevo—. Sé que no me conoces de nada; ni a mí ni a mí compañero, pero somos buena gente. Sólo queremos liberar al mundo de la opresión a la que está sometido por los poderosos. Por favor, ayúdanos. Rescata a mi compañero... Seguro que podremos hacer algo por ti como agradecimiento. Lo mantienen allí —finaliza, apuntando hacia el monstruo de metal—. Y que no consigan clavarte ese acero, por tu bien.

Bien visto, ibas de camino de todos modos, ¿no? Ahora bien, si no son marines ni piratas... Dicen que quieren salvar el mundo. Bueno, supongo que ya nos enteraremos más adelante de quiénes son de verdad, ¿no? Curtis y... mierda, se nos ha olvidado preguntarle su nombre. Da igual, no creo que pueda irse demasiado lejos viendo su estado.

En caso de que continúes tu avance hasta el barco, podrás aproximarte hasta detenerte a unos quince metros de las largas pasarelas de metal que conectan el barco con la superficie de los acantilados. Desde la vegetación puedes ver que, efectivamente, en este momento nadie las usa para cruzar. No obstante, en la cubierta del barco sí que puedes ver bastante movimiento. Sólo ves una pequeña parte de la misma, pero atinas a distinguir al menos a tres sujetos diferentes. Todos ellos visten camisetas blancas sin mangas llenas de suciedad, barro y aceite de motor. Su piel no es diferente, reflejando que aquellos tipos están constantemente trabajando con chatarra, motores y demás objetos de índole similar.

De hecho, mientras observas puede ver cómo una de las grandes grúas se coloca sobre una pila de chatarra de al menos cinco metros de alto. Del extremo del grueso cable que pende desde las alturas cuelga un amplio y grueso imán, que arrastra consigo una nada desdeñable cantidad de chatarra hacia las alturas. Es más, si te fijas en uno de los trozos que ya se movilizan por el aire sobre la cubierta parece que se puede distinguir a la perfección el logotipo de la Marina. Se ve que a esa gente le da igual ocho que ochenta y se llevan por delante lo que haga falta.
#3
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Ahora que Airgid era capaz de verla un poco mejor, más de cerca, se dio cuenta de que la sangre que manchaba a aquella mujer estaba seca. No, la rubia no sabía mucho de medicina, pero hasta ella podía intuirse que eso era una buena señal. Sea lo que fuera la herida que tuviera, ya había dejado de sangrar. Observó las vendas de sus piernas y de su abdomen, estaban algo sucias pero saltaba a la vista que habían cumplido con su función tapando aquellas heridas. Al final su pobre ungüento no serviría de nada. Bueno, mejor, quizás lo necesitaría ella más adelante.

Fue a guardar de nuevo el ungüento en la mochila, pero el agarre de aquella mujer sobre su brazo la interrumpió, provocando un encuentro entre sus miradas. La misteriosa mujer parecía confusa, algo asustada quizás, aunque sobre todo parecía enfadada, cabreada, seguramente al verse en ese estado. La mano que la agarró poseía una fuerza sorprendente para tratarse de una persona herida, estaba claro que aquello no acabaría con ella. Tenía esa mirada de determinación en los ojos, esas ganas de seguir viviendo. Ambas se observaron la una a la otra durante unos instantes, hasta que, un poco más relajada, la mujer herida le soltó del brazo. Airgid ni si quiera hizo el intento de soltarse o de zarandearse, confiaba en que no le haría nada, en que simplemente había sido una reacción natural. Puede que no la conociera de nada, pero Airgid se dejaba llevar bastante por las sensaciones que le transmitían las personas que conocía, las primeras impresiones. Y algo en ella le dijo que aquella mujer no era una mala persona.

Entre tos y tos, finalmente le respondió que se encontraba bien, y lo mejor de todo, que era médica. La rubia suspiró un poco debido al alivio que sintió al escuchar sus palabras. Procedió a volver a guardar el ungüento en el interior de su mochila sin dejar de prestar atención a sus palabras. Mencionó la desaparición de un compañero suyo llamado Curtis y le contó que a ambos les habían enviado a explorar el barco con el fin de descubrir cierta información. Al parecer, la embarcación pertenecía a unos poderosos piratas, pues habían sido capaces de arrasar con barcos tanto de marines como de otros piratas, como de... los suyos. Fueran los que fueran. ¿Acaso estaba hablando con una agente del Gobierno? A ver, no era demasiado difícil llegar a la conclusión de que el Gobierno mandaba espías a diferentes lugares con tal de obtener información jugosa. Y tendría sentido que de ser así, no le revelara a que grupo pertenecía. O puede que estuviera siendo demasiado paranoica y simplemente no pertenecía a nada en concreto. A veces pensaba de más.

Aunque si que hubo otro pequeño silencio medio incómodo, las dos parecían estar pensando en cosas parecidas. Airgid se sintió de nuevo algo observada por los enormes ojos de aquella mujer que la analizaban de arriba abajo. Tras ese último vistazo, cayó en la cuenta de que no, Airgid no era ninguna "gaviota", como le había dicho, ni tampoco una de esos "sinvergüenzas", ¿a quienes se refería concretamente? Fuera como fuese, Airgid no pudo evitar esbozar una buena sonrisa cuando escuchó sus palabras. ¿Que si estaba buscando algo? — Y tanto. — Respondió ella, pocas pero reveladoras palabras. Entonces, quizás debido a la desesperación en la que se encontraba, le ofreció a la rubia un trato. Si entraba al barco y ayudaba a su compañero, ese tal Curtis, pasarían a estar en deuda con ella, podría pedirles algo a cambio. A ver, nunca estaba de más tener favores que gastar, e igualmente ya estaba poniendo rumbo al barco de todas maneras... también dijo algo que le llamó la atención, "que no consigan clavarte ese acero, por tu bien", ¿a qué se refería? Era obvio que nunca era demasiado agradable que te clavasen acero en el cuerpo, pero por algún motivo lo había recalcado, como si fuera importante.

Mmm... — La rubia se mostró pensativa unos instantes. Su sonrisa se amplió de repente, y miró a aquella mujer a los ojos con la intensidad de quién acababa de tomar una decisión importante. — Tá bien, intentaré encontrarle y ayudarle, pero tía, no tengo ni idea de lo que puede haber ahí dentro. — Parecía ser desde luego, un tema peliagudo. — No puedo prometerte ná, solo que haré to' lo que pueda. — Buscó tomarla de la mano, como si firmara un trato por medio de ese gesto, uno de confianza. — Tú 'pera aquí. — La invitó a que se sentara en la base de aquel árbol, pero era una tía dura, puede que no lo necesitara. Tras dedicarle aquellas palabras, decidió que era momento de seguir con su camino. Dio unos cuantos saltitos, alejándose de la escena y de la mujer. Cuando recordó algo. Se giró levemente, lo suficiente como para poder mirarla de reojo. — ¡Me llamo Airgid, por cierto! — Se despidió levantando la mano izquierda, y sin esperar más respuesta de ella, continuó avanzando hacia la enorme e imponente embarcación.

Era una trampa mortal. Estaba casi segura de ello. Pero ahora el asunto ya no solo la incumbía a ella, también había una promesa de por medio, un joven atrapado llamado Curtis... en definitiva, que no podía echarse atrás. Llegó hasta las pasarelas de metal que conectaban al barco con el acantilado, desde la maleza en la que aún se escondía. Fue capaz de distinguir a lo que parecían ser tres trabajadores, a juzgar por el aspecto que tenían. También, desde más cerca, podía observar mejor las dimensiones de esas grúas que movían la chatarra de un lado a otro. Vio el logo de la marina en uno de esos trozos. Parecía que esa mujer no mentía.

Vale, ahora venía la cuestión importante. ¿Cómo proceder? Podía intentar ser sigilosa, avanzar sin que esos tres trabajadores la vieran. Solo eran tres, y parecían estar ocupados haciendo diferentes tareas en la cubierta. También podía ir de cara, intentar inventar una excusa y hacerse pasar por trabajadora. Para este segundo plan necesitaría esconder las escopetas dentro de la mochila... nadie se creería a una trabajadora que iba así de armada, hasta los putos dientes. Lo malo de la primera opción es que si la pillaban, ya sería bastante difícil poder inventar una excusa creíble. Y ella no era muy sigilosa, sin embargo, si que tenía bastante labia. Así que... ¿por qué no?

Guardó las dos escopetas y las nudilleras dentro de la mochila. Aprovechó para sacar una mini botellita de cola y darle un buen trago. Necesitaba esa cafeína para afrontar la misión y recargar sus pilas. Viendo que los trabajadores llevaban camisetas sin mangas, decidió arrancarle las mangas a su top, dando un aspecto un poco más desaliñado. Puede que fuera asqueroso, pero aquellos hombres no estaban muy limpios que digamos, así que pasó la mano por la suela de la bota, recogiendo un poco de polvo y suciedad y se manchó los brazos y un poco la cara. Que diera la sensación de que venía de currar y a seguir currando. De que era una más de ellos. Una vez se sintió lo suficientemente creíble, salió de entre la maleza y puso marcha a la paserla metálica. No habló con nadie directamente, ni buscó a nadie. Con la mochila a tope de carga en la espalda y dando saltitos con muchísima tranquilidad, simplemente avanzó, buscando la forma de adentrarse en el barco. Si se movía con la suficiente confianza, nadie tenía por qué sospechar de ella. Y si alguien se acercaba a preguntarle, podría inventarse algo, salir del paso gracias a su carisma. Una aliada que no le había fallado nunca.

Resumen

Tema virtudes y defectos
#4
Atlas
Nowhere | Fénix
A priori no parece mala opción. Entrar pegando tiros probablemente no fuera la más inteligente de las ideas y,  a decir verdad, las características de tu destino tampoco dan pie a muchas más opciones. Con las armas a buen recaudo, tu ropa rasgada para parecerte lo máximo posible a los ocupantes del lugar al que te diriges y tu atuendo y piel ensuciados con el mismo objetivo, por fin te decides a cruzar la pasarela. Metálica, vibra levemente pero de forma muy reveladora conforme avanzas sobre su superficie. Es suficientemente amplia como para que camines sin tener que ir haciendo equilibrismo, pero también está lo bastante alta como para no querer mirar demasiado hacia abajo —perdona la licencia, pero no me llevo yo demasiado bien con las alturas—.

Sea como sea, cuando apenas te quedan un par de metros para alcanzar el otro lado uno de los hombres que habías visto emerge ante ti. Ya más cerca, puedes apreciar que la roña que habías visto inicialmente desde la distancia para nada se acerca a la cantidad de mugre que esos tipos cargan consigo. La camiseta sin mangas, que de lejos parecía blanca, luce más bien un color amarillento. Está plagada de lamparones y, como ya habías visto antes, restos de hollín y aceite de motor.

A espaldas del hombre puedes ver que no hay solo tres personas en cubierta, como habías divisado antes, sino que los tripulantes se cuentan por decenas —y eso que solo ves una parte del barco—. Hay hombres, mujeres y niños. Todos muestran un aspecto similar. Sobre tu cabeza, las grúas desplazan los fragmentos de metal y los arrojan a anchas oquedades abiertas en la cubierta. Una candente luz anaranjada se asoma desde lo más profundo del vientre del navío, distorsionando en cierto modo el aire sobre las aberturas como el asfalto ardiente de una carretera en pleno verano. ¿Funden el metal? Eso parece, ¿no? De hecho, a juzgar por la incesante actividad que puedes apreciar de un solo vistazo, cualquiera diría que ahí no se para en ningún momento.

—¿Qué, hay metal en el faro o no? —te dice entonces el sujeto con un tono de voz que recuerda más a un gruñido que a una pregunta—. ¡En el faro! —insiste, señalando hacia lo lejos, allí donde se puede avistar la silueta del faro artefactada por la contaminación del ambiente. Parece que has tenido suerte, ¿no? Han debido de mandar una expedición o algo para ver si allí hay algo que puedan aprovechar.

Antes de que te dé tiempo a responder, un agudo sonido de cadencia mantenida empieza a resonar en todo el barco. Absolutamente todos los tripulantes se vuelven hacia el punto en el que debe estar el centro del mismo mientras una voz se eleva sobre todo el ruido por megafonía:

—Decimosexta plegaria al Dios de la Forja. En nombre de tus hijos..

La plegaria comienza. Si yo fuera tú, disimularía o algo —lo que no sé es cómo—, porque aunque el tipo te haya dado la espalda para ponerse a rezar estoy seguro de que puede oírte... Y allí están rezando todos. Mientras la voz guía la plegaria, el sonido se mantiene fijo en el ambiente, conservando su timbre y su cadencia en todo momento. Ahora que me fijo, recuerda al martilleo de un herrero en el momento álgido de su trabajo.

—... porque hoy ha de ser el día en que nuestro próximo maestro sea elegido —concluyen, cesando el impás y volviendo todo a la actividad que había justo antes. El hombre, por supuesto, se vuelve hacia ti para continuar la conversación justo donde la habíais dejado.

Off
#5
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Completamente despreocupada y con una enorme tranquilidad, Airgid se hizo paso a través de la pasarela de metal. Era lo suficientemente ancha como para poder pasar sin problemas, y por un segundo le pudo la curiosidad de mirar hacia abajo. Hacia la más absoluta nada. El larguísimo y empinado acantilado se encontraba con un enbravecido mar que chocaba sus olas contra la tierra, contra piedras afiladas que sobresalían de entre la marea. El corazón se le aceleró, pero mantuvo la mirada unos segundos más mientras notaba la adrenalina subir desde la planta de sus pies. Sonrió antes de volver a dirigir la cabeza al frente. Se había acojonado, pero a la vez le gustaban las emociones así de fuertes.

No obstante, cuando estuvo a punto de dar el último salto hacia la cubierta del barco, un tipo apareció de la nada y bloqueó su camino. La rubia seguía con aquella sonrisa en la cara, y solo la ensanchó un poco más cuando le vio. Tenía que demostrar confianza, seguridad, que realmente trabajaba ahí y que sabía lo que se hacía, que solo tenía que continuar con el curro. Echando un breve vistazo a la cubierta, comprobó que había más gente a bordo de la que había conseguido divisar anteriormente desde la lejanía de la maleza. Hombres, mujeres, incluso niños y niñas. Eso sí que era una sorpresa. También pudo fijarse un segundo en la llamativa luz naranja que desprendía el interior del navío, no solo era una luz, es que parecía distorsionar suavemente el aire que salía de las aberturas. Se debía a una fuente de calor. Un horno, quizás. Puede que por eso estuvieran reuniendo tanto metal, para fundirlo y darle una forma nueva. Qué guapo, a Airgid todo eso le estaba flipando. Ahora no podía dejar de pensar en cómo sería aquella zona de la fundición por dentro.

La voz del hombre sacó a Airgid de su ensimismamiento. El tío ni siquiera le dio tiempo para responder antes de que insistiera de nuevo. ¿Metal en el faro? Joder, entonces había funcionado, había creído de verdad que trabajaba allí. Un punto para Airgid. Pero no le dio tiempo a responder, de repente, un sonido agudo resonó por toda la cubierta, rechinaba y resultaba ciertamente desagradable, al menos hasta que se estabilizó la onda de la voz. Todo el mundo se giró al unísono hacia el origen del sonido, inevitablemente, por mera curiosidad, Airgid hizo lo mismo.

Empezó a sonar por megafonía una plegaria, una oración. Dios de la Forja, dijo aquella voz. Airgid parpadeó un par de rápidas veces, sorprendida por lo que estaba escuchando, pero cuando vio que todo el mundo seguía sus palabras con perfecta coordinación, cayó en que ella debería también hacer algo, intentar disimular, tratar de seguir el rezo. Pero, ¿cómo? No se lo sabía, no le sonaba a nada que hubiera escuchado anteriormente. El Dios de la Forja sonaba duro de cojones, pero no era un dios que Airgid conociera. Juntó las manos, imitando la postura de la plegaria y balbuceó un poco por lo bajo... Siguió un par de frases, pero con retraso, dándole tiempo a que pudiera escucharlo primero. Se dio cuenta de que quizás eso no quedaba del todo bien, así que se tapó la boca con el cuello de la camiseta y tosió con cuidado, tratando de mantener el volumen lo suficientemente moderado como para no llamar la atención. Quizás solo la de aquel hombre que se colocó frente a ella. Se pasó casi toda la oración tosiendo bajito, aunque con las manos juntas, rezando como podía.

La plegaria terminó, todo el mundo volvió a sus tareas con normalidad. La mujer separó las manos, alzando de nuevo la mirada y tosiendo una última vez para disimular. El hombre se giró de nuevo hacia ella, y Airgid no tardó en contestar, ahora sí. — Perdona, hermano, es el humo de la fundición, de los motores... lo tengo metío en los pulmones. — Sonrió, aparentando calma y mirándole a los ojos, buscando cualquier tipo de conexión con él. — El faro está a tope de metal. — Cambió de tema, y no mintió, conocía aquel faro de primera mano, sabía que aunque el faro en sí estuviera construído en piedra, tenía mucho metal en su interior, sobre todo en la zona superior donde se encontraba la luz. — Ya están ocupándose de to, me han mandao aquí a que informase y que echara una mano. — Se acarició uno de sus doradores mechones, como despreocupada. Aunque seguía sobre la plataforma de metal, tenía que ser lo suficientemente creíble o aquel tipo la tiraría por la borda. — Así que, qué, ¿me dejas pasar? Tengo que ir al interior. — Seguro que dentro del barco también había trabajadores como en la cubierta, seguro que aquella historia y aquella mentira colaban, ¿no? Le guiñó un ojo en un gesto de complicidad. Había procurado no sonar nerviosa, tirar de carisma y de un poco de ingenio para terminar de colarse en el barco. Había hecho todo lo que podía, ahora solo quedaba confiar en que fuera suficiente.

Resumen
#6
Atlas
Nowhere | Fénix
Pues sí, la verdad es que tu actuación ha sido bastante creíble. Vamos, a mí me la has colado, y como yo soy quién decide qué funciona aquí y qué no, el tipo de la cubierta asiente y lanza un nuevo gruñido que quiere remedara algo parecido a un "sí". Acto seguido, se hace a un lado y continúa con su labor, que consiste en clasificar diferentes elementos metálicos y llevarlos en carretilla a diversos montones de diferente envergadura esparcidos por la cubierta. Todo parece tremendamente desordenado, pero a poco que prestes un poco de atención podrás comprobar que todos saben perfectamente adónde se dirigen. Un caos organizado, vaya.

Conforme caminas sobre la cubierta del barco puedes deducir que aquello es una verdadera colonia flotante. Aquella gente vive allí y hace su vida a bordo, consagrándola, según parece, al metal y al dios de la forja. Tipos grandes como bueyes cargan enormes vigas de acero sobre sus espaldas. Mujeres trabajan el metal con sus poderosos brazos, martillo en mano y sudor en rostro, portando a sus bebés en sus espaldas envueltos en tela ennegrecida por el hollín. Todos están afanados en sus labores, por lo que nadie parece tener interés en pararte.

Mientras caminas, deambulando entre pozos que, si te asomas por curiosidad, podrás comprobar que conducen a verdaderas piscinas de metal fundido —son esas oquedades de las que hablábamos antes—, te vas aproximando al centro de la embarcación. Cuanto más te acercas al mismo de más calidad parece el metal que se amontona, más reluce y con más mimo es clasificado, dando forma a verdaderas colinas en miniatura que te transportan a un mundo de acero y fragua.

La verdad es que resulta tan fascinante como sobrecogedor. Una mentalidad patológica emana de forma evidente de las piscinas de metal fundido, acompañada por un fervor de fe y paranoia que embota los sentidos. Y allí, en medio de las dos columnas de chatarra más altas de todo el navío, unas escaleras comienzan el descenso hasta el núcleo del monstruo de acero. Una puerta doble abierta de par en par señala el acceso, coronada por dos grandes martillos de forja cruzados entre sí.

En caso de que decidas entrar, comprobarás que una larga escalinata lleva a una amplia estancia mucho más limpia que el resto del barco. Es circular y en el centro tiene una gran mesa de la misma forma. Sin embargo, no está cerrada. En las paredes surgen puertas perfectamente circulares que conducen a cada una de las piscinas que has ido dejando atrás mientras caminabas en la superficie. El lugar, que parece destinado a ser el enclave donde tienen lugar reuniones y demás eventos importantes, también parece ser utilizado como foro a juzgar por la cantidad de personas que hay en él. Charlan entre sí animadamente, sin prestarte mayor atención ni a ti ni al otro invitado.

Ah, ¿no le has visto? Pendiendo del techo y atado boca abajo a un gran círculo con una cruz de metal en su interior, un sujeto ensangrentado parece debatirse entre la consciencia y la inconsciencia. De su nariz gotea sangre como lo haría el agua de una estalactita en una cueva, formando un pequeño charco en el centro de la mesa que te comentaba antes.

En un gran sillón de metal anclado a la única pared de la estancia que no sirve de acceso a piscina de metal fundido alguna, un sujeto que debe rondar los tres metros, corpulento como un oso y con el cuerpo plagado de cicatrices de quemaduras charla con gesto serio con varios hombres y mujeres de edad avanzada. Según parece, nadie ha reparado en ti por ahora.
#7
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Nunca subestimes el poder de la palabra. El gruñido de aquel trabajador fue lo suficientemente positivo como para que Airgid entendiera que acababa de darle el permiso de pasar al barco. Había un curioso y familiar caos en la cubierta, cualquier otra persona se agobiaría sin entender la organización que realmente había detrás de todo ello. Pero Airgid estaba acostumbrada al desorden, su propio estilo de vida era así, y sabía que incluso dentro del caos se podía ser metódico. Ella al menos solo sabía trabajar de esa forma.

Era como si acaba de entrar en otro mundo, un ecosistema diferente a todo lo que había visto anteriormente. Mientras se hacía paso a través de la gente, podía observar cómo se relacionaban entre ellos, cómo trabajaban y casi cómo vivían. Todos parecían duros como el acero y le rezaban a un dios propio, parecían no necesitar a nadie más, ni al resto de la sociedad. Vivían con sus propias reglas. Lo respetaba casi todo, menos el aspecto del dios. Había tenido malas experiencias en el pasado con ese tipo de sectas religiosas... ¿aunque qué religión no era una secta? Bueno, este no era el tema.

Fue pasando por la cubierta, mirando un poco a todos los lugares que le llamaban la atención. Personas, madres, y también aquellos pozos que al asomarse daban lugar a piscinas de metal fundido. Ojalá ella pudiera contar con un equipo así para poder fabricar sus inventos, sería mucho más rápido, desde luego. Y finalmente encontró una enorme puerta de metal -cómo no-, abierta de par en par y coronada con el símbolo de unos martillos en la parte superior. Tras el umbral de la puerta se encontraban las escaleras que descendían hacia el interior del barco, y la emoción le puso a Airgid los vellos de punta. Se mordió la lengua, tratando de reprimirse visualmente y respiró profundamente antes de adentrarse y comenzar a bajar las escaleras a base de saltitos, agarrando bien su mochila.

Las escaleras eran largas, la rubia estuvo un rato bajándolas hasta que acabó llegando a una amplia sala, limpia y de forma circular con una gran y redonda mesa en el centro de la misma. Había una buena cantidad de personas allí sentadas, lo suficientemente ocupadas como para no prestarle demasiada atención a la presencia de Airgid. Quizás estaban acostumbrados a que los trabajadores pasaran por allí de vez en cuando. En las paredes pudo ver varias puertas cerradas también redondas, a saber a dónde conducirían. Pero lo más llamativo sin duda, el elefante en la habitación, era aquel hombre que colgaba de una cruz metálica del techo y que estaba tan herido que estaba dejando la mesa bonita de sangre. No conocía su nombre ni nada, pero... una intuición le dijo que aquel hombre debía ser el compañero que la médica herida le había pedido que ayudara, ese tal Curtis que se había quedado encerrado en el barco. "Joder, ¿no podía estar en un sitio menos cantoso? ¿Más escondidito?", pensó la rubia para sus entrañas. Volvió a morderse la lengua, nerviosa, sin saber cómo reaccionar y quedándose paralizada contra la pared más cercana de la escalera.

¿Cómo iba a ayudarle en esa situación? Podría volver a intentar ser carismática, crear alguna excusa o alguna mentira que les hiciese creer que debían soltar a ese hombre. O podía directamente liarse a tiros con todo el mundo, pero aunque pudiera sobrevivir a un enfrentamiento entre las personas de la mesa, todo el puto barco estaba a reventar de gente. Quizás no era lo más inteligente... también podría intentar buscar primero la fruta que efectivamente, había venido a buscar. Quizás pudiera encontrarla y quizás podría usarla para ayudarle a salir de allí, aunque no tenía aún ni idea de qué tipo de fruta se iba a encontrar, de qué poder le otorgaría... Tantas posibilidades de que el plan saliera mal, tan pocas de que pudiera salir de allí con Curtis y la fruta a la vez...

Quizás podía, antes de tomar ninguna decisión, intentar tantear un poco el terreno. Aquellas personas sentadas a la mesa hablaban de forma animada, no parecían estar discutiendo nada de demasiada importancia. Puede que no se molestaran de tener a otra participante en su pequeña conversación. Se acercó un poco, dando unos saltitos. — ¡Hey, tíos! ¿Qué ha pasao? ¿Quién es ese desgraciao? — Preguntó, uniéndose a la charla y señalando con una mano al tío que colgaba del techo. — Estaba fuera en el faro, currando, así que no me he enterao de nada, ¿ha intentao robarnos o algo? — Nunca estaba de más intentar obtener algo de información con la que poder jugar, dar a entender que obviamente era una aliada más. A pesar de que charlaba con tranquilidad y normalidad, no podía evitar estar algo tensa. Pendiente, atenta, por si acaso alguno de ellos intentara atacarla. No se terminaba de fiar que su don de palabras funcionara siempre.

Resumen
#8
Atlas
Nowhere | Fénix
Un denso murmullo incomprensible flota en la sala. Puedes ver cómo los labios de cuantos se encuentran en la estancia se mueven sin descanso, mas no atinas a distinguir cuál de entre todos los infinitos matices de voz que componen el murmullo pertenece a cada uno. En medio de todo el jaleo, la cadencia fija de la sangre al golpear la mesa es el único elemento discordante, sólo apreciable por aquellos a los que la presencia y el estado de ese hombre les resulta algo fuera de lo común. Según parece, en la estancia tú eres la única persona que cumple esas características.

Nadie parece darse cuenta de las primeras tres frases que pronuncias, pero conforme te acercas y enuncias la parte final de tu diálogo las cabezas más cercanas se voltean para mirarte. En este caso corresponden a dos personas entradas en años, un hombre caucásico con aceite te motor hasta en los ojos —literalmente— y una mujer de color de córneas amarillentas y pelo rizado y canoso extremadamente sucio.

—¿Y había metal? —cuestiona entonces el primero al escuchar que vienes del faro.

—¿Lo habéis traído? —añade la segunda sin despegar sus negras y profundas pupilas de tus ojos.

Después de que respondas, un muchacho que no debe pasar los quince años y que se sitúa en el punto de la mesa exactamente opuesto al tipo de las quemaduras pasa a dirigirse a ti también:

—Ese tipo intentó colarse en el barco anoche junto a una mujer, pero escogieron el momento en que Latton estaba patrullando la cubierta —explica con una amplia sonrisa en la cara. Parece bastante afable, eso seguro. Mientras habla hace un gesto con la cabeza hacia el tipo de las quemaduras, que se percata y comienza a miraros a ti y a él alternativamente—. Como nuestro futuro guía, ahuyentó a la mujer y consiguió capturar a este desgraciado. Estamos esperando a que llegue la hora para celebrar el ritual de su coronación. Cuando nadie se alce como aspirante al lugar que le corresponde, usaremos su sangre para templar el acero del Dios de la Forja y Latton comerá el regalo del herrero.

Si en ese momento vuelves a mirar a quien sin duda es Curtis, comprobarás que la estructura a la que está sujeto no está quieta, sino que va girando lentamente. En el techo circular, unas marcas dorada situadas a intervalos regulares parecen señalar algo. Del mismo modo, justo bajo los pies de Curtis hay también una marca dorada que está a punto de llegar a una marca situada justo en la posición que ocupa Latton, como si fuese una cuenta atrás. Cualquiera diría que está a punto de pasar algo importante. Si tienes algo que hacer, decir o preparar, tal vez sea el momento.
#9
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Aquellos hombres y mujeres dialogaban entre ellos como si la presencia de un cuerpo sangrante sobre ellos fuera la cosa más normal del mundo, como si fuera algo ya rutinario en su día a día. Airgid trató de no mirarle mucho, no quería empatizar de más y hacer algún gesto indebido que la delatase, solía ser una mujer bastante transparente y le costaba a veces ocultar sus emociones. Estaba en una situación demasiado delicada como para cagarla en ese momento.

Las personas sentadas a la mesa ignoraron completamente la presencia de la rubia, al menos al principio. No parecían en absoluto interesados en responder a sus preguntas, cuando escucharon que había estado trabajando en el faro fue sobre lo único que le dieron respuesta. Un par de personas visiblemente entradas en años, un hombre lleno de aceite y una mujer con los ojos ligeramente amarillentos le preguntaron sobre el metal del faro y sobre si lo había traído a bordo. Airgid se llevó las manos a las caderas, adoptando una postura confiada y tranquila, solo tenía que seguir con la misma mentira que le había contado al tipo de la cubierta. — ¡Y tanto! Hay buen metal ahí, lo estamos trayendo ya. — ¿Nadie iba a responder sobre quién era el tipo torturado que tenían encima? Quizás la había cagado haciendo una pregunta así, quizás era algo obvio para los miembros de aquella curiosa tripulación e insistir en el tema podría delatarla como una intrusa... decidió no volver a sacar el tema.

Pero la verdad es que no hizo falta, cuando terminó de responder a los dos que le prestaron algo de mínima atención, un joven que apenas parecía acabar de entrar en la pubertad se unió a la conversación. A todo esto, Airgid había tratado de no mirar mucho al imponente tipo de casi tres metros y lleno de quemaduras en el cuerpo por obvias razones. Parecía ser sin duda el tipo más duro de toda la mesa, y aunque él ya de por sí no le hacía el más mínimo caso, no quería por nada del mundo darle razones para que pudiera fijarse en ella. El adolescente se sentó en el punto contrario de la mesa y fue el único en darle un poco de información sobre lo que se cocía en aquel barco. Al parecer, fue anoche cuando la pareja trató de colarse en el barco, y fue un tal Latton el que, patrullando, les pilló infraganti. El joven le hizo un gesto al tipo de las quemaduras, suficiente como para que ahora el grandullón no dejara de mirar a los dos. Tierra, trágame. Era justo lo que Airgid estaba intentando evitar. Le sonrió al chaval, aparentando normalidad, aunque era un poco complicado debido a la paranoia que estaba escuchando. Parpadeó un par de rápidas veces, en un gesto de incredulidad. ¿Ritual de coronación? ¿Usar sangre para templar el acero? ¿Quién comerá el regalo de qué? Había tantos conceptos que no entendía. Pero no podía dejar que eso la inquietase. — ¡Já! Metalúrgico, tío. — Le respondió, ampliando la sonrisa. "Metalúrgico" era una expresión que usaba cuando algo le parecía la hostia de increíble, también usaba "matemático", "científico", cosas del estilo. — Voy a seguir con el curro, os dejo tranquis. — Algo en el estómago le decía que no era buena idea estar mucho rato en el foco de aquellas personas.

Lla atosigante mirada del tipo con quemaduras tampoco ayudaba mucho, no se despegaba de ella más de cinco segundos, así que decidió retroceder un poco, alcanzando una de las paredes de la habitación. Se aproximó a una de las redondas puertas, posando la mano sobre el pomo. Necesitaba explorar un poco el barco, quizás encontrar la fruta, antes de si quiera intentar rescatar a Curtis en ese estado y en ese lugar. Sería un suicidio. Le miró una última vez, casi por inercia, antes de intentar abrir siquiera la puerta. Y pudo fijarse en algo que antes se le había pasado completamente por alto. Unas marcas doradas que giraban junto con la plataforma en la que se encontraba sujeto, y por lo que parecía, marcaban una especie de cuenta atrás que llegaría a su final cuando llegase a una marca situada en donde el hombre con quemaduras. Uf, no pintaba nada bien. A Airgid se le erizaron todos los vellos del cuerpo, como si sus instintos le estuvieran avisando de que iba a pasar algo malo.

Apartó la mano del pomo de la puerta y en su lugar, se puso de espaldas a la pared, disimuló como si tuviera que tomar algo de la mochila que se le hubiera olvidado y lo que hizo fue dejar la cremallera de la mochila medio abierta. Agarró unas nudilleras que rápidamente se guardó en el bolsillo del pantalón y luego, fingió tener que arreglarse un poco los cabellos de la parte de atrás de su cabeza solo para dejar la mano cerca de la abertura de la mochila. Rozando con sus dedos suavemente la empuñadura de su escopeta. No iba a sacarla de momento, pero no podía evitar sentir que algo horrible estaba a punto de ocurrir. Y a todo esto, ¿dónde diablos se escondería la fruta? No quería olvidarse de ella solo por rescatar a alguien que no conocía... pero tampoco podía simplemente abandonarlo ahí, sabiendo que iban a usarle para una especie de ritual chungo. Airgid no podía apartar la mirada de aquella cuenta atrás, mordiéndose la lengua con nerviosismo.

Resumen
#10


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