¿Sabías que…?
... existe la leyenda de una antigua serpiente gigante que surcaba el East Blue.
[Aventura] [A-T3]Torciendo el Destino
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
En el puerto donde el océano y la historia convergen, Loguetown se erige como un testamento del principio y fin de los sueños. Las brumas de la madrugada envuelven sus calles empedradas y angostas, trayendo consigo un aire de melancolía y resignación. Para muchos, esta ciudad es solo una parada más en su camino hacia la grandeza o la muerte, pero para otros, es un lugar impregnado de secretos oscuros, guardados en los recovecos más profundos del Gobierno Mundial.
Bajo la luz mortecina de un farol, un hombre de rostro afilado y ojos tan fríos como el acero observaba las sombras de Loguetown. No era un cazador común, ni un soldado en busca de reconocimiento; era uno de los muchos agentes invisibles del Gobierno Mundial. Su misión era clara: vigilar, manipular y silenciar cualquier chispa de rebelión antes de que se convirtiera en una llama incontrolable. Había llegado a Loguetown bajo órdenes precisas, disfrazado de un simple comerciante, para asegurarse de que el orden impuesto por los siglos de dominio no fuera perturbado.

Las noches en la ciudad eran especialmente peligrosas para aquellos que se atrevían a soñar con libertad. Los callejones se llenaban de susurros, rumores sobre los movimientos de revolucionarios y piratas, aquellos que desafiaban la autoridad absoluta del Gobierno Mundial. Pero esos rumores no eran simplemente ecos en la oscuridad; eran recolectados y registrados por los oídos atentos de aquellos que servían en las sombras. El Gobierno Mundial no solo era un poder visible en las cortes y los cuarteles generales; era un organismo que se infiltraba en las vidas de los ciudadanos, alimentándose de su miedo y su desesperación.

Esa noche, mientras las aguas del puerto reflejaban un cielo desprovisto de estrellas, un pequeño grupo de individuos se reunió en una bodega abandonada cerca del borde de la ciudad. Eran figuras encapuchadas, sus rostros ocultos por la penumbra, cada uno de ellos cargando con el peso de su propia traición. Eran revolucionarios, almas dispuestas a desafiar el yugo opresor del Gobierno Mundial, a sabiendas de que su rebelión probablemente terminaría en sus propias ejecuciones. Habían elegido Loguetown para lanzar su primer ataque simbólico.

El líder de este grupo, un hombre de mirada sombría y cicatrices que contaban historias de tortura y sufrimiento, se adelantó. -Hoy, dejamos de ser sombras. Hoy, nos convertimos en la chispa que encenderá el fuego de la revolución- dijo con voz firme, mirando a sus compañeros, quienes asintieron en silencio. La bodega estaba impregnada de tensión; sabían que estaban caminando sobre una cuerda floja, y que al otro lado los esperaba la ejecución pública o algo peor.

Sin embargo, lo que no sabían era que el Gobierno Mundial ya estaba al tanto de sus planes. No por accidente, sino porque cada palabra, cada movimiento había sido cuidadosamente monitoreado desde el principio. Desde las sombras, los agentes del Gobierno Mundial habían permitido que los revolucionarios creyeran que tenían una oportunidad. Era una táctica común: dejar que la esperanza creciera, solo para aplastarla con precisión quirúrgica.

Unos pisos más arriba, en una habitación polvorienta de una taberna cercana, se encontraba un hombre vestido de negro, con una capa que rozaba el suelo y un sombrero de ala ancha que ocultaba gran parte de su rostro. Su nombre real era irrelevante; para el Gobierno Mundial, era simplemente uno de los muchos ejecutores anónimos. Frente a él, un montón de papeles y pergaminos detallaban los movimientos de los revolucionarios, los nombres de sus contactos y sus rutas de escape. Con cada palabra escrita en esos documentos, el destino de esos hombres y mujeres estaba sellado.

El ejecutor levantó la mirada y observó la pequeña ciudad desde la ventana. Loguetown, tan insignificante en el vasto mapa del mundo, pero tan crucial en los engranajes del poder. El Gobierno Mundial no podía permitirse el lujo de permitir que siquiera un atisbo de desafío sobreviviera aquí, donde la historia de los piratas más grandes había comenzado. Su tarea era clara: erradicar cualquier amenaza antes de que pudiera florecer, incluso si eso significaba borrar por completo las vidas de quienes se atrevieran a soñar con libertad.

Cuando la luna alcanzó su punto más alto, el ejecutor se levantó y descendió en silencio por las escaleras de la taberna. Afuera, el aire era frío, y el sonido de las olas rompiendo contra el puerto resonaba como un eco lejano de lo inevitable. Se movió con la precisión de un depredador, dirigiéndose hacia la bodega donde los revolucionarios se preparaban para lanzar su ataque. No necesitaba refuerzos; su habilidad era más que suficiente para lidiar con ellos. Después de todo, aquellos que servían al Gobierno Mundial no eran simples soldados. Eran sombras, fantasmas entrenados para borrar cualquier signo de rebelión sin dejar rastro.

Dentro de la bodega, los revolucionarios se estaban preparando para salir, ajenos a lo que se avecinaba. Fue entonces cuando el ejecutor irrumpió, sus movimientos rápidos y letales. En cuestión de segundos, los gritos de sorpresa y miedo llenaron la pequeña habitación, solo para ser silenciados por el sonido de cuchillas cortando el aire y cuerpos cayendo al suelo. El líder de los revolucionarios apenas tuvo tiempo de levantar su arma antes de que una hoja se hundiera en su pecho, apagando la llama de su vida y, con ella, la chispa de la revolución.

El ejecutor, ahora cubierto de sangre, se detuvo un momento para observar la escena. No había placer en su tarea, solo una fría eficiencia. Con un gesto calculado, comenzó a borrar cualquier rastro de la masacre. Cuerpos fueron arrastrados hacia las sombras, documentos fueron quemados, y la bodega, una vez llena de esperanza revolucionaria, quedó en silencio, como si nada hubiera sucedido allí. Cuando terminó, el ejecutor salió de la bodega, su figura desapareciendo en la noche.

Para los ciudadanos de Loguetown, la mañana siguiente sería como cualquier otra. El sol se levantaría sobre las aguas del puerto, los comerciantes abrirían sus tiendas y los marineros prepararían sus barcos para zarpar. Ninguno de ellos sabría lo que había ocurrido en la oscuridad de la noche. Ninguno de ellos sabría cuán cerca estuvieron de presenciar el nacimiento de una revolución, ni cómo esa chispa había sido extinguida por las manos invisibles del Gobierno Mundial.

Pero la verdad persistiría, oculta en las sombras, al igual que el poder del Gobierno Mundial. Un poder que no solo se sustentaba en la fuerza bruta, sino en la manipulación sutil, en la vigilancia constante, en la capacidad de silenciar cualquier rebelión antes de que pudiera siquiera comenzar. Y mientras los ciudadanos, continuaban con sus vidas, ignorantes de los secretos que se escondían a su alrededor, los ejecutores del Gobierno Mundial seguían su labor en la oscuridad, asegurándose de que el orden impuesto por los siglos de dominio nunca fuera cuestionado.


Lionel D. Cadmus se removió en la cama, el crujido de la madera bajo su peso resonando suavemente en la habitación oscura. Sus ojos, aún pesados por el sueño, se abrieron lentamente. La tenue luz de la luna se filtraba por las cortinas mal cerradas, delineando sus pómulos y barbilla con un brillo plateado. Respiró hondo, la pesadez del aire nocturno, llenando sus pulmones mientras apartaba las sábanas con un movimiento rápido y preciso.

El frío del suelo de piedra se coló entre sus dedos descalzos al levantarse de la cama. Lionel entrecerró los ojos, ladeando la cabeza hacia la puerta entreabierta. Algo había perturbado la quietud de la noche, un ruido lejano, ajeno a los habituales crujidos de la casa. Se quedó inmóvil por un instante, su torso desnudo expuesto a la brisa que se colaba por la ventana entreabierta, antes de caminar hacia la pequeña mesa de madera en la esquina de la habitación.


Un ruido repentino, proveniente de la bodega contigua, provocó un gran sobresalto nocturno. Suzuka se llevó una mano a la boca de manera inconsciente, conteniendo un jadeo involuntario mientras su mirada se dirigía automáticamente hacia la puerta. Algo había crujido, quizás una caja, o tal vez unos pasos ligeros. Los segundos se alargaban como si el tiempo se hubiera detenido, cada uno lleno de la tensión insoportable de ser descubierta. No podía permitirse el lujo de ser capturada de nuevo.

Se obligó a permanecer inmóvil, sus músculos tensos bajo la piel delicada, pero que había sufrido antaño magulladuras, y recordó la marca que había guiado su vida. Su respiración era superficial, apenas un susurro entre sus labios. Los oídos atentos, esperaba cualquier señal de peligro, algún indicio de que aquellos que la perseguían estaban cerca, pero pudo reconocer un sonido de violencia cercano. ¿Debía salir de la habitación o tal vez simplemente seguir escondiéndose?



OFF
#1
Suzuka D. Hanami
Dragón Floreciente
Personaje

Hanami apenas había llegado hace un par de lunas a la ilustre y gigantesca ciudad de Loguetown, que cualquiera diría que se trataba de nada más y nada menos que la capital del East Blue. Y aunque no era así, porque ningún mar que ella conociera tenia como una isla a la que considerar capital como si fuera un reino unificado, esa isla era un eje comercial y militar incuestionable para dicho mar. Lo cual contrastaba mucho con sus recientes años viviendo en el mar del norte. 

Pero ahora estaba en unos pequeños aprietos financieros, aunque estaba pendiente de recibir el pago por su trabajo de modelaje para una revista local luciendo vestidos preciosos, era cierto que hasta que eso ocurriera estaba mal de fondos. No es que hubiera venido hasta este mar sin un belly, pero claramente vino low cost y trabajando como guardaespaldas en el viaje de llegada hasta la ciudad, de modo que ahora tocaba apretarse el cinturón.

Y justo encontró una posada que ofrecía opciones modestas de hospedaje, aunque algunas no tanto, pero esas ultimas las omitía en su campo visual cuando reviso una lista de las tarifas del local en recepción. Y finalmente tomo la opción más absolutamente barata que vio, y peor. Decisión de la que no tardaría en arrepentirse ni un momento.

Y el problema no era simplemente que dicha "habitación" consistía en un simple cuarto en las bodegas, donde se apreciaban manchas de humedad que por lo menos reconocía el esfuerzo de haberlas intentado limpiar y gracias a dios no había hongos, por lo menos allí. Y un ligero hedor de ajos en la cama, que probablemente fue fruto de que en algún momento guardaron alimentos allí, en concreto ajo. Ni tampoco era especialmente que en lugar de un colchón hubiera un montón de baja rellenando un saco, aunque no iba lejos del problema, el autentico problema radicaba en que la cama era pequeña... No es que Hanami fuera una gigante, pero casi alcanzaba los tres metros y evidentemente la cama pequeña pensada pera personas claramente chaparritas, no era nada agradable y causo que le costara conciliar un sueño reparador.

Pero cuando ya era algo tarde en la noche, un estruendo en la cámara adyacente sobresalto a la oni por unos momentos, un pequeño susto que le rizo la piel "¿Se habrán caído algunas cajas?", "¿Una pelea entre borrachos?" y "¿Hay ratas en ese lugar?" Muchas preguntas y ninguna respuesta clara o certeza a la vista. La oni había pasado bastante tiempo teniendo que huir y escondiéndose, como tantos otros que estuvieron con ella, de hecho los recuerdos de aquella época aun asolaban su mente de vez en cuando incrementando su paranoia ante la mínima incertidumbre sospechosa.

La grandecita oni avanzo desde su cama con lentitud hacia el espacio que había entre la puerta y la habitación colindante, no encendió la lampara de aceite que le habían dejado para alumbrarse, era mejor dejarla apagada, por suerte su habitación contaba con un pestillo por dentro para que nadie entrara a robarle o algo mientras dormía, era lo mínimo que esperar de una posada, aunque no tenia llave para hacer lo mismo si salía así que más le valía llevar sus cosas encima. 

Lo cierto es que en una primera instancia había contenido la respiración por acto reflejo, pero tras acercarse a esa pared la sorprendió un cambio en el aroma, un sutil y leve aroma a sangre que se filtro entre las juntas de piedra que formaban el muro entre ambas estancias. Intentaba respirar de forma sutil y suave, con mucho cuidado para no llamar la atención, mientras buscaba en el relieve de la pared que daba con la habitación continua alguna brecha lo bastante grande como para intentar ver algo al otro lado. Tenia los instantes de seguridad de que su puerta estaba cerrada, no obstante eso también la volvía la única puerta del lugar, dado que la estancia no tenia más salidas que pudiera apreciar, por eso prefería asegurar lo que estaba oliendo o en todo caso no salir a la bodega de forma precipitada "Por dios, que solo sea que están matando a un cerdo o algo para el desayuno..." Pensaría no de forma ingenua, sino implorando que esa posibilidad fuera real. Aunque le estaba comenzando a picar la nariz...

OFF
#2
Lionhart D. Cadmus
Tigre Blanco de la Marina
Lionhart (no Lionel, aunque aguante Messi y er Betis) D. Cadmus se despertaría aturdido, con los párpados pesados y cargados de sueño. No lograría recordar exactamente qué habría estado soñando, pero la sensación de un sueño plácido y dulce seguiría presente en su mente, haciéndole desear no tener que abandonar esa calma en medio de la oscuridad. Recordaría vagamente haber soñado que no era un Marine, que su vida sería completamente distinta, surcando los mares en libertad. Su uniforme no estaría allí, en su lugar vestiría una ropa diferente, y a su lado, un barco blanco ondearía un Jolly Roger con un tigre rodeado de corazones. Sería un recuerdo tan vívido y fantástico que parecería una realidad alterna. A su lado, la figura de un demonio rubio, con cuernos, lo acompañaría, aferrándose a su brazo mientras ambos conquistarían los mares.

Aunque no recordaría este sueño segundos tras volver consciente, la sensación permanecería grabada en su mente, como una impresión cálida y lejana de un final feliz que nunca podría materializarse. A medida que despertara por completo, una sonrisa amarga se dibujaría en su rostro al sentir cómo el sueño se desvanecía en el olvido. Lentamente apartaría las mantas, mientras intentaba, en vano, aferrarse a esos fragmentos de esa bella y dulce figura onírica. Sin embargo, el frío del suelo bajo sus pies lo traería de vuelta a la realidad, al presente implacable y distante de aquella fantasía que nunca lo dejaría estar solo, acompañado por esa compañera ilusoria.

Cadmus cerraría los ojos brevemente, intentando despejar el letargo que lo invadiría. La fatiga pesaría sobre él, pero algo habría roto la tranquilidad de la noche. Un ruido. Un sonido ajeno a los crujidos familiares lo habría despertado. Abriría los ojos lentamente y giraría la cabeza hacia la ventana entreabierta, sintiendo cómo un mal presentimiento lo envolvería.

Sintiendo una ráfaga de aire frío colarse por la ventana, su cuerpo se estremecería. Se levantaría y caminaría hacia la pequeña mesa de madera donde su ropa descansaría de manera descuidada. Mientras se vestía, sus ojos se desviarían hacia la ventana semiabierta. La luz de la luna proyectaría sombras sobre el paisaje, y con su aguda vista inspeccionaría el exterior, buscando señales de movimiento. ¿Habría algo ahí? Durante unos segundos, se quedaría inmóvil, escudriñando el entorno.

A pesar de ello, una sensación incómoda persistiría. Su instinto le advertiría que no debería ignorar el sonido que lo habría despertado. Terminaría de abotonarse la camisa y, con cautela, se dirigiría hacia la puerta. Aunque todo parecería tranquilo, su cuerpo se mantendría en tensión. ¿Qué habría causado ese sonido? Guiado por su característica cautela (o más bien desconfianza) y su sentido del deber, se aventuraría a abrir la puerta de la habitación, decidido a encontrar el origen de la perturbación.

Mira que despertarme justo ahora. Apenas estoy consciente... Pero supongo que el deber llama, de un modo u otro.

Al entreabrir la puerta con cuidado y utilizar su aguda vista para inspeccionar los alrededores, el espíritu curioso y aventurero de Cadmus lo impulsaría a avanzar con precaución. Evitaría hacer ruido o llamar la atención mientras se adentraba en lo desconocido, en busca del origen del sonido -que fácilmente podría ser un mapache salvaje o un suricato extraviado, o cualquier cosa, pero el mínimo de drama aún lo impulsaría a averiguar, sabiendo que ya no podría volver a dormir tan fácilmente.

Off
#3
Percival Höllenstern
-
El ambiente dentro de la posada estaba cargado de una oscuridad casi tangible, una pesadez que parecía haber sido absorbida por las paredes a lo largo de los años. El aire era denso, mezclado con el olor rancio de la madera húmeda y el polvo que cubría cada superficie visible. El lugar había sido alguna vez un refugio para viajeros cansados, pero ahora era más bien una tumba de recuerdos olvidados, un vestigio del pasado donde el descuido y el tiempo habían hecho mella en cada rincón.

La entrada de la posada, un marco de madera desgastada y astillada, parecía ceder bajo el leve peso de la brisa que lograba colarse desde el exterior. Las tablas del suelo crujían con cada paso, traicionando a cualquiera que intentara moverse en silencio. Aunque Loguetown estaba a pocos metros de la puerta, la atmósfera dentro del lugar era completamente ajena a la vida bulliciosa que se desarrollaba fuera. Las cortinas pesadas y polvorientas, de un tono marrón opaco, colgaban como fantasmas sobre los ventanales, bloqueando casi toda la luz exterior. Apenas un rayo tímido se filtraba por una pequeña rendija, iluminando el polvo suspendido en el aire.

A medida que uno se adentraba en la sala común, las mesas de madera, en su mayoría desordenadas y algunas volcadas, daban la impresión de que había habido una reciente pelea o un altercado. Los platos y jarras vacías se apilaban en las superficies, algunos con restos de comida endurecida, otros simplemente olvidados por comensales que nunca regresaron a limpiarlos. El ambiente estaba impregnado por un silencio incómodo, solo roto por el leve zumbido de las moscas que revoloteaban alrededor de los restos.

Pero la calma en la posada no era simple abandono. En el fondo de la sala, a través de la tenue luz de una lámpara de aceite que parpadeaba inestable, un par de figuras discretas ocupaban una mesa en la esquina. No era cualquier tipo de presencia; había algo inquietante en la quietud con la que se mantenían, en la manera en que sus miradas nunca abandonaban la entrada, calculando, observando, como depredadores, esperando el momento adecuado para atacar. Los agentes se movían con una frialdad aterradora, cada gesto cuidadosamente medido, sin desperdiciar ni un solo movimiento.

Los Cipher Pol del Gobierno Mundial eran expertos en el arte de la discreción, pero en aquel espacio tan pequeño y decadente, su presencia era imposible de ignorar. Dos de ellos, sentados a una mesa apartada, intercambiaban miradas que decían más que cualquier palabra. Uno de ellos, una mujer de cabello negro recogido en un moño estricto, sostenía un pequeño cuaderno donde trazaba notas con movimientos rápidos y precisos. Sus ojos, sin embargo, estaban atentos a cada pequeño detalle del entorno, observando cualquier indicio de peligro o de oportunidad.

Su compañero, un hombre alto y delgado, con una cicatriz que le recorría el rostro desde la ceja hasta el mentón, estaba inclinado hacia adelante, apoyando los codos en la mesa con una naturalidad calculada. De vez en cuando, tamborileaba con los dedos sobre la superficie de madera, pero sus ojos no abandonaban la entrada de la posada. Estaba vestido con un traje oscuro, impecable, y en la solapa de su chaqueta se podía ver el pequeño distintivo de su afiliación, apenas visible bajo la sombra proyectada por la luz tenue de la lámpara.

La barra de la posada, un largo mostrador de madera oscura, estaba cubierta de marcas de años de uso descuidado. Encima, una fila de botellas vacías y algunas medio llenas descansaban en estantes tambaleantes, reflejando la poca luz con un brillo apagado. El tabernero, un hombre de complexión robusta y rostro curtido por los años, limpiaba un vaso de manera automática, sin levantar la mirada hacia los dos agentes de los agentes que ocupaban la mesa en la esquina. Sabía bien quiénes eran y el tipo de peligro que representaban. En lugares como este, los informantes eran moneda corriente, y más de uno había sido sacado de la posada para no regresar nunca.

Detrás del tabernero, el resto de la barra estaba llena de pequeños recuerdos inútiles: tazas astilladas, una caja oxidada de cerillas y un viejo reloj de bolsillo roto que colgaba de un clavo en la pared. Nada de eso tenía importancia en la actualidad, pero eran vestigios de tiempos más sencillos. La puerta detrás de la barra llevaba a la cocina, desde donde el olor a comida podrida empezaba a hacerse más evidente. Nadie parecía tener intención de reparar el lugar o siquiera de limpiarlo; la posada estaba destinada a marchitarse lentamente, como un árbol muerto se erguía sobre la plaza de una ciudad sumida en el olvido.

La mujer del Cipher Pol tomó un sorbo de su bebida sin apenas reaccionar al sabor, aunque estaba claro que el contenido no era de la mejor calidad. Sin embargo, no era el gusto lo que la tenía inquieta. Sus dedos jugaban nerviosamente con una pequeña ficha de metal, una especie de ficha de identificación, que giraba entre sus manos mientras continuaba mirando el reloj de la pared. El tiempo corría, y la misión que los traía allí requería precisión.

Arriba, en el segundo piso, el ambiente no era muy diferente. El pasillo oscuro y estrecho estaba iluminado por una lámpara que colgaba precariamente al final del corredor, proyectando sombras alargadas sobre las paredes. Las puertas de las habitaciones, algunas entreabiertas, revelaban interiores decadentes y abandonados. Camas con sábanas sucias y colchones delgados, apenas capaces de soportar el peso de un cuerpo humano, ocupaban la mayor parte del espacio. El viento se colaba por las rendijas de las ventanas mal ajustadas, haciendo que las cortinas se agitaran lentamente como si tuvieran vida propia.

En una de las habitaciones, más apartada y oscura que las demás, un agente solitario del Cipher Pol aguardaba en silencio. Su silueta era apenas visible desde el pasillo, pero se movía con una destreza que solo alguien entrenado podría exhibir. En su mano, una pequeña aguja relucía bajo la tenue luz de la lámpara, mientras su mirada se fijaba en la cerradura de una pequeña caja de madera situada sobre la mesa. El agente trabajaba con precisión quirúrgica, sabiendo que cualquier error podría resultar en la pérdida de información vital.

La caja contenía los informes de las últimas semanas, datos cruciales sobre los movimientos de ciertos piratas, criminales, y malhechores en Loguetown, información que solo los agentes podían obtener. Mientras el operativo terminaba de manipular la cerradura, la tapa de la caja se abrió con un leve chasquido. Dentro, cuidadosamente doblados, había varios documentos que confirmaban lo que los superiores ya temían.

Volviendo a la escena de la taberna que servía de entrada al recinto, ante una temblorosa mirada gacha del dueño mientras los últimos clientes dejaban el dinero sobre la mesa y se iban en cierto modo intimidados por la presencia de los dos operativos, la mujer arqueaba una ceja y se predispuso al encuentro de una conversación final con el tabernero.

¿Así que has visto aquí a una esclava huida de sus majestades? — musitó con una voz taimada pero amenazante, tintineando una moneda entre sus dedos y volviéndola a guardar en la solapa de su chaqueta negra. —¿Dónde está?— requirió con urgencia mientras el otro levantaba la mano en dirección a la zona de las habitaciones más pobres, que se encontraban periféricas a la bodega.

Los agentes viciaron su mirada al lugar, y el hombre de la cicatriz, señaló a las escaleras que viajaban a la primera planta. Ambos cerraron mudamente el acuerdo con un golpe seco de cabeza y mirada cómplice.
#4


Salto de foro:


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