Ubben Sangrenegra
Loki
12-09-2024, 09:16 PM
La noche comenzaba a teñir de sombras las calles de LogueTown mientras los últimos rayos del sol desaparecían en el horizonte. Ubben, el peliblanco, continuaba refugiado en un bar de mala muerte. El Den Den Mushi cobró vida con el inconfundible tono de aquella mujer que conocía demasiado bien los secretos del peliblanco. —Esta noche, en el sótano del bar que te mencioné hace un tiempo, en pleno centro de la ciudad, se va a realizar una subasta ilegal— dijo la mujer con ese cálido tono que siempre lograba mezclar la dulzura con la peligrosidad de un filo oculto. El ruido de un encendedor chasqueando y el leve crujir de un puro siendo encendido se escucharon al otro lado de la línea —No debería haber nada de verdadero valor, es una de esas clásicas caza bobos... pero tengo un cliente que quiere una escolta para la subasta.— Ubben guardo silencio unos segundos, sabía que, en los bajos fondos, nada era tan sencillo como parecía. —El tipo es un tonto— prosiguió la mujer entre una calada al puro, su voz entrecortada por la exhalación del humo —Quiere gastar su dinero en lo que él llama "lujos extravagantes", así que no deberías tener problemas. Lo llevas, lo traes de vuelta con todo lo que compre intacto, y listo. Un trabajo fácil.—
El peliblanco rodó los ojos con aburrimiento mientras pasaba los dedos por el borde del vaso, trazando un círculo invisible. —¿A qué hora me encuentro con este cliente?— preguntó, su tono apenas dejando entrever la mínima curiosidad. Luego, como si le costara un gran esfuerzo añadió —¿Y en qué lugar?— La respuesta llegó tras un breve silencio, como si la mujer estuviera saboreando el control que tenía sobre el destino de Ubben en ese momento. —En el mismo bar donde te estás escondiendo— dijo con una sonrisa que se intuía al otro lado de la línea —Dos horas antes de la subasta. Es fácil de reconocer, es un tipo flacucho, con gafas y vestimenta extravagante. No tendrás problemas para identificarlo.—
Ubben soltó un suspiro apenas audible, llevándose una mano al puente de la nariz en un gesto de resignación. —Entendido— respondió con desdén —Escoltar a la subasta, dejarlo en su casa con todas sus cosas intactas.— La mujer rió suavemente, una risa que sonaba casi como una burla. —Sé lo que estás pensando, pequeño bribón... pero no puedes robarle una vez lo dejes en su casa.— Su voz era un susurro seductor, pero la advertencia estaba clara. El peliblanco emitió un sonido de molestia, casi un gruñido. Efectivamente, había considerado la idea de aprovecharse de su cliente, pero las órdenes eran claras. —Entendido— repitió de mala gana, apagando el Den Den Mushi con un clic seco. Su mente ya comenzaba a planear cómo llevar a cabo aquel trabajo sin complicaciones innecesarias.
Las horas pasaron en el bar, y la clientela iba y venía en un flujo constante de borrachos y personajes turbios que apenas levantaban la vista cuando alguien nuevo entraba. Sin embargo, antes de que la noche cayera por completo, la puerta del bar se abrió y una figura larguirucha y desgarbada se presentó en el umbral. Vestido de forma pulcra y formal, aquel hombre destacaba como una vela en la oscuridad, completamente fuera de lugar en comparación con los otros clientes. Las miradas se volvieron hacia él con una mezcla de burla y curiosidad. Algunos de los más descarados rieron por lo bajo, relamiéndose al verlo como una presa fácil. Ubben observó la escena con desgana desde la barra, pero no pudo evitar una sonrisa irónica. —No será hoy, chicos... no será hoy— murmuró para sí mismo, mientras se levantaba de su asiento. Con un gesto rápido, se ajustó el tricornio y se dirigió al dueño del bar —Tomaré el resto de la noche libre, jefe. Pero antes voy a enseñarle la salida a alguien que claramente se perdió...—
Cruzó el bar y llegó hasta el hombre, que aún parecía aturdido por la atención no deseada que había recibido. Ubben puso una mano firme en su hombro, empujándolo suavemente pero con autoridad hacia la puerta. —Vamos, fuera. Claramente te equivocaste de lugar— dijo, su tono impregnado de irritación apenas contenida. —¡Espera!— protestó el hombre, resistiéndose al empuje —¡Tengo que reunirme con alguien aquí!— Ubben siguió empujando al tipo. —No señor, definitivamente se perdió— contestó Ubben con una nota de fastidio, sin detener su marcha. El simple hecho de que aquel fuera su cliente ya le causaba un dolor de cabeza anticipado. Una vez fuera del bar, Ubben soltó un suspiro exasperado, cerrando la puerta tras ellos con un empujón brusco. Sacando un cigarrillo de su abrigo, el peliblanco lo encendió con una cerilla que frotó contra el ala de su tricornio. Tras la primera calada, sus ojos dorados se fijaron en los del hombre. —Yo soy a quien buscas. ¿Cómo te llamas?— preguntó con evidente molestia, exhalando el humo lentamente. El hombre lo miró con sorpresa, como si no pudiera creer que aquel bribón desaliñado fuera su escolta. —¿Tú... tú serás mi guardaespaldas?— balbuceó con tono incredulo y sin responder la pregunta del peliblanco.
—¿Algún problema con eso?— replicó Ubben, tomando otra calada al cigarrillo, mientras el humo se mezclaba con la oscuridad creciente. Su expresión de hastío dejaba claro que no tenía paciencia para juegos o sorpresas. —Es solo que... no pareces muy... intimidante o... musculoso— respondió el flacucho, su voz llena de inseguridad mientras trataba de elegir sus palabras con cuidado. Ubben rodó los ojos con impaciencia. —¿Vas a comprar o a hacer que la gente se enoje contigo?— preguntó con frialdad, fijando su mirada en el hombre —Claramente no sabes cómo funciona esto, así que déjame explicártelo: llegamos, pujas por lo que quieras sin hablar con nadie, te llevas tus porquerías y te vas en silencio. Luego, te dejo en donde sea que vivas, y el contrato se acaba. ¿Entendido?— El hombre tragó saliva, asintiendo rápidamente sin decir nada más, comprendiendo que no estaba en posición de discutir.
Ubben, por su parte, avanzaba junto al flacucho tipo que había escoltado hasta la subasta. El silencio entre ambos se hacía cada vez más palpable, roto solo por las ocasionales risitas nerviosas del extravagante hombre cada vez que pujaba por algún artículo de dudosa procedencia. Sus manos temblorosas se levantaban una y otra vez, haciendo ofertas por lo que él, con sus ojos inexpertos, veía como tesoros invaluables. Sin embargo, los compradores más experimentados, y los escoltas que los acompañaban, no podían evitar soltar carcajadas veladas cada vez que el hombre se adjudicaba otro de esos supuestos "lujos". Entre los artículos más absurdos que compró, estaban un diente de "Rey Marino", un par de jarrones supuestamente pertenecientes a civilizaciones antiguas, y una espada que, a simple vista, era una burda falsificación de un Meito. Ubben observaba todo con una mezcla de aburrimiento y desdén. No era su lugar intervenir; su única misión era llevar al hombre a salvo a su destino, sin importar cuántas baratijas inútiles acumulara en el camino.
Pero algo cambió cuando, casi al final de la subasta, apareció un conjunto de mapas antiguos. A simple vista, parecían basura, desgastados por el tiempo y la humedad. Sin embargo, había algo en ellos que atrajo la atención de los demás compradores. Pertenecían, según el subastador, a una antigua tripulación pirata no muy famosa, pero con fama de haber acumulado una considerable fortuna. De repente, la sala, que hasta ese momento había sido un mar de indiferencia, se transformó en un campo de batalla. Los compradores comenzaron a pujar frenéticamente por los mapas, elevando las cifras rápidamente. El flacucho tipo, sin darse cuenta de la magnitud de lo que estaba en juego, levantó la mano en el momento justo y, sorprendentemente, ganó la puja. Las miradas en la sala se volvieron pesadas, cargadas de intenciones ocultas. No era difícil adivinar lo que estaba pasando por sus mentes. Sin embargo, el hombre seguía en su mundo, absorto en la euforia de su victoria, completamente ajeno al peligro. Ubben, por el contrario, no dejó pasar ni un solo detalle. Sus ojos dorados se movieron con precisión, escaneando cada rostro que había estado pujando. Sabía que las cosas podrían complicarse a partir de ese momento.
La subasta concluyó, y el peliblanco, fiel a su instinto, decidió esperar unos minutos antes de salir. Quería asegurarse de que el camino estuviera despejado antes de guiar al ingenuo tipo fuera del lugar. Cuando consideró que era seguro, se acercó a su protegido y le preguntó con tono cortante —Dime dónde vives, para que pueda planear la ruta más segura. No quiero sorpresas de último momento.— El flacucho, ahora un poco más consciente de la situación, le dio la dirección con cierta timidez. Ubben se tomó un momento para visualizar el trayecto en su mente, analizando cada esquina, cada callejón que podrían tomar. La mayor parte del camino era a través de zonas seguras, pero, a unas pocas calles de su destino, el aire se tornó pesado. Ubben lo sintió antes de verlo, una sensación de peligro que se materializó en la forma de un hombre que emergió de entre las sombras. —Señor Sorvolo "Dienteoro"— dijo el peliblanco, manteniendo un tono de respeto a pesar de la incomodidad de la situación —¿A qué se debe esta inesperada coincidencia?— El hombre que se encontraba frente a ellos era imponente. Su cabello canoso y su bigote mostacho le daban un aire de autoridad que nadie osaba desafiar. Sorvolo respondió con una voz cargada de desprecio. —Vengo a recuperar lo que es mío. Ese inútil de ahí tiene algo que me pertenece.—
Ubben suspiró internamente. No le interesaba lo suficiente el flacucho como para protegerlo de Sorvolo, pero tampoco podía permitir que lo mataran antes de completar su trabajo. Con un gesto casual, se colocó entre su protegido y el peligroso hombre, bloqueando la vista del primero. No lo hacía por nobleza, sino porque prefería que el tipo no viera lo que estaba a punto de pasar. Alzó una mano hacia Sorvolo, pidiéndole un momento. —Corre, idiota— gruñó Ubben al flacucho, sin siquiera mirarlo —Yo me encargo.— El tipo, por suerte, no necesitó más indicaciones. Corrió como si su vida dependiera de ello, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Sorvolo, por su parte, desenfundó una pistola con una expresión de fastidio. Pero Ubben, sin perder la calma, encendió un cigarrillo con un gesto despreocupado.
—Tranquilo, "Dienteoro". Mi contrato termina cuando él llegue a su casa. Y no tengo intención de romperlo— explicó, exhalando el humo lentamente —Estoy seguro de que mi jefa no querrá problemas contigo, y yo tampoco.— Sorvolo lo miró con ojos fríos, pero una sonrisa torcida se formó en sus labios. —Tienes agallas, chico. Y algo de cerebro, lo admito. Tienes diez minutos para terminar tu trabajo. Después de eso, iré a reclamar lo que es mío.— Ubben asintió con una sonrisa igualmente ladina, sabiendo que había ganado unos minutos valiosos. —Un placer negociar con usted, señor Sorvolo— dijo con una leve inclinación sarcástica antes de girarse y correr en dirección a la casa de su protegido. Cuando llegó, golpeó la ventana con fuerza. —¿Aún piensas que no soy lo suficientemente intimidante para protegerte?— gritó con voz burlona.
Unos pasos apresurados resonaron dentro, y la puerta se abrió para revelar al flacucho, temblando y con un cuchillo en la mano, claramente asustado. Ubben soltó una carcajada seca. —Baja esa porquería y llama a mi jefa ahora. Hazle saber que llegaste a salvo, o no me pagarán— ordenó mientras le pasaba el den den mushi. El hombre obedeció de inmediato, y tras confirmar su llegada, Ubben se sintió liberado de su carga. —Me largo. Espero no verte nunca más— dijo con desdén antes de alejarse. Mientras caminaba, sacó su den den mushi y llamó a su jefa. —Trabajo completado, jefa. Pero nuestro amigo no tendrá tanta suerte. Sorvolo lo estará visitando pronto.— Del otro lado de la línea, la mujer soltó una carcajada. —Bueno, al menos nosotros cumplimos. Pasa a buscar tu paga.— Ubben sonrió. Lo prometido era deuda, y él siempre cobraba.
El peliblanco rodó los ojos con aburrimiento mientras pasaba los dedos por el borde del vaso, trazando un círculo invisible. —¿A qué hora me encuentro con este cliente?— preguntó, su tono apenas dejando entrever la mínima curiosidad. Luego, como si le costara un gran esfuerzo añadió —¿Y en qué lugar?— La respuesta llegó tras un breve silencio, como si la mujer estuviera saboreando el control que tenía sobre el destino de Ubben en ese momento. —En el mismo bar donde te estás escondiendo— dijo con una sonrisa que se intuía al otro lado de la línea —Dos horas antes de la subasta. Es fácil de reconocer, es un tipo flacucho, con gafas y vestimenta extravagante. No tendrás problemas para identificarlo.—
Ubben soltó un suspiro apenas audible, llevándose una mano al puente de la nariz en un gesto de resignación. —Entendido— respondió con desdén —Escoltar a la subasta, dejarlo en su casa con todas sus cosas intactas.— La mujer rió suavemente, una risa que sonaba casi como una burla. —Sé lo que estás pensando, pequeño bribón... pero no puedes robarle una vez lo dejes en su casa.— Su voz era un susurro seductor, pero la advertencia estaba clara. El peliblanco emitió un sonido de molestia, casi un gruñido. Efectivamente, había considerado la idea de aprovecharse de su cliente, pero las órdenes eran claras. —Entendido— repitió de mala gana, apagando el Den Den Mushi con un clic seco. Su mente ya comenzaba a planear cómo llevar a cabo aquel trabajo sin complicaciones innecesarias.
Las horas pasaron en el bar, y la clientela iba y venía en un flujo constante de borrachos y personajes turbios que apenas levantaban la vista cuando alguien nuevo entraba. Sin embargo, antes de que la noche cayera por completo, la puerta del bar se abrió y una figura larguirucha y desgarbada se presentó en el umbral. Vestido de forma pulcra y formal, aquel hombre destacaba como una vela en la oscuridad, completamente fuera de lugar en comparación con los otros clientes. Las miradas se volvieron hacia él con una mezcla de burla y curiosidad. Algunos de los más descarados rieron por lo bajo, relamiéndose al verlo como una presa fácil. Ubben observó la escena con desgana desde la barra, pero no pudo evitar una sonrisa irónica. —No será hoy, chicos... no será hoy— murmuró para sí mismo, mientras se levantaba de su asiento. Con un gesto rápido, se ajustó el tricornio y se dirigió al dueño del bar —Tomaré el resto de la noche libre, jefe. Pero antes voy a enseñarle la salida a alguien que claramente se perdió...—
Cruzó el bar y llegó hasta el hombre, que aún parecía aturdido por la atención no deseada que había recibido. Ubben puso una mano firme en su hombro, empujándolo suavemente pero con autoridad hacia la puerta. —Vamos, fuera. Claramente te equivocaste de lugar— dijo, su tono impregnado de irritación apenas contenida. —¡Espera!— protestó el hombre, resistiéndose al empuje —¡Tengo que reunirme con alguien aquí!— Ubben siguió empujando al tipo. —No señor, definitivamente se perdió— contestó Ubben con una nota de fastidio, sin detener su marcha. El simple hecho de que aquel fuera su cliente ya le causaba un dolor de cabeza anticipado. Una vez fuera del bar, Ubben soltó un suspiro exasperado, cerrando la puerta tras ellos con un empujón brusco. Sacando un cigarrillo de su abrigo, el peliblanco lo encendió con una cerilla que frotó contra el ala de su tricornio. Tras la primera calada, sus ojos dorados se fijaron en los del hombre. —Yo soy a quien buscas. ¿Cómo te llamas?— preguntó con evidente molestia, exhalando el humo lentamente. El hombre lo miró con sorpresa, como si no pudiera creer que aquel bribón desaliñado fuera su escolta. —¿Tú... tú serás mi guardaespaldas?— balbuceó con tono incredulo y sin responder la pregunta del peliblanco.
—¿Algún problema con eso?— replicó Ubben, tomando otra calada al cigarrillo, mientras el humo se mezclaba con la oscuridad creciente. Su expresión de hastío dejaba claro que no tenía paciencia para juegos o sorpresas. —Es solo que... no pareces muy... intimidante o... musculoso— respondió el flacucho, su voz llena de inseguridad mientras trataba de elegir sus palabras con cuidado. Ubben rodó los ojos con impaciencia. —¿Vas a comprar o a hacer que la gente se enoje contigo?— preguntó con frialdad, fijando su mirada en el hombre —Claramente no sabes cómo funciona esto, así que déjame explicártelo: llegamos, pujas por lo que quieras sin hablar con nadie, te llevas tus porquerías y te vas en silencio. Luego, te dejo en donde sea que vivas, y el contrato se acaba. ¿Entendido?— El hombre tragó saliva, asintiendo rápidamente sin decir nada más, comprendiendo que no estaba en posición de discutir.
Ubben, por su parte, avanzaba junto al flacucho tipo que había escoltado hasta la subasta. El silencio entre ambos se hacía cada vez más palpable, roto solo por las ocasionales risitas nerviosas del extravagante hombre cada vez que pujaba por algún artículo de dudosa procedencia. Sus manos temblorosas se levantaban una y otra vez, haciendo ofertas por lo que él, con sus ojos inexpertos, veía como tesoros invaluables. Sin embargo, los compradores más experimentados, y los escoltas que los acompañaban, no podían evitar soltar carcajadas veladas cada vez que el hombre se adjudicaba otro de esos supuestos "lujos". Entre los artículos más absurdos que compró, estaban un diente de "Rey Marino", un par de jarrones supuestamente pertenecientes a civilizaciones antiguas, y una espada que, a simple vista, era una burda falsificación de un Meito. Ubben observaba todo con una mezcla de aburrimiento y desdén. No era su lugar intervenir; su única misión era llevar al hombre a salvo a su destino, sin importar cuántas baratijas inútiles acumulara en el camino.
Pero algo cambió cuando, casi al final de la subasta, apareció un conjunto de mapas antiguos. A simple vista, parecían basura, desgastados por el tiempo y la humedad. Sin embargo, había algo en ellos que atrajo la atención de los demás compradores. Pertenecían, según el subastador, a una antigua tripulación pirata no muy famosa, pero con fama de haber acumulado una considerable fortuna. De repente, la sala, que hasta ese momento había sido un mar de indiferencia, se transformó en un campo de batalla. Los compradores comenzaron a pujar frenéticamente por los mapas, elevando las cifras rápidamente. El flacucho tipo, sin darse cuenta de la magnitud de lo que estaba en juego, levantó la mano en el momento justo y, sorprendentemente, ganó la puja. Las miradas en la sala se volvieron pesadas, cargadas de intenciones ocultas. No era difícil adivinar lo que estaba pasando por sus mentes. Sin embargo, el hombre seguía en su mundo, absorto en la euforia de su victoria, completamente ajeno al peligro. Ubben, por el contrario, no dejó pasar ni un solo detalle. Sus ojos dorados se movieron con precisión, escaneando cada rostro que había estado pujando. Sabía que las cosas podrían complicarse a partir de ese momento.
La subasta concluyó, y el peliblanco, fiel a su instinto, decidió esperar unos minutos antes de salir. Quería asegurarse de que el camino estuviera despejado antes de guiar al ingenuo tipo fuera del lugar. Cuando consideró que era seguro, se acercó a su protegido y le preguntó con tono cortante —Dime dónde vives, para que pueda planear la ruta más segura. No quiero sorpresas de último momento.— El flacucho, ahora un poco más consciente de la situación, le dio la dirección con cierta timidez. Ubben se tomó un momento para visualizar el trayecto en su mente, analizando cada esquina, cada callejón que podrían tomar. La mayor parte del camino era a través de zonas seguras, pero, a unas pocas calles de su destino, el aire se tornó pesado. Ubben lo sintió antes de verlo, una sensación de peligro que se materializó en la forma de un hombre que emergió de entre las sombras. —Señor Sorvolo "Dienteoro"— dijo el peliblanco, manteniendo un tono de respeto a pesar de la incomodidad de la situación —¿A qué se debe esta inesperada coincidencia?— El hombre que se encontraba frente a ellos era imponente. Su cabello canoso y su bigote mostacho le daban un aire de autoridad que nadie osaba desafiar. Sorvolo respondió con una voz cargada de desprecio. —Vengo a recuperar lo que es mío. Ese inútil de ahí tiene algo que me pertenece.—
Ubben suspiró internamente. No le interesaba lo suficiente el flacucho como para protegerlo de Sorvolo, pero tampoco podía permitir que lo mataran antes de completar su trabajo. Con un gesto casual, se colocó entre su protegido y el peligroso hombre, bloqueando la vista del primero. No lo hacía por nobleza, sino porque prefería que el tipo no viera lo que estaba a punto de pasar. Alzó una mano hacia Sorvolo, pidiéndole un momento. —Corre, idiota— gruñó Ubben al flacucho, sin siquiera mirarlo —Yo me encargo.— El tipo, por suerte, no necesitó más indicaciones. Corrió como si su vida dependiera de ello, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Sorvolo, por su parte, desenfundó una pistola con una expresión de fastidio. Pero Ubben, sin perder la calma, encendió un cigarrillo con un gesto despreocupado.
—Tranquilo, "Dienteoro". Mi contrato termina cuando él llegue a su casa. Y no tengo intención de romperlo— explicó, exhalando el humo lentamente —Estoy seguro de que mi jefa no querrá problemas contigo, y yo tampoco.— Sorvolo lo miró con ojos fríos, pero una sonrisa torcida se formó en sus labios. —Tienes agallas, chico. Y algo de cerebro, lo admito. Tienes diez minutos para terminar tu trabajo. Después de eso, iré a reclamar lo que es mío.— Ubben asintió con una sonrisa igualmente ladina, sabiendo que había ganado unos minutos valiosos. —Un placer negociar con usted, señor Sorvolo— dijo con una leve inclinación sarcástica antes de girarse y correr en dirección a la casa de su protegido. Cuando llegó, golpeó la ventana con fuerza. —¿Aún piensas que no soy lo suficientemente intimidante para protegerte?— gritó con voz burlona.
Unos pasos apresurados resonaron dentro, y la puerta se abrió para revelar al flacucho, temblando y con un cuchillo en la mano, claramente asustado. Ubben soltó una carcajada seca. —Baja esa porquería y llama a mi jefa ahora. Hazle saber que llegaste a salvo, o no me pagarán— ordenó mientras le pasaba el den den mushi. El hombre obedeció de inmediato, y tras confirmar su llegada, Ubben se sintió liberado de su carga. —Me largo. Espero no verte nunca más— dijo con desdén antes de alejarse. Mientras caminaba, sacó su den den mushi y llamó a su jefa. —Trabajo completado, jefa. Pero nuestro amigo no tendrá tanta suerte. Sorvolo lo estará visitando pronto.— Del otro lado de la línea, la mujer soltó una carcajada. —Bueno, al menos nosotros cumplimos. Pasa a buscar tu paga.— Ubben sonrió. Lo prometido era deuda, y él siempre cobraba.